ORIENTACIONES PASTORALES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO

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San José, 21 de noviembre a.D. 2012. Memoria Litúrgica La Presentación de la Santísima Virgen.

ORIENTACIONES PASTORALES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO

LA VIRGEN MARÍA EN EL ADVIENTO (Tomado del Artículo «La Virgen María en la Liturgia», de Pbro. Alfonso Mora M., MANUAL DE LITURGIA DEL CELAM, (2002) Tomo IV, n. 16.2, págs. 59-116) La Marialis Cultus enfoca en síntesis la importancia de este tiempo: «... durante el tiempo de Adviento, la liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen – aparte de la Solemnidad del día 8 de diciembre, en que se celebran conjuntamente a la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, “llena de juventud y de limpia hermosura”, sobre todo en los días feriales desde el 17 al 24 de diciembre y, más concretamente, el domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor.»34 «De este modo, los fieles que viven con la Liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo (Pref. De Adv. II), se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, “vigilantes en la oración y ... jubilosos en la alabanza” (Ibid.), para salir al encuentro del Salvador que viene. Queremos, además observar cómo la

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Liturgia del Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual, que puede ser tomado como norma para impedir toda tendencia a separar, como ha ocurrido a veces en algunas formas de piedad popular, el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo. Resulta así que este período, como han observado los especialistas en Liturgia, debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor: orientación que confirmamos y deseamos ver acogida y seguida en todas partes.»35 No perdemos de vista que este tiempo no es el más importante. Está claro que el lugar central lo ocupa la celebración Pascual. No obstante, hay varios hechos que vale la pena destacar: El primero, que éste es el punto de partida para lanzar, desde la aparición entre nosotros del Dios-Hombre, la mirada hacia la obra culminante de nuestra salvación. El segundo, que, por la misión maternal que cumple María, la Iglesia ha mirado el Adviento como el tiempo propicio, junto con la Navidad, para destacar en ellos los rasgos más relevantes de una misión que, teniendo como punto de partida la maternidad divina, se realiza a lo largo de la vida y obra del Redentor. Un tercer hecho digno de mencionar es que, sentados los principios teológicos de la presencia de María en la obra de Cristo, la reflexión que ofrece este tiempo ilumina una presencia permanente a través del Año Litúrgico, presencia de la que, en algunos casos, tendremos signos muy claros, como en este caso y el de la Navidad, y en otros, signos escasos, como en la Cuaresma y la Pascua.

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En el breve espacio de las cuatro semanas (o menos) que dura este tiempo, se acumulan tres celebraciones en torno a María: la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el anuncio a María y la visitación a santa Isabel; el primero de estos misterios tiene una celebración autónoma, mientras que los otros dos, conmemorados en la semana precedente a la Navidad, van a tener, en el transcurso del año litúrgico, otra conmemoración. En las ferias del 17 al 24 de diciembre, María aparece como protagonista del misterio, como testigo silencioso del cumplimiento de las promesas. Se proclaman los evangelios de la infancia y, en ellos, los episodios en los que María aparece como protagonista en la anunciación y en la visitación. Los formularios de la misa contienen preciosos textos eucológicos, entre los vale señalar, de manera especial, la colecta del 20 de diciembre, admirable síntesis de teología y de piedad. También es notable, por la alusión al Espíritu Santo y a los dones eucarísticos, la oración sobre las ofrendas del IV domingo de Adviento. Por su parte, el inicio del 2º prefacio de Adviento condensa la espiritualidad de la espera, de la cual María es también modelo para la Iglesia: «... la virgen lo esperó con inefable amor de madre, ...». Por todas estas razones litúrgicas, ampliamente comentadas en la lectura patrística del Oficio Divino, el tiempo de adviento aparece, de modo especial, como el último lapso de espera en un tiempo particularmente adaptado para celebrar el culto de la Madre del Señor; es notable el equilibrio con el que es presentada María, totalmente proyectada hacia el Hijo que espera, fiel sierva del misterio que ha sido confiado a su obediencia en la fe. TEXTO PARA UNA AMPLIACIÓN DEL TEMA MARÍA, LA VIRGEN DE LA ESPERANZA EN EL ADVIENTO (J. Castellano C.) Es el tiempo mariano por excelencia del Año Litúrgico. Así lo expresa con toda autoridad Paulo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4.

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Históricamente, la memoria de María en la liturgia nació con la primera lectura de Navidad del Evangelio de la Anunciación en aquel que con razón ha sido llamado el domingo mariano prenatalicio. Hoy el Adviento ha recuperado plenamente este sentido, con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar así: -

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Desde el primer día de Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del misterio de Cristo de parte de la Virgen de Nazareth. La Inmaculada concepción se coloca como «radical preparación a la venida del Salvador y feliz exordio de la Iglesia sin mancha y sin arruga.» (MC 3). En las ferias del 17 al 24 el protagonismo litúrgico de la Virgen queda bien caracterizado en las lecturas bíblicas, en el segundo prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre, en algunas oraciones como las del 20 de diciembre que consigna un antiguo texto del Rótulo de Ravenna, o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo, que es una epíclesis significativa que une el misterio eucarístico al del Nacimiento en un paralelismo entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.

En una bella síntesis de títulos, I. Calabuig presenta en estas pinceladas figura de la Virgen del Adviento: Es la «llena de gracia», la «bendita entre las mujeres», la «virgen», «esposa de José», la «esclava del Señor». Es la mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula en designio de Dios por la obediencia de la fe y el misterio de salvación. Es la Hija de Sión, la que representa el antiguo y el nuevo Israel.

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Es la virgen del Fiat, la Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.

En su ejemplaridad con respecto a la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia litúrgica en la palabra y en la oración, por una memoria grata de Aquél que ha transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la Navidad del mundo de hoy. En la feliz subordinación de María a Cristo y en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión, Virgen de la esperanza que anticipa el Marana tha de la Esposa, y que ha acogido efectivamente la presencia del Mesías; como Madre del Verbo encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo en el mundo y en la historia del hombre.

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