Para la década de 1980, la historia social de la emigración es decir el análisis de su flujo, sus causas, sus mecanismos y consecuencias como algo

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Introducción Durante el siglo XIX largo, hasta los inicios de la Gran Guerra en 1914, Francia ocupó en la Argentina el primer lugar como modelo cultural e intelectual de las élites dirigentes, el segundo -detrás de Gran Bretaña- en las inversiones de capital, y el tercero -después de italianos y de españoles- en la composición del flujo migratorio arribado al país. Curiosamente, si bien los dos primeros aspectos han recibido considerable investigación, la historia de la inmigración francesa en la Argentina no ha sido abordada de manera sistemática, a pesar de aportes parciales de indudable interés. Sin embargo, como lo intenta mostrar este libro, la influencia francesa en nuestro país no derivó exclusivamente de sus ideas y de sus inversiones, por importantes que fueran ambas, sino también de una presencia más silenciosa y menos evidente, contundente tanto en las cifras de los censos como en la emergencia y desarrollo de un importante y variado entramado de instituciones étnicas y comunitarias, pasando desde luego por la viva calidez de un sin número de historias individuales y familiares. La importancia de la contribución de hombres, mujeres y niños de origen francés al desarrollo argentino emerge claramente si se recuerda que casi tres de cada cien habitantes del país habían nacido en Francia hacia 1895, a lo que debe sumarse su contribución indirecta a través de los hijos nacidos en nuestro suelo. Ese peso se agiganta cuando se incluye a la Argentina en un marco comparativo más amplio ya que, como manifestaba con su habitual elegancia Émile Daireaux (1889), nuestro país albergaba hacia la década de 1880 a “la plus belle colonie" francesa del mundo, algo menor que la de los Estados Unidos en términos absolutos pero considerablemente más grande en términos proporcionales a la población total de cada país. Aunque significativas en muchos planos, las comunidades francesas del resto de América Latina apenas podían compararse con el caso argentino. Esa importancia demográfica y cualitativa desentona con lo que François Weil (2002) ha calificado con justeza como la “indiferencia historiográfica” hacia la emigración francesa, fenómeno visible tanto en Francia como en nuestro país, pero derivado de causas diferentes en cada caso. La ausencia de estudios sistemáticos en Francia resulta en principio más sorprendente, habida cuenta de la notable producción historiográfica de ese país y, sobre todo, de los considerables debates políticos y académicos que despertó el tema entre los contemporáneos del flujo migratorio. La emigración del siglo XIX constituyó en efecto un amplio terreno de indagaciones y polémicas –es decir un objeto de amplia legitimidad intelectual y política- que concitó la pluma de ensayistas, científicos y administradores estatales preocupados por los efectos –benéficos o perjudiciales, según las interpretaciones en pugna- que la salida de emigrantes tenía sobre el crecimiento de la población francesa. Tras esa primera etapa, de intensa producción hasta la Primera Guerra Mundial, se asiste a un segundo ciclo, coronado por las obras de síntesis de los años cuarenta del estadístico Henri Bunle (1943) y, sobre todo, del historiador Louis Chevalier (1947). Como lo sugiere Weil, la interpretación del célebre autor de Classes laborieuses, classes dangereuses, según la cual la emigración francesa, a diferencia de la de sus vecinos europeos, solo habría constituido una “suma de aventuras individuales”, obliteró la reflexión sobre un problema central de la historia social del Hexágono que quedó confinado a partir de entonces a algunas esporádicas producciones de interés puntual pero de escasos efectos historiográficos en términos más globales.

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Para la década de 1980, la historia social de la emigración –es decir el análisis de su flujo, sus causas, sus mecanismos y consecuencias como algo más complejo y sustantivo que una inasible y anecdótica suma de aventuras individuales- era aún un “pariente pobre” de los estudios franceses (Fohlen, 1985: 10). Ese diagnóstico, aunque certero en términos absolutos y comparativos con otros casos nacionales, pasaba por alto sin embargo la emergencia progresiva de un renovado interés por el argumento migratorio, perceptible desde los años setenta gracias a los trabajos de escala local y regional que abordaron los principales focos expulsores, como los casos alsaciano y lorenés, los emblemáticos barcelonnetes de los Alpes, los aveyroneses y los vascos y bearneses. Vistos en conjunto, estos trabajos sacaron a la luz la abundante información existente en los archivos; pusieron en duda -cuanto menos de modo implícito- la validez del marco nacional como unidad de análisis privilegiada y, sobre todo, restituyeron la necesaria articulación entre las estructuras sociales y la acción individual. Los estudios se hicieron más fecundos desde entonces, gracias a la incorporación de nuevos centros de investigación, como la Université de Pau et des Pays de l’Adour y el vasto proyecto impulsado por François Weil a partir del Centre d’Études Nord-américaines de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, pero también por el creciente interés de actores no académicos movilizados por la recuperación de la memoria local o regional y por la patrimonialización del fenómeno migratorio en aquellos lugares en que el mismo había tenido un carácter masivo. Sería sin duda injusto y desproporcionado, sin embargo, endilgar a Chevalier el haber eclipsado una producción hasta entonces sustantiva o el haber torcido el rumbo de un área temática llamada a un supuesto destino manifiesto. Otros factores, sin duda más importantes, influyeron en la marginalidad del argumento emigratorio en el Hexágono. En primer lugar, la debilidad numérica de la emigración francesa cuando se la compara con la de otros países europeos del período, sea mediterráneos, como España o Italia, sea septentrionales como las islas británicas. En segundo término, y en estrecha relación con lo anterior, la temprana caída de la mortalidad y de la natalidad que liberó a Francia de los excedentes de población que padecían sus vecinos y la convirtió, también tempranamente, en un país receptor de inmigrantes. Aunque verdaderas, estas constataciones, tributarias de la conocida tesis del excepcionalismo demográfico francés, eclipsaron erróneamente la visualización de un fenómeno significativo de la historia gala, tanto por su importancia social y demográfica en la escala regional –y, en coyunturas específicas, también nacional-, como por el hecho de que la emigración del Hexágono permitía poner de manifiesto, precisamente, el parentesco y las especificidades relativas del caso francés en el marco europeo del que formaba parte. Más allá de lo anterior, el desinterés por el tema emigratorio derivó también del duradero predominio temporal de la escuela de demografía histórica francesa y de su método estrella, la reconstrucción de familias desarrollada por Louis Henry. La concentración casi exclusiva en la baja de la fecundidad y en las familias estables, dos rasgos propios de ese método, dejó de lado los movimientos migratorios, tanto internos como internacionales, contribuyendo a la ficción de una población de escasa movilidad. Ello es perceptible tanto en las pocas páginas consagradas por Henry a las migraciones –un fenómeno perturbador por excelencia- como en la cuasi total ausencia de la emigración en la monumental historia de la población francesa de Jacques Dupâquier (1988), obra cúlmine de esa tradición de investigación. Por último, la historiografía francesa –en mayor medida que otras del viejo continente- se abocó a la construcción de la historia del Estado-Nación olvidando a aquellos cuya partida los había colocado fuera

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del marco nacional. No casualmente el argumento migratorio –e incluso el término mismo de “emigración”- se limitó durante mucho tiempo a aquellos que por su disidencia religiosa o ideológica podían ser visualizados en tanto actores políticos, como el medio millón de protestantes emigrados tras la revocación del Edicto de Nantes en 1685 y los 300.000 nobles que huyeron de la Revolución entre 1789 y 1795. Del lado argentino, el interés en el estudio de la influencia francesa en las más variadas manifestaciones culturales e intelectuales –desde la gastronomía hasta la arquitectura, pasando por la pintura, la literatura, las artes en general y, más recientemente, los modelos de las instituciones estatales- llevó a extrapolar, casi siempre de modo implícito, esas características a la vasta masa de inmigrantes franceses que llegaron al país. La importancia de las inversiones de capital y de las empresas francesas actuó en el mismo sentido, dando lugar a la imagen de un inmigrante de alta calificación intelectual y laboral, radicalmente distinto de sus compañeros de ruta del sur de Europa. Ello llevó a homologar su suerte y su integración en la sociedad argentina con la de otros grupos de asimilación más lenta y difícil, como los británicos y alemanes. Los trabajos escritos por miembros de la propia comunidad abonaron parcialmente esas interpretaciones al proponer una narrativa basada, esencialmente, en la enumeración de los aportes y contribuciones de sus grandes hombres a la sociedad argentina, rasgo por cierto común a todos los relatos comunitarios. Aunque válida como todo esfuerzo intelectual, esa mirada hagiográfica y “desde arriba”, deriva rápidamente en una sumatoria de biografías de los inmigrantes más exitosos y calificados que, sin proponérselo, resulta tributaria de la imagen del flujo como una “suma de aventuras individuales”. La producción académica, por su parte, se concentró en los grupos mayoritarios –en particular italianos y, más recientemente, españoles- o en grupos que, por su distancia cultural o religiosa con la sociedad de recepción –como los judíos, los alemanes del Volga, los británicos, los daneses, etc.- aparecían como dotados de mayor visibilidad. La menor disponibilidad de fuentes sobre la inmigración temprana, durante la cual tuvo lugar una parte sustantiva del ciclo migratorio francés, contribuyó en el mismo sentido. oOo Como toda indagación, el presente libro se enmarca en un conjunto de debates historiográficos que definieron tanto los problemas y los conceptos como las estrategias metodológicas para abordarlos, aunque por razones de claridad expositiva no se detiene de modo particular en esos aspectos sino en los resultados. Más allá de las discusiones específicas que jalonan cada capítulo, la línea directriz de la investigación se orientó al análisis de las formas, tiempos e intensidades de la integración de los franceses en la sociedad argentina, a partir de los conceptos, indicadores y argumentos de las teorías del Crisol de Razas o Melting Pot y el Pluralismo Cultural. No se trata desde luego de desarrollar aquí, con particular detalle, los alcances de ambas escuelas historiográficas, sobre las que existe por otra parte una abundante reflexión académica (una síntesis reciente en Devoto et al., 2003), sino más simplemente recordar brevemente sus principales planteos. Mientras que la teoría del Crisol de Razas, formulada por el sociólogo Gino Germani en los años años sesenta, postuló que la sociedad argentina de la inmigración de masas se caracterizó por una rápida integración o fusión de todos los grupos arribados al país, el Pluralismo Cultural, influenciado por la new urban history y la ehtnic history norteamericanas, sostuvo en cambio que los migrantes tendieron a preservar su cultura de origen y a crear o recrear, según el caso, un amplio conjunto de instituciones en el país de

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recepción. El entramado institucional resultante, fruto inequívoco de la acción de dirigencias étnicas particularmente dinámicas y emprendedoras, sumado a la continuidad de los rasgos culturales de la madre patria, habría dado lugar a comunidades que cobijaron, tanto material como simbólicamente, a los migrantes. Si bien ello no habría impedido su progresiva integración, la emergencia de esos universos culturales habría hecho de la sociedad argentina un complejo mosaico de culturas, cuya integración –siempre relativa y provisoria- habría requerido para cada comunidad mucho más tiempo que la fusión, más o menos automática y armónica, del esquema germaniano. La contraposición entre ambas teorías derivaba tanto de los climas de época en los que se inscribieron sus autores como de las influencias disciplinarias que infundaron sus esquemas analíticos y, de modo muy evidente, también del tipo de fuentes y de archivos a los que recurrieron. Más allá de inevitables simplificaciones y excesos interpretativos, propios de debates partisanos que vehiculizaban también concepciones más globales y profundas sobre la historia y la sociedad argentinas, ambas corrientes aportaron un considerable caudal de elementos teóricos, metodológicos e interpretativos de los que trata de dar cuenta, parcialmente y en la medida de su pertinencia, este libro. Como toda indagación sobre un fenómeno complejo y de duración más que secular, la reconstrucción que aquí se propone debió afrontar límites y recortes, que conviene clarificar al lector. En primer lugar, los derivados de las fuentes utilizadas que, a pesar de su cantidad y variedad, cubren mal la vastedad del período aquí enfocado. En segundo lugar, la escasez de estudios monográficos sobre los franceses llegados a nuestro país. Parangonando al quehacer arqueológico, la ausencia de estudios de casos nos ha obligado a definir la estructura general del fósil a partir de la siempre limitada proporción de huesos hallados, tarea a veces obvia, pero en ocasiones arriesgada. Los límites de las fuentes, por su parte, exigen una precisión suplementaria. En los archivos franceses, que constituyen la parte más substantiva de nuestra indagación, existe abundante y variada información cuantitativa y cualitativa -sobre todo diplomática pero también de otra índole. Sin embargo, y a pesar de la repatriación de los archivos de los consulados franceses en el exterior a Nantes no se dispone de documentación producida por las instituciones francesas en la Argentina, con la excepción de su correspondencia de carácter general. Esta falencia imposibilita la aplicación del conjunto de estrategias metodológicas que, por afán de síntesis, calificamos aquí como modelo endógeno, basado precisamente en la reconstrucción de ese tipo de registros documentales (por ejemplo, listas de socios o actas de asambleas). Como es sabido, el modelo endógeno, desembarcado en la Argentina gracias a autores norteamericanos como Samuel Baily y Mark Szuchman, ha permitido importantes avances y, junto a la teoría de redes sociales de la antropología británica, ha sido una de los pilares de la gran renovación metodológica de los estudios migratorios de de los años ochentas. Por todo ello, hemos trabajado con una estrategia alternativa, que por simple simetría calificaremos como modelo exógeno, basado en documentación que, si bien no suministra información interna de las propias instituciones, se acerca en cambio a la lógica del relevamiento total de las mismas, propia de las encuestas generales. En este punto se destacan sobre todo las encuestas del Ministère des Affaires Étrangères del período 1912-1950, que permiten asimismo un acercamiento estadístico. El último aspecto mencionado –la recurrencia a la cuantificación- exige también precisiones, innecesarias en un pasado no muy lejano. Como se verá a lo largo del libro, un punto esencial de nuestra perspectiva es la introducción del concepto de núcleo étnico, definido como la proporción de personas que dentro de un colectivo estadístico

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indiferenciado (en este caso, la abstracta categoría de “población de origen francés”) forma parte efectiva de la comunidad migratoria. A diferencia de los enfoques tradicionales, la comunidad migratoria es aquí un elemento a probar y no un dato a priori, justificado por la simple presencia de personas del mismo origen nacional. Esa inversión metodológica, cuya originalidad no debe exagerarse, exige acercarse al problema de la proporción de personas que forman parte de ese núcleo y que, por tal razón, pueden ser incluidas en la categoría de ethnics. Que los inmigrantes tienden a formar comunidades en los países de llegada y que una parte de ellos experimenta escasa necesidad o fascinación –cuando no una repulsión visceral- por formar parte de ellas son, desde luego, aspectos bien conocidos del sentido común y de la teoría migratoria. Lo novedoso del presente enfoque radica más bien en la voluntad de cuantificar esas proporciones, no por el afán quantofrénico del placer de las cifras (que, al igual que otras formas de placer, acaso merezca cierto respeto) sino porque las mismas permiten reconstruir referentes empíricos de base para abordar los problemas en términos históricos y espaciales, dos dimensiones básicas de cualquier estudio de ciencias sociales. Parafraseando a Fredrik Barth en su célebre análisis de los grupos étnicos (1995: 221), al mostrar “la estructura cualitativa (y, en lo ideal, cuantitativa) de los nichos ocupados por un grupo, no se puede dejar de lado los problemas de número y de equilibrio que actúan sobre su adaptación”. Otra obvia ventaja inherente a la cuantificación consiste en su voluntad de incluir a la totalidad de las poblaciones en juego para lograr una mayor representatividad de los resultados y evitar así los sesgos alcistas del modelo endógeno, confinado de ordinario a los individuos más estables y por regla general también más exitosos socialmente. La combinación de estudios de caso y la medición de los núcleos étnicos permiten asimismo esbozar modelos regionales de integración gracias a la comparación sistemática de períodos y de espacios y recuperar la perspectiva macro-analítica en momentos en que los estudios de carácter micro parecen haber encontrado algunos límites significativos. Sin negar los invalorables aportes de los enfoques monográficos, partimos de la convicción de que esos límites desaconsejan la fijación exclusiva en los estudios de caso y alientan al uso de pluralidad de escalas de análisis (desde luego, micro pero también macro y meso analíticas), mediante lo que Nancy Green (1990) ha llamado comparación divergente que consiste en el análisis de un mismo grupo étnico en distintos espacios de inserción que, en nuestro caso, son intra nacionales. Los resultados obtenidos a partir de la medición del núcleo étnico, que aquí reducimos a indicadores estadísticos de muy fácil comprensión, resultan además complementarios de otras mediciones clásicas de la sociología migratoria, como la segregación espacial o la integración matrimonial y –como toda medida a la que se le preste algo de atención – constituyen insumos básicos para la formulación y para la refutación de hipótesis. La medición del núcleo étnico busca subsanar en suma uno de los defectos habituales del Pluralismo Cultural: la focalización casi exclusiva en los inmigrantes que forman parte del entramado comunitario, decisión metodológica que –de modo previsible- tiende a probar los hallazgos de esa teoría, como lo ilustra la metáfora de la “cápsula étnica” utilizada por Hilda Sábato (1989). Como se verá en las páginas que siguen, el intento de romper la cápsula étnica y de acercarse, aunque sea de modo indirecto a los refractarios del orden comunitario no invalida necesariamente las tesis del Pluralismo pero permite matizarlas más adecuadamente en términos históricos y espaciales. El texto recorre un arco temporal amplio cuyos límites se justifican fácilmente. Si bien hubo franceses durante el período colonial, fue a partir de la década de 1830 que su presencia devino lo suficientemente significativa como para permitir la emergencia

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de una comunidad. El cierre de la indagación –la década de 1950- es en principio menos obvio ya que el flujo se redujo de modo notable tras la Primera Guerra Mundial. La extensión hasta mediados del siglo permite, sin embargo, incluir dos elementos importantes: los conflictos intracomunitarios derivados del enfrentamiento entre simpatizantes de la Resistencia y de la Colaboración durante la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, la crisis del entramado comunitario, aspecto por lo general poco visitado de los estudios migratorios. A diferencia de los temporales, los recortes espaciales han sido menos obvios y más complejos. Dado que el ámbito socio-espacial de las migraciones excede por regla general los límites del Estado-Nación, tanto en los países de origen como en los de destino, la indagación exigió recortes suplementarios. El más evidente de ellos es que este libro se concentra en la emigración de Francia a la Argentina, dos unidades enormes que dejan de lado otros espacios igualmente relevantes de la compleja historia atlántica del período. Ello es visible, en primer lugar, en que el Uruguay integró un mismo espacio rioplatense de recepción durante buena parte de nuestro período, por lo que su separación del caso argentino supone un recorte analítico que no tenía mayor sentido para muchos inmigrantes, cuanto menos hasta la batalla de Caseros. En el mismo sentido, la emigración francesa incluía regiones de expulsión que estuvieron a caballo de dos estados nacionales (aunque sería más pertinente decir que, en ocasiones, fue el Estado-Nación el que estuvo a caballo de ellas), como en los casos de AlsaciaLorena, de Savoya y, sobre todo, del País Vasco. La separación de los flujos vascos trans y cispirenaicos, sin embargo, es menos arbitraria de lo que podría parecer a primera vista, ya que la influencia política, económica y cultural de París y de Madrid impuso diferencias significativas entre ambas zonas. En el plano económico, mientras el país vasco español conoció una expansión importante durante la segunda mitad del siglo XIX gracias a la industrialización y a la transformación capitalista de un sector minero en estrecha conexión con el mercado británico, su homólogo francés siguió una evolución inversa, manteniéndose -salvo las fugaces tentativas de desarrollo siderúrgico entre 1855 y 1870- como una sociedad básicamente agraria. La historia política de ambas regiones, más conflictiva en el lado español debido a las guerras carlistas, y las políticas migratorias de ambos estados nacionales constituyeron otras diferencias relevantes entre ambos espacios. Por todo ello, a pesar de un innegable aire de familia, las cronologías, las proporciones, los modelos de difusión espacial y las razones de la emigración de vascos franceses y españoles no fueron iguales en ambos casos. Por último, deben tenerse presentes los enormes riesgos de extrapolar hacia el pasado una identidad vasca, es decir común a vascos franceses y españoles, que comenzó a conformarse recién en las postrimerías del siglo XIX, es decir cuando lo esencial del ciclo migratorio francés en la Argentina había concluido. Cualquiera sea el caso, esperamos que el lector sabrá ser indulgente con nuestra decisión de no cruzar el río de la Plata y de no atravesar los Pirineos. La investigación no sólo supuso recortes sino también algunas expansiones menos usuales, entre las que se destacan, en primer término, la decisión de trabajar con una definición de inmigrante acorde con el sentido sociológico del término, en vez de la reducida acepción administrativa de los arribados en segunda y tercera clase, aunque ésta guarda su pertinencia en los casos en que no resulta posible ir más allá de ese registro. Como se verá en los capítulos que siguen, la separación entre inmigrantes y otros extranjeros, propia de las fuentes oficiales, imposibilita la comprensión de fenómenos esenciales como la emergencia del tejido asociativo. En segundo lugar, y sin

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duda más importante, el libro presta especial atención a las políticas y acciones del Estado francés, tanto las relativas a los emigrantes antes de partir, como a sus derechos y obligaciones con respecto a Francia en el país de llegada. La aplicación extraterritorial de leyes (en particular las de ciudadanía y servicio militar) y las acciones simbólicas y materiales de la red diplomática y consular resultan en efecto esenciales para comprender la emergencia de la comunidad migratoria ya que, sin su inclusión, se corre el riesgo de percibirla como un producto puramente espontáneo de los inmigrantes en el nuevo medio. La importancia dada a las políticas del país de origen permite también restituir los profundos conflictos internos que atravesaron a las comunidades (desde la movilización militar durante las guerras hasta la Colaboración de Vichy), ausentes en los relatos –excesivamente armónicos- que proponen las historias escritas desde dentro del marco comunitario. La elección de una perspectiva analítica o temática, propio del enfoque sociológico y demográfico, en vez de una cronológica o narrativa nos ha llevado a reiterar informaciones relevantes para que cada capítulo pueda leerse como unidad en sí misma. Además de su eventual efecto pedagógico, esas reiteraciones evitarán al lector la consabida invitación a trasladarse, cual migrante involuntario, de un lugar a otro del texto. Como suele ocurrir, el libro no aborda todos los problemas posibles (por citar un solo ejemplo, no hay un análisis de la participación política de los migrantes, de indudable interés) ni tampoco puede cubrir con igual profundidad todos los aspectos tratados, en parte por la ausencia de documentación, en parte también por los límites del propio investigador. Al igual que en los cuadros bélicos, como el gigantesco “Napoleón en el campo de batalla de Eylau” de Antoine-Jean Gros, algunos personajes e instituciones figuran con particular detalle y color, mientras que otros –igualmente importantes en principio- aparecen a lo lejos, en la sucesión de planos en profundidad, apenas delineados o envueltos en una sospechosa bruma. Es verdad que ello es una característica constitutiva de todo relato histórico pero, por momentos, pareciera estar más presente en algunas áreas de la historia social, como los estudios migratorios. oOo La estructura del libro refleja los considerandos precedentes. El primer capítulo analiza, a escala macro social, la geografía y las causas de la emigración del Hexágono, para evitar así la imagen ex nihilo de muchas narrativas migratorias que comienzan en el puerto de Buenos Aires, y propone algunas claves interpretativas del fenómeno en relación a otras formas de movilidad de la población. Los dos capítulos siguientes focalizan su atención en las políticas de población explícitas del Estado francés relativas a la emigración (con particular referencia a la tensión que existió entre su inspiración ideológica liberal y la aplicación de medidas coercitivas) y, de manera algo más novedosa, en las políticas implícitas derivadas de la aplicación extraterritorial de las leyes de ciudadanía y de servicio militar, de importantes efectos en la integración migratoria, y en las relaciones de los inmigrantes con las instituciones consulares. El cuarto capítulo aborda el flujo migratorio en un sentido amplio (flujos de llegada y de retorno; relación entre flujos de personas, de comercio y de inversión; oleadas de exiliados, etc.), mientras que el quinto se concentra en los orígenes regionales y en los modos de gestión de los flujos (empresas de colonización, redes y cadenas migratorias, inmigrantes solitarios), concebidos éstos últimos como elementos parcialmente predictivos de las formas de inserción. Los capítulos restantes abordan secuencialmente aspectos clásicos de la

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integración migratoria. Así, el capítulo sexto analiza la inserción económica, las fracturas de la estructura social, la movilidad intrageneracional y la discusión del problemático concepto de inmigración de élite. El séptimo, por su parte, reconstruye la segregación espacial y la integración matrimonial, destacando en ambos casos el impacto de las redes sociales premigratorias, estrategia habitual de los enfoques clásicos, pero también la influencia que las formas de habitar y de contraer matrimonio tuvieron en la emergencia de nuevas redes sociales pluriétnicas. Los dos capítulos siguientes proponen una reconstrucción exhaustiva del universo de instituciones creadas por los franceses en nuestro país a partir del estudio de sus características generales, sus núcleos étnicos y los factores que posibilitaron su emergencia, su desarrollo y su posterior decadencia, tanto en el caso del complejo y rico mundo asociativo (capítulo octavo) como en las escuelas étnicas (capítulo noveno). El último capítulo constituye en cierto sentido una síntesis focalizada en las formas de acción comunitarias como el envío de fondos al país de origen, los lugares de memoria (fiestas, funerales, monumentos) y la prensa étnica, y suministra, de modo bastante más marginal dada la falta de fuentes, elementos para la comprensión de los líderes étnicos. Las conclusiones finales, sabido es, sintetizan los principales hallazgos pero proponen también una periodización general de las principales etapas de la comunidad francesa de la Argentina y de algunos problemas que se consideran más relevantes.

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