Paradigmas en la historia de las playas urbanas. Mitos, tópicos, iconos

Paradigmas en la historia de las playas urbanas. Mitos, tópicos, iconos Manuel Nóvoa DESCRIPTORES EVOLUCIÓN HISTÓRICA SCHEVENINGEN BRIGHTON MEDITERRÁN

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Paradigmas en la historia de las playas urbanas. Mitos, tópicos, iconos Manuel Nóvoa DESCRIPTORES EVOLUCIÓN HISTÓRICA SCHEVENINGEN BRIGHTON MEDITERRÁNEO NIZA LIDO BIARRITZ SAN SEBASTIÁN LA GRAND MOTTE COPACABANA BARCELONETA

Introducción Una de las cuestiones más interesantes del urbanismo de una ciudad es fijar el borde urbano. En la actualidad, el crecimiento de la ciudad se origina apoyado en una planificación, más o menos estricta, que ya no está condicionada por murallas que impidan el crecimiento, como ocurría hasta mediados del siglo XIX, y responden más a los límites geográficos, como suele ser la presencia de accidentes geográficos y en particular el borde marítimo, que impiden la expansión. En consecuencia, establece un límite que fija la frontera de los dos medios, terrestre y marino. La revolución industrial, con la introducción de la máquina de vapor, no solo promovió las ampliaciones portuarias al disponer de energía más potente, sino que muchas industrias comenzaron a emplazarse en los bordes marítimos, apoyándose en unas riberas carentes de atractivo, pues era común la apreciación social de considerar al mar como un medio pernicioso, del que había que aislarse de cualquier modo, aunque fuese colocando una infranqueable barrera de fábricas intermedias. Durante el último cuarto del siglo XX, la presencia de estas, ya obsoletas, instalaciones ha provocado en los países industrializados una nueva conciencia de recuperación, estimulada por un nuevo sentimiento de búsqueda y encuentro con el mar, motivado por una creciente cultura y disponibilidad de tiempo de ocio para el cual, el borde marítimo, cada día con más fuerza, descubrió sus valores simbólicos y se intentó su recuperación, para integrarlo al disfrute ciudadano. A la hora de abordar el diseño para la recuperación de un nuevo frente marítimo contiguo a una estructura urbana consolidada, aquél viene, en gran medida, condicionado por el entorno, pues, en ocasiones, habrá que integrar algún elemento histórico por su valor simbólico. En general se dispone de una cierta libertad para la transformación y, para conse94

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guirla, es preciso realizar lecturas con los diferentes lenguajes que se han utilizado a lo largo del tiempo y que, como referencias, permanecen en la memoria de muchos ciudadanos como iconos que han marcado diversas épocas. Ningún modelo es repetible, pues han sido el resultado de multitud de factores, climáticos, geológicos, históricos, sociales, económicos, culturales e, incluso, étnicos. De la propia generación de un modelo de tratamiento de un borde se deriva la difusión del mismo a otros lugares que, como paradigmas, han marcado la conciencia de los viajeros culturales que, a su regreso, han intentado reproducirlos con mejor o peor acierto. Buscando los inicios de los modelos y su difusión hay que adentrarse en un período de mediados del siglo XVIII en el inicio de la revolución industrial. En la curiosidad científica y viajera, que encuentra el mar como soporte, está el origen de esta aproximación al mar, que se conoce mejor, aumentando la confianza en los viajes, y su apreciación va evolucionando progresivamente a un elemento saludable, estímulo de emociones y termina siendo el medio más importante de consumo de ocio. Mientras que los habitantes de las costas del Mediterráneo septentrional estaban atemorizados por las incursiones de piratas y corsarios, dos pueblos del norte comenzaron a apreciar nuevos sentimientos y emociones por este medio del que dependían y sobre el que estaban iniciando la construcción de sus imperios: los Países Bajos, cuyos habitantes llevaban siglos desecando amplias zonas del borde marítimo para favorecer los cultivos, e Inglaterra, que, desde 1650, se iba consolidando como dueña absoluta de los mares. A mediados del siglo XVIII tiene lugar un movimiento cultural en occidente, motivado por las nuevas ideas terapéuticas que terminan atribuyendo a las aguas del mar cualidades

curativas. Comienzan a recuperarse antiguos balnearios, muchos de ellos de origen romano, que se utilizan con fines terapéuticos de curación mediante el agua mineral. Lentamente estos hábitos se fueron extendiendo a los baños fríos con aguas de mar, movimiento que, en sus orígenes, estuvo asociado a la nobleza. Iniciándose en Inglaterra, va extendiendo estos hábitos a diferentes lugares emblemáticos de la costa. Contemporáneo con esta primera tendencia de aproximación al agua con fines terapéuticos, un nuevo movimiento cultural inglés, denominado el Gran Circuito, pone en movimiento a un selecto grupo de ciudadanos que, bien a iniciativa propia, o promocionados por las sociedades científicas, recorren Europa con estancias variables que pueden sobrepasar los dos años. Estos viajes, que tienen como referencias principales París, Roma, Florencia y Nápoles, se planifican con una multiplicidad de intereses culturales analizando la geografía, botánica, historia, economía o estética de estos modelos culturales del mundo clásico. El descubrimiento del Mediterráneo, con su aparente quietud y colorido, provoca en los viajeros estancias cada vez más demoradas, e incluso llegan a construir villas con una tipología clásica. Condicionados por la inestabilidad política que provoca en la nobleza la revolución francesa, entre los años 1792 y 1815, hay un repliegue de los viajes y desvío de los mismos hacia Grecia, fuera de los ámbitos de guerra europeos. La corriente cultural del romanticismo, que perdura hasta mediados del siglo XIX, representó una nueva conciencia del mar y de sus riberas. El pensamiento romántico valora la conciencia subjetiva, la búsqueda de emociones y una violenta exaltación de sentimientos como libertad y naturaleza. Ningún medio es tan propicio para ello como la ribera del mar, donde se funden los tres elementos: tierra, aire y mar y en donde los grandes temporales desatan su imaginación ante las sublimes fuerzas de la naturaleza. Es una apreciación de los valores del litoral que individualmente se sienten en solitario y estimulan la sensibilidad. Novelistas, poetas o pintores exaltan estos valores en los que se confunde lo real con lo imaginario, exaltando los sentimientos. Escritores como Byron, Víctor Hugo, Walter Scot, o pintores como Turner, Constable o Goya, muestran estas tendencias que lentamente se van difundiendo. A mediados del siglo XIX, con la facilidad de acceso a la costa que favorece la construcción del ferrocarril, comienza a producirse un cambio del uso aristocrático del litoral de largas estancias, a cortos períodos en hoteles o balnearios de una burguesía en crecimiento, ávida de alcanzar los refinamientos aristocráticos. El mar y su entorno se van transformando en espectáculo y el creciente tiempo de ocio se va llenando de actividades lúdicas, en las que los casinos comienzan a tener un protagonismo especial que atrae con fuerza a las clases nobles y adineradas, no tanto en busca de una naturaleza por descubrir, en la que el mar es una fuente inagotable de emociones, como movidas por un deseo de exhibición, en donde el casino servía como trampolín de una gloria social efímera. La denominada “Belle Époque”, que comienza con la exposición universal de París en 1870 y dura hasta la primera guerra mundial en 1914, es una época frí-

Fig. 1. El desembarco de Cleopatra en Tarso, de Claude Lorrain (1642). Paisaje portuario dominado por las obras de la antigüedad y el lejano horizonte.

Fig. 2. El palacio Ducal y la Piazzetta, de Canaleto (1735). Una de las vistas preferidas por los viajeros ingleses del siglo XVIII.

vola en la que los valores del mar están asociados al lucimiento personal, y los paseos marítimos son los escenarios con un alto componente teatral. Las descripciones que de esta visión nos han llegado en las obras de Proust o Thomas Mann, son reflejo de una época que todavía, aunque decadente, ha llegado de un modo anecdótico a nuestros días. Las dos guerras mundiales del siglo XX provocaron un fuerte revulsivo e inestabilidad en la conciencia de la sociedad occidental, y una consecuencia fue el emerger de las clases populares, ávidas de participar de los placeres burgueses, entre los que las vacaciones en el mar eran el elemento idealizado, favorecido por la proliferación de medios de comunicación accesibles a todas las clases sociales. Terminada la segunda guerra mundial y recuperada la sociedad europea de tan dramática situación, las masas emergentes, que comienzan a alcanzar una cierta independencia económica, provocan una corriente, a partir de 1960, de consumo masivo de sol y playa que ya no pueden satisfacer los selectos lugares turísticos tradicionales. Comienza a construirse masivamente en el litoral mediterráneo con nuevas ofertas, en las que los puertos deportivos tienden a desplazar los tradicionales paseos marítimos, con una estructura de comportamientos y hábitos ya muy diversificados. I.T. N.o 67. 2004

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A inicios de la década de los años ochenta del siglo XX comienza un período en el que la recuperación de los valores naturales de áreas degradadas y una creciente valoración ambiental del entorno van provocando y estimulando la reconversión de los frentes marítimos urbanos de escaso interés adecuándolos para usos ciudadanos. La consecuencia inmediata fue la transformación en lugares de nueva centralidad en las ciudades. Estas transformaciones se están llevando a cabo de un modo sistemático, casi automático, aceptadas sin crítica como actuaciones buenas en sí mismas, pues son la apertura y accesibilidad a nuevas zonas antes cerradas, con usos atractivos. Pese a su bondad, el planteamiento especulativo ha provocado con frecuencia que se perdiese el sentido histórico, y en consecuencia de significación, que es un valor esencial que debe estar implícito en la concepción de estos proyectos. Proyectar automáticamente la construcción de un paseo marítimo para mejorar el contacto ciudad-mar es apenas un aspecto de los valores culturales que, a lo largo de los doscientos cincuenta últimos años, han sido los patrones simbólicos y culturales idealizados. Intentaremos, a través de varios modelos ejemplares, mostrar aquellos elementos emblemáticos que se han transformado en paradigmas del uso y disfrute del mar y sus riberas.

Fig. 3. Playa de Scheveningen en Holanda. Cestas de barro a finales del siglo XIX.

Playa de Scheveningen El siglo de oro de la pintura holandesa es el XVII, y su apogeo lo alcanza a mediados del siglo con la pintura de paisajes, entre los que aparece frecuentemente la playa de Scheveningen, que toma una significación simbólica tanto por lo que representan los Países Bajos como por la proximidad de la playa con La Haya. Los Países Bajos del Norte, lo que es Holanda, situada en unas zonas casi deltaicas de la desembocadura de los ríos Mosa y Rin, fue un país que siempre se apoyó en el mar para su desarrollo, tanto desecando amplias porciones de mar para crear tierras de cultivo, como poniéndole límites al mar. Su propia constitución es una lucha continua con el mar, al que se le respeta y combate con nobleza. En segundo lugar, el mar es soporte de sus embarcaciones, que cruzan los mares en un intenso comercio, que da como fruto una abundante riqueza que contribuye al progreso de la burguesía localizada en el entorno del puerto natural de Ámsterdam. La capital política fue La Haya, hermosa ciudad próxima al mar, del que solo la separaban unas dunas; y en un paseo de menos de tres kilómetros, se llega a la playa de mar abierto en Scheveningen, donde se podía apreciar toda la grandiosidad del mar sin correr riesgos. Todas las grandes capitales, por cuestiones defensivas, estaban situadas en el interior, conectadas a través de ríos con el mar, por lo que las playas quedaban tan alejadas que resultaban inaccesibles. A través de las pinturas de los pintores holandeses se va plasmando la lucha del hombre con el mar, y el paisaje de la playa y la inmensidad del mar dan un toque de emoción que el espectador siente en la contemplación respetuosa del mar abierto dominado por las fuerzas de los elementos. 96

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Fig. 4. Playa de Scheveningen de la Haya (1990).

Durante el siglo XVIII, Holanda es considerada como un modelo de buen gobierno, y los viajeros ingleses y franceses incluyen la visita a La Haya dentro de su itinerario. Casi siempre utilizaban la alternativa de acercarse a contemplar el mar desde el paseo de Stranweg, que, situado sobre la duna, permite deleitarse paseando y contemplando la inmensidad del mar y regresar a la ciudad. En el año 1885 se construyó el lujoso edificio de Kurhaus, con un lujoso casino. Un pantalán frente al mismo permite adentrarse en el mar y, en su extremo, una torre que se eleva a 45 metros, permite contemplar desde esta atalaya la gran extensión de este país casi plano. La apertura de las ciudades europeas a mediados del siglo XIX, al tirar las murallas que las defendían, posibilitó la ocupación del litoral, estimulado la cultura de la talasoterapia. Con esta generalización, la singularidad de esta playa dejó de ser elemento de referencia. Diderot, en su visita a la playa, manifestó en 1775: “El espectáculo del océano a flor de tierra os estremecerá y hará soñar”.

Brigthon y la aproximación al mar Durante los primeros años del siglo XVIII, los médicos, que proponen los baños terapéuticos para el tratamiento de enfermedades, lo que desencadenó inicialmente el termalismo, avanzan en sus investigaciones planteando, dentro del movimiento higienista, los baños de agua fría, el rechazo de la ciudad y la búsqueda de las riberas. Los doctores Smollet, que

fue el apóstol de la hidroterapia del baño frío, y Richard Rousell, como gran difusor del valor del agua salada, al considerar que la sal impide la podredumbre de las aguas, la corrupción de los cuerpos y, en consecuencia, “disipa los humores viciados de las glándulas”, fueron los grandes impulsores. A partir de 1732 comienzan a prescribirse los baños de mar, y en 1735 ya aparecen las cabinas de baños con ruedas. Las playas de Scarborough y Brigthon reciben los primeros bañistas, y con ellos nace la necesidad de construir instalaciones para albergarlos y entretenerlos, pues están dirigidas a las clases aristocráticas. Sobre el año 1750 comienzan a tomar identidad las estaciones balnearias inglesas. Junto con los valores terapéuticos, se desarrollan estímulos, como una naciente estimación estética de la ribera, en la que se produce un fuerte componente emocional al percibir el infinito océano. Con los relatos de viajes, ya no se considera el mar como algo terrorífico y desconocido, sino que se enmarca en un espacio finito con límites estimados. Las primitivas actividades terapéuticas adquieren en Brighton un componente lúdico, con una creciente valoración de la naturaleza marina, apreciada por la alta sociedad inglesa, transformándose desde mediados de siglo en el principal centro para tomar baños de mar. Desde 1750 Brighton representa el papel de segunda capital de Gran Bretaña. En 1815, el que luego sería el rey Jorge V encargó al arquitecto John Nash la construcción allí de un suntuoso palacio oriental denominado “Royal Pavilion”, que se transformaría en el emblema de la ciudad marítima balnearia. A partir de 1810, en las estaciones balnearias de importancia se pone de moda la construcción de paseos y malecones en el borde del mar o de la playa que enfatizan la idea de escenario donde la alta clase social puede mostrarse. Se construyen muelles en la playa para que este grupo social pueda embarcarse en sus “yachting” para realizar excursiones marítimas. En 1821 comienza a edificarse el “Chain Pier”, un pantalán que se adentra en el mar y que provoca en el visitante la emoción de estar en un barco. A partir de 1866 esta construcción se llena de instalaciones y pabellones para el uso local con salas de juego. Otro segundo pantalán, construido en 1899, fue el “Palace Pier”. Este clásico muelle victoriano constituyó una referencia internacional. Con la llegada del ferrocarril en 1840, la afluencia de visitantes de clases más bajas fue provocando la pérdida de la élite, pero continuó hasta la actualidad siendo la playa preferida por los habitantes de Londres, y modelo de vida social desde el año 1750. En los veraneantes domina el placer estético de las vistas sobre el mar, recibir la brisa marina y afrontar las olas desde la seguridad del paseo. Entre los años 1822 y 1828, se había iniciado un proceso de saneamiento y acondicionamiento del borde marítimo, al tiempo que aparece una majestuosa arquitectura ribereña. El paseo marítimo tiene unas tres millas, y entre las lujosas villas y la playa se sitúan explanadas y terrazas que impresionan al viajero. Brighton deja de ser residencia real sobre 1850, lo que coincide con la llegada masiva de turistas que limitaron la privacidad que había tenido la clase aristocrática durante el

Fig. 5. Vista del “Chain Pier” o “West Pier”. Quedó destruido por un temporal e incendio el 29 de diciembre de 2002. El “Palace Pier” fue un modelo que se imitó en numerosas villas balnearias.

siglo precedente. A partir de 1850 el baño terapéutico da paso al baño de mar, y el placer del baño será una de las características que determinarán el uso futuro de las playas. La presencia de la familia real fue, en este tipo de ciudades balnearios, el elemento catalizador de su desarrollo, y este modelo se extendió por todas las cortes europeas durante el siglo XIX. A semejanza de Brigthon y al otro lado del Canal de la Mancha, los franceses construyeron, próxima al Le Havre, la ciudad balnearia de Deauville, en donde se centraban las excursiones marítimas de los habitantes de París.

Niza y el “Promenade des Anglais” Niza, situada en el borde norte del Mediterráneo, con su Paseo de los Ingleses, fue durante más de un siglo el paradigma de las ciudades marítimas en las que la presencia del mar determinó toda su estructura urbana y su forma de vida. Sirvió de ejemplo a multitud de otras ciudades costeras para abrir su contacto con el mar. Cuando los aristócratas ingleses llegan a Niza dentro del Gran Circuito, esta pequeña población pertenecía al reino italiano de Saboya, cuya capital era Turín. La bondad de su clima y la belleza del paisaje estimuló a muchos de estos ingleses, atraídos también por prestigiosos doctores, como el famoso Smollet, a pasar largos períodos en Niza, que se puso de moda tanto por la tasaloterapia como por la estancia de reposo. En 1730 se inicia la llegada de ingleses, y en el año 1784-5 se estima que son más de 300 los ingleses que pasan largas estancias para curar sus enfermedades. Después de la Revolución francesa, se reanudan las visitas a la ciudad, a partir de 1815, de ingleses, alemanes, italianos y rusos, que residen en Niza o Cannes de noviembre a mayo. En el año 1822 uno de estos invernantes ingleses, el reverendo Lewis Way, tuvo la idea de construir un camino a lo largo del mar, entre la desembocadura del río Paillon y la Croix de Marbre. Se reunieron fondos entre la colonia británica, y se trazó un camino de unos dos metros de anchura, que fue un elemento importante sobre el que se articuló el Plan Regulador de 1832, con el que comienza a planificarse la transformación urbana. Este paseo comenzó a denominarse por los naturales como “Camin dei Inglés”. I.T. N.o 67. 2004

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Fig. 6. Niza. “Promenade des Anglais”. Escaparate hacia el Mediterráneo (finales del s. XIX). Fuente:Graff, Philippe, L’exception urbane. Nice: de la Renaissance au Consigli d’Ornato, 1996.

Se prevé remodelarlo ampliándolo en varias secciones: una de tres metros, contigua a la fachada de edificios, seguida de una calzada de 10 metros y, al lado del mar, un paseo de 12 metros, apoyado sobre un muro de piedra construido sobre la arena. Sin embargo, el proyecto que realmente se construye lo proyecta el arquitecto François Aune en 1854, con una anchura total de 30 metros, de los cuales 15 metros situados al borde del mar eran destinados para paseo dominando la playa, y otros 15 metros para calzada y aceras. Se reservaban otros siete metros entre las fachadas y la vía. Este paseo planificado por el “Consiglio d’Ornato” alcanzó su reconocimiento definitivo, medio siglo más tarde, durante la “Belle Époque”. A partir de 1840 las antiguas villas situadas frente al mar comienzan a ser sustituidas por hoteles. En el año 1860, después de que Napoleón III hubiera contribuido a la reunificación italiana, la ciudad de Niza fue objeto de intercambio y pasó a pertenecer a Francia, después de ser aceptado en un referéndum popular. A partir de este año, Niza se va convirtiendo en la capital de invierno de Europa, donde pasa largas temporadas la nobleza europea. Con la llegada del ferrocarril en 1864 la ciudad queda perfectamente comunicada con Europa. El incremento de visitantes es vertiginoso, y así, en 1887, se contabilizan 22.000 invernantes, y en 1914 ya alcanzaban los 150.000. Desde 1860 a 1920 Niza pasa a ser símbolo de la opulencia de la Belle Époque. En el año 1887, el escritor Stephen Liegerard escribió un libro titulado La Costa Azul que popularizó este nombre. 98

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Fig. 7. Niza. “Promenade des Anglais”. 2003.

Las construcciones hoteleras toman como modelo el Gran Hotel, situado en el “boulevard des Capuchines” de París, construido en 1864 y que tuvo un enorme éxito como modelo de futuras instalaciones de este tipo. Hoteles como el Excelsior Regina (1895), el Negresco o el Riviera Palace van a ser símbolos de eclecticismo arquitectónico que se imitarán en las ciudades marítimas. El paseo de Niza, con la anexión a Francia, pasa a denominarse “Promenade des Anglais”. A partir de 1860 se plantan palmeras y esta imagen va a simbolizar el paradigma del espacioso paseo marítimo, abierto a la amplia bahía de Anges.

Otro elemento simbólico de Niza fue el denominado Casino de Jetée, emplazado sobre un pantalán unido al “Promenade des Anglais”. Inicialmente fue construido por el ingeniero inglés James Brunles sobre una estructura de madera que ardió en 1883, antes de su entrada en funcionamiento. La nueva estructura, metálica, se inauguró en 1891 y, hasta que fue destruido en 1943, fue un elemento emblemático de la ciudad, a imitación del “Chain Pier” de Brigthon, y con idénticas significaciones. A partir de 1830 se van imponiendo, frente al paseo de los ingleses, los inmuebles residenciales, y en 1931 se remodela el paseo tal como llega a la actualidad. Quedaba elevado unos tres metros sobre la playa y con una anchura que oscila entre 50 y 55 metros, de los cuales el paseo peatonal que bordea la playa tiene una anchura de 13 metros, le siguen 27 metros entre calzadas y mediana, cuatro metros de acera y hasta 11 metros de jardín privado frente a las edificaciones. El “Promenade des Anglais” quedaría como un icono indisoluble de un nuevo modo de vivir, frívolo y mundano, cuya representación alcanzó su máxima expresión durante la “Belle Époque”, simbolizada por la alegría de vivir, y que tuvo como máxima representación París, como Ciudad de las Luces, y Niza, como Capital de Invierno de Europa. El final de esta época dorada de clase aristocrática coincide con la primera guerra mundial de 1914, con la que se despierta de esta lujosa fantasía. Durante el año 1931, por influencia de los turistas norteamericanos, los hoteles abren sus puertas durante el verano, dando acogida a artistas y financieros. Poco más tarde, gracias a las incipientes vacaciones pagadas para obreros cualificados y baja burguesía, atraídos por el simbolismo de la Costa Azul, comienza el turismo de masas. A la sombra de Niza otras ciudades de la Costa Azul, como Cannes o Mónaco, repiten el modelo de un turismo centrado durante el día en el paseo al borde del mar y por la noche en unos casinos en los que muy pocos habituales jugadores se jugaban millones. Isadora Duncan o la Bella Otero dejaron en sus paseos o en los tapetes un aroma de fascinación. El “todo París” deseaba ser visto en Niza y, como decía Arturo Young, “la vista sobre el mar es hermosa y para que se pueda gozar de ella de modo perfecto emergió una admirable disposición que no vi en ninguna parte”. El boulevard de la Croisett de Cannes, con sus características palmeras, se construyó en el año 1870. A finales del siglo XIX este disfrute del Mediterráneo en Niza había perdido el carácter de “ciudad de la salud” para serlo de fantasía, en donde la planta más característica de los paseos pasa a ser la palmera, que, con su valor exótico, era el símbolo de la eterna primavera.

La transformación en una ciudad balnearia tiene sus orígenes en el año 1818, en el que se construyen los primeros balnearios, y entre los años 1830 y 1840 comienzan a aparecer los aristócratas ingleses y franceses. La primera villa de recreo se construye en 1841. Después de la primera guerra carlista comienza a instalarse la nobleza española, a partir de 1835. La gran popularidad la alcanza en el período 1860-70, cuando veranea la española Eugenia de Montijo, esposa del emperador Napoleón III, que construye una suntuosa residencia, pues de este modo estaba más próxima a su familia que en San Sebastián. Su popularidad a principios del siglo XX la pone en evidencia la existencia de dos grandes casinos que ocupan los espacios de los antiguos balnearios. La aristocracia va abandonando la ciudad a partir de 1945, en que entra en un período de recesión. A partir de 1950 ya se satura el territorio municipal, extendiéndose la ocupación hacia el municipio contiguo de Argelet. La característica fundamental de la ciudad balneario de Biarritz es que continúa disponiendo de grandes mansiones y que conserva la calidad del paisaje, al tener un litoral escarpado. La construcción de terrazas y malecones contribuye a facilitar la contemplación de la naturaleza y a la exhibición de las clases distinguidas. Tres magníficas playas, paseos marítimos y jardines situados en el promontorio rocoso de “Plateau de L’Atalaye”, le dan al frente marítimo un carácter encantador. El modelo de esta estación balneario de Biarritz es el que se adapta, con más o menos fortuna en las ciudades españolas de San Sebastián o Santander, siempre asociadas a la ocupación aristocrática durante el verano.

Biarritz

San Sebastián

Situada sobre un litoral escarpado en el suroeste de Francia en el extremo de un litoral arenoso de más de 200 kilómetros desde Burdeos, Biarritz, fue desde el siglo XIX el centro de recreo más popular del golfo de Vizcaya. Durante el siglo XVIII es un pequeño núcleo de pescadores y agricultores subordinados a Bayona, que fue la capital del País Vasco-Francés. El hábito de bañarse en la playa era muy popular mucho antes de ponerse de moda los baños terapéuticos.

San Sebastián posee la playa más hermosa del mar Cantábrico. Su forma de concha está enmarcada entre los montes Igueldo y Urgull y, en la propia boca de entrada, la isla de Santa Clara protege la bahía de los temporales. Este entorno prodigioso determinó que fuese el lugar elegido por la casa real desde mediados del siglo XIX y es, sin lugar a dudas, la ciudad más representativa del veraneo histórico en la Península Ibérica.

Fig. 8. Vista de las pintorescas rocas de Biarritz.

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En 1908 se otorga una concesión al Ayuntamiento para Balneario y Ensanche del paseo. En 1912, el Ayuntamiento de San Sebastián transfiere la concesión a la sociedad La Perla del Mar Océano para construir un balneario en la playa de la Concha denominado “La Perla del Océano”, que todavía sirve de referencia visual de la playa. En este balneario, donde el turista esperaba encontrar salud y reposo, se podían tomar baños de pila y también baños de oleaje. Durante la década de los años noventa se produce una fuerte transformación en el ámbito de la playa de la Zurriola. La Dirección General de Costas reconstruye y regenera la playa y, en el lugar donde se ubicaba el casino de Kursaal, se construyó el moderno auditorio de Kursaal.

La ciudad de San Sebastián se encontraba amurallada y protegida frente a los temporales por el monte Urgull. Los baños de mar ya eran populares desde principios del siglo XIX. En 1828 hay un bando donde se fijan los horarios de baños de hombres y mujeres y las zonas de baños populares y de gente distinguida. Su popuralidad arranca con los veraneos de la reina Isabel II a mediados de siglo, pues estaba próxima la ciudad a Biarritz, donde veraneaba la española Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, que fue quien popularizó ante la nobleza europea aquel centro veraniego. Al demolerse las murallas que cerraban la ciudad comenzó a realizarse el Ensanche, a partir de 1863, y se inicia la urbanización del entorno de la playa de la Concha. En 1864 llega la vía férrea Madrid-Irún. Pero la auténtica expansión de la ciudad veraniega se produce cuando la reina regenta María Cristina de Haugsburgo veranea asiduamente en San Sebastián, a partir de 1887, y construye como residencia el palacio de Miramar (1889). Este hecho arrastró a la nobleza española, que comienza a construir lujosas villas en el entorno de la playa de Ondarreta. Su hijo Alfonso XIII continuó veraneando allí hasta el año 1930. Durante este período, fue la sede oficial del veraneo de la monarquía y, tras ella, de la burguesía. El lujoso barrio de la Concha, de estilo francés, es de principios del siglo XX, cuando se producen los grandes cambios en el entorno de la playa, con la construcción de los baños y los casinos, elementos característicos de las ciudades turísticas durante la “Belle Époque”. El primer casino, Gran Casino Cursaal, que se construye en 1887 para llenar de lujo y fantasía las noches de verano, es el actual Ayuntamiento. En 1913 se otorga otra nueva concesión para construir el nuevo casino de Kursaal. Paralizada su construcción por el inicio de la guerra mundial, es reemprendida, una vez terminada, por un grupo de empresarios vascos e inaugurado en 1922. La dictadura del general Primo de Rivera de 1923 suprime el juego en los casinos, y comienza a decrecer el atractivo de la ciudad. La significación del casino era muy importante, no tanto por llenar de fantasía las noches de la gente distinguida, sino por los beneficios que reportaba a la ciudad. Con el impuesto del 15 % sobre el juego, el Ayuntamiento pudo pagar las obras del paseo de la Concha, o de los jardines de Santa Catalina, entre otras obras.

Si alguna ciudad ha tenido una identificación total con el mar, ha sido Venecia. La simbólica ceremonia anual de los esponsales del Dux, que se desplazaba en el “Bucentauro” desde Venecia hasta el Lido para arrojar su anillo al mar, como signo de eterna posesión al tiempo que se le pedía protección, ha permanecido como la máxima identidad, con un mar al que se le teme pero que, al mismo tiempo, es la esencia del pueblo: su defensa, su riqueza y su desgracia. Venecia fue una isla situada en una laguna interior y separada del mar Adriático por una barra, o lengua de arena, conocida como Lido. Las tres aperturas que tiene esta larguísima lengua de tierra y arena, y las obras de canalización en las mismas, con grandes diques para acompañar la entrada de los barcos, aceleraron los problemas de erosión. Desde el siglo XVII se realizaron obras de defensa longitudinal en el lado del mar del Lido, conocidas como los “Murazzi”, que no evitaron la erosión sino que la desplazaron. El Lido es en la actualidad una isla de arena, de unos 12 kilómetros de largo, con una anchura máxima de cuatro kilómetros. Inicialmente dedicada a la agricultura, se fue transformando, a mediados del siglo XIX, en residencial. El azote de las pestes alcanzó singular virulencia en esta ciudad asentada sobre el agua. La epidemia conocida como Peste Negra, en el año 1348, redujo la población a la mitad. Otras importantes epidemias ocurrieron en los años 1575 y 1630. A consecuencia de esta última, los venecianos levantaron la basílica de la Salud en el Gran Canal. Estas continuas

Fig. 9. Playa de la Concha de San Sebastián. 1992.

Fig. 10. Lido de Venecia. Defensas de la costa. 1992..

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El Lido de Venecia

epidemias eran el coste que los venecianos tenían que pagar al mar, que les regalaba con su defensa frente a ataques exteriores, y era el amplio camino de su poderío naval y comercial. A inicios del siglo XIX Venecia pierde su independencia con la invasión de Napoleón. Más tarde pasó a la tutela de Austria, período que coincide con su declive económico, y en el año 1866 se incorporó al joven reino de Italia. La ciudad, que conservaba todo su patrimonio histórico sin alteración, situada en un medio poco higiénico, con un agua maloliente, entusiasma la imaginación de los escritores románticos, como Byron, Shelley, Goethe, Stendhal y otros muchos, que la ponen de moda. Estimulados por las ideas terapéuticas de mediados del siglo XIX, que resaltaban los saludables efectos de los baños de mar, y por la gran corriente turística de centroeuropa, dominada por los austriacos, comienzan a construirse las primeras instalaciones balnearias en el Lido sobre el año 1857 (establecimiento de Fisola), en el exterior de la laguna, frente al mar Adriático, limpio y atractivo. En 1872 se fundó la sociedad de baños de Adolfo Genovesi y se creó el Gran Hotel de Baños. Con el comienzo del siglo XX se inicia la expansión turística, construyéndose numerosas colonias y el Gran Hotel Excelsior (1907), que contribuye a darle al Lido la fisonomía definitiva. Su fama se acrecienta a partir de 1932 con el inicio de la “Mostra de Cine de Venecia”. La obra de Thomas Mann titulada “La muerte en Venecia” representa todo este entorno decadente y lleno de simbolismos. Continúan los problemas de los siglos anteriores de erosión en el Lido de Venecia y, últimamente, se ha optado por construir muchos espigones de madera a cota baja que se adentran en la playa, y que sirven como pasarelas para adentrarse en el mar, aunque su eficacia para recuperar la playa es escasa. La imagen del Lido de Venecia y sus establecimientos balnearios ha sido el modelo que han imitado otros centros turísticos italianos, como son Rimini, también en el mar Adriático, o Viarreggio, en el mar Tirreno. La ocupación con instalaciones para baño es tan abusiva, que no es posible disponer de paseos marítimos (lungomare) que permitan el paseo y la contemplación del mar.

La “Grand Motte” y el turismo de masas Una vez recuperada económicamente Europa después de la segunda guerra mundial se producen, como ya ocurría en Estados Unidos, grandes movimientos temporales de la población como consecuencia de las vacaciones pagadas, que alcanzaban a capas crecientes de la población, y que se denominan globalmente como turismo. Facilitado por los crecientes modos de transporte individual o colectivo, en la década de los años sesenta del siglo XX se produce todo un movimiento social y cultural que aproxima durante el verano la población a la costa. Los modelos existentes de ciudades con playas urbanas no podían dar cabida a tanto nuevo usuario, y las ciudades balnearias tradicionales, como Niza y otros ejemplos del sur de Francia, basadas en el hotel, balneario y casino, eran demasiado elitistas y minoritarias.

Fig. 11. La Grand Motte. 1987.

De un modo planificado, el gobierno francés comenzó a estudiar planes de desarrollo de ámbito regional, y uno de ellos fue el de la costa de Languedoc-Roussillon, en donde se planteó un nuevo modelo de urbanización del litoral cuyo paradigma fue la “Grande Motte”, próxima a Montpellier. Planteados dentro de un amplio programa de ordenación de un entorno de claros valores medioambientales, y motivados por la preocupación de evitar la especulación del territorio, a partir de 1963 se comienza a adquirir terrenos para emplazar futuros centros vacacionales situados al borde del mar, en terrenos bajos y, en ocasiones, insalubres. Apoyándose en la facilidad de acceso desde las grandes vías de comunicación del Sur de Francia, Juan Balladur concibió y dirigió como arquitecto jefe un importante trabajo de análisis funcional y formal. Partía de la hipótesis de homogeneización de las vacaciones de la clase media, estableciendo las relaciones con los elementos naturales en que están situados. Funcionalmente se plantea como una ciudad autosuficiente, con una estructura urbana totalmente jerarquizada, dotada de todos los elementos y servicios para hacer plácida la estancia. Los servicios urbanos que plantea engloban los nuevos usos, como centro de congresos, mercados, iglesia, terrenos de deportes, terrazas e incluso establecimientos escolares. Desde el aspecto formal, se produce un cambio sustancial con relación al mar. Se abandona la idea del paseo marítimo como articulación del espacio urbano. Los edificios emblemáticos y los inmuebles ya no se emplazan frente al mar. Se construyen grandes edificios piramidales aislados, pero no en posición frontal de cara al mar, para no privilegiar unos edificios en relación a otros muchos más bajos, todos ellos residenciales. El paseo deja de tener un valor emblemático y se transforma en una nueva transición entre la extensa playa y la urbanización. Se potencia la práctica de ejercicios físicos, reduciendo el carácter de exhibición social que tenían a principios de siglo. Un elemento que integra todo este conjunto es el puerto deportivo interior, alrededor del cual se ubican parte de los grandes edificios piramidales. El puerto pasa a ser una gran plaza pública en donde se fondean las embarcaciones deportivas, y está rodeado de terrazas y restaurantes, con posibilidades alternativas y complementarias a las de la propia playa. I.T. N.o 67. 2004

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El modelo de la “Grand Motte” como una ciudad pensada y proyectada globalmente para dar alternativas al ocio, fue imitado en otras actuaciones similares, casi siempre con menor fortuna, en el entorno del Mediterráneo, como fueron Marina-Baie-des-Anges o Port Grimaud. Este modelo es el que se imita en grandes urbanizaciones de España en la Costa Brava, como fueron Santa Margarita o Ampuriabrava, construidas contemporáneamente, en torno al año 1970, coincidiendo con la idea de ciudades totalmente planificadas como fueron Brasilia o Chandigarh.

Playa de Copacabana A partir del año 1970, la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, se transformó en su icono mundial de exotismo y modernidad. Situada en un medio natural paradisíaco, su entorno es una síntesis de la rápida evolución de una cultura centrada en el mar y la playa. En Río se realizaron dos importantes proyectos de tratamiento del borde marítimo, La avenida Beira-Mar, construida en 1905, a semejanza del “Promenade des Anglais” de Niza, por iniciativa del ingeniero Pereira Passos, y la urbanización de un relleno en la bahía, de 1,2 millones de metros cuadrados, que fue el denominado “Aterro do Flamengo”. Es a finales de la década de los años sesenta, cuando la ciudad se ve despojada de la capitalidad de Brasil, al trasladarse a la nueva y moderna Brasilia, cuando la ciudad, bajo la administración de Carlos Lacerda, aborda una intensa campaña de transformación urbanística, y una de las actuaciones más simbólicas fue la remodelación de la playa de Copacabana. En ella se habían cometido los errores típicos de toda urbanización especulativa: la ocupación abusiva con grandes edificios en las dunas durante la década de los años cuarenta y la falta de un programa colectivo de saneamiento. Esto provocó que la situación real de la playa fuera inestable, por la escasez de arena, llegando los temporales a las viviendas, y la falta de higiene, por los numerosos vertidos. Bajo la dirección del ingeniero Paolo Soares, se procedió a construir un gran colector interceptador a lo largo de los 4,2 kilómetros entre el borde urbano y la playa. El problema esencial que se presentaba para la recuperación ambiental de la playa era su reducida anchura, de unos 55 metros. Se propuso ampliarla hasta una anchura mí-

Fig. 12. Paseo de la playa de Copacabana. 1970

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nima de 155 metros, ya que con esta protección se podía resolver el problema del impacto de los temporales y disponer de espacio para construir una avenida entre la playa y frente urbano. Después de numerosos estudios y ensayos con modelos, se optó por realizar una regeneración artificial aportando 3,5 millones de metros cúbicos de arena procedente del fondo marino y transportada hasta la playa mediante grandes dragas de succión de arrastre. Fue una obra ambiciosa y una de las primeras que se hizo a gran escala, a nivel mundial. En esta playa regenerada, y sobre el colector, se proyectó la avenida Atlántica. Esta avenida, de 80 metros de anchura, conocida popularmente como “calzadão”, está compuesta por una amplia acera contigua a los edificios, aparcamiento, calzada con tres carriles, ancha mediana, nueva calzada con tres carriles y amplio paseo marítimo contiguo y al nivel de la playa. El tratamiento paisajístico fue diseñado por el arquitecto Burle Marx. Las “amendoeiras” y los “oitis” compiten con las palmeras, que en este entorno no son elementos exóticos sino naturales del clima tropical. Este conjunto de gran avenida y amplia playa dotada de cómodos equipamientos pasó a ser una referencia mundial, con el añadido de otras culturales, como son la “caipirinha”, las mulatas y la cadencia musical de la bossa-nova. Fue la imagen de ensueño de los años setenta.

La Barceloneta en Barcelona Una de las ciudades marítimas donde la transformación de su frente ha sido más radical e intensivo ha sido, sin lugar a dudas, Barcelona. De vivir la ciudad de espaldas al mar, no como metáfora sino como una realidad evidente, dado que había llegado a tal degradación el frente marítimo que era imposible su acceso, bien por la presencia del puerto, o por los asentamientos industriales que, con el tiempo, fueron quedando obsoletos, con motivo del efecto catalizador de los juegos olímpicos de 1992, durante los quince últimos años, con una euforia urbanística sin precedentes, se recuperó no un sector del frente marítimo sino su totalidad, lo que constituyó una referencia mundial sin precedentes. El tramo de frente marítimo de Barcelona comprendido entre la desembocadura del río Besòs al este y la montaña de Montjuïc al oeste, es un largo frente litoral de 9,16 kilóme-

Fig. 13. Paseo Marítimo de la Barceloneta en Barcelona.

tros. El primer sector que se recuperó para uso ciudadano fue el situado a levante del puerto de Barcelona, de 4,66 kilómetros, que engloba los distritos de la Barceloneta y Poble Nou. La recuperación de este sector se realizó catalizada por los Juegos Olímpicos de 1992, y se crearon cinco kilómetros de playas, con aportación de 1,5 millones de metros cúbicos de arena de procedencia marítima, y se construyeron diversos tramos de los paseos marítimos en el borde litoral. Entre ellos, el de la Barceloneta tuvo un especial relieve; comentaremos su significación. Después del primer acceso de la ciudad al puerto en el año 1982 a través del muelle de la Muralla, fue durante el período 1992 a 2003 cuando la Autoridad Portuaria de Barcelona procedió radicalmente a la apertura del puerto antiguo, o “port vell”, a la ciudad. De este modo se posibilitó que a lo largo de un frente marítimo de tres kilómetros pueda el ciudadano acceder libremente, bien a lo largo de paseos señalizados, utilizando los centros de ocio que se instalaron en los antiguas instalaciones portuarias, o recreando espacios nuevos, una vez que se conectó a través de una singular pasarela las populares Ramblas con el corazón del “Port Vell”. El tercer sector recuperado fue el oriental, situado a la margen derecha del río Besòs. En este sector se ha finalizado la urbanización con vistas a celebrar el Fórum 2004, en el que se pretende realizar un encuentro o reflexión internacional sobre las culturas. El frente marítimo entre la Riera de Horta y el río Besòs tiene una longitud de 1,5 kilómetros. La reciente actuación municipal significó la recuperación de todo este frente marino, que pasó de un uso industrial residual a urbano de playas, puerto y esparcimiento, frente a un Mediterráneo no siempre apacible pero sí camino de culturas. Este complejo litoral fue transformado en dos ocasiones por el hombre, una primera con la revolución industrial, que provocó su desnaturalización, y la reciente, intentando recuperar los valores naturales o, al menos, recrear un paisaje que pueda portar el mensaje del mar y su disfrute. Los procesos antropogénicos han sido continuos, y éstos, como todo en la vida, pueden contribuir a empeorar o mejorar los parámetros que se establecen de calidad de vida. La degradación y desnaturalización de grandes tramos de playa, junto con el urbanismo desordenado y caótico de los años setenta, impulsó a la Administración española a la pro-

mulgación de la Ley 28/1988 de Costas, con el fin de recuperar el dominio público marítimo, limitando el uso privativo y favoreciendo el uso público, de modo que el acceso y disfrute de las playa fuese público y gratuito. El proceso de recuperación administrativa de la playa de la Barceloneta fue arduo y complejo hasta el año 1996. Las instalaciones balnearias fueron caducadas, por haber transcurrido el plazo máximo de ocupación, que era de 99 años, máxime cuando la talasoterapia resultaba una actividad caduca y decadente frente a la nueva cultura social que combina el sol, deporte y natación. Se liberaron de ocupaciones, recuperando 30.000 metros cuadrados de playa, y quedó expedita la conexión de la Barceloneta con la playa a través de un tratamiento de borde adecuado a las nuevas exigencias de relación del ciudadano con el mar. Dentro de la tensión originada por la dura recuperación de la playa por los múltiples intereses particulares, se aceleró la motivación de realizar un proyecto que englobase todos los intereses, enfatizando aquellos aspectos que pudiesen ejemplarizar el modelo de transformación cumpliendo los tres objetivos básicos: formal, funcional y simbólico. En su aspecto formal se planteó para que fuese un elemento de conexión de la ciudad con la playa sin barreras y, para conseguirlo, se construyó al mismo nivel del barrio con la playa. En su aspecto funcional, más que como charnela de conexión, se planteó como ágora o plaza pública, lugar de encuentro, en donde la orientación del paseo tiene un tratamiento secundario. En cuanto a su aspecto simbólico, se planteó como un elemento lúdico para contemplar y estar en contacto con el mar, lo que es la identidad de este tradicional barrio marinero. Se tiraron las barreras visuales y arquitectónicas y un nuevo modelo de conexión urbana de la ciudad con el mar fue posible. El paseo marítimo de la Barceloneta supera el concepto de mirador mediterráneo, suprime toda clase de viales y recrea un espacio exterior urbano con obras de decoración y ajardinamiento, resultando una admirable modificación del paisaje exterior urbano con una nueva e integradora relación con el mar. ■

Manuel Nóvoa Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Jefe de la Demarcación de Costas en Cataluña Ministerio de Medio Ambiente

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