Personalidades hablan del Che CARTA ABIERTA A ERNESTO CHE GUEVARA. Frei Betto. Querido Che:

Personalidades hablan del Che CARTA ABIERTA A ERNESTO CHE GUEVARA Frei Betto Querido Che: Ya han pasado cuarenta años desde que la CIA te asesinó en

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Ernesto Che Guevara
Guerrilla argentina. Revolucionario marxista. Lider guerrillero. Militar cubano. Fidel Castro. Sociedad comunista

Ernesto Che Guevara
Guerrilla argentina. Militar cubano. Fidel Castro. Revolucionario

ERNESTO "CHE" GUEVARA
ERNESTO "CHE" GUEVARA Foto de Alberto Korda Más conocido como el Che (Argentina, 1928-Bolivia, 1967), político, guerrillero, escritor y médico argent

Ernesto Che Guevara, economista
Ernesto Che Guevara, economista Por Marcelo Luna La letra che Su obra escrita contiene varios artículos periodísticos, discursos y conferencias en d

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Personalidades hablan del Che CARTA ABIERTA A ERNESTO CHE GUEVARA Frei Betto

Querido Che: Ya han pasado cuarenta años desde que la CIA te asesinó en la selva de Bolivia, el 8 de octubre de 1967. Tenías entonces 39 años. Pensaban tus verdugos que, al meterte balas en tu cuerpo, después de haberte capturado vivo, condenarían al olvido tu memoria. Ignoraban que, al contrario de los egoístas, los altruistas nunca mueren. Los sueños libertarios no quedan confinados en jaulas cual pájaros domesticados. La estrella de tu boina brilla más fuerte, la fuerza de tus ojos guía a generaciones por las rutas de la justicia, tu semblante sereno y firme inspira confianza a quienes combaten por la libertad. Tu espíritu trasciende las fronteras de Argentina, de Cuba y de Bolivia y, cual llama ardiente, inflama aún hoy el corazón de muchos revolucionarios. En estos cuarenta años ha habido cambios radicales. Cayó el muro de Berlín y sepultó al socialismo europeo. Muchos de nosotros sólo ahora comprenden tu osadía al señalar, en Argel en 1962, las grietas en las murallas del Kremlin, que nos parecían tan sólidas. La historia es un río veloz que no ahorra obstáculos. El socialismo europeo trató de detener las aguas del río con el burocratismo, el autoritarismo, la incapacidad para llevar a la vida cotidiana el avance tecnológico derivado de la carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad economicista que no hincaba sus raíces en la educación subjetiva de los sujetos históricos: los trabajadores. Quién sabe si la historia del socialismo no sería distinta hoy si hubieran prestado oído a tus palabras: "El Estado se equivoca a veces. Cuando sucede una de esas equivocaciones se percibe una disminución del entusiasmo colectivo debido a una reducción cuantitativa de cada uno de los elementos que lo forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes: es el momento de rectificar". Che, muchos de tus recelos se han confirmado a lo largo de estos años y han contribuido al fracaso de nuestros movimientos de liberación. No te escuchamos lo suficiente. Desde África, en 1965, le escribiste a Carlos Quijano, del periódico Marcha de Montevideo: "Déjeme decirle, aún a costa de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por sentimientos de amor. Es imposible pensar en un auténtico revolucionario sin esta cualidad".

Esta advertencia coincide con lo que el apóstol Juan, exiliado en la isla de Patmos, escribió en el Apocalipsis hace dos mil años, en nombre del Señor, a la Iglesia de Éfeso: "Conozco tu conducta, el esfuerzo y la perseverancia. Sé que no soportas a los malos. Aparecieron algunos diciendo que eran apóstoles. Tú los probaste y descubriste que no lo eran. Eran mentirosos. Ustedes han sido perseverantes. Sufrieron por causa de mi nombre y no se desanimaron. Pero hay una cosa que repruebo en ti: abandonaste el primer amor" (2, 2-4). Algunos de nosotros, Che, abandonaron el amor a los pobres, que hoy se multiplican en la Patria Grande latinoamericana y en el mundo. Dejaron de guiarse por grandes sentimientos de amor para ser absorbidos por estériles disputas partidarias y, a veces, hacen de los amigos, enemigos, y de los verdaderos enemigos, aliados. Corroídos por la vanidad y por la disputa de espacios políticos, ya no tienen el corazón encendido por ideas de justicia. Permanecieron sordos a los clamores del pueblo, perdieron la humildad del trabajo de base y ahora cambian utopías por votos. Cuando el amor se enfría el entusiasmo se apaga y la dedicación se retrae. La causa como pasión desaparece, como el romance entre una pareja que ya no se ama. Lo que era 'nuestro' resuena como 'mío' y las seducciones del capitalismo reblandecen los principios, cambian los valores y si todavía proseguimos en la lucha es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación que la ética del servicio. Tu corazón, Che, latía al ritmo de todos los pueblos oprimidos y expoliados. Peregrinaste desde Argentina a Guatemala, de Guatemala a México, de México a Cuba, de Cuba al Congo, del Congo a Bolivia. Todo el tiempo saliste de ti mismo, encendido de amor, que en tu vida se traducía en liberación. Por eso podías afirmar con autoridad que "es preciso tener una gran dosis de humanidad, de sentido de justicia y de verdad, para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Es necesario luchar todos los días para que ese amor a la humanidad viva se transforme en hechos concretos, en gestos que sirvan de ejemplo, de movilización". Cuántas veces, Che, nuestra dosis de humanidad se ha resecado, calcinada por dogmatismos que nos hincharon de certezas y nos dejaron vacíos de sensibilidad para con los dramas de los condenados de la Tierra. Cuántas veces nuestro sentido de justicia se perdió en escolasticismos fríos que proferían sentencias implacables y proclamaban juicios infamantes. Cuántas veces nuestro sentido de verdad cristalizó en el ejercicio de autoridad, sin que correspondiésemos a los anhelos de quienes sueñan con un trozo de pan, de tierra y de alegría. Tú nos enseñaste un día que el ser humano es el "actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad". Y que éste no es "un producto acabado. Los defectos del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que emprender un continuo trabajo para

erradicarlos". Quizá nos ha faltado destacar con más énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, los anhelos espirituales. Con tu agudo sentido crítico cuidaste de advertirnos que "el socialismo es joven y tiene errores. Los revolucionarios carecen muchas veces de conocimientos y de la audacia intelectual necesarios para enfrentar la tarea del desarrollo del hombre nuevo por métodos distintos de los convencionales, pues los métodos convencionales sufren la influencia de la sociedad que los creó". A pesar de tantas derrotas y errores, hemos tenido conquistas importantes a lo largo de estos cuarenta años. Los movimientos populares han irrumpido en todo el Continente. Hoy en muchos países están mejor organizados los campesinos, las mujeres, los obreros, los indios y los negros. Entre los cristianos, una parte significativa ha optado por los pobres y engendró la Teología de la Liberación. Hemos sacado considerables lecciones de las guerrillas urbanas de los años 60; de la breve gestión popular de Salvador Allende; del gobierno democrático de Maurice Bishop, en Granada, masacrado por las tropas de los Estados Unidos; de la ascensión y la caída de la Revolución Sandinista; de la lucha del pueblo de El Salvador. En México los zapatistas de Chiapas ponen al desnudo la política neoliberal y se propaga por América Latina la primavera democrática, con los electores repudiando a las viejas oligarquías y eligiendo a aquellos que son a su imagen y semejanza: Lula, Chávez, Morales, Correa, Ortega, etc. Falta mucho por hacer, querido Che. Pero conservamos con cariño tus herencias mayores: el espíritu internacionalista y la revolución cubana. Una y otra cosa se presentan hoy como un solo símbolo. Comandada por Fidel, la Revolución cubana resiste al bloqueo imperialista, la caída de la Unión Soviética, la carencia de petróleo, los medios de comunicación que pretenden satanizarla. Resiste con toda su riqueza de amor y de humor, salsa y merengue, defensa de la patria y valoración de la vida. Atenta a tu voz, ella desencadena un proceso de rectificación, consciente de los errores cometidos y empeñada, a pesar de las dificultades actuales, en hacer realidad el sueño de una sociedad donde la libertad de uno sea la condición de justicia del otro. Desde donde estás, Che, bendícenos a todos nosotros los que comulgamos en tus ideales y tus esperanzas. Bendice también a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión en su propio beneficio. Bendice a los que tienen vergüenza de confesarse de izquierda y de declararse socialistas. Bendice a los dirigentes políticos que, una vez destituidos de sus cargos, nunca más visitaron una favela ni apoyaron una movilización. Bendice a las mujeres que, en casa, descubrieron que sus compañeros eran lo contrario de lo que ostentaban fuera, y también a los hombres que luchan por vencer el machismo que los domina. Bendícenos a todos nosotros los que, ante tanta miseria que siega vidas humanas, sabemos que no nos queda otra vocación más que la de convertir corazones y mentes, revolucionar sociedades y continentes. Sobre todo bendícenos para que, todos los días, estemos motivados por grandes sentimientos de amor, de modo que podamos recoger el fruto del hombre y la mujer nuevos. Frei Betto es escritor, autor de "La mosca azul. Reflexiones sobre el poder",

entre otros libros. Traducción de J.L.Burguet Las citas del Che tienen como fuente el texto El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en "Ernesto Che Guevara, escritos y discursos", Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp.253-272 QUIÉN ES FREI BETTO El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 53 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso. En dos ocasiones- en 1985 y en el 2005- fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. Asesor de movimientos sociales como las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 45 años. En los años 2003 y 2004 fue asesor especial del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva y coordinador de Movilización Social del Programa Hambre Cero. Fuente: http://www.defensahumanidad.cult.cu/artic.php?item=3480

Breve meditación sobre un retrato de Che Guevara Por JOSÉ SARAMAGO No importa qué retrato. Uno cualquiera: serio, sonriendo, arma en mano, con Fidel o sin Fidel, diciendo un discurso en las Naciones Unidas, o muerto, con el torso desnudo y ojos entreabiertos, como si del otro lado de la vida todavía quisiera acompañar el rastro del mundo que tuvo que dejar, como si no se resignase a ignorar para siempre los caminos de las infinitas criaturas que estaban por nacer. Sobre cada una de estas imágenes se podría reflexionar profusamente, de un modo lírico o de un modo dramático, con la objetividad prosaica del historiador o simplemente como quien se dispone a hablar del amigo que descubre haber perdido porque no lo llegó a conocer... Al Portugal infeliz y amordazado de Salazar y de Caetano llegó un día el retrato clandestino de Ernesto Che Guevara, el más célebre de todos, aquel hecho con manchas fuertes de negro y rojo, que se convirtió en la imagen universal de los sueños revolucionarios del mundo, promesa de victorias a tal punto

fértiles que nunca habrían de degenerar en rutinas ni en escepticismos, antes darían lugar a otros muchos triunfos, el del bien sobre el mal, el de lo justo sobre lo inicuo, el de la libertad sobre la necesidad. Enmarcado o fijo a la pared por medios precarios, ese retrato estuvo presente en debates políticos apasionados en la tierra portuguesa, exaltó argumentos, atenuó desánimos, arrulló esperanzas. Fue visto como un Cristo que hubiese descendido de la cruz para descrucificar a la humanidad, como un ser dotado de poderes absolutos que fuera capaz de extraer de una piedra el agua con que se mataría toda la sed, y de transformar esa misma agua en el vino con que se bebería el esplendor de la vida. Y todo esto era cierto porque el retrato de Che Guevara fue, a los ojos de millones de personas, el retrato de la dignidad suprema del ser humano. Pero fue también usado como adorno incongruente en muchas casas de la pequeña y de la media burguesía intelectual portuguesa, para cuyos integrantes las ideologías políticas de afirmación socialista no pasaban de un mero capricho coyuntural, forma supuestamente arriesgada de ocupar ocios mentales, frivolidad mundana que no pudo resistir al primer choque de la realidad, cuando los hechos vinieron a exigir el cumplimiento de las palabras. Entonces, el retrato del Che Guevara, testimonio, primero, de tantos inflamados anuncios de compromiso y de acción futura, juez, ahora, del miedo encubierto, de la renuncia cobarde o de la traición abierta, fue retirado de las paredes, escondido, en la mejor hipótesis, en el fondo de un armario, o radicalmente destruido, como se quisiera hacer con algo que hubiese sido motivo de vergüenza. Una de las lecciones políticas más instructivas, en los tiempos de hoy, sería saber lo que piensan de sí mismos esos millares y millares de hombres y mujeres que en todo el mundo tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecera de la cama, o en frente de la mesa de trabajo, o en la sala donde recibían a los amigos, y que ahora sonríen por haber creído o fingido creer. Algunos dirían que la vida cambió, que Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo perder la nuestra, y por tanto era inútil echarse a llorar, como un niño a quien se le ha derramado la leche. Otros confesarían que se dejaron envolver por una moda del tiempo, la misma que hizo crecer barbas y alargar las melenas, como si la revolución fuera una cuestión de peluqueros. Los más honestos reconocerían que el corazón les duele, que sienten en él el movimiento perpetuo de un remordimiento, como si su verdadera vida hubiese suspendido el curso y ahora les preguntase, obsesivamente, adónde piensan ir sin ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que dé algún sentido al presente. Che Guevara, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Che Guevara, si tal se puede afirmar, continuó existiendo después de haber muerto. Porque Che Guevara es sólo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos despertar para conocer y conocemos, para agregar el paso humilde de cada uno al camino de todos. Traducción del portugués por Dominica Diez Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

CHE Por RAÚL ROA La última vez que hablé con Che fue unos días antes de que emproara quijotescamente hacia otras tierras del mundo que requerían su brazo, su pensamiento y su corazón. Departimos sobre variados temas y, especialmente, en torno a su reciente viaje por África y Asia y a su comparecencia en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cada palabra suya efundía luz ardiente y un extraño júbilo asomaba a sus ojos inquietos y penetrantes. Mientras sorbía con moroso deleite el humo aromático de su tabaco, manoseaba la boina negra en que resplandecía la estrella obtenida a punta de arrestos, abnegaciones y hazañas. De súbito, se puso en pie y, con un efusivo apretón de manos, me dijo, a guisa de despedida: «Mañana salgo para Oriente a cortar caña un mes.» «Eh, ¿no vienes con nosotros?» «No; esta vez no.» Y, con su aire sencillo, su andar característico y su respiración cortada, se marchó saludando a cuantos le salieron al paso en el jardín del Ministerio. Fue ésa la última vez que hablé con Che. Pero no podía sospechar que sería, asimismo, la última vez que lo viera. Supe, después, dónde estaba, y, aunque morir peleando es gaje del oficio de guerrillero, tampoco dudé de verlo retomar vivo y triunfante, como entró en La Habana al frente de su columna invasora, tras desafiar rigores, asechanzas y peligros. No sólo lo creía invencible, sino, además, invulnerable, como me ocurre con Fidel. Hombre excepcionalmente dotado para las más nobles y arduas empresas, siempre pensé que sería también excepcional el destino de un revolucionario que aún tenía mucho que hacer en el mundo. Su siembra en los surcos heridos de nuestra América entre el follaje caliente de la selva y el frío fulgor de la montaña- me sorprendió en las Naciones Unidas y me dejó anonadado. Horas tan amargas como ésas he padecido pocas veces en mi vida revolucionaria. Puedo enumerarlas: las subsiguientes a la muerte de Julio Antonio Mella, de Rubén Martínez Villena, de Antonio Guiteras, de Pablo de la Torriente Brau y de Camilo Cienfuegos, combatientes de vanguardia desaparecidos a mitad de jornada. En cuanto a la prematura caída de Che, me resistí a admitirla en tanto Fidel no la confirmó en el más acongojado y enhiesto discurso que yo haya oído. Y no sólo percibí entonces la magnitud de su significación para el pueblo cubano y los pueblos a que se había generosamente ofrendado, sino también me percaté de la hondura insondable del desgarramiento que entrañaba para sus familiares, amigos y compañeros. Conocí a Che durante mi destierro en México, una noche en que fue a visitar a su compatriota Ricardo Rojo. Acababa de llegar de Guatemala, donde había ejercitado adversamente sus primeras armas revolucionarias y antimperialistas. Aún le obsedía el recuerdo pugnaz de la batalla trunca.

Parecía y era muy joven. Su imagen se me clavó en la retina: inteligencia lúcida, palidez ascética, respiración asmática, frente protuberante, cabellera tupida, talante seco, mentón enérgico, ademán sereno, mirada inquisitiva, pensamiento afilado, palabra reposada, sensorio vibrante, risa clara y como una irradiación de sueños magnos nimbándole la figura. Empezaba a trabajar a la sazón en el Departamento de Alergia del Instituto de Cardiología. La plática se trenzó alrededor de Argentina, Guatemala y Cuba y de sus problemas como problema de la América Latina. Ya Che había traspuesto el angosto horizonte de los «nacionalismos» criollos para transformarse en revolucionario continental. Nuestra América es la sobrepatria común y la lucha por su emancipación del dominio imperialista es una e indivisible. La vieja y nueva ruta de Bolívar, de San Martín, de Martí. Su conocimiento de la dramática situación imperante en Cuba y de la estrategia revolucionaria planteada por Fidel Castro con su asalto al Cuartel Moncada, lo debía, en buena medida, a sus largas conversaciones en Guatemala con Ñico López, sobreviviente de la audaz acción. El heroico episodio y la indoblegable determinación de Fidel de proseguir la contienda hasta coronarla le habían cimentado las convicciones y abierto nuevas perspectivas. Su posterior encuentro con aquél decide su total y definitiva incorporación a la Revolución Cubana, y en los anales de la historia revolucionaria se inscribe un nombre tan breve como potencialmente henchido de resonancias descomunales: Che. Y en la Sierra Maestra, primer avatar de su biografía de revolucionario sin fronteras, encontraría Che su verdadero camino, el que ya había vislumbrado confusamente en sus andanzas por la América Latina. Cronista de la epopeya que le cuenta entre sus protagonistas egregios, Che nos da su medida humana y su talla guerrillera al referir las proezas de otros y vertebrar el desarrollo de la campaña a su cargo, que rivaliza, en coraje y arrojo, con las de Antonio Maceo y Máximo Gómez. Las páginas que dedicó a la invasión simultánea de su Columna y la de Camilo Cienfuegos, figuran ya, por su lenguaje directo, sobrio y expresivo, traspasado por un sutil élan poético, como modelo en el género. Su estilo inconfundible transparenta al hombre. En el campo de la acción y de la teoría revolucionarias, el aporte de Che es sobremanera valioso por su calado y alcance: allí están, urgidos de colectarse, sus numerosos ensayos, artículos y discursos. Fue, a la par, consumado actor y teórico de la guerra de guerrillas; y, de fijo, un pensador profundo y vital que, a la luz de las peculiaridades del proceso revolucionario cubano, le insufló lozanía tonificante a la teoría marxista-leninista, aplicando sus concepciones creadoras a las múltiples y complejas tareas que se le confiaron. Entre sus méritos extraordinarios, sobresale el de haber sido uno de los arquitectos de la nueva sociedad socialista y comunista que edifica el pueblo cubano, sin darle cuartel al enemigo. Che puede mostrarse a los intelectuales del Tercer Mundo como el arquetipo del intelectual revolucionario. Y, a todos los comunistas del mundo, como un comunista de cuerpo entero y, a la vez, como la más alta expresión en nuestro tiempo del internacionalista proletario. Nada humano ni revolucionario le fue

ajeno. De ahí que sintiera, como propia, la causa revolucionaria de todos los pueblos y estuviese dispuesto a pelear y morir bajo sus banderas. Su carta de despedida a Fidel y su mensaje a la Tricontinental constituyen su más puro e incitante legado a los revolucionarios de todos los parajes, comprometidos a hacer su revolución como parte indisoluble de la revolución mundial. Y Che hizo, con sobrecogedora naturalidad, lo que predicaba, sirviéndole de epitafio sus propias palabras premonitorias, que son un acto de fe revolucionaria y una exhortación a la prosecución del combate: Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria. Y, como dijera Fidel, hablando por todos, «millones de manos inspiradas en el ejemplo del Che se extenderán para empuñar las armas». No me ha sido dable ahora escribir sobre Che lo que quisiera; lo haré pronto y largo, deteniéndome en sus hechos y sus dichos, que integran la síntesis palpitante de una de las vidas más limpias y erguidas que se recuerden y, por ende, digna de imitación cotidiana. Éste es sólo un férvido tributo de admiración, cariño y respeto al revolucionario y al hombre, cuya presencia es llama perenne en la conciencia de los humildes y explotados de la América Latina, África y Asia. La estremecedora repercusión de su holocausto anticipa su posteridad militante. Como todos los adalides revolucionarios caídos en el cumplimiento de su deber, una vida nueva -resurrecta en símbolo actuante y dirigente- se inicia para Che, personaje legendario de la revolución ya en marcha en los tres continentes que el imperialismo saquea, sojuzga y afrenta. Si, como sentencia el poeta, «deja quien lleva y vive el que ha vivido», al ser físicamente aniquilado Che deja el reservorio inagotable de sus ideas, sentimientos y virtudes. Deja, en suma, su ejemplo. Y, porque sólo «vive el que ha vivido», la presencia viva de Che será eterna en la historia y en la vida, como primavera en constante renuevo. Codo con codo seguirá a nuestro lado, fulgiendo con destellos impares su estrella de comandante del pueblo, de apóstol de la revolución comunista, de forjador de victorias que ya se presienten, como lava que hierve en el subsuelo.

El Che: hoy más que ayer Por GIANNI MINA Hace más de dos años, en noviembre de 1994, durante la manifestación en Roma contra la ley financiera que decretó el ocaso del gobierno del neoliberalista Berlusconi, no había por las calles de la capital solamente un millón de ciudadanos italianos, sino también decenas de millares de banderas y

de pancartas con la imagen de Ernesto Che Guevara, médico argentino que, después de haber participado junto a Fidel Castro en la Revolución Cubana, había intentado, entre 1966 y 1967, una sublevación en Bolivia y sucesivamente en todo el continente latinoamericano contra las dictaduras, el hambre, las democracias secuestradas, la explotación y los sufrimientos. Las mismas banderas las había hecho ondear en París un millón de estudiantes que obligaron al gobierno de Balladur a retirar y después reformar la ley sobre la escuela privada que había resquebrajado una antigua conquista libertaria, laica y democrática de la sociedad francesa. Y las mismas imágenes las había propuesto la televisión en la primavera del 95, desde Ciudad México, donde millares de estudiantes pedían el fin de las operaciones militares contra los indios mayas de Chiapas (sublevados ochenta años después de la Revolución Mexicana, aún pidiendo en vano «la tierra para los campesinos»). Los estudiantes se concentraron en la plaza del Zócalo, proponiendo no sólo la imagen, enmascarada con el pasamontañas, del sub comandante Marcos (portavoz de los rebeldes), sino centenares de banderitas con el rostro absorto del Che Guevara. Aquellas banderas, aquellos ritos, los bellísimos versos de Carlos Puebla -«de tu querida presencia, / comandante Che Guevara»- han regresado a la plaza romana de San Giovanni el Primero de Mayo del 96 para un concierto de música rock auspiciado por las tres más importantes organizaciones sindicales italianas, y en el cual participó más de medio millón de jóvenes. y el mismo escenario se ha animado en Río o en Madrid, en París o en Berlín, durante varias manifestaciones de significado social, antirracial o de rechazo a la injusticia. Evidentemente, es una elección simbólica que ha devenido sentimiento común de todos los olvidados de la tierra, o de los que sienten sus derechos ignorados o pisoteados, o que no aceptan las ofensas y las discriminaciones que se les hacen a otros seres humanos. Una elección fruto del gesto, el 9 de octubre de 1967, del sargento de los rangers bolivianos, Mario Terán, al cual se le había encargado dar el golpe de gracia al revolucionario Ernesto Guevara -capturado herido- en la escuela de La Higuera, un pueblito de Bolivia. Mario Terán había sido sacado a suerte, y la primera vez que entró en la habitación para cumplir las órdenes, se retiró turbado después de encontrarse con la mirada del Che. Después de oír las burlas de sus colegas y de darse coraje con una botella de alcohol, volvió a entrar y ultimó con una ráfaga de metralleta, disparada por la espalda, sin mirarle la cara a su víctima, al médico argentino que soñaba con la liberación de la gente como él. La orden de asesinar al guerrillero argentino había venido de Félix Rodríguez,

alias Max Gómez, entonces («terminal» de la CIA en Bolivia y aún activo recientemente en, operaciones sucias en Centro y Sudamérica. Aquella ejecución, de la cual Rodríguez se jactara con cinismo en un libro, debía resolver, en teoría, el problema de un continente. Por eso el cadáver del Che se hizo desaparecer, y después -como se ha sabido en fecha cercana, por las revelaciones del entonces capitán Mario Vargas- «destruido» por un buldózer y mezclado en una colada de alquitrán en un trecho de la autovía que el tercer batallón Pando del cuerpo militar de ingenieros comandado por el entonces teniente coronel Andrés Selich, estaba construyendo de Vallegrande a Lagunillas. Una autovía que nunca se ha terminado. Se había hecho esta cruel elección, porque se temía que la tumba del Che, en la América Latina, podía convertirse en un lugar de culto, y estaban convencidos de que hacerla desaparecer solucionaría toda subversión. Pero se sabe que se puede matar a los hombres, no las ideas. Es así que Che Guevara renace de inmediato, convirtiéndose en el símbolo de reafirmación no sólo de los oprimidos de un continente que veintisiete años después de su muerte es más indigente que entonces, sino también de todos los que en el mundo soñaban y sueñan, como él, con una sociedad más solidaria, no esclava sólo del beneficio propio, una sociedad de («hombres nuevos», como el mismo Guevara la definía. ¿Por qué ha nacido esta identificación con el Che Guevara y sus valores? ¿Y por qué se mantiene en cada esquina del mundo en que vivimos, en teoría muy alejado de las esperanzas y de los sueños de este hombre? Una mañana de octubre de 1992, después de que millares de jóvenes pero también desocupados de las villas miserias, losslums (como los definía The News, el diario de los estadounidenses en Ciudad México), habían desfilado, enarbolando retratos del Che en una manifestación organizada para recordar la masacre de estudiantes del 2 de octubre del 68 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, Oleg Darusenkov, embajador ruso en México durante la era gorbachoviana, y ahora devenido vicepresidente de Televisa, la multinacional hegemónica de la televisión para Centro y Sudamérica, trató de responder esas interrogantes: Yo creo que cada cierto tiempo debe nacer un Jesucristo, y estoy convencido de que, a su modo, Che Guevara ha sido un Jesucristo. No se sorprenda de que sea yo, ateo y exresponsable de la política, en la América Latina, del Sóviet Supremo, el que le haga esta afirmación. Es que nuestra vida, cada día, es tan angustiosa, gris, a menudo mortificada, a veces reprimida, que si de cuando en cuando no surgiese un Ernesto Che Guevara para hacemos esperar, para hacemos soñar un mundo de ideales, nuestra existencia sería un accidente demasiado miserable, casi inútil. El español de Darusenkov era perfecto, salpicado de un ligero acento caribeño. Oleg fue uno de los primeros soviéticos que trabajaron en Cuba, y el primero en colaborar con el Che en los planes de desarrollo del Ministerio de Industrias cuando en 1961, por su rigor, después de haber sido nombrado Presidente del Banco Nacional, al Che se le había confiado también el organismo más delicado para el desarrollo económico de Cuba.

La Revolución que había triunfado después de menos de cuatro años de guerra contra el dictador Fulgencio Batista había lanzado una simple reforma agraria y no se había decidido aún por el camino del socialismo. Pero habían bastado la expropiación de posesiones de algunos mafiosos y la nacionalización de algunos bienes de la United Fruit, la potente multitunacional de los Estados Unidos en la América Latina, para decretar la demonización de Cuba, el bloqueo económico (increíblemente en vigor aún en nuestros días) y favorecer quizás el inevitable acercamiento de la Revolución hacia los soviéticos. Aquella mañana Darusenkov me dijo: No sé cuánto les haya beneficiado a los cubanos aquella elección obligada, o cuánto les haya costado. Lo cierto es que han podido sobrevivir. Pero el Che también vio antes que los demás los riesgos de este matrimonio forzado, y por ello fue, desde los inicios, muy riguroso al defender orgullosamente los intereses cubanos, y quizás también crítico contra nosotros, como cuando en Argel pronunció la famosa frase según la cual si se establece cierto tipo de relaciones económicas entre los países atrasados y los socialistas, estos últimos «son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial». Su rectitud moral, sin embargo, nos conquistaba hasta cuando nuestras opiniones o nuestros intereses divergían. Es una figura, un símbolo que el capitalismo, ni ahora, que parece haber vencido, podrá borrar. Las teorías del Che sobre la guerra de guerrillas y sobre la inevitabilidad de que en la América subdesarrollada la lucha por el rescate de los pueblos fuera la lucha armada, han sido, según muchos expertos, desmentidas por la historia. Pero es legítimo dudarlo si doscientos millones de los cuatrocientos millones de latinoamericanos, veintisiete años después del paso de las ideas del Che, viven aún por debajo del umbral de la pobreza, mientras Cuba, todavía ahora, por su diversidad, por sus ideas (lo impagable y deshonesto de las tasas de intereses de la deuda externa de los países del Tercer Mundo, el rechazo al modelo único de desarrollo propuesto por los organismos internacionales, que no sólo extirpa las raíces de los pueblos, sino que no atenúa la marginación de ellos, y la esperanza y la unidad de los países latinoamericanos en nombre de Simón Bolívar), es, como en la época de Che Guevara, un fastidio, un mal ejemplo de subversión entonces armada, ahora política. Quizás Cuba, sin habérselo propuesto, paga el precio de haberse convertido, durante los años 60 y 70, en un laboratorio de nuevas ideas políticas, prerrogativa que desde siempre estaba reservada a naciones poderosas, con una gran historia a cuestas, como Inglaterra o Alemania, Francia o España, Rusia o los Estados Unidos. Nunca este papel había sido concedido a un pequeño país, por añadidura una isla del Caribe. La culpa de todo esto era de una revolución hecha por intelectuales y no sólo por guerrilleros. Quizás por esto, en una época de crisis de valores como la nuestra, la personalidad más romántica de la Revolución Cubana, Ernesto Che Guevara, es asumida como símbolo de los que no quieren alinearse a un mundo donde pocos hombres deciden por todos en nombre de un valor único,

el mercado. Versión del italiano de Alicia Llerena Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

Héroe de América Por ALEJO CARPENTIER Hablamos de América. Hablamos de Nuestra América. Cobramos conciencia de una realidad que, por vez primera, nada restringida, hacía de América una realidad en que debía pensarse en términos ecuménicos. América. Nuestra América. La de Martí. La del «amasijo de pueblos». Aquella que conoce «el desdén del vecino formidable que no la conoce», la de la masa que «quiere que la gobiernen bien» y gobierna ella misma, sacudiéndose el mal gobierno si ese gobierno de turno la lastima. Hablamos de América. Amamos esta América. Y esperábamos al hombre que, animado de una vasta y noble conciencia bolivariana, trabajara por esta América -por la América toda, no temiendo, para ello, acometer las empresas más difíciles y más peligrosas- Y hubo un hombre que, en esta segunda mitad del siglo XX, hubo de acometer la tarea que tanto esperábamos -que esperaban tantos, y tantos miles y millones de desposeídos en esta América-. Ese hombre, de dimensión universal, de mente precisa, de pensamiento tan claro como la mirada, se hizo carne y habitó entre nosotros. Habitó entre nosotros, en Cuba, habitó después en algún lugar de América para nuestra América entera, pero, más aún, para una Revolución que rebasara nuestros límites geográficos para trascender a proyecciones mayores. De ese hombre, tan querido y admirado en nuestra patria, habría de decir Fidel Castro: «No sólo lo temían viviente, pero, muerto, inspira un temor mayor... Si los imperialistas saben que un hombre puede ser eliminado físicamente, nada ni nadie puede eliminar un ejemplo semejante.» Ejemplo indestructible y que, aun destruido en la persona, en nada habrá de menguar la lucha que se lleva adelante para la liberación de la América nuestra -la auténtica, la que verdaderamente podemos llamar “nuestra” en tiempo presente. El mito, la leyenda, la conseja, la tradición trasmitida de boca en boca, lleva, a lo ancho de las tierras, en el lomo de las cordilleras, a lo largo de los ríos, el nombre del Che. Nombre de un hombre por siempre inscrito en el gran martirologio de América, que se hizo uno con la idea misma de la Revolución- y, caído, habrá de levantar nuevas energías revolucionarias en el camino donde, según últimas páginas de su diario, el paso de sus hombres

«había dejado huellas». Huellas que no se borran. Que jamás habrán de borrarse. Que quedan marcadas en el suelo del Continente entero. Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

Mensaje al hermano Por JULIO CORTÁZAR Ahora serán las palabras, las más inútiles o las más elocuentes, las que brotan de las lágrimas o de la cólera; ahora leeremos bellas imágenes sobre el fénix que renace de las cenizas, en poemas y discursos se irá fijando para siempre la imagen del Che. También estas que escribo son palabras, pero no las quiero así, no quiero ser yo quien hable de él. Pido lo imposible, lo más inmerecido, lo que me atreví a hacer una vez, cuando él vivía: pido que sea su voz la que se asome aquí, que sea su mano la que escriba estas líneas. Sé que es absurdo y que es imposible, y por eso mismo creo que él escribe esto conmigo, porque nadie supo mejor hasta qué punto lo absurdo y lo imposible serán un día la realidad de los hombres, el futuro por cuya conquista dio su joven, su maravillosa vida. Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío, de nada les habrá valido cortarte los dedos, de nada les habrá válido matarte y esconderte con sus torpes astucias. Toma, escribe: lo que me quede por decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado. Sólo así tendrá sentido seguir viviendo. Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

Pequeños, fijos, penetrantes ojos* Por HAYDEE SANTAMARÍA Fíjese, Rama, cuántos no criticaron a Che, cuántos no lo criticarán porque ellos no pueden ser Che, ve qué cosa tan pequeña, otros no lo criticarán, dirán: ¿ni él pudo? Con eso muchos creerán que se dice de él algo grande y con eso le estarán haciendo una crítica muy sutil a sus ideas, porque él sí pudo, tal vez para seguir pudiendo le faltaron hombres que no fueron junto a él porque sabían que no podían ser él, ésos son algunos, otros porque de verdad prefieren esa vida pequeña en el trajín diario y no hacer algo que puede lucir pequeño pero es grandioso aliado de la pequeñez cotidiana, por eso creo que debemos estar alertas, si no somos capaces de hacer cosas, hechos, sí tener honestidad para quienes todo lo dieron sin pedir nada, para quien teniendo

todo, historia, un pueblo que lo hizo suyo, el poder para crear cosas grandes, pero más cómodamente, hijos, «críos» como decía él, una compañera que era amada por él y que lo adoraba, ¿qué más podía pedirle a la vida? Lo que no saben los pequeños que él no le pedía nada a la vida, lo que deseaba era darle, todo lo dio y todo nos dejó. Tal vez le harán justificados monumentos en bronce, en mármol, en piedra, no sé en qué se lo harán, lo que sí sé «que algún viajero llegará al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntará dónde se come o se duerme, sino cómo se va adonde está la estatua» y allí rendirán generaciones y generaciones tributo «A todos: al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe desconocido» pero nunca tan desconocido para no rendirle ese tributo. No puedo negarle, Rama, que el dolor nos aplasta por momentos la indignación, y sabiendo que ese viajero llegará un día, allí a su estatua, cuánto diéramos por ver sus ojos abiertos, ¿por qué si tantos que nada importaría que estuvieran abiertos o cerrados porque de ninguna forma ven, podrán estar muy abiertos pero sin luz, y la luz que puedan apagarla, aunque sea por un tiempo, sabemos muy bien que otros alumbrarán, cuánto podían haber alumbrado esos, pequeños, fijos, penetrantes ojos, pero de todas maneras sabemos que alumbrarán y diremos, «Ahora es el viento, ahora es el Che peleando para siempre en el aire del mundo». *En rigor página salvada, este fragmento (con titulo escogido por la Redacción) de una carta dirigida a Ángel Rama con fecha 23 de noviembre de 1967, ocupa el lugar que a su autora le corresponde entre coprotagonistas del Che. (Copia del original se conserva en el archivo de la Casa de las Américas.) Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

Combatiendo por la libertad de la América Latina ha muerto nuestro comandante Ernesto Guevara Por ROQUE DALTON Ha sido la noticia que más nos ha golpeado el corazón en los últimos años, que más ha herido nuestros pensamientos; para nosotros, el comandante Guevara era la encarnación de lo más puro y lo más hermoso que existe en el seno de esa actividad grandiosa que nos impone nuestra época: la lucha por la liberación de la

humanidad; la profunda lección moral y política de su vida y de su muerte forma desde ahora parte inapreciable del patrimonio revolucionario de todos los pueblos del mundo. Y así su desaparición física es un hecho irreparable para el cual no debemos escatimar lágrimas de hombres y revolucionarios; la actitud fundamental a que nos obliga su actual inmortalidad histórica es la de hacermos verdaderamente dignos de su ejemplar sacrificio. Ser dignos de la vida y de la muerte del gran combatiente revolucionario, comandante Ernesto Guevara. Ésta es la consigna que debe unir a los revolucionarios latinoamericanos en el duro combate contra el enemigo común de la humanidad: el imperialismo norteamericano. Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

Irá con ellos... Por SAMUEL FEIJOO Por los altos Andes, donde se deseaba, nuestro poderoso hermano echó a andar, con los suyos, los defensores del hombre apaleado y ensangrentado de América. Entero, entregado, que nada quería para sí sino la entrega, entre los apaleados que se alzaban, andaba; andaba sus Andes americanos, en la marcha tesonera y recia. La pobre cena, el pobre lecho le bastaban. Cuando los miserables del mundo gemían por placeres, comidas, lujos, glorias fementidas, él, asqueado y fervoroso, tenía por comida el deber que sostiene para siempre, por placeres el amor al siervo innumerable, por lujo la cabaña de ramas del héroe, la única casa honrada, por gloria la necesidad del valiente que se entrega. Su gloria estaba en su sangre, la sangre de sus pueblos apaleados. Ya la tierra de la cautiva América le cubre, ya está en ella. Los puros hombres de la tierra lo levantan. Va con ellos. Y los pueblos crecerán y arrancarán sus libertades a sus verdugos, y él irá con ellos y él alcanzará la victoria y en ella se confundirá, porque va con sus pueblos victoriosos. Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

Este es el Che que conocemos Por Juan Almeida Bosque* En la velada solemne en que el comandante en jefe se dirigió al pueblo con motivo de su muerte, resumió en el discurso prácticamente todo lo que en realidad se podía destacar de los méritos y virtudes que acumulaba la extraordinaria personalidad del Guerrillero Heroico. Si aIgo pudiéramos agregar sobre los matices más relevantes del Che, no sería más que referencia de las impresiones personales que en nosotros dejó profundamente marcadas, la conducta ejemplarizante que siempre caracterizó su quehacer revolucionario y su trabajo creador. Mucho tuvo que significar para nosotros ver en los momentos más difíciles y cruciales de la lucha armada a aquel hombre sufriendo estoicamente su padecimiento de asma, sin quejarse, y sin que ello fuera obstáculo no sólo para cumplir con sus obligaciones como guerrillero, sino para lograr destacarse en muchas ocasiones por sobre nosotros. Su preocupación y comprensión hacia sus compañeros. Su sentido de la equidad, de la justeza. Su modestia y sencillez. Su constante disposición al sacrificio por los demás, por sus ideas y por sus principios. Su autodisciplina. Su carácter exigente con sus subordinados, para garantizar que cualquier misión saliera bien, comenzaba con el ejemplo de ser exigente consigo mismo. Todo esto, sin hablar de su arrojo y su valentía, lo cual Fidel ha destacado tan brillantemente. Los que tuvimos la oportunidad de convivir durante mucho tiempo con el Che, supimos aquilatar las extraordinarias fibras humanas, propias de un verdadero comunista. Despojado de cualquier forma de prejuicios, miraba a las personas con el sentimiento realmente humano de quien consagró su vida en aras de la emancipación de los hombres de la explotación imperialista; de la humillación y el sufrimiento que ellos padecen, sobre todo, en esta parte del mundo, que ocupan nuestros pueblos de la América Latina. . Muchas son las anécdotas, los hechos que sirvieron siempre para mostrar la calidad y la sensibilidad humana de este hombre. Aquella que narra el propio Che, en el pasaje que escribió sobre el ataque al Uvero. Su altísimo sentido de responsabilidad, su inteligencia, su capacidad para enfrentar las más difíciles situaciones contribuyeron decisivamente en aquel momento, a salvar la vida de todos los que fuimos heridos durante este episodio de la guerra.

Y si quisiéramos relatar su alto sentimiento para con sus compañeros, podríamos también recordar su reacción cuando tuvo que dejar al cuidado del médico militar de aquel cuartel a uno de los nuestros mortalmente herido, a Cilleros: "...me saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado. Lo sabíamos también y estuve tentado en aquel momento de depositar en su frente un beso de despedida, pero, en mí más que en nadie, significaba la sentencia de muerte para el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos momentos con la confirmación de algo de lo cual él ya tenía absoluta certeza. Me despedí, lo más cariñosamente que pude, y con enorme dolor, de los dos combatientes que quedaban en manos del enemigo". Es por todo esto que, junto a la admiración que sentimos ante sus cualidades como revolucionario, guerrero, dirigente y como persona, también ganose nuestro más profundo sentimiento de amistad, de compañerismo y hermandad. Nuestro cariño más sincero y nuestro respeto. Este es el Che que conocimos, mejor dicho, que conocemos, porque como dijera Fidel en una ocasión, de Ernesto Guevara nunca se podrá hablar en pasado. *Comandante de la Revolución, fue compañero de armas del Che en los difíciles y gloriosos días de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra

Che 1997 Por MARIO BENEDETTI

Lo han cubierto de ajiches / de pancartas de voces en los muros de agravios retroactivos de honores a destiempo lo han transformado en pieza de consumo en memoria trivial en ayer sin retorno en rabia embalsamada han decidido usarlo como epílogo como última thule de la inocencia vana como añejo arquetipo de santo o satanás y quizás han resuelto que la única forma de desprenderse de él o dejarlo al garete es vaciarlo de lumbre convertirlo en un héroe de mármol o de yeso

y por lo tanto inmóvil o mejor como mito o silueta o fantasma del pasado pisado sin embargo los ojos incerrables del che miran como si no pudieran no mirar asombrados tal vez de que el mundo no entienda que treinta años después sigue bregando dulce y tenaz por la dicha del hombre Fuente: Revista Casa de las Américas No. 206 (enero-marzo 1997)

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