Plegaria Joven al Santísimo Cristo de Gracia

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Plegaria Joven al Santísimo Cristo de Gracia 26 de Septiembre de 2013 Jaime Sánchez Fernández

Juventud, Divino Tesoro. Así titulaba un hermano de esta cofradía un artículo publicado allá por Cuaresma de este año. Y eso es precisamente lo que hoy quiero reflejar, el tesoro que las hermandades deben ser conscientes que poseen, esos grupos jóvenes que podemos ver como cada día están aún más implicados en la actividad diaria de la hermandad. Unos jóvenes que si algo les sobra son ganas de trabajar y tiempo por delante. Y es que creo que no me equivoco, si digo que la mayoría de los que estamos aquí, dedicamos gran parte de nuestro tiempo a este mundo, el mundo de la cofradías. Sin embargo, este tiempo dedicado no debería reducirse a los meses previos a la Semana Santa. Y es que el mundo de las cofradías, le pese a quien le pese, no consiste solo en la preparación anual de la estación de penitencia, sino que la actividad de éstas va mucho más allá, y queramos o no, supera el ámbito religioso. Hoy en día es un motivo de orgullo ver como los grupos jóvenes de las hermandades, en su mayoría, son cada día más numerosos, y su implicación en la actividad de la cofradía es mayor. Además, creo que es de alabar la interconexión y trabajo conjunto que existe entre todos estos grupos jóvenes, que dejando de lado absurdas envidias o disputas entre hermandades son capaces de trabajar unidos con un objetivo común, que no es otro que el de mostrar al mundo su mensaje, el mensaje de Cristo. Pero no olvidemos que la sociedad actual mayoritariamente ve a las cofradías y sobre todo la iglesia como algo arcaico y por eso en su inmensa mayoría no participa de ellas. ¿Cuáles son los motivos para que, cada día aun más, la gran parte de las personas vean a la iglesia como algo demasiado alejado de sus vidas? Pues el principal problema es la propia iglesia. Una iglesia que ha quedado demasiado anclada en costumbres que hoy en día han quedado desterradas.

Y es que la iglesia necesita abrir sus puertas a la gente, y centrarse en prohibiciones morales o sexuales no es el mejor camino. La iglesia necesita que la gente conozca su verdadero valor, el valor de esa iglesia que lleva años y años ayudando a los más necesitados más de lo que cualquier asociación, o incluso el mismo estado lo hace. Y esta debe ser la imagen que la iglesia debe dar a la gente, y no la de una institución dominada por un Dios castigador, un Dios prohibitivo y que condenará a todo aquel que no siga su doctrina. El mensaje que debe recibir el mundo es el de ese Jesús siempre dispuesto al ayudar al prójimo, y que no satisfecho con eso, fue capaz de dar su vida por nosotros. Acerquemos la iglesia a esos que la rechazan, acerquemosle y démosle a conocer a Dios, ya que no se puede tener fe en Dios si no se le conoce, y no se puede creer y amarle si es un desconocido para nosotros. Y es que las cofradías no surgen de la nada, sino del corazón de Cristo. Todo esto me hace ver, que los jóvenes, estamos en una posición privilegiada para evitar todo esto, y es que nosotros con nuestro tiempo que tenemos por delante por bandera, debemos ser aquellos que tomemos el testigo de nuestros mayores y cojamos las riendas de una sociedad que a día de hoy no nos conduce a ninguna parte. En nuestra mano está evitar, que tantas y tantas personas hoy en día, tengan que aguantar de nuevo, de un modo u otro, aquel calvario que Cristo tuvo que soportar por nosotros, que tengan que cargar con una cruz diaria, en una sociedad que los flagela, tal y como Él fue flagelado. Es por ello que los jóvenes debemos estar en la primera línea de batalla por convertir a este mundo en un mundo más justo, un mundo como el que Jesús nos quiso dejar, y en el que las ansias de poder y riqueza no hagan que la sociedad deba vivir en una lucha continua contra la injusticia. Y este cambio debe comenzar por abajo, por nosotros mismos, porque como dijo Jesús, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Así que jóvenes hermanos, gritemos como ya hacemos a los cuatro vientos y orgullosos de ello, que somos Cofrades, pero demostrémos que ser cofrade no se trata de colocarse una túnica o un costal una vez al año o trabajar en un turno de feria. Hagamos que ese privilegio que tenemos de sentirnos cofrades nos sirva para transmitir el mensaje de Dios. Hagamos de lo nuestro real, verdadero, hondo, nuestro orgullo, si no queremos ser una comparsa. Lo demás –“Madrugá”, bambalinas, “Campanilleros” y “al cielo con Ella”- no pasará de caricatura. La Semana Santa, por encima de todo, es un movimiento religioso, aunque no podemos olvidar y desechar que también es un movimiento cultural y social, muy arraigado a la religiosidad popular.

Pero por desgracia el mundo cofrade está perdiendo la religiosidad para ser cada vez más una fiesta cultural. Y es que una persona, por mucha devoción que tenga a sus titulares, si no cumple los preceptos y realiza los sacramentos de la Iglesia estará idolatrando un trozo de madera bien tallado y no lo que realmente es, la representación de la pasión y muerte de Jesucristo o el dolor o la gloria de su Madre. Lo más importante de una hermandad deben ser los fines religiosos, formativos y de obra social. Los tesoros y patrimonio que la rodean, deben ser el premio a ese compromiso de evangelización. De lo contrario, no serviría de nada la vida cofrade, ya que empezaríamos la casa por el tejado, en vez de hacerlo por los cimientos. Tengamos en cuenta, que los cimientos tienen que ser nuestra Fe y compromiso con lo que nos dice el Señor en sus Evangelios. Primero somos cristianos católicos y después, seremos cofrades. No es extraño para nadie si digo que hay personas que no participan del culto, que nunca van a las iglesias el resto del año, llega Semana Santa y ya sea por tradición familiar o porque sienten algo indescriptible ante el Cristo de su devoción, se ponen debajo de una trabajadera, pierden su anonimato bajo un antifaz, aunque seguramente, a través de los orificios de ese antifaz reflexionen y dialoguen con Cristo o con su Madre María. Porque no lo olvidemos, Cristo es aquel que viene a salvar a los desamparados, Cristo no viene a salvarnos a nosotros; nosotros, nos duela o no, no somos sus predilectos. De hecho, y como bien sabéis, es capaz de abandonarnos, para ir en busca de la oveja perdida. El poder devocional que tiene un paso en la calle, es la de evangelizar, catequizar, llevar a Cristo y a su madre, acercarlo para que lo miren incluso los más alejados y postergados por la propia iglesia.

En esta tarde, Cristo de Gracia, vine a rogarte por mi carne enferma; pero, al verte, mis ojos van y vienen de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados?

¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la cruz alzado y solo estás?

¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada, huyeron de mi todas mis dolencias. El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada. Estar aquí junto a tu imagen muerta e ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave santa de tu santa puerta”.

Comprobamos cada Semana Santa y sobre todo hemos comprobado hace escasos días con un soberbio Via Crucis Magno que el mundo cofrade es capaz de movilizar a cientos de miles de personas, y debemos aprovechar este poder que poseemos para eso, para realizar nuestra principal función que debe ser la evangelización y difusión del mensaje de Dios. A día de hoy, puedo presumir de pertenecer a una hermandad que tiene bastante claro cual debe ser su función, y cuya obra social es un ejemplo a seguir. Y es que puedo decir a boca llena, que soy un joven cofrade de la hermandad de Santísimo Cristo de Gracia. Y este hecho, que hoy en día voy transmitiendo orgulloso a todo aquel que se interesa, es algo a lo que he llegado después de una, aún corta vida, pero llena de experiencias cofrades.

Un camino recorrido que hace que mi corazón tenga trocitos repartidos por varios lugares del mundo cofrade y que como primer recuerdo me lleva a aquel tiempo en el que ya la Semana Santa era para mi la semana más esperada del año, aquella niñez en la que mi ilusión más grande era ver aparecer a ese Señor de los Reyes cada año en la plaza de San Miguel a lomos de su borriquita, bendiciendo a todos los allí presentes. Porque si, señores, yo era uno de esos fastidiosos niños, que cada Semana Santa aparecen sentados en su carrito y empujados por sus padres pidiendo paso y molestando a todos aquellos que se han peleado por conseguir ese valioso lugar en primera fila. Y ahora me pregunto ¿Qué hubiera sido de mí, si mis padres, afanados por enseñarme la belleza de ésta nuestra Semana Santa no me hubieran paseado, carrito en mano, por todos y cada uno de los rincones de nuestra ciudad? Hoy en día, cada vez que me topo con uno de estos molestos carritos, no me queda sino sonreír y pensar que una vez yo fui igual, un niño molesto a bordo de un carrito, y que de no haber sido por aquello, hoy no habría llegado al lugar desde el que os estoy hablando. Es por esto que no me cabe la menor duda al decir a los padres: ¡Llevad a los niños a contemplar la Semana Santa, enseñemosle desde pequeños a vivir lo nuestro, a contemplar esta nuestra forma de vivir la fe. Pero no esa fe guiada por modas y que solo entienda de costales de colores o de marchas de cornetas y tambores, sino la fe más pura, la fe verdadera, esa fe que se puede contemplar cada Domingo de Ramos en la cara de esos niños vestidos de hebreo, en el discurrir del Santísimo Cristo de la Salud por las calles de la Judería, o en ese oscuro y sobrecogedor caminar del Santísimo Cristo del Remedio de Ánimas. Porque como ya he dicho, este camino que mis padres comenzaron hizo que todavía siendo un niño, cada año yo ya aguardara con impaciencia a que llegara el Miércoles Santo para volver encontrarme con el que fue mi primer contacto real con la Semana Santa, que no fue otro que el Cristo de la Salud de la localidad de Dos Torres, y al que yo acompañaba cargado ilusión con mi cirio y mi hábito penitencial, el cual, siendo blanco y negro, parecía anticipar lo que sería mi destino. Una Semana Santa sencilla la de Dos Torres, una Semana Santa en la que como en tantos pueblos pequeños se puede apreciar la verdadera fe de un pueblo, en una Semana Santa sin estridencias ni adornos donde uno puede vivir de verdad el silencio sepulcral ante el paso de los santísimos titulares. Y es que uno de los principales objetivos que persiguen con perseverancia, los componentes de cada una de las cofradías y hermandades que configuran el paisaje piadoso de su Semana Santa en sus respectivas estaciones de penitencia es, sin lugar a dudas, el silencio.

Pero pasaron los años, y las circunstancias hicieron que mi próximo destino fuera una hermandad humilde, asentada en la barriada de las Palmeras. Una hermandad que con cabeza y poquito a poco ha logrado su sueño de llegar al Centro de Córdoba para que todos los cordobeses puedan contemplar lo que es el centro de su devoción, aunque para ellos eso no sea lo prioritario. Solo hay que darse un paseo por el barrio para comprobar el cariño que existe hacia la hermandad, un cariño conseguido a través de una cofradía que se desvive en su labor humanitaria y de transmisión del mensaje de Cristo y cuya salida procesional es un simple complemento a una labor que se extiende durante todo el año. Un tiempo después llegó aquel año, el año en que por primera vez pude vivir un Jueves Santo cordobés. El año en el que pude disfrutar la alegría del barrio de Poniente con la presencia en sus calles de Ntro. Padre Jesús de la Fe, o vibrar con el andar solemne de Nuestro Padre Jesús Nazareno, pero sobre todo fue el año en el que en mitad de una calle Alfaros abarrotada de gente le vi a Él. Aquel que yo solo conocía por fotos, y aquel que con su andar elegante entre nubes de incienso, me cautivó con su mirada. Con la mirada serena de aquel que murió en paz, y que me hizo sentir algo que era nuevo para mi. Era él, el Santísimo Cristo de Gracia. Fue en ese momento cuando yo supe que aquel Jueves Santo no sería para mi un Jueves Santo cualquiera, si no que sería el día en que tuve claro que quería ser uno de aquellos costaleros que cada año, llenos de devoción y cariño, mecen elegantemente tu melena. Mis comienzos en la hermandad, fueron, como los de muchos de mis actuales compañeros y amigos costaleros, debajo del Pasito de la Santa Cruz, que en dos días, como cada año, será portado por jóvenes, cuya ilusión, igual que la mía en su día, es ser en un futuro no muy lejano, un bendito costalero del Divino Esparraguero. Con todo esto, no quiero olvidar a una de las personas que hizo posible aquello y que, gracias a la cual, hoy en día estoy aquí. Una persona de las que uno se puede sentir orgulloso de ser su amigo. Una persona que, como algún día vi decir a alguien, si tuviera que elegir un molde para volver a nacer, ese molde sería el suyo.

Hoy en día, aquello que con 15 años apenas podía soñar, se ha convertido en una realidad, y no es otra cosa que, cada Jueves Santo, poder portar sobre mis hombros a ese Cristo que, repleto de serenidad y custodiado por su madre y su discípulo amado, hace vibrar a Córdoba de emoción por poder verle de nuevo repartiendo su gracia por las calles. Y es que la sensación de trabajar bajo sus trabajaderas es difícil de describir. Principalmente porque esta hermandad, y sobre todo Él, deben sentirse orgullosos de poseer una cuadrilla de costaleros que es especial y diferente a la gran mayoría. Especial porque la devoción que cada año se acumula debajo de su paso procesional es incalculable. Especial porque su cuadrilla, más que una cuadrilla de costaleros, lo es de amigos. De amigos que cada Jueves Santo, no sin esfuerzo y sacrificio, pasean a su venerado Cristo para que la Córdoba Cofrade pueda contemplarlo y después llevarlo de vuelta a ésta la que es su casa, acompañado de su propia agrupación musical, la cual, con años de muchísimo sacrificio y esfuerzo ha conseguido el que era el objetivo de aquellos chavales que sin apenas conocimientos musicales comenzaran sus ensayos hace unos años con la ilusión del que quiere cumplir su sueño, que no era otro que acompañar con sus dulces sones al señor del Alpargate. Es nuestra estación penitencial una estación repleta de sentimientos, que comienza cuando el sol empieza a oscurecer, con una salida aguardada con impaciencia por su eterno barrio del Alpargate y que a los sones de una saeta ya anticipa lo que será su final. Se suceden las marchas de sus hermanos y la plaza se despide por unas horas de ese Cristo que, imponente, crea en aquel que lo contempla un sentimiento especial y difícil de describir. Pero es necesaria esta despedida momentánea para que la Córdoba Cofrade pueda disfrutar del transcurrir de la hermandad por la estrecheces de Arroyo San Lorenzo, lugar en que poder sentir el esfuerzo de los hermanos costaleros en su trabajo callado y anónimo bajo las trabajaderas. Continua la noche, y ya con la Luna de Nisán en el cielo, sigue derramando su gracia por el centro de una ciudad que llevaba un año esperando para volver a verlo. Llega el momento de volver hacia el barrio, y llega el momento en el que con la llegada a la plaza a la que le da nombre, el tiempo se detiene y el Santísimo Cristo de Gracia se convierte en el centro del universo. La noche está a punto de culminar, y nazarenos, costaleros y agrupación musical se hacen uno. Las saetas se suceden y hacen que el día, cerrando un ciclo que se repite año a año, acabe como comenzó. El Divino Esparraguero se despide de su barrio, sus hermanos costaleros mecen su melena, y el Cristo de Gracia vuelve a su casa, donde cada día hasta el próximo año le acompañaran todos aquellos que en este magnifico día se tienen que conformar con verlo desde allí arriba. Que Dios os guarde en el Cielo.

Con cierta anhelo, pero orgullosos y satisfechos por el día vivido, los hermanos de la cofradía se funden en un abrazo, y el trabajo y los nervios de los días previos por fin se ven recompensados. Son estos abrazos junto con la emoción que produce el contemplar su mirada, lo que hacen que hoy sea yo el que hoy se siente su cautivo, los que hacen que hoy abra mi corazón y pueda reflejar abiertamente estos sentimientos. No me queda sino agradecer a todos los que hacen que esta hermandad sea un ejemplo a seguir por la gran mayoría. Porque es ésta una hermandad que te hace sentir como en casa desde el primer instante, y que hace que los momentos de trabajo duro y sacrificio se vean recompensados con la satisfacción de poder contemplar la mirada dulce y serena de aquel Cristo venido de tierras lejanas. Es mi deseo que esta plegaria pueda servir para que algunos de nosotros recapacitemos y veamos que el mundo cofrade tiene un potencial que debemos aprovechar. Que esta plegaria no sea otra cosa que, el principio de un sueño.

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