"OPINIONES Y ANÁLISIS"
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POLÍTICA E IDENTIDAD EN BOLIVIA
Primera edición, agosto 2007 D.L. Nº 4 - 1 - 1606 - 07 ©FUNDEMOS Calle Hermanos Manchego No. 2441 Teléfonos: 2440846 - 2440642 Telefax: 2433539 Casilla: 2302 Correo electrónico:
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La Paz - Bolivia
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CONTENIDO
Presentación ................................................................................. 7 IDENTIDADES ÉTNICO-CULTURALES Y POLÍTICA EN EL ALTIPLANO Rolando Sánchez Serrano ................................................................11 IDENTIDAD, POLÍTICA Y PODER EN SANTA CRUZ Helena Argirakis Jordán .................................................................59 LA CIUDADANÍA INCONCLUSA. EL ALTO: IDENTIDADES POLÍTICAS Y DEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI Carlos Hugo Laruta ..........................................................................85 ASPECTOS PROBLEMÁTICOS DE LA IDENTIDAD BOLIVIANA H. C. F. Mansilla ............................................................................ 123
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adversarios, encontrando en cada tema central de la agenda nacional la oportunidad de afirmar sus singularidades, sus prioridades y sus diferencias. El difícil avance de la Asamblea Constituyente no ha sido ajeno a esta dinámica.
PRESENTACIÓN
La política ha entrado en Bolivia en una fase nueva, en la cual las identidades desempeñan un papel fundamental. Ciertamente, a lo largo de la historia del país, ha habido identidades fuertes, algunas con base social, por ejemplo alrededor del proletariado minero, otras enraizadas en los territorios, con la creación de vigorosos movimientos regionales en el este y sur de Bolivia. Sin embargo, los observadores coinciden en que hoy las identidades sociales, étnicas, culturales o regionales juegan un papel hasta hace poco desconocido e influyen de forma decisiva en los comportamientos políticos.
El tema tiene aristas complejas porque cada individuo puede pertenecer a distintos grupos a la vez y también porque una de las características de la construcción de las identidades es reivindicar historias largas que les den una legitimidad adicional, indiscutida, a veces excluyente. Por ello, no sorprende que en muchos de los conflictos sociales y políticos, la cuestión de la identidad sea un elemento decisivo para cohesionar a los contrincantes. Fundemos acepta el desafío de ofrecer un análisis lo más desapasionado posible sobre la compleja relación entre la construcción y la afirmación de las identidades y la política, convocando a destacados especialistas. Por ello, el número 86 de la serie Opiniones y Análisis, editada desde hace más de dos décadas, se centra en este tema con cuatro artículos, que a menudo son capaces de contrariar las ideas comunes y los prejuicios.
Las identidades se construyen y Bolivia asiste a un proceso acelerado e intenso de esa construcción, a menudo con efectos de polarización sobre la vida política, económica y social. Para mencionar las más importantes, se puede citar el fortalecimiento de las identidades étnicas, en especial indígena en las tierras altas, de las regionales, en particular en Santa Cruz y en los departamentos del este y del sur, de las de clase, tanto en grupos favorecidos como populares. Estos grupos se miran con desconfianza y tienden a percibirse como
El primer texto corresponde al sociólogo Rolando Sánchez, doctor en el Colegio de México y catedrático universitario. “Identidades étnico – culturales y política en el altiplano” ofrece, después de un recorrido teórico, un análisis de la evolución del altiplano, llegando a la conclusión que sus habitantes no desean imponer una hegemonía política étnica aymara sino compartir el poder político. A continuación, la politóloga Helena Argirakis describe en “Identidad, política y poder en Santa Cruz”, la polarización del país en dos bloques, uno alrededor del movimiento popular occidental, otro de los promotores de la autonomía en las tierras bajas del este. El artículo se interesa en la
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politización de la identidad en este segundo bloque. Luego, el sociólogo y director del CIPCA La Paz Carlos Hugo Laruta, presenta en “La ciudadanía inconclusa. El Alto: identidades políticas y democracia en el siglo XXI” una historia de la construcción de identidades y de la trayectoria política de la ciudad de El Alto, convertida en uno de los principales centros de la política boliviana gracias a su acelerado crecimiento demográfico. Finalmente, el doctor H. C. F. Mansilla, profesor universitario en Europa, analiza en “Aspectos problemáticos de la identidad boliviana” los conflictos de la identidad colectiva boliviana, ofreciendo una mirada particularmente crítica de las corrientes indigenistas, desconfiadas ante los aportes de la democracia representativa.
Ivonne Fernández Weisser DIRECTORA EJECUTIVA NACIONAL DE FUNDEMOS
Hartwig Meyer-Norbisrath REPRESENTANTE DE LA FUNDACIÓN HANNS SEIDEL PARA EL MERCOSUR
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IDENTIDADES ÉTNICO-CULTURALES Y POLÍTICA EN EL ALTIPLANO
de articulación e integración sociopolítica y cultural, que los bolivianos y las bolivianas no hemos podido crear juntos. Y justamente, con el establecimiento de la Asamblea Constituyente se quiere fijar algunos núcleos institucionales de convergencia y encuentro nacional, a partir de la participación y contribución de los constituyentes que representan a los diferentes estamentos sociales y la diversidad de espacios socioterritoriales. Sin embargo, a casi un año de “funcionamiento” de dicha asamblea, se vislumbran pocos atisbos de entendimiento entre los “diferentes”, lo que más ha sobresalido es la desconfianza, la maniobra, el deseo de imposición y el enfrentamiento entre los constituyentes, donde la deseada deliberación sociopolítica se ha convertido en gritos, insultos, puñetes y chicotazos. Parece muy difícil lograr un verdadero encuentro de respeto y solidaridad entre las diferentes identidades territoriales, económicas, sociales, políticas, étnicas y culturales.
Rolando Sánchez Serrano*
No quiero que mi casa esté amurallada por todas partes, y que mis ventanas permanezcan cerradas. En cambio, quiero que las culturas de todas las tierras soplen sobre mi casa del modo más libre posible. Pero me niego a que cualquiera me patee los pies. Mahatma Gandhi
Introducción En estos primeros años del presente siglo, el país enfrenta uno de sus problemas históricos aún no resueltos desde la fundación de la república de Bolivia, que es el de la ausencia de un referente común
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Rolando Sánchez Serrano es Doctor en Ciencia Social con mención en Sociología por el Colegio de México, México D.F. Es autor de Capital social y posibilidades de desarrollo en los municipios (2007); La construcción social del poder local: actores sociales y posibilidades de generación de opciones de futuro (2005); El impulso de la dinámica social (2001); La demanda de las necesidades básicas (2001); coautor de Mallkus y alcaldes: la Ley de Participación Popular en comunidades rurales del altiplano paceño (2000); Comunidades rurales ante el cambio y la modernización: desarrollo interno y participación comunitaria frente a la evolución actual (1994); así como de ensayos sobre temas socioculturales y políticos. Es docente de Sociología en la UMSA y de cursos de maestría de Gestión del Patrimonio y Desarrollo Territorial (PRAHC-UMSS).
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De manera que, el presente ensayo versa sobre la conformación de identidades étnico-culturales y socioculturales, y su relación con el campo político, planteándose que las identidades basadas en elementos étnicos no tienen necesariamente una trascendencia política, sino más bien se orientan hacia la preservación de conocimientos y prácticas ancestrales de las poblaciones llamadas indígenas; en cambio, las identidades socioculturales tienden a extenderse hacia la dimensión política, con manifestaciones claras dentro del escenario de disputa política. Este escrito se divide en tres apartados. En el primero se hace una reflexión conceptual sobre la noción de identidad, entendiendo que la misma se configura en función a diferentes fuentes, dando lugar a la constitución de un “nosotros” y “otros”. Mientras que los diferentes aspectos que implica la identidad étnico-cultural en las poblaciones del altiplano se desarrolla en el segundo apartado. Y en el tercero, se
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exponen los componentes que envuelven la identidad sociocultural y su proyección política, donde las comunidades del altiplano y los vecinos de la ciudad de El Alto han encontrado una representación política en la figura y personalidad del actual Presidente Evo Morales. Por último se hace una breve conclusión. En cualquier caso, se espera que estas reflexiones sobre la conformación de identidades y su expresión en la dimensión política, contribuyan a la comprensión de la situación política de alta tensión que vive el país, hoy en día.
emergencia de los movimientos sociales y las posibilidades de cambio que conllevan, es cuando el poder de la identidad se expresa con más claridad, donde los actores sociales se sienten realmente comprometidos con los logros que pueden alcanzar.
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Identidad social
El concepto de identidad se ha trabajado principalmente en función de elementos de articulación intersubjetiva que han dado lugar a la conformación de grupos y colectividades sociales, que se caracterizan por una fuerte cohesión interna y una notable capacidad de acción externa, donde los participantes muestran una disposición significativa para involucrarse en las diferentes acciones. Los elementos de constitución de identidad aparecen dentro de las organizaciones sociales, en la medida que las personas consideran que los objetivos de la organización favorecen de algún modo sus intereses cotidianos y a veces sus reivindicaciones históricas; pero cuando ven que esto beneficia sólo a una parte de los miembros, la gente opta por distanciarse. Por lo mismo, es fundamental que los objetivos de la acción colectiva integren las aspiraciones de la mayoría de los miembros del grupo. Los individuos se identifican con aquello que consideran como algo suyo, y que expresa la situación socioeconómica, política o cultural en que viven. Es en relación a esto que se constituyen las colectividades sociales, religiosas, étnicas, culturales o políticas, que pueden generar movimientos sociales de reivindicación o de cambio, dependiendo de la visión histórica que tengan los actores sociales. Es decir, en la
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Respecto al asunto de los movimientos sociales1, Alain Touraine (1995) considera que éstos surgen principalmente con motivo de una acción conflictiva entre los diferentes sectores sociales que luchan por tener el control de la acción histórica, de la conducción de los procesos de cambio socio-históricos que son desatados desde la acción transformadora de los sujetos sociales. Esto significa que las relaciones establecidas en la sociedad, en términos de control de los recursos económicos, sociales y políticos, son modificados a partir de la acción de los actores movilizados, gracias al poder de la identidad que permite la cohesión del movimiento. Porque la identidad es definida por los mismos actores que promueven una organización social y una acción conjunta en busca de fortalecer sus posiciones frente a “otros”. La identidad social otorga sentido a la experiencia y acción colectiva de las organizaciones sociales y políticas que buscan alcanzar determinados propósitos y metas, pues permite que la gente se identifique con las orientaciones y modos de actuar de sus semejantes
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Sobre el tema de los movimientos sociales existen varios estudios que abordan diferentes aspectos de la acción colectiva que surge principalmente en función a una situación de conflicto entre grupos o colectividades y la posibilidad de transformación de las relaciones de poder en torno al control de los diferentes recursos de poder; véase a Neil J. Smelser, Teoría del comportamiento colectivo, Fondo de Cultura Económica, México, 1989; Sydney Tarrow, El poder en movimiento: los movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Alianza, Madrid, 1997; José Seoane (comp.), Movimientos sociales y conflicto en América Latina, OSAL – CLACSO, 2003; entre otros.
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dentro de una determinada organización social o ámbito socio-territorial demarcado precisamente en función a ciertas características más o menos comunes que condicionan la situación de las personas. De manera que, es fundamental la existencia de condiciones de articulación socioeconómica y cultural para el establecimiento de una identidad social capaz de integrar a los individuos dispersos en una organización social colectiva y en relación a los demás grupos y colectividades. Es una configuración social que se da entre “yo” y “otro”, entre “nosotros” y “ellos”; así: “Por identidad, en lo referente a los actores sociales, entiendo el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido”. (Castells, 1999: 28). Sin embargo, la identidad es más fuerte que el rol social fijado por las instituciones y organizaciones, porque aquella se configura por el proceso de autodefinición e individualización respecto a los demás actores sociales, que en su conjunto construyen un determinado sentido de identificación simbólica y cultural, lo cual permite la convergencia de los individuos dispersos hacia una dirección estratégica de carácter social y/o político. Esto tiene que ver principalmente con la constitución y sostenimiento de la identidad colectiva antes que con la identidad individual.
cristalizadas en un determinado tiempo histórico dominado y controlado por ciertos sectores sociales; en tanto la segunda forma, se refiere a la aglutinación de fuerzas de los sectores desfavorecidos por la lógica de dominación vigente, donde los actores marginados establecen trincheras de resistencia; mientras que la tercera forma de identidad tiene que ver con la definición de una posición estratégica dentro de la sociedad, en la perspectiva de impulsar una transformación de toda la estructura social. La dinámica de las identidades puede hacer una secuencia de recorrido desde la resistencia a la legitimación, pasando por el proyecto, pues las acciones de resistencia da lugar a la construcción de proyectos que podrían convertirse en una nueva hegemonía.
En la construcción de las identidades, los actores sociales recurren a elementos históricos, geográficos, institucionales, religiosos, de memoria larga, de poder político o de aspiraciones personales, dependiendo de los proyectos socio-históricos que se pretenden realizar dentro de un contexto espacial y temporal. En este sentido, Castells (1999) distingue tres formas de identidad social: identidad legitimadora, identidad de resistencia e identidad proyecto. Conforme con este autor, la primera forma de identidad se orienta principalmente a mantener y fortalecer las estructuras institucionales y relaciones de poder
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En esta línea de reflexión, las identidades sociales no son de por sí progresistas o regresivas por definición, sino que esto depende de la situación histórica en que se producen y de las metas que se trazan los actores sociales. Sin embargo, las formas de identidad de resistencia y de proyecto son las que permiten a los individuos convertirse en sujetos de transformación de estructuras sociales, en la medida en que se establecen a partir de la resistencia colectiva contra la opresión, y esto da lugar a la constitución de un actor social colectivo capaz de trastocar y subvertir las estructuras de dominación; pues: “… la construcción de la identidad es un proyecto de una vida diferente, quizás basado en una identidad oprimida, pero que se expande hacia la transformación de la sociedad como la prolongación de este proyecto de identidad…”. (Castells, 1999: 32). Asimismo, la generación de la acción colectiva no sólo obedece a las condiciones estructurales -en término de crisis del viejo ordeny a las motivaciones personales, sino responde principalmente a los procesos de construcción de un sentido social, dando lugar a la
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constitución de una identidad colectiva y su mantenimiento en el tiempo, lo cual define las expectativas y los costos de la acción conjunta a partir de la reflexión2 sobre los fines, relaciones entre actores, adopción de decisiones y manifestación de inversiones emocionales que posibilita a los individuos reconocerse como integrantes de una identidad. Esto significa que la constitución de una identidad social no es una constelación mecánica de actores que tienen una cierta similitud en lo que respecta a sus condiciones materiales y sociales, sino que es un proceso donde los individuos interactúan y se comunican en función a los fines que se trazan.
u otros referentes de adscripción social. Y es aquí donde aparece como una fuente de cohesión social la situación étnico-cultural que comparten determinados grupos o colectividades sociales, como las comunidades o nacionalidades llamadas indígenas, que han tenido un protagonismo relevante dentro del proceso sociopolítico en los últimos quince años.
Por otra parte, la identidad social se entiende como un sentimiento de pertenencia de un individuo o un grupo que se distingue respecto de los demás habitantes, pues las personas se autodefinen en relación a otras, y que además pueden formar parte de varias identidades3. En consecuencia, las identidades se pueden constituir en función de diferentes elementos: territorio, economía, política, cultura
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En el tratamiento de la acción colectiva, se considera que las personas no se adhieren por una simple imitación o reacción espontánea a los procesos de acción conjunta, sino que reflexionan acerca de los fines y medios de la acción así como sobre los posibles beneficios que pueden lograr con su participación; véase a Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, el Colegio de México, México, 1999. Y sobre la reflexividad social en la sociedad moderna actual, véase a Ulrico Beck y otros, Modernización reflexiva: Política, tradición y estética en el orden social moderno, Alianza, Madrid, 1997.
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La conformación de la identidad social se da en diferentes niveles y ámbitos de la sociedad, donde el punto de diferenciación de las identidades consiste principalmente en la distinción entre “yo” y “otro”, entre “nosotros” y “otros”, diferenciación que puede ir desde los grupos pequeños hasta las naciones; véase a Samuel Huntington, ¿Quiénes somos?: los desafíos de la identidad nacional estadounidense, Paidós, Barcelona, 2004.
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2.
Identidades étnico-culturales
Antes de entrar en la cuestión de las identidades étnicoculturales, es necesario señalar que durante la mayor parte del siglo XX, los problemas vinculados con lo étnico fueron considerados como un asunto marginal por el mundo académico de las ciencias sociales, excepto la antropología que tiene como ámbito de indagación principal a las sociedades tradicionales, pero hoy ocupan el primer plano de la teoría política y la sociología. Asimismo, el colapso del comunismo desató una oleada de nacionalismos de carácter étnicos en la Europa Oriental, cuando se creía que de los escombros del comunismo brotaría sin muchos problemas la democracia liberal, pero esto quedó arrumbado con motivo del estallido de conflictos étnicos y nacionalistas. El tema de lo étnico también ha ganado importancia como efecto del surgimiento de las movilizaciones políticas protagonizadas por las poblaciones indígenas de América Latina, principalmente. Por otra parte, hasta principios de la década de 1990, las democracias occidentales no tomaron con seriedad el problema de la diversidad etnocultural. Por lo mismo, gran parte de los trabajos sobre lo étnico, la diversidad cultural, el nacionalismo, la inmigración, el multiculturalismo, los derechos indígenas y representación grupal, aparecen en los años noventa (Taylor, 1992; Galenkamp, 1993; Kimlicka, 1995; Millar, 1997; entre otros).
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De manera que el asunto de los derechos de grupos minoritarios o de derechos indígenas recién ha sido tratado como una cuestión central entre los políticos y académicos; en una primera fase, se debatió desde un enfoque comunitarista que enfatizó la reivindicación y defensa de los derechos de las minorías y grupos etnoculturales; luego, apareció la crítica del comunitarismo desde la perspectiva liberal, planteando que la reivindicación de los derechos de las minorías afectaba las libertades individuales, aunque reconociendo la necesidad de tratar el tema dentro de la teoría liberal; y finalmente, se ha planteado que el asunto de derechos de minorías y el multiculturalismo deben ser incorporados dentro de la construcción nacional de una sociedad estatal (Kimlicka, 2003). En cualquier caso, hay una tendencia de reconocimiento de los derechos de las minorías, tanto en el campo político como el social, en la mayor parte de los países, en la perspectiva de construir un Estado multicultural.
derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas de forma pacífica y democrática, sin belicosidad y violencia estatal, haciendo que los posibles conflictos étnico-culturales se conviertan en votos de ciudadanos que contribuyan a la construcción de una democracia multicultural (Fondo Indígena, 2007). Las posibilidades de construcción de un multiculturalismo democrático se da en la relación entre el Estado y la sociedad plural, entre cultura, sociedad y política, en la medida que los que asumen el poder estatal manifiesten una voluntad política para integrar a la diversidad étnico-cultural en los procesos socioeconómicos, políticos y culturales de alcance societal, y en tanto que los sectores sociales dominantes muestren una disponibilidad moral para interactuar con los demás conciudadanos. Esto exige la eliminación de la discriminación social y política -o incluso racialde las minorías y los pueblos indígenas por parte de las mayorías dominantes, a fin de fortalecer una cultura política común y compartida dentro de un marco de la diversidad de identidades étnico-culturales, donde se reconozcan los derechos colectivos de grupos minoritarios e indígenas en la esfera pública (Abellán, 2003). Se trata de construir una comunidad de comunidades.
Las políticas de reconocimiento de las minorías y poblaciones indígenas, buscan incorporar a los sectores sociales excluidos dentro del proceso de construcción estatal. Además, las minorías y las comunidades indígenas pretenden limitar o modificar el impacto de la construcción nacional estatal, entendiendo que esto se hace al margen de los intereses de las minorías o incluso en contra de éstas, aunque a veces pueden ser mayorías como en el caso de Bolivia. En esta perspectiva, las democracias occidentales tienden a aceptar los reclamos de minorías étnoculturales y admitir los derechos lingüísticos y las exigencias de autogobierno de las minorías nacionales y pueblos indígenas. La demanda de los derechos de las minorías y pueblos indígenas es cada vez mayor, de manera que las democracias occidentales se orientan hacia el reconocimiento de la diversidad étnica y de los
Más allá del concepto liberal de ciudadanía, que se funda principalmente en elementos jurídicos de libertad e igualdad y afianzamiento de una homogeneidad cultural, se requiere del establecimiento de un modelo de ciudadanía compleja que permita la integración de las diferentes formas de construir la vida pública, donde los habitantes puedan compartir un escenario diverso sin muchos conflictos (Rubio, 2003). Un modelo de ciudadanía compleja permitiría captar los entrecruzamientos e imbricaciones entre derechos individuales y comunitarios de la diversidad social, que implica factores morales y democráticos de convivencia; en cambio, un modelo de ciudadanía simple, sea de asimilación a los parámetros dominantes
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(integración homogeneizadora) o de diferenciación radical entre grupos y colectividades sociales (integración segregadora), puede terminar generando fanatismos étnico-racistas deseosos de reinar solos en el mundo.
Porque la constitución de los fundamentalismos no sólo tienen origen religioso sino también regional, étnico, racial o partidario, pero no hay una homogeneidad ni pureza de las identidades, pues la realidad contemporánea se caracteriza por la dinámica acelerada y expandida de elementos socioculturales que recorren el mundo gracias a la revolución de las tecnologías de información y comunicación4; lo cual es más real en el ámbito de la comunicación y el mundo virtual, donde prácticamente ya no hay fronteras. Pero dentro de este marco internacional y nacional interconectado por la información y comunicación, es posible crear condiciones favorables de integración sociocultural; pues: “La realidad de la convivencia (…) es típica del mundo contemporáneo, donde la gente vuelve a vivir reunida o donde situaciones de cohabitación no han sido disueltas. La globalización, de manera real o virtual, lleva a la convivencia”. (Riccardi, 2005: 55). En cualquier caso, el problema de la convivencia interétnica e intercultural parece ser el reto del presente siglo, es decir: ¿podremos vivir juntos?; ésta es la pregunta crucial que se debe responder a inicios del presente siglo, para construir una democracia intercultural integradora de las diferentes visiones sociopolíticas que surgen desde el contexto socio-histórico diverso, donde los sujetos individuales y colectivos tratan de horadar nuevas vías de convivencia sociopolítica y de realización socioeconómica, en términos de una libertad cultural más amplia y flexible, sin bloqueos externos ni restricciones internas.
Sobre esto Habermas (1999) plantea la opción de una política deliberativa que comprende tanto la voluntad común institucionalizada en términos de comunidad jurídica estatal -Estado de derecho- como a los espacios públicos establecidos por las asociaciones y organizaciones de la sociedad civil, lo cual crea condiciones políticas y sociales favorables para la configuración de una verdadera comunidad política integrada mediante una interacción comunicativa; interacción entre los grupos diversos, se podría agregar. Este planteamiento recupera la visión política de la tradición republicana que define al Estado como una comunidad política que favorece el logro de los fines comunes decididos autónomamente por los ciudadanos en condiciones de libertad e igualdad. Sin embargo, conforme con este autor, es necesario que dentro de los procesos deliberativos de la comunidad política se fortalezcan los vínculos éticos y de solidaridad que posibiliten la integración social, como una tercera fuente de articulación social, aparte de la soberanía estatal y economía de mercado. Se trata de construir una ciudadanía corresponsable, libre, equitativa y solidaria a partir de una solidaridad moral entre la diversidad de grupos y colectividades dentro de un marco común: la comunidad de conciudadanos. Por otro parte, dentro del proceso de globalización y la explosión de proyectos fundamentalistas, se considera que los conflictos, encuentros y desencuentros entre las diferentes identidades culturales son más complejos; de manera que el reto que enfrentan las sociedades hoy en día -en su mayoría muy heterogéneas- es cómo vivir juntos.
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Dentro del campo diverso signado por la emergencia de reivindicaciones étnico-culturales afianzadas por los diferentes grupos
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Sobre la configuración de la sociedad red a escala mundial y el informacionalismo que atraviesa las diferentes esferas de la sociedad, mediante continuos flujos de información y comunicación, véase a Manuel Castells (ed.), La sociedad red: una visión global, Madrid, 2006.
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y colectividades sociales, la libertad cultural adquiere importancia y significación en la medida que promueve las libertades humanas y los derechos humanos de las personas, ampliando las oportunidades de elección de modos de vida que las personas puedan optar de una variedad de alternativas de formas o estilos de vida que han desarrollado las demás culturas. No se trata de defender fanáticamente la diversidad, el tradicionalismo o el multiculturalismo como un fin en sí mismo, sino en tanto que posibilita la ampliación y el mejoramiento de las condiciones de bienestar y las oportunidades de realización humanas; lo contrario, significaría caer en la opresión étnico-cultural ejercida por las élites de dirigentes que buscan a veces satisfacer sus propios deseos e intereses. Y justamente, el enfoque de desarrollo humano busca mejorar las condiciones de vida de las personas y ampliar el ámbito de sus libertades de realización; porque: “La negación de la libertad cultural puede generar privaciones muy importantes y así empobrecer la vida de la gente e impedirle establecer conexiones culturales a las que, con justa razón, pueden aspirar”. (Sen, 2004: 13). Según el Premio Nobel de Economía (1998), Amartya Sen, la libertad cultural de la que goce la gente para asumir el modo de vida que desee libremente es fundamental para la libertad humana, porque permite que las personas vivan conforme con sus preferencias y oportunidades de realización; además, sostiene que la libertad cultural no se circunscribe sólo al campo cultural sino que afecta al éxito o fracaso de la esfera económica, social y política; ni siguiera la situación de pobreza de carácter principalmente económico puede entenderse claramente al margen de las consideraciones culturales que complementan el análisis.
palabras, se trata de evitar el fortalecimiento de ciertas formas de fundamentalismos basadas en principios de defensa de modos de vida supuestamente originarios, dejando a que las personas tengan la oportunidad de escoger el modo de vida que ellas prefieran. El fortalecimiento de las identidades étnico-culturales al margen de la construcción de una democracia intercultural y deliberativa, podría tener consecuencias nefastas para las sociedades plurales y heterogéneas como la boliviana. La construcción de una identidad sociocultural y política más amplia parece ser fundamental para crear un referente moral de solidaridad y de convergencia societal, donde los diferentes grupos y colectividades sociales se reconozcan como miembros de una misma comunidad política, a pesar de sus diferencias de carácter étnico-cultural que los distingue, pero que no les separa de la comunidad de comunidades.
En esta perspectiva, la libertad cultural puede aportar beneficios muy significativos a las sociedades plurales, en tanto permite intercambiar diversas experiencias de las cuales pueden disfrutar los diferentes grupos étnico culturales y pueblos indígenas. En otras
De lo anterior, se desprende una cuestión fundamental, de que el reconocimiento de la diversidad de identidades étnico-culturales dentro de una sociedad plural y multicultural, no significa suscitar el establecimiento de fronteras étnico-culturales ni impulsar la afirmación de territorialidades étnicas impenetrables, porque esto llevaría a procesos conflictivos de alta tensión social y política, y que podrían desembocar en enfrentamientos étnico-raciales, arguyendo una legítima defensa de lo “originario” frente al embate de lo “foráneo”, en un momento en que es difícil de identificar a cabalidad los límites entre lo propio y lo ajeno, que se esfuman en tanto se trata de encontrar las líneas divisorias, porque los actores sociales se articulan a diferentes núcleos de identidad social, aparte de que puedan identificarse con un referente étnico-cultural. Por lo mismo, la identidad étnico-cultural constituye sólo uno de los referentes de cohesión social que adquiere mayor relevancia en respuesta a la manifestación de violencia política
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y social que impulsan los grupos oligárquicos y estamentos sociales dominantes para contener o bloquear el avance socioeconómico, político y cultural de los sectores sociales tradicionalmente oprimidos y sojuzgados, como las poblaciones llamadas indígenas que han sufrido por décadas el desprecio y la exclusión racistas por parte de aquellos grupos que todavía creen tener intacto los espacios de “exclusividad señorial” que consideraron siempre como algo suyo, por ejemplo los espacios de poder político. Porque las actitudes racistas en este país, se han practicado justamente en función a los rasgos étnico-culturales, que ha dado lugar a la clasificación de los habitantes en “indígenas” y “no indígenas”, entendiendo que los primeros debían mantenerse en una situación de sumisión respecto a los segundos que han gozado de todos los privilegios que la estructura del poder paternal, patrimonial y racista les ha otorgado.
comunitaria se va estableciendo una visión política de autodeterminación, en la perspectiva de constituir un orden político propio para los aymaras y quechuas que habían caído bajo el dominio de los “foráneos” y sus descendientes (Thomson, 2006). Esto se expresa actualmente en la erupción de movimientos sociales de reivindicación de los derechos ciudadanos y de conquista de los espacios de poder político, que ha llevado a la creación y fortalecimiento de un instrumento político que los posibilita introducir sus iniciativas y propuestas dentro del escenario de deliberación política, como por ejemplo la Asamblea Constituyente, que también se estableció como efecto de la movilización de las poblaciones rurales del altiplano y los valles así como de los sectores populares de las ciudades capitales, principalmente de la ciudad de El Alto5.
Pero ahora se está en otro tiempo, donde los sectores sociales marginados y excluidos por mucho tiempo, han incursionado en diferentes ámbitos de la actividad económica, social y política, rompiendo con mucho sacrificio las barreras y los mecanismos de discriminación social y racial, y es ahí donde aparecen “resistencias” de carácter pigmentocrático frente al avance de los llamados indígenas, sobre todo respecto al avance político que reivindica principalmente los derechos de los humildes. Sin embargo, las identidades étnicoculturales en el altiplano boliviano que comprende a los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí, se han constituido principalmente en función a dos nacionalidades: los aymaras y los quechuas que comparten una raíz histórica más o menos común de larga data. La historiografía sobre estas dos nacionalidades muestra que desde la colonia han mantenido una fuerte resistencia frente a la dominación colonial primero y luego ante el avasallamiento y la opresión de la sociedad y del Estado oligárquico en el período republicano; y, durante esa larga lucha
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No obstante, a pesar de las movilizaciones de mayor alcance protagonizadas por los aymaras del altiplano paceño, no hay una identidad étnico-cultural claramente definida y su relación con la acción política, dado que la condición étnico-cultural es sólo una de las fuentes de constitución de identidad social; por ejemplo en la ciudad de El Alto, donde la mayoría de su población es de origen aymara, el discurso que tiene mayor fuerza de interpelación ideológico-política es la afirmación que se hace al unísono durante cualquier movilización de protesta social: “El Alto de pie, nunca de rodillas”. El ser alteño es el que otorgue una identidad de mayor articulación social y política, antes que la situación de ciudad aymara o población indígena, éstas 5
Sobre las movilizaciones contundentes que ha desarrollado el pueblo alteño durante los meses de abril, septiembre y octubre de 2000 y 2003, puede verse a Pablo Mamani, El rugir de las multitudes: la fuerza de los levantamientos indígenas en Bolivia/Qullasuyu, Aruwiyiri, La Paz, 2004; Álvaro García y otros, Memorias de octubre, Muela del Diablo, La Paz, 2004.
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dos últimas expresiones se manifiestan recién en los discursos de protesta y amenaza que pronuncian los líderes y dirigentes alteños durante las grandes concentraciones que se realizan con frecuencia. Es más, tanto en las concentraciones como en las marchas que realizan hacia la “hoyada” paceña, el grito característico es: “El Alto de pie, nunca de rodillas”, esto conmueve y aglutina a toda la población alteña, tanto a mayores, jóvenes, hombres como mujeres; hasta los niños parecen haber internalizado el “salmo alteño”, pues éstos a menudo juegan a “marcha, marcha”, gritando a una sola voz: “El Alto de pie, nunca de rodillas”. Casi no se escucha gritar a los alteños, frases como: “los aymaras de pie” o “los indios de pie”. Asimismo, durante las marchas de protesta y los bloqueos de caminos que efectúan las comunidades rurales del altiplano paceño -que es por cierto el epicentro sociopolítico, igual que la urbe alteña, de la erupción social-, tampoco se hace mucha alusión a los elementos étnicos de ser aymaras o indios, los movilizados resaltan más a sus provincias, secciones, cantones y comunidades de donde provienen.
como el Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA)6. Sin embargo, los partidos kataristas o indianistas, en las diferentes elecciones nacionales en que participaron, no lograron superar el 3% de la votación en la región del altiplano7; tampoco en las posteriores elecciones a 1989, los partidos de sigla katarista pudieron capturar los votos de las comunidades rurales del altiplano.
En los vítores de los movilizados, también se puede escuchar rememoraciones de los héroes de las luchas de las comunidades aymaras, como: “jallalla Tupaj Katari”, “jallalla Julián Apaza”, “jallalla Bartolina Sisa” o “jallalla Gregoria Apaza”. De hecho, alguna de las organizaciones campesinas lleva el nombre de uno de éstos próceres de la lucha aymara, como es la Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia “Bartolina Sisa” (FNMCB-BS). Igualmente, la organización matriz a la que se adhieren más las comunidades rurales del altiplano, sigue siendo la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), fundada en 1979, aunque los primeros líderes de esta organización fueron dirigentes con tendencia ideológica katarista o indianista, como Jenaro Flores, quien fue a su vez, uno de los fundadores de los primeros partidos kataristas
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Por otra parte, el surgimiento de una nueva organización promovida por algunas comunidades autodefinidas como originarias, como el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyo (CONAMAQ)8, tampoco ha tenido mucha aceptación en las poblaciones del altiplano paceño, su influencia organizacional ha sido más en el departamento de Oruro, donde tuvieron un apoyo significativo por 6
Respecto al movimiento político katarista establecido a fines de los años setenta y los líderes aymaras que encabezaron tanto la organización social de los campesinos como de los partidos políticos kataristas e indianistas, véase a Javier Hurtado, El katarismo, HISBOL, La Paz, 1986; Esteban Ticona, Organización y liderazgo aymara: la experiencia indígena de la política boliviana 1979-1996, Universidad Cordillera – AGRUCO, La Paz, 2000.
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Sobre los resultados electorales obtenidos por los partidos kataristas–indianistas, desde las elecciones nacionales de 1979 a las de 1989, véase a Salvador Romero, Geografía electoral de Bolivia: así votan los bolivianos, CEBEM – ILDIS, La Paz, 1993.
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El CONAMAQ, fue fundado recién el 22 de marzo de 1997, en Challapata, departamento de Oruro, con la participación de las siguientes organizaciones comunitarias: Jach’a Carangas, Jach’a Suyo Pakajaqi, FASOR, FOMQAMP, Jatun Ayllu Yura, FACOPI, entre otros; con el propósito de reconstituir territorios de los ayllus y un gobierno originario: “CONAMAQ, se ha planteado una línea estratégica como es la reconstitución en espacios y territorios donde la estructura del ayllu ha desaparecido o se ha desestructurado, y restitución y fortalecimiento del gobierno originario y nuestros derechos como ayllus para lograr nuestra autodeterminación”. Véase a CONAMAQ, Propuesta: Constitución Política del Estado Pluricultural Qullasuyu – Bolivia, Comisión Nacional Para la Asamblea Constituyente, Oruro, 2006. 28
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ejemplo en las elecciones municipales de 2004, presentándose a las justas eleccionarias en la modalidad de Pueblos Indígenas. No obstante, CONAMAQ, no necesariamente reivindica la cualidad de lo indígena en sus declaraciones y propuestas políticas, pues entienden que lo originario es el referente más significativo y legítimo para las comunidades rurales del altiplano. En este sentido, uno de los dirigentes del CONAMAQ, Martín Condori, reivindica más el carácter originario de los movimientos de las comunidades altiplánicas, arguyendo que lo indígena obedece principalmente a convenios internacionales9. Tampoco la Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia (CSCB), conformada en 1971, pregona lo indígena como un elemento de convergencia, pues los colonizadores se orientan más hacia el sindicalismo. De igual forma, la Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia Bartolina Sisa (FMCBBS), establecida en 1980, se perfila más hacia una organización y acción sindical, aunque reivindicando la memoria de Bartolina Sisa. Lo indígena se resalta más en las poblaciones del oriente boliviano que en el occidente, a través de su organización matriz, como es la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), fundada ya a principios de los años ochenta. Asimismo, la CSUTCB, se basa más en principios de carácter sindical que étnico, y es la organización sindical más consolidada en el altiplano y los valles, que tiene federaciones departamentales, centrales provinciales y subcentrales cantonales y finalmente, los sindicatos de las comunidades rurales, lo cual le permite tener una mayor fuerza de convocatoria organizacional y social en momentos de movilizaciones de protesta, como las marchas hacia la sede de gobierno (La Paz) y los bloqueos de caminos.
de protesta y los encuentros o eventos socioculturales y políticos que impulsan las diferentes organizaciones del área rural, como la wiphala, bandera multicuadriculada de las poblaciones andinas, así como la indumentaria originaria (ponchos rojos o verdes, los chicotes, las ch’uspas, monteras o aguayos), pero principalmente la wiphala que ya se convirtió en los últimos 15 años en un símbolo casi oficial con motivo del ascenso de Evo Morales a la Presidencia de la República (enero de 2006), pues ahora la multicolor wiphala ondea imponente al lado de la tricolor boliviana en el frontón del palacio de gobierno. Sin embargo, se podría sostener que, por el mismo carácter multicolor que tiene este símbolo no necesariamente es la representación de una identidad étnica claramente definida, dado que podría significar también la pluralidad de identidades étnico-culturales o sociales que posiblemente van impulsando las poblaciones rurales del altiplano. De igual forma, las indumentarias tradicionales que usan los dirigentes de las organizaciones campesinas, tanto hombres como mujeres, se muestran sólo como formas de diferenciación de las autoridades comunitarias que asumieron la orientación de lo originario (mallkus, apumallkus, jilakatas o mamat’allas), quienes una vez que terminan su gestión anual de autoridad, vuelven a sus actividades cotidianas tratando de concretar sus propias proyecciones de vida, sin preocuparse mucho por el fortalecimiento o encumbramiento de una identidad étnico-cultural que de algún modo les compromete. Además, no todos los dirigentes campesinos del altiplano usan los atuendos tradicionales para representar a sus organizaciones sindicales, sino que prefieren presentarse a las reuniones o los encuentros del sector, llevando ropa sencilla y casual, como se da en la mayor parte de los cantones y comunidades adyacentes al lago menor del Titicaca. Así, la identidad étnico-cultural aymara en el altiplano, no articula necesariamente de manera unánime a los habitantes de las diferentes provincias, secciones, cantones y comunidades del altiplano boliviano, pues aparecen otros elementos de identidad social, como la condición campesina, el modo
Es también notable el manejo de ciertos símbolos de la tradición histórica de las poblaciones del altiplano, durante las acciones colectivas 9
Véase: La Razón, 1ro. de julio de 2007.
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de organización sindical, la cuestión de las necesidades básicas insatisfechas, la preocupación por la atención de demandas sectoriales (por ejemplo la mecanización del campo), o la situación de pobreza en que se hallan más del 90% de las familias que viven en el altiplano.
La Paz. Con todo, los Pueblos Indígenas en términos de votación no llegaron a más de 18% en el nivel departamental, además sólo obtuvieron mejores resultados en aquellos municipios pequeños (menor a veinte mil habitantes). Es decir, la concordancia sociopolítica entre la identidad étnico-cultural y su proyección política, sólo parece establecerse en el nivel local, y sobre todo en los municipios pequeños del altiplano, donde se van introduciendo elementos de la lógica de organización comunitaria en la dinámica de la gestión municipal basada en normas institucionales del Estado de derecho; por ejemplo en la alcaldía de Jesús de Machaca, departamento de La Paz, el Alcalde electo fue inicialmente escogido en los cabildos comunales y seccionales, en una suerte de “elecciones primarias”.
Además, la ambivalencia o debilidad étnico-cultural aymara, o si se quiere indígena, se mostró de manera visible en el escaso apoyo electoral que tuvieron los partidos políticos de ideología katarista o indianista, precisamente en las provincias y comunidades a las que creían representar, pues los electores del altiplano han preferido votar por aquellas organizaciones políticas con propuestas menos radicales y que no reivindicaron de manera directa la cuestión de lo indígena, colocando por ejemplo el término de katarismo o indianismo en la sigla partidaria. Dicho en otros términos, no hay una relación sociopolítica directa entre la identidad étnico-cultural aymara o indígena y la proyección política, en las poblaciones rurales del altiplano, porque el referente étnico-cultural de lo aymara o de lo indígena no se expresa con fuerza en el campo político, por lo menos en el nivel nacional y departamental; aunque en el ámbito local algunas organizaciones políticas, en la modalidad de Pueblos Indígenas, lograron llegar al gobierno municipal, ganando las elecciones municipales de diciembre de 200410, particularmente en los departamentos de Oruro, Potosí y 10
Con motivo de la Ley de Agrupaciones Ciudadanas y Pueblos Indígenas, en las elecciones municipales de diciembre de 2004, participaron por primera vez nuevas formas de organización política –aparte de los partidos políticos-, las Agrupaciones Ciudadanas y Pueblos Indígenas; y las entidades políticas de Pueblos Indígenas (PI’s) tuvieron mayor participación en los departamentos de Potosí, Oruro y La Paz, donde entraron en la disputa electoral 45 PI’s de un total de 63 que participaron en todo el país, obteniendo más votos en Oruro (18,75), Potosí (10,38) y La Paz (7,46); pero aún así, los partidos y las agrupaciones ciudadanas tuvieron mayor votación. Un análisis más detallado de las elecciones municipales de 2004 y los resultados electorales que alcanzaron
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Por otro lado, la preocupación por el asunto de las poblaciones indígenas en Bolivia, motivó -desde los años noventa- la realización de diagnósticos acerca de la situación real de los diferentes grupos étnico-culturales en el territorio nacional, estableciéndose que en el país existen 36 nacionalidades. De manera que en el Censo Nacional de 2001, se incluyó tres preguntas dirigidas a captar la situación étnicocultural de las poblaciones indígenas; y los resultados de dicho censo mostraron que el 62% de la población boliviana indica pertenecer a alguno de los 36 grupos étnico-culturales. Aunque sobre esto hay críticas sobre la forma de pregunta que se hizo en la boleta del censo, dado que no había la opción de mestizo11, lo cual habría afectado las diferentes organizaciones políticas, se encuentra en Opiniones y Análisis, Análisis de la elección municipal 2004, La Paz, No. 72, FUNDEMOS, 2005. 11
La interrogante No. 49 del Censo 2001, destinada a captar la situación étnicocultural de los bolivianos, tenía el siguiente tenor: ¿Se considera perteneciente a alguno de los siguientes pueblos originarios o indígenas?; dando luego las siguientes alternativas de selección: 1) quechua, 2) aymara, 3) guaraní, 4) chiquitano, 5) mojeño, 6) otro nativo, y 7) ninguno. De manera que no había
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significativamente las respuestas. Sin embargo, el informe de encuesta sobre la democracia en Bolivia de 2006, de Seligson12, invierte esta relación porcentual de la mayoría indígena, estableciendo que el 64% de los bolivianos se consideran ser mestizos; colocando de este modo en “duda” los resultados del Censo de 2001; pero en el mismo informe, aparece que el 72% de los consultados señalan pertenecer a algún grupo étnico o indígena. De hecho, sobre los resultados del Censo 2001 referidos a la cuestión étnico-cultural, se hicieron algunos trabajos13, donde se muestran en cuadros y gráficos la relación del número de personas que se adscriben a las distintas nacionalidades y su ubicación en el territorio, que en muchos casos atraviesa los límites de los municipios y departamentos.
De lo anterior, se desprende un problema central, de que la identidad étnico-cultural de los bolivianos es muy ambigua, la misma que se mueve en forma de péndulo entre lo mestizo y lo originarioindígena, dependiendo del significado que adquiere cada uno de los términos. Es más, el sentido de la pregunta parece incidir significativamente sobre el tipo de respuesta que dan las personas encuestadas respecto a la situación de pertenencia étnica y el significado que otorgan a la noción de “lo indígena”. De modo que, los que sienten pertenecer a algún grupo étnico (quechua, aymara, chiquitano, mojeño, yucaré, etc.) no necesariamente quiere decir que se identifiquen como indígenas. Es decir, las personas pueden autocalificarse como quechas, aymaras, urus o chipayas, pero esto no implica que acepten ser catalogados como indígenas. Por tanto, se puede aseverar que esto obedece a que los pobladores del altiplano tanto de Oruro, Potosí y La Paz no se adscriban tanto como indígenas sino sólo como aymaras o quechuas, tal como el dirigente principal del CONAMAQ (Martín Condori) entiende que esta organización se basa en las poblaciones originarias y ayllus que formaban parte del antiguo Qullasuyo, y no así una organización de indígenas, lo cual obedecería más a una corriente indigenista que ha ganado fuerza en la región de América Latina desde los años noventa, con motivo del llamado Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)14 que incorporó
la opción de mestizo o sencillamente boliviano. De cualquier modo, la pertenencia es un indicador que permite establecer la situación de las poblaciones llamadas indígenas. 12
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Mitchell Seligson, de nacionalidad norteamericana, viene haciendo el seguimiento a la democracia en Bolivia, mediante la aplicación de una encuesta bianual, desde 1998 hasta el 2006, y justamente en la Auditoría de la democracia: informe boliviano 2006, se establece que el 65 de las personas consultadas se autocalifican como mestizos, pero al mismo tiempo indican que pertenecen a algún pueblo étnico-originario (72%); la pregunta para el primer resultado fue: ¿Se considera Ud. una persona de raza blanca, chola, mestiza, indígena, negra u originaria?, mientras que para el segundo se preguntó: ¿Se considera perteneciente a alguno de los siguientes pueblos originarios o indígenas?, lo mismo que la pregunta del Censo 2001, respecto a la pertenencia étnica. Véase a MAIPO e INE, Bolivia: población indígena originaria por municipios, Censo 2001, MAIPO e INE, s.l., s.f.; Ramiro Molina y Xavier Albó (coords.), Gama étnica y lingüística de la población boliviana, Sistema de las Naciones Unidas en Bolivia, La Paz, 2006.
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El Convenio 169 fue aprobado en la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Ginebra, Suiza, en junio de 1989, el mismo que fue ratificado luego por el gobierno boliviano mediante la Ley 1257 del 11 de julio de 1991, posiblemente atendiendo a las movilizaciones de los pueblos indígenas del oriente boliviano, que realizaron una gran marcha hacia la sede de gobierno, en 1990. Este Convenio define a los pueblos indígenas como aquellos que han habitado en un país o una región geográfica antes de la conquista y colonización así como el establecimiento de las fronteras estatales con motivo de la independencia, y que han conservado sus formas de organización ancestrales, tanto económicas, sociales, políticas y culturales.
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la cuestión indígena. Asimismo, la relevancia internacional de lo indígena se dio como efecto también del Proyecto de Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Poblaciones Indígenas, que en su Art. 26 sostiene: “Los pueblos indígenas tienen derecho a poseer, desarrollar, controlar y utilizar sus tierras y territorios (…) al pleno reconocimiento de sus leyes, tradiciones y costumbres…”, y la Declaración del Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo (1995-2004), promovida por las Naciones Unidas. Esto hizo que las poblaciones consideradas como indígenas promuevan proyectos de recuperación y fortalecimiento de sus organizaciones, en términos de consolidación de “sus” territorios y formas de organización socioeconómica y política tradicionales.
nacional, los datos del Censo 2001, muestran que los aymaras y quechuas abarcan prácticamente todo el territorio boliviano, en términos de apropiación étnica del espacio, aunque población aymara se concentra más en los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí con más de 70%, y los quechuas en Cochabamba, Potosí y Chuquisaca, mayor a 70%; mientras que otros grupos tiene presencia sólo en algunos departamentos, provincias, secciones o localidades (véase anexo, gráficos y mapas). No obstante, es importante señalar que el mayor número de grupos étnico-culturales se encuentra en el noreste de la geografía nacional15, en los departamentos de Beni, Santa Cruz, Pando, norte de La Paz y Cochabamba, donde están alrededor de 26 grupos étnicos de los 29 que constituyen los denominados otros nativos, aparte de los otros pueblos originarios (aymaras, quechuas, guaraníes, chiquitanos y mojeños). Empero, la mayoría de los que indican pertenecer a algún grupo étnico-originario están comprendidos en dos nacionalidades con notable presencia en el territorio nacional: aymaras y quechuas (55,9%).
Siguiendo esta corriente de reivindicación de los derechos indígenas, en Bolivia se aprobó la Ley 1715 de Servicio Nacional de Reforma Agraria (18 de octubre de 1996), donde se señala como una de las formas de propiedad territorial: las Tierras Comunitarias de Origen (TCO), a fin de proteger el dominio espacial comunitario mantenido por las poblaciones originarias desde hace mucho tiempo. De modo que, muchas comunidades originarias del oriente y occidente han empezado a tramitar sus títulos de TCO, pero la mayor parte de las demandas provienen de los departamentos de Potosí, Oruro, La Paz y Beni (véase anexo, gráfico sobre tierras comunitarias). Empero, muchas de las demandas de TCO enfrentan conflictos internos en la medida que no todos están de acuerdo formar parte de una TCO, a lo que se ha llamado conflicto con terceros que comprenden a comunidades, organizaciones sindicales, empresas medianas o incluso familias. Ahora bien, volviendo al asunto de lo étnico en el país y la distribución de las poblaciones llamadas indígenas en el territorio
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En cualquier caso, no es fácil determinar una identidad étnicocultural sólida en el altiplano en torno a las poblaciones rurales de origen aymara, y menos todavía en relación al referente de lo indígena. Los pobladores altiplánicos parecen articularse en función a otros elementos de cohesión social -aparte de lo étnico- como lucha por el reconocimiento de sus derechos humanos, la dignidad, la educación, 15
En términos de número de pueblos indígenas, en el departamento de Beni existen aproximadamente 15 grupos, en Santa Cruz 12, en La Paz 8, en Pando 6 y en Cochabamba 4, y alguno de esos grupos tienen menos de 50 miembros, como los pacaguara (46), tapieté (41), machineri (30) o guarasugwe (13), de los 29 grupos étnicos minoritarios (otros nativos) que alcanzan a 122,904 individuos, siendo apenas el 1,4% del 62% de la población boliviana que indica pertenecer a algún grupo étnico originario. Molina y Albó, Ob. Cit.
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la justicia, el mejoramiento del bienestar social, la superación de la pobreza o la participación política. Lo étnico-cultural relacionado principalmente con la condición aymara, si bien es el telón de fondo o el ámbito cultural de entendimiento entre las familias y organizaciones, no es el único criterio indiscutible de conformación de identidades, pues existen otros factores de identidad en los diferentes campos de proyección individual y social. Posiblemente a esto obedezca el hecho de que un partido político que reivindica precisamente la condición de lo étnico-indígena aymara, como es el Movimiento Indio Pachakuti (MIP), de Felipe Quispe (Mallku), no haya tenido un apoyo electoral importante, en su participación en las elecciones nacionales de diciembre de 200516, en las circunscripciones electorales consideradas justamente como indígenas, frente a otro partido que ha logrado una votación sorprendente, como es el Movimiento al Socialismo (MAS), del actual Presidente Constitucional de la República Evo Morales. Pero en la sigla del MAS no aparece ninguna referencia a lo étnico-indígena, lo cual posiblemente sea muy decisivo en la definición del voto ciudadano en las poblaciones rurales del altiplano. Y como se ha dicho antes, los partidos políticos de ideología katarista o indianista han tenido escaso apoyo electoral en las poblaciones del altiplano. Dicho en otros términos, la identidad étnico-cultural aymara en el altiplano paceño y orureño principalmente, es muy difusa en términos de proyección política hacia el nivel departamental y nacional, dado que los actores sociales tienden a enarbolar otras reivindicaciones de carácter más social que étnico. Es en este sentido que la identidad sociocultural adquiere importancia dentro de las luchas políticas de las poblaciones rurales del altiplano y las villas de la ciudad de El Alto. 16
En las elecciones nacionales de diciembre de 2005, el Movimiento Indio Pachakuti (MIP) obtuvo 5% de votos en La Paz, 2% en Oruro y 3% en Potosí; en cambio el MAS alcanzó a 67% de votación en La Paz, 63% en Oruro y 58% en Potosí; véase página web de la Corte Nacional Electoral: www.cne.org.bo
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3.
Configuración de identidades socioculturales y política
Como se ha planteado antes, la constitución de identidades sociales implica diversos elementos de articulación social, que pueden ser de índole territorial, regional, barrial, comunal, sectorial, religiosa, étnica, laboral, gremial, cultural, sexual, generacional o política, dado que las personas tienden a vincularse con una variedad de referentes de identificación social, lo cual da lugar a la configuración de distintas identidades en los diferentes ámbitos y niveles de interacción social, dependiendo del grado de importancia que otorguen los actores individuales y colectivos a un determinado problema. De manera que, en la conformación de la identidad en el altiplano y su relación con la política, adquieren mayor relevancia los elementos articuladores de carácter social y político, porque los rasgos étnicos no tienen una conexión significativa con la emergencia de una acción política. Es decir, los proyectos políticos que surgen desde las poblaciones del altiplano y, particularmente, desde las comunidades rurales de La Paz y la ciudad de El Alto, se fundan principalmente en identidades socioculturales que en identidades étnico-culturales, haciendo que las reivindicaciones sociales y culturales se conviertan en insumos esenciales para el planteamiento de proyectos políticos, en la medida que los comunarios y vecinos del altiplano se sienten parte de dichos proyectos. Las aspiraciones sociales y culturales de los pobladores del altiplano y la ciudad alteña adquieren mayor importancia en el plano político, porque esto les permite alimentar esperanzas colectivas para lograr una mejor situación de bienestar social, por eso los gobiernos municipales han ganado mayor preeminencia en los municipios provinciales, dado que esto les posibilita concretar sus propósitos sociopolíticos basados en una identidad de proyecto, que significa la transición desde la identidad de resistencia a la identidad de proyecto, en términos de extensión de las oportunidades de realización individual y colectiva así como de la libertad cultural. 38
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La cuestión de lo étnico parece tener más sentido en la conformación de una identidad étnico-cultural de preservación de experiencias y conocimientos ancestrales, sobre todo en el campo cultural y simbólico, expresadas en ceremonias religiosas, ritualidades andinas, festividades folklóricas y demás costumbres de las comunidades rurales. Además, estas prácticas tradicionales se han refuncionalizado o reafirmado en el ámbito urbano, particularmente en las zonas populares de las ciudades de La Paz y El Alto, por ejemplo la práctica de la medicina tradicional, la persistencia de los ritos telúricos, el mantenimiento de las tradiciones en la interacción social y la proliferación espectacular de “entradas folclóricas” tanto en las poblaciones del área rural como en los barrios populares. Así, en torno a estás prácticas tradicionales de origen andino o aymara, se van configurando una variedad de identidades étnico-culturales de preservación de las tradiciones, a partir del establecimiento de vínculos sociales que promueven una determinada orientación colectiva.
La identidad étnico-cultural aymara fundada en principios de preservación de la cosmovisión ancestral y de las tradiciones andinas no tiene una trascendencia en la esfera política como para introducir con fuerza los intereses de carácter étnico comunitario en el debate nacional, como la Asamblea Constituyente, donde se está discutiendo por ejemplo la cuestión de las autonomías indígenas. Aunque la propuesta del Pacto de Unidad, preparada por la CSUTCB, el CONAMAQ, la CIDOB, la CSCC y la FMCBBS, incorpora varios componentes de carácter étnico-indígena, como la visión de país que se orienta a crear un Estado plurinacional y comunitario que reivindique las aspiraciones históricas de las comunidades indígenas. Así, con el propósito de asegurar la incorporación de la mencionada propuesta y sobre todo el tema de las autonomías indígenas en el debate de las plenarias, las organizaciones indígenas de las tierras bajas afiliadas a la CIDOB, ya empezaron la marcha hacia la ciudad de Sucre, sede de la Asamblea Constituyente. Pero las organizaciones sindicales y comunitarias del altiplano paceño, no han mostrado mucho interés en el asunto de las autonomías indígenas. A las poblaciones del occidente del país, no parece entusiasmarles mucho la posibilidad de creación de autonomías indígenas a partir de la aprobación de la nueva carta magna; empero los collas, tanto de las comunidades rurales como de la ciudad de El Alto, ya han lanzado el desafío por la defensa de la inamovilidad de la sede de gobierno a través de una concentración masiva en la ciudad de El Alto, donde los dirigentes de las diferentes organizaciones sociales y cívicas declararon sendos discursos de advertencia a los que están promoviendo la discusión del tema de la
Sin embargo, estas identidades sociales de preservación de las tradiciones y costumbres, con una notable manifestación de elementos étnicos de origen aymara, no se extiende hacia la dimensión política. De hecho, algunos candidatos que entraron a disputar las diputaciones y las concejalías en las elecciones nacionales y municipales, respectivamente, reclamando la representación política de los folcloristas en los espacios de poder político, por lo general no tuvieron apoyo electoral en las zonas populares urbanas donde se realizan con frecuencia las “entradas folclóricas”. Es decir, los que han tratado de hacer carrera política involucrándose en las festividades folclórico danzarias, o en su caso, exaltando la importancia de la identidad folclórica y la necesidad de fortalecer a partir de las políticas gubernamentales17. 17
Los “políticos” que han tratado de sacar un rédito político del “mundo folclórico” no tuvieron éxito, por ejemplo el periodista Fernando Espinoza, que dirige el programa folclórico televisivo “Los Principales”, cuando se postuló como 39
diputado uninominal del MNR en la circunscripción 11 (la zona populosa de Gran Poder y adyacentes) para las elecciones nacionales de 2002, perdió la diputación, la gente votó por el futbolista Carlos Borja; tampoco el ex vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas ha logrado un reconocimiento importante entre los folcloristas del Gran Poder, a pesar de que fue “pasante” en la comparsa de morenada “Los Fanáticos”. 40
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“capitalía plena” en las plenarias de la Asamblea Constituyente. Probablemente suceda lo mismo en relación con otros temas de carácter más social o político, como la defensa de la educación gratuita, el seguro social o de las autonomías municipales, así como la lucha por el mejoramiento de las condiciones de bienestar social o la participación política; temas que por cierto han ganado mucha importancia dentro de los municipios provinciales.
De manera que, en las poblaciones rurales del altiplano y por ende en la combativa ciudad alteña, la identidad socio-cultural de
proyecto político se configura en la medida que las estructuras del poder económico, social y político obstruyen y bloquean las posibilidades del avance histórico de los marginados y excluidos, en los diferentes campos de concreción de iniciativas y aspiraciones tanto individuales como colectivas. Por ejemplo cuando las políticas gubernamentales no favorecen el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades rurales o cuando los partidos políticos tradicionales -que han estado siempre encaramados en el aparato estatal- se resisten a dar paso a las organizaciones sociales y políticas que surgieron desde los mismos sectores sociales desfavorecidas por el sistema. Los pobladores del altiplano y de la ciudad de El Alto, dentro del proceso democrático que vive el país desde 1982, han venido apoyando a diferentes partidos políticos que de algún modo incorporaron ciertas aspiraciones sociopolíticas de los humildes, como fueron los partidos que se reclamaban ser de izquierda (UDP, MIR-NM) o los que tenían una orientación populista (CONDEPA, UCS), los mismos que en la actualidad ya no existen. La proyección política que han impulsado las comunidades rurales y las zonas populares urbanas de La Paz y El Alto, tuvo algunas opciones de avance y concreción, por ejemplo cuando el extinto “compadre” Carlos Palenque hizo soñar a los vecinos y comunarios planteando que el Jach’a Uru, el gran día, estaba por llegar para trastocar los tiempos de opresión, de sufrimiento, de humillación y de pobreza en se que encuentran los excluidos. Asimismo, el fallecido Max Fernández, tuvo un notable apoyo electoral en las provincias del altiplano y los barrios populares de La Paz y El Alto, prometiendo y haciendo obras para los “abandonados” por el Estado, y para que de este modo tengan acceso a los servicios básicos las familias empobrecidas. Sin embargo, como consecuencia de la desaparición tanto del “compadre” como de Max Fernández, sus partidos también siguieron la misma suerte de sus fundadores: murieron.
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No obstante, la identidad socio-cultural de resistencia comunitaria se ha manifestado con mucha fuerza en el altiplano paceño durante las marchas y bloqueos de caminos que efectuaron las organizaciones sindicales y comunitarias, en respuesta a ciertas políticas gubernamentales que iban en contra de los intereses de los campesinos, como el intento de implantación de la primera ley INRA o la tentativa de venta del gas a los Estados Unidos por Chile. Ante la arremetida de los gobiernos oligárquicos contra los intereses de las comunidades rurales del altiplano, tanto en el pasado como en el presente, las organizaciones comunitarias y sindicales se han valido regularmente de su identidad socio-cultural de resistencia, lo cual les ha permitido impulsar con éxito las grandes movilizaciones de insurrección agraria y de reivindicación sociopolítica en diferentes momentos de lucha, primero contra el sistema colonial y luego frente al poder oligárquico y racista durante la república. Esta fuerza comunitaria de resistencia fundada en la identidad socio-cultural de los excluidos y marginados, se ha extendido hasta los tiempos actuales, dando paso a la configuración de una identidad socio-cultural de proyección política que posibilita la constitución de sujetos sociopolíticos que buscan horadar los espacios de poder reservados siempre para la oligarquía.
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Entonces, quedó una identidad socio-cultural de proyección política sin un norte hacia donde dirigirse, de modo que la búsqueda de una acogida partidaria se hacía cada vez más patente. Y es aquí donde aparece el Movimiento al Socialismo (MAS) liderado por el actual Presidente Constitucional, Evo Morales, quien se forjó justamente al interior de las luchas de reivindicación social y proyección política, resistiendo y sufriendo la arremetida y violencia política de los grupos oligárquicos encaramados en el poder político, incluso fue expulsado del parlamento nacional. Así, el ex dirigente cocalero se fue convirtiendo en el líder político que los sectores sociales empobrecidos estaban buscando para encauzar políticamente sus aspiraciones y proyecciones de participación plena en la determinación de las políticas nacionales a favor de los humildes; lo cual se fortaleció durante las movilizaciones sociales de protesta de 2000 y 2003, cuando los movilizados (vecinos y comunarios) han empezado a arrancar el poder, de la mano de sus opresores de siempre -la oligarquía señorial y racista-. Esto fue materializado con la dimisión de Sánchez de Lozada al cargo de presidente (octubre de 2003) y el triunfo contundente del MAS en las elecciones nacionales de 2005 y la posesión de Evo Morales como Presidente Constitucional de la República de Bolivia.
sencilla y casual (chompa con rayas y chamarra de tela), similar que muchos comunarios del campo y vecinos de las zonas populares urbanas, casi nunca se ha presentado ante el público ostentando un poncho rojo como ha hecho por ejemplo el Mallku (Felipe Quispe). Se puede sostener que las poblaciones campesinas y los sectores populares de las ciudades se reconocen a sí mismos en la figura y personalidad del Presidente Morales. O lo que es lo mismo, la identidad socio-cultural constituida por las poblaciones del altiplano y las villas de la urbe alteña, encuentra una expresión y proyección política en la imagen y el protagonismo del Presidente Evo Morales: el líder de los humildes, así como lo reconocen muchos comunarios y vecinos.
La identidad socio-cultural de proyección política de las poblaciones del altiplano y la ciudad de El Alto, encontró en la figura y personalidad del actual Presidente Morales una suerte de representación genuina y contemporánea de lo que son los humildes de este país, que sufrieron por largo tiempo la opresión, la humillación, la exclusión y los vejámenes por parte de aquellos que han creído -o creen todavía- ser dueños de los espacios del poder económico, social y político, y que manifiestan una actitud paternalista, patrimonialista y racista hasta los tuétanos. Pues, Evo Morales, antes de asumir la primera magistratura del país, ha llevado con frecuencia una ropa
En esta línea de reflexión, se puede afirmar que entre los comunarios y las comunarias del altiplano, así como entre los vecinos y las vecinas de la urbe alteña, no se manifiesta una pretensión política de enarbolar y concretar en algún momento una especie de hegemonía étnica aymara frente a los demás sectores sociales y regiones socioterritoriales del país, lo único que quieren en términos de proyección social y política es compartir el poder político, así como lo están haciendo ya en muchos de los municipios provinciales, combinando la dinámica de los gobiernos municipales -basada en principios del Estado de derecho- con las prácticas comunitarias y los valores ancestrales de producción de bienes comunes. Así, posiblemente la ciudad de El Alto sea la expresión fáctica del proceso de inclusión socioeconómica, política y cultural que ha empezado en el país, en los albores del presente siglo, porque los alteños comparten un escenario urbano de encuentro nacional, donde casi ningún boliviano puede sentirse extraño o discriminado. Por ejemplo, la feria de 16 de Julio, que se realiza los días jueves y domingo en la zona populosa del mismo nombre, se constituye realmente en un espacio de encuentro e interacción entre los diferentes sedimentos sociales de las ciudades de
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La Paz y El Alto, nadie se siente ni más ni menos en relación a los demás conciudadanos que venden y compran dentro de la inmensa variedad de productos que se exponen en la extensa feria, desde una aguja hasta un automóvil, pasando por máquinas industriales, muebles, artefactos electrónicos, material de construcción, ropa, alimentos, animales, etc.
Dicho en otros términos, la identidad social que tiene trascendencia en la esfera política es la identidad socio-cultural de proyecto antes que la identidad étnico-cultural de carácter más local, porque lo que suscita la emergencia de los movimientos sociales y la incursión exitosa en la arena política son las aspiraciones sociales y políticas que pretenden concretar los comunarios y vecinos para mejorar sus condiciones de vida y superar la pobreza. Por lo mismo, por lo menos en lo que respecta a las poblaciones del altiplano, no se trata de levantar muros infranqueables en torno a proyectos de autonomía indígena o étnica, sino de generar condiciones favorables para una integración social óptima a partir de la apertura de más oportunidades de realización humana, permitiendo que los hombres y las mujeres materialicen sus sueños y proyectos dentro de un ambiente de respeto mutuo y solidaridad intersubjetiva. Los habitantes del altiplano quieren vivir juntos con los demás, compartiendo los diferentes recursos de poder, sean económicos, sociales, políticos o culturales, sin privilegios ni exclusiones entre los conciudadanos, en términos de construcción de una ciudadanía intercultural para cohabitar pacíficamente dentro de ese contexto diverso. Empero, si persisten las prácticas y actitudes de exclusión y discriminación racista que se fundan justamente en elementos de carácter étnico y regional, será muy difícil construir un escenario sociopolítico de integración y convivencia que acoja a todos los bolivianos y las bolivianas, aunque con rasgos étnico-culturales diversos.
Como se ha dicho antes, se trata de encontrar opciones sociopolíticas viables que permitan a los bolivianos a vivir juntos, a convivir entre los “diferentes”, que provienen desde distintos estamentos sociales y diversos espacios socio-territoriales, pero al fin y al cabo todos comparten la misma condición de ciudadanía boliviana que se halla inscrita en ese documento de identidad nacional (cédula de identidad) que portan todas las personas nacidas en Bolivia. En este sentido, los pobladores de las provincias del altiplano y la ciudad de El Alto, por lo general no han respaldado las propuestas políticas radicales, por ejemplo la idea de restituir el antiguo Kollasuyo sobre las bases étnicas, o aquellas de tendencia guerrillera; aunque en algunos momentos de rabia e impotencia -ante la sangre y muerte de sus hermanos, provocados por las fuerzas represivas del Estado- los comunarios gritaron a una sola voz: “guerra civil”. No obstante, no hay un proyecto político de dominación étnica aymara, lo que sí está a la orden del día es la expansión pacífica de los diferentes ámbitos de actividad socioeconómica, cultural y política en los que se van involucrando cada vez con más fuerza. En consecuencia, la identidad sociocultural de proyección política de los comunarios y vecinos del altiplano, se orienta más hacia la construcción de un escenario socioeconómico, político y cultural de convivencia inclusiva y pacífica, a partir del respeto de las diferencias y la contribución que puedan hacer los diferentes sujetos sociales que se despliegan desde la pluralidad de contextos.
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En cualquier caso: ¿los bolivianos y las bolivianas lograremos vivir juntos?; esta es la pregunta que se hacen todos, hoy en día. Y la respuesta, por lo menos desde las poblaciones del altiplano, parece ser afirmativa.
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Conclusiones La constitución de las identidades tiene diferentes fuentes relacionadas con la cuestión social, cultural, territorial, étnica, económica, política, generacional o de género, dependiendo de la prioridad que den las personas a los diferentes elementos de cohesión social. Los sujetos sociales se adhieren a más de una identidad en correspondencia de las distintas actividades que realizan en diversos campos y niveles de interacción social. De modo que, lo étnico es sólo una de las fuentes de configuración de identidades, que gana relevancia en la medida que los demás agentes sociales resaltan los rasgos y las diferencias étnicas para hacer prevalecer sus posiciones así como para imponer sus intereses en relación a los otros grupos étnico-culturales considerados como inferiores o de segunda clase; tal como ha ocurrido con los grupos oligárquicos del país respecto a las poblaciones llamadas indígenas, que hasta antes de 1945 estaban prohibidas a ingresar a ciertos espacios públicos de exclusividad señorial, como la Plaza Murillo, lugar de los dos poderes del Estado boliviano. Por tanto, en respuesta a este tipo de discriminación y exclusión étnico-cultural que han sufrido las comunidades rurales del altiplano y las zonas populares urbanas de El Alto, los comunarios y los vecinos exaltaron también sus diferencias étnicas de origen aymara como bandera de lucha, aunque con escasa proyección política. En este sentido, en las poblaciones del altiplano y la ciudad de El Alto, la conformación de identidad étnico-cultural se ha dado más en función a la preservación de los conocimientos ancestrales y prácticas socioculturales de la región andina, como la valoración colectiva de la medicina tradicional, los ritos telúricos y sobrenaturales, las costumbres o las festividades folclórico danzarias. Entonces, se puede sostener que la identidad étnico-cultural ha sido más de
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preservación de la herencia cultural aymara que de proyección política. Esto se ha mostrado por ejemplo en el escaso apoyo electoral que tuvieron en el altiplano los partidos políticos de orientación ideológica katarista e indianista. Asimismo, ante la probable creación de autonomías indígenas a través de la Asamblea Constituyente, las comunidades del altiplano paceño en particular, no se entusiasman mucho como las poblaciones de las tierras bajas que ya emprendieron la marcha por las autonomías indígenas, hacia la ciudad de Sucre. Sin embargo, la ciudad de El Alto, cuna de la emergencia de los movimientos sociales, ya lanzó el desafío de defensa de la inamovilidad de la sede de gobierno, en respuesta a la tentativa de introducir el tema de la capitalidad plena en las plenarias de la Asamblea Constituyente; pero lo cual tiene que ver poco con lo étnico. En cambio, la identidad socio-cultural de resistencia ha permitido a las poblaciones del altiplano y la ciudad de El Alto efectuar con notable éxito las diferentes acciones sociales de protesta, expresadas en bloqueos de caminos y marchas multitudinarias que en varias ocasiones paralizaron a la ciudad de La Paz, resistiendo la implantación de políticas contrarias a los intereses de las comunidades rurales y del país, por ejemplo la ley INRA, en su primera versión, o la tentativa de la venta de gas a los Estados Unidos por un puerto chileno. La identidad socio-cultural de resistencia de políticas antipopulares da lugar a la configuración de una identidad socio-cultural de proyección política. De modo que, las comunidades rurales del altiplano y las villas de la ciudad alteña, han extendido su identidad socio-cultural de proyecto hacia el campo político, apoyando de manera comprometida las propuestas políticas que se orientan a favorecer las reivindicaciones sociopolíticas de los sectores sociales empobrecidos. Así, el proceso
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de incursión en los espacios del poder político por parte de los comunarios y vecinos de la región altiplánica, ha empezado con la emergencia de los movimientos sociales de los años 2000 y 2003, lo cual tuvo un ascenso significativo con la renuncia de Sánchez de Lozada a la presidencia de la república y el triunfo indiscutible del actual Presidente Constitucional, Evo Morales, en las elecciones nacionales de diciembre de 2005.
De lo anterior, se desprende una cuestión fundamental en términos de proyección política de la identidad sociocultural que comparten los comunarios y vecinos del altiplano, de que éstos no buscan instaurar una hegemonía política étnica aymara en el país, lo único que quieren es compartir el poder político con los demás sectores sociales y grupos étnico-culturales, pero sin privilegios señoriales ni discriminaciones raciales. Esto daría lugar al inicio de un proceso de alternancia política en Bolivia, en los diferentes niveles de gobierno (nacional, departamental y local), haciendo que los que están fuera del poder hagan esfuerzos significativos para proponer políticas más inclusivas y democráticas para superar la pobreza y promover el desarrollo del país. En cualquier caso, es posible construir juntos de manera pacífica un espacio sociopolítico de convivencia entre los “diferentes” y forjar una cultura política común desde la diversidad.
El partido político del Movimiento al Socialismo (MAS) ha tenido un apoyo electoral importante en el altiplano boliviano, donde obtuvo más del 60% de votación. Se puede decir que las poblaciones de las provincias del altiplano y la ciudad de El Alto se reconocen a sí mismos en la figura y la personalidad del Presidente Evo Morales, quien se ha forjado como líder social y político en las movilizaciones y luchas de los sectores sociales marginados y excluidos que han buscado permanentemente incursionar en los espacios de decisión política a fin de generar políticas que permitan mejorar sus condiciones de bienestar social. Pero este autoreconocimiento, se da más en términos sociales que étnicos; pues el señor Morales, antes de ser Presidente, no ha hecho bandera de la lucha sociopolítica ostentando un poncho rojo, como lo hizo por ejemplo el “Mallku” (Felipe Quispe), sino se ha presentado normalmente llevando una ropa sencilla y casual (chompa con rayas y chamarra de tela), similar que muchos comunarios y vecinos. Tampoco la sigla del partido político del Presidente Morales, incluye algún término de carácter étnico, como katarismo o indigenismo; de hecho, las organizaciones políticas de orientación kataristaindigenista -como el Movimiento Indio Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe- tuvieron escaso apoyo electoral en el altiplano. Se puede aseverar que la amplia votación que logró el MAS en la región del altiplano obedece más a factores de índole sociocultural que étnica.
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ANEXOS
MUNICIPIOS CON MÁS DE 70% DE POBLACIÓN AYMARA
Fuente: Elaboración propia en base a datos proporcionados por el Viceministerio de Tierras, mayo de 2007.
Fuente: Elaborado en base a datos del Sistema de Información Geográfica Étnico Lingüística (SIGEL), Sistema de Naciones Unidas en Bolivia, La Paz, 2006. Los datos originales provienen del Censo 2001, 55 INE. Nota: Los demás gráficos y mapas tienen esta misma fuente.
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MUNICIPIOS CON MÁS DE 70% DE POBLACIÓN QUECHUA
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IDENTIDAD, POLÍTICA Y PODER EN SANTA CRUZ
Los diversos imaginarios socio históricos que coexisten simultáneamente en Bolivia, de manera complementaria, contradictoria y competitiva o directamente invisibles en algunos casos, exigen a los diversos saberes y epístemes reflexionar, cuestionar, analizar y pensar “creativamente” (“el pensamiento racional ha perdido pie y el pensamiento mágico despierta”) para vislumbrar modelos de convivencia pacífica y cohabitación conjunta. Los grupos (sociales) no convergen por “estar juntos”, sino para “hacer algo” juntos. (César Rojas Ríos 2007).
Helena Argirakis Jordán*
Crisis de Identidad Histórica, Política y Social Desde el año 2000, Bolivia se encuentra atravesando un proceso de desplazamiento y reconfiguración de “bloques históricos” (Antonio Gramsci 1971) que está afectando estructuralmente la conformación de la sociedad y su(s) equilibrio(s) de poder, cuestionando los límites del diseño institucional del Estado. Este proceso de cambio provoca la necesidad de interpelar modelos de convivencia e instituciones obsoletas y así mismo, afrontar un proceso de visibilización, comprensión y formalización de realidades “de facto”, que tienen existencia (de hecho), pero que no han sido incorporadas a la vida orgánica de nuestro país.
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Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales (Universidad Católica de La Plata). Magíster en Comercio Internacional (Universidad NUR). Especialidad en Análisis y Manejo de Conflictos (Universidad NUR). Ha publicado varios artículos en medios de prensa escrita. Docente universitaria. Ha sido Secretaria Ejecutiva de la Fundación Libertad, Democracia y Desarrollo (FULIPED); Coordinadora Regional del Centro de Promoción Bolivia (CEPROBOL) y Directora de Ética y Transparencia de la Prefectura del Departamento de Santa Cruz. En la actualidad es consultora internacional.
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La “realidad” social dinámica, flexible, multivariable y multicausal exige el repensar instituciones, pero no a través de enfoques legales que han sido desarrollados y pertenecen a determinado momento histórico, o aquellos enfoques que tratan las organizaciones como si fueran realidades monolíticas y unificadas. Se trata más bien de superar la disyuntiva epistemológica – metodológica existente, donde los criterios, modelos, perspectivas del sentido común, ordinarios y tradicionales se quedaron cortos para interpretar o “leer” la realidad. Se deben proponer (nuevos) modelos mentales y categorías analíticas alternativas, que hagan inteligibles a estas nuevas existencias. Por ende, estamos inmersos en una “crisis de identidad” histórica, política y social. La crisis se produce cuando existe una fractura en nuestros marcos conceptuales y de referencia histórica, política y social con relación a la cotidianidad. Éstos ya no pueden dar respuestas racionales, simbólicas y subjetivas a las múltiples problemáticas de la vida común. (Este es uno de los problemas macro estructurales que aqueja a la historia republicana de Bolivia desde y antes de su fundación). 60
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Significa el fracaso, obsolescencia y agotamiento de una forma de racionalidad, narración histórica, equilibrio de poder, organización socio política e institucionalidad correspondiente.
debido a una explosión de demandas de identidad socio política y la aparición de “símbolos alternativos y competitivos” con relación al statu quo hegemónico imperante.
Esta situación amerita la (re) construcción de nuevas redes de articulación identitaria(s) y todo el constructo socio político que se fundamenta en ellas.
Estos símbolos alternativos y competitivos lo conforman los movimientos sociales (no tan) “nuevos” como actores políticos, la nacionalización de los hidrocarburos, la propiedad de la tierra y el territorio, la recuperación estatal de los recursos naturales, la visibilización y la etnicidad como sujeto político central en Bolivia, la Asamblea Constituyente como espacio constitutivo, la “refundación” y/o “descolonización” del país, las autonomías (en todas sus expresiones y variantes) y la capacidad de autodeterminación de los pueblos.
Una de las principales manifestaciones de la mencionada crisis de identidad política y social se evidenció (a partir del año 2003) a través de la incapacidad del sistema político partidario denominado “tradicional” de ejercer intermediación efectiva entre la sociedad civil y el Estado. La “intermediación” tiene que ver con el cumplimiento de los roles sociales que el sistema político partidario debe desempeñar, como ser: defensa de intereses sociales, de clase, defensa de ideales políticos, de programa y de gobierno, movilización de sectores sociales y grupos de interés, comunicación de informaciones políticas, debate y elaboración de propuestas políticas y programáticas, difusión de propuestas y propaganda política hacia el electorado, asunción de responsabilidades políticas y de gobierno, formación y socialización de afiliados y simpatizantes de determinadas pautas y culturas políticas (valores, ideales, modos de conducta, procedimientos de trabajo en grupos, etc.), integración organizativa de cuadros y afiliados, reclutamiento y selección de candidatos y cuadros para el desempeño de funciones publicas, funciones sociales relacionadas en el ámbito recreativo de la extensión cultural, orientación de la opinión publica, canalización de opiniones, propuestas, aspiraciones, entre otras. Dicho sistema político partidario se vio afectado por un quiebre en su representatividad y una consecuente ausencia de credibilidad, 61
Sin embargo, debido a la poca distancia y leves o tibias variaciones de una misma posición doctrinaria en el espectro ideológico al que instrumentalizaban, los partidos políticos desconocían la sociodiversidad y heterogeneidad compleja de los disímiles imaginarios sociales en Bolivia. En los hechos, luego de un largo proceso de embate social a la médula del decadente bloque histórico, el centro de gravedad y equilibrio del sistema político se alteró; el poder político se vio afectado por la emergencia de un poder social. Ha sido tradicionalmente rol del sistema político partidario contribuir a la asignación de valores y cultura política, posibilitando así el proceso de formación de identidades socio políticas. Sin embargo, un sistema político partidario, operativo a una democracia meramente formal, inconclusa, restringida y simulada, que no ha llegado a pernear efectivamente a todos los estratos
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socioeconómicos, poco y nada contribuía a la creación, socialización, multiplicación y ejercicio efectivo de valores comunes.
La polarización obedece a una tendencia centrífuga, buscando agregar preferencias y adherir voluntades para construir una base social de anclaje político.
Los sistemas sociales se nuclean y cohesionan alrededor de valores y cultura política comunes, sin embargo cuando éstas no se traducen en realidades plenas a través del Estado y Gobierno, se convierten en “contra - realidades” e inclusive “antivalores” para muchos. Esta situación coadyuvó al “derrumbe” del sistema político partidario tradicional, correspondiente al debilitado bloque histórico, condenando a varias siglas partidarias al retiro forzoso, para dar cabida a la emergencia y consolidación de nuevas expresiones socio políticas. “Nadie le hizo tanto daño a la democracia como sus propios hijos: los partidos políticos y la clase política”. (César Rojas Ríos 2007). Las identidades socio políticas que aglutinaba un sistema partidario caracterizado por un “pluralismo moderado o segmentado” (Giovanni Sartori 1984), comenzaron efectivamente a desintegrarse en las postrimerías del conflicto de “septiembre negro” de 2000, agravándose para fines del año 2003 y produciéndose un quiebre (simbólico y real) a partir de esta fecha en adelante. A partir del año 2004, dichas identidades sufrieron un proceso de polarización, generando dos grandes bloques históricos. El proceso de polarización política es un mecanismo que coadyuva a la formación de identidad política con el objetivo de la construcción de hegemonía, ya que contribuye a orientar e influir las preferencias políticas hacia dos direcciones opuestas y mutuamente excluyentes.
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El “centrifuguismo” hace referencia a lo que Alain Touraine (2000) manifiesta cuando afirma “cuando la derecha moderada (o izquierda moderada) se debilita, es la extrema derecha (o extrema izquierda) la que avanza”. La base de la polarización consiste en un antagonismo profundo, manifestándose políticamente como un “juego de suma cero” (ganancia absoluta – pérdida absoluta) y de posiciones irreductibles, debido a la ausencia de mecanismos de regulación y la ruptura del equilibrio de poder. Se asumen posiciones “ofensivas” (lo emergente que pugna por el poder) y “defensivas” (lo decadente que busca preservar su poder), congregando intereses, demandas, necesidades y sobre todo representando cosmogonías y cosmovisiones. La polarización se manifiesta por medio de dos bloques históricos y tres ejes de conflicto: indianismo etnicista, regionalismo autonomista e igualitarismo populista urbano. Estos ejes de conflicto tienen proceso de apropiación simbólica de espacio territorial o de “geografía simbólica”, siendo que el indianismo etnicista es un eje fundamentalmente occidental, mientras que el regionalismo autonomista es un eje eminentemente oriental. Por su lado, el igualitarismo populista urbano es transversal a las grandes urbes metropolitanas del país, teniendo mayor presencia
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en algunas ciudades que en otras. Se evidencia también una disputa hegemónica entre el “centro político” (La Paz) y el “centro económico” (Santa Cruz).
El otro bloque histórico emerge como el empoderamiento y redefinición de lo social, expresado a través de los movimientos sociales, alterando el frágil equilibrio del sistema político desde el año 2000. Representa una “nueva izquierda plebeya” (Álvaro García Linera, 2002) de rostro indígena, rica en matices socio políticos e históricos.
Un bloque histórico es formulado a través de la confluencia del tradicional sistema político partidario por medio de agrupaciones ciudadanas nuevas (“sistémicos renovados” según Fernando Cajías, por ejemplo: PODEMOS, UN), además de las expresiones institucionales del activismo cívico, manifiesto en los Comités Cívicos Departamentales. También está conformado por las Prefecturas de los Departamentos de la construcción política identitaria denominada “media luna”, a partir de la elección democrática de los Prefectos, el pasado 2005. La media luna (los departamentos de Pando, Beni, Santa Cruz y Tarija) plantea la cosmovisión demo liberal políticamente, expresada por el predominio del mercado y el emprendimiento privado, un Estado mínimo, globalización y modernidad, libertad individual, Estado de Derecho, garantías constitucionales, predominio y racionalidad legal, positivismo epistemológico y corporativismo institucionalista. Encuentra un punto de equilibrio en el proyecto de las autonomías departamentales, frente a las demandas de cambio sociopolítico desde el occidente. Simboliza y abandera el mantenimiento del “status quo” (posición conservadora), por medio de la resistencia a los cambios propuestos desde la Asamblea Constituyente o demandados desde la “callecracia” (Carlos Valverde Bravo), conflictos dirimidos por medios “duros” o maximalistas antes que el diálogo o la negociación.
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Plantea nuevos actores políticos por medio de los movimientos sociales, ante la desafección de los partidos políticos tradicionales y reivindica nuevos símbolos: nacionalización de los hidrocarburos, nueva narración cosmogónica de la historia, panarquía, etnicidad, recuperación de los recursos naturales, refundación del Estado por medio de la Asamblea Constituyente, Estado fuerte y solidario, descolonización del Estado, autonomías indígenas, entre otros. Expresa la necesidad material de “cambio” estructural y de nuevo orden social. La denominada crisis identitaria no se limita al campo de la formalidad o institucionalidad política - partidaria, se expresa en otros campos y áreas de la cotidianidad. Por ende, surgen diversas formas de ver la realidad, representaciones alternas de la realidad misma, nuevas comprensiones y visiones que cuestionan a los viejos conocimientos, además del reconocimiento de la inevitabilidad de los cambios. Estas nuevas lecturas y representaciones sobre la realidad constituyen aproximaciones o modelos de la misma, ya que se entiende filosófica e epistemológicamente en el contexto de la presente coyuntura histórica, que no existe una realidad única y absoluta. La percepción de una realidad única y monolítica es otro de los factores que contribuyó a fortalecer la matriz de conflicto(s) que vive Bolivia actualmente y, por ende, la imperiosa necesidad de trabajar en la construcción de (nuevas) redes de articulación identitaria.
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La realidad nos exige mirarla no a través de una lente monocromática, sino a través de un prisma multicolor, comprendiendo que ésta es heterogénea, antifundacionalista (Richard Rorty 1980), antiesencialista (Jacques Derrida 1981), líquida y etérea.
Es más, al interior del oriente, se viven de manera diferenciada las mismas posiciones subjetivas, como el “ser cruceño” o la “cruceñidad”. Este es uno de las principales aristas del debate que se está obviando actualmente en Santa Cruz, en un esfuerzo (¿premeditado y consciente?) de dirigir la construcción del “ser” identitario hacia una polarización política, basado en la negación y/u oposición de la “otredad” (el Occidente), siendo que existen múltiples “otredades” en el mismo departamento que son y han sido invisibilizados.
Politización de la Identidad El concepto mismo de identidad es una construcción política, ya que. “las identidades, así, inevitablemente en plural, son “ficciones” que se quieren hacer pasar por esencias. Son “relatos” que se quieren hacer pasar por sustancias”. (Fernando Bayón). La construcción de identidad entraña una lucha política de construcción de hegemonía, al optar por una gama de “posiciones subjetivas” (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe 1985) y la confluencia de éstas posiciones subjetivas en un “nosotros”, que se opone a “otros” significativos. Las identidades son “ficciones” ya que son “socialmente construidas e históricamente contingentes” (Laclau y Mouffe), reflejan una percepción subjetiva, racionalizada y politizada de un contexto histórico en particular. Existe la imposibilidad de “cerrar” objetivamente el discurso identitario sobre la inmensa gama de interpretaciones que se pueden dar en torno a las posiciones subjetivas. A manera de ejemplo e ilustración, las mismas posiciones subjetivas se viven, sienten, piensan, imaginan y movilizan de manera diferente en el occidente y en el oriente.
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Ambos bloques históricos hacen uso político de la polarización a través de los medios masivos de comunicación con declaraciones incendiarias. A través de la polarización, se busca englobar a las diversas posiciones subjetivas en una sola posición. Al ingresar la polarización en una dinámica reactiva y al endurecer las tácticas políticas, las diferencias se invisibilizan y se induce hacia el pensamiento único. Las expresiones de disenso se atenúan o desaparecen y se pretende la inexistencia o vaciamiento de interlocutores válidos alternativos a los del oficialismo institucionalista. Finalmente, aumentan los prejuicios, preconceptos y estereotipos, se incrementan las barreras comunicacionales (formales e informales), se deteriora la voluntad política de construcción de consensos y se incita la confrontación. Esta situación se manifiesta en Santa Cruz de manera dolorosa, cuando dirigentes del oficialismo institucional cruceño, declaran en un acto público reciente, que se le dará “muerte civil” y serán declarados “traidores” a todos aquellos que no se adhieran a la expresión de una voz única. 68
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Este intento de “cierre discursivo” desaprovecha una ventana de oportunidad histórica para ampliar y multiplicar escenarios de debate y la configuración de identidades.
Este es el caso de la problemática de las tierras, por ejemplo. Gente y dirigentes sectoriales de extracción humilde y popular, (que) impulsados por una construcción identitaria en torno a la tierra y un llamado “modelo productivo”, son agitados, movilizados y socializados por los medios masivos de comunicación y organizados por las instituciones corporativas cruceñas.
Al minimizar y descalificar de manera violenta las expresiones de lo alterno, el disenso y la “otredad” interna en el departamento en todas sus manifestaciones, se secuestra la “voz” y opinión de l@s ciudadan@s que no militan en el oficialismo institucional cruceñista. Las identidades son “relatos” o sistemas de significado que configuran la comprensión que las personas tienen de sí mismas (Laclau y Mouffe), sus roles sociales, su lugar en la estructura social, su posibilidad (objetiva e imaginada) de movilidad social, los contenidos simbólicos a través de los cuales el individuo y el colectivo entienden, explican, fundamentan y justifican su acción social. En el caso de Santa Cruz, existe una alarmante “disonancia (socio) cognitiva” o inconsistencia lógica en torno a las creencias y acciones, debido a la inducción de parte de la élite dirigencial departamental de cambios de comportamiento, creencias y percepciones de los sectores populares. Esto provoca un fenómeno de “falsa conciencia de clase”, que se manifiesta cuando dirigentes de sectores tradicionalmente populares (la COD, la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno UAGRM, las juntas vecinales, entre otras) embanderan y toman la vanguardia de la defensa de intereses de las élites económicas y empresariales o los sectores privilegiados, siendo que los sectores populares no tienen la misma confluencia de intereses de las élites.
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Gente que como vulgarmente se dice en el oriente no tienen tierra ni debajo de las uñas, ni en los bolsillos, son movilizados hacia la defensa de la tierra de algunos empresarios agroindustriales, (caricaturizados en la construcción discursiva del Gobierno Nacional como la “oligarquía” cruceña) en pro de un “estilo de vida, libertad y democracia”. El esfuerzo racional y consciente de construcción de identidad consiste en resaltar, distinguir, relevar y “patrimonializar” o “monopolizar” ciertas posiciones subjetivas o atributos, rasgos, características que pueden servir como marcadores de diferencias. En otros bloques históricos pasados, estas posiciones subjetivas de anclaje identitario lo constituían conceptos simbólicos como patria, pueblo, nación, ideología, clase social, sindicato, etc. Actualmente se trazan fronteras políticas por medio de las construcciones discursivas como (neo)nacionalización, nueva narración histórica, panarquía, etnicidad, recuperación de los recursos naturales, refundación del Estado, Asamblea Constituyente, Estado fuerte, descolonización del Estado, autonomías indígenas y/o autonomías departamentales, cosmovisión demo liberal, predominio del mercado, emprendimiento privado, Estado mínimo, globalización, modernidad, libertad, justicia, Estado de Derecho y democracia.
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Expresan la necesidad material de “cambio” estructural o mantenimiento del statu quo y del nuevo / viejo orden social, (dependiendo del bloque histórico) a través de los llamados “significantes flexibles” (Louis Althusser 1971).
significado – significante se comprende en y con relación a la práctica social y contexto en el que ocurre.
Construcción Identitaria en Santa Cruz: Hipótesis y Escenarios de Conflicto(s) En Bolivia los dos grandes “paraguas” identitarios, que responden a dos visiones de país o bloques históricos (anteriormente descritos), que monopolizan (por ahora) las luchas hegemónicas (nacionales) a través de sus respectivos proyectos políticos antagónicos: el Gobierno Central y la “media luna autonomista”. La hegemonía (nacional) se logra cuando un bloque histórico, proyecto o “paraguas identitario”, consigue determinar los valores, los usos simbólicos, las normas, significados y significantes en una formación social dada (Laclau y Mouffe), aunque de manera contingente y nunca cerrado totalmente. Existe el permanente desafío de dejar abierto o vacíos ciertos significantes para que la ciudadanía deposite sus propias articulaciones axiológicas y discursivas e interprete las articulaciones hegemónicas a través de su propia matriz y estilo socio cognitivo, generando una cadena de equivalencias y la multiplicación de significados.
En Santa Cruz, existe el peligro de volver a la construcción del paraguas identitario en una categoría estrecha y monolítica, al acarrear una retórica bisoña y nostálgica, al cerrar los significados significantes a una visión única y al volverse esencialista. Por otro lado, tiende a minimizar y sacrificar otras construcciones posibles, buscando hacer prevalecer ciertas prácticas sociales, imágenes, valores, lenguaje, orden, organización, institucionalidad, jerarquías y privilegios. Busca negar la contingencia y carácter cambiante de las tradiciones, prácticas, conocimiento, percepciones y creencias, además de negar la posibilidad de que cualquiera cuestione, disienta o se salga del paraguas identitario para tener una concepción independiente. Hay un abanico muy amplio de luchas de trascendencia que buscan influir en el proceso de formación de la identidad en Santa Cruz: clases, etnias, género, generacional, opción sexual, lo urbano, lo interurbano, lo rural, los límites entre lo público y lo privado, el fenómeno de la migración, la religión organizada, la espiritualidad, el medioambiente, la biodiversidad, entre otras.
El “carácter relacional de la identidad” (Laclau y Mouffe), hace referencia al contenido e interpretación de palabras, oraciones, conceptos, simbolismos, acciones e instituciones, que se entienden según el contexto general mayor del que forman parte. El binomio
Sin embargo, éstas quedan relegadas al dirigirse la atención del debate sociológico hacia el occidente o hacia el Gobierno Central, quedando postergado un proceso de introspección y autocrítica imprescindible entre cruceños acerca de nuestro “ethos”. Sociedad auto reflexiva o “accionalismo”: trabajo de la sociedad sobre sí misma (Alain Touraine 1973).
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Existe una pugna interna no tan perceptible o evidente (aún) entre la élite económica tradicional (empresarial, dirigencial e institucionalizada), que ostenta el poder formal y privilegios en la región y la emergencia de nuevos actores económicos y productivos de ascendencia mestizo – populares (comerciantes, transportistas, gremialistas, cooperativas populares, artesanos, rubro de la construcción, etc.), que no están institucionalizados en los entes corporativos tradicionales de Santa Cruz (Cámaras, Comités, Cooperativas, grupos de poder, fraternidades, Colegios de Profesionales, etc.).
Oriente, pero en circunstancias muy diferentes a las imaginadas desde las jerarquías dirigenciales locales.
Éstos últimos aspiran al poder, a participar en el proceso de toma de decisiones, a ser reconocidos, visibilizados y respetados culturalmente y sobre todo, a ascender socialmente por el derecho del fruto de la acumulación de excedentes del trabajo, para constituir y ser parte de la nueva clase media cruceña. Si Santa Cruz no tiene la visión y capacidad de asimilar orgánicamente a estos sectores socioproductivos emergentes, no podrá efectivamente constituirse en el baluarte del capitalismo pleno, ya que ningún proyecto político (bloque histórico) puede sobrevivir sin anclaje social. Por esta razón, una polarización política y conflicto(s) permanentes con el occidente / Gobierno Central son eminentemente “funcionales” para postergar y desplazar las agendas internas o las demandas de movilidad social, cambio y transformación al interior de la región.
Si se traslada el epicentro del conflicto al oriente, se ingresa en un territorio históricamente desconocido para la región, políticamente capitalizado por el occidente y se puede provocar un proceso de “anomia social”, “mal que sufre una sociedad a causa de la ausencia de reglas morales y jurídicas, ausencia que se debe al desequilibrio económico o al debilitamiento de sus instituciones, y que implica un bajo grado de integración… la anomia es mayor cuando los vínculos que unen a los individuos con los grupos sociales o colectividades no son fuertes ni constantes”. (Emile Durkheim 1897). Este bajo grado de integración y los débiles e inconstantes vínculos que unen a los individuos con los grupos sociales o colectividades, pueden generar situaciones de frustración: “estado emocional que se produce en el individuo cuando éste no logra alcanzar el objeto deseado”.
Si estas demandas identitarias no son atendidas oportunamente, a través de la articulación de una visión departamental a largo plazo y no se logra superar el “laissez faire” social, se corre el riesgo de desplazar el escenario (geográfico territorial) de conflictos hacia el
De manera general, la respuesta del individuo ante la frustración puede ser agresiva, de tristeza o depresión. Algunos psicólogos vinculan la frustración a la agresión, que puede estar dirigida hacia el obstáculo que impide alcanzar el objeto deseado o contra uno mismo. Para otros psicólogos, la conducta agresiva se encuentra vinculada a la frustración. El psicoterapeuta estadounidense John Dollard desarrolló la hipótesis de que la intensidad de la agresión es inversamente proporcional a la intensidad de la frustración. Para Dollard, la frustración es una “interferencia que impide llevar a cabo una respuesta de acercamiento al objetivo en un determinado momento”. Al parecer, la frustración origina un estado emocional que “predispone” a actuar de forma agresiva, pero sólo en determinadas
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condiciones y en personas propensas. (Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos).
técnica que debía cumplir con esa función se convirtió en otro botín político más. Tampoco se logró mucho en la descentralización, pues las prefecturas sólo fueron “un apéndice del gobierno central”, citando las palabras de José Guillermo Justiniano, Ministro de la Presidencia durante la gestión de Gonzalo Sánchez de Lozada (1991-1996).
Tomando en consideración el contexto socio político del país y de la región y los efectos aparentes del proceso de polarización política anteriormente tratado, la expresión social de la frustración por demandas insatisfechas puede generar fenómenos de disturbios, actos de violencia anómica, producto de la necesidad de canalización de la protesta y obtención de reconocimiento.
Autonomía Departamental
A más de una década de haber cumplido esas funciones, admite que el interés de ese gobierno no era el de avanzar en la descentralización sino, por el contrario, centralizar el poder. “Goni quería sólo dos niveles de gobierno, el municipal y el nacional, no le interesaba el departamental. Admito que entonces todos éramos centralistas, porque creíamos en la necesidad de un Estado central fuerte”, confiesa.
La autonomía departamental representaba hasta hace poco tiempo atrás, un significante “flexible”, un paraguas identitario, donde se estaba articulando y construyendo una visión departamental y un proyecto político viable para la región (y la media luna), llenando un vacío de planificación y generación de políticas públicas departamentales, dejado por la otrora Corporación Regional de Desarrollo – CORDECRUZ.
Gustavo Justiniano, ex presidente de Cordecruz (1987-1989) y primer secretario de la nueva prefectura en 1996, admite que la idea no funcionó. “La Corporación era autárquica, había más autonomía. Podía gestionar créditos directos con los organismos internacionales. Eso se perdió”, indica. No obstante, considera que la pérdida de autonomía se debe no al modelo administrativo sino a las diferentes gestiones de gobierno que centralizaron el poder.
“La desaparición de Cordecruz no era sólo un capricho de la Ley de Descentralización Administrativa. Formaba parte de una serie de cambios en la estructura del Estado boliviano, incluyendo la reforma a la Constitución Política, que sustituyó el concepto de gobiernos departamentales elegibles, por prefecturas dependientes del Poder Ejecutivo. Este concepto estaba expresado en los artículos 109 y 110.
En tanto, Fernando Prado, Wilmar Stelzer y Héctor Justiniano coinciden en que debería recrearse una “especie” de Cordecruz, autárquica y con representación de la sociedad civil que apoye a un nuevo gobierno departamental autónomo”. “Modelo para Armar: la Planificación Regional en el Sudeste Boliviano”. Gerson Rivero, Jaime Parejas, Roberto Parejas. 4ª Convocatoria Fondo Concursable de Periodismo de Investigación. http://www.gbusch.info/htm/ opinion.htm
La realidad no fue tal como la pensaban. La capacidad técnica, planificadora, de Cordecruz se perdió en la Prefectura, pues la unidad
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La autonomía consistió, en su momento, en una bandera de construcción identitaria amplia, que hubiera tenido la capacidad de tomar la posta política regional que dejó la ex Cordecruz.
Esta plaza de Gobierno Departamental se constituyó en una inexcusable y obligatoria bisagra de negociación con el Gobierno Nacional por constituir la intermediación política institucional que el sistema político partidario perdió al enajenar su legitimidad y credibilidad social.
Representaba (la autonomía) el espacio discursivo de equilibrio y confluencia de intereses para articular un proyecto político regional y visión país, encarnado en un modelo de gestión departamental. Aunque simbolizaba y abanderaba el mantenimiento del “status quo” demo liberal y una posición conservadora en materia de economía política, generaba la posibilidad de constituirse en “significante flexible” (Althusser), con la finalidad de conformar un “statu quo renovado” y un conservadurismo blando, frente a la posibilidad de un retroceso reaccionario duro, producto de las exigencias propias de un proceso peligroso de polarización política. La polarización se convierte en un “cuchillo que corta mejor en casa”, si se mantiene la lógica política maximalista y (cada vez más) violenta, generando el peligro de volverse incontrolable e inclusive presentar hechos de violencia anómica que pueden llegar a escalar. El foro político institucional legítimo encargado de articularlo hubiera sido la Prefectura o Gobierno Departamental. Sin embargo dicho proceso y espacio fue cooptado por los intereses, contradicciones y pugnas entre los grupos de poder locales. El espacio político que representa la Prefectura en transición hacia el Gobierno Departamental, validado por una elección de Prefecto por las urnas democráticas, simbolizó un valioso y necesario escenario de concertación y diálogo.
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Por ello, era imperativo que la Prefectura multiplique escenarios de negociación y diálogo y no que cierre los espacios de intercambio, asumiendo desde la institucionalidad del Gobierno Departamental, la representación de los intereses, demandas y necesidades de sectores, agrupaciones ciudadanas, e instituciones que tienen sus propias agendas válidas y legítimas, pero que se pueden representar por sí mismas, sin la necesidad de intermediación de la Prefectura. La Prefectura debía asumir la intermediación de aquell@s ciudadan@s que se encontraban “sin voz”, ni representación organizativa o corporativa y que no comulgan con los radicalismos de la llamada “derecha” política ni la de la “izquierda” política, por medio de la Casa de Gobierno del Departamento, que es la Prefectura. Éste se constituía en una exigencia de ética pública ineludible en el presente momento histórico. La base socio política del primer Gobierno Departamental electo debería ser la representación de ciudadan@s y sectores que no comulgan con los apologetas de la violencia y del desastre de ambos extremos ideológicos y quienes depositaron su confianza en un Prefecto electo para que (éste) les dé, de manera simbólica y objetiva, certidumbre y tranquilidad social, por medio de la negociación e interlocución política interminable e inagotable.
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Hoy, el proyecto autonomista corre el riesgo de implosión por la carencia de una base social más amplia, ya que la dirigencia oficialista cruceña hipotecó su plataforma socio política al atrincherarse, defender y abanderar intereses eminentemente sectoriales, empresariales, económicos y corporativos de los grupos de poder.
He intentado reflejar un pensamiento crítico y otra visión alternativa a la del oficialismo institucionalista cruceño, sin caer (espero) en un reduccionismo y fomentando antagonismo y divisiones mayores, sino más bien realizando una disidencia que considero necesaria y que asumo responsablemente como mi voz y mi opinión.
¿Lecciones Aprendidas? El presente trabajo ha sido elaborado bajo el enfoque de la teoría del discurso, que amplía las visiones de autores marxistas como Antonio Gramsci y Louis Althusser, además de utilizar ideas y planteamientos de teóricos y filósofos posmodernos como Richard Rorty, Jacques Derrida, Michel Foucault, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. “La teoría del discurso examina la lógica y la estructura de las articulaciones discursivas y cómo éstas posibilitan la formación de identidades en la sociedad… concede a los procesos políticos -concebidos como conflictos y luchas entre fuerzas antagónicas que pretenden estructurar el significado de la sociedad- un lugar fundamental en la comprensión de las relaciones sociales y en cómo se transforman”. (David Howarth en La Teoría del Discurso). Utilizando la teoría del discurso como herramienta metodológica - teórica y sobre la base de análisis de políticas comparadas, se ha realizado un ejercicio de exploración socio político nacional, para generar un contexto mayor de referencia, para luego analizar el proceso de construcción identitario y la politización de la identidad en Santa Cruz, tomando como referencia obligada, la experiencia de la autonomía departamental.
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Lo anterior no significa conceder (por descarte) la verdad única y absoluta al Gobierno Central, ya que el esfuerzo de este trabajo consiste en demostrar de manera fehaciente, que no existen verdades únicas ni monolíticas y más bien hay que fomentar la expresión de lo alterno, buscando equilibrios de manera permanente. Por eso y para eso existe la expresión política. Durante el desarrollo del presente ensayo, se han examinado una serie de hipótesis de trabajo y posibles escenarios (futuros) de conflicto, en torno al proceso de construcción identitaria y la politización de la identidad. Esta exploración ha permitido alcanzar una serie de conclusiones tentativas que se esbozan a continuación, que debido al contexto histórico presente, se convierten en posibles procesos de aprendizaje para no repetir patrones nefastos de comportamiento destructivo y forzar los antagonismos (normales en la política) a extremos violentos. •
Reconocer que en Bolivia ya comenzó un proceso irreversible de cambio y que dicho cambio implicó energía, compromiso, sacrificio, privación, violencia y muerte.
•
Por ende, pretender que el status quo vuelva al momento histórico anterior al año 2000, es atentar con una conquista
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social que ya desbordó las fronteras de los movimientos sociales… ya es patrimonio del pueblo boliviano. •
•
•
Reconocer que dichos cambios han generado expectativas y éstas no serán aplazadas ni postergadas por los diversos imaginarios sociales. A pesar de manifestaciones de violencia, confrontación localizada, disturbios y la utilización de tácticas políticas maximalistas (marchas, paros, bloqueos, manifestaciones, huelgas, cabildos, etc.), el proceso de cambio se ha mantenido (hasta ahora) dentro de los límites de la convivencia macro societal organizada. La agenda de cambio macro societal ha cuestionado el sistema, pero a diferencia de otras coyunturas históricas y otras experiencias, ha planteado su estrategia desde adentro del sistema, bajo las reglas de juego de una democracia política renovada y ampliada material y simbólicamente.
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•
Contextualizar de manera responsable y reconducir el proceso de generación de expectativas y frustraciones, en virtud del proceso polarizador y la construcción de hegemonía y contra hegemonía.
•
Superar el “laissez faire social” por medio de debates sociales abiertos sin restricciones de tiempo ni lugar, sin temas tabú y sin las imposiciones de libretos y guiones, sin prohibiciones y presiones, sin agresiones psicológicas, emocionales, físicas o económicas.
•
“Des - legalizar” y “des - economizar” (en sus extremos absolutistas de verdades únicas) el debate para “sociologizar” la(s) mirada(s) sobre la realidad, implementar perspectivas creativas y alternativas.
•
Visibilizar y reconocer las diversas posiciones subjetivas y luchas de trascendencia, que existen en el país y en las regiones, que buscan influir en el proceso de construcción identitaria.
•
Si no se ha generado violencia a gran escala hasta ahora, no generarla en el futuro próximo de manera irresponsable, bajo la lógica de la polarización política extrema.
•
Fomentar las expresiones de disenso y articular interlocutores válidos alternativos a los de los oficialismos institucionalistas nacionales y departamentales.
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Deponer la estrategia de polarización política extrema, utilizando tácticas políticas maximalistas y la intensificación de la dinámica del juego de suma cero de parte de ambos bloques históricos, ya que se cae en el peligro de exacerbar los ánimos y voluntades sociales a un punto de no retorno.
•
Derrumbar mitos, prejuicios, preconceptos y estereotipos acerca de la(s) “otredad”(es) por medio de información veraz y puentes comunicacionales (formales e informales) alternativos.
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Fomentar una integración social plena de individuos y grupos sociales por medio de vínculos sinceros de
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integración: la visibilización, reconocimiento y debida importancia a las agendas alternas, aunque signifiquen una pérdida (relativa) de poder y privilegios de las élites dirigenciales nacionales, departamentales y locales, frente a la posibilidad futura de escaladas violentas. •
Privilegiar otras construcciones identitarias posibles y abrir el debate sobre las autonomías.
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Bibliografía
Bayón, Fernando: 2007. “Identidad y Política: Consideraciones Filosóficas”.”http://www.agenciamigrantes.com.br/ analise290507.htm Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
•
Dejar “abiertos” o “vacíos” ciertos significantes para que la ciudadanía deposite sus propias articulaciones axiológicas y discursivas, generando una cadena de equivalencias y la multiplicación de significados.
Feldis B. Jean Paul (Director): 2006. Revista Socio Lógicas No. 5, Junio de 2006. “El Cruceñismo en la Encrucijada y otros Ensayos”.
•
Reconocer el carácter contingente y cambiante de tradiciones, creencias y prácticas sociales, no forzando a que se vuelvan éstos eternos e inmutables.
García Linera, Álvaro: 2005. “Estado Multinacional: Una Lectura de la Descentralización Regional a partir de las Identidades Culturales”.”http://www.derechoshumanosbolivia.org/ cultural.htm
•
Recorrer las fronteras políticas de la democracia para dar cabida a las diversas adjetivaciones que buscan darle cara, cuerpo y espíritu boliviano a la democracia nuestra de todos los días.
•
Comprender, finalmente, que democracia es equilibrio.
Marsh, David y Stoker, Gerry (eds.): 1997. “Teoría del Discurso” de David Howarth en “Teoría y Métodos de la Ciencia Política”. Alianza Editorial, Madrid. Rojas Ríos, César: 2007. “Democracia de Alta Tensión: Conflictividad y Cambio Social en la Bolivia del Siglo XXI” Plural Editores. La Paz. Rivero, Gerson; Parejas, Jaime y Parejas, Roberto: 2007. “Modelo para Armar: la Planificación Regional en el Sudeste Boliviano”. 4ª Convocatoria Fondo Concursable de Periodismo de Investigación. http://www.gbusch.info/htm/opinion.htm
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LA CIUDADANÍA INCONCLUSA. EL ALTO: IDENTIDADES POLÍTICAS Y DEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI
Y decir “organización” es indicar un cuerpo más o menos amplio o más o menos pequeño dentro del cuerpo social cuya función central es dirigir el corpus social, y dirigir es ya un hecho político. Por ello, al mentar organización social, decimos organización del poder, organización política.
Carlos Hugo Laruta*
Introducción El concepto de “identidad social” remite a la autoreferencia de las comunidades humanas urbanas o rurales con respeto de las otras identidades. Es la más elemental y global de las percepciones que como atmósfera cubre la vida de todos los individuos organizados en colectividad. La identidad social incluye elementos o componentes referidos a las características étnico-culturales, socio-económicas, religiosas, políticas y otras. Desde este punto de vista, lo político es parte de la identidad social, aunque puede lograr tal desarrollo que aparece nítidamente con características destacadas. Las comunidades humanas regularmente presentan algún tipo de organización social; es decir, comunidad humana es regularmente decir “organización humana”, pues ésta asume el papel de rostro visible de la comunidad, sobre todo cuado es medianamente grande y compleja.
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Sociólogo alteño, vecino de El Alto por más de 35 años, ex - funcionario de la ONU. Actualmente Director de CIPCA La Paz.
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Desde aquí, la “identidad política” es la representación que las organizaciones vinculadas al poder tienen de si mismas en relación al entorno inmediato que, en sociedades complejas como la nación, es el sistema político y para el caso de la ciudad de El Alto los partidos políticos, la FEJUVE, la Central Obrera Regional, los sindicatos y gremios varios, en el marco de su entorno inmediato que es la sociedad. La “identidad sociopolítica” es la base constitutiva de toda organización, y generalmente se forja en un proceso más o menos largo que va troquelando las características organizativas de su concepción y práctica. Algunos de los elementos de la identidad pasan a desempeñar roles clave a la hora de definir la identidad en el proceso histórico concreto. Siendo un fenómeno social, la identidad política muestra dos momentos fundamentales, más o menos conflictivos, no necesariamente secuenciales, más o menos disruptivos y que suelen concluir en la esfera política: a) la crisis de la identidad o de las identidades que es el resquebrajamiento-erosión y/o división, que en grados diferentes expresan un momento coyuntural o el fin de una identidad, dependiendo fundamentalmente del grado de afectación que sufren los componentes principales de su identidad y los rasgos de su accionar. En la situación histórica analizada en el presente artículo, del resquebrajamientoerosión-crisis de identidades previas (sobre todo comunitarias aymaras de diverso grado de etnicidad –diverso grado de indigenidad, por lo tanto- aunque también la identidad proletaria minera) se va gestando
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la emergencia de identidades organizativas con nítidos rasgos diferenciados, y b) la emergencia de la identidad que es la conformaciónmanifestación-desarrollo inicial de un grupo cuya presencia y actuación es cada vez más orgánica y fundamentada, cuya clara expresión es su actuación y el sentido de ésta (finalidades). Ese parece haber sido el proceso de emergencia de lo que podríamos llamar una cierta identidad sociopolítica “alteña”, asentada, en gran medida, en el proceso migratorio que más influyó sobre El Alto y muy numeroso, el del altiplano aymara próximo. Esa migración produjo una secuencia circular repetitiva: descampesinizacióndisponibilidad ideológica-rellenado con nuevos conceptos-aparición de nuevas organizaciones socio-políticas: Subfejuve, FEJUVE, Partidos “prestados” como forma de inserción en la ciudadanía política democrática de los años 80s y 90s y la adscripción cada vez más nítida a una especie de “partidos propios” a inicios del siglo XXI, según el tipo de ciudadanía en desarrollo entre sus pobladores. Lo que a continuación desarrollamos no pretende ser sino un conjunto de hipótesis preliminares sobre el delicado tema de la identidad sociopolítica alteña, su proceso de formación, desarrollo y desagregación. No pretende señalar conclusiones finales, pues requiere de investigaciones de base que den sustento a sus afirmaciones. Sin embargo, lo preliminar del presente documento no lo empobrece, sino más bien pone sobre la mesa un conjunto de ideas y temas que bien podrían ser recogidos como desafíos para investigaciones sistemáticas posteriores.
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Los primeros alteños: ruptura de lealtades comunales e integración a la ciudad 1.1.
De las juntas vecinales a la Subfejuve
El Alto fue semilla en los 50s, nació en los 60s y 70s, creció explosivamente en los 80s y en los primeros años del siglo XXI, después de su apuesta por el populismo condepista, sucumbió trágicamente a su propio peso demográfico y político tan rápidamente adquirido a través de dos rostros todavía incandescentes: su pobreza y su radicalismo político. En el trayecto histórico señalado, “… desde 1953 varias zonas comenzaron a crear sus juntas vecinales, con una existencia más orgánica, y que básicamente planteaba temas relacionados con la instalación de servicios básicos en los diferentes barrios, logrando así, bajo la primera movilización vecinal, que algunas zonas obtengan apoyo estatal para la instalación de agua potable, luz eléctrica y servicios de transporte…”1. En la década de los años 50, el 3 de julio 1957 “se creó el primer Consejo Central de Vecinos, que agrupaba a las 6 zonas de El Alto: Villa Dolores, 12 de Octubre, 16 de Julio, Villa Ballivián, Alto Lima y Mariscal Sucre. Después de seis años, en 1963 se constituyó la primera Sub federación de Juntas Vinales ad- hoc y, posteriormente, el 8 de diciembre de 1966 la Sub Federación de Juntas Vecinales de El Alto, que agrupaba ya a por lo menos 30 zonas”2. En esa década, resultado de los eventos revolucionarios de ese entonces, se estacionaron algunos vecinos vinculados a ese proceso e iniciaron negocios pequeños para su vida y la de sus hijos. Como 1
La sociología de los movimientos sociales “manual”, García Linera Álvaro, 2005.
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casos de ejemplo, esta es la historia de la familia propietaria del Hotel Alexander en la Ceja (el único de 3 estrellas) y de la familia Quispe Flores que es propietaria de varios edificios y centros comerciales en esta misma área de la Villa 12 de Octubre. Los años 60s y 70s juntaron más vecinos rurales y de poblaciones urbanas pequeñas, indígenas, mestizos y blancos: la historia de ellos aún no está escrita.
acceder a la directiva de la junta vecinal. Este tránsito, de la aclamación simple a la votación por frente tuvo profunda significación, pues implicaba el tránsito de antiguas formas rurales de elección de representantes a formas más modernas y vinculadas ya al concepto de “partido”, aunque en esos iniciales momentos de dictaduras militares el no estuviera vigente. A la vez, implicaba que la ciudadanía política se individualizaba al entrenar a la población en el discernimiento individual para el voto por determinado frente. Y esto se fue volviendo masivo, amplio, grande y con los años llegaría a establecerse como el modo común de elección de las directivas de las juntas vecinales, habiendo contribuido francamente a la práctica del ejercicio silencioso de la democracia en periodos autoritarios.
Pararelo a ello, se iba dando el proceso de formación de las juntas vecinales. Muchas personas de origen rural campesino se encontraban conviviendo con personas de origen rural urbano, es decir, lo que la sociología boliviana ha llamado “campesinos indígenas” y “vecinos de pueblo chico”. Los campesinos provenían de distintas áreas geográficas del país, no masivamente aún del altiplano circundante, lo mismo que los vecinos de pueblo. Ese encuentro en un nuevo vecindario en construcción, tenía generalmente dos pasos que aún hoy se realizan; 1) la aproximación mutua o la visita para conocerse y apoyarse en la instalación en el nuevo lote, 2) la cita próxima para la organización de la junta de vecinos, y 3) la elección de las personas con mayor conocimiento práctico de la aún sociológicamente lejana y distante “ciudad de La Paz” y cierto liderazgo vecinal para efectos de trámites ante las autoridades y en la organización de encuentros, campeonatos deportivos, etc., que favorezcan la convivencia social, dada ya la proximidad física de la residencia en el mismo barrio. Cabe destacar que las primeras directivas de las juntas vecinales se eligieron en asambleas por simple aclamación o levantando las manos en señal de aprobación pues se elegía a la persona para el puesto directivo en grupos aún no muy numerosos. Gradualmente, sin embargo, fue introduciéndose la votación por plancha; es decir, por lista completa de candidatos de diferentes frentes cívicos, quienes pugnaban por 89
El estilo de relación con la autoridad estatal de ese momento fue de un perfil muy discreto, frente a una realidad urbana próxima y abrumadora como era la de la ciudad de La Paz. La nueva Subfejuve (1966), compuesta por dirigentes conocidos en barrios relativamente pequeños, recibió la tarea de relacionarse con las autoridades del Gobierno Municipal de La Paz y de los distintos Ministerios que tuvieran que ver con la legalización de los lotes adquiridos en propiedad por los nuevos vecinos y con la instalación de servicios urbanos como agua, luz y alcantarillado. Dados el pequeño número de vecinos y el propio ritmo de crecimiento urbano de la vecina La Paz, la relación fue muy lenta y no siempre resultaba consiguiendo lo que se demandaba. Sin embargo, los vecinos alteños confiaban plenamente en la capacidad de sus dirigentes para tramitar adecuadamente lo solicitado. Estos mismos años, el aún pequeño El Alto comenzó a recibir agua potable y las emisiones del único canal de TV de ese momento,
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el 7 estatal. Con ello, el correr con latas detrás del tren en la próxima Estación de Ferrocarril (Arica-La Paz y Guaqui-La Paz) para recibir su agua caliente y guardarlo en turriles fue terminando; hoy, una gran proporción de esta ciudad enorme disfruta de agua potable de buena calidad. La TV al convertirse en la ventana hacia el mundo que los emigrantes habían soñado para sus hijos, convive con la austeridad y pobreza de su dura realidad.
la Sub Federación de Juntas Vecinales asumiera el rango de Federación de Juntas Vecinales de El Alto, con el reconocimiento de la Confederación Nacional de Juntas Vecinales de Bolivia en 19794, para este año se contaba con 44 juntas vecinales, para 1984 se incrementarían a 86. Desde la óptica demográfica, “En 1962 los 3.000 habitantes de 1950 se habían triplicado y en 1976 eran 95.455, más de treinta veces la población de 19505”. “En los siguientes años siguió creciendo con una tasa anual de más del 10%, a causa de la sequía de 1982 – 83 en todo el altiplano y la relocalización de miles de mineros y obreros como fruto del célebre Decreto 21060 de 1985, que instaló en el país el modelo de globalización neoliberal6”.
Un rasgo central de este periodo fue la presencia de gobiernos militares desde 1964. Diríamos entonces, que la nueva ciudadanía alteña inició su vida organizada a través de la Subfejuve de lleno que se mantuvo prácticamente hasta 1982. Esto no sólo marcó el estilo de relación de perfil muy discreto que se había establecido de inicio, sino que influyó en dos aspectos: a) el contexto de disciplinamiento de la sociedad civil que tuvo la presencia militar en los gobiernos nacionales y municipales desde 1964 hasta 1982, y b) la relativa eficacia en el accionar gubernamental, dada la ausencia de oposición política. En estas décadas y hasta mediados de 1984, El Alto fue considerado como un barrio de la ciudad de La Paz y en consonancia tuvo una Subalcaldía.
2.
Los segundos alteños: a engrosar la conquista de la ciudadanía 2.1.
De la Sub FEJUVE a la FEJUVE
La creación de la subalcaldía de El Alto en 19703, considerado como un barrio más de La Paz, dio lugar a que en años posteriores 3
La Alcaldía La Paz. Entre modernistas y culturalistas 1985-1993. Carlos I. Blanco Cazas, Godofredo Sandoval, ILDIS-IDIS, 1993.
91
La migración hacia El Alto en la década de 1976 –1986 impulsa el crecimiento de esta urbe. Factores como las sequías de 1983 al 84 y la relocalización de mineros tras el cierre de la minería estatal7, coadyuvaron en su crecimiento poblacional dotándola de gente con diversas experiencias de vida, fuente para engrosar un nuevo ente organizativo y reinvindicativo frente a la crisis económico social que enfrentaba la población en la década de los ochenta. Por ello, la FEJUVE de El Alto, fue fundada en 1979 “ cuando las juntas vecinales ya se habían multiplicado por siete, desde las 6 de 1952 (…); y veinte años más tarde, en 2004 la FEJUVE ya reconocía a 422… 8”.
4
Cuarto Intermedio, Carlos Hugo Laruta, cuarto número, publica Compañía de Jesús en Bolivia.
5
Idem.
6
Idem.
7
Evaluación Rápida El Alto. USAID, 2004, p.12.
8
Cuarto Intermedio, Carlos Hugo Laruta, cuarto número, publica Compañía de Jesús en Bolivia.
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Instalada la etapa democrática contemporánea, a mediados de 1984 y por compromiso del Presidente Hernán Siles, se inició la autonomía de El Alto pues la FEJUVE propuso a Siles una terna para la función de Alcalde Distrital. En Asamblea de FEJUVE, Laruta obtuvo 78 votos, profesor; Huariste 18 votos, cooperativista aurífero; y Justiniano obtuvo 7 votos, ex minero. Así se conformó el primer gobierno municipal autónomo de La Paz a la cabeza del Profesor Hugo Laruta. Posteriormente, El Alto adquirió rango de Cuarta Sección del Municipio de La Paz el 6 de marzo de 1985 durante el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP) y obtuvo el rango de Ciudad el 26 se septiembre de 1988 durante el Gobierno del MNR9”.
gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP), a los que se sumaron los desastres naturales y las salidas político-económicas a la crisis, fueron eventos que influyeron de manera significativa al crecimiento de la urbe alteña. Se inició también una búsqueda creativa de formas organizativas de representación no sólo sindicales o gremiales, sino cívicas que se fueron fortaleciendo con el objetivo de aglutinar a una diversidad ciudadana que exprese -en primer términosus necesidades en torno a una mejor calidad de vida urbana, pero que también exprese los intereses de sus componentes sectoriales.
Pero unos años antes, El Alto participativo ya mostró tempranamente su gran adscripción a la democracia naciente en 1979, cuando la Ceja y la Plaza Alfonso Ugarte se convirtieron en centros de resistencia popular frente al golpe de estado del Gral. Natusch que intentó cortar el proceso democrático. Sería un preludio de octubre 2003. Las grandes movilizaciones de adherentes de CONDEPA y UCS que se amagaban en la hoy Alcaldía quemada son también otro preludio del gran asiento del populismo ideológico y masivo resultante de la ciudadanía inconclusa que se gestaba en la poco a poco enorme ciudad.
2.2.
La identidad rural se reformula y el tiempo político es apropiado
La lucha por la democracia ante los gobiernos militares en los años ochenta, así como la subsiguiente crisis económico-social en el 9
Cuarto Intermedio, Carlos Hugo Laruta, cuarto número, publica Compañía de Jesús en Bolivia.
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Con la separación de El Alto de La Paz en 1986, y debido a la distancia espacial tanto en el establecimiento residencial de las élites paceñas cuanto en la presencia estatal y la concentración de actividades económicas10, la estructura de urbe con claras diferencias demográficas, culturales, sociales y económicas11, continua con la reformulación de su identidad sociopolítica iniciada por la ruptura parcial o total con las lealtades rurales, avanzando hacia una ciudadanía diferenciada de la del ciudadano de la hoyada, La Paz, precisamente anclada en las diferencias temporales de asentamiento, en el origen rural, pueblerino o minero de sus migrantes, y en la complejizacion de sus actividades económicas. Muy tempranamente, El Alto ya perfilaba una identidad básica fuertemente participativa originada en sus juntas vecinales y gremios organizados, hacia una ciudadanía individual plena que aparecía como el horizonte de realización de todos los que fueron llegando.
10
Baldivia, José. Balance y Perspectivas: Elecciones Municipales, 1ª ed., La Paz, ILDIS, 1988, p. 39.
11
Sandoval, Godofredo y Sostres Fernanda: La Ciudad Prometida, 1ª ed., La Paz, ILDIS/SISTEMA, 1989, p. 33.
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A pesar de las diferencias que se hacen resaltar, la identidad alteña va consolidándose a medida que se va fortaleciendo también su gobierno municipal y se van creando símbolos que asienten y respalden esa identidad. La creación del escudo alteño, así como de su himno, se constituyen en símbolos complementarios -aún no asimilados completamente- en los que se pretende sostener la identidad emergente.
de características económicas deprimidas y adherencia cultural étnica aymara y quechua preponderantemente12 que formaban parte de la nueva ciudad de El Alto.
3.
Los terceros alteños: relocalizados que copan directivas y masas ciudadanas de origen rural
Votos CONDEPA en El Alto. Elecciones 1989 - 1997. CONDEPA MUNICIPALES MUNICIPALES MUNICIPALES MUNICIPALES 95 89 91 93 48.663 42.929 70.370 71.220 Votos El Alto 57.7 46.5 57 32.9 % Fuente: Salvador Romero Ballivián.
3.1.
CONDEPA, UCS: la ciudadanía populista
Con el avance en la consolidación de la democracia y la superación de la crisis económica proveniente de la hiperinflación y el agotamiento del modelo económico estatista que venía de 1952, debido a la oleada de emigrantes casi exclusivamente rurales y de mineros relocalizados desde 1985, se fue gestando la valoración de la diversidad cultural. La propuesta del Estado del 52 de la construcción de una identidad sociocultural mestiza común va cediendo espacio a la concepción de un país multicultural aunque interconectado. Asimismo, la subsistencia de ideologías socialistas, obrero - clasistas ancladas como cultura política sindical en los ex mineros ahora relocalizados y asentándose en El Alto, también es una vertiente que tributará a la formulación de la identidad sociopolítica alteña. En conexión estrecha con el proceso descrito, tienen presencia en la politica nacional dos organizaciones caracterizadas más como movimientos políticos con pequeños protopartidos en su núcleo: CONDEPA y UCS. Su base electoral masiva estaba en aquella población
95
En las elecciones municipales entre 1989 y 1997, el municipio de El Alto se convierte en el bastión de CONDEPA, que en dos ocasiones supera el 50 % más uno en un plebiscito municipal. CONDEPA asentó su amplio apoyo social en su líder Carlos Palenque y en su discurso de corte nacionalista endógeno. Comenzó a decaer en las elecciones de 1999, tras el fallecimiento de su líder. Remedios Loza se presentó a las elecciones municipales de aquel año pero no logró repetir los triunfos pasados. En criterio de Romero ( ) “CONDEPA confirma en las elecciones de 1993 que no puede romper el cerco de La Paz, y además muestra una notable caída de su votación en este departamento. A nivel nacional cae del 17% al 12%, y aunque ratifica su triunfo paceño, sus porcentajes son muy inferiores”. Los resultados son claros, pues en 1989 obtuvo el 57% y en 1993 obtuvo el 33%. En Oruro, en el mismo periodo sube de 4% a 12% e igual en Potosí donde también sube de 3,5% a 8%. 12
Mesa-Gisbert, Carlos. Bolivia. Municipales 91: neoliberalismo vs. populismo. Nueva Sociedad, Nº 117. Enero-Febrero 1992, pp. 15-19.
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Claramente su apoyo social básico son las poblaciones de origen aymara y quechua del occidente boliviano.
Este periodo no está completamente estudiado desde esta óptica y gran parte de la documentación de esos años se quemó en la Alcaldía en los sucesos donde Roberto de La Cruz se vió posteriormente involucrado.
Por otra parte, UCS a la cabeza de Max Fernández, aunque no contaba con una ideología estructurada, de igual forma lograba la adhesión de la población más desposeída. Su discurso populista y las obras en las que el empresario invirtió de manera personal, favorecieron el apoyo electoral recibido. Ambos partidos entraron en la pugna electoral antes de optar por otro camino y obtuvieron respuestas favorables y participación en la administración pública durante la década de los noventa y finales de los ochenta. Esto es lo numérico y lo estadísticamente frío. Los que vivieron en El Alto tuvieron dos victorias consecutivas de CONDEPA en El Alto y la numerosa presencia de UCS, y dos periodos municipales que en términos generales se consideran como de gran movilización social en base a discursos encendidos a favor de la “nación” y contra el “imperialismo”, pero a la vez dos gestiones municipales casi de retroceso tanto en la institucionalidad estatal esperada para la consolidación del gobierno municipal de la nueva ciudad como en la ineficiente y corrupta gestión municipal. También este periodo es recordado por el modo de articulación prebendal de los dirigentes de las juntas vecinales y de varios gremios, asociaciones y sindicatos alteños con el gobierno municipal. La prebenda directa a través de asalariamiento de esos dirigentes en planillas secretas de la Alcaldía o a través de la distribución de puestos públicos a familiares y afines a ciertos líderes organizacionales, fueron la escuela de formación de una generación de nuevos dirigentes y líderes alteños algunos de los cuales se insertaron posteriormente en el MAS.
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Si bien CONDEPA obtuvo el triunfo electoral varias veces, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Acción Democrática Nacionalista (ADN) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) obtuvieron importante apoyo social con base en los sectores de clase media más o menos tradicional con asiento en las llamadas “urbanizaciones” de El Alto que concentran a los sectores mestizos e instruidos de la ciudad (Ciudad Satélite, Villa Adela, 1 de Mayo, Nuevos Horizontes, parte de Río Seco, parte de Villa 16 de Julio, parte de Villa Dolores). Estos sectores sociales y su influencia no volverían a aparecer con fuerza sino hasta la llegada de Pepelucho Paredes después de la debacle que la populista CONDEPA ocasionó en El Alto.
4.
Los cuartos alteños: emigrantes recientes y aledaños. Ideología y fundamentalismo
Las elecciones municipales del año 2004 marcaron un hito en el desarrollo de la democracia en la Ciudad de El Alto. Por primera vez, roto el monopolio de la representación ciudadana por la Ley de Agrupaciones Ciudadanas y Pueblos Indígenas, la ciudadanía pudo organizarse políticamente para buscar acceder a las 11 concejalías del Gobierno Municipal.
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A.S.I. PASO MAS MIP PP M-17 D.I.L.E.-A F.I.J.A.
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Resultados Electorales Municipales de 2004
accediendo a un solo concejal. Aunque a gran distancia, es significativo que el MIP y el MIR obtuvieran casi el mismo apoyo electoral entre el 2 y el 3% del los sufragios.
MIR - NM UN
ALTERNATIVA DE SOLUCIONES INDEPENDIENTES PASO AL DESARROLLO MOVIMIENTO AL SOCIALISMO MOVIMIENTO INDÍGENA PACHAKUTI PLAN PROGRESO MOVIMIENTO SOCIAL DE OCTUBRE DIGNIDAD CON LEALTAD ALTEÑA FRENTE INSTITUCIONALISTA JUVENTUD ALTEÑA MOVIMIENTO DE LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIANUEVA MAYORÍA FRENTE DE UNIDAD NACIONAL
P.U.M.A.
PODER DE UNIDAD MULTINACIONAL ALTEÑO
N.I.N.
NUEVA IDENTIDAD NACIONAL
MOVIBOL VIDA NFR UCS B.U.S. -3R MSM CYD F.I.N MNR
MOVIMIENTO BOLIVARIANO MOVIMIENTO “VIDA” NUEVA FUERZA REPUBLICANA UNIDAD CÍVICA SOLIDARIDAD BOLIVIA UNIDA Y SOBERANA MOVIMIENTO SIN MIEDO CAMBIO Y DEMOCRACIA FUERZA DE INTEGRACIÓN NACIONAL MOVIMIENTO NACIONALISTA REVOLUCIONARIO Total Válidos
2,929 1,702 45,698 7,222 140,777 30,241 1,122 1,366
1.094% 0.636% 17.065% 2.697% 52.571% 11.293% 0.419% 0.510%
9,878
3.689%
3,298
1.232%
1,760 1,541 2,530 7,471 2,254 1,378 0 2,725 1,232 985
0.657% 0.575% 0.945% 2.790% 0.842% 0.515% 0.000% 1.018% 0.460% 0.368%
1,673
0.625%
267,782
100%
Fuente: Corte Nacional Electoral.
El Cuadro anterior muestra como ganador al Plan Progreso con el 53 % de los votos, que en realidad representaba una opción política diferente de la de CONDEPA, recibiendo en la asignación 8 concejales y por ello el Ejecutivo Municipal con el Alcalde respectivo. El segundo lugar y a mucha distancia del primero fue para el MAS con el 17% lo que le otorgó 2 concejales. Luego, el tercer lugar a mucha distancia también fue para el M-17 que obtuvo el 11% del apoyo electoral,
99
Llamó la atención poderosamente que a pocos meses de octubre de 2003, El Alto apoyara con tan pocos votos a la fuerza política emergente que parecería más afín con sus acciones reivindicativas. Y es que claro, todos los análisis miraban a El Alto como una unidad de acción política y no lograban diferenciar dos aspectos siempre presentes en su actuación: a) la reciente experiencia dramáticamente negativa de la populista CONDEPA que la población sintió en carne y hueso, y b) lo que llamamos “esquizofrenia política” que es la conjunción de culturas políticas democráticas y predemocráticas que conviven en esta inmensa ciudad.
4.1. El MAS: el heredero del populismo condepista Siguiendo el rastro de la fundación del MAS, la creación de esa organización política se da “(...) en un congreso de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). El congreso se llamó Tierra, Territorio e Instrumento Político de la CSUTCB (...)”13. Nació, entonces con la sigla ISP, Instrumento por la Soberanía de los Pueblos. El núcleo central de esta nueva organización estaba y está compuesta por el sector cocalero del Trópico de Cochabamba, cuyos componentes son en gran número exmineros relocalizados de la COMIBOL durante las medidas de ajuste de mediados de los años 80. 13
PÁG. WEB monografias.com/.../ bolivia-movimientos-campesinos-indigenas
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El nuevo instrumento político, posteriormente cambiaría su sigla. Pese a ello no lograron tener un reconocimiento legal, el cual es dado por la Corte Nacional Electoral. Por lo cual “(…) en la municipal de 1995 se presentaron con los colores de la IU (…)”14. Donde la IU ganó en el sector del Trópico de Cochabamba. En las elecciones municipales se presentaron con la sigla de IPSP15. Y es en las elecciones presidenciales de 2002, que se presenta como MAS (Movimiento al Socialismo), ocupando el segundo lugar, dando lugar de esa manera a la presencia numerosa de parlamentarios: aymaras, quechuas y guaraníes.
El MAS, en las elecciones municipales del año 2004, en la ciudad de El Alto obtuvo 17.065%. Lo que le permitió sólo tener dos concejales.
Candidatos: MAS pacpi_sigla
Nombres
Ap. Paterno
Ap. Materno
Sexo
MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS
WILSON GONZALO GUSTAVO ADOLFO BERTHA AURORA RENÉ VLADIMIR JUSTO ENRIQUE LUCIO GLADYS PETRONA LUCIANO SIMÓN
SORIA MORALES BLANCO CHOQUE ALARCÓN MARÍN MARCA PINTO CONDORI TAPIA GUTIÉRREZ
PAZ
M M F M M M M F F M M
MARCA TINTAYA VARGAS MAMANI
FLORES TANCARA
Fuente: Corte Nacional Electoral. Elecciones Municipales 2004.
14 15
La población alteña asoció, y con certeza, al MAS con el discurso, la acción y el liderazgo populista de CONDEPA. Recordó, por ello los fracasos en la gestión municipal que realizó CONDEPA y prefirió la capacidad de gestión de una organización vinculada al MIR y a ADN, que se presentó con el nombre de Plan progreso. Y es que el MAS era sólo el heredero del populismo Condepista y para efectos de gestión era mejor apostar a algo diferente toda vez que la lealtad masiva de varios años hacia CONDEPA no había producido los frutos esperados.
4.2.
El MIP y el M-17: fundamentalismo aymara, rural y urbano
La Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) bajo la influencia de corrientes indígenas y mineras radicales, ve la necesidad de crear un instrumento político ideológico de “las naciones indígenas” 16 , donde mediante una resolución se instruye que en un Congreso se cree ese instrumento. Este instrumento político es el Movimiento Indígena Pachakuti. Posteriormente “(…) Felipe Quispe “El Mallku” decide, luego del éxito en las movilizaciones sociales del año 2000 y 2001, fundar un partido, el Movimiento Indio Pachakuti (MIP) (…)”17 fundandose el 14 de noviembre en Peñas. Felipe Quispe, quien perteneció al MITKA y fue
Romero, Salvador, Geografía Electoral de Bolivia. 3a Ed., FUNDEMOS, Bolivia, 2003.
16
PÁG WEB rebelión. org
Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos.
17
PÁG WEB www.memoria.com.mx/191/suarez.htm
101
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miembro del EGTK y secretario Ejecutivo de la CSUTCB, aparece como líder de esta nueva organización.
municipales de 2004 a la cabeza de Roberto De la Cruz, ex dirigente de la COR de El Alto, obtuvo 11.293. por lo que cuenta con un concejal en el cuerpo de 11 concejales del Gobierno Municipal de El Alto. Si no se hubiera fracturado el MIP, ambas organizaciones (MIP y M-17) habrían quizá rebasado el 5% accediendo a más concejalías. Sin embargo, el fundamentalismo étnico aymara rural de Felipe Quispe y el MIP hubo de reformularse con un discurso más urbano aunque igualmente fundamentalista étnico aymara, aunque se observa en sus documentos fundamentales una apertura hacia otros sectores urbanos, a semejanza de la alianza social que actuó en octubre (FEJUVE, COR, gremiales diversos).
Presentándose por primera vez en las elecciones presidenciales de 2002, obtuvo el quinto lugar, dejando atrás a los partidos tradicionales: ADN, UCS y CONDEPA. De esa manera, al igual que el MAS, tuvo presencia parlamentaria con representantes indígenas aymaras de La Paz. El MIP también participó en las elecciones municipales de 2004, obteniendo el 2,69 % con algo más de 7.000 votos ubicados sobre todo en El Alto Norte en barrios de emigrantes recientes de las provincias Omasuyos e Ingavi.
pacpi_sigla Orden
Candidatos: MIP pacpi_sigla Orden MIP MIP MIP MIP MIP MIP MIP MIP MIP MIP MIP
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11
Candidatos: M-17
Nombres
Ap. Paterno Ap. Materno Sexo
SERGIO ROSARIO ELSA NORAH JULIA ANDREA MARTHA REMIGIO CATALINA JULIA RIHINA VICENTA RUFINA
TARQUI ALARCÓN QUISPE SUZAÑO ARUQUIPA HUANCA RAMOS MARIACA CARBALLO BOHORQUEZ ORUÑO CONDORI MAMANI QUISPE QUISBERT QUISPE CONDORI ARENAS MAMANI GUACHALLA
M F F F F F M F F F F
M-17 M-17 M-17 M-17 M-17 M-17 M-17 M-17 M-17 M-17 M-17
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11
Nombres
Ap. Paterno
ROBERTO FRANZ RAMIRO FILOMENA VALENTÍN FRANCISCO TEODORA VICTOR VICTORIA VENANCIO MARITZA ESTEBAN
DE LA CRUZ GONZÁLES NINA MEJILLONES VÁSQUEZ TICONA ALIAGA MAMANI CALDERÓN CONDORI LOZA
Ap. Materno Sexo FLORES RÍOS APAZA ACARAPI MENDOZA CASTAÑETA MORALES MAMANI QUISPE HUARACHI
M M F M M F M F M F M
Fuente: Corte Nacional Electoral. Elecciones Municipales 2004.
Fuente: Corte Nacional Electoral. Elecciones Municipales 2004.
El MIP no alcanzó a obtener ninguna concejalía. Pero de su seno y en un proceso aún no estudiado, emergió una nueva organización llamada Movimiento Social de Octubre (M17) que en las elecciones
103
Así, en la realidad política de ese momento, la gente del MIP rural se vio en la necesidad de adecuar su discurso y accion política; y en los hechos, el fundamentalismo aymara rural de Felipe Quispe y el MIP se urbanizó y se pragmatizó a través de Roberto de la Cruz
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y el M17 recibiendo el apoyo de algunos sectores que anteriormente habían tambien apoyado a CONDEPA. Es decir, que este último líder (De la Cruz) y su pequeña organización es en cierto modo lo que el fundamentalismo aymara tiene como límite en un ámbito diferente como es la ciudad de El Alto, con una compleja trama socioeconómica urbana y en un marco democrático que impone en la práctica ciertos límites a las acciones políticas, lo que pone en cuestión algunas aseveraciones sobre la supuesta y exclusiva “identidad aymara” de El Alto. “(…)Según el Censo 2001, en El Alto un 74,2% de los mayores de 15 años se auto-identificaron como pertenecientes al pueblo aymara, otro 6,4% como quechuas, un 0,7% con otros pueblos y sólo el 18,7% como pertenecientes a ningún pueblo indígena originario…” (Xavier Albó en Cuarto Intermedio Nº 81 p.71). El propio proceso político real ya estableció las diferencias entre ambos y empujó al M17 hacia una especie de discurso sindicalista urbano tradicional, con una presencia de elementos culturales aymaras más simbólica que real.
4.3.
Pepelucho: pragmatismo en la gestión y ciudadanía cualitativa
En las elecciones municipales de 2004 Plan Progreso (PP), fue el ganador con el 52,57%. Donde obtuvo 8 concejales, José Luis Paredes es elegido nuevamente alcalde de la ciudad de El Alto. Anteriormente fue alcalde como candidato del MIR, habiendo desplegado una gestión que la población calificó como eficaz a través de sus votos el 2004.
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Candidatos: PLAN PROGRESO pacpi_sigla Orden
Nombres
Ap. Paterno
Ap. Materno Sexo
PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO PLAN PROGRESO
1
JOSÉ LUIS
PAREDES
MUÑOZ
M
2
BERTHA BEATRIZ
ACARAPI
ACARAPI
F
3
MARIO OSCAR
VÁSQUEZ
VILLAMOR
M
4
FANOR
NAVA
SANTIESTEBAN
M
5
MARCO ANTONIO
CUETO
POMA
M
6
ELENA
HUANCA
7
LUIS ENRIQUE
RICALDI
ZAMBRANA
M
8
EFRAÍN SEVERO
ARGANI
ARGANI
M
9
JULIO CESAR
TORREZ
MAMANI
M
10
SENITH
CALLE
RUIZ
F
11
MARY OFELIA
SALGADO
MUJICA
F
F
Fuente: Corte Nacional Electoral. Elecciones Municipales 2004.
Varios analistas señalaron que fue paradójico que José Luis Paredes de rasgos políticos claramente urbanos obtuviera semejante apoyo el 2004. Los resultados señalaban claramente el pragmatismo, no sólo político sino de la vida real (en todos sus aspectos), que en toda su libertad despliegan los habitantes de El Alto ante la posibilidad de atender adecuadamente sus necesidades. Por ejemplo, identificarse como aymara sin saber ya la lengua por haber crecido y nacido incluso
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en la ciudad supone sin duda otras formas de percibir esa identidad. Esto implica la necesidad de entender la identidad no sólo como algo dinámico y en permanente construcción sino además con fronteras flexibles y como un proceso de articulación e interculturalidad que no permite por todo ello hablar de “la identidad aymara” como si fuera una sola.
roces entre modernización y tradicionalismo, encuentros que tuvieron la suficiente violencia como para realizar virajes históricos significativos como la revolución de 1952, 1971 y 1982, y tan fuertes y concentrados en el tiempo que siempre implicaron no sólo polarización sino también la posibilidad de desestructuración nacional.
Aparte de ello, la victoria del Plan Progreso, implicaba el asentamiento de una cualidad ciudadana individual y democrática frente a las apelaciones etnicistas, sectorialistas o corporativas de los discursos del MIP, del MSS y del propio M-17. 5.
El Alto y sus identidades sociopolíticas hacia el siglo XXI
El desarrollo de la democracia en Bolivia desde 1952 y con su relanzamiento desde 1982, sin duda se asentó en la incorporación cada vez más completa y participante de enormes masas de ciudadanos de origen rural y minero que se integraban a la vida nacional a través de la conquista de una ciudadanía en construcción. El Alto fue el ámbito geográfico y sociocultural donde ese proceso tomó formas muy ricas y multidimensionales. Lo que se ha llamado “identidades múltiples con cultura política esquizofrénica en El Alto” es parte del desarrollo democrático. En el gran campo de los avances de la democracia boliviana, el desarrollo de la cultura política18 en Bolivia presenta una serie de 18
“La cultura política se constituye por la frecuencia de diferentes especies de orientaciones cognitivas, afectivas y evaluativas hacia el sistema político en general, sus aspectos políticos y administrativos y la propia persona como miembro activo de la política”. (Lazarte, Jorge; en Democracia y Cultura Política en Bolivia, Corte Nacional Electoral, La Paz, Bolivia, 2001: 46).
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Por ello, Bolivia reinició su democracia post 82 con una cultura política que se asentó más rápidamente en sus clases rectoras de la izquierda y derecha tradicional, lo que hizo posible la asimilación y neutralización de las grandes asimetrías ideológico-culturales provenientes de antes del 52 y del mismo proceso post 52, sin profundas discontinuidades hasta el 2000. Al mismo tiempo, se fue asentando en amplios sectores criollos y mestizos y de élites indígenas instruidas, una cultura pluralista basada en la comunicación y la persuasión, una cultura de consensos y de diversidad que serviría de canal de cambio pero que al mismo tiempo lo moderaba y atenuaba. Sin embargo, El Alto tuvo una actuación política enorme los primeros seis años del presente siglo. Ella, merece algunas precisiones analíticas desde la perspectiva de la construcción democrática y dentro de ésta del desarrollo de una cultura política ciudadana plenamente democrática que la sustente.
5.1.
La ciudadanía de parroquia y de súbdito: los ecos corporativos del 52
Es lo que puede llamarse “corporativismo vecinal”, lo que se observa masivamente extendida es lo que la sociología política llama “cultura política de parroquia” (sin relación con las parroquias católicas desde luego) que podríamos traducir como unas orientaciones
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de acción política donde los roles políticos no se hallan separados de las orientaciones fuertemente ideologizadas e incluso próximas al fanatismo religioso hacia los grupos corporativos pequeños como la junta vecinal o el sindicato. Asumiendo estos formas excesivas en la accion política no congruentes con las formas mínimas de la democracia que implican la clara separación de lealtades primarias (de grupo pequeño como la junta vecinal) y la instalación también clara de lealtades precisas con la autoridad central del Estado nacional. Este es un tema que está presente en la actuación colectiva de las juntas vecinales, y es algo a encarar adecuadamente a futuro.
en enero de 2007. Esas son dos pulsiones profundas de la sociedad civil boliviana: a) la ciudadanía corporativa (mediada por los sindicatos, organizaciones sociales de distinto tipo y caudillismos populistas de distinto nivel, entendida como ciudadanía inconclusa con culturas políticas de parroquia o de súbdito) y b) la ciudadanía plebiscitaria o democrática, que o ha roto las lealtades intermedias o las ubica en prioridades jerárquicamente inferiores y desde allí establece relación directa entre ciudadano y Estado,m ejerciendo el derecho individual del voto y la asociación voluntaria sin presiones corporativas.
Así mismo, la otra variante de la cultura política predemocrática, la llamada “cultura política de súbdito” muestra una gran frecuencia de orientaciones de la población alteña masiva hacia un sistema político diferenciado y hacia los aspectos administrativos del sistema. Es decir, que aunque se busca y se tiene relación con la autoridad nacional democrática, esa relación es aún muy vaga y general, basada en información insuficiente, tamizada muchas veces por los líderes de las organizaciones intermedias (juntas vecinales, sindicatos, gremios) que la convierten en consigna. Estamos entonces, frente a lo que la sociología boliviana conoce como “ciudadanía ovejuna” por las características de manipulación de información por parte de líderes locales que precisamente basados en el insuficiente desarrollo ciudadano de las masas, las arrastran hacia acciones poco reflexionadas y muy voluntaristas. A partir de esta aclaración conceptual, absolutamente necesaria, señalemos que El Alto contribuyó desde 2003 a la formación de las huestes de la “mayoría absoluta” que privilegian la acción política en las calles, mientras que los números de los dos tercios empezaron a salir de sus casas y lo hicieron traumáticamente como en Cochabamba
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Y la alta inestabilidad política que El Alto vivió intensamente a lo interno de su ciudad entre 1989 y 1995 expresa conflictos de legitimidad y se proyecta a la polarización actual también existente en El Alto, porque nos habla de códigos de legitimidad segmentados y no completamente articulados, es decir culturas políticas diversas que a momentos se conjuncionan y a momentos se contraponen excluyentemente. El modo de actuación colectiva (grupal) o corporativa que se cree el único democrático, es una modalidad de actuación vinculada a la tradición de lucha del sindicalismo izquierdista de raíz minero-campesina y en términos históricos es una modalidad predemocrática de lucha política gestada en tiempos de las dictaduras militares por la vigencia de ciertos derechos democráticos. La ideología de sustento de esa modalidad de acción política es el populismo y el radicalismo discursivo que montados en la estructura organizativa popular, suelen favorecer a dirigentes y caudillos que actúan en ese tipo de ciudadanía corporativizada, imponiendo decisiones de minorías que en nombre del corporativismo sindical urbano o rural, puede cometer excesos. La lógica del autoritarismo corporativista es muy simple. Por ejemplo en El Alto, el Distrito 3 tiene 122 juntas vecinales; cada junta
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vecinal tiene varias centenas de vecinos. Supongamos un barrio que tiene 500 vecinos propietarios de casas. A las asambleas vecinales asisten, según sea el tema, a lo más 250 vecinos (la mitad); lo común es que asistan entre 100 y 150, es decir un tercio aproximadamente y últimamente es sólo esta pequeña parte la que decide todo, incluso las acciones políticas. Los dirigentes vecinales, con el amparo de ese apoyo de un tercio “gritan” su supuesta representación popular que, en verdad, viola un principio fundamental del Estado de Derecho en democracia que es que cada persona se representa a sí misma en temas políticos y emite con todo derecho su preferencia política a través del voto. El apelativo de “movimientos sociales” es, en realidad, el nombre de los que algunos especialistas han llamado “ciudadanía activa” pero que aparece casi siempre como una “ciudadanía hiperactiva” que oprime a la ciudadanía democrática como cualidad individual de adscripción voluntaria y conciencial a la comunidad política.
municipales, las prefecturales y las nacionales, actúa el ciudadano plebiscitario y democrático. Pero, ciertamente, por su propia naturaleza predemocrática, la ciudadanía corporativa por su cultura política parroquial o de súbdito porta en su seno fuertes dosis de autoritarismo. Hoy, en 2007, éstos han hecho su dramática aparición en Cochabamba y La Paz impulsados desde las más altas esferas del poder institucionalizado.
Y en El Alto, en el desarrollo de la ciudadanía democrática que tuvo desde antes de 1980 pero que pudo expresarse democráticamente desde ese año, también existe la acción política ciudadana, la acción colectiva ciudadana plebiscitaria democrática, aquella asentada en el convencimiento y la seducción de las ideas, respetuosa de la diferencia política, anclada en el derecho ciudadano sobre todo de voto y consulta. Aunque ese ciudadano pueda también ser organizado en sindicato o junta vecinal, su actuación política preponderante no se realiza por este medio, aunque ciertas demandas territoriales (como agua potable o luz eléctrica) sean gestionadas pacíficamente por esa vía. Pero este ciudadano ya comenzó a salir con violencia a las calles.
Pero vayamos más allá. Por lo ocurrido en el marco de la historia de construcción democrática de El Alto y sobre todo por su participación en una crisis muy aguda en octubre de 2003 y las agendas políticas y subprocesos alrededor de esa fecha, El Alto parece ser a la vez apoyo y critica de la democracia, es decir parece tener una relación propiamente democrática por un lado, y autoritaria por el otro, es decir una especie de esquizofrenia ciudadana como base de la identidad política que gestó y que se nutre con su cultura política mixta (parroquial, de súbdito y ciudadana). Aunque esto no es atribuible a toda la población alteña, grandes masas populares de esa urbe parecen contener individuos donde coexisten orientaciones democráticas junto a orientaciones autoritarias. Esto es expresión de que la conquista de la ciudadanía no ha avanzado hasta el punto de congruencia con el régimen y el sistema democrático plenos, pues el rasgo central de la identidad sociopolítica alteña parece ser la ciudadanía trunca, insuficiente.
Y en los zafarranchos políticos impulsados, gestados y acunados por el autoritarismo corporativista, el protagonista y responsable principal es el ciudadano corporativo. En el referéndum, las elecciones
Así, si ese diagnóstico es correcto, en nombre de la democracia se es intolerante y no se aceptan disensos. Como algunos estudios señalan, “se está para lo mejor pero también para lo peor”. Por ello, si se busca apuntalar la democracia habrá que avanzar con toda lucidez en el camino de la ciudadanía democrática plena, con una cultura
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ciudadana democrática cada vez más sólida y completa. Y en ello, las élites intelectuales y empresariales, pero también las vecinales, gremiales y otras tienen una gran responsabilidad.
En un inicial balance de la relación con el “alter ego urbano” de El Alto, La Paz, la hoyada, se observa que la masa crítica de intelectuales de La Paz hacía presumir su liderazgo nacional. Y La Paz no tuvo una mirada propia de ese octubre a pesar de sus pretensiones de liderazgo nacional y actuó con tardanza. Salvando excepciones de actuación democrática consecuente, tuvo un desempeño silencioso en todo el proceso de septiembre-octubre de 2003. En determinado momento parecía existir una La Paz alienada, distante de los históricos sucesos que tenían como epicentro El Alto y sus provincias. Un recorrido de reconstrucción histórica de las reacciones de la sociedad paceña frente a los acontecimientos de octubre muestra dos rasgos: a) una reacción tardía, y b) cierto temor político. La Paz y sus élites adormiladas, se mostraron desconectadas de la realidad política que se producía. ¿Tendrá algo que ver en esto su carácter burocrático desconectado de la realidad agropecuaria, industrial y manufacturera de su poderoso entorno altiplánico y yungueño? ¿acaso no es anorexia democrática sumarse acríticamente a la consigna de las masas y de los líderes radicalizados? ¿y acaso no es bulimia intercultural desconectarse de la riqueza de la diversidad presente en el propio departamento?
5.2.
Las identidades politicas alteñas, La Paz y Santa Cruz
En este punto es imprescindible describir la relación actual y la relación posible entre El Alto, La Paz y Santa Cruz, como ciudades decisorias del futuro próximo del país y su democracia. Y como El Alto fue central en la también medular crisis de octubre de 2003 revisemos algunas implicaciones de esos hechos para las tres ciudades mencionadas. Los líderes políticos y sociales, los partidos y varios sectores sociales jugaron roles muy importantes. Fue un movimiento de fuerza, un golpe de mano corporativo social al Estado por parte de las organizaciones que hacen política desde el Parlamento y desde las calles. Lo de El Alto fue su criatura y esta ciudad amordazada en parte y movilizada en otra, conducida por el radicalismo indigenista y marxista, interpeló a la nación desde su mirada de ciudadanía “hiperactiva”. Todo el octubre descrito tuvo sus dirigentes, Melendres, Cori, De la Cruz, Calle, y otros (MAS, MIP, MSM). Este equipo de conducción se nutrió eficazmente del corporativismo de las organizaciones como la FEJUVE y la COR, donde se neutralizó a través de la “disciplina sindical” las inorgánicas y ciudadanas voces discordantes, contabilizadas como enormes recién después en el referéndum sobre hidrocarburos.
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Por ello, quizá, no fueron en y desde la crisis de octubre de 2003 constructoras de visiones de nación y de Estado que integren al país. Por ello, en octubre vencieron las élites sindical populares guerreristas asentadas en El Alto y las provincias, asentadas en una ciudadanía masiva, enorme pero con esquizofrenia perceptiva y conductual frente a la democracia. Sólo una parte de la élite paceña dio combate en octubre, en el referéndum sobre hidrocarburos y en las elecciones nacional-prefecturales de diciembre de 2005. Queda claro, pues, que desde octubre de 2003, lo que podríamos llamar élite intelectual y liderazgo político paceño transitó en su mayoría del desdén
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inicial por los acontecimientos hacia la desorientación, de aquí a la sustitución de la reflexión por la consigna o el mimetismo político e ideológico, para finalmente arribar en tropel a la defección de su mentado liderazgo nacional.
Con lo que pasó en octubre de 2003 y la pasividad y tardanza de la esperable masiva reacción paceña, La Paz es una ciudad secuestrada, rehén de El Alto, y no será garantía alguna de conservación de los rasgos del Estado que emerja de la cada vez más lejana concertación en la Constituyente y cualquier proceso electoral próximo. Y como el liderazgo propositivo de Santa Cruz también la convierte en parte de la distribución del horizonte de país a construir desde una mirada diferente del occidente, entonces, aparentemente sólo el centro geográfico y político (léase Chuquisaca) –de figura “neutral”- podría hacerse cargo de intentar dar nuevas garantías geopolíticas en el marco de la nueva correlación de fuerzas políticas decantadas en las Elecciones de diciembre de 2005, el Referéndum sobre Autonomías Departamentales y la elección de Constituyentes.
Por ello, hasta aquí puede concluirse que El Alto no encontró su equilibrio geopolítico en la vecina La Paz, enorme ciudad de su mismo tamaño. El Alto, encontró su verdadero equilibrio geopolítico interno en la distante Santa Cruz. Por eso, la agenda de octubre de 2003 recién se reequilibró con la agenda de enero de 2005. Y por eso en La Paz como ciudad y en La Paz como departamento se debe reflexionar sobre las implicaciones políticas de ello. Santa Cruz inició los pasos del reequilibrio apelando al recurso constitucional de la iniciativa legislativa ciudadana, recogió firmas y con muchas de ellas avaladas por la Corte Nacional Electoral remitió al Congreso los libros con miles de firmas que planteaban las Autonomías Departamentales. Reconocido esto y posesionado el nuevo gobierno democráticamente electo aunque con el pecado original de octubre en sus entrañas, se concertó como fruto del reequilibrio nacional la Convocatoria a la Asamblea Constituyente y referéndum sobre Autonomías Departamentales. Desde allí una seguidilla de acciones, la agenda de enero, las juntas preautonómicas, los cabildos del millón. Y La Paz, casi nada. Diríamos incluso que casi todo, sólo que en acciones de ornato. La Paz parece no ser suficiente garantía de los acuerdos políticos futuros, es decir posteriores a 2005, ni en la Constituyente ni en otros temas. El factor sociopolítico central de octubre de 2003 fue El Alto y las provincias próximas, y no encontró una fuerza de reequilibrio en su mismo espacio socio geográfico, y permanece la capacidad alteña de organizar una nueva desestructuración del poder estatal. 115
Por ello, parece lógico razonar en la dirección siguiente. Si La Paz, subordinada políticamente a El Alto, se siente discapacitada para asumir el liderazgo nacional que tuvo, entonces es sólo parte del problema y no de la solución.
5.3.
El Alto: élites e identidades políticas en la democracia boliviana del siglo XXI
En Bolivia, después del 52, hemos vivido la oscilación pendular en el gobierno entre dos tipos de élites: la modernizante y liberal, y la sindicalista endógena. Cuando estuvimos en periodos autoritarios con el cuerpo militar como actor central, las disputas internas de liderazgos nos mostraban disputas entre élites civil-militares diferenciadas con la misma pendularidad. En periodos democráticos como el tan rico y tan reciente iniciado en 1978, del amplio seno de la sociedad civil organizada presente en los partidos y movimientos,
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salieron dirigentes y líderes que eran cabezas visibles que representaban a las élites. En varios casos de ambos periodos, estos líderes jugaron el rol de aglutinadores de personalidades que desagregadas formaban individuos y que unidas formaron élites.
rentistas y más arriesgadas por su propia historia de agricultura y agroindustria crecida desde la periferie, de visión desarrollista por su entorno (la gran propiedad agrícola, el mediano negocio urbano, los medios de producción agroindustriales) y la vinculación deseada y buscada con la economía internacional, también con su propia historia económica, política, social y cultural.
Hoy, después de 2005, a muchos les agrada decir que Bolivia está “a la izquierda”, aunque decirlo de este modo no es muy exacto. Y está en esa posición porque casi los mismos votantes que en el periodo democrático 1978-2000 apoyaron masivamente desde 1985 a élites liberal democráticas, hoy han decidido jugar con otras élites cuyas visiones y orígenes son diferentes incluso en lo regional-étnico. Pero en Bolivia, las dos visiones con sus protoformas más constituidas que tenemos: el MAS y PODEMOS, están presentes en la historia de hoy y no exactamente en un “choque de civilizaciones” sino en un “choque de élites”. La una le grita en su rostro a la otra: “desde tu mirada no pudiste resolver las cuestiones centrales del país; hoy desde mi mirada lo haré yo”. La historia -ya lo mostró- volverá a equilibrar esta relación.
A su turno las primeras levantaron y levantan aún el discurso de la soberanía nacional sobre los recursos naturales, de la independencia política frente a poderes externos, llegando incluso a cuasi confiscar aquellos negocios con los cuales en la etapa previa a su llegada al gobierno se vinculó la masa democrática y el país y su economía con el mercado internacional. A su turno y -oh paradoja-, con el apoyo de las mismas masas oscilantes en un tiempo no muy distante tocarán las campanas para la invitación a los actores externos, para la inversión privada y el cosmopolitismo cultural; quizá por el pragmatismo de la realidad internacional en el mismo periodo de las élites endógenas.
Las élites hoy en el poder son élites del occidente de Bolivia (salvo excepciones), profundamente unitaristas, profundamente estatalistas, cuasi rentistas por la propia historia de la minería y lo extractivo (incluida la coca), fuertemente burocratizadas por su proximidad al aparato estatal, emprendedoras en lo pequeño que le condicionó el entorno (el pequeño negocio urbano, la pequeña parcela campesina, los medios de producción de tamaño discreto) y su fuerte acento endógeno en materia de crecimiento y desarrollo, con su propia historia económica, política, social y cultural.
Hoy, a diciembre de 2006, Santa Cruz recién y El Alto hace poco, tienen su propia “política en las calles”. El modo de actuación política colectiva dirigida por líderes populistas y nacionalistas de eje indígena-popular, tiene su sostén de masas en El Alto y su cultura política de parroquia y de súbdito; la estructura vecinal y gremial, marcada por la iluminación de la vanguardia política de dirección, es esqueleto de esa modalidad de acción política asentada en la tradicionalidad de las luchas sociales del occidente de Bolivia. Expresión de eso fueron febrero y octubre de 2003 y la asonada popular de junio de 2005 en Sucre.
Desplazadas momentáneamente del Gobierno están las otras élites, las orientales y sureñas, profundamente autonomistas, poco
Y desde el oriente y sur de Bolivia, en diciembre de 2006 saltó a la palestra -era para muchos desconocida- la acción colectiva
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ciudadana. Asentada en la tradición organizativa y reivindicativa de tierras bajas y Santa Cruz, fogueada en el reclamo por derechos regionales, parece añadir a su acervo ahora el derecho ciudadano adquirido a construir su propia casa y su propio negocio, es decir la oportunidad socioeconómica lograda al interior del propio país pero en el oriente. A partir del Referéndum y sus resultados estas masas populares ya se visibilizaron y hoy están también en las calles.
por ellas con imprecisión pero que viene de más allá, es aceptable. Si se concibe la polaridad El Alto vs. Santa Cruz como enemistad entre dos conglomerados humanos, entre dos ciudades, es inaceptable. Por ello, es literal la relación y gran parecido entre estas dos ciudades pues expresan la modernidad republicana de la Bolivia de la segunda mitad del siglo XX, con proyecciones económicas y políticas hacia el siglo XXI.
Las masas del último cabildo son las mismas que se levantaron apenas la caída del anterior gobierno, pues aunque tienen también una historia previa de luchas regionales, hoy son sobre todo resultadoreacción de la polarización ideológica (léase de visión de país) y política (de fuerzas) que el occidente nacionalista y de eje indígena popular empujó desde el 2000, explosionó el 2003, y gestó en sucesivos impulsos un gobierno nacional el 2005.
Al 2005, la sociedad boliviana se ha complejizado y la ciudad de El Alto también, pues se han creado las “condiciones sociales de la democracia” (ciudadanización masiva, ensanchamiento de las clases medias y urbanización), se ha vivido intensamente 20 años de experiencia democrática y se ha desarrollado una cierta institucionalidad democrática de sustento.
Es decir, las masas oriental-sureñas son masas que teniendo su propia historia en lo que fue en su momento la periferia nacional (recuérdese la lucha por las regalías del 11%, por ejemplo), hoy son resultado de la acción política del occidente del país, pues han sido llamadas, gestadas desde la polarización empujada por occidente y han ido avanzando gradualmente hasta ocupar el centro del poder político fáctico en la Bolivia post 2006. Entonces, es lógico suponer que no será posible ya pensar Bolivia sin esa fuerza de masas orientales y sureñas que se metieron en la historia nacional para confirmar su disputa por la orientación básica del desarrollo del país, tarea en la que Constituyente de por medio- estamos todos.
Las visiones polarizadas que hoy tienen presencia más o menos clara o más menos difusa en el país, también están en El Alto y Santa Cruz. Al buen entendedor pocas palabras; la victoria del Plan Progreso es algo más que el mero reconocimiento de la cementitis de Pepelucho y sus seguidores, y en gran medida un rechazo a esa visión izquierdista, con lo que El Alto no es, por favor, políticamente homogéneo. La ciudad de Santa Cruz tiene casi un millón de habitantes y ciertamente no son todos ellos los que necesariamente comparten la visión proempresarial de las autonomías y otros temas afines.
Si lo presentado por algunos analistas como confrontación aparente entre El Alto y Santa Cruz es sólo eso, aparente, estamos de acuerdo. Si se usa a ambas ciudades como símbolos de algo visibilizado
Esto no quita que en ambas ciudades por razones históricas (de larga data) y sociológicas (más recientes y precisas) se presenten condiciones más favorables para la presencia numéricamente importante de esas dos visiones polarizadas. Pero ni mucho menos son dos bloques homogéneos en confrontación. Lo que dice De La Cruz y ni siquiera lo que dice la FEJUVE es lo que la totalidad de El Alto
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piensa. Lo propio en Santa Cruz, pues no todos suscribirían las palabras de Dabdoub o Costas. Conclusión, no hay confrontación entre estas dos ciudades. Hay confrontación entre dos visiones de país –con apoyos sociales en toda su extensión-, cada cual absolutamente legítima y representativa de una parcela de la realidad sociopolítica de nuestro país, que expresa la polarización a momentos irreductible de quienes gustan de llevar las cosas hasta el extremo para después darse cuenta de que sus acciones engendraron monstruos que les atemorizan. Parece indudable que El Alto tiene una identidad sociopolitica compleja caracterizada por su imbricación y articulación-oposición entre cultura cívica de parroquia, cultura de súbdito y cultura ciudadana democrática. Por sus masas movilizadas, por su ciudadanía hiperactiva asentada en su corporativismo, parece que Bolivia tiene acción política desde El Alto para rato. Pero no cualquier Bolivia. Pues si la deseamos democrática está claro que deberá asentarse en una cultura política ciudadana que le sea afín. La agenda social de octubre desnudó la situación de pobreza existente en esta enorme ciudad: desempleo y falta de oportunidades de una vida digna. Sobre esa agenda se montaron eficazmente liderazgos radicales y populistas que se aprovecharon de la cultura democrática incipiente de la mayoría de la población alteña. Por ello, las pautas de comportamiento y las percepciones predemocráticas de las ciudadanías de parroquia o de súbdito (ciudadanía con déficit democrático) deberán avanzar hacia una ciudadanía democrática cualitativa que sea sustento de una democracia sin apellidos que El Alto habrá contribuido a construir aún habiendo existido momentos en que pudo y puede destruirla.
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ASPECTOS PROBLEMÁTICOS DE LA IDENTIDAD BOLIVIANA
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H. C. F. Mansilla* (4) (5)
Situación básica Como en numerosos países del Tercer Mundo, en Bolivia el tema de la identidad colectiva1 está asignado por la existencia de varios conflictos trabados entre sí.
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Estudios de Ciencias Políticas y Filosofía; Maestría en Ciencias Políticas; Promoción doctoral en Filosofía (Universidad Libre de Berlín). Concesión de la venia legendi (habilitación para cátedra titular de Ciencias Políticas), por la Universidad Libre de Berlín. Profesor visitante en la Universidad de Zurich. Miembro de número de la Academia de Ciencias de Bolivia. Entre sus últimas publicaciones: “Tradición autoritaria y modernización imitativa. Dilemas de la identidad colectiva en América Latina”; “Tradición, modernidad y post modernidad”; “La aldea global y la modernización de un país subdesarrollado”; “Lo propio y lo ajeno en Bolivia”.
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Las opiniones expresadas son de responsabilidad exclusiva del autor.
1
Cf. los trabajos que no han perdido vigencia: Jorge Larraín Ibáñez, Modernización, razón e identidad en América Latina, Santiago de Chile: Andrés Bello 1996; Daniel Innerarity, ¿Quiénes somos nosotros? Preliminares para una política de la identidad, en: REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS (Madrid), Nº 113, julio-septiembre de 2001, pp. 225-236; Jorge Larraín Ibáñez, La identidad latinoamericana: teoría e historia, en: ESTUDIOS PÚBLICOS (Santiago de Chile), Nº 55, 1994.
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La polémica entre la preservación de lo tradicional y ancestral, por un lado, y la adopción de lo moderno y occidental, por otro; la controversia entre valores indigenistas y normativas universalistas; la hostilidad entre una élite urbana convencionalmente privilegiada y dilatados sectores indígenas rurales (que combaten una discriminación secular); la pugna entre regiones geográficas que encarnan, sobre todo en el imaginario popular, distintas culturas de vida; y la contienda entre diferentes comunidades étnico-culturales por recursos materiales cada vez más escasos y, simultáneamente, por la ampliación de los espacios de hegemonía política.
La discusión sobre la identidad nacional configuró durante largo tiempo una temática estrictamente académica, pero hoy en día ha ganado una considerable actualidad mediática e importancia política2. La opinión pública boliviana experimenta ahora, a comienzos del siglo XXI, un fuerte debate entre los que quieren renovar y reestablecer la presunta armonía social, cultural y económica de las civilizaciones indígenas de la época prehispánica y aquéllos que se adscriben a la pluralidad, modificada incesantemente, de normativas y valores de orientación del mundo globalizado. En los últimos veinte años esta controversia ha servido para resaltar y contrastar entre sí las distintas identidades histórico-culturales de al menos cuatro grandes sectores: (a) las culturas indígenas, que ahora revindican su proveniencia 2
Cuando la temática de la identidad irrumpe en el campo de las ciencias sociales latinoamericanas, lo hace en cuanto consciencia de una crisis: así sea como carencia de una identidad generalmente aceptada y sólida o como una meramente dependiente, subordinada y subalterna, que se manifiesta bajo la forma de una máscara. Sobre la relevancia actual del tema cf. (sin autor), Identidad nacional, en: PULSO (La Paz) del 3 de agosto de 2007, vol. 8, Nº 409, p. 11.
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precolombina y que aún conforman dilatadas comunidades rurales y semi-rurales en el Occidente boliviano, tanto en el Altiplano como en los valles mesotérmicos (quechuas y aymaras); (b) las variadas etnias de la región amazónica en el Noreste boliviano, cada una de ellas con una población muy reducida; (c) las comunidades indígenas del Chaco sudoriental; y (d) la población mestiza urbana, que en largos siglos ha construido una síntesis civilizatoria propia partiendo del legado hispano-católico occidental. Pero hay que considerar simultáneamente que en muchos casos las identidades sociales pueden constituir construcciones del imaginario colectivo3: las identidades se edifican y se diluyen hoy en día con sorprendente rapidez. Los problemas del presente exhiben una pluralidad de raíces y causas y, al mismo tiempo, una complejidad de manifestaciones. Simplificando inmerecidamente esta temática se puede decir que la considerable diferenciación que conlleva la modernidad, precisamente en el caso boliviano, junto con la diversidad de códigos morales, religiosos y políticos, produce identidades inseguras, precarias y cambiantes. Los individuos en cambio anhelan algo sólido, una respuesta categórica que les brinde un claro sentido histórico, algo del antiguo calor de hogar y una orientación ideológica comprensible. Esto es válido sobre todo para aquellos sectores (como los rurales, los recientemente urbanizados y los de bajos ingresos) que pueden ser percibidos como los más afectados por el proceso de modernización. Aquí la identidad colectiva se manifiesta como una crisis social y un problema político muy grave4, y por ello es conveniente empezar el análisis por los avatares de la identidad colectiva indígena. 3
Cf. la conocida obra de Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origins and Spread of Nationalism, Londres: Verso 1983.
4
Cf. José Teijeiro, La rebelión permanente. Crisis de identidad y persistencia étnico-cultural aymara en Bolivia, La Paz: Plural/PIEB 2007.
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Las transformaciones de la identidad en el ámbito indígena En Bolivia el renacimiento de la etnicidad indígena en nuestros días puede ser visto como el designio de construir un dique protector contra la invasión de normas foráneas desestructurantes y contra la opresión (aunque sea parcialmente imaginada) de parte del “Estado colonial”5, ya que, en general, los portavoces indígenas afirman que sus comunidades no han experimentado una modernización que merezca ese nombre, sino un modelo perverso donde un desarrollo parcial ha intensificado los fenómenos de descomposición social, explotación y empobrecimiento6. Un proceso nuevo y genuino de desarrollo integral conllevaría una consolidación de la identidad colectiva indígena, preservando sus rasgos ancestrales, pero alcanzando un nivel aceptable de crecimiento técnico-económico. Proyectos de este tipo han sido muy discutidos en toda el área andina en las últimas décadas. En este sentido, y como escribe Franco Gamboa Rocabado, la Asamblea Constituyente boliviana, inaugurada en agosto de 2006, “significaba una respuesta inicial del nuevo gobierno de Evo Morales a las demandas indígenas que parecían haber encontrado una expresión política y representatividad sobre la base de un discurso radical que declaraba
5
Cf. uno de los testimonios más conocidos de esta tendencia: Silvia Rivera Cusicanqui, Democracia liberal y democracia de ayllu, en: Carlos F. Toranzo Roca (comp.), El difícil camino hacia la democracia, La Paz: ILDIS 1990, pp. 9-51.- Cf. una crítica de esta teoría del colonialismo interno: Marcelo Varnoux Garay, Identidades culturales y democracia en Bolivia. Apuntes para una reflexión crítica, en: ANÁLISIS POLÍTICO (La Paz), año I, Nº 1, enero-junio de 1997, pp. 28-35.
6
Cf. Xavier Albó (comp.), Raíces de América. El mundo aymara, Madrid: Alianza Editorial / UNESCO 1988; Thérèse Bouysse-Cassagne et al., Tres reflexiones sobre el pensamiento andino, La Paz: HISBOL 1987.
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el fin del colonialismo interno, así como el comienzo de visiones multiculturales del Estado boliviano”7.
de cosas antes de la llegada de los conquistadores españoles. La realidad histórica, empero, siempre ha sido más compleja y diferenciada, llena de sorpresas, compromisos y retrocesos. No hay duda de que la larga era colonial española y luego la republicana, que continuó algunos elementos centrales de la explotación y subordinación de los indígenas, han generado en las etnias aborígenes una consciencia muy dilatada de nación oprimida, de una injusticia secular no resuelta y de agravios materiales y simbólicos aún vivos en la memoria popular. Se ha producido así un imaginario colectivo altamente emocional, que pese a su indudable razón de ser, a menudo se cierra al análisis racional y al debate realista de su condición actual9. La exacerbación de elementos particularistas de parte de los movimientos indígenas, como la demanda de reestablecer y expander la llamada justicia comunitaria10, debilita su posición frente al resto de la nación y combate innecesariamente los aspectos razonables de la modernidad occidental, como la democracia pluralista, el Estado de Derecho, la institucionalidad
La etnicidad militante surgió como un cierto triunfo sobre el fracaso general del “Estado colonial”, sobre todo en la visión de las organizaciones y corrientes próximas al ámbito rural indígena. Es probable que esta etnicidad militante configure una ideología identificatoria de los líderes y de las élites políticas de las etnias indígenas, y que sea mucho más débil en las masas de los campesinos y de los habitantes urbanos de origen quechua y aymara. La mayor parte de la población indígena boliviana tiene otras preocupaciones cotidianas, centradas en la esfera laboral, y probablemente otros valores de orientación a largo plazo, que se los puede designar sumariamente como la demanda de un mejor nivel de vida, imitando parcialmente los modelos del Norte, sobre todo en los aspectos técnico-económicos. En cambio entre los políticos, los ideólogos y los intelectuales indigenistas e indianistas se puede detectar un etnocentrismo acendrado y hasta un racismo excluyente, alimentados por el designio de revitalizar las antiguas religiones, lenguas y costumbres.
aymara y quechua de Bolivia 1900-1980, La Paz: HISBOL 1984; Félix Cárdenas, Utopía andina. El proyecto comunero andino, Oruro: Serie 500 1990; (sin compilador), Por una Bolivia diferente. Aportes para un proyecto histórico popular, La Paz: CIPCA 1991, p. 20, 63 et passim.- Cf. la crítica de Javier Medina, ¿Por una Bolivia diferente?, en: Mario Miranda Pacheco (comp.), Bolivia en la hora de su modernización, México: UNAM 1993, pp. 303-308.
Después de largos siglos de amarga humillación y explotación despiadada, es comprensible que surjan corrientes de estas características8, que se consagran a una apología ingenua del estado
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Franco Gamboa Rocabado, Dilemas y laberintos en la Asamblea Constituyente. Cinco tesis políticas para explicar por qué no hubo Constitución el 6 de agosto de 2007, separata de LA RAZÓN (La Paz) del 4 de agosto de 2007, p. 3. Cf. los textos canónicos de esta posición: Silvia Rivera Cusicanqui, La raíz: colonizadores y colonizados, en: Xavier Albó / Raúl Barrios Morón (comps.), Violencias encubiertas en Bolivia, La Paz: CIPCA/ARUWIYIRI 1993; Silvia Rivera Cusicanqui, Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado
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9
Para una interpretación diferente cf. Isabel Bastos, El indigenismo en la transición hacia el imaginario populista, en: ESTUDIOS BOLIVIANOS (La Paz), Nº 2, vol. 1996, pp. 19-47.
10
Cf. el ensayo apologético en torno a la justicia comunitaria: Edwin Cocarico Lucas, El etnocentrismo político-jurídico y el Estado multinacional: nuevos desafíos para la democracia en Bolivia, en: AMÉRICA LATINA HOY. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (Salamanca), Nº 43, agosto de 2006, p. 140 sqq.
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de los órganos estatales y el reclutamiento meritocrático dentro de la administración pública. No hay duda de que este imaginario alimentado por factores emotivos refuerza la versión más radical de la identidad colectiva indígena, pero no es favorable a acuerdos prácticopragmáticos con el ámbito urbano-mestizo y con otros grupos étnicos y tiende más bien a polarizar la vida política y social del país.
Ahora bien: a las corrientes nacionalistas, regionalistas y particularistas de todo tipo -y en el caso boliviano a las etnias originariasles asiste un cierto derecho. En una época de fronteras permeables, de un sistema global de comunicaciones casi totalmente integrado y de pautas normativas universales, nace la voluntad de oponerse a las corrientes de uniformamiento y despersonalización. La legítima aspiración de afirmar la propia identidad sociocultural puede, sin embargo, transformarse rápidamente en una tendencia xenófoba, agresiva y claramente irracional, que a la postre pretende la aniquilación del Otro y de los otros.
que estaría en peligro de desaparecer ante el avasallamiento de la moderna cultura occidental de cuño globalizador. Esta indagación, a veces dramática y a menudo dolorosa para las comunidades afectadas, intenta en el caso boliviano desvelar y reconstruir una esencia étnica y cultural que confiera características indelebles y, al mismo tiempo, originales a los grupos étnicos que se sienten amenazados por la exitosa civilización moderna. Este esfuerzo puede ser calificado de traumatizante y de inútil: los ingredientes aparentemente más sólidos y los factores más sagrados del acervo cultural e histórico del actual espacio boliviano resultan ser una mixtura deleznable y contingente de elementos que provienen de otras tradiciones nacionales o que tienen una procedencia común con los más diversos procesos civilizatorios. La quintaesencia identificatoria indígena, reputada como algo primordial, básico e inalterable, sólo puede ser definida y comprendida con respecto a lo complejo, múltiple y cambiante que está encarnado en lo Otro, es decir en los elementos determinantes de las culturas ajenas y hasta hostiles. Este ejercicio de búsqueda por lo auténtico y propio tiene efectos traumáticos porque pone de relieve el hecho de que el núcleo cultural que puede ser considerado efectivamente como la identidad originaria incontaminada constituye un fenómeno de relativamente poca importancia y extensión. Pero es al mismo tiempo una preocupación que goza del favor popular porque en las capas más profundas de la consciencia colectiva se halla el propósito perseverante de aprehender y consolidar algo estable que dé sentido a las otras actividades humanas y que pueda ser percibido orgullosa y favorablemente como el alma inmutable de la comunidad donde se vive y se sufre.
El rechazo de las normativas modernas a causa de su presunto carácter eurocéntrico o su talante imperialista se conjuga con la búsqueda de una identidad cultural indígena primigenia (“originaria”),
El renacimiento de la identidad indigenista tiene un porvenir ambiguo. Las comunidades rurales campesinas, por ejemplo, están cada vez más inmersas en el universo globalizado contemporáneo, cuyos
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Todo esto no quiere menoscabar los logros de las culturas aborígenes ni negar la existencia de derechos comunitarios, y menos aún contraponerlos a los individuales, sino señalar el carácter aún preponderante del colectivismo del mundo indígena boliviano y enfatizar los problemas que experimentan los sectores poblacionales aborígenes en el seno del mundo moderno, donde el individualismo en las más variadas formas (desde positivas como los derechos universales hasta negativas como el consumismo) parece ser la corriente prevaleciente y dominadora.
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productos, valores y hasta necedades van adoptando de modo inexorable. Y, además, sus propios habitantes comparan y miden su realidad con aquella del mundo occidental, y ellos mismos compilan inventarios de sus carencias, los que son elaborados mediante la confrontación de lo propio con las ventajas ajenas. Todas las comunidades campesinas y rurales en la región andina se hallan desde hace ya mucho tiempo sometidas a procesos de aculturación, mestizaje y modernización, lo que ha conllevado la descomposición de su cosmovisión original y de sus valores ancestrales de orientación. La cuestión de la identidad colectiva debe ser, sin embargo, relativizada dentro del proceso muy marcado de diferenciación social que atraviesa Bolivia en los últimos tiempos. La pobreza compacta y la uniformidad dentro de las comunidades indígenas, que eran ciertamente las características predominantes de estos grupos hasta la primera mitad del siglo XX, han sido desplazadas por una estructura social que abarca diferentes estratos sociales en sentido financieroeconómico, educativo, político y domiciliario. Las élites indígenas, que entre tanto han surgido con extraordinario vigor, configuran los vehículos más rápidos y eficaces para la diseminación de los standards de la modernidad y de los valores universalistas que se originaron en el seno de la civilización occidental. Estas élites, partidarias en general de la empresa privada y del modelo capitalista, son las primeras en abrazar las pautas de comportamiento y las ideas prevalecientes en las sociedades metropolitanas del Norte, que poco a poco llegan a ser vistas como normativas más o menos propias de toda la comunidad indígena correspondiente. La preservación de la tradicionalidad queda restringida a los estratos sociales de ingresos inferiores y menor acceso a la educación formal contemporánea.
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La identidad como ideología compensatoria Como en muchos ámbitos culturales a lo ancho del planeta y por vía de compensación (ante los males del presente) se supone que las culturas que florecieron antes de la dominación europea eran un dechado de virtudes desde la perspectiva de la vida colectiva: las ideologías nativistas y reivindicacionistas celebran sobre todo la solidaridad social, la igualdad fundamental entre los habitantes y la armonía entre aquellas civilizaciones y los procesos naturales. Pero esa armonía social, un notable nivel de vida y la igualdad de todos los integrantes de las culturas prehispánicas representan probablemente imágenes actuales que los ideólogos del renacimiento indígena atribuyen a los antiguos regímenes anteriores a la conquista. Se trata de tradiciones inventadas o, por lo menos, altamente modificadas para satisfacer las necesidades del presente11. Esta visión embellecida y edulcorada del pasado tiene un enorme peso para la configuración de la identidad de las etnias indígenas: esta cosmovisión brinda una explicación relativamente simple de su pasado y una base creíble de sus demandas políticas actuales. Hasta en el campo de la ecología, esta concepción genera ventajas nada desdeñables, como la pretensión de ejercer una especie de gestión ambiental sobre amplios territorios, gestión que no está exenta de intereses comerciales muy prosaicos. En este contexto no es de asombrarse que pensadores y sociólogos de tendencias marxistas e indigenistas no pierdan una palabra sobre los
11
Cf. los estudios clásicos: Eric J. Hobsbawm / Terence Ranger, The Invention of Tradition, Cambridge: Cambridge U. P. 1987; Greg Urban / Joel Sherzer (comps.), Nation-States and Indians in Latin America, Austin: Texas U.P. 1991.
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resabios autoritarios y muchas otras prácticas irracionales en las comunidades campesinas indígenas12.
En lo referente a la vida cotidiana el discurso indigenista brinda asimismo una visión unilateral, embellecida y apologética de las normativas practicadas: “La solidaridad, el respeto, la honradez, la sobriedad y el amor” constituirían los “valores centrales, piedras fundadoras de la civilización india”, mientras que las normativas de la civilización occidental son descritas como “egoísmo, engaño, desengaño, apetito insaciable de bienes materiales, odio; todo lo cual prueba la historia y lo comprueba la observación diaria de la vida urbana -reducto y fortaleza de la invasión occidental”15. Se trata de un discurso en claroscuro radical que privilegia el mundo rural y que refuerza una identidad debilitada y amenazada, pero que no toma en cuenta la complejidad de la esfera urbana parcialmente modernizada donde hoy habitan amplios sectores de indígenas. Esta ideología, demasiado transparente en su intención de reivindicar un pasado sin mácula, no considera los procesos de mestizaje y de diferenciación de la estructura social que caracterizan a toda América Latina desde hace mucho tiempo16.
Una gran parte del discurso indigenista es probablemente una ideología en sentido clásico, es decir: un intento de justificar y legitimar intereses materiales y prosaicos mediante argumentos históricos que pretenden hacer pasar estos intereses particulares de grupos (que empiezan a organizarse exitosamente) como si fuesen intereses generales de las naciones indias. Las “reivindicaciones históricas” de los pueblos indios son, por lo menos parcialmente, ensayos normales y corrientes para dar verosimilitud al designio de controlar recursos naturales y financieros -como es el caso de la tierra, los bosques y los hidrocarburos- de parte de sectores políticos que han advertido las ventajas de la organización colectiva. Nociones claves como autodeterminación de los pueblos, devolución de territorios y autonomía administrativa resultan ser, en muchos casos, instrumentos políticos habituales en la lucha por recursos cada vez más escasos13. Los que hablan en nombre de los pueblos indígenas y de los movimientos sociales14 persiguen en el fondo objetivos muy convencionales: poder y dinero. 12
Cf. Domich Ruiz, El concepto de “nación boliviana” y el país multi-étnico y plurilingüe, en: Mario Miranda Pacheco (comp.), Bolivia en la hora de su modernización, México: UNAM 1993, pp. 201-216.
13
Cf. el estudio de Gerardo Zúñiga Navarro, Los procesos de constitución de territorios indígenas en América Latina, en: NUEVA SOCIEDAD (Caracas), Nº 153, enero-febrero de 1998, p. 142 sq., 153, estudio que analizó tempranamente la instrumentalización de las reivindicaciones indígenas en pro de intereses materiales.
14
Concepto por demás impreciso y gelatinoso -y por ello muy usado-, que encubre una realidad prosaica y habitual: los llamados movimientos sociales representan a sectores relativamente pequeños de la población, pero que poseen una notable
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capacidad de movilización y de hacerse visibles ante los medios de comunicación. No representan a las grandes mayorías silenciosas de la nación. 15
Guillermo Bonfil Batalla, Aculturación e indigenismo: la respuesta india, en: José Alcina Franch (comp.), Indianismo e indigenismo en América, Madrid: Alianza 1990, p. 197. “La miseria, el hambre, la enfermedad y las conductas antisociales no son herencia de la civilización india, sino productos directos de la dominación. Forman parte de una circunstancia temporal (la invasión), pero no cuentan como rasgos constitutivos de la civilización india” (ibid., p. 199).
16
Hasta los pensadores más lúcidos del indigenismo radical no pueden explicar en que consistiría el “comunitarismo étnico” que ellos propugnan como alternativa real al “individualismo posesivo” del modelo neoliberal encarnado presuntamente en las capas blanco-mestizas de Bolivia; el comunitarismo es descrito en términos esencialistas y, sobre todo, en cuanto anhelo y esperanza de grupos indigenistas intelectuales, pero no como realidad cotidiana del país.
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Para el debate sobre la identidad contemporánea de las comunidades llamadas originarias en Bolivia es importante llamar la atención sobre el deterioro de los valores normativos de origen vernacular y su substitución por normativas occidentales. En el presente los indígenas anhelan un orden social modernizado muy similar al que pretenden todos los otros grupos sociales del país: servicios públicos eficientes, sistema escolar gratuito, acceso al mercado en buenas condiciones, mejoramiento de carreteras y comunicaciones y entretenimiento por televisión. Hasta es plausible que los indígenas vayan abandonando paulatinamente los dos pilares de su identidad colectiva: la tierra y el idioma. Para sus descendientes una buena parte de los campesinos desea profesiones liberales citadinas y el uso prevaleciente del castellano (y el inglés). Los habitantes originarios no se preocupan mucho por lo que puede llamarse el núcleo identificatorio de la propia cultura, sino que actúan de modo pragmático en dos esferas: en la adopción de los rasgos más sobresalientes del llamado progreso material y en el tratamiento ambivalente de sus jerarquías ancestrales, que van perdiendo precisamente su ascendiente político y moral ante el avance de la civilización moderna.
La homogeneidad era su principio rector, como puede detectarse parcialmente aún hoy en el seno de las comunidades campesinoindígenas. Esta constelación histórico-cultural no ha fomentado en estas latitudes el surgimiento autónomo de pautas normativas de comportamiento y de instituciones gubernamentales que resultasen a la larga favorables al individuo y a los derechos humanos como los concebimos hoy. También entre los militantes progresistas hay tabúes, aún después del colapso del socialismo. Así como antes entre marxistas era una blasfemia impronunciable achacar al proletariado algún rasgo negativo, hoy sigue siendo un hecho difícil de aceptar que sean precisamente los pueblos originarios y los estratos sociales explotados a lo largo de siglos -y por ésto presuntos depositarios de una ética superior y encargados de hacer avanzar la historia- los que encarnan algunas cualidades poco propicias con respecto a la cultura cívica moderna y a la vigencia de los derechos humanos. En este campo, las corrientes de izquierda sólo se preocupan por consolidar los aspectos autoritarios en el mundo indígena.
La legitimidad de muchas de las reivindicaciones étnicoculturales está fuera de toda duda. De este hecho se aprovecha la izquierda con notable virtuosismo. Por ello hay que considerar algunos de los aspectos concomitantes de este problema. Me refiero en primer lugar a la cultura del autoritarismo en las comunidades indígenas, a los vínculos entre el resurgimiento étnico y los recursos naturales, el asunto de la productividad laboral y la dimensión de las metas últimas de desarrollo. Las civilizaciones precolombinas no conocieron ningún sistema para diluir el centralismo político, para atenuar gobiernos despóticos o para representar en forma permanente e institucionalizada los intereses de los diversos grupos sociales y de las minorías étnicas.
En Bolivia, los conflictos étnicos han adquirido en los últimos años una notable intensidad porque la llamada etnicidad sirve como vehículo e instrumento de justificación para pugnas por recursos naturales cada vez más escasos, como tierra, agua y energía. Y el más preciado a largo plazo es el menos elástico: la tierra. Aunque estos procesos evolutivos no pueden ser anticipados con precisión, parece que nos estamos acercando lentamente a un estadio histórico donde estas frustraciones acumuladas van a ser cada vez más agudas y, por lo tanto, el peligro de una agresión violenta va a ser mayor. Frente a este conjunto tan complejo de problemas (repetimos: autoritarismo cotidiano de las culturas originarias, etnicidad como vehículo para pugnas redistributivas, representación política de los indígenas en manos de mestizos astutos, pobreza de metas normativas de largo plazo
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en los modelos de desarrollo), la izquierda boliviana no propone ninguna solución de fondo, sino paliativos, como ser una representación indígena mayoritaria para la probable Asamblea Constituyente y la elección de los diputados según un arcaico sistema colectivista de usos y costumbres en las comunidades rurales que no han sido tocadas por el soplo de la modernidad.
manipuladores y en favor de intereses particulares y hasta egoístas. En río revuelto ganancia de pescadores: esta es la estrategia general de la izquierda en el contexto boliviano actual.
En este contexto no es de asombrarse que pensadores y militantes revolucionarios no pierdan una palabra sobre los resabios autoritarios y muchas otras prácticas irracionales en las comunidades campesinas. La convivencia con los otros sectores poblacionales empeora hoy en día cuando, por ejemplo, los recursos se convierten en escasos y cuando hay que justificar la lucha por ellos mediante agravios de vieja data, pero que son rejuvenecidos, intensificados y deformados por hábiles
Una concepción probablemente equivocada es la más popular entre los intelectuales radicales y los militantes izquierdistas: una confrontación creciente entre la cultura individualista y egoísta, proveniente del Occidente europeo, practicada por blancos y mestizos, de un lado, y la civilización originaria colectivista y solidaria, encarnada en las comunidades campesinas, de otro. En el presente la situación real es muy distinta de la imaginada por las corrientes progresistas. Por ejemplo: los múltiples nexos existentes entre las comunidades indígenas y la civilización metropolitano-occidental se han transformado en una nueva síntesis de carácter ambivalente, como ha sido la compleja evolución de todo mestizaje a lo largo de la historia universal. Sobre todo en lo concerniente a las últimas metas normativas que hoy en día definen lo que es “desarrollo”, las etnias aborígenes no han podido establecer modelos y valores genuinamente propios, originales y diferentes de aquéllos surgidos en las naciones del Norte. Y tampoco, en el fondo, las muchas variantes de la izquierda boliviana. Las metas de desarrollo generadas por la civilización metropolitanooccidental -la modernización exhaustiva, el alto nivel de consumo masivo, la tecnificación en un contexto crecientemente urbano, el acceso a una adecuada educación formal, la participación en el mercado nacional, la configuración de la vida cotidiana según los parámetros occidentales y un Estado nacional más o menos eficiente-, han sido entretanto acogidas por las comunidades indígenas en forma entusiasta y convertidas en valores orientadores de primera importancia. En esta época de presurosas adopciones de las más disímiles herencias civilizatorias e intercambios culturales incesantes con las naciones más lejanas, la confrontación entre lo propio y lo ajeno tiende a diluirse
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Empero el problema de la etnicidad es más complejo aún. Las etnias aborígenes (y sus portavoces izquierdistas) que dicen pretender un modelo propio sin las detestables influencias occidentales, quieren modernizarse según el modelo occidental, manteniendo sus tradiciones sólo en ámbitos residuales (como el folklore y la familia). Lo que realmente parecen anhelar es el acceso al mercado, la educación moderna y un mejor nivel de vida. Según todas las encuestas realizadas, las etnias indígenas desean adoptar las últimas metas normativas de proveniencia occidental (modernización, urbanización, educación formal, nivel de vida). Las comunidades indígenas adoptan esas normativas occidentales como si fuesen propias, recubriéndolas de un barniz de etnicidad original. Estas comunidades están ya fuertemente influidas por procesos acelerados de cambio y modernización. Se percibe una tendencia creciente a adoptar los rasgos individualistas y consumistas de la moderna cultura occidental. Sobre y contra esta corriente los militantes izquierdistas no tienen nada que decir.
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en un mar de ambigüedades, donde es muy arduo establecer categorías científico-analíticas que puedan dar cuenta adecuadamente de una evolución muy diferenciada. No hay duda de que la larga era colonial española y luego la republicana, que continuó algunos elementos centrales de la explotación y subordinación de los indígenas, han generado en las etnias aborígenes una consciencia muy dilatada de nación oprimida, de una injusticia secular no resuelta y de agravios materiales y simbólicos aún vivos en la memoria popular. Esto es aprovechado por la izquierda boliviana para ganar méritos propios a costa de problemas ajenos. Estas tendencias progresistas no presentan soluciones practicables, pero sí han fomentado un imaginario colectivo altamente emocional, que simultáneamente se cierra al análisis racional y al debate realista de su condición actual. La exacerbación de elementos comunitaristas y particularistas debilita los aspectos razonables de la modernidad, como la democracia pluralista, el Estado de Derecho, la concepción de los derechos humanos y la moral universalista (aspectos todos ellos que, como indiqué más arriba, jamás preocuparon a los militantes progresistas). Este imaginario alimentado por factores emotivos no es favorable a acuerdos y arreglos práctico-pragmáticos con culturas diferentes y con otros grupos étnicos. No hay duda de la injusticia que representan enormes sectores poblacionales de excluidos, discriminados y marginales, pero el retorno al irracionalismo histórico-social y el fomento de posiciones comunitaristas extremas sólo conducirán al debilitamiento de las etnias aborígenes y a su permanencia en situaciones de desventaja. Especialmente grave es el rechazo de lo “occidental” que engloba algunos valores normativos irrenunciables, como ser el principio de rendimiento, la protección del individuo y la tolerancia ideológica.
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La identidad de las corrientes de izquierda A partir de 1952 y hasta la introducción del modelo neoliberal en 1985, la identidad mayoritaria de las corrientes de izquierda boliviana estaba constituida por una mixtura de nacionalismo y socialismo, como fue lo usual en numerosos países latinoamericanos. Pese a todas sus diferencias internas, era un movimiento social de amplio espectro y considerable arrastre de masas, favorable a un acelerado desarrollo técnico-económico, a la estatización de los principales medios de producción y a la acción planificadora del Estado. Las tendencias socialistas y comunistas, representadas por varios partidos políticos, junto a innumerables grupos menores, menospreciaban el legado liberalindividualista y la democracia liberal-representativa, y tenían como objetivo una modernización acelerada dirigida por un Estado centralizado y poderoso, pero restringida a sus aspectos técnicoeconómicos. Sectores nacionalistas de considerable peso estaban adscritos a valores de orientación muy similares. En el campo de la cultura política se puede afirmar que las corrientes izquierdistas y las nacionalistas perpetuaron elementos del legado histórico con marcado carácter autoritario. Los pensadores izquierdistas (marxistas como José Antonio Arze, Sergio Almaraz, René Zavaleta Mercado y Marcelo Quiroga Santa Cruz) y los nacionalistas (como Carlos Montenegro, Augusto Céspedes, José Fellmann Velarde y muchos otros) asociaron la democracia liberal y el Estado de Derecho con el régimen presuntamente “oligárquico, antinacional y antipopular” que habría sido establecido desde la fundación de la República en 1825 y que durante el siglo XX se habría manifestado nítidamente en los periodos 1899-1920, 1940-1943 y 1946-1952. Entre 1952 y 1985 y en el plano político-cultural estas corrientes socialistas y nacionalistas promovieron un renacimiento de
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prácticas autoritarias y el fortalecimiento de un Estado omnipresente y centralizado. A partir de 1952 y en nombre del desarrollo acelerado, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y los partidos que le sucedieron en el gobierno reavivaron las tradiciones del autoritarismo y el centralismo, las formas dictatoriales de manejar “recursos humanos” y las viejas prácticas del prebendalismo y el clientelismo en sus formas más elementales y evidentes. Estos elementos configuraban la parte central de la mentalidad de estas corrientes y, por consiguiente, de su identidad central.
neoliberales se hicieron fuertes en todo el planeta alrededor de 1980. Existió una enorme actividad que podemos llamar cultural en sentido amplio y de considerable influencia didáctica promovida por el gobierno nacional de 1952 a 1964 y luego, a partir de aproximadamente 1970, continuada por sectores y personalidades de la izquierda: sindicatos, grupos marxistas de estudio, círculos universitarios, núcleos incipientes de futuros movimientos sociales, artistas, periodistas, intelectuales dispersos y hasta sacerdotes. Paulatinamente, en los últimos veinte años, este modelo de pensamiento ha ido abandonando los teoremas marxistas clásicos, ha adoptado elementos centrales del indigenismo tradicional y, como resultado global, comparte ahora la concepción del colonialismo interno.
Los izquierdistas en Bolivia -como en gran parte de América Latina- se imaginaron una aceleración del tiempo histórico y creyeron que la revolución y el socialismo eran metas al alcance de la mano, y no se preocuparon, en consecuencia, por los avatares de la democracia en el ámbito institucional, práctico y cotidiano. Este mismo programa era el propugnado por la izquierda pro-cubana y por innumerables individuos imbuidos de un romanticismo revolucionario afín al misticismo guevarista. Se puede constatar una disociación entre (a) el ideario y los hábitos socialistas, por un lado, y (b) las prácticas institucionales de la democracia moderna y del Estado de Derecho, por otro. Lo preocupante es que es esta separación entre la ideología revolucionaria y la democracia pluralista se transformó paulatinamente en un factor esencial de la identidad socialista en Bolivia y en buena parte del Tercer Mundo, factor que hasta hoy juega un rol preponderante en la formación de la mentalidad de los grupos y las corrientes socialistas, y, por ende, de su identidad colectiva. Lo mismo puede afirmarse, con ciertas reservas, del nacionalismo revolucionario. Hasta políticos nacionalistas de clara línea anticomunista, como el presidente Víctor Paz Estenssoro, compartían una ideología autoritaria y antipluralista, por lo menos hasta que los vientos
Como se sabe, numerosos intelectuales y militantes izquierdistas ingresaron -sin escrúpulos éticos o intelectuales- a la función pública bajo los regímenes neoliberales. Después de 2005 muchos de ellos entraron al servicio del populismo indigenismo -igualmente sin escrúpulos éticos o intelectuales-, pero tampoco contribuyen a cerrar la brecha entre los hábitos convencionales de la izquierda y los valores de la democracia pluralista y del Estado de Derecho. Se puede constatar una actitud esquizofrénica de los militantes progresistas cuando actúan como funcionarios estatales: por un lado fomentan activamente la implementación de reformas modernizantes y, por otro, preservan viejas rutinas tradicionales. Pocos de estos intelectuales han sido acosados por el aguijón de la duda acerca de su praxis política. Siempre tenían y tienen razón en el momento de emitir un juicio o realizar una actuación. No cambiarán sus hábitos porque desconocen totalmente el moderno principio de la crítica y el auto-análisis. Esta temática es relevante para la cuestión de la identidad grupal por la razón siguiente: el comportamiento y los valores de orientación de los dirigentes de los nuevos movimientos sociales y de los líderes de los partidos
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izquierdistas y populistas son muy similares a los señalados y criticados aquí, pues en el fondo todos los individuos involucrados provienen de una tradición cultural muy parecida. La característica distintiva de los militantes de corrientes izquierdistas es la falta de una tradición crítica, moderna, abierta a la ciencia, al análisis y al cuestionamiento de las propias premisas. No hay duda de que los izquierdistas y los nacionalistas podrían haber realizado una labor más efectiva para implantar una actitud básicamente crítica en territorio boliviano. Como dijo Octavio Paz en El ogro filantrópico (1979), los intelectuales han estado obsesionados por el poder, “naturalmente” antes que por la expansión del saber.
tecnocrática, implementada a partir de 1985, ha devaluado indudablemente el estatismo y el colectivismo, pero ha dejado incólume una porción considerable de la tradición autoritaria y ha generado una homogeneización notable de toda la vida privada y pública, lo que tampoco suscita ningún repudio de los sectores progresistas de la nación. Al igual que la generación precedente, ellos no han sabido mantener una distancia razonable con respecto a la tradición cultural en la que se han criado y, al mismo tiempo, siguen utilizando su posición relativamente privilegiada para evitar el surgimiento de una auténtica consciencia crítica en los sectores mayoritarios de la población.
En los últimos tiempos, cuando el modelo neoliberal empieza a resquebrajarse, resurge una nueva ola de liderazgos populistas, mesiánicos y autoritarios, ola reivindicada obviamente por no pocos militantes progresistas bolivianos. Hoy en día se puede constatar una cierta continuidad en la relación asimétrica de los intelectuales y militantes progresistas con respecto a las capas subalternas de la nación, continuidad que abarca una gran parte del siglo XX. La modernización
La declinación de las ideas socialistas clásicas y el estancamiento de los partidos izquierdistas convencionales, como el comunista, ha conducido a la evolución siguiente, que, por otra parte, es indispensable para comprender la “nueva” identidad de las izquierdas bolivianas. Las diferentes fracciones de nuestra izquierda han descubierto la relevancia de las cuestiones étnico-culturales con algún atraso, pero ahora se han consagrado a esta temática con una intensidad curiosa y hasta agresiva. Casi toda la actividad de la izquierda boliviana a comienzos del siglo XXI tiene que ver con asuntos y motivos asociados a las etnias llamadas originarias, un apelativo reciente, inexacto y premeditadamente ambiguo. Comprender la izquierda hoy significa entender sus vínculos con el movimiento étnico-cultural, ya que todo el antiguo culto de lo proletario y obrero ha sido echado por la borda. En otras palabras: el marxismo revolucionario latinoamericano y también el marxismo clásico, de cuño libertario, humanista e individualista, han sido reemplazados por oscuras invocaciones a la etnia, la tierra y el colectivismo, y la inspiración crítica y analítica del llamado socialismo científico ha sido sustituida por confusas teorías étnico-colectivistas, cuyos rasgos más llamativos son la oscuridad conceptual, la carencia de una estructura lógica y el estilo enrevesado. Sus representantes más
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A comienzos del siglo XXI la mayoría de los izquierdistas tampoco contribuye a superar la pesada herencia de épocas y culturas anteriores. Sus críticas demasiado generales del imperialismo y la globalización encubren su inclinación a preservar convenciones irracionales y rutinas anti-éticas. Esta postura coadyuva a consolidar la credulidad de las masas mal informadas con respecto a programas mesiánico-milenaristas, la simpatía por jefaturas carismáticas, su baja productividad laboral y la escasa capacidad de acumulación cognoscitiva. La picardía de los políticos de todas las corrientes sería impensable o, por lo menos, inofensiva, sin la ingenuidad de las capas populares, ingenuidad alimentada por las izquierdas bolivianas.
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leídos en Bolivia son Enrique Dussel y sus discípulos de la Filosofía de la Liberación17.
tribus, etnias o nacionalidades, sino de naciones plenas, aunque varias de ellas no lleguen a contar ni cien habitantes en su totalidad. En el fondo se halla la vieja rutina de los intelectuales politizados de hablar en nombre de los “oprimidos”, canalizar los recursos financieros que brinde la administración de los recursos naturales que se convertirían en la propiedad de esas “naciones” y monopolizar la gestión de los fondos provenientes de la cooperación internacional.
Es indudable que hay un renacimiento de factores étnicoculturales, no solamente en Bolivia sino en dilatadas regiones del mundo, donde este tipo de pugnas interétnicas ha terminado a menudo en baños de sangre. No sólo los habituales conflictos entre clases sociales antagónicas, sino las confrontaciones entre diferentes tribus, así como las animadversiones basadas en religiones y lenguas, constituyen uno de los rasgos más importantes y paradójicos de nuestra era. Ni marxistas ni liberales se imaginaron la fuerza y la relevancia sociales que han llegado a tener esos elementos considerados largo tiempo como irracionales, anacrónicos y depasados por el progreso científico-técnico. En este contexto no es superfluo señalar la función nefasta que han cumplido algunos antropólogos y cientistas sociales “progresistas”, exacerbando el rol de las identidades grupales y enfatizando (o a veces creando) las diferencias -y las animosidades- entre grupos étnicos. Se debe a ellos la doctrina, ahora oficial, de que en Bolivia habrían 36 naciones18, número mágico de dudosa consistencia19. No se trataría de 17
Cf. Rafael Bautista S., Octubre: el lado oscuro de la luna. Elementos para diagnosticar una situación histórico-existencial: una nación al borde de otro alumbramiento. La Paz: Tercera Piel 2006; Enrique Dussel, Veinte proposiciones de política de la liberación, La Paz: Tercera Piel 2006.
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36 etnias de Bolivia, separata de LA PRENSA (La Paz) del 6 de agosto de 2007, pp. 4-38; Javier Badani Ruiz, La diversidad, el mayor tesoro del país, en: LA RAZÓN (La Paz) del 5 de agosto de 2007, suplemento ESCAPE, Nº 325, pp. 14-19.
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Se podría haber elegido un número místico, como 33, o uno redondo, como 30 ó 40, sin cambiar la arbitrariedad fundamental de esa “constatación científica”.
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La identidad en el mundo urbano y el proceso de mestizaje La temática de las identidades colectivas no es popular en los sectores blancos y mestizos en Bolivia (ni les preocupa mucho), puesto que ellos no se definen por una adscripción premoderna y colectiva a identidades tribales y étnicas, sino por una actitud básica individualista y por intereses sectoriales más o menos modernos, que pueden ser articulados y canalizados mediante partidos políticos y asociaciones cívicas de amplio alcance. Los blancos y mestizos, que conforman grupos mayoritariamente urbanos, han sido indudablemente los privilegiados del desarrollo histórico boliviano y han dejado su huella profunda en todas las esferas de la vida social. Precisamente esta constelación de privilegios es la que no fomentó un análisis autocrítico ni tampoco una ideología de identidad colectiva, que en Bolivia se basa generalmente en una crónica de carencias y agravios. Sin que medie un proceso de reflexión, los blancos y mestizos del país se orientan por los valores normativos de la civilización occidental moderna, la que tiende a convertirse en una mentalidad universal y predominante, pese a todas las críticas e ideologías de moda. Este proceso de generalización de normativas hace superflua la edificación de una identidad específica y claramente separada de los
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otros sectores poblacionales. Uno de los elementos que más eficazmente contribuye a configurar una mentalidad urbana moderna es la forma específica cómo la niñez y la juventud son socializadas. En el caso boliviano tenemos también una muestra de una evolución casi universal: comparada con generaciones anteriores, la actual juventud, y precisamente la urbana, ha gozado de una instrucción primaria más extendida y de mejor calidad, denota un porcentaje substancialmente más alto de absolventes universitarios, habla castellano -a menudo como único idioma- en una proporción significativamente más amplia que sus progenitores, vive casi exclusivamente en áreas urbanas y se adhiere a los valores normativos modernos del individualismo y el consumismo. Y está sometida al bombardeo de la “industria de la cultura”, es decir a los contenidos uniformantes y universalistas de los medios modernos de comunicación, en una intensidad mucho más elevada que cualquier generación previa.
a ese medio urbano ha sido promovida mediante la acción gubernamental de la Revolución Nacional 20 de 1952; el resultado global es el surgimiento de una identidad colectiva basada en el intento de modernizar la sociedad boliviana de manera sistemática y sostenida. Otra cosa es que el éxito de este designio ha sido muy modesto.
El espacio urbano boliviano ha desarrollado, a pesar de todos los avatares del destino histórico, una identidad socio-cultural relativamente sólida, que no estaba garantizada ni por la diversidad geográfica ni por la variada composición étnica ni menos aún por las erráticas direcciones políticas que tuvo la república desde su fundación. Ha sido, como la gran mayoría de las creaciones histórico-culturales, la obra de muy distintos factores y hasta de la contingencia. Esta relativa uniformidad del espacio urbano fue creada por la administración española, que se distinguió además por la integración de regiones bastante separadas entre sí y por la incipiente apertura de las zonas tropicales del Oriente. A la formación de una identidad específica altoperuana y luego boliviana ha contribuido la energía civilizatoria irradiada por la existencia de centros urbanos relativamente grandes, que desde la época colonial constituyen las cabezas de la división administrativa actual. La integración de las comunidades aborígenes
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Lo que se puede observar hoy en día es una rápida ocupación poblacional del espacio físico de parte de una comunidad económicamente dinámica, socialmente compleja y étnicamente heterogénea, comunidad que ha desplegado, sin embargo, una identidad cultural bastante firme, aunque conformada mayormente por la imitación acrítica de las metas normativas de la civilización metropolitana occidental. La catástrofe ecológica que esta evolución lleva consigo no desmerece la edificación de esa identidad sincretista, cuya durabilidad no debe ser subestimada, y donde se entrecruzan simultáneamente las variables del particularismo y el universalismo y los imperativos de la tradición y la modernidad. La historia boliviana -como cualquier otra- puede ser vista como una serie interminable de fenómenos de mestizaje y aculturación. Además de las innumerables mezclas étnicas, se han dado variados procesos mediante los cuales la Bolivia contemporánea ha recibido la influencia de la cultura metropolitana occidental, que ha sido percibida como militar, técnica y organizativamente superior a la sociedad premoderna, siendo la consecuencia una simbiosis entre los elementos tradicionales y los tomados de la civilización moderna. Cultura significa
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Sobre la “Revolución Nacional” de 1952 cf. los dos estudios principales: James M. Malloy, Bolivia: The Uncompleted Revolution, Pittsburgh: Pittsburgh U. P. 1970; James M. Malloy / Richard S. Thorn (comps.), Beyond the Revolution. Bolivia since 1952, Pittsburgh: Pittsburgh U. P. 1971.
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también cambio, contacto con lo foráneo, comprensión de lo extraño. El mestizaje puede ser obviamente traumático, pero también enriquecedor. Se podría aseverar que las sociedades más exitosas, como las de Europa Occidental, han sido aquéllas que han experimentado un número relativamente elevado de procesos de aculturación. El tratar de volver a una identidad previa a toda transculturación es, por lo tanto, un esfuerzo vano, anacrónico y hasta irracional: se puede pasar rápidamente de las reivindicaciones anti-imperialistas a las obsesiones nacionalistas y a las limpiezas étnicas. En el futuro lejano esta posibilidad no puede ser excluida totalmente de la realidad boliviana.
ámbito económico-organizativo, complementada con la conservación de modos de pensar y actuar premodernos, particularistas y francamente retrógados en el campo de la cultura política. El resguardar y hasta consolidar la tradición socio-política del autoritarismo tiene entonces la función de proteger una identidad colectiva en peligro de desaparecer (barrida por los valores universalistas propagados por los medios contemporáneos de comunicación), de hacer más digerible la adopción de parámetros modernos en otras esferas de la actividad social y mantener un puente entre el acervo cultural primigenio y los avances de una modernización considerada como inevitable.
Epílogo En el heterogéneo espacio físico del actual territorio boliviano se puede percibir la construcción de una identidad socio-cultural de cuño sincretista, cuya viabilidad histórica no parece ser reducida. El indigenismo moderado en Bolivia en particular y las tendencias autoctonistas en general pretenden una síntesis entre el desarrollo técnico-económico moderno, por un lado, y la propia tradición en los campos de la vida familiar, la religión y las estructuras socio-políticas, por otro. Es decir: aceptan acríticamente los últimos progresos de la tecnología, los sistemas de comunicación más refinados provenientes de Occidente y sus métodos de gerencia empresarial, por una parte, y preservan, por otra, de modo igualmente ingenuo, las modalidades de la esfera íntima, las pautas colectivas de comportamiento cotidiano y las instituciones políticas de la propia herencia histórica conformada antes del contacto con la civilización europea. La consecuencia de estos procesos de aculturación, que siempre van acompañados por fenómenos de desestabilización emocional colectiva, se traduce en una irritante mixtura que puede ser descrita como una extendida tecnofilia en el
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Este rechazo de normas liberal-democráticas y el florecimiento concomitante de prácticas convencionales puede tener, por lo tanto, consecuencias graves. La indiferencia ante los derechos humanos, el menosprecio de la democracia pluralista (en cuanto producto foráneo) y el desdén por la proporcionalidad de los medios, que son palpables asimismo en el movimiento sindical y en el indigenismo radical, pueden, en ciertos contextos, ser proclives al surgimiento de la violencia política permanente.
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