Story Transcript
q
;s
POLÍTICA Y CULTURA EN LA ÉPOCA MODERNA (Cambios dinásticos. Milenarismos, mesianismos y utopías)
Alfredo Alvar Ezquerra Jaime Contreras Contreras José Ignacio Ruiz Rodríguez (Eds.)
POLÍTICA Y CULTURA, ,EN LA EPOCA MODERNA (Cambios dinásticos. Milenarismos, mesianismos y utopías)
Universidad de Alcalá
© Universidad de Alcalá Servicio de Publicaciones
ISBN: 84-8138-587-5 Depósito Legal: M-5.473-2004 Fotocomposición e Impresión: Solana e Hijos, A.G., S.A.
REGALISMO BORBÓNICO, REFORMISMO ECLESIÁSTICO Y RELACIONES CON ROMA: EL CARDENAL BELLUGA Antonio Martínez Ripoll Universidad de Alcalá de Henares Para quien es, a más de historiador de oficio, murciano de naturaleza, un personaje como D. Luis de Belluga y Moncada no pasa desapercibido ni resulta indiferente. A este respecto, sin perderle de vista y teniendo presente su polivalente y fundamental actuación, primero como obispo de Murcia, o sea de Cartagena en España, y después como cardenal de la Iglesia de Roma, diremos que Jo que de ingenuo podíamos tener al iniciar nuestra carrera en la Universidad de Murcia, cambió tajante en el transcurso de nuestra etapa final en la de Valencia. Allí, comprobamos 10 difícil que le resulta al hombre alcanzar la objetividad, máxime la histórica, y más aún tener una visión unívoca de aquellos hechos en los que se ve implicada la memoria histórica colectiva. De la mano del Profesor D. Juan Reglá Campistol, allí aprendimos que la tan anhelada objetividad en todo caso se desea, se busca y sólo de vez en cuando se logra rozar, y esto al poner en liza grandes dosis de «aggiornamento» científico (como a él le gustaba decir) con otras de simple honradez en nuestro comportamiento ético como historiadores. Únicamente así es posible aproximarse a élla, logrando destenar la premeditada osadía de los mediocres y aislar la tendenciosa falacia de los tontos y maliciosos. y es que, precisamente, nuestro primer contacto en verdad dialéctico con la figura de Belluga y su realidad histórica oculTió en Valencia, cuando disfrutando de una de sus magistrales clases -en las que con indudable cariño personal, pero con no menor soma gentilicia, nos apodaba «el espía de Olivares»-, nos lanzó, como revulsivo, una pregunta capciosa. Como en tantas otras ocasiones, sacando a relucir en cuanto le era propicio un hecho estrambótico obrado por un aún más excéntrico murciano, el Prof. Reglá, aprovechando nuestra connatural murcianía, nos preguntó, al amparo de la lección sobre la Guerra de Sucesión, cómo se podía explicar que Belluga, no obstante su condición de obispo, hubiera luchado con las armas en la mano y aceptado el nombramiento de vilTey y capitán general de
30
ANTONIO MARTINEZ RIPOLL
Valencia, llegándose a ejecutar bajo su mandato una durísima represión social y económica, además de practicar una inflexible política de dominio policial, lo que desembocó en la supresión de los fueros valencianos yen el establecimiento de la Nueva Planta, Ante una pregunta así, en la que la primera proposición sólo era cierta en una mínima parte, y con matices, y en la que las restantes nada tenían que ver con él, sino con otro murciano, de Hellín, que sí reprimió, especialmente en Játiva, y que sí fue copartícipe en la implantación del plan de unificación político-jurídica, en esa ocasión, debemos de reconocer que harto impertinente por nuestra parte, le contestarnos: Perdone D. Juan. Si le parece, ya que quiere hablar de un murciano, ¿por qué no hablamos de Macanaz? A partir de entonces, además de agudizarse nuestro interés por Belluga, nos dimos cuenta de otra perogrullada historiográfica: la memoria histórica, colectiva o individual, sentida por el historiador y todo lo que define su propio presente vital, condicionan de modo inconsciente, o consciente, el resultado final de la pesquisa histórica, y como es el caso, el que historiográficamente unos personajes nazcan con estrella, y otros, por el contrario, estrellados. Lo que, al poco tiempo, nos fue confirmado por la lectura del atractivo relato (que no estudio histórico de cabal fiabilidad documental, metodológica y crítica, como han pretendido algunos afamados historiadores), que sobre Melchor Rafael de Macanaz había elaborado la ágil pluma de Carmen Martín Gaite. Válida en la tesis general que defiende sobre el político hellinense, es obra que sin embargo precisa ponerse en cuarentena a fin de revisar muchos de sus contenidos y no pocas de sus afirmaciones, máxime al comprobar lo desvariado y erróneo, entre otros más, de los pasos dedicados al cardenal BeIIuga, sobre todo por su evidente parcialidad crítica, su unilateral selección de fuentes, su paticojo método heurístico, su carencia de criterios de comprobación y ratificación de datos, y así un dilatado etcétera de naturaleza epistemológica, que ensombrecen desde la historiografía una obra de tan elevada e indiscutible calidad literaria. Con su lectura, y después de la pregunta del Prof. Reglá, comprobamos las fobias que despertaba Belluga y 10 denostado de su persona y obra, sobre todo en determinados círculos intelectuales autoproclamados progresistas, fruto todo ello de que la historiografía del Ochocientos y el primer Noveciento había oscilado, reflejando la dicotomía propia de la España de entonces, entre dos polos distantes y contrarios, apasionados ambos y enfrentados por complejas razones exógenas, y enmedio abriéndose paso durante la segunda mitad del siglo XX una tercera vía contemporizadora y con aspiraciones de objetividad, pero no del todo imparcial. En efecto. De un lado, la postura romántica de orientación liberal, to'cada por aires de progresismo y gestada a partir de los planfletos y dictámenes lanzados por la propaganda austracista y los escritos exculpatorios y autobiográficos de Macanaz, en su mayoría redactados de memoria, tamizados por la manipulada consulta y la tendenciosa exposición que de ellos hicieron sin más, con evidente y desmedida fobia, los foralistas irredentos y los conversos anticlericalistas, como D. Modesto Lafuente. Del otro, la posición del más recalcitrante conservadurismo político, tocado por el integrismo católico militante, surgida a la sombra de los escritos del propio prelado, las oraciones fúnebres dictadas en sus exequias y las biografías coetáneas escritas desde el panegírico, que con claro perfil hagiográfico exponen sus filias sin recato alguno. Y entre ellas, con pretensión de inde-
, CARLOS V Y FELIPE V: CAMBIOS DINÁSTICOS
31
pendencia crítica no del todo conseguida, esa tercera vía en la que se inscribe la mayor, y mejor, parte de la más reciente historiografía bellugana, pero con todo un abanico de matizados aportes que en ocasiones denotan carencias heurísticas muy graves y una extraña falta de convencimiento en sus juicios críticos, en los que por un raro temor dialéctico a ser tildados de parcíal1dad ideológica se hacen concesiones cara a la galería. Desde entonces, cada vez de forma más acusada, constatamos lo necesario que es el aporte documental inédito, la sistemática criba de fuentes, incluidas las ya conocidas, la constante revisión metodológica y el imprescindible control de la hipótesis de partida. Porque lo grave no es interpretar Jos datos y disentir en torno al juicio que nos merece un personaje y los hechos por él obrados. Allá cada cual con lo que piensa, afirma o quiere creerse. Eso, como el honor, es patrimonio del alma, y ésta sólo a las conciencias compete. Historiográficamente, lo grave en verdad es que, junto a la necesidad de exhu1!1ar documentos y de exponerlos 10 más atractivo que sea posible, se sepa hacer y hacerlo bien, sin mentir ni amañar los resultados, revisando sin tapujos las pruebas y contrastando la veracidad de los datos, comprobando y analizando los testimonios, releyendo y sopesando los repertorios a nuestra alcance, y ello a ser posible con los originales de archivo delante. Al plantearnos el tema de nuestra ponencia tuvimos presente todo esto, surgiendo muchas cuestiones irresolutas, otras erróneamente planteadas o mal resueltas y algunas hasta torticeramente presentadas o mal explicadas en torno al conocimiento positivo y documental de la persona, la obra y el pensamiento del cardenal Belluga. Pero, también, y la gravedad de esto es mayor, gratuitamente recogidas y vertidas irreflexivamente en las síntesis críticas y en las obras de interpretación histórica. Y es que al revisar una etapa tan clave en su biografía corno la de su promoción al cardenalato y su renuncia al obispado, comprobamos que es tan ignorada como evitada, y cuando se ha abordado, se han acumulado los tópicos y entretejido yl cuento como solución para rellenar las lagunas, despejar las dudas o resolver los problemas. Y todo por no molestarse en exhumar nuevos datos documentales, por hacerlo erróneamente o por fijarlos mal, por decir que se manejan ciertos documentos que luego se comprueba que no existen, por citar testimonios que nunca son consultados, por ignorar o desestimar acríticamente unas fuentes o por citarlas de prestado, cte. De este modo, se siguen repitiendo muchos lugares comunes originados por prejuiciadas e infundadas hipótesis o por débiles y forzadas afirmaciones, basadas a su vez en la manifiesta ignorancia, y hasta en la mala fe, del proponente o en suposiciones posibles, en muchos casos del todo falsas, que por arte malabar se tracan en fundamento de otras sospechas o se transforman en irrefutables tesis, documentadas y ya probadas. Y así, un largo etcétera de despropósitos que no son del caso. Con estas inquietudes afrontamos en 1968 la realización de la Memoria de Licenciatura, la por entonces popular Tesina, sobre la historia de la construcción del Palacio Episcopal de Murcia y las transformaciones urbanísticas que generó a su denedor, aportando un abrumador aparato documental del todo inédito sobre su fábrica arquitectónica, cuya erección resultó haber sido sugerida por el cardenal Belluga por razones de representación política del poder de la Iglesia frente al del Estado y por motivos de proyección social de los obispos cartaginenses en tanto que cabezas de la nobleza del Reino, iniciada su construcción por mor del obispo D. Juan Matheo López y Sáenz, gracias a la colaboración proyectiva y direc-
32
ANTONIO MARTfNEZ RIPOLL
tiva de su arquitecto Pedro Pagán, y terminada su ejecución por el prelado D. Diego de Rojas y Contreras, que la coronó con la intervención del maestro José López y el replanteamiento del arquitecto italiano Baltasar Canestro. En aquella ocasión, por falta de experiencia historiográfica y de madurez crítica, no supimos formular las opOliunas preguntas a los documentos hallados, para así poder plantear la más idónea de las hipótesis que permitiera ampliar el conocimiento de nuestro pasado histórico. Únicamente, y porque los documentos exhumados eran demasiado explícitos, pudimos cuestionar los puntos de vista dados hasta entonces y aclarar los datos sobre los patronos episcopales, los arquitectos ejecutores del edificio, las fechas de su construcción, etc. Pero, poco más. Por entonces, cuando realizábamos esa investigación, descubrimos colgados en una de las salas palatinas una trilogía pintada de retratos episcopales que es el punto de arranque de nuestra ponencia, reducida, después de dicho lo dicho y tras explicitar la necesidad de revisar la biografía del cardenal Belluga, construída toda ella desde el tópico y la parcialidad, a no más que a plantear una hipótesis crítica, con el lanzamiento de un reto investigador a resolver.
Una trilogía episcopológica singular y significativa Si bien la historia de los pueblos no es, ni con mucho, la nalTación elitista, fascinante y epopéyica de las biografías de sus personajes más ilustres, afamados o pintorescos, sino la interpretación crítica, causal y documentada del acontecer del grupo, no es menos cierto que en determinados momentos o ciclos históricos han existido figuras claves y resolutivas, sin las cuales sería poco menos que imposible entender, enjuiciar y explicar la historia de los pueblos. Éste debió ser, sin duda, el caso de Murcia a inicios del siglo XVIII o, al menos, así 10 debieron de entender en plena Ilustración los sacerdotes operarios, teólogos y seminaristas del murciano Colegio-Seminario de Teólogos de San Isidoro, institución pedagógica ecleshística fundada y dotada entre una más de sus Pías Fundaciones por el cardenal D. Luis Antonio de Belluga y Moneada (1715, y 1733), proyectada e iniciada su fábrica arquitectónica por el obispo D. Juan Mathco López y Sáenz (1748) y finalizadas las obras del edificio durante el episcopado de D. Diego de Rojas y Contreras (1766), por cuanto en 1767, al iniciarse el primero de enero el curso académico oficial en su flamante nueva sede con diez alumnos teólogos «de los más selectos que había en la ciudad»l, escogidos entre los seminaristas del vecino Seminario Conciliar de San Fulgencio, su junta rectora ordenó pintar una trilogía de rnoI En 1767 era su rector el p, Juan de Espejo, natural de Alhama de Murcia. sobrino de D. José de Espejo y Cisneros (1667-1748). el que fucra obispo de Orihuela (1714-1717) y luego dc Calahorra-La Calzada, y su vicerrector, cl P. Juan Antonio AbelJa, píos operarios los dos y seguidores del sacerdote aragonés P. Francisco Fencr, a cuyo instituto Bclluga había encomendado su fundación pedagógica. Sobre este colegio-seminario, cfr. F. Martín Hernández, ({Los seminarios espanoles en la época de los primeros Borbones (1700-1808), en llispal/ia Sa('ra, 12 (1959), pp. 364-366; Y F. Y J. Martín Hernández, Lo.\' ,\'eIllillarios f!.\p(l/lo/f!S mla épom de la Ilustración. El/sayo df! //lIa pedagogía eclf!.I'iá.\'fim eJl el siglo XVIII. Madrid, 1973, pp. 68-73, Y 125-126. Si hacemos hincapié en este punto. es para subrayar que los comitentes de los retratos conocieron a los tres prelados efigiados: a Belluga de modo interpuesto -pues, al margen ele quc el rector fuera murciano y de que su tío fuese obispo de Orihuela, y más allá de la simple vecindad entre las diócesis ol'Íolana y murciana, elebe recordarse que Belluga fue el encargado de incoar el proceso consistorial del prelado Espejo previo a su traslado a la sede riojana-, y a los dos últimos sin duda con trato personal directo. por lo que parece evidente poderse afirmar la carga de testimonio positivo que detentan estas figuraciones pictóricas.
;
CARWS \1 Y FELIPE V: CAMBIOS DINÁSTICOS
33
numenta!es retratos honoríficos de esos obispos con el fin de conmemorar la efemérides y, a ser posible, fijarla para siempre en la memoria histórica colectiva de Murcia2 , Con más aparatosidad decorativa que gusto estético y con mayores dosis de voluntad operativa que sentido de la forma artística, el pintor Pablo Pedemonte, genovés afincado en Murcia, a quién, no nos cabe duda, debió de serle encargada esta serie episcopológica 3 , compuso los cuadros según un esquema compositivo apiramidado, derivado en sus líneas oenerales y de articulación del tipo de tumba papal creado por Bernini y estandarizado en el b ámbito de la escultura funeraria del Barroco italiano, en particular el romano, como el modelo parietal usado por Pietro Bracci, según diseño de Paolo Posi, en el Sepulcro del carde1101 Gillseppe RC/w/o lmperiali (1741) (Roma, San Agustín), y difundido en el arte de la tipo-calcografía coetúnea para ilustrar las contraportadas de los libros impresos, como el empleado en la lámina grabada por Juan Bernabé Palomino, según dibujo de Antonio Gonz{¡lez Velázquez, para ornar la edición de las Obras de D. Juan de Palafox y Mendoza (Madrid, Gabriel RarnÍrez, 1762). En él, el personaje retratado, figurado de medio cuerpo, ocupa el campo de un medallón oval, con marco cn este caso rococó, sobremontado por las insignias de la dignidad episcopal (báculo y/o mitra, a excepción del primero en el que se figura el capelo cardenalicio), posado en un movido zócalo arquitectónico, en cuyo frente convexo se inscribe un texto laudatorio en honor del efigiado, conteniendo sus títulos y calidades personales, además de alguna alusión a los hechos más honrosos protagonizados por ellos, y 2 Óleos sobre lienzos, de 2,18 x 1,33 m. Si los textos votivos de los retratos del cardenal I3elluga y del obispo Malheo se dataron en 1767, el del prelado Rojas se fechó en 1773. Este desfase no debe hacer pensar en una cronología diversa respecto de su ejecución, quc sin duda fue correlativa y coetánea en el tiempo. Es muy verosímil que este salto temporal no se deba a una interrupción operativa, sino a una obligada pausa protocolaria, a la espera de poder subscribir una dala POS! /JIor!e/JI en el retrato del tercero dc los obispos efigiados, durante cuyo pontificado se pintó la trilogía, haciendo coherente el mensaje del texto, de evidente naturaleza funeraria y estilo honorífico, con el óbito de! prelado, que no sobrevino hasta noviembre de 1772. 3 Segün L Albacete, AplIIl/(/("iolle.l· Ffi.l"!óricas .\'Obre fas reliquias de S./1 Fulgendo y S./tl Florentina {raída,\' (/ Murcia y de In image/l de N. S. de la Fllell.WIl/a de 1(/ misma ciudad y de Otro.l· objcto.l· rllriosos q. exis{cn hoy cn élfa ... Alío 1876. Archivo Parroquial de San Bartolomé, Murcia, Ms., f. 36, ,(algún retrato de
reyes de la casa de Barbón y de obispos en óvalos sobre pedestales lfueron] pintados por MuÍioz y otroS». Por su parte, A. Sobejano, El Cardenal Belfllga. Murcia, 1962, p. 78, atribuye el retrato de ilelluga, y por ende los de sus compañeros, a Vicente Inglés. Sin convencimiento ninguno por entonces, reproduje los dos primeros retratos de la serie como obra de (,Vicente Inglés (?)) en A. Martínez Ripoll, «Poder y forma urbana cn la Murcia barroca: la actuación dc los obispos Luis Bellnga y Juan Mateo», en Luisa Cosi y M. Spedicato (eds.), Ve.I·(,Ol'i e Cina lIelf'~"'p()('(I Ba/"Oc("{/. VOIIllIIC Pril/lo: Murcia, Sallti(/go de Compostela, Praga, Napoli, Catania, L'Aquila, L('('('{'. AHi del COllvegno Internazionale di Studi (Lecce, 26-28 setlcmbre 1991), Ga[atina, 1995, pp. 8 y lO. Aunque 110 hay prueba documental o testimonio directo coetáneo, no pueden asignarse a la producción del pintor José Mufioz y Frías, de cuya obra conocida se alejan mucho, ni tnmpoco a la cscasísima y casi ignorada que se conservn de Vicente Inglés. M,ís allá ele que por su regular dibujo y su agradable paleta, terrosa y clara, como por la tipologín remenina e i.~lfantil seleccionada, están muy próximos a la 1/UllaC/llada COl/cepción, de la iglesia dd Carmen, en Lorca, firmada en 1788 por P. Pedemonte (vid. 1. C. Agiiera Ros, «Presencia de In obra dc Salzillo en la pintura y la estampa eJe su tiempo», pp. 170 Y 174, Y ({Catálogo de pintura y estampa», p. 289, n° P-5, en Franri.I·(·o Safz.{lfo y el Reino de Murcia en e! .I·iglo XVIII. Murcia, 1983), o de que el repertorio decorativo de los marcos de rocalla pintados en é1los se ligue es(reehamente a [o que poco y mal se hn conservado dc la decoración mural que él ejecutara en el Palacio Episcopal, recuérdese que a su estrecho colaborador d milanés Pablo Sistori le fue encargada la perdida pintura mural, con retablos fingidos, eJe la capilla del Colegio-Seminario de San Isidoro, en cuyo a.ltar mayor pintado en fingida perspectiva figuraba una talja COIl el afio 1767 (Vid., M" Luisa Moya García, Pablo Sútori, 1/11 pilllor Íla{¡úno Cilla MI/rcia de! siglo XVI!!. Murcia, [983, pp. 98-99), lo que hace sospechar que a Pedemonte, por esos años su perenne compai'iero de equipo, tmnbién le encargarían los retratos que formaban p~rte de la decoración mobiliar de la capilla colegial. Sobre este pintor y su obra decorativa, cfr., A. Martínez Rlpoll, El Pa/t/{'io Epismpaf de MI/rcia. !l.rqliitc('fllra y wpe('tos IIrballí.\"ti('os (1742-1771 J. Murcia, 1970. Tesis de Licenciatura, aún inédita.
34
ANTONIO MARTÍNEZ RIPOLL
a cuyos flancos se sitúan sendas figuraciones alegóricas, relacionadas con sus supuestas virtudes y dotes más sobresalientes. Si las alegorías se inspiran casi literalmente en los textos ilustrados de la lcollologia de Cesare Ripa (Roma, 1593)4, las fisonomías y las actitudes de los tres eclesiásticos están sacadas a la letra de otros retratos suyos ideados y elaborados con bastante prelación y verosímilmente ad vivulI1, reflejándose en su blanda ejecución la debilidad de dibujo y la escasa convicción inherentes a las copias, y ello no obstante lo muy atractivo y cálido de su colorido. Así, el de Belluga es transcripción servil y coloreada de la estampa abierta en París en 1760 por el calcógrafo vienes Johann Gaspard Schwab (1VTadrid, Biblioteca Nacional)5; el de Matheo es fiel reflejo con alguna variante de un lienzo pintado en 1742, que se atribuye al pintor murciano Juan Navano Muñoz (Murcia, Sede del Gobierno de la Comunidad Autónoma)6; y el de Rojas es un cen'ado y puntual eco de la pintura de Antonio González Ruiz, sacado a partir de la lámina grabada por Juan Fernando Palomino en torno a 1754 (Madrid, Biblioteca Nacional)?
, disertada en el marco del "Colll)egl1o IntcFllaziollale di Stl/di: Vcscovi e Cillá lIell'Epo('{/ Baroc('a», organizado por la UNESCO y la Universita di Lecce (crr. Martínez Ripoll, art. cit., p. 17), diéramos a conocer la realidad de [as cl5usulas exigidas por Belluga ni Rey en [723, aceptadas por éste a pesar de In reiterada opinión en contra de la C;imara de Castilla y sancionadas en II de septiembre de 1724 por el Papa. otros estudiosos por vía independiente han dado a conocer estas cláusulas, subrayjndolns, a nuestro entender, con diferente amplitud y Illuy distinto acierto crítico. Así, E. Hemjndez Albaladejo, La Fachada dc la C(/tedral de dc M/lrcia. Murcia, 1991, pp. 142-143, 145 Y 148, quién, creemos, no llega a comprender el verdadero nlcancc de la situación plantenda, plles disfraza su singu[nridad canónica al explienrln como una especie de obispado compartido por dos prclados y desvirtúa sus consecuencias políticas y administrativas al hablar de una fórmula de asociación en In percepción, gestión y administración de las rentas episcopales, y A. Cánovns Botía, All.~e y demdell('ia de /lila im'titll(:iólI cele sial: el Cahildo Catedra! de Murr'ia e/l el siglo XVIII. Iglesia y.l'o('/edad. MUl'ein, 1994, p. 109, que resume las Clwtro condiciones, pero cometiendo, a IllH.:stro entender, algún pcquei'ío fallo de lectura y errando, por cllo, cn la comprensión de sus extremos conceptuales y en el alcance de sus eonsecuencins, el más importante que la vigencia de csas cláusulas, segllll él, era «mientras se elige IlUCVO pastor». El que don Iñigo de Torres y Oliberio, secretario capitular, en la «Cuenta de [os Valores del Obispado de Cartagena, según el último quinquenio hastn fin ele 1739, presentada a 25 de septiembre de 1742», siga recordando la plcnn vigencin de las cláusulas exigidas por el Cnrdcllnl cuando renunció y dimitió de la Sede, bien confirma todo lo conlrario. Como una excepción, Barrio Gonz¡¡lo, art. ('it., pp. 137-138, rccoge in extel/SO las cuatro condiciones y deelnra certero, pero muy escuetamente, que con su puesta en marcha y vigencia al c¡¡rdenal Be!!uga, ,ta[ menos de hecho, le permiten scguir controlando las rentas de la ¡-nitra». Concedido todo ello cn los términos expuestos por el Cardenal, así se mantuvo hasta 1743, ai'io de su muerte. Con razón, cuando sc repasa la documentación,