Por Cristo, por la Iglesia, por las almas!

1 M. RUIZ-JURADO, S.J. ¡Por Cristo, por la Iglesia, por las almas! LA MADRE NAZARIA IGNACIA ROMA 1992 2 INTRODUCCIÓN Era el 6 de julio de 194

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Story Transcript

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M.

RUIZ-JURADO, S.J.

¡Por Cristo, por la Iglesia, por las almas! LA MADRE NAZARIA IGNACIA

ROMA 1992

2

INTRODUCCIÓN

Era el 6 de julio de 1943. A los 54 años de edad, en el hospital Rivadavia de Buenos Aires, entregaba su alma a Dios Madre Nazaria Ignacía March. Había ofrecido su vida por Cristo, por la Iglesia, por las almas. La rodeaban algunas de sus hermanas Misioneras. ¿Tenían conciencia de asistir a la muerte de una santa? El corazón enfermo, dinamos que le había explotado. No había podido resistir los excesos de su amor divino, de su celo inmenso por la Iglesia, por su Instituto y la santidad de sus hijas, por los sacerdotes, por los pobres, por las almas. Era una mujer sencilla, vivaracha, pequeñina de estatura: pero de gran fantasía e iniciativa, de un corazón sin límites, en el darse, en el inmolarse por Cristo y por las almas, en el amar y perdonar a todos. En 1932 había escrito en su Diario: «Cuando mis amigos de ayer me tiren piedras mañana, les tiraré flores».

Siempre sonriente y amable, dinámica y emprendedora. Había puesto en pie de lucha espiritual, en marcha de apostolado, una multitud de Misioneras Cruzadas de la Iglesia: en Bolivia, en Argentina, en Uruguay, en España. En un trozo de sus «Memorias» dedicadas a la Madre General de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en 1922, había escrito: «Nacida en España, circulaba por mis venas la sangre del ibero león, y por ende la necesidad imperiosa de conquistar, de luchar, que disfingue a los hijos de esa pequeña, pero bellísima porción de la vieja Europa».

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INDICE

Introducción

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1.

Sus primeros años

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II.

La juventud

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III.

En Méjico

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IV.

Hermanita de los Ancianos Desamparados

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V.

En Oruro de Bolivia

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VI.

En el Beaterio de las Nazarenas

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VII.

La Cruzada Pontificia

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VIII.

Erección canónica del Instituto. Los primeros pasos

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IX.

Expansión y consolidación del Instituto.

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X.

En el grupo de los que van a ser ejecutados

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XI.

Consolodación del Instituto en España

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XII.

Últimos meses y muerte

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Conclusión: Semblanza espiritual

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I Sus primeros años

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Su nacimiento fue en Madrid y tuvo que ser bautizada de urgencia, junto con su hermana gemela Amparo. Hubo peligro de que murieran al abrir los ojos a la luz. Luego completaron las ceremonias de su bautismo en la madrileña parroquia de San José, en el centro de la capital de España. Sus padres se llamaban José Alejandro March y Reus, y Nazaria Mesa Ramos. De su matrimonio nacerían 18 hijos, de los cuales sobrevivieron sólo 10. Él procedía de Alicante, y ella de Sanlúcar la Mayor (Sevilla). D. José había sido capitán de la marina mercantil. Luego se dedicó a los negocios. Por esa razón tenía que viajar con cierta frecuencia a países de América. La situación económica se volvió insegura, y la familia se trasladó a Sevilla, en donde residirá y se educará Nazaria. Su carácter tendrá mucho de sevillano. Por aquella época, de finales de siglo, coincidieron por Sevilla varias almas excepcionales: la beata Ángela de la Cruz, el beato Cardenal Espínola, el ven. P. Tarín, la ven. M. Dolores Sopeña y tantos otros. Algunos de ellos tendrán relación con Nazaria. A los 5 años de edad le impusieron el escapulario de la Virgen del Carmen en el convento de Carmelitas. Y a este propósito escribirá más tarde: «Yo no sé qué pasó en mi infantil imaginación, pero presentí que yo también seria monja». Con cuánto cariño recuerda el día de su entrada en el colegio de las religiosas Agustinas Comendadoras del Espíritu Santo, como interna con «beca de gracia». ¡Cuántas gracias del Espíritu Santo recibió en aquellos años de su infancia! En el colegio respiró un ferviente espíritu misional y se encendió su celo por la conversión de los paganos. Se sintió impulsada interiormente a pasar de rodillas y en oración la noche anterior al día de su primera comunión (realizada el 21 de noviembre de 1898, a los 9 años). Recordará en toda su vida la gracia recibida esa noche como llamada de Cristo a seguirle, y el sentido de su respuesta: le consagró el corazón, le juró su amor. «Te seguiré lo más cerca que pueda una humana criatura ». Sus ansias de arrastre apostólico le llevaron a concebir entre sus compañeras un grupo de «misioneras». Un buen día (quizás el 24 de septiembre de 1899) se presentó en el patio del colegio enarbolando un letrero que decía: «Misioneras ocultas del Sagrado Corazón». En su inocencia, había llegado a creer que al salir del colegio podría vestir la sotana y el bonete y ser «misionero jesuita». Soñaba en convertir indios como san Francisco Javier. El 15 de agosto de 1900 hace el voto de virginidad ante la Virgen del Amor Hermoso. Tenía 11 años. El 8 de diciembre lo renueva con tres compañeras. A la salida del colegio, con 12 años de edad, siente combatida su vocación religiosa por parte de la familia. Sus hermanos toman a broma sus devociones y la llaman la «beatita». Sus padres hacen lo posible por quitarle esas ideas de la cabeza, y le fomentaban reuniones y fiestas. Pero Nazaria recibe en marzo de 1902, el sacramento de la confirmación que la fortalece. A esta época se atribuye ella misma casi dos años y medio de titubeos y flojedades. Experimentó lo que era el atractivo falaz del mundo y volvió a Dios con toda el alma. Se dedicó al apostolado y catequesis familiar. Hacía fuertes penitencias aprobadas por su confesor. Preparó a sus hermanitos a la primera comunión. Llegó a tener verdadera ascendencia moral sobre ellos y hasta logré de su padre «una especie de veneración y preferencia por ella».

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II La Juventud

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En 1904 se agravó la situación económica de la familia, y al año siguiente el padre decide viajar a Méjico, adonde le seguirán más tarde los suyos, para rehacerse. En la casa de Nazaria, en Sevilla, entretanto conocieron la pobreza. La mamá cayó enferma y la dirección del hogar recayó en Nazaria. Las chicas bordaban mantillas para ayudar económicamente a la financiación de la familia. Dios a veces aprieta, pero no ahoga. Los amigos, y entre ellos el director de la Congregación Mariana, don Diego Muñoz, las apoyan en sus circunstancias difíciles. Pero a Nazaria le quema el celo religioso. Se debate en su interior entre dirigirse a una Orden contemplativa de clausura o una de actividad apostólica. Se presenta a las Hermanas de la Cruz, en Sevilla, y la beata Ángela de la Cruz le dice: «V. será de vida activa, irá a América y volverá con compañeras ». Hacia 1906 debió de ser cuando pasó algún tiempo en Sanlúcar con sus abuelos. Nazaria se dedicó intensamente al apostolado. Comenzando por las criadas: les enseñó el catecismo y las preparó para la confesión. Con sus primas y amigas organizó un grupo al que llamó «el rebañito de Jesús». Les inculcó el amor a los sacerdotes y a las misiones, y ella misma les dio los Ejercicios Espirituales. El Jueves Santo de 1906 lo considera Nazaria en su «Diario»: «día memorable de mi llamamiento a la vida apostólica». Se lo hizo sentir el Señor en la comunión. «El Señor me hizo entrever los planes que tenía sobre mi llamamiento a la vida apostólica, y cómo todos los acontecimientos los iría enderezando a ella, por lo que para darme más certeza de mi llamamiento, había querido de modo tan visible y sensible hacerme formar parte de los doce pobres, que representando a los Apóstoles, debían figurar en la ceremonia de la tarde en la casa de la Condesa». Esa tarde, venciendo su orgullo, se presentó a substituir a una pobre anciana enferma para colocarse entre las pobres que habían de recibir el lavatorio de los pies. Después del ágape con que se obsequiaba a los doce pobres, oyó del ven. P. Tarín estas palabras: «Hija mía, Dios te ama mucho. Ánimo y adelante. Dentro de unos tres años Dios te empezará a colmar tus deseos, después te los colmará todos, todos».

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III En Méjico

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Hacia fines de 1906 don José volvió a España para llevarse consigo a Méjico a toda la familia. Los 18 años de edad de Nazaria, con su mente juvenil y soñadora, ávida de encontrar su puesto en el servicio y consagración a Dios, pero, ¿en qué Congregación y tipo de vida religiosa? Ella se describe en sus «Memorias» en un bello atardecer en la bahía de La Habana, apoyada « sobre el barandal del puente del lujoso transatlántico español "Reina María Cristina". Al ardiente calor que calcinara la sangre, había sucedido una temperatura fresca que nos acariciaba blandamente. El sol acababa de ocultarse tras la barra de oro que divide en la distancia infinita del océano el cielo rojo y las inquietas aguas ». A Nazaria no le faltó tampoco sensibilidad literaria. «Embebida estaba en mi contemplación al ver aquel magnifico espectáculo de la puesta del sol en el mar», cuando volviéndose, dice, se encontró con dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados que iban a Méjico a fundar. Sobre todas las religiosas que viajaban en el barco, y encontró allí Nazaria, éstas dos le impresionaron particularmente, le atraía su misterio, «porque hablaban muy poco y siempre escogían los últimos y peores asientos ». En Méjico tomó por confesor un sacerdote ejemplar, pero que no comprendió los designios de Dios sobre su alma. Se limitaba a decirle que continuara como buena hija de familia y esperara el momento en que Dios la colocase en otra posición en el mundo. Pero en el interior de Nazaria se libraba una lucha dramática. El mundo aparecía color de rosa; pero en su conciencia Dios le recordaba que era suya, se había jurado para El. Su fantasía volaba entre el país de las quimeras y la vida religiosa. Venció Jesús en el corazón de Nazaria. La decisión por el estado religioso estaba tomada. Y eso le daba cierta paz. Le quedaba la tribulación de saber en qué Instituto. Pero encontró de nuevo en el asilo de ancianos Matías Romero a una de las Hermanitas que había visto en el barco. Y la Virgen de los Desamparados con su mirada misericordiosa resolvió su duda. Se haría Hermanita. Pero todavía el Señor, antes de acogerla en la vida religiosa le pidió un sacrificio, y para nosotros una florecilla de las que huelen a santidad. Pocos días después de haber tomado su decisión, penetró temblando en el escritorio de su padre. Se acercó a él. Y tomándole con cariño su encanecida cabeza besó su frente, mientras le bañaba con sus lágrimas. -¿Qué te pasa, hija mía? Y ella, apoyada en sus rodillas le hizo la gran revelación. Unos días más tarde, por medio de su mano, el padre le entregaba como dote la cuenta de varios miles de pesos que le adeudaba un señor. Mas cuando quiso y suplicó al caballero para obtener el importe de aquella suma, el pobre señor respondió que sólo podría cancelar su deuda dando pequeñas cantidades cada mes. «Mi hermano tomó la palabra y le dijo que nos veríamos obligados a embargar sus bienes. En aquel momento el caballero llenó sus ojos de lágrimas, y se dirigió a mí diciendo no levantase mi felicidad a costa de su desgracia ». Nazaria sintió en el fondo de su alma que Jesucristo le mostraba sus llagas y decía: «Yo bien pude redimir al mundo de otra suerte y, sin embargo, para mejor demostrarle mi amor, escogí el más doloroso de los caminos, « no hice víctimas, sino que yo lo fui ». Nazaria rasgó el papel del importe de su dote y se dijo: «Con el auxilio de Dios me buscaré mi dote ».'Disfrazada, anduvo por la ciudad de Méjico, acompañada de una pobre mujer anciana, mendigando lo que importaba su dote. Dispensada de una parte de la dote, fue admitida como postulante el 7 de diciembre de 1908. Se despidió de sus padres. Subió al tren y viajó hacia Veracruz como postulante con la Madre superiora y dos Hermanitas que la acompañaban. Su mirada no se volvió atrás. Viajaba muy lejos en alas de sus «ideales de ser ángel, apóstol y mártir».

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IV Hermanita de los Ancianos Desamparados

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Ya en febrero de ese año 1908 había escrito una carta a san José, pidiendo su intercesión para que le concediera la gracia de obtener el permiso de sus padres y ser admitida entre las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, para practicar con particular empeño la caridad, la humildad y la penitencia en ese humilde Instituto, con una vida toda para Jesús. «Yo siempre había deseado el martirio, escribe a este propósito, y el Señor se dignó manifestarme lo encontraría en este Instituto: martirio del cuerpo y del alma tanto más meritorios cuanto más ocultos » El 3 de septiembre de 1909 llega de postulante a Palencia y viste el hábito el día 12. Pasó el noviciado entre tinieblas y luces interiores, dando muestras de la dinamicidad y alegría de su carácter, incomprendida a veces en su vida de oración, por el sacerdote que trataba a las novicias. Eran más de 80 las novicias. Seguía la vida común con fervor y sin embargo parecía sobresalir entre las otras. Tomó el nombre de Nazaria de Santa Teresa de Jesús, pues ya sus superiores veían en ella una capacidad intelectual y un ardor emprendedor que la asemejaba a la santa de Avila. Ante el sagrario parecía un querubín. Y en todas partes, su fervor no se contentaba con hacer el bien, sino que hacía lo que podía por contagiar a los demás. Un día la Madre Maestra se presentó en el recreo y reunió a las novicias. Les informó que se pedía una fundación en el Arzobispado del Río de la Plata, y se esperaba que diesen el nombre las «animosas» que se quisieran ofrecer. ¿Su caridad firmaría?, dijo la Madre fijando su mirada en Nazaria de Santa Teresa. Si, Madre. ¡Y hasta con la sangre de mis venas! Y ¿qué móvil le impulsa a ello? El de ser apóstol. Iría gustosa a pasar su vida al lado de los pobres y desamparados indios; aunque dejar España, su querida España, después de aquellos dos años de cielo que estaba ya para cumplir, le resultaba un buen sacrificio. Aquel caluroso verano de 1912, se embarcaron en Valencia. Eran 12 Hermanitas rumbo a Sudamérica. La M. General había querido que antes de partir tuvieran ocasión de ese contacto con la casa madre. Fue para Nazaria una gracia poderse postrar ante la tumba de la hoy santa Teresa Jornet e Ibars, fundadora de las Hermanitas.

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V En Oruro de Bolivia

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Llegó a Oruro el 23 de diciembre de 1912. La ciudad está situada en un altiplano, a más de 3.500 mts. sobre el nivel del mar. Contaba entonces con unos 15.000 habitantes. Capital de una zona predominantemente minera. Una de las ciudades políticamente más importantes de Bolivia. Con pocas familias acomodadas. En un clima seco y frío. Abundaban los pobres. En ese ambiente, como Hermanita del asilo de ancianos, Nazaria hará los oficios de procuradora, de ropera, de enfermera, de postuladora. En este último oficio se le ofrecían tantas ocasiones de sufrir humillaciones con alegría, sin perder la serenidad, como en cierta ocasión en que al extender la mano pidiendo una limosna, la persona aludida le escupió y ella respondió: «este escupitajo para mí, ¿y para mis pobres»? Aquella persona cambió y desde aquel día la socorrió siempre. Tuvo también otras ocasiones de apretar contra su pecho el crucifijo, cuando el mundo le ofrecía la tentación de sus halagos y alabanzas. En la fiesta del Corpus Dominí de 1914, después de la comunión, se acerca al Sagrado Corazón como pobre sedienta a la fuente de aguas vivas. Le pide ser admitida en su escuela de santidad. En la fiesta del Sagrado Corazón siente que Jesús le dice: «En nombre mío vas a echar ahora la red ».'~ Tiene como un período de segunda infancia espiritual, siguiendo humilde, dócil y asidua la guía de Jesús. El Señor la fue preparando a ser madre de almas, con el derramamiento de su sangre, si fuera preciso, y el dolor, que ella acepta bajo cualquier forma, con tal de poder extender el nombre de Jesús por toda la tierra. El 1 de enero de 1915 hace su profesión perpetua, se regocija de ir al Calvario, en compañía de Jesús, para ser junto con Él crucificada. Y el 21 de noviembre se consagra privadamente como esclava de la Santísima Virgen. Vive su consagración de Hermanita con gran fervor y dedicación. Su simpatía atrae limosnas para el convento y ella practica cuanto puede el apostolado: da clases de catecismo, organiza una asociación de jóvenes que ha de dejar por no ser conforme a los fines de la Congregación, colabora con las Hijas de María. Va con la Madre a La Paz y Cochabamba. Vuelve a Oruro. Pero sus salidas a los pueblos del departamento o a otros departamentos para pedir limosna le ponen en contacto con las necesidades ingentes de la región. Ignorancia religiosa y analfabetismo. Injusticias sociales y abundante mendicidad. Le preocupaba especialmente la penetración en el pueblo de las sectas protestantes, la escasez de sacerdotes y las deficiencias de muchos de ellos. Habría deseado poner su ser entero sobre la patena y hacerse hostia de inmolación por la Iglesia. Le quema de nuevo el corazón su celo apostólico incontenible. El 15 de agosto de 1919 ofrece su vida al Señor, por medio de la Virgen, en favor de algunas almas que veía alejarse de Dios. El 2 de febrero de 1920 renueva su consagración de esclavitud mariana con voto privado. En la fiesta de Pentecostés, visitando el beaterio de las Nazarenas, siente una voz interior que le dice: «Tú serás fundadora y esta casa tu primer convento ». En los Ejercicios de ese año, le manifiesta Dios por primera vez la idea de un nuevo Instituto: en la meditación del Reino de Cristo y más claro aún en la de las banderas. Sintió enormes deseos de alistar almas bajo la bandera de Cristo. Al figurarse aquel gran campo que describe san Ignacio, atrajo el divino Capitán su mirada. No podía dejarlo solo. Ella se sacrificaría por atraer almas hasta poner el mundo entero si pudiera, a sus pies y a su servicio. San Miguel y San Ignacio de Loyola pusieron en su mano una bandera blanca: «Yo la abracé con entusiasmo y la izé con valentía... Sí, todo a mayor gloria de Dios, grité, haciendo mío el grito del entusiasta capitán de Loyola, quien me sonreía y me alentaba ». Por entonces no veía cómo aquello se podría traducir a realidad. Lo comprenderá todo más claro al verlo realizado tres años y 8 meses más tarde, y ya no olvidará aquel punto de referencia de su experiencia espiritual de fundadora. En 1924, en su primer viaje a Antofagasta tiene «un sueño» (según sus apuntes) en el que vio a Jesús y «depositó en mi dedo un hermosisimo anillo con dos perlas ».20 Los efectos espirituales en su

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alma fueron duraderos. En la octava de Pentecostés, el señor Nuncio, Mons. Felipe Cortesi, le impuso las manos y la autorizó para hablar en la iglesia a los niños. Le pareció convertirse en apóstol de Cristo. La relación espiritual con aquel Nuncio fue providencial. También él había visto, ya en su cargo anterior, en Venezuela, la necesidad de una catequesis y recristianización de la Iglesia en aquellos lugares. Pensó en un grupo de mujeres que realizara esa labor por amor a la Iglesia. Todos los días encomendaba a Dios esa intención en su Misa. En Venezuela ofreció a algunas personas esa labor; pero ellas no vieron ahí su apostolado. Nazaria, en cambio, sintió contagiarse su alma de amor al Papa y a la Iglesia en el trato con el Nuncio y en alguna parte le atribuye el haber encontrado el nombre de Cruzada Pontificia. El le recomendó que leyera la biografía de Santa Catalina de Sena. Sor Nazaria recibió en regalo la Vida de la gran defensora del papado. Su lectura completó lo que Mons. Cortesi había comenzado a decirle. Allí encontró el deseo, que no veía realizado en Santa Catalina, de formar una cruzada de amor alrededor del Cristo terrestre. En la fiesta de la Cátedra de san Pedro enero 1925, se siente fuertemente impulsada, durante la Misa, a hacer voto de obediencia al Romano Pontífice, y lo hace.21 El día 27, a los pies de Jesús Hostia, durante las «40 horas», tomaron cuerpo todas las ideas con las que había luchado Sanos» 22 Tiene un período de gracias místicas y luchas interiores. Siente que debe manifestar al Sr. Nuncio Felipe Cortesi su proyecto. El Nuncio oró y le aconsejó que orara mucho y le comunicara por escrito lo que el Señor le inspirara sobre la Cruzada Pontificia. Nazaría se ofrece como víctima por Bolivia. El porvenir se le representa lleno de trabajos y cruces; pero muchas almas esperan su «fiat»; «Mi alma se adelanté hacia tí y pronunció su gran Fiat ».23 En mayo, acude con la Madre superiora a la Paz, llamada por el Nuncio. Éste le confirma con firmeza que es voluntad de Dios pasar a la fundación de la Cruzada. Veja en ella la ayuda de la divina Providencia para la necesidad enorme de catequesis y apostolado de vida cristiana, en particular ante el acoso de las sectas al pueblo sencillo de América del Sur. Monseñor Antezana, Obispo de Oruro, propuso que Sor Nazaria saliera de su Congregación de Hermanitas por seis meses para reformar el Beaterio de las Nazarenas. En ese tiempo se iría arreglando todo, y viendo claro lo que habría que hacer para adelante. Era como su sacrificio sobre el monte Moría. Pero en su alma reinó la paz, el deseo de trabajar y sufrir por la santa Iglesia. El 16 de junio, en el recibidor de las Hermanitas se personó el señor Obispo Antezana con algunos miembros de su curia y leyó ante la superiora y las Hermanitas los documentos para sacar del convento a la Hermana Nazaria y dedicarla a la misión que se le encomendaba. Con toda solemnidad se leyó el decreto por el que se le nombraba Abadesa del Beaterio de las Nazarenas en substitución de la anterior. Era necesario reformar aquel establecimiento para hacerlo más útil a la sociedad y a la Iglesia. A los seis meses, si no había logrado sus propósitos, volvería al asilo; pues seguía perteneciendo a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, cuyo hábito debía seguir vistiendo.

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VI En el Beaterio de las Nazarenas

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Al principio, trabajos incontables, habladurías de la gente. Ella puso enseguida manos a la obra. Para el 16 de julio de ese mismo año, ya tenía presentado y aprobado un reglamento para el beaterio. Para darse una idea del sentido evangélico que sor Nazaria quiere infundirle, copio algún párrafo: «Mi deseo es que todas viváis unidas en Dios y, si lleváis el nombre de Nazarenas, hagáis respirar en torno vuestro ese aroma que a pesar de veinte siglos aún persiste en el alma cristiana al nombrar a Nazaret, aquel hogar dichoso donde Jesús pasó casi toda su vida al lado de María y de José ». Bien sabía el Sr. Obispo Antezana que era necesario imponer allí esa reforma y esos aires de Evangelio, aunque fuera mediando un decreto para meter allí a sor Nazaria. ¿En qué se había convertido ya aquel refugio de solteras? Por dos veces con injuriosas calumnias la denunciaron y llevaron a la policía. Hasta por otras dos veces intentaron envenenaría en el beaterio. Pero algunas se pusieron de su parte. Una le avisó que iría algo contra ella en un dulce con que la obsequiarían. Nazaria lo aceptó gentilmente; pero luego lo tiró sin que nadie lo probara. Otro día en la sopa le pusieron sulfato de cobre. Tomó algunas cucharadas y se sintió indispuesta. Arrojó, gracias a Dios; pero desde entonces quedó mal del intestino. Sor Nazaria persevera llena de paz y felicidad, en medio de todos los obstáculos. «En El sólo confío, escribe, y no será confundida mi esperanza! ». No lo fue.

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VII La Cruzada Pontificia

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El Sr. Obispo le había señalado por compañera una joven de origen humilde, Rebeca Morales, que más tarde le dará tanto que sufrir. Pero la juventud se siente atraída por sor Nazaria. «El 15 de agosto vinieron dos jóvenes a ponerse bajo mi dirección, ¡las primeras, y al año de mi ofrecimiento! El 8 de septiembre, fiesta de la Sma. Virgen, se fundaba en ensayo el nuevo Instituto de Religiosas Misioneras de la Cruzada Pontificia ». Aquella tarde se impuso el velo a unas seis o siete aspirantes más. Nazaria gozó intensamente al ver nacer la Obra en la fiesta del nacimiento de la Sma. Virgen María. Veía encarnada la idea que siempre llevaba consigo: unir la virginidad y la maternidad, en medio del dolor. El Sr. Obispo le ordenó que se quitase ya la toca y el velo de Hermanita. Sintió como una desnudez interior completa de su yo. Dios exige la entrega total. «Yo ya no voy, El me lleva ». escribe a su director espiritual el P. Luis M. Capitán, 5.1., el 31 de agosto del año siguiente. Para esa fecha de 1926, había ya unas 69 personas bajo sus cuidados: novicias 14; de la escuela apostólica, 3; niñas pobres, 40; más 12 señoras en el beaterio. Eso sin contar 3 correccionales y 7 niñas externas, a las que se impartía gratis la enseñanza. Si queremos asomarnos un poco al interior de la M. Nazaria Ignacia para captar su ideal, las ideas que por dentro sentía y, sin duda, comunicaba de algún modo a aquella juventud que la seguía, leamos con atención este párrafo de su carta al P. Capitán, firmada el 5 de septiembre de 1926: «...hoy que la sociedad actual permite a la mujer tener un asiento entre los gobernantes de las naciones, en los Senados y en las cátedras de las ciencias, así como lo tenía en el hogar, en los colegios y los hospitales, acepta también ese honor para defender su bandera, la bandera pontificia, y lo mismo en el congreso que en los ranchos del pobre indio, las nuevas religiosas, misioneras de la Cruzada, morirán por defender el honor sin mancilla de la santa Iglesia, de la dulce Esposa de Cristo..., porque la Cruzada Pontificia siente en su pecho algo así de lo que debieron sentir los Apóstoles, después que el Espíritu Santo inflamé sus corazones, que dejando la compañía de la Santísima Virgen, la vida retirada y tranquila del cenáculo, se lanzaron sin zurrón ni alforja por las cinco partes del mundo a predicar a Cristo ». ¡Qué lejos queda ya aquella niña inocente que pensaba que al salir del colegio iba a poder vestir la sotana y el bonete para ser misionero jesuita! Ahora tiene conciencia de lo que es el mundo de su tiempo. Sabe dónde se sitúa. Ha vivido fielmente la virginidad y la dolorosa maternidad espiritual. Ha aprendido tanto, fiel y generosamente, en la escuela del Corazón de Cristo. Pero es la misma Nazaria Ignacia, aquella niña extraordinariamente sensible, religiosa, de ardores misioneros incontenibles. El Señor de su corazón la había ido preparando para su misión de fundadora.

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VIII Erección canónica del instituto. Los primeros pasos.

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El 12 de febrero de 1927 se erige canónicamente la Cruzada Pontificia. Ella llevaba en la ceremonia la bandera, que san Miguel y san Ignacio le dieron en los Ejercicios de 1920. Sus votos, además de los religiosos, serán el de obediencia al Papa y el de trabajar por la unión y extensión de la santa Iglesia, aun a costa de la vida. Sus reglas las de san Ignacio. El Instituto se desarrollará tan feraz que, en junio de 1929 las religiosas de la Cruzada Pontificia eran 80 entre postulantes, novicias y profesas; en 1930: 115. Sus trabajos: preparación de los niños para la comunión y confirmación, de los prometidos para el matrimonio, de los enfermos para los últimos sacramentos; misiones en las ciudades, pueblos, aldeas y tugurios; instrucción gratuita, talleres, escuelas nocturnas; atención alimentaria a niños en escuelas hogares, a presos y pobres; ayudas a las iglesias pobres y a la instalación del palacio episcopal. La segunda casa se fundó en Cochabamba, en octubre de 1927. Fundaron también en La Paz en 1928. Para 1933, trabajaban también en Santa Cruz y en otras ciudades fuera de Bolivia. En enero de 1930, hace su primera fundación fuera de Bolivia, en Buenos Aires. Del 17 al 19 de junio de ese año se tiene el primer Capítulo General en el que M. Nazaria Ignacia es elegida por unanimidad Superiora General. En espíritu de inmolación y en paz, abraza todos los trabajos, persecuciones y dificultades. Las obras de Dios no se llevan adelante sin persecuciones. La acusan de varías cosas ante el nuevo Nuncio. Acude con premura a darle sus explicaciones y a pedir su perdón, si en algo erró más por ignorancia que por malicia. En Oruro, en 1934 se inauguró el Sindicato Católico de Obreras, dirigido por la Cruzada Pontificia, y secundado por numerosas mujeres del pueblo. Tenía su junta directiva. Sus miembros ayudaban a las Hermanas en la catequesis, y con sus cuotas sostendrán una escuela nocturna. En la casa de Potosí, las Hermanas darán Ejercicios a señoras y señoritas, muchas de ellas internas en esos días, con atención gratuita. Y en circunstancias bélicas, se hicieron cargo de un hospital militar para atender a los heridos, con personal propio de religiosas enfermeras. Ellas procuraban, sobre todo, ofrecerles toda clase de ayudas espirituales. En abril de 1932 la persecución fue violenta. Mientras M. Nazaria Ignacia estaba en La Paz, Rebeca Morales le puso pleito en Oruro ante el Obispo. La acusaba de haberle negado los votos perpetuos en la Congregación, habiendo sido la que había comenzado con ella la fundación. La verdad era que las Madres del Consejo General se oponían, pues la Madre pensaba que «al habérmela dado el Señor, por medio del Señor Obispo Antezana, por primera compañera, no debía yo permitir, aunque fuese mi cruz más pesada y dolorosa, que me la quitasen de encima » 32 Sin embargo, las cosas llegaron a mayores y « el Consejo General decidió acudir al Señor Obispo (de La Paz) y exponiéndole el estado de las cosas, elevándole un oficio en que se pedía no hiciese su profesión perpetua, dados los malos ejemplos y el espíritu de rebeldía ~ Lo cierto es que se trataba de una persona que sufría desequilibrios mentales. Apoyada por otros con sentimientos nacionalistas, ocasionó que las iras del pueblo se excitaran contra aquella «intrusa española». Intervinieron aun los periódicos. Llegó a tanto la indignación que, a su llegada a la estación de Oruro, M. Nazaria Ignacia se encontró con una multitud enfurecida. Un joven la apostrofó: «Ya te echaremos como extranjera odiosa ~ Al día siguiente, 23 de abril, la gente pedía a gritos su cabeza. Un obrero que trabajaba en la casa avisó a la policía. Los soldados contuvieron a la multitud, y al final tuvo que dispersarse. Continuaron los disturbios del pueblo azuzados por los comunistas. Las oleadas se encrespaban cada vez más. Iban dispuestos a matarla y tomar chicha en su calavera. Ella procuró dar ánimos a sus religiosas y exhortarías a llevar adelante los ideales de su Instituto. A las 11 y media de la noche telefoneó el Sr. Obispo, ordenando a M. Nazaria Ignacia que se pusiese a salvo y que todas podían hacer los votos como «in articulo mortis», sin validez si no morían. Como ella era la ocasión de todo aquello, tuvo que huir por el bien de todas. Se disfrazó poniéndose encima del hábito un abrigo de pieles, y acompañada de una joven novicia sin hábito, atravesó como si fuera una anciana, con el velo

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echado a la cara, tranquila por medio de los grupos. Se refugió en la casa vecina. Y a la una de la noche, salió en automóvil, para el consulado de Chile, que le había preparado la fuga. La tarde del martes hubo carteles, pasquines contra Nazaria por toda Oruro, invitando a un mitin. Nuevo motín, pedradas, rotura de vidrios, como furias del infierno desatadas, y asalto a la casa, dispuestos a hacer pedazos a la monja extranjera. No la encontraron. Enteradas las autoridades de la nación, intervinieron en el asunto, cambiaron al prefecto de Oruro, e impidieron ulteriores atrocidades. El Sr. Obispo falló a favor de M. Nazaria Ignacia el pleito levantado por Rebeca. La Madre escribió en su Diario: «¡pobre hija mía, quien me hubiera dado morir por fi! El único consuelo, es que esta pobrecita no es culpable, es una enferma. ¡Oh, si me dejaran, la tomaría de nuevo en mis brazos y la tendría como la hija más querida; pero nadie me aprueba esto». Las Religiosas de la Cruzada organizaron una misión popular con los PP. Redentoristas y el ambiente cambió. El día del perdón, el mismo pueblo pedía que volviese la M. Fundadora para pedirle perdón. La M. Nazaria Ignacia volvió a Oruro en julio, y la casa de la Cruzada siguió abierta para todo el que lo necesitara, fuera quien fuera. Hoy el pueblo de Oruro venera a M. Nazaria Ignacia y ha pedido insistentemente su beatificación.

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IX Expansión y consolidación del Instituto

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En octubre de 1932, Mons. Miguel Paternain bendijo y les hizo entrega de la casa-misión de 5. José, en la ciudad de Melo (Uruguay). «¡Qué feliz me encontraba en Melo!, era para mi la casita ideal de la Cruzada Pontificia. En gran pobreza; en medio de los pobres, lejos de la ciudad, siendo por otra parte como el amparo y el consuelo de todos aquellos desgraciados ~ En febrero de 1933 las llama a fundar una casa en un barrio pobre de la capital el arzobispo de Montevideo, Mons. Juan F. Aragone. «Me encanté la situación, escribe M. Nazaria, me parecía la casita de Nazaret, entre pobres, humildísimo todo». .En 1934, M. Nazaria viaja por primera vez a Roma para presentar su Instituto, aprovechando una peregrinación argentina. Quiere pedir el «decretum laudis». Ya en julio de 1927, M. Nazaria sola había terminado sus Reglas, sacadas «de las admirables de este santo patriarca y padre mío », Ignacio de Loyola. Pero, a fines de 1933, los Obispos más conocidos le aconsejan que pida ya la aprobación dei Instituto y sus Constituciones a Roma. Sin su presencia, los Obispos Sieffert y Antezana se pusieron a repasarías para darles una forma más adecuada a su presentación, conforme al Derecho Canónico vigente. Ya en Roma, hizo ver las suyas y las corregidas por los Obispos a un experto. Se le hizo notar que en las corregidas por los Obispos se habían quitado el 4º voto de obediencia al Papa y el 5º de trabajar con todas las fuerzas, aun a costa de la vida, por la extensión del reino de Cristo, así como también todo lo que sabia a San Ignacio. Esto era para Madre Nazaria Ignacia como dejar a su Instituto sin su jugo vital. Pero se le aconsejaba presentar las de los Obispos, que eran más canónicas. El espíritu del Instituto gustaba mucho al canonista, pero en las Constituciones no se podían poner más votos, «me dijo que en la fórmula de la profesión podíamos meter lo que anhelábamos ». La Madre sintió lo que Abraham en el monte Moria. El ángel le salvaba el hijo de la promesa. Al asistir a la beatificación de los mártires jesuitas del Paraguay, se sintió impulsada a pedir la gracia del martirio por la Santa Iglesia. Estuvo casi 3 meses en la Ciudad Eterna. Fue recibida por el General de la Compañía de Jesús, P. W. Ledochowski. Salió confortada al recibir su bendición. Escribía en su «Diario»: «¿Qué será verse con el Señor, después de haberle amado y servido con todas las fuerzas? Si un santo causa tanta impresión, ¿qué será el Santo de los Santos?».En la visita del Gesú y de la cámara que ocupó san Ignacio, sintió tanta devoción y revigorizarse fuertemente su espíritu ignaciano: «La mayor gloria de Dios... Entendí sólo esto debíamos buscar. En dos ocasiones pudo encontrarse directamente con Pío XI. En la primera estaba tan emocionada que apenas pudo pronunciar palabra. En la segunda, escuchó las palabras de aliento del Papa y su complacencia en el amor a la sede de Pedro. «Sí, les dijo, por Pedro a Cristo ». En un momento de entusiasmo, M. Nazaria le dijo que estaban deseosas de morir por la santa Iglesia. «¿Morir, hija mía?», respondió el Papa con cariño. «Vivir, vivir, y trabajar mucho por ella Volvió a América pasando por España. Hacía 22 años que había salido de ~ patria natal. Pasó por Cataluña: Montserrat; Manresa, donde san Ignacio escribió los Ejercicios. Aragón: la Pilarica, y se echó a llorar como una niña en los brazos de su Madre. En Madrid, visitó el Cerro de los Ángeles. Oró también en la parroquia donde fue bautizada, hacía ya 46 años. Pasó a Sevilla, y habló allí con tantos jesuitas. Conoció a un grupo de señoritas que se dedican al apostolado y le preguntan si puede fundar casas de las Pontificias en España. Al frente de ellas estaba la que será después M. María Dilecta entre las Misioneras Cruzadas. M. Nazaria estaba ya pensando en establecer la Cruzada Pontificia en España. Al volver de Roma, trató con su consejo del traslado de la casa generalicia a Buenos Aires, un paso para llevarla más adelante a Roma. Pero por diversas causas la casa no se trasladó a Buenos Aires hasta 1937 por decisión de un Capítulo general extraordinario celebrado en esa fecha. En 1935, M. Nazaria recibe el « Decretum laudis» de Roma para su Instituto. Pero su alegría se mezcló con una amarga tristeza. Le quitaban el nombre y le proponían el nombre de Misioneras Catequistas de Oruro. Parecía que se sentía estrecho su espíritu universal. Al responder a la Sagrada Congregación agradecida y sumisa, suplica que le concedan conservar el nombre de Cruzada

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Pontificia, exponiendo las razones que apoyan su petición. En julio de ese mismo año se embarca de nuevo para fundar en España, y con la intención de ir de nuevo a Roma. La acompañaban dos de sus religiosas bolivianas y una peruana, y tres novicias: dos españolas y una uruguaya. El barco se convirtió en el campo de apostolado de estas misioneras. El capellán estaba emocionadísimo. Fue como una verdadera misión. Entre los adultos hubo confesiones de quien no lo hacia desde muchos años atrás. Un matrimonio se legitimó, el niño fue bautizado. El 19 de julio de 1935 llegaba a España para fundar la Cruzada Pontificia. El 15 de agosto abrió la primera casa en Madrid. «Estoy felicísima en la gran pobreza que nos rodea, no teniendo nada, ni casi sillas en qué sentarnos ».46 En un barrio, en Carabanchel Alto, erigirá canónicamente el noviciado el 14 de mayo del año siguiente. M. Nazaria Ignacia se dedica con entusiasmo y sacrificio de sí misma a formar el espíritu de las futuras Misioneras, ejercitándolas en las virtudes sólidas, comunicándoles sus ideales y amor al Corazón de Cristo y a su Iglesia. Allí se encontrará, cuando la revolución. Pero, antes, pasados 4 meses de estancia en España, tiene que organizar su segundo viaje a Roma. Esta vez pasará por Loyola, para orar a san Ignacio. Escribe allí el 9 de noviembre: «Entendí que Dios quería hiciese todas las representaciones del caso, y después me conformara con lo que se dispusiera ~ Luego visitó Lourdes, y allí revive su espíritu virginal y materno: «Qué terrible es la maternidad espiritual, pero en el fondo del alma había paz, mucha paz, el Espíritu Santo cubríame con sus alas, sentía dulce acción de vida en tan dolorosa muerte... ¡Por Cristo, en Cristo! ¡Su Iglesia y su Vicario! ~ La segunda visita de Roma duró casi un mes exactamente, del 15 de noviembre al 13 de diciembre de 1935. Expuso sus recursos. Consultó con expertos. Espera que ha de renacer la «Cruzada Pontificia». Por el momento, logra que se detenga el asunto. Ya en Madrid de vuelta, expuso al Dr. Eijo y Garay los resultados de su visita a Roma. Todavía hará otro viaje rápido en mayo de 1936. El General de los Claretianos le aseguró de parte del Cardenal La Puma que podía seguir usando el nombre de Cruzada Pontificia, mientras se arreglaba el asunto; que procuraran obtener por medio del Nuncio, el permiso escrito y siguiesen esperando en el Señor.

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X En el grupo de los que van a ser ejecutados

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En España, entretanto, la situación política se estaba complicando. El 12 de marzo de 1936 ardía la iglesia de San Luis, y en los meses siguientes se sucedieron saqueos de conventos, continuas amenazas, incendios de iglesias... Se les aconsejó por parte de algunos religiosos que dejaran Carabanchel y se quitaran el hábito. M. Nazaria Ignacia ante tal situación, reunió a sus religiosas para prepararlas a afrontar la situación. Si alguna quería irse... Ninguna aceptó la invitación a dejar la casa. Todas dispuestas a morir, hicieron los votos «in articulo mortis» abrazando la bandera pontificia. Se repartieron en algunas casas de personas que las acogieron. Pero no tardaron mucho en volver a Carabanchel, pues supieron que al haber sido comprada aquella casa a nombre de extranjeros y estar bajo pabellón uruguayo, sería más fácilmente respetada. Y así fue. El 20 de julio vieron desde la terraza cómo ardían 17 iglesias, entre la catedral y la parroquia de Carabanchel. A las 10 de la mañana llegó el capellán a consumir el Santísimo. Ella hizo el ofrecimiento de sus vidas por la Iglesia. Poco después se presentó un grupo de milicianos. Las formaron a todas ante la fachada, en el jardín. Esperaban que las fusilaran. Las religiosas con valor y alegría se disputaban el ser las primeras en dar la vida por Cristo con bulliciosa algazara, la mayoría eran andaluzas. Aquellos hombres quedaron estupefactos. «Pero, ¿cómo estáis tan contentas?», les preguntaban. «¿No sabéis que podemos quitaros la vida?» «Acabamos de comulgar». ¡Es hermoso perder esta vida para ganar la eterna! «Veis, cómo no son como las demás», se decían entre ellos. En actitud martirial, alegres, serenas, con generosidad contagiosa, ante el piquete de milicianos que querían asesinarías. Se salvaron por estar bajo la protección de la bandera uruguaya. Vino otro grupo de rojos más preparado, y se impuso a los que se disponían con sus fusiles a asesinarías. ¿No veis sobre el balcón la bandera sudamericana? Luego vendrán las reclamaciones de las familias, y encontrarán motivos sus gobiernos para no reconocer al que nosotros queremos implantar. Aquella noche se quedaron tristes, pues no habían sido halladas dignas de coronar sus vidas con el martirio. Se refugiaron más tarde en la Legación boliviana en Madrid, en la calle Almagro, n. 46. Más tarde, a su regreso a Bolivia, tendrá la M. Nazaria Ignacia ocasión de contar toda la odisea de aquellos días en una conferencia «ante numeroso y selecto auditorio ». M. Nazaria Ignacia logra pasar a zona nacional española, para establecer allí el noviciado. Las Ursulinas le cedieron un piso desinteresadamente en Vitoria, gracias a la mediación de D. Casimiro Morcillo, Vicario General entonces de Madrid-Alcalá. Urge el volver a Bolivia. Deja a la M. Clemencia Salinas como superiora de la Cruzada en España, y de maestra de novicias a la M. Carmela Cano. M. Nazaria Ignacia vuelve a América y es elegida General por segunda vez en el Capítulo de 1937. La salud de la Madre se resiente cada vez más. Su corazón es puesto a prueba por las alturas elevadas de Oruro y de La Paz. En diciembre le tuvo que prescribir el médico absoluto reposo. Por obediencia tiene que dejar Bolivia. El 14 de marzo de 1938 llega a Buenos Aires. Deja como provincial en Bolivia a la M. Victoria de María Vallejos. En diciembre de ese año tuvo la alegría de abrazar, recibida en su propio Instituto, en Buenos Aires a su hermana Carmen.

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XI Consolidación del Instituto en España

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Nuevo viaje a España, terminada la guerra en 1939, para consolidar la obra comenzada. Espera, y no consigue a causa de la guerra mundial, realizar otro viaje a Roma, para la aprobación definitiva de su Instituto. Recuperó Carabanchel, todo en ruinas. Antes de pasado un año se daba allí comida a unas 80 familias. Siente su falta de salud. Enferma del pulmón y del corazón, insomnio, dolores nerviosos en las extremidades, cansancio y una noche interior oscurísima. Pero hace un plan de actuación de sus misioneras para actuar en las cárceles, como le piden en la curia diocesana. Organiza también catequesis en las parroquias y en los barrios populares. Sus misioneras recorren los pueblos de dos en dos llamadas por los párrocos. Sus misiones siguen substancialmente el esquema de los Ejercicios ignacianos, insistiendo en los temas de la primera semana. Un día escribió en su Diario: «Sufro mucho... Señor; que no se vislumbre en nada... quiero ser intacta en la virginidad del dolor». Aquella Semana Santa se vivió con una especial intensidad por las misioneras que la rodeaban. Terminado el lavatorio, parecía particularmente inspirada, e imitando los gestos de Jesús en la última cena, pidió al Señor que no fuesen sino un solo cuerpo y una sola alma con Cristo. Les pidió que bebiesen todas de un mismo cáliz, teniendo una sola alma y un solo querer, especialmente después de su muerte. M. Nazaria Ignacia acepta una fundación en Málaga: una escuelita en los montes para niñas pobrísímas. El 8 de septiembre de 1940 se abrió la casa con 4 Hermanas. Sufrimientos interiores, interés y celo íntimo, devorador, por salvar un sacerdote en peligro. Es su mismo director espiritual, el P. Capitán el que salió de la Compañía. Su pena se ahondó terriblemente. De vez en cuando el Señor la consuela y recrea: «¡Qué inmensa felicidad gocé todo aquel día y varios!; luego volví a mi terrible estado de oscuridad, amargulsimo~.. es como un vacio inmenso que atrae y repele; a veces me parece es una purificación especialisima que no todas las almas la pasan ». Con todo, continúa sus viajes y actividades en perpetua inmolación. Faltan energías al cuerpo y al alma. Pero durante estos años vive particularmente su misión de maternidad espiritual en el dolor. Diariamente procura darles puntos de meditación para encender a sus hijas en deseos de entrega generosa al Señor. Es la comunicación de la experiencia espiritual carismática que Dios le concedió para que, una vez formadas, ellas puedan asumir la responsabilidad de continuar la obra de la Cruzada. En la fiesta de san Miguel de 1941 se inaugura solemnemente la Casa de Ejercicios en «Villa San Pablo», en Carabanchel. En 1942 viaja con sus padecimientos a Córdoba, a Málaga a visitar a la comunidad. Procura ir siempre unida al Señor. Habla con 105 PP. jesuitas en las ciudades donde va. A Cádiz, que le pide también fundación. De nuevo a Málaga y a Madrid. La reclaman en América para el tercer Capítulo General, que debe celebrarse, según corresponde, en 1943. Salió de Cádiz en el «Cabo de Buena Esperanza» el 7 de octubre de 1942 y llegó a Buenos Aires el 14 de noviembre. Había dejado ya concertada la fundación en Málaga de una casa de Ejercicios. Llevaba consigo 4 novicias. Duraba todavía la guerra mundial. ¿Habría debido embarcarse en su situación? Lo consultó. Hubo altas jerarquías que opinaban que no. Mons. García Lahíguera, consciente de las dificultades y de los consejos que otros le habían dado, afirma en el proceso de Madrid: «Viaje largo; incómodo para aquellos tiempos... Yo le dije que mí consejo era que marchara, aunque esto supusiera la muerte ». A pesar de sus dolencias físicas, M. Nazaría Ignacia tan alegre y ferviente misionera convirtió el barco de nuevo en su campo de misión. Organizó una catequesis de niños y adultos, la celebración de la novena de la Virgen del Pilar. Los sacerdotes presentes quedaban admirados de su habilidad y celo.

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XII Últimos meses y muerte

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Llega a Buenos Aires con su estado de salud notablemente agravado. Los médicos se opusieron enérgicamente a que víajara a Bolivia. En sus Ejercicios de enero de 1943 escribió: «¿Habría llegado ya la hora de Dios? Físicamente me ahogaba. El corazón no me cabría en el pecho ~ Estaba dispuesta a desaparecer: «Cuando quieras y como quieras, Señor y Dios mío. Sólo quiero ser la ceniza del holocausto, que por tu gloria he ofrecido a Ti, y por Ti a tu Iglesia santa». Como siempre, procuró ocultar los sacrificios que Dios le pedía en cada instante con su expresión suave y alegre. En febrero, a pesar de su estado de salud, visitó la casa de Montevideo. El jueves santo abrió su alma en la casa de Buenos Aíres a sus hijas, como presintiendo su final. El 14 de mayo fue internada en el hospital Rivadavia. El 12 de junio se le administró el sacramento de la Unción de los enfermos. Pidió perdón a todos y manifestó su perdón de cualquier ofensa recibida. Rogó a sus hijas que la ofrecieran como hostia de sacrificio a la voluntad de Dios, por los sacerdotes, por la Iglesia, por las almas. Aún duró hasta el 6 de julio. Pero M. Nazaria Ignacia, en medio de sus dolores, no cesaba en el apostolado. Logró verdaderas conversiones entre el personal del hospital. A sus Hermanas recomendaba que intensificasen las misiones, como verdadero espíritu de la Congregación. Recibió la santa comunión hasta el último día. Su jaculatoria preferida era: «¡Por Cristo, por la Iglesa y las almas! ». Se acordaba de rogar por Bolivia constantemente: Oruro era su ciudad. Deseaba volver a ella, si no en vida, al menos muerta. El 26 de junio, desde las 11 de la noche se puso como agonizante, pasó como unas 9 horas inmóvil cuando de nuevo abrió sus ojos; los mantenía fijos y refulgentes, sonreía y dijo a las religiosas que le rodeaban: «milagro..., milagro » y luego con voz entera las invitó a cantar el Te Deum que ella acompañó hasta el final. Las exhortó a la unión: «Si todos nos uniéramos en Dios, ¡cuántas maravillas se harían en las almas! ». El 6 de julio por la madrugada entró en la última agonía. Se ahogaba con una respiración cada vez más fatigosa. Pero no acababa de dar el último suspiro. Su hermana, que la acompañaba, dijo a la Vicaria General: «¿No será que necesita el permiso del Sr. Nuncio?». Días antes la había visitado el Nuncio. Al manifestarle su gran deseo de morir por la Iglesia, él respondió que no debía morir, no le daba permiso. Ella, que siempre había obedecido, esperaba el permiso para morir. Telefonearon a Mons. Fíetta para pedir su bendición. Después, la Vicaria se acercó al lecho y le dijo al oído: «Madre, ya tiene el permiso del Sr. Nuncio para morir y su bendición». Eran las 11 de la mañana. M. Nazaria Ignacia hizo un esfuerzo y se incorporó un poco. Miró a sus hijas que la rodeaban arrodilladas. Una bocanada de sangre asomó a sus labios, y con un breve quejido falleció. El Cardenal, el Nuncio, muchos sacerdotes diocesanos y religiosos, sobre todo jesuitas, oraron ante su féretro. Obreros, niños, personas mayores, pasaban casi sin interrupción ante M. Nazaria difunta. Muchos tocaban su cuerpo con los rosarios o se atrevían a besarla en la frente. Su cuerpo fue depositado en el cementerio de Chacarita, en un sepulcro prestado del mausoleo de las Esclavas del 5. Corazón. Trece años más tarde, fue trasladado a la Casa General de la Cruzada Pontificia. Su sepulcro fue muy visitado en todo este tiempo por sacerdotes, religiosas, alumnas, personas amigas y gente que había oído hablar de ella. Algunos le dejaban flores; pero sobre todo abundaban sus oraciones. Se recomendaban a ella. Pedían su intercesión ante Dios y aseguran muchos haber sido escuchados. Dos de estas personas que obtuvieron gracias declaran en el proceso de Buenos Aires. El 18 de junio de 1972, el cuerpo de M. Nazaria Ignacia pasó a Bolivia, según su deseo. Después de una solemne ceremonia en la catedral, fue llevado a la casa del antiguo beaterio, donde había vivido al dejar la casa de las Hermanitas, donde había dado comienzo a la Cruzada Pontificia.

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El 9 de junio de 1947 había recibido aprobación definitiva el Instituto con el nombre de «Misioneras Cruzadas de la Iglesia». Varios obispos de Sudamérica y de España manifestaron con su testimonio, recogido en la «Positio» de la causa de beatificación, o con cartas dirigidas al Papa, su deseo de la beatificación de M. Nazaria Ignacia. Recogemos aquí el significativo testimonio de los sacerdotes del clero diocesano de Bolivia reunido en Cochabamba en su primer Encuentro Nacional. Es del 25 de agosto de 1985 en carta dirigida al Sr. Nuncio Santos Abril: «...conocedores cercanos de la actividad pastoral de la Congregación de las Hermanas Misioneras Cruzadas de la Iglesia, nos dirigimos a Su Excelencia para que interponga sus oficios ante la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con el fin de apoyar la causa de beatificación de la sierva de Dios Ra. M. Nazaria Ignacia March Mesa, cuyo testimonio de eclesialidad y misión anima nuestro trabajo por la Iglesia local e inspira, desde la fundación del Instituto religioso en Bolivia, amplia admiración de nuestro pueblo».

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Conclusión Semblanza Espiritual

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El ambiente geográfico-histórico en que se desarrolla su vida, hacen de M. Nazaria Ignacia un personaje mundial: Madrid, Sevilla, Méjico, Palencia, Oruro (Bolivia), Buenos Aires (Argentina), Montevideo (Uruguay), viajes por muy varias regiones de España, Roma. Pero la riqueza de su vida interior es mucho más abundante que su aventura exterior. En muchos rasgos de su personalidad recuerda a Santa Teresa de Jesús: su dinamicidad y vivo carácter, su simpatía y fuerza de arrastre religioso, su imaginación y simpatía, su devoción a la Pasión de Cristo su valentía ante el peligro y los trabajos, su entrega amorosa total a Cristo. Pero en la M. Nazaria aparece en un nuevo contexto de vida religiosa femenina, más abierto a la acción apostólica: dedicación a la enseñanza de la clase trabajadora, a la colaboración en el apostolado de la Iglesia, de atención a la caridad en las más diversas formas de asistencia y a los problemas sociales del tiempo. Ella lo encarnó en una visión totalmente religiosa y en espíritu de inmolación amorosa por Cristo, por la Iglesia, por las almas. Las marcas en su espiritualidad de la devoción al Corazón de Cristo, vivida como holocausto victimal de su persona, en la transmisión maternal de su espíritu a la Congregación naciente, su intensa devoción y vivencia de la Eucaristía en la Misa y en la adoración de Cristo presente en el Sacramento, su piedad filial e intimidad en su relación con María, su pasión por el Papa y por el sacerdocio y la misión, le dan un carácter original. Su virtud entusiasta y entusiasmante no alejó a la M. Nazaria Ignacia como tampoco a sus modelos santa Teresa y san Ignacio, del realismo de la vida. Supo y quiso controlar sus experiencias intimas con sus guías espirituales y reconocer la voluntad de Dios en la mediación de la Iglesia y en la historia de cada día. De esta mujer, que Dios se preparó valiente y emprendedora, dócil y generosa en su espíritu de inmolación maternal, quiso valerse para abrir un nuevo horizonte de actividad universal a la acción apostólica de la mujer en la Iglesia: catequesis y promoción de la fe ante todo; pero también defensa de la justicia y promoción cultural, humana y social de los más necesitados, con amor apasionado al Romano Pontífice, el Papa, con fidelidad y docilidad total a su magisterio y guía, con firmeza y dulzura sobrenaturales. Esta figura de mujer plenamente humana, humilde y heroica, es luz para los que piensan hoy en la promoción de la mujer. Su santidad se ha mostrado ya capaz de atraer aun a los alejados de la Iglesia a su estima y aprecio, y a su conversión a la causa de Cristo.

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