Por escrito gallina una

1. Ordena correctamente el siguiente texto: Por escrito gallina una Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionado mundo hemos nos

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1. Ordena correctamente el siguiente texto: Por escrito gallina una Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionado mundo hemos nos, hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la ¡paf!, y mutación en la golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué... Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos 2. Lee el siguiente texto.¿Cuál de las tres hermanas crees que tiene razón? Soledad, Julia e Irene, tres hermanas bastante lindas, eran pretendidas por un caballero licenciado en letras, elegante y buen mozo. Era tan sabio nuestro héroe, o amaba tan poco, que había conseguido conquistar el corazón de las tres hermanas sin haberse declarado a ninguna. Para salir de esta situación penosa, exigieron del joven que se decidiese, y él, acosado y comprometido, ofreció consignar en una décima el estado de su corazón con respecto a ellas, pero con la condición de que no había de estar puntuada, y autorizando a cada una de las muchachas a que la puntuase a su manera. La décima es la siguiente: Tres bellas que bellas son me han exigido las tres que diga de ellas cuál es la que ama mi corazón si obedecer es razón digo que amo a Soledad no a Julia cuya bondad persona humana no tiene no aspira mi amor a Irene que no es poca su beldad. Roberto Vilches Acuña: Curiosidades y malabarismos de la lengua 3. Haz un resumen del argumento de los siguientes textos : 1 Los dos reyes y los dos laberintos Cuentan los hombres dignos de fe que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo, vino a la corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó a sus capitanes y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo:”¡Oh, rey!,en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras y muros;

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ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”. Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. Jorge Luis Borges: El Aleph 2 Una historia en veinticuatro anuncios 3 de junio.-”Caballero culto, joven y honorable desea amistad señorita elegante. Apartado 363.” ____________________________________________________________ 3 de junio.-”Señorita guapa; elegante; pesando 50 kilos, alma romántica, haría amistad gustosa con caballero joven, honorable y culto. Buen fin. Dirigirse al continental “Los Nenes Veloces”, a nombre de Diamantina.” ____________________________________________________________ 9 de junio.-”Diamantina: ¿por qué no acudió a mi cita del jueves? La espero el lunes. Idolatrándola, Melecio.” ____________________________________________________________ 15 de julio.-”Diamantina: sigo adorándote. El martes, a las cinco. Melecio.” ____________________________________________________________ 1 de agosto.-”Melecio: cada vez más violenta por situación nuestra. Sin embargo, acudiré sábado. Diamantina.” ____________________________________________________________ 4 de agosto.-”Se necesita habitación del centro de Madrid, en casa familia discreta. No importa precio. Escribir Melecio Marocho. Apartado 363.” ____________________________________________________________ 1 de septiembre.-”Habitación discretísima se necesita urgencia, en barrio Argüelles. Escribir Melecio Marocho. Apartado 363.” ____________________________________________________________ 16 de septiembre.-”Necesito urgentemente habitación en familia discreta, pero de buen genio, a poder ser en barrio de Salamanca. Dirigirse Melecio Marocho. Apartado 363.” ____________________________________________________________ 30 de septiembre.-”Habitación, discreción suma, se precisa para tardes. Bondad y seriedad. Preferible en Prosperidad. Melecio Marocho. Apartado 363.” ____________________________________________________________ 5 de octubre.-”Daría 200 pesetas a quien me proporcionase cuarto ventilado, casa nueva, baño, de 20 a 30 duros de alquiler. Apartado 363.” ____________________________________________________________ 8 de octubre.-”Compro con urgencia comedor, alcoba, despacho y cocina con útiles correspondientes. Compraría también buenas condiciones máquina Singer. Melecio Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 9 de octubre.-”Criada para todo necesítase. Y necesítase gato joven muy cazador. Melecio Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 20 de octubre.-”Criada necesito. Informes buenos. M.Marocho.Viriato,88.” ____________________________________________________________ 5 de noviembre.-”Se necesita criada no conteste ni se queje continuamente de todo. Se desespera encontrarla así. M.Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 19 de noviembre.-”Gratificaría a quien presentase gato negro llamado Fifí que -a consecuencia discusión- cayó balcón a calle sábado último. M.Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 1 de diciembre.-”Compro vajilla resistente que no se rompa al ser arrojada al suelo. M.Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 30 de diciembre.-”Compro botiquín de urgencia bien provisto. Pagaría lo que pidiesen. M.Marocho. Viriato, 88.”

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____________________________________________________________ 14 de enero.-”Para negocio necesito urgentemente 5.000 pesetas. Garantías. Escribid Melecio Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 1 de febrero.-”Necesítanse 20.000 pesetas para negocio. Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 15 de febrero.-”Préstamo 12.000 pesetas necesito con urgencia. Pagaría hasta el 70 por ciento. Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 2 de marzo.-”Compro vajilla irrompible y bastón fuerte y nudoso. Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 15 de marzo.-”Almoneda rápida -Vendo comedor compuesto de mesa, trinchero, aparador, filtro, seis sillas, lámpara y alfombra, 2.000 pesetas. Despacho compuesto de mesa, dos librerías, dos sillones morris, cuatro sillas, máquina de escribir y lámpara, 3.500 pesetas. Alcoba compuesta de dos camas individuales, armario de tres lunas, tocador, diván, dos silloncitos, lámparas, alfombras, etc., 2.300 pesetas. También vendo menaje de cocina, vajilla de cobre y un gato que atiende por Fifí. Melecio Marocho. Viriato, 88. De 4 a 6.” ____________________________________________________________ 20 de marzo.-”Vendo máquina Singer en buenas condiciones, seminueva. Marocho. Viriato, 88.” ____________________________________________________________ 3 de junio.- ”¡Estudiante de Medicina! Vendo esqueleto perteneciente sexo femenino, absolutamente completo, aunque con ligera fractura base de cráneo, consecuencia golpe bastón. Muy barato. También lo vendo por piezas. Escribid. Melecio Marocho. Apartado 363.” ____________________________________________________________ Enrique Jardiel Poncela: El libro del convaleciente 3 Primer día de vacaciones Nadaba yo en el mar y era muy tarde, justo en ese momento en que las luces flotan como brasas de una hoguera rendida y en el agua se queman las preguntas, los silencios extraños. Había decidido nadar hasta la boya roja, la que se esconde como el sol al otro lado de las barcas. Muy lejos de la orilla, solitario y perdido en el crepúsculo, me adentraba en el mar sintiendo la inquietud que me conmueve al adentrarme en un poema o en una noche larga de amor desconocido. Y de pronto la vi sobre las aguas. Una mujer mayor, de cansada belleza y el pelo blanco recogido, se me acercó nadando con brazadas serenas. Parecía venir del horizonte. Al cruzarse conmigo, se detuvo un momento y me miró a los ojos: no he venido a buscarte, no eres tú todavía. Me despertó el tumulto del mercado

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y el ruido de una moto que cruzaba la calle con desesperación. Era media mañana, el cielo estaba limpio y parecía una bandera viva en el mástil de agosto. Bajé a desayunar a la terraza del paseo marítimo y contemplé el bullicio de la gente, el mar como una balsa, los cuerpos bajo el sol. En el periódico el nombre del ahogado no era el mío. Luis García Montero 4 . Indica el tema de los siguientes textos: 1 La karaba Había en la feria de Mairena un cobertizo formado por esteras viejas de esparto; la puerta tapada por no muy limpia cortina, y sobre la puerta un rótulo que decía con letras muy gordas: LA KARABA SE VE POR CUATRO CUARTOS Atraídos por la curiosidad y pensando que iban a ver un animal rarísimo, traído del centro de África o de regiones o climas más remotos, hombres mujeres y niños acudían a la tienda, pagaban la entrada a un gitano y entraban a ver la Karaba. -¿Qué diantre de Karaba es ésta? -dijo enojado un campesino-.Esta es una mula muy estropeada y vieja. -Pues por eso es la Karaba -dijo el gitano-: porque araba y ya no ara. Juan Valera: El pájaro verde 2 Al brillar un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos; ¡tan corto es el vivir! La gloria y el amor tras que corremos sombras de un sueño son que perseguimos; ¡despertar es morir! Gustavo Adolfo Bécquer: Rimas 3 El lobo y el perro Era un lobo, y estaba tan flaco, que no tenía más que piel y huesos: tan vigilantes andaban los perros de ganado. Encontró a un Mastín, rollizo y lustroso, que se había extraviado. Acometerlo y destrozarlo es cosa que hubiera hecho de buen grado el señor Lobo; pero el enemigo tenía traza de defenderse bien. El Lobo se le acerca, entabla conversación con él y le felicita por sus

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buenas carnes. -No estáis tan lucido como yo porque no queréis, contesta el Perro: dejad el bosque; los vuestros, que en él se guarecen, son unos desdichados, muertos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! Seguidme y tendréis mejor vida. Contestó el Lobo: -¿Y qué tendré que hacer? -Casi nada, repuso el Perro: acometer a los pordioseros y a los que llevan bastón o garrote ; acariciar a los de casa, y complacer al amo. Con tan poco como es esto, tendréis las sobras de todas las comidas, huesos de pollos y pichones; y algunas caricias, por añadidura. El Lobo, que tal oye, se forja un porvenir de gloria, que le hace llorar de gozo. Camino haciendo, advirtió que el Perro tenía en el cuello una peladura.- ¿Qué es eso?, preguntóle. -Nada. -¡Cómo nada! -Poca cosa. -Algo será. -Será la señal del collar al que estoy atado. -¡Atado!, exclamó el Lobo: pues ¿qué? ¿No vais y venís adonde queréis? -No siempre, pero eso ¿qué importa? -importa tanto, que renuncio a vuestra pitanza y renunciaría a ese precio al mayor tesoro. Dijo, y echó a correr. Aún está corriendo. Jean de la Fontaine: Fábulas escogidas 4 Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de las hierbas que cogía. “¿Habrá otro”,entre sí decía,

“Más pobre y triste que yo?” Y cuando el rostro volvió halló la respuesta, viendo que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó.

Pedro Calderón de la Barca: La vida es sueño

5. Señala las partes de la estructura del contenido de los siguientes textos: 1 El bebedor El planeta siguiente estaba habitado por un bebedor. Esta visita fue muy breve, pero sumió al principito en una gran melancolía. -¿Qué haces ahí? -preguntó al bebedor, a quien encontró instalado, en silencio, ante una colección de botellas y una colección de botellas llenas. -Bebo -respondió el bebedor, con aire lúgubre. -¿Por qué bebes? -le preguntó el principito. -Para olvidar -respondió el bebedor. -¿Para olvidar qué? -inquirió el principito, que ya le compadecía. -Para olvidar que tengo vergüenza -confesó el bebedor bajando la cabeza. -¿Vergüenza de qué? -indagó el principito, que deseaba socorrerle. -¡Vergüenza de beber! -terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio. Y el principito se alejó, perplejo. Las personas mayores son decididamente muy pero muy extrañas ,se decía a sí mismo durante el viaje. Antoine de Saint-Exupéry: El principito 2 El caracol destrozó... El caracol destrozó la telaraña a la araña

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y el muy tonto se rió; pero la araña se fue y sacó de su entraña casa nueva y se rió. Al caracol le rompió una caída su casa y el sol de julio, una brasa, al caracol sin casa riéndose lo abrasó. Miguel de Unamuno: Poesía completa 3 Ejemplo del hombre, la mujer, el papagayo y la criada Un hombre era celoso de su mujer. Compró un papagayo, metiólo en una jaula y lo puso en su casa mandándole que le contase todo cuanto viese hacer a su mujer, y que no le encubriese nada. Después marchó a sus quehaceres e inmediatamente entró el amigo de ella. El papagayo vio cuanto ellos hicieron y cuando el hombre bueno vino de su trabajo, se sentó -sin que lo supiera su mujer-, mandó traer al papagayo y le preguntó lo que había visto y le contó todo lo que viera hacer a la mujer con su amigo. El hombre se ensañó contra ella y no volvió a hablarle ni a tener contacto con ella. La mujer creyó que la había descubierto la criada, la llamó y le dijo: -Tú contaste a mi marido todo cuanto hice. La moza juró que no había dicho nada: -Sabed que fue el papagayo. Cuando anocheció, la mujer cogió la jaula, la bajó en tierra y comenzó a echarle agua con una regadera, como si fuera lluvia; tomó un espejo en una mano y lo puso sobre la jaula, con la otra mano tomó una candela con la cual hacía guiños de forma que parecían relámpagos; la mujer, además, comenzó a mover un molino casero y el papagayo pensó que eran truenos. Ella estuvo haciendo este juego durante toda la noche, hasta que amaneció. Cuando por la mañana vino el marido, inmediatamente le preguntó al papagayo: -¿Viste esta noche alguna cosa? -No pude ver nada con la lluvia, truenos y relámpagos que hubo esta noche. -Si todo cuanto me has dicho de mi mujer es tan verdad como esto, no hay ser más mentiroso que tú. Y lo mandó matar. Envió a buscar a su mujer, perdonóla e hicieron las paces. Y yo, señor, no te di este ejemplo sino para que sepas los engaños de las mujeres, que son muchos y muy fuertes en artes y no tienen cabo. Sendebar, o Libro de los engaños de las mujeres

6. Secuencia y analiza las partes de los siguientes textos. 1 Stéfano entró en la redacción de uno de tantos periódicos con sus relatos metidos en una carpeta para enseñárselos al jefe de la sección de noticias. Fue un error. -Lo que necesitamos son reporteros, no escritores -le dijo el jefe de la sección devolviéndole la carpeta. Entonces se dirigió a otro periódico, pero esta vez sin los relatos. -Espérate aquí -le dijeron-,y se quedó en el periódico. Durante dos meses se dedicó únicamente a mirar cómo trabajaban los demás. Salían, volvían, escribían. Pasaban a su lado como si no existiera. Ni siquiera le miraban. Se habían olvidado de él. Oyó una sirena y el chirrido de unos neumáticos en la esquina del edificio, después otra y otra más. Se asomó y distinguió apenas el coche de bomberos al final de la calle.

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No se dio cuenta de que estaba sonando el teléfono. Se hallaba solo en la redacción con el jefe de la sección de noticias. -Contesta,¿a qué esperas? -¿Puedo? -¿Necesitas que te dé el permiso? -Era un incendio en un hotel. -¿Y te quedas ahí? -le gritó el jefe. En el incendio habían muerto cinco personas, y al cabo de cinco años todavía se sentía culpable. Debía su carrera a este suceso. Había salido en el coche acompañado por el fotógrafo con el corazón a punto de estallarle de miedo. Y también de alegría. Era su primer reportaje. No pensó en los muertos. Roberto Giordina: Una sirena en la noche 2 Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos: de ellas deshace la edad, de ellas casos desastrados que acaecen, de ellas, por su calidad, en los más altos estados desfallecen.

Decidme, a hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color y la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud. Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre

7. Secuencia los siguientes textos y determina su tipo de estructura: 1 La coqueta Había una vez una coqueta que tenía un pretendiente del cual no podía librarse. Él se tomaba en serio sus promesas y declaraciones y no quería dejarla. Se creía hasta sus insinuaciones. Esto la irritaba, porque estorbaba sus buenas relaciones eventuales y los regalos, halagos, lores, cenas y demás que podría obtener de ellas. Finalmente Yvonne insultaba y mentía a su pretendiente, Bertrand, y no le daba nada, literalmente; lo que significaba menos cero en comparación con la nada que daba a otros amigos. Sin embargo, Bertrand no cesaba en sus atenciones porque consideraba que esa conducta era normal y femenina, un exceso de modestia. Llegó a sermonearle y, por una vez en su vida, dijo la verdad. Como él no estaba acostumbrado a la verdad y esperaba falsedades de una mujer bonita, tomó sus palabras por incoherencias y continuó cortejándola. Yvonne intentó envenenarle poniendo arsénico en las tazas de chocolate que tomaba en su casa, pero él se recuperó y pensó que esto la hacía aún más encantadora. Otros hombres aconsejaron a Bertrand. ”Todos nos hemos divertido con ella”, le dijeron, ”hasta nos la hemos llevado a la cama una o dos veces. Tú ni siquiera has conseguido eso.¡Y ella no vale nada!” Pero Bertrand pensaba que él era diferente a los ojos de Yvonne, y aunque se daba cuenta de que su perseverancia iba más allá de lo común, consideraba que esto era una virtud. Yvonne incitó a un nuevo pretendiente a matar a Bertrand. Logró la obediencia del nuevo pretendiente prometiéndole que se casaría con él si eliminaba a Bertrand. A Bertrand le dijo lo

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mismo respecto al otro hombre. El nuevo pretendiente retó a Bertrand a un duelo, falló el primer tiro y luego empezó a hablar con su proyectada víctima. (El arma de Bertrand se había negado rotundamente a disparar.) Descubrieron que ambos habían recibido promesas de matrimonio. Mientras tanto, los dos hombres le habían hecho regalos caros y le habían prestado dinero durante sus pequeñas crisis en los últimos meses. Estaban resentidos, pero no se les ocurría ninguna idea para castigarla. Así que decidieron matarla. El nuevo pretendiente fue a verla y le dijo que había matado al estúpido y persistente Bertrand. Entonces Bertrand llamó a la puerta. Los dos hombres fingieron una pelea. En realidad, empujaron a Yvonne entre ambos y la mataron de varios golpes en la cabeza. Dieron la versión de que ella intentó interponerse y resultó golpeada accidentalmente. Como el propio juez de la ciudad había sufrido, siendo objeto de las burlas de sus conciudadanos, a causa de la coquetería de Yvonne, estaba secretamente complacido por su muerte y dejó libres a los dos hombres sin más. Además, era lo bastante sabio como para comprender que no la habrían asesinado si no hubiesen estado ciegamente enamorados de ella...,y ese estado le inspiraba lástima, puesto que ya había cumplido los sesenta. Únicamente la doncella de Yvonne, que siempre había recibido un buen sueldo y sustanciosas propinas, asistió a su funeral. Incluso su familia detestaba a Yvonne. Patricia Highsmith: Pequeños cuentos misóginos 2 Una ciudad La ciudad de Nueva York siempre aparece muy confusa en los atlas geográficos y al llegar se forma uno un poco de lío. Está compuesta por distintos distritos, señalados en el mapa callejero con colores diferentes, pero el más conocido de todos es Manhattan. Le suele corresponder el color amarillo (...) Se trata de una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park (...) Manhattan es una isla entre dos ríos. Las calles que quedan a la derecha de Central Park y corren en sentido horizontal terminan en un río que se llama el East River, por estar al este, y las de la izquierda en otro: el río Hudson. Se abrazan uno con otro por abajo y por arriba. El East River tiene varios puentes a cual más complicado y misterioso, que unen la isla por esa parte con otros barrios de la ciudad, uno de los cuales se llama Brooklyn, como también el famoso puente que conduce a él. Carmen Martín Gaite: Caperucita en Manhattan 3 A, eme, o, erre “Amor” tiene cuatro letras. Vamos a jugar con ellas. ¿Lo ves? Ya estamos en “Roma”. Por todas partes se va. Por todas partes se llega. El viaje “Amor-Roma-Amor”, con billete de ida y vuelta. Y ahora, a jugar a los dados. “Alea jacta est”.Espera. ¿Qué lees? “Ramo”. ¿Qué escuchas? El ruiseñor, que se queja de “amor” que en el “ramo” canta, de “amor” que en el “ramo” “mora”. Otra vez los dados vuelan por el aire. Y cae “Omar”, un príncipe de leyenda. ¿“Amor de Omar”? Falta ella. Arriba los dados.”Mora”. “Amor” de “Omar” a la “mora”,

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“amor” de la “mora” a “Omar”. Siempre “armo” un juego de “amor” que der ”ramo” y que de ”mora”. Y vienen y van las letras buscando ese “amor” “o mar”. Gerardo Diego

4 Era una noche oscura y tormentosa, y el capitán del barco estaba en el puente, y dijo al primer oficial: -Cuéntanos un cuento. Y el primero oficial comenzó: -Era una noche oscura y tormentosa, y el capitán del barco estaba en el puente y dijo al primer oficial: -Cuéntanos un cuento. Y el primer oficial comenzó: -Era una noche... Cuentos populares ingleses

5 Dactilógrafo Montevideo, quince de noviembre de mil novecientos cincuenta y cinco Montevideo era verde en mi infancia absolutamente verde y con tranvías muy señor nuestro por la presente yo tuve un libro del que podía leer veinticinco centímetros por noche y después del libro la noche se espesaba y yo quería pensar cómo sería eso de no ser de caer como piedra en el pozo comunicamos a usted que en esta fecha hemos efectuado, por su cuenta quién era, ah sí mi madre se acercaba y prendía la luz y no te asustes y después la apagaba antes que me durmiera el pago de trescientos doce pesos a la firma Menéndez & Solari y sólo veía sombras como caballos y elefantes y monstruos casi hombres y sin embargo aquello era mejor que pensarme sin la savia del miedo desaparecido como se acostumbra en un todo de acuerdo con sus órdenes de fecha de siete del corriente era tan diferente era verde absolutamente verde y con tranvías y qué optimismo tener la ventanilla sentirse dueño de la calle que baja jugar con los números de las puertas cerradas y apostar consigo mismo en términos severos

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rogámosle acusar recibo lo antes posible si terminaba en cuatro en trece o diecisiete era que iba a reír o a perderme o a morirme de esta comunicación a fin de que podamos y hacerme tan sólo una trampa por calle registrarlo en su cuenta corriente absolutamente y con tranvías y el Prado con camino de hojas secas y el olor a eucaliptos y a temprano saludamos a usted atentamente y desde allí los años y quién sabe. Mario Benedetti: Poemas de la oficina 6 En el bosque DECLARACIÓN DEL LEÑADOR INTERROGADO POR EL OFICIAL DE INVESTIGACIÓN Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para cortar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña.¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del apeadero de Yamashima. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú y algunas coníferas raquíticas. El muerto estaba tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó que yo me acercaba. ¿Si encontré una espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de bambú estaban holladas en todos los sentidos; la víctima, antes de ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia.¿Si no observé un caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la carretera. DECLARACIÓN DE UNA ANCIANA INTERROGADA POR EL OFICIAL DE INVESTIGACIÓN Sí, es el cadáver de mi yerno. Él no era de la capital; era funcionario del gobierno de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehiro Kanazawa. Tenía veintiséis años. No. Era un hombre de buen carácter, no podía tener enemigos. ¿Mi hija? Se llama Masago. Tiene diecinueve años. Es una muchacha valiente, tan intrépida como un hombre. No conoció a otro hombre que a Takehiro. Tiene el cutis moreno y un lunar cerca del ángulo externo del ojo izquierdo. Su rostro es pequeño y ovalado. Takehiro había partido ayer con mi hija hacia Wakasa. ¡Quién iba a imaginar que lo esperaba este destino!¿Dónde está mi hija? Debo resignarme a aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo evitar sentirme inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana: investigue, señor oficial, se lo ruego, qué fue de mi hija, aunque tenga que arrancar hierba por hierba para encontrarla. Y ese bandolero...¿Cómo se llama? ¡Ah sí, Tajomaru! ¡Lo odio! No solamente mató a mi yerno sino que... (Los sollozos ahogaron sus palabras.)

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CONFESIÓN DE TAJOMARU Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer.¿Que dónde está ella entonces? Yo no sé nada.¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrán arrancarme por medio de toruturas, por muy atroces que fueran, lo que ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto. Ayer, pasado el mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de viento descubrió el rostro de la mujer. Sí ,sólo por un instante...Un segundo después ya no lo veía. La brevedad de esta visión fue causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa. Repentinamente, decidí apoderarme de la mujer, aunque tuviese que matar a su acompañante. ¿Qué? Matar aun hombre no es una cosa tan importante como ustedes creen. El rapto de una mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras que vosotros matáis por medio del poder, del dinero y hasta de una palabra aparentemente benévola. Cuando matáis vosotros la sangre no corre, la víctima continúa viviendo. ¡Pero no la habéis matado menos! Desde el punto de vista de la gravedad de la falta, me pregunto quién es más criminal. (Sonrisa irónica.) Pero mucho mejor es tener a la mujer sin matar al hombre. Mi humor del momento me indujo a tratar de hacerme de la mujer sin atentar, en lo posible, contra la vida del hombre. Sin embargo, como no podía hacerlo en el concurrido camino a Yamashina, me arreglé para llevar a la pareja a la montaña. Resultó muy fácil. Haciéndome pasar por otro viajero, les conté que allá, en la montaña, había una vieja tumba, y que en ella yo había descubierto gran cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de los envidiosos los había enterrado en un bosque al pie de la montaña. Yo buscaba un comprador para ese tesoro, que ofrecía a precio vil. El hombre se interesó vivamente por la historia... Luego...¡Es terrible la avaricia! Antes de media hora, la pareja había tomado conmigo el camino de la montaña. Cuando llegamos ante el bosque, dije a la pareja que los tesoros estaban enterrados allí, y les pedí que me siguieran para verlos. Enceguecido por la codicia, el hombre no encontró motivos para dudar, mientras la mujer prefirió esperara montada en el caballo. Comprendí muy bien su reacción ante la cerrada espesura; era precisamente la actitud que yo esperaba. De modo que, dejando sola a la mujer, penetré en el bosque seguido por el hombre. Al comienzo sólo había bambúes. Después de marchar durante un rato, llegamos a un pequeño claro junto al cual se alzaban unos abetos...Era el lugar ideal para poner en práctica mi plan. Abriéndome paso entre la maleza, lo engañé diciéndole con aire sincero que los tesoros estaban bajo esos abetos. El hombre se dirigió sin vacilar un instante hacia esos árboles enclenques. Los bambúes iban raleando, y llegamos al pequeño claro. Y apenas llegamos, me lancé sobre él y lo derribé. Era un hombre armado y parecía robusto, pero no esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos estuvo atado al pie de un abeto.¿La cuerda? Soy ladrón, siempre llevo una atada a mi cintura, para saltar un cerco, o cosas por el estilo. Para impedirle gritar, tuve que llenarle la boca de hojas secas de bambú. Cuando lo tuve bien atado, regresé en busca de la mujer, y le dije que viniera conmigo, con el pretexto de que su marido había sufrido un ataque de alguna enfermedad. De más está decir que me creyó. Se internó en el bosque tomada de mi mano. Pero cuando advirtió al hombre atado al pie del abeto, extrajo un puñal que había escondido, no sé cuándo, entre su ropa. Nunca vi una mujer tan intrépida. La menor distracción me habría costado la vida; me hubiera clavado el puñal en el vientre. Aun reaccionando con presteza fue difícil para mí eludir tan furioso ataque. Pero por algo soy el famoso Tajomaru: conseguí desarmarla, sin tener que usar mi arma. Y desarmada, por inflexible que se haya mostrado, nada podía hacer. Obtuve lo que quería sin cometer un asesinato. Sí, sin cometer un asesinato: yo no tenía motivo alguna para matar a ese hombre. Ya estaba popr abandonar el bosque, dejando a la mujer bañada en lágrimas, cuando ella se arrojó a mis brazos como una loca. Y la escuché decir que ella deseaba mi muerte o la de su marido, que no podía soportar la vergüenza ante dos hombres vivos, que eso era peor que la muerte. Esto no era todo: ella se uniría al que sobreviviera, agregó jadeando. En aquel momento, sentí el violento deseo de matar a aquel hombre. (Una oscura emoción produjo en Tajomaru un escalofrío.) Al escuchar lo que les cuento pueden ustedes creer que soy un hombre más cruel que ustedes. Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron, especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo suplicó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí el deseo de que fuera mi mujer, aunque el cielo me fulminara. Y no fue, lo juro,a causa de la lascivia vil y licenciosa que ustedes pueden imaginar. Si en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado

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sólo por el instinto, me habría alejado después de deshacerme de ella con un puntapié. Y no habría manchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero entonces, cuando miré a la mujer en la penumbra del bosque, decidí no abandonar el lugar sin haber matado a su marido. Pero aunque había tomado esa decisión, yo no iba a matar a un hombre indefenso. Desaté la cuerda y lo desafié. (Ustedes habrán encontrado esa cuerda al pie del abeto, yo olvidé llevármela.)Hecho una furia, el hombre desenvainó su espada y, sin decir palabra alguna, se precipitó sobre mí. No hay nada que contar, ya conocen el resultado. En el vigésimo tercer asalto mi espada le perforó el pecho.¡En el vigésimo tercer asalto! Sentí admiración por él, nadie me había resistido más de veinte... (Sereno suspiro.) Mientras el hombre se desangraba, me volvía hacia la mujer, empuñando todavía el arma ensangrentada. ¡Había desaparecido!¿Para qué lado había tomado? La busqué entre los abetos. El suelo cubierto de hojas secas de bambú no ofrecía rastros. Mi oído no percibió otro sonido que el de los estertores del hombre que agonizaba. Tal vez al comenzar el combate la mujer había huido a través del bosque en busca de socorro. Ahora ustedes deben tener en cuenta que lo que estaba en juego era mi vida: apoderándome de las armas del muerto retomé el camino hacia la carretera. ¿Qué sucedió después? No vale la pena contarlo. Diré apenas que antes de entrar en la capital vendí la espada. Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme a morir. (Gesto de arrogancia.) CONFESIÓN DE UNA MUJER QUE FUE AL TEMPLO DE KIYOMIZU Después de violarme, el hombre del kimono azul miró burlonamente a mi esposo, que estaba atado.¡Oh, cuánto odio debió sentir mi esposo! Pero sus contorsiones no hacían más que clavar en su carne la cuerda que lo sujetaba. Instintivamente corrí, mejor dicho, quise correr hacia él. Pero el bandido no me dio tiempo, y arrojándome un puntapié, me hizo caer. En ese instante vi un extraño resplandor en los ojos de mi marido...un resplandor verdaderamente extraño...Cada vez que pienso en esa mirada, me estremezco. Imposibilitado de hablar, mi esposo expresaba por medio de sus ojos lo que sentía. Y eso que destellaba en sus ojos no era cólera ni tristeza. No era otra cosa que un frío desprecio hacia mí. Más anonadada por ese sentimiento que por el golpe del bandido, grité alguna cosa y caí desvanecida. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recuperé la conciencia. El bandido había desaparecido, y mi marido seguía atado al pie del abeto. Incorporándome penosamente sobre las hojas secas, miré a mi esposo: su expresión era la misma de antes: una mezcla de desprecio y de odio glacial.¿Vergüenza?¿Tristeza?¿Furia? ¿Cómo calificar lo que sentí en ese momento? Terminé de incorporarme, vacilante, me aproximé a mi marido, y le dije: -Takehiro, después de lo que he sufrido y en esta situación horrible en que me encuentro, ya no podré seguir contigo. No me queda otra cosa que matarme aquí mismo. Pero también exijo tu muerte. Has sido testigo de mi vergüenza. No puedo permitir que me sobrevivas. Se lo dije gritando. Pero él, inmóvil, seguía mirándome como antes, despectivamente. Conteniendo los latidos de mi corazón, busqué la espada de mi esposo. El bandido debió llevársela, porque no pude encontrarla entre la maleza. El arco y las flechas tampoco estaban. Por casualidad, encontré cerca mi puñal. Lo tomé, y levantándolo sobre Takehiro, repetí: -Te pido tu vida. Yo te seguiré. Entonces, por fin movió los labios. Las hojas secas de bambú que le llenaban la boca le impedían hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de despreciarme, me estaba diciendo:”Mátame”. Semiinconsciente, hundí el puñal en su pecho, a través de su kimono. Y volvía a caer desvanecida. Cuando desperté, miré a mi alrededor. Mi marido, siempre atado, estaba muerto desde hacía tiempo. Sobre su rostro lívido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambúes que se entremezclaban con las ramas de los abetos, acariciaban su cadáver. Después... ¿qué me pasó? No tengo fuerzas para contarlo. No logré matarme. Apliqué el cuchillo contra mi garganta, me arrojé a una laguna en el valle...¡Todo lo probé! Pero, puesto que sigo con vida, no tengo ningún motivo para jactarme. (Triste sonrisa.)Yo, una mujer que mató a su esposo, que fue violada por una bandido...qué podría hacer. Aunque yo...yo... (Estalla en sollozos.)

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LO QUE NARRÓ EL ESPÍRITU POR LABIOS DE UNA BRUJA El salteador, una vez logrado su fin, se sentó junto a mi mujer y trató de consolarla por todos los medios. Naturalmente, a mí me resultaba imposible decir nada; estaba atado al pie del abeto. Pero la miraba a ella significativamente, tratando de decirle:”No le escuches, todo lo que dice es mentira”.Eso es lo que yo quería hacerle comprender. Pero ella, sentada lánguidamente sobre las hojas muertas de bambú, miraba con fijeza sus rodillas. Daba la impresión de que prestaba oídos a lo que decía el bandido. l menos, eso es lo que me parecía a mí. El bandido, por su parte, escogía las palabras con habilidad. Me sentí torturado y enceguecido por los celos. Él le decía:”Ahora que tu cuerpo fue mancillado tu marido no querrá saber nada de ti. ¿No quieres ser mi esposa? Fue a causa del amor que me inspiraste que yo actué de esta manera”.Y repetía una y otra vez semejantes argumentos. Ante tal discurso, mi mujer alzó la cabeza como extasiada. Yo mismo nunca la había visto con expresión tan bella .¿Y qué piensan ustedes que mi tan bella mujer respondió al ladrón delante de su marido maniatado? Le dijo:”Llévame donde quieras”. (Aquí, un largo silencio.) Pero la traición de mi mujer fue aún mayor.¡Si no fuera por esto, yo no sufriría tanto en la negrura de esta noche! Cuando, tomada de la mano del bandolero, estaba a punto de abandonar el lugar, se dirigió a mí con el rostro pálido, y señalándome con el dedo a mí, que estaba atado al pie del árbol, dijo: ”¡Mata a ese hombre!¡Si queda vivo no podré vivir contigo!”.Y gritó una y otra vez como una loca:”¡Mátalo!¡Acaba con él!”. Estas palabras, sonando a coro, me siguen persiguiendo en la eternidad. Acaso pudo salir alguna vez de labios humanos una expresión de deseos tan horrible?¿Escuchó o ha oído alguno palabras tan malignas? Palabras que... (Se interrumpe, riendo extrañamente.) Al escucharlas, hasta el bandido empalideció. ”¡Acaba con este hombre!”. Repitiendo esto, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido, mirándola fijamente, no le contestó. Y de inmediato la arrojó de una patada sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en carcajadas.)Y mientras se cruzaba lentamente de brazos, el bandido me preguntó:”¿Qué quieres que haga?¿Quieres que la mate o que la perdone? No tienes que hacer otra cosa que mover la cabeza: ¿quieres que la mate?...”. Solamente por esta actitud, yo habría perdonado a ese hombre. (Silencio.) Mientras yo vacilaba, mi esposa gritó y se escapó, internándose en el bosque. El hombre, sin perder un segundo, se lanzó tras ella sin poder alcanzarla. Yo contemplaba inmóvil esa pesadilla. Cuando mi mujer escapó, el bandido se apoderó de mis armas y cortó la cuerda que me sujetaba en un solo punto. Y mientras desaparecía en el bosque pude escuchar que murmuraba:”Esta vez me toca a mí”.Tras su desaparición. Todo volvió a la calma. Pero no. ¿Alguien llora?,me pregunté. Mientras me liberaba, presté atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.) Por fin, bajo el abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi garganta, pero nada me dolió. medida que mi pecho se entumecía, el silencio se profundizaba.¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los bambúes y los abetos, un último rayo del sol que desaparecía...Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hundí en la noche eterna para no regresar... Ryunosuke Akutagawa: En el bosque

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8. ¿Cuál de los siguientes relatos tiene estructura tradicional y cuál no? 1 Los deseos ridículos Érase una vez un pobre leñador que estaba harto de la vida tan penosa que llevaba y solía decir que tenía ganas de ir a reposar a los bordes del Aqueronte; porque veía que, en su profundo dolor, jamás el Cielo cruel no había querido concederle ni uno de sus deseos. Un día que se quejaba en el bosque, Júpiter, con el rayo en la mano, se le apareció; difícilmente podría pintar el miedo que sobrecogió al buen hombre. -No quiero nada -exclamó, arrojándose al suelo-;no deseo nada, ni truenos ni nada. -Deja de temblar -le dijo Júpiter-; vengo compadecido de tus quejas, para demostrarte que eres injusto en ellas. Yo te prometo, yo, que soy el dueño soberano del mundo entero, atender plenamente tus tres primeros deseos, los primeros que quieras formular sobre cualquier cosa. Mira bien lo que pueda satisfacerte, y como tu felicidad depende de tus votos, piénsalo bien antes de formular tus deseos. Diciendo estas palabras, Júpiter ascendió a los cielos, y el leñador, muy contento, echándose el haz de leña a la espalda, emprendió camino de regreso. Nunca le pareció la carga menos pesada. -No hay que obrar a la ligera -decía trotando-.El caso es importante; hay que pedir consejo a la parienta. Cuando entró bajo el techo de la cabaña con su carga, le dijo: -Fanchon, hagamos un buen fuego y una buena comida; somos muy ricos. Y sólo necesitamos formular nuestros deseos. Y allí, punto por punto, le cuenta todo lo sucedido. Al oír su relato, la esposa concibe mil proyectos en su mente, pero considerando la importancia de obrar con prudencia, le dice a su esposo: -Blas, esposo mío, para no cometer una tontería debido a nuestra impaciencia, examinemos juntos lo que nos conviene hacer en una situación así. Dejemos para mañana nuestro primer deseo y consultemos con la almohada., -Estoy de acuerdo -dice el buen Blas-. Anda, vete y trae vino añejo. Cuando volvió con él, bebió y, saboreando cómodamente, cerca del fuego, aquel dulce reposo, dijo apoyándose en el respaldo de su silla: -¡Con estas brasas tan buenas, qué bien vendría una vara de morcilla! Apenas acabó de pronunciar estas palabras, y su mujer, muy asombrada, vio una larga morcilla que, saliendo de una esquina de la chimenea, se aproximaba a ella serpenteando. Al instante lanzó un grito: juzgando que esta aventura tenía por causa el deseo que, por pura torpeza, había formulado el imprudente de su marido, no hubo injuria ni improperio que, hecha una furia, no dijera a su pobre marido. -¡Cuando se podría obtener un Imperio, oros, perlas, rubíes, diamantes, vestidos! ¿Y no se te ocurre pedir más que una morcilla? -Bueno, me he equivocado -dijo-.Mi elección ha sido desacertada. He cometido una gran falta: lo haré mejor la próxima vez. -Bueno, bueno -repuso ella-.Espérame sentado.¡Se necesita ser un animal para formular ese deseo! El esposo, llevado de la cólera, gritó: -¡Maldita sea la morcilla! ¡Quiera Dios que se te quede colgada de la nariz! Esta súplica, al instante, fue escuchada por el Cielo y, apenas el marido profirió sus palabras, la vara de morcilla se quedó pegada a su nariz. Este prodigio imprevisto irritó muchísimo a Fanchon. Fanchon era bonita, muy graciosa,y a decir verdad este adorno en su nariz no hacía buen efecto, salvo que al colgarle sobre la boca le impedía hablar, lo cual era una ventaja para su esposo, tan grande que en aquel feliz momento pensó no desear nada más. Ya podría-pensaba para sus adentros-, después de una desgracia tan horrible, con el deseo que me queda, convertirme de una vez en Rey. Desde luego, nada iguala la grandeza soberana, pero hay que pensar qué tristeza tendría la Reina cuando, al sentarse en su trono, se viera con la nariz más larga que una vara. Voy a ver qué dice y que decida ella si prefiere convertirse en una gran Princesa y conservar esa horrible nariz o quedarse de simple leñadora con la nariz corriente, como las demás personas, tal como la tenía antes de la desgracia.

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Al fin, a cosa bien examinada, aun sabiendo el poder que proporciona el cetro y que cuando se está coronada siempre se tiene la nariz bien hecha, ella prefirió conservar su cofia antes que hacerse Reina y ser fea. Así pues, el leñador no cambió de estado, no se convirtió en un potentado, no llenó su bolsa de escudos, pero fue feliz de emplear el deseo que le quedaba para volver a su mujer a su primitivo estado. Qué cierto es que los hombres miserables, ciegos, imprudentes y variables no deben formular deseo alguno, y qué pocos hay entre ellos capaces de hacer buen uso de los dones que Dios les ha concedido. Charles Perrault: Los deseos ridículos

2 El cuento más corto jamás escrito El último hombre del mundo está en su habitación. Llaman a la puerta. Frederic Brown

9. Determina el tipo de estructura, según el desarrollo de la acción, de los siguientes textos: 1 Gol Debía de faltar poco más de un minuto para que el árbitro señalara el final de la prórroga, y el cero a cero en marcador seguía negándole al equipo del viejo Panocha los puntos que necesitaba para ascender automáticamente a Primera División: fue entonces cuando la pelota, despejada de un patadón por alguno de sus compañeros y como llovida del cielo -nunca mejor dicho, porque estaba diluviando-,vino a caer en el fango que ocultaba las líneas del campo, justo en las cercanías de la que lo partía por la mitad, un territorio en el que Panocha vivaqueba desde hacía un par de temporadas con el permiso del entrenador: cada vez que, obligado por las lesiones o por las tarjetas, lo levantaba del banquillo, junto a la orden de quitarse el chándal el míster le concedía tácitamente la autorización para quedarse allá arriba:”Salga, Panocha. No le pido que corra, sólo le ruego que no se me siente”,eso le decía aquel cantamañanas convencido de que no existía ninguna diferencia entre la pizarra y es césped y de que los goles los metía él desde la banda con sus mocasines italianos. Pero Panocha no podía negar -al contrario, lo asumía- que si bajaba a defender su puerta luego no tenía resuello para subir a atacar la contraria, y él era -o había sido- eso que se llama un goleador nato. Todo lo que tengo que hacer -pensó Panocha, ya con el balón en los pies- es levantarlo, llevarlo hasta la puerta contraria, esperar la salida del portero, dejarlo tirado en un regate, y cuando esos comemierdas de las gradas empiecen a cantar gol, hacerles un corte de mangas o, mejor, enseñarles los huevos, y echar la pelota fuera con la patada de Charlot. Miró hacia atrás para calcular sus posibilidades de éxito: aunque los tacos se les quedaban clavados en el lodo, los jugadores rivales -todavía ante la portería del equipo de Panocha, a la que habían acudido para rematar un saque de esquina- no se iban a quedar mirando cómo él avanzaba hacia la de ellos, custodiada únicamente por el portero, y seguro que de alcanzarlo lo zancadillearían sin ningún miramiento, ¿a quién le iba a importar una tarjeta más o menos en el último partido de la temporada y con la prórroga dando las últimas boqueadas? Luego estaban sus propios compañeros, para quienes Panocha era un prescindible suplente sin ninguna autoridad: seguro que había más de un titular dispuesto a echar el bofe por la boca para llegar a su altura y exigirle que le cediera el honor y la gloria -con el consiguiente aumento de la fichade marcar aquel gol de oro.

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Mal nacidos. Pero a mí no me estropean el pasodoble, por la gloria de mi madre, pobrecita, con lo que pudo llorar aquella santa cada vez que volvía a casa con los zapatos rotos y las canillas llenas de cardenales. Y allí venían, dos, tres, cuatro y hasta seis de aquellos mal nacidos, inidentificables bajo la capa de barro que ocultaba sus rostros, sus números y hasta el color de sus camisetas, decididos a estropearle el pasodoble. Pero Panocha llevaba en el campo cinco minutos escasos, el entrenador lo había sacado con vistas a las tandas de penaltis -a balón parado prefería las serenidad del veterano a los nervios de los canteranos- y mientras que él conservaba impolutos el pantalón y la camiseta e intactas sus reservas físicas -que no eran muchas, cierto, pero que debían bastarle para llevar a cabo su proeza-,a los demás les pesaba en las piernas el cansancio acumulado a lo largo de las dos horas de partido, un encuentro que había salido bronco, pródigo en choques físicos, sin otras vías de solución que el patadón y tente tieso. Venga, Panochita, pica el pelotón y vamos a ajustarle las cuentas al fútbol y a la vida, que así se las ponían a fernandoséptimo. Y lo picó, con la puntera de la bota izquierda, que era la buena, saboreando ya su venganza. Qué estupidez, degustarla fría, mejor paladearla ardiendo, se iban a enterar de quién era Panocha directivos, entrenadores, jugadores, periodistas, hinchas, aficionados y miserables en general que lo habían utilizado, cada uno para sus propios fines, durante la tira de años que llevaba en el club, primero como promesa sin otra compensación que el placer de jugar, luego como figura esclavizada y mal pagada, al final como artrósico ejemplar de una especie a extinguir, estafado por los presidentes, humillado por los místeres, ninguneado por los compañeros, despreciado por los críticos, ridiculizado por el público, puteado por su propia mujer; porque la desgraciada, apenas intuyó el comienzo de su ocaso, se largó a Los Ángeles con un alero de baloncesto a poco de conocerlo en la fiesta que siguió a la concesión de unos premios al juego limpio. Al ferplei, como decían los mamones de la federación. Y yo, mientras aquel negro lleno de dientes me la bailaba,y cómo bailaba el tío, con lo alto que era, que la cabeza de Paquita le quedaba a la altura del ombligo cuando la abrazaba para bailar agarrados, y yo allí, en el borde de la piscina, bajito y escayolado, con el tendón de Aquiles hecho cisco tras una alevosa patada que me sacudieron por detrás.¡Toma ferplei, Panochita! El punterazo había desplazado el balón una veintena de metros, y ahora le esperaba amarado en un enorme charco. Parecía recién salido de una lavandería, y sin embargo, al darle la última patada, Panocha -que ya acezaba como un bulldog subiendo unas escaleras -lo sintió más pesado que en la primera, cosa verdaderamente extraña, pues en la primera, a pesar de estar rebozado en barro y con alguna pella de césped pegada a sus costuras, lo había encontrado más liviano y manejable que nunca, y en cambio ahora, aunque estaba limpio como una patena, tuvo la impresión de que pesaba lo que una sandía de tres o cuatro kilos. Y la imagen de la sandía le hizo sentir una sed de beduino, una sed que le obligó a levantar la cabeza y, sin dejar de correr, abrir la boca para beberse a tragos la lluvia. Como si pesa una arroba. La directiva, los accionistas, la marca patrocinadora, el nuevo entrenador y la madre que los parió se van a quedar con las ganas de echarme, que es lo primero que harían de subir a Primera, darme la libertad, como dicen ellos. A buenas horas, mangas verdes, la libertad me la debieron dar diez años atrás, cuando marcaba quince goles por temporada y el Madrid se interesó por mí. Esta vez el esférico -el esférico, eso también lo decían ellos- había recorrido una docena de metros, y Panocha lo alcanzó cuando empezaba a oír, todavía lejanos, los gritos del nueve, aquel turco en quien ahora tenía la afición puestas todas sus esperanzas y complacencias, y al que reconoció por el acento: -¡Pasa pelota, pasa pelota! Esta apañado: a menos de veinte metros de la puerta enemiga y con el indefenso portero como único obstáculo, Panocha no le habría cedido el balón ni por un carro de azafrán -que según su abuela era lo que más valía en el mundo- ni al iluso turco ni al mismísimo Maradona en la plenitud de sus facultades. Y superando el terrible ahoguío que amenazaba con asfixiarlo, le dio la tercera patada a la puñetera sandía -su peso debía de andar ahora por los diez o doce kilos, y su corazón, por los doscientos o trescientos latidos por minuto- y reemprendió la carrera convencido de que iba a reventar de un momento a otro. Tengo que llegar. Porque como llegue a la línea de meta y eche fuera el balón, la moral del equipo se va a quedar hecha una braga, los que lancen los penaltis los fallarán todos, y los tíos de la directiva, que cuando ganamos presumen de cargo fumando Montecristos en la

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televisión, esta noche tendrán que quedarse en casa llorando lágrimas de sangre. Que se jodan: eso les pasa por no haberme traspasado al Madrid. Sólo Panocha sabía todo lo que soñó a cuenta del Madrid y de Madrid: él ya había jugado en el Bernabéu contra el Castilla sin sentirse intimidado por su graderío: la conquista de la ciudad empezaba por exigir en el contrato un chalé en una buena zona residencial y el último modelo de BMW, que era un coche que le gustaba mucho; hasta se compró un plano para marcar con rotulador el itinerario de Majadahonda a Chamartín, y a todo el que iba a la capital del reino le pedía que le trajera la Guía del Ocio, para estar al tanto de las cosas. Pero los mangantes de su club lo engañaron: según ellos, un ojeador italiano se había puesto en contacto con el Presidente, Panochita no debía precipitarse, la Liga italiana era la mejor del mundo, cómo se iba a perder la dolce vita por ir a los sanisidros, donde estuvieran los espaguetis que se quitara el cocido madrileño, y en cuanto a las tías -que era lo más importante-,¿iba a comparar a las españolas con las italianas? Y así, cuando aquella entrada criminal me dejó sin meniscos ni ligamentos y me pasé un año en rehabilitación, ni dolce vita, ni sanisidros, ni espaguetis, ni cocido madrileño, ni pollas en vinagre. De la cal que marcaba los límites del área enemiga no quedaban rastros, pero Panocha, tras calcular que el balón se había clavado en el barrizal a la altura del ángulo derecho, con una mirada hacia atrás se cercioró de que sus perseguidores no tenían ninguna posibilidad de impedirle llevar a cabo lo que se proponía, y con las manos apoyadas en los muslos y el cuerpo echado hacia adelante dedicó unos segundos a regularizar el resuello; podía haber mandado ya la pelota a la grada de un voleón, pero aquello hubiera sido una chapuza. No, lo bueno era burlar al portero, y solo ya ante los tres palos, cortar de raíz el “¡goooooool!” de la hinchada tirando la bolita fuera en lugar de meterla dentro. Cabrones. Antes no me dejaban pagar en los bares y ahora desvían la mirada para no hablarme. Fulanos que entonces me ofrecían a sus hermanas, a sus novias y hasta a sus mujeres, hoy levantan el índice y el meñique para llamarme cornudo a mis espaldas. Había dejado de llover. La boca le sabía a cuchillo de cocina. Metió la puntera de la bota, siempre la izquierda, bajo la pelota, y la impulsó adelante un par de metros para cebar al portero, mientras volvía a oír la voz del turco, que, habituado a llamar a todo cristo en su macarrónico italiano, se desgañitaba todavía a la altura de la línea media rival, encabezando el tropel de perseguidores: -¡Undichi, undichi, dame la pelota, puta madre! Porque eso sí, las expresiones malsonantes, como decía el presidente del club -un meapilas de mucho cuidado que pretendía hacerles rezar el rosario en las concentraciones- era lo primero que aprendían los extranjeros. El sombrero le salió perfecto, y el portero, en su afán de revolverse, patinó y al perder pie quedó con la cara incrustada en el fango. Panocha, con todo el sosiego que le permitía su disnea, avanzó hacia la puerta contraria acompañado por los rugidos del público, y cuando estuvo a tres metros de la línea de meta se volvió hacia el palco presidencial en particular y hacia la afición en general, extendió su brazo derecho, con la mano izquierda se dio un golpe seco en el bíceps, y empinó el antebrazo contra el cielo; después, con mucha calma, elevó la pelota a la altura de su cadera, y con un displicente golpe de tacón la echó fuera justo en el instante en que se venía encima el montón de gente que había atravesado el campo persiguiéndole: -¡Goooooooool! El grito del público pilló al viejo y feliz Panocha de espaldas a la puerta. Cuando se volvió, perplejo, y vio el jodido esférico entre las mallas, ni siquiera pudo descargar su rabia en blasfemia, porque sus compañeros le cayeron encima para abrazarlo y besuquearlo. Qué malo eres, Panochita -se dijo, rompiendo a llorar. Pero mientras caía al suelo, aplastado por aquella masa de carne sudada y gozosa, en las gradas se alzó un himno: -¡Panocha, Panocha, Panocha es cojonudo, como Panocha no hay ninguno! Y sin dejar de llorar, el viejo Panocha, Panochita, empezó a derretirse... Rafael Azcona

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2 El rescate de Jefe Rojo Estábamos en el Sur, en Alabama -Bill y yo- cuando se nos ocurrió esa idea del secuestro. Se nos ocurrió, como lo expresó más tarde Bill,”en un momento de alucinación”,pero sólo lo descubrimos más tarde. Había allí un pueblo, romo como una torta y que naturalmente se llamaba Summit. Contenía habitantes del tipo de campesinado más inofensivo y satisfecho de sí mismo. Bill y yo teníamos un capital de uno seiscientos dólares, y sólo necesitábamos dos mil más para hacer un negocio fraudulento con unos terrenos en Western Illinois. Conversamos sobre el asunto en la escalinata del hotel. Un proyecto de secuestro debía ser más realizable allí que en el radio de los periódicos que envían reporteros para provocar conversaciones sobre esos temas. Nosotros sabíamos que en el pueblo de Summit sólo podían perseguirnos unos policías rurales y quizá unos melancólicos sabuesos y un par de diatribas en “El Presupuesto Semanal del Granjero”.De modo que aquello tenía buenas perspectivas. Elegimos por víctima al hijo único del destacado ciudadano Ebenezer Dorset. El padre era respetable y avaro, un severo y recto recaudador de óbolos con el platillo en la iglesia e implacable acreedor hipotecario. El hijo era un niño de diez años, con pecas en bajorrelieve y con cabello del color de la portada de la revista que uno compra en el quiosco cuando tiene que alcanzar el tren. Bill y yo calculamos que Ebenezer se ablandaría cuando pidiéramos un rescate de dos mil dólares y pagaría hasta el último centavo. Pero esperen a que les cuente. A unos tres kilómetros de Summit había una pequeña montaña, cubierta por un denso helechal. En la elevación posterior de aquélla, existía una cueva. Allí almacenamos víveres. Una tarde, después de la puesta de sol, pasamos en un carricoche frente a la casa del viejo Dorset. El chiquillo estaba en la calle y le tiraba piedras a un gatito encaramado sobre la cerca opuesta. -¡Eh, niño! -le dijo Bill-. ¿Te gustarían una bolsita de caramelos y un lindo paseo? El niño le acertó a Bill certeramente en el ojo con un trozo de ladrillo. -Eso le costará a tu viejo quinientos dólares extras -dijo Bill, trepando por la rueda. El niño nos ofreció resistencia digna de un oso peso mediano; pero finalmente lo depositamos sobre el piso del carricoche y nos alejamos. Lo llevamos a la cueva y até el carricoche en el helechal. Cuando anocheció, llevé el vehículo al pueblecito donde lo alquiláramos, situado a cinco kilómetros de distancia y volví a pie a la montaña. Bill estaba poniendo tafetán inglés sobre los arañazos y magulladuras de sus facciones. Detrás de la respetable roca existente a la entrada de la cueva ardía una hoguera y el niño cuidaba una marmita con café hirviente, y ostentaba dos plumas de cola de buharro en su roja cabellera. Apuntó un palo hacia mí al verme llegar y dijo: -¡Alto, maldito cara pálida! ¿Cómo te atreves a entrar en el campamento de Jefe Rojo, el terror de las llanuras? -Ahora está muy bien -dijo Bill, alzando sus pantalones y examinando varias magulladuras de sus piernas-.Estamos jugando a los indios. Comparadas con las nuestras, las hazañas de Búfalo Bill parecen postales de Palestina vistas en el ayuntamiento del pueblo. Yo soy el Viejo Hank, el trampero, cautivo del Jefe Rojo, y me arrancarán la cabellera al amanecer.¡Voto a Jerónimo! Este niño sabe dar buenas patadas. Sí, señor. Aquel chiquillo parecía divertirse en grande. La alegría de acampar en una cueva le había hecho olvidar que era un cautivo. Inmediatamente me bautizó con el nombre de Ojo de Serpiente, el Espía, y anunció que, cuando sus guerreros volvieran dela incursión contra los blancos, me cocinarían en la estaca a la salida del sol. Luego cenamos; y el niño se llenó la boca de tocino y pan y salsa y empezó a hablar. Su perorata, durante la cena, fue la siguiente: -Me gusta mucho esto. Nunca había acampado al aire libre, pero una vez tuve una zarigüeya y acabo de cumplir los nueve años. Odio la escuela. Las ratas se comieron dieciséis de los huevos moteados de gallina de la tía de Jimmy Talbot. ¿Hay indios de verdad en estos bosques? Quiero un poco más de salsa.¿Son los árboles al moverse los que hacen soplar el viento? Hemos tenido cinco cachorros.¿por qué es tan roja su nariz, Hank? Mi padre tiene muchísimo dinero.¿Están calientes las estrellas? El sábado le pegué dos veces a Ed Walker. No me gustan las niñas. Los sapos no se pueden atrapar sin una cuerda. ¿Hacen ruido los bueyes?¿Tienen ustedes camas para dormir en esta cueva? Amos Murray tiene seis dedos. El loro puede hablar, pero un mono o un pez no.

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Cada pocos minutos, el niño recordaba que era un fastidioso piel roja y tomaba su rifle de palo e iba de puntillas hasta la boca de la cueva para despistar a los batidores del odiado cara pálida. De vez en cuando profería un aullido de guerra que causaba escalofríos al Viejo Hank, el trampero. Aquel niño había aterrorizado a Bill desde el primer momento. -Jefe Rojo -le dije al niño-. ¿Te gustaría irte a casa? -¡Oh! ¿Para qué? -dijo el niño-.En casa no me divierto. Detesto la escuela. Me gusta acampar. Usted no me llevará a casa, Ojo de Serpiente...¿verdad? -Inmediatamente no -dije-.Nos quedaremos algún tiempo aquí,en la cueva. -¡Perfectamente! -dijo él-.Eso está bien. Nunca me había divertido tanto en mi vida. Nos fuimos a la cama alrededor de las once. Extendimos unas anchas mantas y cobertores y pusimos a Jefe Rojo entre nosotros. No temíamos que huyera. Nos tuvo desvelados durante tres horas levantándose de un salto y tendiendo la mano hacia su rifle y gritando:”¡Alerta!” en mis oídos y los de Bill, cuando el supuesto crujido de una ramita o el susurro de una hoja revelaban a su juvenil imaginación que se acercaba cautelosamente una banda de forajidos. Finalmente quedé sumido en un intranquilo sueño y soñé que me habían raptado y que un feroz pirata pelirrojo me había encadenado a un árbol. Al amanecer me despertó una serie de terribles aullidos de Bill. Aquellos no eran aullidos ni alaridos ni gritos ni vociferaciones como podría esperarse de un conjunto varonil de órganos vocales, sino unos gemidos simplemente indecorosos, terroríficos y humillantes, como los que emiten las mujeres al ver fantasmas u orugas. Es horrible oír a un hombre robusto, desesperado, gordo, que grita incesantemente en una cueva al amanecer. Me levanté de un salto para averiguar qué pasaba. Jefe Rojo estaba sentado sobre el pecho de Bill, con una sus manos metida en el cabello del mismo. En la otra tenía el afilado cuchillo que utilizábamos para cortar el jamón, y procuraba desprenderle el cuero cabelludo en forma realista y hábil, de acuerdo con la sentencia que había dictado la noche anterior. Le quité el cuchillo y lo obligué a acostarse de nuevo. Pero a partir de ese momento el espíritu de Bill estaba quebrantado. Se tendió sobre su lado del lecho, pero no volvió a cerrar un ojo para dormir mientras el niño estuvo con nosotros. Dormité un rato, pero cuando se acercaba el alba recordé que Jefe Rojo había dicho que me debían quemar en la hoguera al salir el sol. No me sentía nervioso ni temeroso, pero me senté y encendí mi pipa y me recosté contra una roca. -¿Por qué te has levantado tan temprano, Sam? -preguntó Bill. -¿Yo? -dije-.¡Oh, me duele el hombro! Pensé que levantándome se me aliviaría. -Mientes -dijo Bill-.Tienes miedo. Deben quemarte al amanecer y temes que él lo haga. Y lo haría, por lo demás, si encontrara un fósforo. ¿Verdad que es horrible, Sam? ¿Crees que alguien pagaría para que le devolvieran semejante monstruo? -Claro -dije-.Un chiquillo travieso como ése es precisamente lo que les causa chochera a los padres. Vamos, tú y el Jefe deben levantarse y preparar el desayuno, mientras yo subo a la cumbre de esa montaña y exploro el terreno. Subí a la cumbre de aquella pequeña elevación y paseé los ojos por la vecindad inmediata. En Summit esperaba ver a los robustos labradores del pueblo en plena recorrida por los campos, armados de guadañas y horquillas. Pero sólo vi un apacible paisaje, donde se destacaba un punto negro: un hombre que araba con una mula parda. Nadie rastreaba el arroyo; no había emisarios que se lanzaban acá y allá, llevándoles a los acongojados padres la noticia de que no había novedad. Aquel sector de la superficie externa de Alabama había adoptado una bucólica actitud de somnolencia.”Quizás no hayan descubierto aún que los lobos se han llevado del redil a ese tierno cordero -me dije-.¡Que el cielo ayude a los lobos!.Y bajé de la montaña para desayunar. Al llegar a la cueva encontré a Bill acorralado contra el flanco de aquélla, jadeante, y al niño tratando de golpearlo con una piedra del tamaño de un coco. -Me puso una patata caliente sobre la espalda y la aplastó con el pie -explicó Bill-.Y yo le propiné un golpe en las orejas.¿Tienes un revólver, Sam? Le quité la piedra al niño y traté de dar por terminada la discusión. -Ya me las pagarás -le dijo el niño a Bill-.Nadie le pegó nunca al Jefe Rojo sin pagarlo caro. ¡Tenga cuidado! Después del desayuno el niño sacó del bolsillo un trozo de cuero atado con cuerdas y salió de la cueva, mientras lo desataba. -¿Qué estará tramando ahora? -dijo ansiosamente Bill-.No creerás que piensa huir, Sam... ¿verdad?

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-Puedes estar tranquilo -dije-.Creo que no es muy afecto al hogar. Pero tenemos que trazarnos algún plan para el rescate. No parece reinar mucha excitación en Summit con motivo de su desaparición; quizás no hayan descubierto aún el secuestro. Posiblemente su familia crea que está pasando la noche en casa de su tía Jane o de algún vecino. De todos modos, hoy lo echará de menos. esta noche tenemos que hacerle llegar un mensaje a su padre exigiendo los dos mil dólares por su liberación. En ese preciso instante oímos una suerte de aullido guerrero, como el que habría lanzado David al derribar a Goliat. Jefe Rojo había sacado del bolsillo un honda y la estaba haciendo remolinear en torno de su cabeza. Hurté el cuerpo y oí un ruido sordo y una especie de suspiro de Bill, como el que deja escapar un caballo cuando le quitan la montura. Una piedra del tamaño de un huevo le había acertado detrás de la oreja izquierda. Todos los miembros de Bill se aflojaron y cayó en el fuego, atravesado sobre la sartén con agua caliente para fregar los platos. Lo saqué de allí a rastras y le vertí agua fría sobre la cabeza durante media hora. Poco a poco Bill se incorporó y se tanteó detrás de la oreja y dijo: -Sam... ¿sabes quién es mi personaje bíblico favorito? -No te alteres -dije-.Recobra la calma. -El rey Herodes -dijo Bill-.No pensarás irte y dejarme aquí solo con él... ¿verdad, Sam? Salí y atrapé al niño y lo zamarreé hasta que se le estremecieron las pecas. -Si no te portas bien te llevaré derechito a casa -dije. Vamos... ¿te portarás bien o no? -Lo hice por divertirme -dijo Jefe Rojo, hoscamente-.No me proponía lastimar al Viejo Hank. Pero...¿por qué me pegó él a mí? Me portaré bien si no me envías a casa, Ojo de Serpiente, y si me dejas jugar hoy con el Batidor Negro. -No conozco el juego -dije-.Eso debéis decidirlo tú y el señor Bill. Bill es tu compañero de juegos hoy. Yo estaré ausente durante algún tiempo, por negocios. Vamos, entra en la cueva y reconcíliate con él y dile que lamentas haberle lastimado o te vas a casa inmediatamente. Conseguí que el niño y Bill se dieran la mano y me llevé aparte a Bill y le dije que me iba a Poplar Grove, un pueblecito situado a unos cinco kilómetros de la cueva para averiguar todo lo posible sobre la repercusión del rapto en Summit. Asimismo, me pareció que lo mejor era enviarle ese mismo día una carta al viejo Dorset, exigiéndole el rescate y explicándole cómo debía pagarlo. -Sam, no te he abandonado durante terremotos, incendios e inundaciones...durante partidas de póker, explosiones de dinamita, incursiones policiales, asaltos de trenes y ciclones. Nunca perdí el coraje hasta que secuestramos a este chiquillo, que parece un cohete con dos piernas. Me está enloqueciendo. No me dejarás mucho tiempo con él... ¿verdad, Sam? -Volveré esta tarde -dije-.Debes entretenerlo y conseguir que se esté quietecito hasta que yo vuelva.Y ahora,le escribiremos la carta al viejo Dorset. Bill y yo nos agenciamos papel y un lápiz y trabajamos en la carta mientras Jefe Rojo, arrebujado en una manta, se paseaba pavoneándose, protegiendo la boca de la cueva. Bill me rogó, con lágrimas en los ojos, que pidiera mil quinientos dólares de rescate en vez de dos mil. -No pretendo degradar el celebrado aspecto moral del afecto paterno -dijo-.Pero tenemos que vérnoslas con seres humanos y no es humano que alguien dé dos mil dólares por ese pedazo de fiera con pecas. Estoy dispuesto a correr el riesgo de los mil quinientos dólares. Puesde cargarme la diferencia. De modo que para aliviar a Bill accedí y redactamos en colaboración una carta que decía lo siguiente: “Sr.Ebenezer Dorset: Tenemos oculto a su hijo en un lugar lejano de Summit. Es inútil que usted o los más hábiles detectives traten de hallarlo. Categóricamente las únicas condiciones para que se lo devolvamos son las siguientes: exigimos mil quinientos dólares en billetes grandes por la restitución del niño; el dinero deberá ser dejado a medianoche de hoy en el mismo sitio y la misma caja en que me dejará usted su respuesta...según se explica más adelante. Si consiente en esas condiciones envíenos su respuesta por escrito mediante un emisario que deberá venir solo esta noche, a las ocho y media. Después de cruzar el Arroyo del Búho, en el camino de Poplar Grove, hay tres grandes árboles separados por un centenar de metros, próximos a la cerca del trigal que está a la derecha. Al pie del pilar de la cerca, frente al tercer árbol, hallará una pequeña caja de cartón. El emisario pondrá la respuesta en esa caja y volverá inmediatamente a Summit.

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Si intenta traicionarnos o no cumple con nuestra exigencia, no volverá a ver al niño. Si paga el dinero como se lo exigimos, el niño le será devuelto sano y salvo a las tres horas. Estas condiciones son nuestra última palabra y si no accede a ellas no intentaremos volver a comunicarnos con usted. DOS HOMBRES RESUELTOS A TODO.” Le puse a la carta la dirección de Dorset y me la guardé en el bolsillo. Cuando me disponía a marcharme, se me acercó el niño y me dijo: -Oiga, Ojo de Serpiente. Usted me dijo que yo podría jugar al Batidor Negro durante su ausencia. -Claro que puedes hacerlo -respondí-.El señor Bill jugará contigo.¿Qué juego es ése? -Yo soy el Batidor Negro -dijo Jefe Rojo-.Y tengo que cabalgar hasta la empalizada para advertir a los colonos que se acercan los indios. Estoy cansado de hacer el papel de indio. Quiero ser el Batidor Negro. -Perfectamente -dije-.Eso me parece inofensivo. Creo que el señor Bill te ayudará a ahuyentar a esos fastidiosos salvajes. -¿Qué debo hacer? -preguntó Bill, mirando al niño con aire desconfiado. -Usted es el caballo -dijo el Batidor Negro-.Póngase sobre las manos y las rodillas. ¿Cómo puedo cabalgar hasta la empalizada sin un caballo? -Más vale que lo entretengas hasta que el plan esté en marcha -le dije-.Tírate al suelo. Bill se apoyó sobre las manos y los pies y a sus ojos asomó el fulgor de los de un conejo cuando lo apresan en una trampa. -¿A qué distancia está la empalizada, hijo? -dijo,con voz algo ronca. -A ciento treinta y cinco kilómetros -replicó el Batidor Negro-.Y es necesario que se de prisa para llegar a tiempo.¡Vamos, arre! -Por amor de Dios, Sam, vuelve lo más pronto posible -dijo Bill-. Ojalá sólo hubiésemos pedido mil dólares de rescate. Oye, basta de darme patadas o me levanto y te caliento. Fui andando hasta Poplar Grove y estuve sentado un rato en el correo y en el almacén, charlando con los paisanos que venían a hacer sus compras. Un barbudo declaró haber oído decir que en todo el pueblo de Summit reinaba un gran revuelo porque al viejo Ebenezer Dorset se le había perdido su hijo o lo habían secuestrado. Esto era todo lo que quería saber. Compré un poco de tabaco, aludí negligentemente al precio de los guisantes, dejé subrepticiamente mi carta en el correo y me fui. El jefe de correos me había dicho que el cartero vendría al cabo de una hora para llevar la correspondencia a Summit. Cuando volví a la cueva, Bill y el niño no aparecían por ninguna parte. Exploré la vecindad y arriesgué un par de llamadas modulándolas a la manera tirolesa, pero no hubo respuesta. De modo que encendí mi pipa y me senté sobre un banco cubierto de musgo para esperar los acontecimientos. A la media hora oí crujir los arbustos y Bill salió tambaleándose al claro que había delante de la cueva. Detrás de él iba el niño con pasos silenciosos como los de un batidor y sonriendo a toda boca. Bill se detuvo, se quitó el sombrero y se secó el rostro con un pañuelo rojo. El niño se detuvo a unos tres metros de él. -Sam -dijo Bill-. Supongo que me creerás un renegado, pero no puedo remediarlo. Soy un adulto de tendencias masculinas y hábitos de autodefensa, pero llega un momento en que todos los sistemas de egolatría y predominio fracasan. El niño se ha ido. Lo envié a su casa. Todo ha terminado. En la antigüedad hubo mártires que prefirieron la muerte a renunciar al trabajo de que vivían. Ninguno de ellos fue sometido a torturas tan sobrenaturales como yo. Traté de ser fiel a nuestros reglamentos de depredación; pero todo tiene un límite. -¿Qué ha pasado, Bill? -le pregunté. -Tuve que recorrer como un caballo los ciento treinta y cinco kilómetros que mediaban hasta la empalizada -dijo Bill-.Ni una pulgada menos. Me dieron avena. La arena no es un sucedáneo agradable de la avena. Y luego, durante una hora, tuve que explicarle por qué no había nada en los agujeros, cómo se podía ir hacia ambas direcciones por una misma carretera y por qué es verde la hierba. Te aseguro, Sam, que la resistencia humana tiene su límite. Lo así del cuello y lo arrastré cuesta abajo. Por el camino, con sus patadas, me dejó amoratadas las piernas de las rodillas para abajo; y tengo que desinfectar dos o tres mordeduras en mi pulgar y mi mano.

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-Pero ahora se ha ido...y ha vuelto a su casa -prosiguió Bill-.Le indiqué el camino a Summit y lo aproximé unos tres metros a la carretera de un puntapié. Lamento que perdamos el rescate, pero de no haber obrado así Bill Driscoll habría acabado en el manicomio. Bill estaba jadeando y resoplando, pero en sus rosadas facciones había una expresión de inefable paz y creciente satisfacción. -Bill -dije-. ¿No hay quien sufra del corazón en tu familia? -No -respondió Bill-.Los míos no tienen más enfermedad crónica que la malaria y los accidentes. ¿Por qué? -Entonces, puedes volverte y mirar lo que está detrás de ti -dije. Bill se volvió, vio al niño, palideció, se desplomó en el suelo como una masa inerte y comenzó a arrancar sin objeto puñados de hierba y a recoger ramitas. Durante una hora temí por su equilibrio mental. Y luego le dije que me proponía poner en práctica inmediatamente mi plan y que cobraríamos el rescate y nos marcharíamos a medianoche si el viejo Dorset aceptaba nuestra proposición. De modo que Bill cobró ánimos, lo suficiente para sonreír débilmente al niño y para prometerle que haría el papel de ruso en una guerra rusojaponesa con él apenas se sintiera algo mejor. Yo tenía un plan para cobrar el rescate sin correr el peligro de verme sorprendido por contramedidas: un plan recomendable para los secuestradores profesionales. El árbol al pie del cual debían dejarme la respuesta -y más tarde el dinero- estaba próximo a la cerca y rodeado por grandes campos pelados. Si una cuadrilla de policías acechaba al que viniese a buscar la misiva, podrían verlo desde lejos, al cruzar los campos o en la carretera.¡Pues no, señor! A las ocho y media yo estaba encaramado en ese árbol y tan bien oculto como una rana arbórea, esperando la llegada del emisario. A la hora exacta un muchacho llegó por la carretera en bicicleta, localizó la caja de cartón al pie del pilar de la cerca, deslizó en ella un trozo de papel doblado y continuó su pedaleo de vuelta a Summit. Esperé una hora y llegué a la conclusión de que procedían lealmente con nosotros. Bajé del árbol, saqué la carta, me escurrí a lo largo de la cerca hasta los bosques y volví a la cueva a la media hora. Abrí la carta, me acerqué la linterna y se la leí a Bill. La misiva estaba escrita con letra desigual e irregular, expresando en suma lo siguiente: “A dos hombres resueltos a todo: Caballeros: Acabo de recibir por correo la carta que me han enviado, en la que se refieren al rescate pedido por la devolución de mi hijo. Creo que sus pretensiones son algo exageradas y por lo tanto les hago una contrapropuesta,que me inclino a creer aceptarán. Tráiganme a Johnny a casa y páguenme doscientos cincuenta dólares en efectivo, y consiento en recibirlo. Más vale que vengan de noche, porque los vecinos creen que el niño se ha perdido y no respondo de lo que podrían hacerle a cualquiera que viesen trayéndolo. Muy respetuosamente los saluda EBENEZER DORSET.” -¡Voto a los piratas de Penzance! -dije-.Jamás se vio una insolencia más... Pero miré rápidamente a Bill y vacilé. En sus ojos se leía el aire más suplicante que yo había visto en el rostro de un bruto, ya sea mudo o hablador. -Sam -dijo-. ¿Qué son doscientos cincuenta dólares, después de todo? Tenemos ese dinero. Una noche más con ese niño me enviará al manicomio. Creo que el señor Dorset, además de ser un perfecto caballero, es un manirroto al hacernos una oferta tan generosa. Tú no dejarás pasar esta oportunidad...¿no es así? -Para serte franco, Bill,ese corderito me irrita también los nervios -dije-Lo llevaremos a casa, pagaremos el rescate y nos iremos. Esa noche lo llevamos a su casa. Conseguimos que viniese con nosotros diciéndole que su padre le había comprado una escopeta engastada en plata y un par de mocasines y que cazaríamos al día siguiente. Eran las doce en punto cuando llamamos a la puerta de Ebenezer. En el preciso instante en que yo debía estar sacando los mil quinientos dólares de la caja puesta al pie del árbol, de acuerdo con la proposición primitiva, Bill estaba contando los doscientos cincuenta dólares y entregándoselos a Dorset.

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Cuando el niño descubrió que pensábamos dejarlo en su casa, empezó a aullar desaforadamente y se aferró como una sanguijuela a la pierna de Bill. Su padre lo desprendió gradualmente de su soporte, como a un parche. -¿Durante cuánto tiempo podrá tenerlo sujeto? -preguntó Bill. -No soy tan fuerte como antaño, pero creo poder prometerles diez minutos -dijo el viejo Dorset. -Con eso bastará -dijo Bill-.En diez minutos soy capaz de cruzar los estados del centro, del Sur y del Norte y correr hacia la frontera del Canadá. Y, a pesar de la oscuridad y de la gordura de Bill, y aunque soy un buen andarín, mi compañero ya estaba a unos dos kilómetros de Summit cuando logré alcanzarlo. O´Henry: El alegre mes de mayo y otros cuentos 3 El asesino concienzudo Buenos días, señora. Perdone que la moleste. Vengo de parte de M.Durand. ¿Puedo pasar? ...No exactamente un amigo...Sí, si usted quiere, tenemos una relación comercial. M.Durand me ha hecho un pequeño encargo... Fernand. Me llamo Fernand. ¿Que me siente? Muchas gracias. Es usted muy amable. Tal vez será mejor que permanezca de pie. Tengo... ¿como diría yo? Tengo que presentarle mis excusas. Sí. Todo esto es un truco. Un truco para entrar en su casa. Representante, usted ha dicho la palabra exacta. ¡Oh! Sí, me falta...Me atrevería a decir, si no temiera entregarme a un juego de palabras indigno de usted y de mí, que me falta...seguridad. ¡Vaya! Es usted muy sutil, señora.¡Es cierto! No le he dicho nada y ha adivinado usted, sin más ni más, que pertenezco al ramo de seguros... No señora, no hay que hablar antes de saber... Quiero insistir.... Si la molesto demasiado...Si abuso de su tiempo... Bueno, como usted quiera...Pero es una lástima. Especialmente para mí. En fin, qué le vamos a hacer. Voy a ponerme a buscar en otro lugar. ¡Sí! Esta noche van a ponerme de patitas en la calle. El patrono me ha dicho: ”Fernand, no soy un filántropo. Si vuelves con las manos vacías, vas a la calle.” ¡Eso es lo que me ha dicho! ¿Dice usted que encontraré otra cosa? Para mí va a ser difícil. Hace algún tiempo tuve ciertas dificultades... No, no, señora, hace usted eso por lástima, y no quisiera... ¿Direcciones’ ¡Oh!¡Es usted muy amable! Sí, voy a anotarlas. Perdón. Mi cuaderno, mi lápiz...Un amigo que quiere comprar un automóvil, de acuerdo...Fíjese, el seguro de automóviles...Francamente,¿no le atrae a usted el seguro de vida? ¿No? ¿Contra incendios? ¿Contra las inundaciones? Sí, evidentemente,en el cuarto piso... ¿Contra los temblores de tierra?¿Contra el robo? ¿No está usted asegurada contra el robo? Es una equivocación, una gran equivocación. Resulta muy fácil entrar en este piso .¡La prueba es que yo estoy en él! Sí, evidentemente, es usted quien me ha abierto la puerta. Pero fíjese en la puerta...Una llave, un cerrojo...En una palabra, algo sumamente...¿como diría yo?...,sumamente rudimentario. Vamos a hacer una pequeña prueba. Cierre usted la puerta. Sí, con la llave y con el cerrojo. Ahora esconda la llave en cualquier parte. Donde usted quiera. Sí, en ese cajón por ejemplo. Bien. En principio pues, nadie puede entrar ahora en su casa. Paciencia. No se precipite usted. Pasemos a la ventana. ¡Oh! El cuarto piso, para un ladrón...

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¿No hay más entradas de servicio? Sí, he comprendido perfectamente. No hay más que esta puerta, y está cerrada. Y sin embargo, señora, voy a demostrarle, dentro de unos instantes, cómo puede introducirse en su casa un malhechor, a pesar de sus precauciones, que me atrevo a calificar, por así decirlo, de...ridículas. Alguien ha conseguido entrar aquí, un ladrón, o incluso,¿por qué no?,un asesino. ¿Prefiere usted el ladrón? Evidentemente, usted no prefiere a ninguno de los dos...Pero, de todos modos, permítame formularle una pregunta.¿Qué haría usted si se encontrase súbitamente en presencia de un individuo de esa especie? Sí, pero...¿acaso oirían sus gritos? Por la noche sí. Pero,¿y durante el día? Sus gritos quedarían ahogados por el ruido de la calle. Pues sí, señora, hay malhechores que entran en las casas en pleno día. Sí, señora, yo conozco a uno de ellos. Pues sí, se le deja entrar. Se hace pasar por...va usted a reírse, señora...POR UN AGENTE DE SEGUROS. ¿Salir? ¿Cómo quiere usted que salga? La puerta está cerrada, y la ventana, en un cuarto piso... ¿Gritar? Por mi gusto gritaría ,pero acaba usted de decirme que nadie me oiría. Vamos a ver. Ahora, señora, hablemos poco pero hablemos bien. Esto, como usted ve, es un revólver. Un revólver provisto de silenciador. ¡La cruzada contra el ruido, señora!¡Siempre llevo un silenciador en mi revólver! ¿En el cajón del secreter? Sí...a decir verdad, señora ,no he venido en busca de sus joyas. Soy un asesino. Un asesino a sueldo. M.Durand me ha dado un millón para que la quite a usted de en medio. ¡No, señora, no bromeo! Nunca bromeo cuando estoy de servicio...Soy demasiado concienzudo para permitírmelo. ¡Le aseguro que sí, señora!¡Estoy aquí para asesinarla!¿No quiere usted creerme? ¡No quiere creerme!¡Estoy aquí, le meto mi revólver bajo la nariz, y no quiere creerme! ¿No tengo aspecto de asesino? ¡Ah! Es usted muy testaruda...¿Necesita usted una prueba?¿Sí? ¡Pues bien, aquí la tiene! ...¡No quería creerme! ¡Por fin se habrá convencido! Vaya, el teléfono. Será mejor que conteste. El teléfono hace mucho ruido.¿Diga? ¿Quién? No ,ha marcado usted mal el número. ¡Bueno!¡Bueno, bueno, bueno! Un millón ganado honradamente... ¡Ah, sí! Las joyas, en el cajón. Pero eso no está en el contrato. Me pregunto si tengo derecho a llevármelas... En realidad, puesto que tengo el teléfono a mano... ¿Oiga? ¿M.Durand? No, deseo hablar personalmente con M.Durand. De parte de Fernand. Él ya me conoce. Gracias, esperaré. ¿Oiga? ¿Es M.Durand? Aquí Fernand. Dígame, M.Durand, quisiera hacerle una pregunta. Verá. Usted me ha entregado un millón para liquidar a su esposa,¿no es cierto? Sólo que, verá,...un millón...¿cómo diría yo?... ¿Chantaje? ¿Por quién me ha tomado usted? No lo que quería preguntarle...Las joyas...Podría llevármelas como una prima ,puesto que hay que hacer creer en un robo... Están aquí ,en el cajón, al lado del teléfono. ¡Naturalmente que le telefoneo desde su casa! ...No, pero...No se precipite usted. Comprendo que esté usted impresionado, ya que no lleva quince años en el oficio, como yo... ¿Cómo? ¿Que no tiene usted teléfono? ...Espere, no se precipite...Sí, el cuarto a la izquierda. A la izquierda saliendo del ascensor. No, pero déjeme que le explique. Padezco de asma ,¿sabe? Y cuatro pisos para mí... Mucho más teniendo en cuenta que al llegar arriba tengo que encontrarme en forma... Sí, le oigo perfectamente. Subiendo por la escalera, la izquierda se convierte en la derecha y la derecha se convierte... Pero... ¡No se precipite! Le dije a esa señora que venía de parte suya y no le sorprendió... ¿Quién? ¿SU AMANTE? La que le dijo a usted que me pagara por... Un momento, espere... Sí rubia. Ahora, con la sangre ,parece más bien pelirroja...

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Pero no se... ¡Ha colgado! ¡Vaya una equivocación!¡Después de quince años de oficio!¡Es la primera vez que me sucede una cosa así! ¡Me entrega un millón para que liquide a su esposa, y me equivoco de puerta! Sí. No perdamos tiempo. Las huellas digitales, sobre el teléfono, mi pañuelo, la llave...en el cajón... Y ahora tendré que devolver el millón. ¡No soy un ladrón! A menos que... En el fondo, una equivocación puede enmendarse.¡Sólo tengo que cruzar el rellano! Evidentemente. Dado que el ascensor está empotrado en la pared, enfrente de la escalera, la izquierda se convierte en la derecha ,y la derecha... ¡Bueno, bueno, bueno! Llamo a la puerta. Buenos días, señora ,¿es usted Mme.Durand? ¿Mme.Durand en persona? Perdóneme que insista. No tardará en comprender los motivos que tengo para hacerlo. Vengo de parte de su marido.¿Puedo pasar? André Picot

10. ¿Es abierta o cerrada la estructura de los siguientes textos? 1 La rosa de Paracelso En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra. El maestro fue el primero que habló. -Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-.No recuerdo la tuya.¿Quién eres y qué deseas de mí? -Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-.Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes. Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó. Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo: -Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa nunca serás mi discípulo. -El oro no me importa -respondió el otro-.Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra. Paracelso dijo con lentitud: -El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta. El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta: -Pero, ¿hay una meta? Paracelso se rió. -Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no, y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que hay un Camino. Hubo un silencio, y dijo el otro: -Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.

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-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso. -Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo. Habían empezado hablando en latín; ahora,en alemán. El muchacho elevó en el aire la rosa. -Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de las cenizas, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y después te daré mi vida entera. -Eres muy crédulo -dijo el maestro-.No he menester de la credulidad; exijo la fe. El otro insistió. -Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa. Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella. -Eres crédulo -dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla? -Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo. -Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada?¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba? -No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal. Paracelso se había puesto en pie. -¿En qué otro sitio estamos?¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso?¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso? -Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo. -Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-.Si arrojamos esta rosa a las brasas creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo. -¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-.El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques.¿Qué harías para que resurgiera? Paracelso le miró con tristeza. -El atanor está apagado -repitió- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos. -No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad. -Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala. El discípulo dijo con frialdad: -Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa..No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo. Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo: -Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas. Deja, pues, la rosa. El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo: -Además,¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio?¿Qué has hecho para merecer semejante don? El otro replicó, tembloroso: -Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos. Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro. Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza: -Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será. El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas. Se arrodilló, y le dijo: -he obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.

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Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco.¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie? Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse. Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió. J.L.Borges: Veinticinco de agosto 1893 y otros cuentos

2 ¿La dama o el tigre? Cuando un súbdito era acusado de un crimen de suficiente importancia para interesar al rey, se anunciaba públicamente que, en un día señalado, la suerte de la persona acusada se decidiría en la arena del rey. Reunido ya todo el pueblo en las galerías, el rey, rodeado de su corte y sentado en su alto trono, hacía una señal, se abría una puerta bajo él y el acusado salía al anfiteatro. Enfrente, al lado opuesto del recinto, había dos puertas exactamente iguales y contiguas. Era deber y privilegio del sujeto a quien se juzgaba dirigirse a aquellas puertas y abrir una de ellas. Podría abrir la puerta que quisiera: no estaba sometido a ninguna guía ni influencia; sólo dependía del imparcial e incorruptible azar. Si abría una de las puertas, salía de ella un tigre hambriento, el más fiero y cruel que se había podido encontrar, el cual inmediatamente saltaba sobre él y lo destrozaba, en castigo a su culpa. En el momento en que así quedaba decidida la causa del criminal, doblaban fúnebres campanas de hierro, se elevaban grandes lamentaciones proferidas por los plañideros alquilados que se habían apostado el exterior de la arena y el vasto público, con las cabezas inclinadas y los corazones llenos de pesadumbre, tomaba lentamente el camino de sus casas, doliéndose profundamente de que alguien tan joven y hermoso, o tan viejo y respetado, hubiera merecido tan horrenda suerte. Pero si el acusado abría la otra puerta, salía por ella una dama, la más adecuada a sus años y posición que Su Majestad había podido elegir entre sus hermosas vasallas, y a esa dama era unido en matrimonio inmediatamente, como recompensa a su inocencia. No importaba que el acusado tuviera ya esposa y familia, o que sus sentimientos estuvieran comprometidos a la persona de su propia elección: el rey no permitía que tales arreglos de importancia secundaria interfirieran en su grandioso plan de retribución y premio. La ceremonia tenía lugar inmediatamente, en la arena. Debajo del rey se abría otra puerta y un sacerdote, seguido por una banda de cantantes y danzarines que tocaban alegres melodías en cuernos de oro, avanzaba hacia la pareja, que estaba de pie, uno al lado de otro; y la boda se celebraba rápida y gozosamente. Entonces, las alegres campanas de bronce empezaban a doblar al vuelo, en repiques festivos, el pueblo profería gozosos vítores y el inocente, precedido por niños que esparcían flores a su paso, llevaba a la novia a su casa. Ése era el método por el que aquel rey semibárbaro administraba justicia. Obvia es su perfecta equidad. El criminal no podía saber por cuál de las puertas saldría la dama; abría la que quería, sin tener la más leve idea de si, en el instante que seguiría, iba a ser devorado o casado. En unas ocasiones el tigre salía de una puerta, en otras ocasiones salía de otra. Las decisiones de aquel tribunal no solamente eran justas, sino efectivas: el acusado recibía instantáneamente el castigo su resultaba culpables; y si era inocente allí mismo era recompensado, le gustase o no. No había manera de escapar a los juicios de la arena del rey. La institución era muy popular. Cuando el pueblo se agolpaba el día de uno de los grandes juicios, no sabía nunca si iba a presenciar un espectáculo sanguinario o una boda regocijante. Ese elemento de incertidumbre prestaba al acto un interés que de otra manera no hubiera tenido. De este modo las masas se divertían y quedaban satisfechas, y la gente capaz de pensar no podía tildar de injusto el procedimiento, pues ¿no tenía el acusado en sus propias manos toda la solución del asunto?

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Aquel rey semibárbaro tenía una hija tan lozana como sus más floridas fantasías y con una lama tan ardiente e imperiosa como la suya. Como suele suceder es tales casos, la hija era para él como las niñas de sus ojos y la amaba por encima de todo lo del mundo. Entre sus cortesanos había un joven con aquella nobleza de sangre y baja posición que son comunes a todos los héroes convencionales de las historias románticas que se enamoran de las reales doncellas. Aquella real doncella estaba muy satisfecha de su enamorado, porque era hermoso y valiente hasta un punto no superado en todo el reino; y lo amaba con un ardor suficientemente bárbaro para hacer excesivos su fuego y su fuerza. Aquellos amores se desarrollaron felizmente durante muchos meses, hasta que un día el rey descubrió su existencia. No dudó ni vaciló sobre su deber en aquel caso. El joven fue inmediatamente encarcelado, y señalóse un día para su juicio en la arena del rey. Por supuesto, era una ocasión especialmente importante y Su Majestad, así como todo el pueblo, estaba enormemente interesado por el desarrollo de aquel juicio. Nunca, hasta entonces, se había presentado un caso como aquél; nunca, hasta entonces, un súbdito había osado amara a la hija de un rey. Las jaulas de tigres del reino fueron examinadas para buscar las bestias más salvajes y más bravas, entre las que sería elegido el monstruo más feroz, destinado a la arena; y jueces competentes observaban las filas de jóvenes y hermosas doncellas de todo el país con el fin de que el joven tuviera una desposada digna de él en caso de que el azar no le reservara una suerte distinta. Naturalmente, todo el mundo sabía que el acusado era, efectivamente, culpable del acto que se le imputaba. Había amado a la princesa, y ni él, ni ella, ni nadie pensaba en negarlo. Pero el rey no estaba dispuesto a que un hecho de esta clase interfiriera en el funcionamiento del tribunal que le proporcionaba tanto deleite y satisfacción. Cualquiera que fuese el resultado, el joven se quitaría de en medio; y el rey gozaría de un placer estético al contemplar el curso de los acontecimientos que determinaría si el joven había obrado mal o no al permitirse amar a la princesa. Llegó el día señalado. La gente acudió de cerca y de lejos y llenó las grandes galerías de la arena; y una multitud que no pudo entrar se apretujaba contra los muros exteriores. El rey y su corte ocupaba sus lugares, rente a las puertas gemelas..., los fatídicos portales, tan terribles en su similitud. Todo estaba dispuesto, La señal fue dada. Se abrió una puerta bajo el grupo real y el amante de la princesa salió a la arena. Alto, gallardo, hermoso, su aparición fue recibida con un sordo murmullo de admiración y ansiedad. La mitad del público ignoraba que un joven tan espléndido viviera entre ellos.¡No era extraño que la princesa lo amara!¡Qué cosa tan terrible había de ser para él encontrarse allí! Mientras avanzaba por la arena, el joven, e acuerdo con la costumbre, se volvió para hacer una reverencia al rey. Pero no pensaba en absoluto en aquel real personaje..., sino que sus ojos estaban fijos en la princesa, sentada a la derecha de su padre. A no haber sido por la parte bárbara de su naturaleza, es probable que aquella dama no se encontrase allí; pero su alma intensa y férvida no le había permitido estar ausente de un acto que le interesaba de un modo tan terrible. Desde el momento en que se había publicado el decreto de que el destino de su amante se decidiría en la arena del rey ,no había pensado en nada más, día y noche, que en aquel gran suceso y en las diversas cuestiones con él relacionadas. Disponiendo de mayor poder, influencia y fuerza de carácter que nadie de los que anteriormente habían estado interesados en semejante caso, hizo lo que nadie más había podido hacer: posesionarse del secreto de las puertas. Sabía en cuál de aquellos dos recintos estaba la jaula del tigre, con la parte anterior abierta, y en cuál de ellos esperaba la dama. A través de aquellas gruesas puertas forradas de pieles por la parte interior, era imposible que ruido ni indicio llegara desde dentro hasta la persona que se acercaría para levantar el cerrojo de una de ellas; pero el oro y el poder de una voluntad femenina había rendido el secreto a la princesa. Y no solamente sabía en qué recinto estaba la dama dispuesta a surgir, ruborosa y radiante, si su puerta se abría, sino que sabía también quién era la dama. Era una de las más bellas y encantadoras damiselas de la corte la que había sido elegida para recompensar al joven acusado en el caso de que se probara su inocencia del crimen de aspirar a una mujer situada tan por encima de él, y la princesa la odiaba. Con frecuencia había visto, o había imaginado ver, que aquella hermosa criatura dirigía miradas de admiración a la persona de su amante, y alguna vez creyó que aquellas miradas eran percibidas y hasta correspondidas por él. En algunas ocasiones los había sorprendido conversando. Sólo habían hablado durante unos momentos, pero mucho puede decirse en breve tiempo; quizá se habían referido a cualquier

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tema trivial, pero ¿cómo podía ella saberlo? La muchacha era encantadora, pero se había atrevido a levantar los ojos hacia el amado de la princesa y ésta, con toda la intensidad de la sangre salvaje que le habían transmitido numerosas generaciones de antepasados absolutamente bárbaros, odiaba a la mujer que ser ruborizaba y temblaba tras aquella puerta silenciosa. Cuando el amante se volvió y la miró, y sus ojos se encontraron con los de ella, que estaba más pálida y blanca que nadie en el vasto océano de rostros ansiosos que la rodeaba, comprendió, por ese poder de percepción rápida que es dado a aquellos cuyas almas se funden en una sola, que ella sabía detrás de qué puerta se agazapaba el tigre y detrás de cuál de ellas estaba la dama. Es lo que él había esperado. Comprendía el carácter de la princesa y su alma tenía la seguridad de que ella no descansaría hasta poseer el secreto oculto a todos los demás espectadores, incluso el rey. La única esperanza del joven con algún contenido de certeza se basaba en el éxito de la princesa en el descubrimiento de aquel misterio; y en el momento de mirarla, vio que lo había logrado, como sabía él, en el fondo de su alma, que lo lograría. Entonces su rápida y ansiosa mirada preguntó: ¿Cuál? Para ella fue tan claro como si el joven hubiese gritado la pregunta desde donde estaba. No había un instante que perder. Él hizo la pregunta como un relámpago; debía ser contestada con la misma brevedad. Su brazo derecho se apoyaba sobre el parapeto, ante ella. Levantó la mano e hizo un ligero y rápido movimiento hacia la derecha. Nadie más que su amante lo vio. Todos los ojos estaban fijos en el hombre que había aparecido en la arena. El joven se volvió y, con paso firme y rápido, atravesó el espacio vacío. Todos los corazones dejaron de latir, todas las respiraciones se retuvieron, todas las miradas estaban fijas e inmóviles sobre aquel hombre. Sin la más ligera vacilación, el joven dirigióse a la puerta de la derecha y la abrió. Ahora, el punto culminante de la historia es:¿salió de aquella puerta la dama o el tigre? Cuanto más reflexionamos sobre la cuestión, más difícil nos resulta responder a la pregunta. Ello requiere un estudio del corazón que nos conduce a un intrincado laberinto de pasión cuyo camino de salida no es fácil encontrar. Piensa en ello, lector leal, no como si decisión dependiera de ti, sino de esa princesa semibárbara de sangre ardiente, con el alma al rojo vivo bajo los fuegos combinados de la desesperación y de los celos. Ella había perdido a su amante,pero ¿quién lo tendría? ¡Cuántas veces, en sus horas de vela y en sus sueños, se había sobresaltado de horror y se había cubierto el rostro con las manos, al imaginar a su amado abriendo la puerta al otro lado de la cual esperaban las crueles fauces del tigre! ¡Pero cuánto más a menudo lo había visto a la otra puerta!¡Cómo había rechinado los dientes y se había tirado de los pelos, en sus dolorosos sueños, al ver el arrebato de delicia del joven cuando abría la puerta de la dama!¡Cómo se había quemado de angustia su alma al verlo correr al encuentro de aquella mujer, con el sonrojo de sus mejillas y el brillo triunfal de sus ojos!¡Cuando lo había visto adelantarse con ella, todo él radiante por el gozo de la vida recobrada, cuando había oído los gritos de contento de la multitud, y el loco repique de las campanas de la dicha, y había visto al sacerdote y su alegre séquito avanzar hacia la pareja y unirlos en matrimonio ante sus propios ojos!¡ Y cuando los había visto alejarse juntos, andando sobre el camino de flores, seguidos por las aclamaciones de la regocijada multitud, en los que su único chillido de desesperación se perdería y ahogaría! ¿No sería mejor que él muriese al instante y fuese a esperarla en las benditas regiones de la semibárbara vida futura? ¡Y, sin embargo, aquel horrible tigre, aquellos gritos, aquella sangre! Su decisión fue indicada en un instante, pero había llegado a ella a través de días y noches de angustiosa deliberación. Sabía que sería interrogada, había decidido cuál sería su contestación y, sin vacilar en lo más mínimo, movió su mano hacia la derecha. El problema de la decisión de la princesa no puede considerarse con ligereza, y yo no pretenderé ser la única persona capaz de resolverlo. Por lo tanto, dejo que respondan ustedes: ¿Quién salió por la puerta abierta...la dama o el tigre? Frank R. Stockton

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11. ¿Qué tipo de técnica observas en los siguientes textos? 1 En los años cincuenta de nuestro siglo vivía en la localidad de San Ubaldo de Bassora un hombre muy rico llamado Augusto Aixelá de Collbató. Era el último descendiente de una antigua estirpe de terratenientes, cuya laboriosidad, sensatez y tesón habían hecho posible que un apellido noble y una fortuna considerable llegasen hasta él, para extinguirse a su muerte... Eduardo Mendoza: El año del diluvio 2 El 16 de agosto de 1968 fue a parar a mis manos un libro escrito por un tal abate Vallet, Le manuscript de Dom Adson de Melk, traduit en français d´après l´edition de Dom J.Mabillon (Aux Presses de l´Abbaye de la Source,Paris,1842).El libro, que incluía una serie de indicaciones históricas en realidad bastante pobres, afirmaba ser copia fiel de un manuscrito del siglo XIV, encontrado a su vez en el monasterio de Melk por aquel gran estudioso del XVII al que tanto deben los historiadores de la orden benedictina. El erudito hallazgo (para mí ,tercero, pues, en el tiempo) me deparó muchos momentos de placer mientras m encontraba en Praga esperando a una persona querida. Seis días después las tropas soviéticas invadían la infortunada ciudad. Azarosamente logré cruzar la frontera austríaca en Linz; de allí me dirigí a Viena donde me reuní con la persona esperada, y juntos remontamos el curso del Danubio. En un clima mental de gran excitación leí, fascinado ,la terrible historia de Adso de Melk,y tanto me atrapó que casi de un tirón la traduje en varios cuadernos de gran formato... Umberto Eco: El nombre de la rosa 3 Corny Colber cierra su libro diario ;el P.Commee sube a un tranvía; un marinero se desliza por la esquina; Boody y Ratey toman la sopa en la cocina llena de humo; la chica rubia prepara una cestilla de flores ;la mecanógrafa Dunne escribe y atiende al teléfono. James Joyce: Ulises 4 Tengo algunas gestiones que hacer al oeste del estado, así que aprovecho para pararme en la pequeña población donde vive mi ex mujer. No nos hemos visto en cuatro años. Pero de vez en cuando, siempre que se publica algo mío o escriben sobre mí en revistas y periódicos -una semblanza, una entrevista-,le envío los recortes. No sé por qué lo hago; tal vez porque pienso que puede interesarle. Pero ella nunca me contesta.Son las nueve de la mañana. No la he llamado por teléfono, y la verdad es que no sé cómo va a recibirme. Raymond Carver: Intimidad 5 Si no encuentro taxi no llego.¿Quién sería el Príncipe Pío? Príncipe, príncipe ,principio del fin, principio del mal. Ya estoy en el principio, ya acabó, he acabado y me voy. Voy a principiar otra cosa. No puedo acabar lo que había principiado. ¡Taxi! ¿Qué más da? El que me vea así. Bueno, a mí qué. Matías, qué Matías ni qué. Cómo voy a encontrar taxi. No hay verdaderos amigos. Adiós, amigos. ¡Taxi !Por fin. Luis Martín-Santos: Tiempo de silencio

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6 Teresa y yo pensamos unirnos en un vínculo indisoluble...YA EN LA CALLE EL SEÑOR RAMÓN SE APOYA EN EL BRAZO DE AGUSTÍN,¿ADÓNDE TENEMOS QUE IR AHORA?...¡qué callado se lo tenían ustedes!, no, no crean, fue algo súbito, algo repentino, lo que se llama un verdadero flechazo, comprendan ustedes que ni Teresa ni yo tenemos edad para andarnos con disimulos...EL SEÑOR RAMÓN SE QUEDA MIRANDO PARA AGUSTÍN, NO SABE LO QUE CONTESTAR... ¡Vaya, vaya con los tortolitos!... Camilo José Cela: San Camilo, 1936 7 Ella misma decidió la colocación de los sillones, esta tarde, cuando los mandó traer a la terraza. El que ha ofrecido a Franck y el suyo se hallan uno al lado de otro contra la pared de la casa -de espaldas a esa pared, evidentemente- bajo la ventana del despacho. A...tiene por consiguiente a su izquierda el sillón de Franck, y a su derecha -pero más hacia adelante- la mesita donde están las botellas. Los otros dos sillones están ubicados al otro lado de la mesa, más hacia la derecha, de modo que no obstaculizan la vista entre los dos primeros y la balaustrada de la terraza. Por esta misma razón de “vista”,esos dos últimos sillones no están orientados hacia el resto del grupo: han sido colocados al sesgo, situados oblicuamente, hacia la balaustrada y valle arriba. Esta disposición obliga a las personas que están en ellos a volver mucho la cabeza hacia la izquierda, si quieren mirar a A... Alain Robbe-Grillet: La celosía

8 Querido Marco: He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la villa después de un largo viaje por Asia. El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica. Te evito detalles que te resultarían tan desagradables como a mí mismo, y la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara a morir... Marguerite Yourcenar: Memorias de Adriano 9 Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros cronistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre. Es una pérdida irreparable para la literatura. Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en esta caso, exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que lo que vieron mis asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el epílogo. Herman Melville: Bartleby el escribiente

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10 Sir Hugh Swiggles, el escéptico, relata una interesante experiencia espiritista: “Nos encontramos en casa de Madame Reynaud, la conocida medium, quien ordena que nos sentemos todos alrededor de la mesa y cogidos de la mano. El señor Weeks no logra contener una risita y Madame Reynaud le golpea en la cabeza con un tablero Ouija. Se apagan las luces y madame Reynaud intenta ponerse en contacto con el marido de la señora Marple, que falleció en la Ópera al incendiársele la barba. Lo que sigue es la transcripción exacta: Sra.Marple: ¿Qué ve usted? Medium: Veo un hombre de ojos azules y sombrero con un molino de papel. Sra.Marple: ¡Ese es mi marido! Médium :Su nombre es...Robert.No...Richard. Sra.Marple: Quincy. Medium: ¡Sí,eso es! Sra.Marple: ¿Qué más puede decirme? Medium: Es calvo, y acostumbra a ponerse hojas en la cabeza para que nadie se de cuenta. Sra.Marple: ¡Sí!¡Exacto! Medium: Por alguna razón lleva algo...un solomillo de cerdo. Sra.Marple: ¡El regalo que le hice por su cumpleaños!¿Puede hacer que hable? Médium :Habla, espíritu. Habla. Quincy: Claire, soy Quincy. Sra.Marple: ¡Oh, Quincy! ¡Quincy! Quincy: ¿Cuánto tiempo pones el pollo en el horno para que se haga bien? Sra.Marple: ¡Esa voz !¡Es él! Médium Que todos se concentren. Sra.Marple: Quincy,¿qué tal te tratan? Quincy: No mal del todo, aunque tardan cuatro días en traerte la ropa limpia de la tintorería. Sra.Marple: Quincy, ¿me echas de menos? Quince :¿Eh?,Oh ,ejem, claro. Claro que sí, chica...Tengo que irme. Medium: Lo estoy perdiendo. Se desvanece... Considero que esta sesión satisface los tests más exigentes de credibilidad, con la pequeña excepción del fonógrafo descubierto bajo las faldas de Madame Reynaud. Woody Allen: Una aproximación a los fenómenos psíquicos

11 Del pensamiento de la gran señora no se apartaba lo que su nuera le había dicho.¿Qué casta de nieto era aquél? Porque la cosa era grave...¡Un hijo del Delfín!¿Sería verdad? Virgen Santísima,¡qué novedad tan estupenda!¡Un nietecito por detrás de la Iglesia! ¡Ah! Las resultas de los devaneos de marras...Ella se lo temía...Pero,¿y si todo era hechura de la imaginación exaltada de Jacinta y de su angelical corazón? Nada, nada; aquella misma noche, al acostarse, le había de contar todo a Baldomero. Benito Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta

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12. Haz un comentario completo de la estructura formal del siguiente cuento:

El baño El sábado por la tarde la madre fue en coche a la pastelería del centro comercial. Después de mirar un álbum con fotografías de pasteles pegadas en las hojas, encargó uno de chocolate, el preferido de su hijo. Era una tarta adornada con una nave espacial y una plataforma de lanzamiento bajo una cascada de blancas estrellas. El nombre, SCOTTY, iría escarchado en verde como si fuera el nombre de la nave. El pastelero la escuchó con circunspección cuando ella le contó que Scotty iba a cumplir ocho años. Era un hombre mayor y llevaba un delantal harto curioso: una pesada prenda cuyas cintas le pasaban bajo los brazos y le rodeaban la espalda y volvían de nuevo al frente, donde acababan en un enorme nudo. Seguía secándose las manos en la parte delantera del delantal mientras escuchaba a la mujer, y los ojos húmedos le observaban con atención los labios mientras ella estudiaba las tartas y hablaba. Le permitió tomarse el tiempo necesario. No tenía prisa. La madre eligió la tarta de la nave, y a continuación dio su nombre y su teléfono. Lo único que el pastelero se dignó contestar fue que la tarta estaría lista el lunes por la mañana, con tiempo suficiente para la fiesta, que era por la tarde. Ninguna broma, sólo ese mínimo intercambio, la información más escueta, nada que no fuera necesario. El lunes por la mañana, el niño se dirigía a pie hacia el colegio. Andaba junto a otro chico, y se iban pasando una bolsa de patatas fritas. El chico del cumpleaños intentaba sonsacar a su amigo acerca del regalo que le haría por la tarde. En un cruce, y sin mirar, el chico del cumpleaños se bajó del bordillo de la acera, y en un abrir y cerrar de ojos fue arrollado por un coche. Cayó de costado, con la cabeza sobre la cuneta; sus piernas, sobre la calzada, se movían como si estuvieran trepando por un muro. Su compañero se quedó allí quieto, sosteniendo la bolsa de patatas fritas, preguntándose qué hacer, si acabarse las patatas o seguir andando hacia el colegio. El chico del cumpleaños no lloraba. Pero tampoco tenía ganas de decir nada. Ni siquiera contestó cuando su compañero le preguntó qué se sentía cuando a uno lo atropellaba un coche. El chico del cumpleaños se levantó y echó a andar en dirección a su casa, y su amigo le hizo adiós con la mano y siguió camino del colegio. El chico le contó a su madre lo que le había pasado. Se sentaron los dos en el sofá. Ella le cogió las manos y se las puso en el regazo. Y así estaban cuando el chico apartó las manos del regazo de su madre y se tendió de espaldas en el sofá. Naturalmente no hubo fiesta de cumpleaños. El chico del cumpleaños estaba en el hospital y su madre permanecía a la cabecera de su cama. Esperaba a que su hijo despertara. El padre llegó a toda prisa de la oficina. Se sentó al lado de la madre. Ambos aguardaban a que su hijo recuperara la conciencia. Transcurrieron varias horas, y luego el padre se fue a casa a tomar un baño. El hombre iba en su coche en dirección a casa. Conducía más rápido que de costumbre. Hasta entonces su vida había sido bastante amable. Trabajo, paternidad, familia. El hombre había tenido suerte y era feliz. ero el miedo le hizo desear tomar un baño. Tomó la vereda de la entrada. Se quedó sentado dentro del coche tratando de que le respondieran las piernas.S u hijo había sido atropellado por un coche y ahora estaba en el hospital, pero se iba a poner bien. l hombre se bajó del coche y fue hasta la puerta principal. El perro ladraba y el teléfono estaba sonando. Y siguió sonando mientras el hombre abría la puerta y palpaba la pared en busca del interruptor. Levantó el auricular. Exclamó: -¡Acabo de llegar! -Aquí hay una tarta que no han recogido. Esto fue lo que repuso la voz al otro lado de la línea. -¿De qué me habla? -preguntó el padre.

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-La tarta -insistió la voz-.Dieciséis dólares. El hombre mantenía el auricular pegado al oído y trataba de entender. Contestó: -No sé de qué me habla. -No me venga con ésas -dijo la voz. El hombre colgó el teléfono. Fue a la cocina y se sirvió un trago de whisky. Luego llamó al hospital. El estado de su hijo seguía siendo el mismo. Mientras el agua llenaba la bañera, el hombre se enjabonó la cara y se afeitó. Estaba en la bañera cuando volvió a oír el teléfono. Salió de un salto y corrió por la casa diciéndose: ”Estúpido, estúpido”, porque si se hubiera quedado en el hospital no se encontraría ahora en esta situación. Levantó el auricular y gritó:”¡Diga!” La voz dijo: -La tengo preparada. El padre llegó al hospital después de media noche. Su mujer seguía sentada en la silla, junto a la cabecera. Alzó la vista hacia su marido y volvió a mirar a su hijo. De un aparato situado sobre la cama colgaba una botella con un tubo que descendía hasta el niño. -¿Qué es eso? -preguntó el padre. -Glucosa -respondió la madre. El hombre apoyó la mano en la nuca de su mujer. -Va a volver en sí -la animó. -Lo sé -asintió la mujer. Al poco, el hombre sugirió: -Vete a casa. Me quedaré yo. Ella movió la cabeza. -No. -Vamos -insistió él-.Ve a casa un rato. No te preocupes. Está dormido, eso es todo. Entró una enfermera. Les saludó con un movimiento de cabeza mientras se dirigía a la cama. Sacó el brazo izquierdo del niño de debajo de las mantas y le puso los dedos en la muñeca. Luego volvió a meterlo bajo las mantas y escribió algo en la tablilla adosada a la cama. -¿Cómo está? -quiso saber la madre. -Estacionario -contestó la enfermera. Y añadió-: El doctor volverá a pasar pronto. -Le estaba diciendo que podría ir a casa a descansar un poco -le explicó el hombre-.Cuando el doctor haya pasado. -Sí, claro – dijo la enfermera. La mujer objetó: -Veremos lo que dice el doctor. Se llevó las manos a los ojos e inclinó la cabeza hacia adelante. La enfermera concedió: -Claro. El padre miró a su hijo: bajo las mantas, el menudo pecho subía y bajaba. Sintió un miedo aún mayor. Empezó a sacudir la cabeza. Mientras lo hacía se habló a sí mismo. Se dijo: el niño está bien .En lugar de dormir en casa, duerme aquí. El sueño es igual en un sitio que en otro. El médico entró en el cuarto. Estrechó la mano del hombre. La mujer se levantó de la silla. -Ann -dijo el médico, y la saludó con un movimiento de cabeza. Luego añadió-: Veamos cómo está. Se acercó a la cama y tomó la muñeca del niño. Le alzó un párpado y luego el otro. Apartó hacia abajo las mantas y le auscultó el corazón. Presionó el cuerpo del niño con los dedos. Aquí y allá. Fue hasta el pie de la cama y estudió el cuadro. Anotó la hora, escribió algo y luego observó al padre y a la madre. El médico era un hombre físicamente atractivo. Tenía la piel fresca y tostada. Vestía traje con chaleco, corbata de color vivo, camisa con gemelos. La madre se dijo a sí misma: viene de algún acto en el que había público. Le han impuesto alguna medalla. El médico explicó:

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-No es para dar saltos de júbilo, pero tampoco hay que preocuparse. Despertará muy pronto Volvió a mirar al niño-.Sabremos más cuando recibamos los análisis. -Oh, no -se lamentó la madre. El médico dijo: -Suelen darse casos semejantes. El padre preguntó: -¿No lo llamaría coma, entonces? El padre miró al médico y aguardó. -No, no quiero llamarlo así -dijo el médico-.Está durmiendo. Es un sueño reparador. El cuerpo hace lo que tiene que hacer. -Está en coma -aseguró la madre-.Es una especie de coma. El médico insistió: -Yo no lo llamaría así. Tomó las manos de la mujer y les dio unas palmaditas. Luego estrechó la mano del marido. La mujer puso los dedos sobre la frente del niño y los mantuvo en ella unos minutos. -No tiene fiebre, al menos -afirmó. Luego añadió-:No sé. Tócale la cabeza. El hombre puso los dedos sobre la frente del niño. Y comentó: -Seguramente es normal que esté así. La mujer siguió de pie unos instantes más, mordisqueándose el labio. Luego fue hasta su silla y se sentó. El marido se sentó a su lado en otra silla. Quería añadir algo, pero no encontró palabras adecuadas a la situación. Cogió la mano de su mujer y se la puso sobre las rodillas. Cuando lo hizo, se sintió mejor. Le hizo sentir que expresaba algo. Siguieron así un breve lapso, mirando al niño, en silencio. De cuando en cuando el hombre apretaba la mano de sus esposa, que la cabo la retiró de la suya. -He rezado -dijo ella. -Yo también -coincidió él-.Yo también he rezado. Volvió a entrar una enfermera; comprobó el goteo de la botella. Entró un médico y pronunció su nombre. Llevaba mocasines. -Vamos a bajarlo para hacerle más radiografías -aclaró-.Y queremos examinarle con el scanner. -¿El scanner? -preguntó la madre. Estaba de pie, entre el médico y la cama. -No es nada -minimizó él. -Dios mío -exclamó ella. Entraron dos enfermeros. Traían una especie de camilla con ruedas. Desconectaron el tubo y, con suavidad, pasaron el niño a la camilla . No trajeron al niño a su cuarto hasta después del amanecer. El padre y la madre entraron en el ascensor tras los enfermeros. Subieron y llegaron a la habitación. Una vez más, ambos tomaron asiento junto a la cama. Esperaron todo el día. El niño no despertaba. El médico vino de nuevo y examinó otra vez al chico y salió del cuarto después de repetir las mismas cosas de la víspera. Entraron enfermeras. Entraron médicos. Entró un ayudante de laboratorio y le extrajo muestras de sangre. -No lo entiendo -dijo la madre al asistente. -Son órdenes del doctor -explicó el asistente. La madre fue hasta la ventana y miró el aparcamiento. Coches con los faros encendidos llegaban y partían. Se quedó allí, con las manos sobre el alféizar. Y se decía a sí misma: nos está pasando algo, algo muy grave. Tenía miedo. Vio cómo un coche se paraba y subía a él una mujer con un largo abrigo. Imaginó que era aquella mujer. Imaginó que se alejaba de allí en aquel coche rumbo a cualquier otro lugar. El médico entró en el cuarto. Parecía más bronceado y saludable que nunca. Fue hasta la cama y examinó al chico. Concluyó: -Sus constantes son buenas. Todo está bien.

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La madre se lamentó: -Pero sigue dormido. -Sí -asintió el médico. El marido señaló: -Está agotada. Está muerta de hambre. El médico aconsejó: -Debería descansar. Debería comer algo. Ann... -Gracias -dijo el marido. Se dieron la mano, y el médico les dio unas palmaditas en el hombro. Luego salió. -Creo que uno de los dos debería ir a casa a ver cómo están las cosas -sugirió el hombre-.Hay que dar de comer al perro. -Llama a algún vecino -propuso la esposa-.Alguien lo hará si se lo pides. La mujer trató de pensar en quién. Cerró los ojos y trató simplemente de pensar. Al poco decidió: -A lo mejor lo hago yo misma. A lo mejor si no estoy aquí mirándole, vuelve en sí. A lo mejor no despierta porque estoy aquí mirándole. -Puede que sea eso -concedió el marido. -Me iré a casa y tomaré un baño y me cambiaré de ropa. -Creo que es precisamente eso lo que debes hacer -la animó el hombre. La mujer cogió su bolso. Su marido la ayudó a ponerse el abrigo. Se dirigió hacia la puerta, y se volvió. Miró al niño, y luego al padre. El hombre hizo un gesto afirmativo con la cabeza y sonrió. Pasó el cuarto de las enfermeras y llegó al final del pasillo, donde al doblar la esquina vio una pequeña sala de espera. Había en ella un familia, estaba sentada en sillas de mimbre. Un hombre en camisa caqui, con una gorra de béisbol echada hacia la coronilla; una mujer corpulenta en bata y zapatillas; una chica en vaqueros, con docenas de ensortijadas trenzas La mesa estaba atestada de envoltorios de papel encerado y de espuma de estireno y de cucharillas de café y de bolsitas de sal y pimienta. -Nelson -la abordó la mujer-. ¿Se trata de Nelson? Sus ojos se agrandaron. -Dígame, señora -insistió-. ¿Se trata de Nelson? Intentaba levantarse de la silla. Pero el hombre la sujetaba por el brazo. -Vamos, vamos -la tranquilizó el hombre. -Lo siento -se disculpó la madre de Scotty-. Estoy buscando el ascensor. Tengo a mi hijo en el hospital. No encuentro el ascensor. -Está por allí -indicó el hombre, y señaló con el dedo la dirección correcta. -A mi hijo lo ha atropellado un coche -explicó la madre de Scotty-.Pero se pondrá bien. Está conmocionado, aunque puede que también esté en coma. Voy a salir un rato. Quizá tome un baño. Pero mi marido se ha quedado con él. Cuidándole. Es posible que cuando me vaya haya algún cambio. Mi nombre es Ann Weiss. El hombre se movió en su silla. Sacudió la cabeza. -Nuestro Nelson... -empezó. Tomó la vereda de entrada. El perro salió corriendo de la parte de atrás de la casa. Corría en círculos sobre la hierba. La mujer cerró los ojos y dejó que su cabeza descansara sobre el volante. Escuchó el ralentí del motor. Se apeó y se fue hasta la puerta. Entró y encendió las luces, y puso agua para hacer té. Abrió una lata y dio de comer al perro. Se sentó en el sofá con una taza de té. Sonó el teléfono. -¡Sí! -exclamó-. ¡Diga! -¿La señora Weiss? -preguntó una voz de hombre-. -Sí -contestó ella-.Soy la señora Weiss. ¿Se trata de Scotty? -Scotty -dijo la voz-.Se trata de Scotty -siguió la voz-.Tiene que ver con Scotty, sí. Raymond Carver: Catedral

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