Presentación El Gobierno del Estado de Hidalgo, con el auspicio de la Secretaría de Educación Pública del Estado, promueve la lectura de textos educat

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Presentación El Gobierno del Estado de Hidalgo, con el auspicio de la Secretaría de Educación Pública del Estado, promueve la lectura de textos educativos, históricos y culturales como el presente libro. En un afán de fomentar el hábito de la lectura y el cultivo de las tradiciones culturales, apegado a los lineamientos del Plan Estatal de Desarrollo en cuanto a la labor de educación y promoción de la cultura presenta este libro “Efigies de Caudillos” del destacado escritor hidalguense Luis Rublúo Islas que ha reunido imágenes y textos que nos refieren a las personas que protagonizaron la Independencia de México y cuya iconografía es todavía poco difundida.

Rublúo estudió las efigies de estos caudillos y presenta algunas conocidas y otras inéditas, así como también esclarece las referentes a los hidalguenses que participaron en la guerra que nos obtuvo la Independencia y el arribo de México al concierto de las naciones. Este libro nos remite al pasado del país y del Estado de Hidalgo, desmitificando y colocando en su verdadera dimensión – mayor en ocasiones, menor en otras–, a las personalidades de la Independencia de México y su parte correspondiente en el Estado de Hidalgo.

Los editores

Unas Palabras Nuestro Estado ostenta, emblemáticamente y con alto orgullo, el nombre del Padre de la Patria: HIDALGO. Y consecuentemente el vocablo, aquí enriquecido como toponímico, significa también Libertad. Este libro de historia es homenaje al prócer, al haberse cumplido el bicentenario de su muerte, en tanto fue fusilado al emprender su campaña heroica, el 30 de julio de 1811 y lo recordamos, precisamente también, cuando, al mismo tiempo estableció, entre el 16 de septiembre de 1810 al 25 de enero de 1811, el primer gobierno libre en México; y el cura de Dolores tuvo conciencia plena de ello. Etapa de conmemoraciones bicentenarias por la Independencia Nacional, vivimos a partir del año 2010 y regionalmente también los siguientes 2011 y 2012, según hombres y acciones registrados en el perímetro que integra el Estado de Hidalgo y consecuentemente, aquí hay “un recuerdo para ellos de gloria”, según lo dijo el poeta nacional, al redactar nuestro Himno. De ahí los capítulos en relación con la Toma insurgente de Pachuca, El

caso Julián Villagrán, y muy especialmente Huichapan 1812, con el acopio de documentos y análisis historiográficos referentes; y otro más, igualmente significativo: Fábrica de Cañones en Real del Monte. Este libro Efigies de caudillos, trata, sí, de las efigies de aquellos hombres quienes con ideales y valor, emprendieron una lucha, ésta titánica, la que después de once años de revolución encarnizada, culminó con la gestación dramática, como esperada por su fragua durante los tres siglos de dominio y coloniaje en la patria nuestra: México. Pero esas efigies que interesan los rostros, más se enfatizan en el espíritu de cada quién, la explicación de sus pensamientos y acciones; en tal caso aquí juegan papel importante los retratos morales, tanto como los pictóricos y de artes plásticas, en búsqueda de la genuinidad de los personajes. Los primeros grandes caudillos, venerados en la República, más los surgidos por su nacimiento o por acción durante aquel

periodo crítico, en el territorio ahora hidalguense, destacan en las siguientes páginas; lamentablemente no todos. Observamos, acaso el retrato perdido mucho tiempo y aparecido en el Archivo General de la Nación, el que tuvieran delante algunos maestros pintores y del que hay razones para tenerlo por verdadero, que dio origen al Hidalgo, vigoroso siempre de la iconografía copiosa, congruente con aquel hombre, el que abolió la esclavitud, contempló la realidad étnica y antropológica de la nueva nación mejicana, según él mismo comenzó llamándola, y observó los problemas agrario y obrero y la necesidad de transmitir el pensamiento por la letra impresa y dictó proclamas, decretos y cartas, todo lo cual refleja su genio organizador. Otro caso importante, la iconografía del Generalísimo José María Morelos y Pavón, del que debemos destacar con justicia estos retratos en los que se ve con su traje militar, hechos en campaña y teniéndolo frente los artistas, que destruye la malevolencia difundida por Lucas Alamán, quien según sus prejuicios trató de discriminarlo “contándolo” como un individuo entre las castas, las que para el historiador fueron “de baja condición”, un negroide.

Conoceremos mejor el retrato del Gral. José Francisco Osorno, originario de los Llanos de Apam y activo en un perímetro anchuroso en la guerra. Quisimos destacar, igual, otros hombres unidos a la historia regional: Carlos María de Bustamante y Andrés Quintana Roo, jurisconsultos, historiadores y periodistas, unidos a documentos básicos de nuestra historia. Me complace haber escrito fundamentalmente este libro, en el seno de la Academia Hidalguense de la Historia y el haber contado con las opiniones eruditas y discretas de mis colegas, cada quien reconocerá cómo y en qué casos los escuché. También quiero dejar constancia de la generosa ayuda que recibí, técnica, para integrar los originales de esta obra del joven artista Alfredo Montero Sánchez; mi gratitud.

Luis Rublúo Presidente de la Academia Hidalguense de la Historia

Índice I. HIDALGO: SU GOBIERNO INSURGENTE

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II. LA TOMA INSURGENTE DE PACHUCA

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- Estudio

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- Documento

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III. EFIGIES DE CAUDILLOS INSURGENTES Sus Verdaderos Retratos

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1. Miguel Hidalgo y Costilla

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2. Ignacio Allende

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3. Josefa Ortíz de Domínguez

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4. Juan Aldama

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5. José Mariano Jiménez

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6. José María Morelos y Pavón

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7. Vicente Guerrero

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IV. EL CASO JULIÁN VILLAGRÁN Según Primeras Crónicas e Historias

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V. FÁBRICA DE CAÑONES EN REAL DEL MONTE

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VI. HUICHAPAN 1812 • 16 DE SEPTIEMBRE

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- Estudio

VII. LA JUNTA SUPREMA DE LA NACIÓN A LOS AMERICANOS EN EL ANIVERSARIO DEL DÍA 16 DE SEPTIEMBRE Documento 186

Hidalgo:

Su Gobierno Insurgente Disertación que en nombre de la Academia Hidalguense de la Historia, pronunció su presidente, Lic. Luis Rublúo, en el Bicentenario de la muerte del Padre de la Patria. “… el americano debe gobernarse por americano, así como el alemán por alemán”. Miguel Hidalgo y Costilla, declaración en su proceso militar, 1811.

Aquella hueste sorda, ciega, la que lanzaba alaridos espeluznantes, rabiosos, violentos, devastadores; hueste multitudinaria y multiforme, tuvo, sin embargo, un rostro, el de un pueblo el que ya se había hecho hasta cierto punto– faltaba todavía un proceso de amasijo antropológico por indios, criollos y negros–, pero no se le quería reconocer por afanes de explotación, tanto como se le había hecho en el transcurso de décadas y de cientos de años en una rutina casi genocida con sólo exhalaciones y gemidos de resignación entre los hombres del campo, los indígenas de las encomiendas cruentas; entre los hombres de las minas, esclavos de todas las castas y sus mujeres quienes engrosaban las más bajas servidumbres de todas y de cualquier menester, aun los más ruines. Aquella hueste de parecer brutal ante los ojos de un Lucas Alamán, y a cuya cabeza iba, por natural carisma , el cura, sí el señor cura de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla, fue por fin, capaz de herir de muerte al gobierno virreinal de la Nueva España, la que se desplomaba, ya sin remedio ninguno, aunque hubiesen transcurrido luego once años más de luchas sanguinarias y aunque se hubiesen endurecido los virreyes cada

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Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria, cuadro en tamaño heroico, óleo sobre tela, original del pintor Joaquín Ramírez, a quien fue encargado por Maximiliano en 1865 para el Salón de Embajadores de Palacio Nacional. Existe copia fiel hecha por el pintor Tiburcio Sánchez, en 1875, para la Sala de Cabildos de la Ciudad de México, D.F. Es quizá el retrato del héroe más reproducido en libros de historia, textos escolares y en decoraciones oficiales y populares.

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vez más, pero en verdad se debilitaban a un tiempo, en tanto la misma metrópoli se encontraba carcomida en sus entrañas a causa de la voracidad napoleónica y por los vicios, también de la propia voracidad de las viejas cortes de Madrid. Aquella hueste desarrapada, sí, de la que hablaron tan mal, -¿y podría ser de otro modo por parte de cronistas y aun de historiadores, que hubiesen deseado por siempre y hasta ahora, que México no fuese México, sino todavía Nueva España?-, hizo brotar ejércitos en el norte, en el centro, en el sur, en los litorales y por todas partes, sin cesar. Ya el virreinato no tuvo paz, caducaba, descendía aunque de repente pareciese erguirse, más cuando algún prócer insurgente caía en el combate o era pasado por las armas. Y sus manifestaciones de gobierno quisieron demagógicamente expresar benignidades que nunca tuvieron antes, en estertores como para asirse todavía en vida. Aquella hueste y no turba, comenzada el 16 de septiembre de 1810, fue un ciclón tan poderoso que dejó huella arrasante de norte a sur, de oriente a poniente y sí que aplastó en gran manera la soberbia inexplicable sino se mira por la ambición sin medida del conquistador, del dominante y no de veras del constructor. La empresa independentista mexicana debió ser mucho más difícil que la de otras naciones hermanas del Continente Americano, y esto lo explica, también es cierto, aunque para los intereses de peninsulares hispanos, muy de vez en cuando extensivos a criollos privilegiados únicos, la predilección en tal caso por la corona española para asuntos, contadísimos pero importantes, novohispanos. Así, tienen razón dos de nuestros historiadores de mediados del siglo XX, en considerar que no fue aún en 1821, el año de consumación de nuestra Independencia: Edmundo O ‘Gorman, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, Hidalgo en la Historia, tiene esta apreciación contundente, la que creo justa: “La guerra de Independencia tuvo sin duda, su principio en la revolución de Hidalgo, pero ha sido un error considerar que terminó en 1821. Toda la época iturbidista pertenece todavía a la lucha…” 1 Daniel Cosío Villegas en su Historia Moderna de México. La

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República reinstaurada. La vida política, se refiere a Juárez, “padre de nuestra Segunda Independencia”; y expresa: “Benito Juárez hace su entrada triunfal a la ciudad de México el 15 de julio de 1867, después de cuatro años de un gobierno que se desvanece hasta convertirse en símbolo. Para esa fecha se había acabado la guerra de Reforma, que da al país las formas elementales de la libertad política; concluida la guerra de Intervención, que afirma la independencia nacional (…) Las guerras de Reforma e Intervención son las últimas de una larga serie que se inicia en 1810; fueron aquellas, además, la recta final de una carrera con que el país, esforzado, pero jadeante, pretendía alcanzar al Mundo Occidental…” 2 México, de 1810 a 1867, además perdió gran parte de territorio; cobró, también, una conciencia patria que lo señaló; pero esa conciencia patria, parecía haberla intuido el mismo Miguel Hidalgo desde un principio y no exactamente al momento del grito libertario; ¿qué principio? El de haber tratado en genuina intimidad al español de índole patriarcal medieval, al criollo, el hijo al que quería sumiso, pero soberbio; al indígena al que notaba laborioso y sensible en grado sumo, pero degradado durante los trescientos años de dominio; a los muchos mestizos a quienes les notaba, seguramente, tanto aires castizos y de cualquier provincia española como gestos, los propios de las razas aborígenes; a los negros, incluso los negros o derivados de sus castas; y, El zorro Hidalgo y Costilla, no en balde apodado así, los captó como un pueblo, al que él mismo se había empeñado en cultivar desde las aulas del Colegio de San Nicolás de Valladolid en Michoacán, del que fue Rector, como en el cultivo de la morera o en sus esfuerzos porque se aplicarán en pequeñas industrias artesanales, según la alfarería o la peletería. El espíritu de Don Vasco de Quiroga no le fue ajeno al docto Cura don Miguel. 3 Por eso, cuando se ha dicho que Hidalgo no tenía planes en el inicio de la guerra y sin embargo se le ve gobierno, debemos convenir, en tanto se nota –y se nota mucho–, cómo a sus principios e ideales libertarios, va agregada una mente organizada y propicia a un gobierno.

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“¿Qué clase de gobierno se establecería en la nueva nación americana?”, se pregunta don Justo Sierra; y agrega: “Algo pensó Hidalgo sobre esto: un congreso, un sufragio municipal, era la base. Mas sea como fuere, el movimiento había cundido…”4 Hombre práctico y de decisiones, así actuó, pero se respaldó en experiencias, en vivencias en las cuales contaron el roce con las clases todas y una sólida instrucción académica. Desde luego, una vez iniciada la lucha, ésta era contra un gobierno: el virreinal, derivado de la corona española; luego, se debía imponer un gobierno distinto, el que a su vez derivaba de la revolución que a él mismo como cabeza, le correspondía en el momento; y fue ese algo que pensó. Sus constantes, una a una, determinaciones, hicieron inmediatamente su gobierno insurgente. Para Hidalgo y todos los insurgentes, ya no había más ningún virrey. El historiador José M. de la Fuente da de modo impresionante, listas de los primeros quince, treinta, ochenta, cientos de alfareros, sederos, vecinos, artesanos, serenos, parientes, amigos, más los soldados, infantes y caballeros de los regimientos quienes desde un principio abrazaron la causa.5 Es más: Hidalgo cuestionó, con bandos, una realidad mayor: tampoco había rey de España; y el grito de ¡Viva Fernando VII!, no le fue siquiera relativo, lo toleró nada más, porque desde abolir la esclavitud, eso significó, en absoluto, un desconocimiento a la monarquía española, en tanto contemplaba a los esclavos, dentro de un derecho, el que aquí quedaba extinguido por la Revolución de Independencia. El caudillo mismo lo referiría por escritos. Parecieran a algunos, incluidos ciertos historiadores, cómo manifestaciones y resoluciones prontas del cura, surgieron de un estado de ánimo violento, ante un conflicto grave y embarazoso, el haberse descubierto una conjura; ¿pero a qué se debía ésta, si no a un plan de sacudir un yugo insoportable cada vez; y cada quien de los conjurados esperaba la guerra, más cuando había militares entre ellos? Eso sí, todo llevó a ubicar a don Miguel Hidalgo y Costilla, al lugar de caudillo: demostró

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su valor, y semejante valor se le fue advirtiendo en todo; los militares mismos de pronto aceptaron tal posición inmediata; desde aquella exclamación suya, ante una realidad peligrosa: “¡Señores, no nos queda otro remedio que ir a coger gachupines!” 6 Esa fue ya una decisión de mando, el de toda una empresa, la heróica, la revolucionaria. Una relación testimonial quedó, la referida por el después Gral. Pedro García, transcrita por De la Fuente. No dejó de sorprender “semejante orden”. Se escuchó entonces, como alguien dijo: “…señor, ¿qué vamos a hacer? Con semejante golpe, el gobierno activará sus providencias, nada tenemos prevenido: no teniendo que oponerle seremos víctimas de semejante temeridad… “¡Así discurren los niños, respondió el señor Hidalgo, que nunca miden las circunstancias de una situación, ni calculan, que las pequeñeces insignificantes, teniendo tacto para mirarlas, forman un todo vigoroso y respetable. A la voz: contra los gachupines, mañana todos nos sobra. Al negocio; sin perder momento. El miedo a la faltriquera!”. 7 Pese a todo, al cotejar tales episodios con las declaraciones de los procesos militar y eclesiásticos contra Hidalgo, dichos actos del caudillo no fueron meros reflejos, pero obedecieron a la idea que estaba fija en su pensamiento. Y eso, que como dice Sierra, los procesos fueron hechos “a gusto de los jueces…” 8 Lo que se nota en las abundantes frases de desprecio y para nada propias de un lenguaje justo y jurídico. Gobierno y no de incipientes mandatos, por cuanto cada uno fue contundente y necesario, resultó desde el principio: Proclamación de la Independencia, junto a los compañeros patriotas: Allende, Aldama, Mariano Hidalgo, Santos Villa, treinta más colaboradores cercanos en la vida diaria del curato y el pueblo convocado por la campana, a la entrada de la parroquia, con las expresiones conservadas por la memoria histórica:

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“¡Viva la Independencia! ¡Viva la América! ¡Muera el mal gobierno!”, Con una arenga recogida de varios modos, pero la que lleva igual sentido, el que dejaba ver una nueva nación y nación libre. Luego, el arbitrio de liberar a los presos municipales, más la aprehensión de españoles, los que fueron haciendo número cada vez mayor a medida que esa hueste avanzó de pueblo en pueblo, en la intención de tomar plazas importantes. El mismo día 16 de septiembre siguieron hacia Atotonilco y San Miguel El Grande. A su paso por la Hacienda de La Erre, sólo tomaron alimento, la hueste pasó con mucho, los mil, los dos mil elementos. Hidalgo tenía conciencia de cuanto hacía y los demás igual. Dícese, cómo al observar que todos alcanzaron el yantar, tuvo otra de sus expresiones típicas: “¡Adelante, señores! ¡Vamos! ¡Ya se ha puesto el cascabel al gato! ¡Falta ver quienes son los que sobramos!” 9 Y, seguro, fue modo de animar a un grupo tan heterogéneo de personas, dando ejemplo de arrojo. En Atotonilco, en la Casa de Ejercicios, de la Sacristía tomó el estandarte que tenía pintada la imagen de la Virgen de Guadalupe, al óleo y lo mostró, entusiasta, como bandera. Otro importante gesto de gobierno, útil para dar cada vez mayor cohesión a la contienda, la que debía enviar al enemigo, un mensaje, el que cifraba muchas cosas en su simbolismo el que rebasaba, naturalmente, lo religioso, aun cuando se agregó otra consigna popular: “¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe!” 10 Así transcurrió el primer día dramático; siguieron los más trágicos. El día 17, asevera el otro biógrafo de Hidalgo, Luis Castillo Ledón, expuso “Su primera idea, convencer a las personas principales de la villa (de San Miguel El Grande) a una junta en las Casas Consistoriales…” 11 ¿Para qué? Para cambiar a las autoridades coloniales por autoridades insurgentes; y si, por medio del sufragio municipal; eso ocurrió por vez primera, advino una Junta Gubernamental, y resultó el Lic. Ignacio

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Aldama, presidente encargado también de la comandancia militar; incluso, lo han advertido varios autores, se predibujaba en esa acción una forma de gobierno “semirepublicana” y democrática. Prosiguió el gobierno insurgente. En San Miguel el señor Hidalgo, tuvo una primera diferencia fuerte con el capitán Allende, en razón, así de ciertos desórdenes de la gente proclive al saqueo y la actitud, normal en un militar, no sólo de llamar al orden, pero por cuanto lo hizo con alguna violencia, echándose a caballo y blandiendo su espada en golpes a mansalva contra quienes, como fuera, eran los soldados de la insurgencia. Don Miguel le hizo ver a Allende cómo, esa gente del pueblo no veía los dineros y alhajas de españoles, sino como productos de abusos en años y siglos de explotación y barbarie, pero contra el indio, el mestizo, el esclavo y aun el criollo; y más, desgraciadamente si se veía así, porque también era desgracia, la revolución requería de finanzas y ellos mismos debían imponer a los tenientes de los tesoros, su propia riqueza, por lo menos a modo de préstamos forzosos, los que a los interesados, a su vez, parecerían robos: la autoridad colonial era enemiga y sus beneficiarios de siempre, peninsulares mineros, propietarios de todo en campos y ciudades, comerciantes, también eran enemigos. Iniciaban una revolución; y la culpa de los desmanes no puede ser de quienes integran un movimiento de tal magnitud, sino de quienes lo provocaron aún desde mucho tiempo antes. Dícese cómo Allende, entonces, aun rindió su espada a Hidalgo, convencido. 12 Rumbo a Celaya: caminan más de cuatro mil insurgentes; Hidalgo más seguro de su papel, se le reconoce el mando y tanto que ordena una nota de intimación, la que dicta así para las autoridades: “… (si) se mandare dar fuego contra nosotros, se tratarán con todo el rigor que corresponda a su resistencia. Campo de batalla, septiembre 19 de 1810. P.D. En el mismo momento en que se mande dar fuego contra nuestra gente, serán degollados sesenta y ocho europeos que tenemos a nuestra disposición…” A los señores del Ayuntamiento de Celaya y firman Hidalgo y Allende. 13 Van a la vanguardia cien dragones

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compañeros de Allende, Aldama y Abasolo, únicos verdaderos militares del ejército insurgente, todos ellos convencidos de la causa independiente. Tomada Celaya el cura insurgente hizo lo mismo: convocar a junta para establecer un gobierno revolucionario en la ciudad y ante toda la gente, Hidalgo, de plano fue aclamado y titulado Capitán General del Ejército Insurgente, y Allende Teniente General; Aldama Mariscal de Campo; y el señor Hidalgo procedió, incluso, a otorgar los nombramientos primeros requeridos de gobierno y militares; se integró un tesoro de la insurgencia y dictó otras disposiciones. 14 Con la investidura, de modo firme y toda autoridad, envió una carta, fechada en Celaya, a 21 de septiembre, al Intendente de la Provincia de Guanajuato, don Juan Antonio Riaño, intimándolo también, revelando principios libertarios sin la menor duda y en nombre de una Nación, la que le dio facultades. Dice esta misiva transcrita por Castillo Ledón, entre otras frases: “…Su principio (el del Movimiento), ejecutado con el número insignificante de quince hombres, ha aumentado prodigiosamente en tan pocos días, que me encuentro actualmente rodeado de más de cuatro mil hombres que han proclamado por su Capitán General. Yo a la cabeza de este número, y siguiendo su voluntad, deseamos ser independientes de España y gobernarnos por nosotros mismos. La dependencia de la Península por trescientos años, ha sido la situación más humillante y vergonzosa, en que ha abusado del caudal de los mexicanos, con la mayor injusticia, y tal circunstancia los disculpará más adelante. Precipitado ha sido su principio, pero no pudo ser de otra manera sino dando lugar y providencia de asegurar a los españoles, para lo cual ha tenido fuertes razones (…) mi intención no es otra, sino que los europeos salgan ahora del país. (…) La Nación les asegura la debida protección; yo, en su nombre protesto cumplirlo religiosamente. Más adviértase que estas consideraciones sólo tendrán lugar en el caso de condescender prudentemente en bien de sus personas y

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riquezas; más en el caso de resistencia obstinada, no respondo de sus consecuencias… No hay remedio, señor Intendente; el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mejicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos… Pronto, muy pronto, oirá Vuestra Señoría la voz de muchos pueblos que respondan ansiosamente a la indicación de libertad (…) Una abnegación prudente, nos daría un resultado satisfactorio y sin ejemplo; tal vez quedaríamos amigos, y bien podría ser que en el seno de la amistad, protegidos de una madura reflexión, se arreglara un negocio de tanta magnitud, en que se vería nada menos que derechos sacrosantos e imprescriptibles de que se ha despojado a la Nación mejicana, que (los) reclama y defendería resuelta, siguiendo adelante en su actual empresa (y) llevando a su frente, que le sirva de guía, el signo de la justicia, y el poderoso auxiliar de la convicción (…) Paz y felicidad; guerra desastrosa y exterminio. Vuestra Excelencia se inclinará por el más humano y racional, siendo por tanto, un objeto de gratitud y de bendiciones, o tal vez, por desgracia, la execración de las edades venideras (…) Cuartel general en la ciudad de Celaya, a 21 de septiembre de 1810. Miguel Hidalgo y Costilla”. 15 Esta carta al Intendente Riaño, no es tan sólo un documento intimidatorio; refleja al Hidalgo del momento crítico: el estadista ya, el político quien debe manejar las cuestiones públicas y no las necesidades de un curato; siente la gravedad del asunto, pero lo ve no para el instante, el que debió alertarlo de todo y le despertó el genio. Al referirse al propio movimiento armado como fuera, dice y reconoce: “Precipitado ha sido su principio, pero no pudo ser de otra manera…” Sin embargo tal precipitación no significa plan ninguno, este lo fraguaron todos aquellos jefes, pero Hidalgo en particular, lo hemos visto así. En la carta contemplamos: 1. Manifiesta que se ha iniciado un Movimiento Revolucionario, el que crece y se hace respetar. 2. El ejército insurgente de ese Movimiento lo ha investido con la máxima autoridad.

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3. Surge un Estado libre, al que de inicio –es admirable– llama: Nación Mejicana. 4. Desconoce, consecuentemente, la autoridad de España, puesto que se pretende la independencia del nuevo Estado. 5. Anuncia que ya no hay un gobierno virreinal, al que no puede consentirse, tan humillante como ha sido. 6. Reconoce el derecho de gentes, conforme a viejas doctrinas, ofrece garantías al enemigo si a su vez reconoce los derechos de la nueva nación y para ellos, expresa: “Paz y felicidad”. 7. A su vez, impone un precepto jusnaturalista de Guerra, y advierte: “guerra desastrosa y exterminio”; conocedor, además, del peligro para los suyos, ya que desde el principio bien conoció que él mismo pronto caería en el campo de batalla sin ver el final anhelado. 8. Ya desde esta carta, permite entrever cómo abolirá la esclavitud y no permitirá el gobierno revolucionario, que se continúe en nombre de la religión, usurpar costumbres y propiedades a hombres libres, degradados a la condición de esclavos.

En fin, Hidalgo tiene en estas líneas, muy claro, al emplear varias veces el término Nación; porque tenía a la vez, conciencia de aquel concepto usual, jurídico y sociológico de población apostada en determinada región, la que comparte, además, elementos comunes de historia, apreciaciones de cultura, religión, economía, incluso aplica el gentilicio mexicanos. Este documento acredita al caudillo como algo más: un jefe del Estado naciente, de la Nación Mexicana, diríamos, la que de hecho sí representaba en ese momento y él lo sabía. 16

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Una segunda misiva semejante a esta, pero más breve, acompañada de otra íntima, en virtud de cierta amistad entre Hidalgo y Riaño, al Intendente, urgieron con energía la entrega de la plaza de Guanajuato, la segunda ciudad más importante de Nueva España. Riaño, en su deber contestó que no conocía más autoridad que la del Virrey y se propuso defender la rica población minera, con las consecuencias terribles que sabemos: centenares de muertos en ambas partes, pérdida de cuantiosas haciendas personales de peninsulares y de la tesorería oficial. Murieron muchos insurgentes en la batalla y toma de la ciudad, pero obtuvieron sonadísimo triunfo, el que conmovió, cimbró más allá de todo aquel reino. Hidalgo ganó el prestigio de un caudillo. La célebre Toma de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, el 28 de septiembre, traumática, influida más por el pánico de los españoles realistas quienes arremetieron nerviosos contra lo que llamaron “chusma” y los insurgentes del pueblo anónimo, incluido el propio guanajuatense, llenos de pasión por sentirse todavía más injuriados, quienes contestaron como en venganza; todo hecho más que por tácticas militares, corroboró en Hidalgo, el sentido de una realidad revolucionaria. Los hechos lo condujeron, dueño de su ánimo y tanto como para alentar a sus jefes de ejército, a nuevos actos de administración, resultantes en las horas, en los días inmediatos: 1. Emitió un BANDO, publicado el domingo 30, para serenar a la gente. Nombró Alcaldes a los señores don José María Chico y don Miguel Llorente. 2. Expidió nuevos nombramientos, unos no fueron aceptados, pero otros sí, entre estos, como Brigadier Intendente, don José Francisco Gómez y como Teniente Letrado, don Carlos Montes de Oca. 3. El día 2 de octubre fundó una CASA DE MONEDA, para acuñar plata en pasta, en la Hacienda de San Pedro y nombró director a don Francisco Robles

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y como encargado jefe de troquelado a un joven grabador en acero, originario del lugar. 4. También estableció una fundición y FÁBRICA DE CAÑONES, la que puso bajo la dirección de don Rafael Dávalos, egresado del ilustre Colegio de Minería de México, a quien dio el nombramiento de Coronel. El primer cañón, imperfecto, fue llamado “Defensor de América”. 5. Otro insurgente ilustre, don Mariano Jiménez, también del Colegio de Minería, recibió la encomienda de integrar un Batallón especializado, igual, con el grado de Coronel. Este cuerpo del Ejército insurgente llegó a 3,000 hombres más. 17

En verdad, Hidalgo, fortaleció su gobierno, refrescó a su ejército, lo pudo entregar a Allende a Aldama y a Abasolo, los militares, ahora también a Jiménez; y la gente allegada sumaban ya miles de miles. Hizo él solo con algunos acompañantes, visitaciones incluso a Dolores, para después proseguir hacia otra plaza importante: Valladolid de Michoacán. 18 A partir de los acontecimientos de la Alhóndiga de Granaditas, lo reitero, Hidalgo como cabeza principal, pero igual Allende y Aldama, adquirieron renombre. Aquella gente cercana a los cien mil soldados insurgentes, aparte muchísimas mujeres en la pelea, desarrapada en gracia de su desgracia por ese “mal gobierno” al que le gritaban ¡mueras!, al que ahora hacían frente, y frente de guerra, armados como fuera, también resultaron capaces de premiar a sus jefes de insurrección, según lo prueban estos versos populacheros: “La libertad indiana toda se debe al invencible Hidalgo y al bravo Allende,

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en cuya hazaña no tiene contraparte el gran Aldama”. 19

Así proliferaron otros versos, cancioncillas y epigramas. Hidalgo llegó a Valladolid de Michoacán y el terror pánico ahuyentó a su paso, aun en todos los pueblos de su itinerario, a autoridades civiles y militares realistas, también las eclesiásticas, aquellas virreinales en armada que lo buscaban para destruirlo y defender para la corona, la hermosa ciudad; pero el propio Hidalgo y sus huestes encontraron el paso franco, y derrotados sin combate el Conde de Casa Rul, el Intendente Antonio Merino y el Coronel García Conde. 20 Comenzaron los Bandos y las órdenes insignes del gobierno primigenio de la nueva nación. Es cierto, según lo señalan varios historiadores, cómo el señor Hidalgo cometió algunos graves errores: los de carácter militar, el caso de no haber avanzado a la ciudad de México después de la victoria del Monte de las cruces y luego no escuchar a Allende y a sus medidas de estrategia, porque la arrogancia del Teniente General pareciera ansiosa de poder, –como si lo era a su vez, naturalmente–; ambos conductores tuvieron fuertes discrepancias, las que se prolongaron al 30 de enero de 1811, cuando de plano Allende si, por fuerza, tanto como por persuasión le despojaron del mando militar –y casi todo–. Hidalgo, entonces, perdió liderazgo; a las veces por ser “altamente impolítico”, dijera Alfonso Toro; 21 más justo lo expresa Silvio Zavala: “La actitud de Hidalgo no siempre fue la misma, ante el impulso devastador que animaba a sus huestes. La inhibición impotente, la complacencia, el débil propósito de amparar a los criollos de caudal y medidas encaminadas a mitigar la triste condición del pueblo se sucedieron en el corto periodo de su mando…” 2 2 Corto periodo, pero estremecedor y decidido, según era necesario; tan corto como un poco más de cuatro meses.

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Sin embargo dentro de dicho término y gobierno, Hidalgo evidenció sus recursos políticos y de estadista, lo vuelvo a decir, y produjo, así actos muy firmes y documentos históricos, los que lo ubican en la memoria nacional. En Valladolid de Michoacán, el 19 de octubre, por vez primera dictó un Bando aboliendo la esclavitud y la liberación de impuestos a las clases más necesitadas: “En puntual cumplimiento de las sabias y piadosas disposiciones del Excelentísimo señor Capitán General de la Nación Americana Dr. D. Miguel Hidalgo y Costilla, de que debe esta rendirle las más expresivas gracias por tan singulares beneficios, prevengo a todos los dueños de esclavos y esclavas, que luego inmediatamente que llegue a su noticia esta plausible superior orden, los pongan en libertad, otorgándoles las necesarias escrituras de atalahorria con las inserciones acostumbradas para que puedan tratar y contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos, codicilos y ejecutar las demás cosas que ejecutan y hacen las personas libres; y no lo haciendo así los citados dueños de esclavos y esclavas, sufrirán irremisiblemente la pena capital y confiscación de todos sus bienes. Bajo la misma que igualmente se impone no comprarán en lo sucesivo ni venderán esclavo alguno…” 2 3 En el mismo Bando encomendado a don José María Ansorena, reconocido por Hidalgo como Intendente de la provincia de Michoacán y Alcalde de Valladolid con grado de Brigadier, le dictó el siguiente acuerdo: “…Es también el ánimo piadoso de Su Excelencia quede totalmente abolido para siempre la paga de tributos para todo género de castas sean las que fueren para que ningún juez ni recaudador exijan esta pensión ni los miserables que antes la satisfacían la paguen, pues el ánimo del Excelentísimo Señor Capitán General es beneficiar a la Nación Americana en cuanto le sea posible…” 24

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En el anterior documento advertimos dos cosas, una consecuencia de la otra: la autoridad emanada de una estruendosa rebelión, encarnada por el cura Hidalgo y el temeroso espíritu del suscrito por encomienda; para entonces se había producido la excomunión contra el caudillo, por el obispo Abad y Queipo y la Real y Pontificia Universidad exigió no se le llamará ni doctor ni sacerdote, cuando este documento tiene cierta redacción mayestática para el mismo cura Hidalgo. No obstante, dicha actitud del señor Ansorena, a una vez refleja el sentido popular de los michoacanos quienes se expresaron a un romance –o corrido–, el que celebra la llegada de Hidalgo: “Hoy Valladolid gozoso reconoce sus ventajas. Ha llegado un gran señor que no se duerme en las pajas…” 2 5

En Acámbaro (22 de octubre), el ejército se hizo formal. Hubo ascensos: Hidalgo fue llamado y reconocido Generalísimo; Allende, Capitán General y Aldama, el padre Balleza, Mariano Jiménez y don Joaquín Arias, Tenientes Generales; Abasolo junto con otros jefes quienes demostraron valor y fidelidad a la causa, Mariscales de Campo. Dichos señores se confeccionaron vistosos uniformes. Hidalgo con Allende dispusieron cómo, cada jefe al frente de mil hombres tendría grado de Coronel y fijaron sueldos. Surgieron otros acuerdos. 26 La llegada de Hidalgo a Guadalajara tuvo lugar el 26 de noviembre. Allende había quedado en Guanajuato y desde ahí operó contra el realista Calleja, (luego sería el virrey, de los últimos tres, por cierto); y, desde luego el jefe insurgente, envuelto en conflictos por la zona central, San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes, por ello escribió dos cartas en las cuales reprobó la decisión de Hidalgo de marchar a Guadalajara, en tanto advirtió que tal actitud desamparaba las plazas conquistadas para la causa independentista; dichas cartas, fechadas los días 19 y 20 de noviembre.

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Hidalgo pensó diferente y creyó cómo, con un adicto lugareño, el célebre Amo Torres –don José Antonio Torres–, se había ocupado, resuelto y valiente, con la anuencia del mismo Hidalgo, a insurreccionar prácticamente la Nueva Galicia, no sólo Guadalajara, pero Colima y Tepic y más, entre gente campesina como el mismo Torres. Por eso se facilitó el camino desde Valladolid; y aun el Generalísimo y su ejército, fueron recibidos con un Te Deum en catedral, presentes el Dean y varios canónigos, más un banquete de honor. Resultó propicio el ambiente, para que Hidalgo asentara todavía más su gobierno. Nombró, entonces, primeros Ministros con tales títulos; un gabinete: el Lic. José María Chico, Ministro de Gracia y Justicia y Presidente de la Audiencia de Guadalajara; el Lic. Ignacio López Rayón quien se había unido a la causa desde Maravatío, designado Ministro de Estado y del Despacho. Todavía más, presentó para ser nombrado un primer embajador o ministro Plenipotenciario y Extraordinario, ante gobierno extranjero: el de Estados Unidos del Norte el señor don Pascasio Ortiz de Letona. 27 Otra vez, Allende invitado por Hidalgo, participó en esta designación. Buscaban reconocimiento y apoyo. De hecho, ambos de común acuerdo, a raíz de la batalla del Monte de las Cruces, ganada, y de la de Aculco, perdida, habían tomado la decisión de ir por sendas diferentes para propalar la insurgencia en todo el territorio, lo que ocurrió. Si los insurgentes sufrían pérdidas, los realistas anduvieron en confusiones y también con pérdidas; si las insurgentes carecían de armas adecuadas y soldados que no sabían de disciplina, los realistas tenían militares brigadieres ignorantes, aun del suelo que pisaban, venidos de España, otra geografía. El 29 de noviembre Hidalgo, directamente expidió nuevo Decreto aboliendo la esclavitud, ratificó la derogación de impuestos a las clases necesitadas, a la vez que impuso tributos a quienes consideró los debían pagar; y todavía más, eliminó los odiosos papeles sellados virreinales, etc.

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“Que siendo contra los clamores de la naturaleza, el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud, no sólo en cuanto al tráfico y comercio que se hacía de ellos, sino también por lo relativo a las adquisiciones; de manera que conforme al plan del reciente gobierno, pueden adquirir para sí, como unos individuos libres al modo que se observa en las demás clases de la república, en cuya consecuencia supuestas las declaraciones asentadas deberán los amos, sean americanos o europeos darles libertad dentro del término de diez días, so la pena de muerte, que por inobservancia de este artículo se les aplicará”. “Que ninguno de los individuos de las castas de la antigua legislación, que llevan consigo la ejecutoria de su envilecimiento en las mismas cartas de pago del tributo que se les exigía, no lo paguen en lo sucesivo, quedando exentos de una contribución tan nociva al recomendable vasallo”. 28 La ruptura del gobierno de Hidalgo es advertible, lo debemos subrayar, no sólo con el gobierno virreinal, pero con España y el monarca que reinara; aquello que de repente se escuchara de “¡Viva Fernando VII!”, era en la realidad tan débil y falso según acertadamente, igual lo hace notar Silvio Zavala, como que “en la conciencia de los directores –los jefes insurgentes–, la obediencia era fingida”. 29 Siempre lo fue: la monarquía española resultaba del todo repudiada; la independencia se anhelaba absoluta, el gobierno insurgente, consecuentemente así se ejercía en lo posible. Aun creyó necesario el señor Hidalgo, para su divulgación general, emitir otro Bando, fechado el siguiente 6 de diciembre, aboliendo tercera vez, la esclavitud, retirando impuestos, “para que llegue a noticia de todos, y tenga su debido cumplimiento…”, con este exordio de buen gobierno: “Desde el feliz momento en que la valerosa nación americana tomó las armas para sacudir el pesado yugo, que por espacio de cerca de tres siglos la tenía oprimida, uno de sus principales objetos fue extinguir tantas gabelas con que no

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podía adelantar fortuna; mas como en las críticas circunstancias del día no se puedan dictar las providencias adecuadas a aquel fin, por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atienda por ahora a poner el remedio en lo más urgente para las declaraciones siguientes: 1° Que todos los dueños de esclavos deberán darles libertad dentro del término de diez días, so pena de muerte, la que se les aplicará por transgresión de este artículo.- 2° Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que lo pagaban, y toda exacción que a los indios se les exija, etc. Dado en la ciudad de Guadalajara, a 6 de diciembre de 1810. –Miguel Hidalgo y Costilla, Generalísimo de América. – Por mandato de S.A. Lic. Ignacio (López) Rayón, secretario”. 3 0 Un día anterior -5 de diciembre-, el Generalísimo de la América Mexicana, con un sentido profundo, el que unió entrañable pasado histórico autóctono, el que precisaba reivindicar como abono para futurible grandeza nacional, -y esto revela mucho más allá de planes políticos del instante revolucionario que vivían entonces los insurgentes, sólo desde perspectiva criolla-, el cómo la nueva nación era una amalgama perfectamente conocida por el estadista, en ese momento caudillo: dictó otro Bando memorable, el de primigenia repartición agraria, a partir del beneficio a los indios. El documento guardado en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, lo indica: “D. Miguel Hidalgo y Costilla, Generalísimo de América. Por el presente mando a los jueces y justicias del distrito de esta capital, que inmediatamente procedan a la recaudación de las rentas vencidas hasta el día por los arrendatarios de las tierras pertenecientes a las Comunidades de los Naturales, para que enterándolas en la Caja Nacional, se entreguen a los Naturales las tierras para su cultivo, para que en lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los Naturales en sus respectivos pueblos. Dado en mi cuartel general de Guadalajara, a 5 de diciembre de 1810.Miguel Hidalgo, Generalísimo de América. Por mandado de S.A., Licenciado Ignacio Rayón, Secretario.”

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Digamos cómo Hidalgo, verdaderamente “gobernaba para todos”. Reitero, el pueblo era de indígenas, criollos, negros, mestizos y los mestizos formaban toda una gama de “castas”, el cruce, la amalgama que los tiempos harían pensar a otro mexicano –José Vasconcelos–, en una “raza cósmica”; esto es: la unión de todas las razas. Otro rasgo importantísimo en el gobierno insurgente de don Miguel Hidalgo y Costilla, es sin duda, sin discusión, la facultad favorable a la expresión del ideal de independencia, publicar un periódico; y surgió El Despertador Americano, nombre de suyo alentador, dinámico, ágil. Lo encomendó al párroco de Ixtlán y Mascota, don Francisco Severo Maldonado, doctor teólogo, filósofo y jurista, quien se lo propuso al generalísimo y éste aceptó de la mejor gana. Apenas salieron a la luz pública siete números, los que históricamente integran un periodismo singular, el que escapó, muy insurrecto, a cualquier censura y prohibición mientras duró en el ambiente revolucionario. Cierto, a poco los primeros caudillos, cayeron por traiciones, pero igual que los meses de guerra cruenta, esos siete números fueron igualmente caudillos y abrieron horizontes, como Hidalgo, Allende, Aldama, la Corregidora, etc. a los que siguieron, sin dar tregua a un virreinato, lo repito, el que por fuerza declinaba. El primer número apareció en Guadalajara, el jueves 20 de diciembre de 1810, el año del grito libertario. El lenguaje del redactor, en verdad ampuloso, acaso resultó necesario para sembrar inquietudes de libertad; exageró el llamar al propio Hidalgo “nuevo Washington que nos ha suscitado el cielo”, pero en sí y por su naturaleza extendió y amplió el grito de Dolores. Leemos, por ejemplo: “…celebrados de cuantos os conocen a fondo por la dulzura de vuestro carácter moral, y por vuestra religión acendrada, despertad al ruido de las cadenas que arrastráis ha tres siglos: abrid los ojos a vuestros verdaderos intereses no os acobarden los sacrificios y privaciones que forzosamente

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acarrea toda revolución en su principio, volad al campo del honor, cubríos de gloria bajo la conducta del nuevo Washington que nos ha suscitado el cielo en su misericordia, de esa alma grande, llena de sabiduría y de bondad…” 31 En el número cuatro de El Despertador, el redactor, Francisco Severo Maldonado es claro portavoz de Hidalgo y de quienes como él pensaron en la independencia de México, desde un principio; a su vez, burlón: “¿Peleáis acaso, hermanos nuestros muy amados, por el desgraciado y cautivo Fernando? ¿Pero no advertís que los gachupines ya ni se acuerdan de este monarca infeliz? ¿No veis que la España, ha reconocido por su rey a un intruso, y que todos los juramentos y fanfarronadas de los gachupines han venido a parar en que se postren ante el ídolo detestado, ante aquel Jusepe, aquel Pepe Botellas, aquel rey de copas, que es ahora para ellos el rey sabio, el rey filósofo, el regenerador de las Españas? ¿Cómo puede decirse que peleáis por Fernando, cuando habéis hecho causa común con los europeos que se han vuelto sus más crueles y decididos adversarios?” 32 ¿Cuándo hubo expresión tal? Claro, la voz era de la insurgencia franca, resuelta y la que ya había pagado con mucha sangre desde septiembre y sabedores que ofrendaban sus vidas. Confirmamos, por tales páginas el anhelo de la insurgencia, el reconocimiento pleno de la nueva nación. También debemos reparar en las alusiones de documentos dirigidos al Generalísimo y a su Superior Gobierno. Seguramente, como se ha afirmado, los títulos así se dieron para imponerse como más altos y eminentes, ante los gobernantes virreinales, meros representantes de un monarca, el que ya resultaba extranjero; frente a funcionarios, todos, los más elevados, segundones; pues aun en lo militar, de no haberse presentado el conflicto por la insurrección, apenas como en el caso de Félix María Calleja, sólo era un brigadier. La insurgencia se daba un lugar de máximo respeto y debía ser superior a cualquier instancia de inferiores.

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Verdaderamente don Miguel Hidalgo y Costilla, fue el primer gobernante del México consciente de su ser nacional; gobierno el suyo, dramático durante todos sus días en el ejercicio de un poder surgido por la fuerza anímica de un pueblo, el que ya por conspiraciones, ya por declaraciones de todas las formas, apremiaba emerger, después de soportar una tiranía de dominación colonialista que lo ahogaba. Gobernante conocedor mucho más que intuitivo, inteligente tanto como dinámico, quien sorteó toda clase de conflictos, a las veces connaturales a los seres humanos, cercanos en principios o circunstancias tan simples, pero muchísimo más, ante la gravedad de las propias causas del fin emancipador de tal pueblo. Es digno del título que se le ha otorgado, Padre de la Patria: conjugó en su personalidad ideas y acciones de todos los patriotas de entonces, como nadie lo hubiese hecho; su carácter, su preparación, su experiencia, todo lo llevó al liderazgo reconocido, aunque hubiese sufrido calumnias, traiciones, ingratitudes, recelos, envidias. Sí, cometió errores, pero jamás por la voluntad de dañar a nadie; y, aun así, también supo llegado el momento, ceder como sucedió a raíz de la derrota en Puente de Calderón, el mando a Allende, convencido de la destreza militar de quien era militar, aunque sabedor de haber cumplido con su deber en una primera parte de la lucha; y trabajó su gobierno, visionariamente. El 25 de enero de 1811, concluyó el gobierno de Hidalgo y sus compañeros le reconocieron sus títulos ganados y su respetabilidad. Bien hizo don Manuel Rivera Cambas, al reconocer a Hidalgo en su importante relación biográfica de Los gobernantes de México. 33 Durante los juicios militar y eclesiástico, ambos tan llenos de inconsistencias en derecho y en cambio abundantes en sentimientos de odio, interrogaciones de antijurídica mala fe y conclusiones tan perversas, con todo, Hidalgo ante la historia es el Padre de la Patria y su primer gobernante de hecho y por derecho en la legitimidad que la reconocieron en su momento, los insurgentes.

Notas 1. Edmundo O ‘Gorman, Hidalgo en la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente de la Real de Madrid, en Historiología: teoría y práctica. Estudio introductivo y selección de textos escritos por E.O´G, por Álvaro Matute, México, UNAM, 2007, XXXVIII-206 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, n. 130); discurso en p. 155-178; esta cita, p. 165. 2. Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. La República restaurada. Vida política, México, Editorial Hermes, 979 p. , ilus. ;ver p. 64 y 65. 3. En Excélsior publiqué síntesis de trabajo mayor, el que intitulé “Don Vasco de Quiroga, maestro de los insurgentes”, conferencia que ofrecí en Uruapan, Mich. ; resultaron tres artículos, sección editorial, México, 30 y 31 de octubre y 1° de noviembre de 1986, p. 4 y 37 los dos primeros y 4 y 32, el tercero. En la segunda entrega trato de las similitudes entre don Vasco e Hidalgo. Invito al lector a confrontar. 4. Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, doy esta ref.: prólogo y cronología por Abelardo Villegas, Barcelona, Biblioteca Ayacucho, 1985, XXVI-426 p. (núm. XXI de la Colección Biblioteca Ayacucho). Esta cita, p. 108.

5. José M. de la Fuente, Hidalgo íntimo. Apuntes y documentos para una biografía del Benemérito Cura de Dolores…, prólogo de Luis González Obregón, México, publicación hecha bajo los auspicios de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1910, 558p. , ilus. Ver las diferentes listas nominales de primeros insurgentes, en p. 242 a 251 y ss. 6. Ibídem, p. 240. 7. Ibídem. 8. Sierra, op. Cit., p. 109. 9. De la Fuente, op. Cit., p. 255. 10. Ibídem. 11. Luis Castillo Ledón, Hidalgo. La vida del héroe, (1949), 2 vols. Uso para estas notas, nueva edición conmemorativa, Pachuca, Gobierno del Estado de Hidalgo, 2008, (Colección “Juntos al BI-CENTENARIO”, dirigida por Rubén Jiménez Ricardez, n.2); t. II-456 p. , ilus. ; esta cita, p. 33.

12. Ibídem, p. 35 y ss. 13. De la Fuente, p. 262. 14. Ibídem, p. 264 y ss. Ver también, L. Castillo Ledón, op. cit. p. 48. 15. Castillo Ledón, p. 49-51. 16. Cfr.: José María de Liceaga, Adiciones y rectificaciones a la Historia de México, (Guanajuato, 1868, 1ª. ed.) Ed. facsimilar: México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, XVI-632 p. Ver, documentos 3 y 4, p. 212-213; 5 y 6, p. 214 y 215, del “Primer libro”. También cfr., De la Fuente, p. 256-266. Las segundas cartas intimidatorias de Hidalgo están fechadas el 28 de septiembre de 1810, en la Hacienda de Burras, “Cuartel”. También en Castillo Ledón, p. 68-70. 17. De la Fuente, p. 275-277. 18. Castillo Ledón, p. 80 a 86 y ss. 19. Ibídem, p. 103. 20. Ibídem, p. 114.

21. Alfonso Toro, Compendio de Historia de México. La revolución de Independencia y México independiente, México, Editorial Patria, 9ª ed., 1955, 576 p. 86. 22. Silvio Zavala, Apuntes de Historia Nacional. 1808-1974, (1ª. ed. Bs. As. 19401943), 7ª. ed., El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 2005, 230 p. 27. 23. Cfr. : Juan Eusebio Hernández y Dávalos, Historia de la Guerra de Independencia de México, 1808-1821, 6 vols., (Primera edición José María Sandoval, impresor, México, 1877-1882). Edición facsimilar de la primera, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985; ver t. II-940 p. Este documento, p. 169-170. 24. Ibídem. 25. Castillo Ledón, p. 122. 26. De la Fuente, p. 281-282. 27. Ibídem, p. 311. 28. Hernández y Dávalos, op. cit., p. 243-244.

29. Zavala, op. cit., p. 23. 30. Hernández y Dávalos, p. 256. 31. El Despertador Americano. Ver: Periodismo Insurgente, facsimilares de los originales de este periódico junto con Ilustrador Nacional, Ilustrador Americano, Semanario Patriótico Americano, Gaceta del Gobierno Americano y Clamor contra la opresión, presentación de Antonio Pompa y Pompa, edición preparada por Manuel Arellano Zavaleta y Felipe Remolina Roqueñí, México, Partido Revolucionario Institucional, 1976, 678 p., ilus. Se recogieron los siete números de El Despertador Americano, del núm. 7 sólo hay un ejemplar, el que fue localizado en el archivo de don José Toribio Medina, en la República de Chile. Para esta cita, ver núm. 1. 32. Ibídem. Ver el núm. 4. 33).- Manuel Rivera Cambas, Los gobernantes de México, (1ª. ed., 1873, en 2 vols.) Reedición, en 6 vols., con prólogo de Leonardo Pasquel, JalapaMéxico, Editorial Citlaltépetl, 1964; ver t. IV-533 p. , ilus. Vida de Hidalgo en p. 3 a 41.

La Toma Insurgente de Pachuca

“Cuando comenzó esta (Revolución de Pachuca), en el año de 1810, sucedió en esta comarca lo mismo que en todo lo demás del territorio mexicano…” CARLOS MARÍA DE BUSTAMANTE, CUADRO HISTÓRICO

Historiadores de generación anterior a la nuestra, Luis González y González, Ernesto de la Torre Villar, Moisés González Navarro, elaboraron una excelente Historia Documental de México, 1 y tomaron con particular cuidado, calificando cada texto: manuscritos e impresos, anónimos o firmados, célebres, en el mismo cuerpo de la Historia: manifiestos, proclamas, bandos, planes, discursos, etc., o conocidos apenas entre expertos: testimonios, cartas, declaraciones diversas, memorias, apuntes, notas, etc. El resultado, un repositorio de primerísima mano, muy respetable, ilustrativo, fehaciente, completo, el que guía prácticamente, en todas las épocas de la historia mexicana y los rumbos geográficos correspondientes; tiempo y espacio cifrados magistralmente. Cuando aparecieron los dos tomos de dicha obra, me pregunté: ¿no podría hacerse semejante esfuerzo relacionado con la historia particular de los Estados del territorio nacional? Ahora, por cuanto hace al Estado de Hidalgo, es claro, contemplé en la memoria algunos de esos papeles insignes, incluso, para varios casos los he estudiado; y son algunos. Es el caso del documento aquí señalado: “Ataques y entrada de los americanos en el Real de Pachuca”, el que tiene interesante preliminar: “Revolución de Pachuca”; y se trata de un texto debido al cuidado de un generoso cuanto pasmosamente incomprendido mexicano: don Carlos María de Bustamante; documento al que agrega de su mano, el ejercicio del historiador, seguramente el más acucioso en torno al periodo estudiado, su famoso Cuadro histórico. 2

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Retrato del licenciado y brigadier del Ejército Insurgente, y de los más notables historiadores de México, don Carlos María de Bustamante. Oleo sobre tela, sin firma, posiblemente de 1836.

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Debo advertir un poco alrededor del benemérito personaje mencionado. A la fecha muy distinguidos especialistas se dejan llevar, acaso involuntariamente, no por los juicios de una historiografía francamente derechista a ultranza, pero sí por determinados elementos, los que parecieran no corresponder a las precisiones históricas o al estilo conveniente en favor de la narrativa historiográfica, porque se acerque más a otro tipo de relato; digamos, la novela. Pero es el caso, cómo don Joaquín García Icazbalceta, nuestro insigne erudito –maestro de toda erudición mexicana, lo llamó Menéndez y Pelayo ni más ni menos-, le contó a Bustamante las páginas que publicó: ¡19,142 páginas en cuarto! 3 ; para luego dar una opinión: oponer a Bustamante, “representa al partido insurgente” con Lucas Alamán “infinitamente superior, como escritor”, representante del “partido español”. 4 Y no repara en una distinción harto significativa; sí, Alamán es pulcro en el manejo de su lenguaje a fuer de historiador o político; don Carlos manejó diferentes modos de narrativa, en tanto buscó diversos públicos: cronista, vivió la propia revolución de Independencia, estuvo en los campos de combate y en cárceles y nunca se detuvo tan sólo en escribir como testigo; fue historiador y para el caso conoció la calma del gabinete o escritorio; fue periodista y consecuentemente urgido por los plazos que impone el género en el tiempo, de un día para el otro; fue el legislador y no pocas de sus páginas, ahora de enorme valor histórico, fueron leyes en el derecho positivo, tesis jurídicas y discursos parlamentarios; buscó a la niñez para ilustrarla en su historia –y ahí están sus didácticos tomos Mañanas de la Alameda 5 -; escribió también sus memorias: Hay tiempos de hablar y tiempos de callar 6 y, por si fuera poco, salvó de las turbulencias políticas y militares, obras, las que si no fuese por su atingencia tal vez no conoceríamos, ejemplos: los tres tomos de Fray Bernardino de Sahagún, Historia de las cosas de la Nueva España y el Suplemento a la Historia de la Conquista de Hernán Cortés, escritos de Chimalpain, 7, son muestras. Tal vez despistan ciertos juicios, determinadas expresiones del propio Bustamante, así en frases coloquiales insertas en sus textos y aun determinados títulos de sus obras; de repente dio

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a la estampa El Revoltillo de papas, camarones y nopalitos para la presente cuaresma, un suplemento para el periódico La Marimba (1832), o, El nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea la historia de la invasión de los angloamericanos en México, y aquí el enunciado de “Bernal Díaz”, es debido a la reputación de “verdadera historia”, como la que don Carlos apunta respecto a la guerra con los Estados Unidos, su verdadera historia. Patriota como el que más, muy católico, tuvo siempre fama de buen charlista y trató de ser ameno, asimismo, en sus escritos, y pienso que lo consiguió. Ernesto Lemoine Villicaña apunta al detenerse en los supuestos errores indicados por García Icazbalceta: “…le faltó agregar al sabio hacendado, que los errores como investigador y editor del oaxaqueño, abrieron el camino a los aciertos de él mismo, de Orozco y Berra, Paso y Troncoso y muchos más…” 8 Ahora leamos lo que aduce Andrés Henestrosa: “Aunque nunca se dijo historiador (Bustamante), sino un mero compilador de noticias que sirvieran para escribirla, no se le puede negar tal carácter, y, propiamente, ninguno se lo ha negado. Ni siquiera su máximo y más acérrimo enemigo, Lucas Alamán, quien al morir Bustamante le dio, o creyó darle, el tiro de gracia. En sus obras, que suman miles y miles de páginas, han abrevado muchos de nuestros historiadores, Alamán, el primero…” 9 El que busca a Bustamante historiador, periodista, orador, polemista, legislador, etc. sabrá reconocerlo en cada caso. Sabemos igualmente, quiénes lo negarán siempre. De manera tal, aquel libro de don Victoriano Salado Álvarez, La vida azarosa y romántica de don Carlos María de Bustamante, 10 en el que quiere divertirse a costa del personaje, caricaturizándolo y llamándolo indiscreto, bullebulle y entrometido, resulta ocioso y como que los tres calificativos se le revierten, a quien debemos, felizmente, libros mucho más dignos, que este. Don Carlos fue muy generoso y a veces abusan de él; y acucioso como historiador. Más justiciero parece el libro de Roberto Castelán Rueda, La fuerza de la palabra impresa. Carlos María de Bustamante y el discurso de la modernidad, un reciente examen alrededor del historiador oaxaqueño. (1997).

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Vamos al documento de nuestro interés. *** Cómo ilustra don Carlos estos pasajes revolucionarios para la región que ahora lleva, con justicia, el nombre precisamente del caudillo principal de entonces, el Padre de la Patria, don Miguel Hidalgo y Costilla: los personajes a quienes observamos en movimiento, con algunos de sus rasgos íntimos y característicos; los hechos, los de armas, los políticos y algunos salidos de todo control; y aun los parajes de la campiña y de las villas y poblados, pero también determinadas vivencias profundamente humanas. Fundamental es el documento que estudiamos, si bien se completa con diversos datos valiosos aportados por el mismo Bustamante, si bien en otros de sus múltiples escritos, siempre valiosos para el asunto. 1. El documento tiene doble valor testimonial: el de quien lo recoge y trasmite, dándole su personal respaldo; y el del informante, a quien constaron los hechos relatados. 2. El documento en su contexto: por un lado revela informaciones, sí por cuanto hace a las personas en acción y a los hechos en sí; pero además, trasmite vigorosas manifestaciones que recrean el ambiente sensible de momentos históricos. 3. El documento contribuye, eficazmente, a enriquecer con bases fidedignas, el conocimiento de los hechos históricos acaecidos, respalda seriamente la narración propiamente historiográfica. 4. El documento lo utilizó Lucas Alamán en su propia Historia, y al respecto anotó: “Así lo refiere Bustamante, Cuadro Histórico... que es la autoridad única que tengo en esto”; pero a su vez indica que lo cotejó, con el “parte” militar suscrito por el Gral. Ciriaco del Llano, realista y las diversas Gacetas “de aquel tiempo”. Esto significa: dar fe de la certeza de este relato. 11

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Una vista de la Ciudad de Pachuca, de la antigua litografía de Murguía, hecha para ilustrar la obra de Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental, (1883).

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Es interesante referirme a algunos personajes actuantes, en tanto no sólo en estos primeros sucesos en Pachuca, pero durante los mismos inicios de la Guerra de Independencia; es muestra de cómo, y hasta qué grado el Grito de Dolores consiguió, muy en serio, un golpe mortal al coloniaje y al gobierno virreinal; en el mismo pasaje del Cuadro Histórico de Bustamante es claro como impresionante, saber del ambiente en el entonces Real de Pachuca y sus alrededores, así en las llanuras y valles, como en las montañas. Dice Bustamante: “Cuando comenzó esta (revolución) en el año de 1810, sucedió en esta comarca lo mismo en todo lo demás del territorio mexicano. Una impresión de admiración grande en todos: temor y abatimiento en los españoles, que vieron llegada su ruina: una especie de satisfacción y alegría secreta en los americanos, que aunque encubierta con una modestia aparente por la férula que pesaba sobre sus cuellos, aparecía no obstante a los ojos de un observador curioso, y los hacía barruntar en confuso su futura libertad…” 12 También es interesante no olvidar que tal preámbulo al documento, que viene después, es referente a esta región y por eso lo intituló “REVOLUCIÓN DE PACHUCA”; y hace hincapié en su informante: “un observador curioso”. Asimismo es notable palpar el ambiente, todavía sin luchas entre una insurgencia posible, de “alegría secreta” y los peninsulares colonialistas, realistas, llenos de temor y abatimiento, porque “vieron llegada su ruina”. Más grave resultaba la situación, puesto que se trataba de la lucha ya en explosión, cerca muy cerca de los dominados criollos, indígenas, mestizos y castas, esclavizadas éstas, contra la fuerza ciega, sorda e insensible de los llamados “gachupines”, los ambiciosos y codiciosos dominantes. Don Carlos explica y bien se entiende, cómo hubo una especie de choque y contradicción entre la gente de espíritu más cultivado, tales los principales caudillos, el mismo Hidalgo igual que Allende –son ejemplo-, porque “peleaban los afectos del corazón, y las preocupaciones del

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entendimiento: aquel apetecía la libertad y con una fuerza irresistible se veía arrastrado a aprobar la revolución; pero este oponía los tristes presagios y unas habitudes (sic por hábitos) rancias y de una conciencia llena de errores, resultado necesario de la barbarie, esclavitud y degradación de tres siglos…” 13 Y el cronista e historiador, plenamente seguro de su dicho, también expresa: “Cuando la posteridad que juzgará imparcialmente las cosas, compare el punto de donde partieron las Américas españolas, y los infinitos e insuperables obstáculos que en toda su marcha, y principalmente en los primeros pasos debieron arrostrar y vencer, dará todo el valor que merece a la resolución de los primeros héroes, que dieron el fruto, y de los valientes que los siguieron, y disculpará los errores indispensables que se cometieron en una empresa tan difícil y complicada…” 14 Así fue: seguramente Pachuca se estremeció, como lo expresa Bustamante por la comunicación de un testigo sensible a los hechos. Una confusión no exenta de sentimientos encontrados, de afectos en pugna en una sociedad que yacía enferma en alto grado. Tal circunstancia explica la fuerza penetrante de un generalísimo Hidalgo, quien a su vez sufría por los muertos, aún los que por sus órdenes se inmolaron y los escrúpulos de conciencia que hervían en el ánimo de Allende, esos dos caudillos quienes llegaron a debatir; y sorprende para tal caso, cómo Hidalgo, el sacerdote, fue enormemente decidido a la lucha desde el principio, y vio en los saqueos no raterías de ladrones vulgares, sino desfogue imparable de momento, de los doblegados hasta entonces, muchos, muchísimos con el hambre no de oro y plata, pero del hambre simplemente fisiológica y sobre quienes todo obstáculo y trabajos por fuerza, se les cargaba; en cambio, en Allende el militar de carrera, de profesión, también convencido de una guerra por la libertad, experimentaba repugnancia ante las masas, miles de miles de hombres sin hablar español, los que se iban sobre las tiendas, las oficinas, los campos de laborío, las casas y residencias, para tomar a manos llenas lo que jamás en su vida ni habían

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tenido ni conocían acaso. Ese fenómeno, a veces terriblemente revolucionario y explicable, también se dio en Pachuca, cuando fue tomada. No falta el gesto de repugnancia del mismo Bustamante cuando habla de ello y en este caso, precisamente. Como no faltan los reniegos del historiador Alamán, quien no ve, para el caso, la honradez relatora de Bustamante y como sorprendido, horrorizado, califica de “iluso” al historiador en quien se apoya, por retratar “con estos colores a todos aquellos que él conoció, y manifiesta la imposibilidad de reducirlos a un orden de cosas que no fuese una vida de bandidos…” 15 Bustamante narró, hizo crónica e historia, explicó los sucedidos y midió así circunstancias, consecuencias, efectos, en todo su dramatismo y tragedia; pero no lo justifica todo, sino se duele cuando contempla a “monstruos”, tales Máximo Machorro y un Arroyo en particular, y Antonio Bocardo; o los Villagrán, Julián y el Chito, llegado el momento. El primero que en Pachuca y esta región “dio el grito de independencia” fue un personaje de nombre José Antonio Centeno, a fines de 1810, enviado por Hidalgo, como envió a Morelos hacia el sur, esto dice el propio Bustamante. 16 Sin embargo apenas inició su caudillaje dentro del perímetro central novohispano, al frente de un ejército de valientes, pronto fue derrotado y “pereció por mano del gobierno”. En el liderazgo fue sucedido por un sobrino de los Aldama, Mariano, quien a su vez, había recibido de manos de Hidalgo el grado de Mariscal de Campo y hacía la guerra en la Sierra Gorda y Querétaro; de ahí salió para los llanos de Apan. Joven impetuoso de veinticinco años, a decir de Villaseñor y Villaseñor uno de los biógrafos de los insurgentes “afectó al orden y severo observador de la disciplina… causó graves temores al gobierno virreinal, que veía extenderse impensadamente la revolución por este rumbo, que hasta entonces había estado quieto, y que proveía a la capital de muchos comestibles y de la bebida llamada pulque”. 17 Anduvo asimismo por Tulancingo, como por Calpulalpan en estrategias convenidas con otro de los jefes entre quienes alcanzó distinción: José Francisco Osorno.

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El realista Ciriaco del Llano apostado en la misma plaza para combatir a los rebeldes y proteger a la capital, fue asediado por la fuerza de Mariano Aldama una vez y otra y otra, con tal ingenio, igual si tuviera consigo un gran ejército armado, cuando le sucedía lo que a los demás caudillos, tenía una tropa de indígenas apenas blandiendo lanzas, machetes y ondas y unos pocos hombres con armas de fuego, a quienes utilizó para perseguir a Del Llano; y nos dice Bustamante: “…volvió Aldama a atacar a Llano, el cual salió a recibirlo, y encontrándose a media legua, se batieron desde las once del día hasta el caer de la tarde. Conoció Llano que no conseguía ventaja contra tan obstinado enemigo, y se retiró al pueblo. Aldama quedó en su puesto, y el español en venganza del destrozo que había sufrido, mandó fusilar a varios de los que se hallaban en la población (Calpulalpan) desde el día anterior: toda gente inculpable”; esto es: inocente. 18 Aldama se trasladó con su pequeña tropa, primero a San Juan de los Llanos y de ahí a una hacienda cercana a Cuautepec. Ciriaco del Llano, incómodo, buscó por medio de la traición, acabar con el Mariscal insurgente y compró a un tal Casalla, para asesinarlo por dos mil pesos y por otros mil matar también a su lugarteniente Ocádiz; y se consumó el crimen. Bustamante tiene esta nota al referirse a dicho suceso: “…perdió la patria uno de sus más beneméritos defensores, y ornamento brillante que la hará honor mientras se respetan las virtudes”. 19 Animado, seguramente, por la historia escrita por don Carlos María de Bustamante, en la historiografía regional hidalguense, el profesor Teodomiro Manzano, el primero escribió a su vez en su Historia del Estado de Hidalgo: “Pronto el grito de Dolores se dejó oír en las agrestes montañas y en las fértiles llanuras del actual Estado de Hidalgo y a principios de octubre de 1810…” 20

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Y dijo verdad; una verdad que ha hecho eco. A Mariano Aldama, sucedió en el mando un jefe de quien poco se sabe no obstante su dinámica participación en la guerra: José Francisco Osorno. Sin embargo, juntando apuntes testimoniales de los primeros historiadores, semblanzas involuntarias de los mismos y algunos apuntes como los de Villaseñor y Villaseñor, cierta brevísima nota biográfica se consigue; y precisa observar un retrato de tal personaje. De hecho a este general entre los jefes insurgentes cupo la honra de extender con mayor seriedad el eco de ese “grito de Dolores”, el que debemos entender más allá de la metáfora, sencillamente hechos y actos necesariamente militares en la guerra de Independencia.

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El Teniente General insurgente José Francisco Osorno, quien defendió la causa de la Independencia en los Llanos de Apam y una gran extensión. Retrato en cera de la colección hecha por el artista mexicano José Francisco Rodríguez. “…un carácter linfático, tal vez iracundo en los momentos críticos…”

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Osorno fue el jefe con mayor presencia y con mayor conciencia respecto de esa nación mexicana a la que habían concebido Hidalgo, Allende, Juan Aldama y en fin, los próceres de las juntas conspiradoras de Querétaro y de Valladolid. ¿Pero quién fue Osorno? Nos valdremos de la misma historiografía, de algún testimonio más y todavía de un retrato de pequeña escultura, para tenerlo presente en estas notas. Diremos: José Francisco Osorno, en resumidas cuentas fue un hombre útil a la causa de la Independencia; con mucha sensibilidad de político, tal agilidad de mente y cuerpo, consiguió ser un militar de la insurrección, digno de los reconocimientos así, primero como mariscal de campo, pero igual, entre los generales del movimiento, quien pudo imponerse frente a tropas realistas, provocar temor, cuidados y atención del enemigo; pero, a un tiempo, el respeto de su tropa por mínima que fuese, muy a pesar de opuestos conceptos en relación con su personalidad. Dice Bustamante, quien lo trató directa, personalmente: “…Era éste un hombre de excelente corazón, pero no tenía educación y vivía rodeado en la mayor parte de pícaros; tenía valor personal y astucia para la guerra; podía disponer de tres mil caballos, pues su departamento llegaba hasta Papantla, en la costa de Veracruz; pero allí no había orden ni arreglo…” 21 Ese primer encuentro de don Carlos, ya brigadier y don José Francisco, el mariscal a quien se le encomendó para la lucha, amplia territorialidad, fue en Zacatlán y ahí lo recibió “con salvas de artillería”. Ahora veamos lo que nos dice Alamán: “…Osorno vino a ser en los Llanos de Apam lo que era Albino García en el bajío de Guanajuato: frecuentemente batido, sus soldados dispersos se volvían a reunir, y teniendo continuos movimientos a las tropas destinadas a perseguirlo, eludían los golpes que estas les propinaban, trasladándose con celeridad a otros puntos. El país sufría mucho con este género de guerra, y las haciendas se vieron obligadas a tener sus convenios con Osorno, pero que las

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dejase elaborar y conducir el pulque a México, sacando con esto Osorno considerables recursos pecuniarios…” 2 2 La comparación Albino García-Osorno, no puede ir más allá del concepto revesado de sólo pensar en milicianos arrancherados, a partir de un militarismo, el virreinal, el que tampoco contaba para esos momentos de calidad ante tan poco interés que el rey daba en esta materia a las colonias. María del Carmen Velázquez Chávez en sus estudios acerca del Ejército en Nueva España, nos cuenta cómo en los mejores casos nunca se pasaba el grado de coronel para los máximos oficiales, y eso debían ser peninsulares, y con raciones salariales restringidas; todo en manos de españoles, las más veces sin vocación militar y desconocedores de la geografía novohispana. 2 3 Gentes como Osorno o Albino García, en cambio, y no se diga sus soldados, sintieron celo patrio y conocían la orografía, los ríos de su tierra, a lo que debieron, sin buenas armas: a veces unas cuantas escopetas viejas, revólveres gastadísimos y palos, hondas, piedras, y aún instrumentos de labranza, precisamente como armamento, hazañas superiores a las de los realistas. Osorno burló muchas veces a los contingentes del virreinato por conocer mejor el suelo en el que actuaban. A esos sufrimientos a los cuales se refiere Alamán se debió, seguramente, la prolongación hasta el fastidio de una guerra, en la que los realistas siempre tuvieron las mejores armas, pero cada vez se fueron gastando en ánimo y a la postre resultaron vencidos. Osorno, ingenioso, agregó a sus estrategias, por lo visto, una capacidad negociadora en buena parte con los hacendados, del lado enemigo, en asuntos prácticos de economías, lo que Alamán confunde con vulgar mercantilismo en beneficio del jefe insurgente de los Llanos de Apam; y Osorno mismo conoció los parajes, de los que era nativo y sabía la importancia de las magueyeras y el pulque; y semejante circunstancia la agregó a su estrategia guerrera; hizo bien.

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Todavía hay otro rasgo de José Francisco Osorno, trasmitido por el historiador Julio Zárate, quien escuchó diversos conceptos más, por cuanto hace a la persona de este jefe insurgente. Escribe: “…hombre de turbios antecedentes, pero de valor reconocido y dotado de infatigable actividad, a quien la Junta de Zitácuaro concedió desde luego el grado de Mariscal de Campo…” 24 Tales frases refrendan un concepto, el que señalé ya, sin obstar ninguna limitación, empequeñecida ante la causa fundamental: hombre útil para la guerra de Independencia. El propio Bustamante lamenta no sólo por cuanto hace al señor Osorno, pero ante tantos caudillos de modesto rango, aquella propensión, más en los principios de la lucha, hacia el desorden, el saqueo y aun la crueldad, cuando la vio cara a cara. Abraham Pérez López en su Diccionario biográfico hidalguense, es quien más dedica un espacio por referirse a la vida del general Osorno; en verdad lo rescata, aun cuando en su relato biográfico tan sólo resalta, paso a paso, las acciones militares independentistas, tal si hubiesen sido las únicas de su vida; no fueron las únicas seguramente, pero si las más trascendentes. 2 5 Pero existe un retrato, miniatura, esculpida en cera. José Miguel Quintana me comunicó de su existencia y al jurista mexicano Antonio Martínez Báez, debemos su localización en Madrid, junto a una importantísima colección que perteneció al historiador Mariano Tomás quien escribió una obra titulada La miniatura-retrato en España. La colección integrada por veintiocho retratos, magnífica iconografía, la que ilustra esa etapa histórica trascendental por la Independencia; es obra de un escultor mexicano: José Francisco Rodríguez, quien contaría seguramente buenos bocetos apoyados en datos preciosos, retratos anteriores en diversas técnicas. (c.1850).

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Antonio Arriaga Ochoa, historiador, otrora Director del Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, don José Lozada Tomé, quien dirigiera a su vez la revista Artes de México en su primera época y don Arturo Arnaíz y Freg, también historiador, decidieron, con motivo del sesquicentenario de la Consumación de la Independencia, editar nuevamente la obra del cronista e historiador Rafael Heliodoro Valle, Iturbide, varón de Dios e ilustrarlo con la reproducción de dichas esculturas, entre las que cuenta José Francisco Osorno. 26 Y para el caso voy directo a la efigie del personaje: sí, lo miramos de perfil; representa unos cincuenta y ocho años aproximadamente, el pelo cano y limpio el rostro, enmarcado mediante discreta patilla, cana también: la nariz, recta, el mentón alargado, acaso oval, los ojos castaños claros, cejas delgadas, arqueadas y claroscuras de castaño igual, de boca regular, la mirada serena, pero no obstante pareciera acusar el conjunto facial de músculos endurecidos, un carácter linfático, tal vez iracundo en los momentos críticos, pero firme en lo general. Viste la casaca azul, cuello y pechera encarnados con bordaduras de oro, conforme a los uniformes de los generales insurgentes, como así lo habían dispuesto Hidalgo, Allende, Aldama y los demás jefes, desde el inicio de la gesta, allá en Acámbaro el 22 de octubre de 1810. 27 El general José Francisco Osorno estuvo activo en campaña, desde los albores de la guerra, hasta 1817 cuando por consejo del también jefe de la insurrección, don Manuel Mier y Terán se indultó; pero a poco, en 1818 fue aprehendido por conspiración, luego procesado y condenado a exilio en 1820; sin embargo, en una de las rejuras de la Constitución de Cádiz, tras aboliciones de la misma, fue librado, y antes de la consumación de la Independencia se retiró a una hacienda, para dedicarse al campo. Osorno nació en una villa de los Llanos de Apam, hacia el año de 1760 y murió en la Hacienda de Tecoyuca, el 19 de marzo de 1824. Se le sepultó en la Iglesia de Chignahuapan, Puebla.

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Otros jefes insurrectos en este escenario, Pachuca, Tulancingo, los Llanos de Apam, etc. Vicente Beristáin de Souza, alias “Beristáin el Malo”, originario de Puebla, reconocido en un principio como lugarteniente de Osorno; de él nos cuenta Bustamante: “Era el D. Vicente un excelente oficial, (llegó a Coronel) de más que regulares conocimientos en la artillería, activo y emprendedor; pero todo lo desmentía y hacía olvidar con su carácter aniñado y voluble que lo hizo sospechoso a los americanos (insurgentes), y al fin le atrajo la muerte decretada en los excesos de la crápula de un almuerzo…” 28 Su capacidad de artillero lo acreditan otras fuentes y se sabe una acción suya, importante ciertamente: instaló en Real del Monte una fábrica de cañones. 29 Hermano menor del canónigo y bibliógrafo José Mariano, “Beristáin el Bueno”, fue igualmente aficionado a las faldas y, si hacemos caso a don Alejandro Villaseñor, observaremos cómo las pasiones extremas lo llevaron a esa “crápula de almuerzo”: su muerte ordenada en forma de fusilamiento, por Osorno justamente, y “por cuestión de faldas”, además, en Atlamajac, el 9 de febrero de 1814; 3 0 lo dice también Villaseñor, aunque en contexto se refiere a determinados comportamientos propios de un hombre inmaduro, a pesar de los años, a un grado tal que López Rayón llegó a expresarse así, al conocer la muerte de Beristáin: “…lejos de parecerme mal, aquel jefe –Osorno- ha obrado consecuente a mis ideas; ¡amigo mío! estos que hablan mucho de matemáticas y ordenanzas y aun han viajado –Beristáin-, son estorbos para nuestros pensamientos…” 31 Poco, muy poco estuvo presente entonces, en la gesta revolucionaria, don Vicente. Otro personaje citado: don Miguel Serrano, quien anda en las páginas de la historia de esta época, así: “un cabecilla de apellido Serrano…” 32 Aparte, don Lucas Alamán lo recuerda con aquel su desdén clasista, don Miguel Serrano era un “criado de la hacienda de S. Nicolás, del conde de Santiago, denodado guerrillero, aunque sin capacidad para entrar en ninguna combinación”. 33

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Iba en la hueste que tomó Pachuca, un caballero de nombre don Pedro Espinosa, a quien el mismo Alamán lo distingue como “jefe de nombradia”, 3 4 más otro señor, don Joaquín Hernández el que figuró durante el primer intento, el 5 de octubre de 1811, como capitán de un ciento de insurrectos, lo dice el mismo documento que a continuación se transcribe. Don Carlos María de Bustamante, cada vez que siente decirlo en el contexto de su extensísimo Cuadro Histórico, los siete tomos, deplora las acciones innecesarias, los abusos del poder, el desorden y no digamos los saqueos, todo cuanto pudiera degradar la noble causa libertaria de un pueblo en armas; y sin embargo, puntual para decir cuanto a su concepto fuese verdad, lo declaraba, sí con palabras al tenor de sus emociones y de un cierto barroquismo expresivo, lo que no siempre fue del gusto de quienes lo leyeran, así lo siguieran, como Alamán, tan puntualmente, porque bien supieron del valor de sus testimonios. En documento semejante al aquí trasladado, sino porque todo fuese de su puño y letra, pero el de “un amigo el que observó los pasos de la revolución”, según ya vimos, lo expresó para este caso, si se contempla tal vez la ingerencia de su consejo para decir las cosas; esto digo porque al evidente acto de entrar para tomar el Real de Pachuca, aquella madrugada del día 5 de octubre de 1811, sólo echando bala, asustando gente, pasar como ráfaga violenta y casi nada más, pareció al narrador una “mentecatada” según sucedieron muchas. En el asalto en serio de la población minera, el 23 de abril de 1812, destaca, según el relato, el hecho que acentúa la popularidad genuina del movimiento, y subrayo porque lo creo trascendente este texto: “Continuó todo el día el fuego de una y otra parte, y al ponerse el sol llegaron más de mil indios de Atotonilco el grande de refuerzo a los americanos,” (los insurgentes). Ahora, dice el cronista cómo el encuentro se había producido con verdadera limpieza militar, aun con la participación de los indios aguerridos mencionados. Pero después, y se deplora en el documento, sobrevinieron determinados desmanes y aun homicidios perpetrados en contra de la población civil, “gente

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del pueblo”; acaso, también, la sola presencia del comandante realista, teniente coronel don Pedro Madera, reputado entre los más sanguinarios y crueles asesinos, solapado por el gobierno virreinal, dio lugar a sentimientos de venganza o a tomar el mal ejemplo; deplorable, de todos modos los excesos. Sin embargo cuando Madera notó perdidas las probabilidades de un triunfo sobre los insurgentes, capituló, lo leemos también; y sobrevino la requisa de los vencedores de doscientas barras de plata y más, aparte las armas útiles, todo pertenencia del gobierno. De dichas barras, contemplamos lo que ocurrió con ellas, pero obtenemos un conocimiento: la distribución alcanzó para reforzar ingresos importantes a los contingentes militares, de Osorno, de López Rayón y de Morelos y Pavón; esto es, para la causa independentista. Ahora, también se observan, desgraciadamente, actos de vandalismo, aun estos, como la conducta de aquel “criado” Miguel Serrano, en ejercicios de alguna capitanía calificada en determinado momento, también útil, también necesaria, llega a lo grotesco y exhibe, no obstante miseria e ignorancia. Pero ello nos debe conducir, igualmente, a una reflexión indispensable: había, más deplorable que dicho acto de vandalismo, la nulidad social, por culpa de las autoridades virreinales, como de toda fuerza del poder económico, los hacendados, cresos mineros, clero latifundista, etc., en contra de la masa de un pueblo mestizo y de “castas”, llevado a la degradación social.

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EL DOCUMENTO ATAQUES Y ENTRADA DE LOS AMERICANOS EN EL REAL DE PACHUCA “Las divisiones de varios caudillos, engrosadas bajo la dirección del general Aldama, se pusieron en estado de emprender ataques de nombradía. Por su muerte se pusieron en movimiento reconociendo por sucesor en el mando al comandante Osorno. Pachuca fue el objeto en que fijaron la vista: allí había europeos y plata; por tal motivo una partida de D. Miguel Serrano atacó el real en la madrugada del 5 de octubre de 1811, y esta iba mandada por el capitán Joaquín Hernández: no llegaban á cien hombres. Esta entrada tuvo pocas consecuencias, pues pudiendo haber sorprendido la casa del comandante Villaldea, donde estaba la fuerza armada enteramente descuidada y durmiendo, los americanos tuvieron la necedad de situarse en la plazuela, y despertar á todos con sus tiros. De estas mentecatadas cometieron infinitas, que les costaron muy caras: mataron á dos, dieron libertad á los presos, y después se retiraron paso á paso, menospreciando el fuego que les hacían, del que no recibían daño alguno, amenazando con que volverían á vengarse. “Efectivamente el 23 de abril (1812) al amanecer entraron otra vez bajo el mando de D. Miguel Serrano: venían con él Beristain, D. Pedro Espinosa, segundo de Montaño, y otros oficiales de brio; pasaba la tropa de quinientos hombres, con dos cañones que dirigía Beristain. Luego que entraron, se hicieron dueños de la población, menos de tres puntos donde estaba acuartelada la tropa virreinal, al mando del teniente coronel D. Pedro Madera. Su segundo, que era un capitán de patriotas, mandaba el punto de la casa de Villaldea: allí se habían fortificado los españoles con muchos víveres y municiones: esta fuerza estaba engrosada con los patriotas comandados por el conde de Casa-Alta. sujeto recomendable, de la familia del

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virey Iturrigaray, dotado de buenos sentimientos a favor de la libertad, que después desarrolló teniendo correspondencia con el virrey Venegas cuando estuvo prisionero con el general Rayón en Tlalpujahua, como después veremos. “Antes de comenzar el ataque entregaron á un fraile del colegio, que estaba en el convento de S. Juan de Dios, un oficio de Serrano para que lo llevase al comandante español, en el que intimaba la rendición del real, prometiendo respetar las vidas de los europeos, y no dañar al público si capitulaba, amenazando que de lo contrario lo trataría con el rigor de la guerra. Por entonces varias consideraciones impidieron que se entregase dicho oficio; pero comenzando el ataque, un religioso del colegio en obsequio de la humanidad, y para que se evitasen las desgracias que ya comenzaban, atropellando por los riesgos presentes, llevó al comandante el mensaje; pero este y los de la casa de Villaldea se negaron á todo acomodamiento. “Continuó todo el día el fuego de una y otra parte, y al ponerse el sol llegaron más de mil indios de Atotonilco el Grande de refuerzo a los americanos. Estos ningún mal grave habían hecho a la población hasta entonces; pero los que después vinieron cometieron algunos homicidios en la gente del pueblo y quemaron varias casas, sin que la tropa virreinal que estaba para defensa del lugar, sacase un pie fuera del recinto en que se había encerrado, contenta de librarse a sí misma. Cuando llegó la noche continuaron un vivo fuego, y ardiendo muchos edificios ofrecía el lugar la imagen de Troya. Como a las nueve de la noche fue al colegio un vecino de los principales del lugar y pidió con instancia al guardián dos religiosos que fuesen con él para procurar que se terminasen tantos desastres. No pudo negarse a petición tan justa; efectivamente, salieron con el mismo que fue a pedirlos: impidieron en el camino que se incendiasen varias casas (¡tal era el respeto que siempre les tributaron los piadosos americanos!) y al fin llegaron donde estaban los principales jefes y tropa de estos, batiendo con un cañón grueso la casa

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de Villaldea. Volvieron a proponer lo mismo que por la mañana, y con mayor energía, pues asignaban un término bien corto para que capitulasen, ó acabar con aquella casa, lo que sin duda hubiera sucedido, pues la gente era mucha, y se hallaba irritada con la tenaz resistencia que se le había hecho. Pasaron por tanto á dicha casa los religiosos con el secular ya referido, y la hallaron en la mayor consternación, por estar expirando dos oficiales de las heridas que acababan de recibir. Alegráronse mucho cuando se les propuso la capitulación, pues desconfiaban ya del buen éxito, y así es que mandaron entrar á los interlocutores á la casa del comandante Madera. Este como militar veía el estado desesperado en que se hallaba, y se decidió a capitular. Mas para proceder sin responsabilidad convocó al comandante del cuartel y casa de Villaldea, a los jefes principales americanos y a los europeos, como principalmente interesados. Reunidos, pues, en el edificio de la aduana con la mayor armonía y libertad, después de discutir punto por punto, firmaron la capitulación, que en sustancia se reducirá á entregar á los americanos todos los caudales pertenecientes a la real hacienda, que pasaban de doscientas barras de plata y todas las armas, prometiendo ellos por su parte respetar las personas de los europeos y de la tropa rendida; dándoles pasaporte para que marchasen donde quisiesen, o siguiesen su partido, como lo hizo gran parte de la tropa y aun uno de los europeos. “Como el comandante Madera, antes de que entrasen los americanos, había pedido auxilio a la hacienda de Tlahuelilpan, del conde de la Cortina, a las diez de la mañana del día siguiente a la rendición, vino su administrador con toda la división. 35 Luego que los americanos supieron que se acercaba, se irritaron creyendo que se les hacía traición; pero satisfechos por Madera, que ofreció ir a revolverlos, se aquietaron; bien que se aprestaron para la defensa y salieron a recibirlos. Una avanzada de estos de sesenta hombres encontró la división que hablaba con Madera y haciéndoles una descarga cerrada se echó sobre ellos y los corrió ya en dispersión más de una legua. En breve tiempo

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los europeos en número de treinta y cinco, a quienes se les había ofrecido pasaporte, fueron arrestados y conducidos a las órdenes del general D. Ignacio Rayón; esta fue una transgresión indigna de la buena fe, y que deturpó al comandante Serrano. Atribuyóse a sugestiones de D. Vicente Beristain. “Muy sensible es ver manchadas las páginas de nuestra historia con un hecho tan oprobrioso; pero la verdad es nuestra guia, y no pasiones ruines. Después, parte de estos mismos europeos fueron fusilados; mas de este hecho y sus circunstancias dirémos en su lugar una idea precisa. Tal es en compendio la historia de la invasión del real de Pachuca. El tesoro encontrado allí fue casi inútil, por la vergonzosa disipación que se hizo de él: sí, vergonzosa, y tanto, que habiendo Serrano solicitado de un payo que le vendiese un par de zapatos abotinados, forrados en terciopelo azul, y costosamente bordados de plata, se los cedió el dueño, y lo recompensó dándole una barra de plata. Las demás piezas de este metal precioso se distribuyeron entre Osorno, Serrano, el Lic. Rayón, (que yo las vi conducir por mano del mariscal D. Ignacio Martínez á Tlalpujahua, y parte que se remitieron al Sr. Morelos y las hizo acuñar en Oaxaca.) Por poco caen en manos del coronel D. Luis de la Aguila en la batalla de Osumba, dada en octubre de 1812; pues casi el convoy de ellas tocó con el que este conducía á Veracruz, y cuyo ataque fue causa de la pérdida de la acción. El triunfo sobre Pachuca se debió a Beristain que ordenó el ataque, y se puso á la cabeza de la artillería que era su arma favorita. El además, regularizó la capitulación, y muchas veces le oí hablar en Zacatlan de este suceso como uno de los más gloriosos de sus campañas. El, asimismo dirigió la amonedación de las barras de Pachuca que se tomó Osorno, estableciendo un taller muy imperfecto, y un fortín en el cerro llamado de S. Miguel, junto a Zacatlan, donde igualmente planteó una pequeña maestranza y fábrica de pólvora. Si Osorno se hubiera guiado por las luces de este apreciable militar, en breves días habría organizado cuatro mil hombres y sido el terror de los realistas; pero aquellas gentes

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estaban reñidas con todo lo que tendía al orden, y se hacían enemigos temibles del que les aconsejaba lo mejor. ¡Tal fue su término, y cual era de esperar! “Cansada mi pluma de referir matanzas, robos, violencias y perfidias, hace una pausa, y toma aliento para continuar la molesta relación de otra clase de excesos cometidos en esa capital bajo la égida de las leyes, pero no españolas, sino francesas, y de uso desconocido entre nosotros hasta estos desgraciados tiempos.” 3 6 Fin del documento.

Notas 1. Cfr. Luis González y González, Ernesto de la Torre Villar, Moisés González Navarro y otros, Historia documental de México, 2 vols., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964, 436p. y 678p. (Instituto de Investigaciones Históricas, publicación núm. 71, serie documental núm. 4) 2. Carlos María de Bustamante, Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana. Comenzada en 15 de septiembre de 1810, por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla y en 7 vols., edición facsimilar de la 2ª. ed. corregida y muy aumentada de 1843; México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985; ver en especial t. I-viii + 442 + ix p., con un retrato de don Ignacio Trigueros. 3. C.M. de Bustamante, Historia antigua de Oaxaca, publicada en el núm. 4 de El Centzontli, con un suplemento a la Memoria estadística de Oaxaca del mismo autor, pról. y notas de Ernesto Lemoine Villicaña, México, Bibliófilos Oaxaqueños, 1968, 50 p.; ver pról., p. 22. 4. Joaquín García Icazbalceta, Biografías. Estudios, introducción de Manuel Guillermo Martínez, México, Editorial Porrúa, 1998, xlvii-375 p. Esta apreciación en p. 288. 5. C.M. de Bustamante, Mañanas de la Alameda, 2 vols., pról. de Josefina Zoraida Vázquez, facsimilar de la ed. de 1835, México, Instituto Nacional de Bellas Artes y Secretaría de Educación Pública, 1986.

6. C.M. de Bustamante, Hay tiempos de hablar y tiempos de callar, (Memorias de don Carlos, 1ª ed. 1833, 2ª ed. Senado de la República, 1986), 3ª ed., México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y ed. Planeta, 2002, 71p. 7. Ibídem, ver “Obras que he publicado”, p. 62, 63 y ss. 8. E. Lemoine Villicaña, su prólogo cit. al frente de C.M. de Bustamante. Historia de Oaxaca, p. 22. 9. Andrés Henestrosa, Páginas escogidas de Don Carlos María de Bustamante, ed., prólogo, selección y notas, por…, México, Gobierno del Distrito Federal, 1975, 208 p. (Colección METRO-politana, núm. 37, portada de Mario Humberto Hernández). Esta cita en p. 5 10. Victoriano Salado Alvarez, La vida azarosa y romántica de Don Carlos María de Bustamante, pról.. de Carlos Pereyra, 2ª ed., primera completa, México Editorial Jus, 1968, 256 p. La nota de “indiscreto, bullebulle y entrometido”. en el cap. VII en el que cita las “Noticias biográficas de Carlos María de Bustamante”, escritas por Lucas Alamán, que éste publicó anónimamente, ver p. 51 a 58, especialmente, p. 55. 11. Lucas Alamán, Historia de Méjico, desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808, hasta la época presente, por…, 5 vols., ed. facsimilar de la de 1849-1850, México, Fondo de Cultura Económica, 1985; ver esta ref. en t. II-585 + 83 p. de apéndice; p. 418-419 y ss.

12. Bustamante, su Cuadro Histórico cit., t. I, cap. “Revolución de Pachuca”, p. 366 13. Ibídem. 14. Ibídem, p. 367 15. Alamán, Historia, t. II, cit., p. 564, especialmente p. 566 16. Bustamante, Cuadro Histórico, t. II, cit., p. 367 17. Alejandro Villaseñor y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia, (1910), 2 vols., México, Editorial Jus, 1962, t. I-260p., esta biografía, p. 185-187 18. Bustamante, Cuadro Histórico, cit. p. 368 19. Ibídem, p. 368-369 20. Teodomiro Manzano, Historia del Estado de Hidalgo, Pachuca, Talleres Linotipográficos del Gobierno del Estado, 1934, 100 p., ilus. ; estas palabras en p. 13 21. Bustamante, Hay tiempo…, p. 28

22. Alamán, Historia, t. II, p. 417-418 23. María del Carmen Velázquez Chávez, El estado de guerra en Nueva España. 1760-1808, México, El Colegio de México, 1950 275 p., ilus. Y mapas. Un libro como este nos da luz acerca de cual fue la estructura del ejército realista, el enemigo natural de la insurgencia y nos explicamos mejor tanto la naturaleza de las batallas y encuentros de los contendientes, como el por qué duró once años esa guerra, en primera fase. 24. Julio Zárate, La guerra de Independencia, t. III de México a través de los siglos, (1884), cfr. esta ed. facs., México, Editorial Cumbre, 1953, xiv-812 p., ilus. ; p. 266 25. Abraham Pérez López, Diccionario biográfico hidalguense, pról. de Luis Rublúo, portada de Rodolfo Gonzara y contraportada de Elfego y Ramiro de la Vega, (s.e.), San Salvador, Hgo., 1979, 528 p.; ver p. 327-330. Hay nueva ed. corregida y aumentada: 3 vols.; Pachuca, Gob. Del Estado de Hidalgo, 2010, (Colección del Bicentenario, núms. 12, 13 y 14); t. I, A-G, X-310 p.; t. II, H-P, 266 p.; t. III, Q-Z, 224 p. 26. Ver la obra de Rafael Heliodoro Valle, Iturbide, varón de Dios, originalmente publicada en 1944, se reeditó en Artes de México, en español e inglés, año XVIII, núm. 146, México, 1971, 116p., ilus. Los retratos en cera referidos, fuera de paginación, entre p. 16 y 17.

27. Luis Castillo Ledón, Hidalgo. La vida del héroe, 2 vols., (1949), ed. facsimilar, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, t. II-503 p., ilus. ; ver p. 83 28. Bustamante, Cuadro Histórico cit., p. 366 y ss. 29. Cfr. su ficha en: Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, 4 vols., México, Andrés León Editor, 1989, t. I, p. 198, 2ª col. 30. A. Villaseñor, op. cit., t. II, p. 130-134 31. Ibídem, p. 133 32. Ibídem, p. 131 33. Alamán, Historia cit., t. II, p. 417 34. Ibídem, p. 578 35. En el doc. original inserto en el Cuadro Histórico ref., de Bustamante, p. 371 tiene una nota al pie de pág., relacionada con Pedro Madera, la que textualmente dice: “Este comandante fue uno de los mayores asesinos, que protegidos del gobierno con toda clase de armas y municiones, así como Yermo en la hacienda de San Gabriel, construyeron en ellas fortificaciones como quisieron, desde donde salían a hacer correrías espantosas: fusilaban, robaban y hacían a su antojo todo lo que les venía en gana, seguros de que el virrey por todo pasaba”.

36. He tomado particularmente como documento, en tanto lo es, el texto que D. Carlos María de Bustamante tituló exactamente según lo transcribió aquí, sólo interesante respecto de los sucesos de la Toma de Pachuca; un relato que el historiador previene se trata de un escrito que “copia a la letra”, debido a un amigo, lo reitero también, testigo de los hechos y el que luego acompañó al mismo Bustamante “en sus peregrinaciones”, durante las campañas de la insurrección en contra del coloniaje y para conseguir la independencia de México. Suponemos que tal documento comienza con un breve exordio que llamó “Revolución de Pachuca” y aquí sólo lo utilizo para establecer la nómina de jefes y caudillos, buenos, malos y regulares que participaron en dichas acciones, porque ahí son nombrados precisamente, sin detalles. Lo central del relato se encuentra, entonces, en la parte que don Carlos llamó “Ataques y entrada…”, y seguramente concluye con las palabras: “¡Tal fue su término, y cual era de esperar!”. Agrego aquí el siguiente párrafo escrito en primera persona, y éste es el mismo don Carlos, que dice: “Cansada mi pluma de referir matanzas…”, en tanto, según su estilo con tal párrafo retoma su propia narración, la histórica de su notable Cuadro.

Ef igies de

Caudillos Insurgentes (Sus Verdaderos Retratos) ADVERTENCIA

En breves notas redactadas para el periodismo cultural y por lo mismo, sin anotaciones eruditas más allá de las menciones necesarias, este trabajo, no obstante, tiene que ver con la historia de la época de la guerra de Independencia, con rasgos biográficos de siete de los mayores héroes de aquella gesta y un tanto con la pintura del siglo XIX. Se trata de charlar alrededor de Hidalgo, Allende, la Corregidora, Aldama, Jiménez, Morelos y Guerrero, en torno a sus retratos físicos, los que más que por juicios particulares, se observan documentados ya por pinturas en sí, material iconográfico que llevan implícito un valor de testimonio, además del arte, más los retratos literarios trazados voluntaria o involuntariamente por historiadores y cronistas, que nos dicen a una vez quiénes y cómo fueron estos personajes. Sólo tres perfiles llegaron a publicarse, los de Hidalgo, la Corregidora y Morelos; los otros cuatro han permanecido inéditos: Allende, Aldama, Jiménez y Guerrero. Aquéllos aparecieron en las páginas de Revista de Revistas y La Afición, -entonces periódico deportivo y noticioso, el que contaba con un precioso Suplemento Dominical-. Mi sugerencia ante sus directores, Enrique Loubet Jr. y Lic. Franco Carreño, tuvo feliz acogida y si no se publicaron todos, fue por otras exigencias que impone el periodismo “en tiempos y formas”. Hubiese deseado tratar a otros personajes más, sin embargo los siete mencionados son los más notables caudillos de esta etapa. El camino está abierto y la brevedad aquí garantiza una oferta: dar lo más en pocas líneas.

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1. EL VERDADERO RETRATO DE MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA Cuando dirigió el Archivo General de la Nación, en sus instalaciones en el piso bajo de la parte sur, del Palacio Nacional –su entrada daba al “Patio de Honor”- el profesor Jorge Ignacio Rubio Mañé colocó en sitio especial un retrato al óleo sobre lámina de cobre, -el que representa al libertador de México, el cura Miguel Hidalgo y Costilla Gallaga y Villaseñor, mismo que se había encontrado entre expedientes del Ramo Inquisitorial, al parecer sin relación alguna con caso particular, pero cuya factura no dejaba dudas ni de su antigüedad, ni acerca del personaje representado. Dicho historiador lo consideró, entonces, como un retrato fiel y contemporáneo del prócer y acaso el mismo al que aluden otros pintores conocidos o no, como imagen primaria del cual obtuvieron las bases fisonómicas para elaborar otros retratos posteriores, en tanto algunos dicen de esta leyenda: “Hidalgo. Primer retrato conocido. Tomado de una pintura al óleo”. Este es el caso del reproducido en el libro biográfico más hermoso acerca del héroe, escrito por don Luis Castillo Ledón: Hidalgo. La vida del héroe. Retrato, como el aludido y más antiguo, anónimo; pero hay más: el que Maximiliano pidió hiciera al artista Joaquín Ramírez, que se encuentra en la Casa de Hidalgo, en Dolores, la ciudad “Cuna de la Independencia Mexicana”, estado de Guanajuato; por cierto, éste fue posteriormente copiado hacia 1912 por José Inés Tovilla, para el Museo Nacional de Historia y es el reproducido múltiples veces, en libros oficiales, medallas, monedas, etc.

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En esa lámina del Archivo General de la Nación, resulta ser, sin duda, el primero. Con todo, si miramos bien; y en pintura iconográfica, “mirar” implica mucho más que sólo ver lo artístico, observaremos cómo, para el caso de la “vera efigie” de Hidalgo, no existe violencia ninguna entre un retrato y otro, como ocurre, por ejemplo con el de otro héroe importantísimo: el de José María Morelos y Pavón. Existe, por supuesto, el retrato literario escrito por el inefable Lucas Alamán, quien lo conoció y confesó cuán grande fue la huella anímica que le dejara el caudillo, a su paso por Guanajuato el 28 de septiembre de 1810; pese al impacto, este es el apunte de dicho retrato: “Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años (sic), pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos: de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de los pueblos pequeños…” (Lucas Alamán alteró la edad intencionalmente; ver Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia, en 1808, hasta la época presente -1850- ). Apreciemos ahora el primer retrato de referencia; el que se encuentra en el Archivo General de la Nación:

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Retrato de Hidalgo, anónimo, óleo sobre lámina de cobre conservado en el Archivo General de la Nación. “…bien pudo haberse hecho en 1810, y acaso en plena campaña”.

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Otra vez digo, miremos bien. Sí, en efecto, se ve al hombre vigoroso, calvo y de pelo blanco. No se perciben bien a bien, los ojos verdes; pero según se contempla, asimismo, el pintor nada académico, tampoco contó con los colores adecuados y seguramente no fue hábil para conseguir pigmentaciones precisas, toda vez que el colorido del retrato y fondo, está tratado en morados y sepias o pardo rojizo; así los trazos como el dibujo de la figura. Rompe la monotonía, la franja de “generalísimo”, en azul entre bordes dorados, sobre sus ropajes de cura. Este retrato bien pudo haberse hecho en 1810, y acaso en plena campaña. Casi carirredondo, la nariz es recta; los labios finos, si bien un tanto más carnoso el inferior; las cejas perfectamente arqueadas aunque no pobladas; las mejillas se pronuncian mucho, por los pómulos no justamente salientes, sino más bien, porque se enjutan los músculos en esas partes del rostro, a cambio de ligeramente engrosarse los que van del principio de la nariz hacia las comisuras de la boca. El segundo retrato para esta iconografía, data de 1829; se debe a Claudio Linati, el artista italiano a quien debemos el comienzo de la litografía en México, y, precisamente se trata de una de esas litografías coloreadas, que le dieron fama; integrante de su libro Trajes civiles, militares y religiosos de México, (1830), es un retrato pleno de elocuencia dramática, casi teatral; y lo llamaremos a una vez “certificado”, en tanto el darlo a conocer, su autor mismo escribió: “La breve pero brillante carrera de Hidalgo, de ese padre que él sólo concibió y ejecutó una revolución tendiente a elevar a su patria al rango de las naciones, casi no dejó tiempo a sus admiradores para conservar sus rasgos a fin de transmitirlos a la posteridad (…) El autor, habiendo ganado la confianza y la amistad de uno de los compañeros del infortunado cura de Dolores, recibió el permiso para hacer una copia de un retrato en cera que aquél poseía y de perfeccionarlo de acuerdo con las indicaciones que éste con mucho gusto le dio (…) Este dibujo presenta con exactitud las facciones y el traje del jefe de la insurrección mexicana, cuando a nombre de la religión y de

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la libertad llamó a los descendientes de Moctezuma a salir del sueño de la servidumbre en el que estaban sumergidos hacia tres siglos…” Dieciocho años realmente habían pasado desde la muerte de Hidalgo y los primeros meses de la insurrección, cuando Linati hizo su litografía. Podría creérsele. Comencemos a hacer las comparaciones respecto de todos los retratos y conceptos físicos, que se tienen de Hidalgo. El chambergo que cubre la cabeza de don Miguel Hidalgo y Costilla, aquí no permite ver que tan calvo estaba, no obstante, resulta ser un hombre vigoroso también, mas en tanto se trata de un retrato de cuerpo entero que acusa movimientos enérgicos. El rostro tiene igualmente una nariz recta, la mirada viva, pero señaladamente melancolía, los labios también finos y carnosos; un tanto mofletudo de carrillos y visible papadilla. El chambergo citado es negro y adornado con dos grandes plumas, una encarnada o rojiza y la otra verde. Tiene un blanco paliacate al cuello; luce manteo cural, de color negro y permite verle una casaquilla del mismo color. Aquí la banda de “generalísimo” es roja (debió pintarla azul), con un filete dorado; tiene pantalón azul, chaparreras para montar; su espadín, que le viene del cinto. Los brazos en acción: la mano izquierda levantada, sostiene una cruz, la mano derecha hacia abajo, sostiene a un tiempo, el cañón de su fusil; las piernas parecen indicar que camina y el gesto todo, el de arengar.

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Hidalgo, retrato en litografía coloreada, obra de Claudio Linati, 1829. “…retrato pleno de elocuencia dramática, casi teatral…”

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Hombre maduro, pero no anciano; hombre vigoroso como lo describió Alamán. Las diferencias no se perciben -lo reitero-, violentas, entre un retrato y otro, de los conocidos hasta ahora que se convirtieron en documentos para el conocimiento físico del héroe. Un tercer retrato, también antiguo; o por lo menos de los primeros de los que se tienen noticia y sirvieron para hacer otros posteriores, es el del pintor del que casi no se sabe más allá de lo que sugiere su obra pictórica: Antonio Serrano, artista creador de lienzos primorosos que documentan asimismo la época en la que vivió, por las escenas costumbristas, ya de pueblos, ciudades y la campiña de México.

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Así, entre charros, chinacos y chinas; entre paisajes y cocinas “de humo”. Serrano también hizo retratos. Aparte del de Hidalgo también dejó otro, el del presidente y general Manuel Gómez Pedraza. Tampoco se trata de un maestro académico; pero si de un maestro en su arte. Incluso ha pasado en las pocas citas que se hacen del pintor, como “popular”; pero aún así, se advierte, además de su habilidad para el manejo de sus pinceles y el conocimiento que tuvo de perspectivas y proporciones, el uso de espacios y solución a los problemas de composición, un afán vocacional sin ninguna duda. El placer de contemplar sus lienzos, explica que él mismo sintió placer en pintar, a bien seguro. Pues de Serrano es este tercer retrato de Hidalgo que tenemos a la vista, fechado en 1831; esto quiere decir: veinte años después del que fue fusilado el héroe. Tenemos al hombre intelectual “a estilo de colegio”, diría el citado don Lucas; es curioso, porque quien lo pintó es un “artista popular” y su representación pudo ser acaso en acción bélica o en una de tantas manifestaciones a que la efigie de Hidalgo ha dado lugar románticamente: al arengar huestes, al dar el grito en Dolores, al agitar el estandarte guadalupano, etc. Pero no, nos lo muestra reposado; recuerda al rector de San Nicolás de Valladolid; al de las tesis teológicas y filosóficas; al de las charlas con aquellos otros hombres, quienes con él formaron, en sus curatos, “la Francia chiquita”; al cura que enseñó a sus feligreses el cultivo de la morera y la fábrica de loza, como lo hiciera su casi maestro natural, don Vasco de Quiroga.

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Hidalgo, retrato, del artista Antonio Serrano, en 1831, óleo sobre lienzo: “Tenemos al hombre intelectual a estilo de colegio…”

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Hidalgo aparece de pie, con la mano derecha se apoya en un bastón de mando, en tanto, la izquierda la oculta debajo de un negro sobretodo a la altura del pecho. Se aprecia, espléndidamente, su biblioteca; también su mesa de trabajo, con una carpeta verde, en la cual hay un tintero de plata con sus plumas de ganso, más un chambergo también negro, con forro púrpura. Se ve, asimismo, un sillón labrado, de gusto barroco, con las patas curvas y bases en garras leonadas; junto una columna con basamento rectangular, que acusa un gusto neoclásico; y en lo alto, fija, la imagen de la Virgen de Guadalupe, en un pequeño estandarte. Notemos otra vez el rostro; cabeza augusta, calva, de cabellos blancos; esto es, otra vez lo indicado por Lucas Alamán. Los ojos vivarachos, casi pícaros, sobre los cuales se perciben cejas arqueadas y nada pobladas. La nariz es recta y afilada, los labios finamente carnosos; también casi carirredondo, pero en el mentón se ve la “barba partida”, un rasgo que no se contempla en otros retratos. Con todo sí corresponde, también esta efigie, a la que resultó cada vez más tradicional, entre los muchísimos retratos que se pintaron posteriormente del cura Hidalgo. Cada uno de éstos, sin duda, contaron no sólo para que fuesen modelo a los inmediatos siguientes, pero aun a los notables retratos del caudillo, imaginado por los muralistas que lo engrandecieron, lo agigantaron, como José Clemente Orozco, en la escalinata del Palacio de Guadalajara, quien lo representa lleno de luz y de fuego, incendiario, irrefrenable, revolucionario para siempre.

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2. EL VERDADERO RETRATO DE IGNACIO ALLENDE Sorprende el retrato de “tamaño heroico” de Allende de cuerpo entero que luce en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional, que le fuera encomendado por el emperador Maximiliano, al maestro Ramón Pérez, en 1865, influido por Santiago Rebull, quien había hecho escuela desde la Academia de San Carlos de México. Sorprende, porque según parece, documentalmente surgió de un dibujo al carbón con el sólo rostro del que fuera Capitán General de la Insurgencia y a medida de trabajar en su lienzo lo dotó de un vigor extraordinario como si el héroe hubiese posado personalmente, sin notarse para nada artificio ninguno. Claro, ese dibujo no sólo fue el único elemento para su trabajo, tal vez contó el pintor con otros retratos que le informaron detalles y seguramente también los apuntamientos escritos en crónicas e historiografía primera del movimiento emancipador y aun don Benito Abad Arteaga había publicado en 1852, una primigenia biografía sobre Allende, intitulada Un héroe olvidado. A más de cincuenta años transcurridos desde la iniciación de la guerra de Independencia y de la muerte del personaje, casi resultaba imposible contar con testimonios directos que dijeran cómo eran, por ejemplo, los rasgos fisionómicos.

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La efigie de Ignacio Allende en un dibujo a pluma encontrado en 1910, al revisarse documentación con motivo del Centenario. ¿Es del que partió para su cuadro Ramón Pérez o copiado después de su óleo? Lo tomó el historiador Armando de Maria y Campos para su libro Allende: primer soldado de la nación. Hay diferencias: en el dibujo la mirada es incisiva, en la pintura dulcificada.

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No obstante, y precisamente en aquellas crónicas y páginas de la historia, quedaron impresiones, las que de por sí son retratos elocuentes. Es más, pudiéramos decir que bastante favorecedores, los que facilitaron al retratista para hacer su obra; si, iconográficamente, en consecuencia, Allende es favorecido. Desde esa literatura hay plasticidad en torno a su persona y a su personalidad, habla sin escatimar de sus facciones, de sus movimientos, de sus gestos, de sus acciones; y el pintor entendió bien y de aquel dibujo logró entonces el excelente retrato, por lo demás, tan difundido en los libros subsiguientes de historia y en estampas y postales. Muy popular, hasta ahora. Leamos lo que dice Alamán en su Historia: “… era Allende en su parte moral, valiente y casi temerario; simpático y persuasivo y de una noble delicadeza que le hizo siempre repugnar toda clase de robos y violencias, y los derramamientos de sangre. En su parte física era elegante y apuesto; alto, de pelo rubio, nariz aguileña aunque torcida por habérsele quebrado en una diversión (coleando toros); su boca bien formada, si bien animada siempre en una sonrisa equívoca, que así anunciaba la condescendencia como el desdén. Era de contextura atlética y ninguna de sus posturas o movimientos dejaba de manifestarlo… Allende acostumbraba vestir de charro para entregarse a las proezas del jaripeo y del coleadero… era gallardo de apostura, el traje de nuestros campesinos le sentaba a las mil maravillas…” Dice más: “era de hermosa presencia, muy diestro a caballo y en todas las suertes de torear y otras del campo”. Más o menos así existen otros testimonios escritos. Aparte algunos retratos; por ejemplo uno, el que creo interesante, de autor anónimo, conservado en una colección particular de cierta familia de Guanajuato, lo reprodujo en blanco y negro, en su libro biográfico, Allende: primer soldado de la Nación, (1964), don Armando de María y Campos. Se ve el rostro de tres cuartos, acaso para disimular el defecto de la nariz, el que no se nota; cabellera y patillas abundantísimas, sí, el cabello rizado; viste de Capitán General con charreteras en los hombros. Acaso este retrato lo hizo un pintor que lo conoció, por eso aquí lo considero.

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Contemplemos entonces el magistral retrato de Ignacio Allende, pintado por Ramón Pérez:

Retrato de Ignacio Allende en tamaño heroico, óleo sobre tela hecho en 1865 por el pintor Ramón Pérez a encargo de su maestro Santiago Rebull, por encomienda de Maximiliano para el Salón de Embajadores de Palacio Nacional. “Un Allende en plena acción, según las descripciones…”

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Sí parece un hombre de treinta y cinco años o poco más, los ojos garzos y la nariz recta, alargada; es rubio a juzgar por las patillas y la barba detenida a medio rostro; el gesto decidido, animado y según las descripciones leídas, como con una sonrisa “equívoca”, anunciante de su carácter condescendiente y aun con algo de desdén. Porta el uniforme militar de acuerdo con su alto grado de Capitán General del Ejército Insurgente, como lo acordaron Hidalgo y el grupo de jefes, en su junta celebrada en Acámbaro, apenas unos días después de proclamada la Independencia, 22 de octubre de 1810; ostenta la faja azul del generalato y las jarreteras doradas en los hombros, su elegante sombrero de ordenanza. De pie, arrogante, como resuelto, precipitado, valeroso; atlético, en una franca marcha al frente de su hueste, portando en su mano izquierda un lábaro blanco, con la imagen guadalupana en su centro, y blandiendo con su derecha, la espada. Calza pantalón blanco –recién se había inventado y puesto en uso en el mundo europeo y traído a América, para uso sólo de europeos y criollos-, botas que tocan las rodillas y su planta izquierda pisa el cuerpo de un cañón yacente en el suelo; pareciera en la cúspide de una montaña árida, el panorama nebuloso y con fuerte viento. Un Allende en plena acción según las descripciones de Lucas Alamán y de Abad Arteaga, según también un primer dibujo guardado por alguien que lo facilitó para la recreación de esta imagen del caudillo. Aunque el retrato es romántico por escuela académica, por razones de época acaso igualmente, no lo parece en el sentido de un retrato imaginario nada más; mucho hay de verdad, como puede decirse, obedece a las descripciones históricas acerca del personaje.

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Retratos documentales, asimismo, de Allende, son otros interesantes: se trata de una pintura y de una miniescultura en cera, las que guardan alguna coincidencia en fisonomía y ángulos del rostro. La pintura, anónima, según parece fue realizada en el primer tercio del siglo XIX; esto quiere decir, un tanto acercado a modo de testimonio, hasta en unos veinte años después de fusilado el héroe. De perfil derecho, cabellera y gran patilla en castaño claroscuro, porta su uniforme de general y en la parte superior se lee esta leyenda: “El Exmo. Sr. Gral. Dn. Ygnacio Allende. Proclamó la Independencia de Mégico en 16 de Septiembre de 1810”; se advierte la sinceridad del retratista, su adepto, además. Una copia de este cuadro debida al pintor José Inés Tovilla, la que data de 1912, la adquirió el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec.

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Otro retrato-documento de Allende, pintura anónima, óleo sobre tela, de factura popular, “…pintado por quien supuestamente lo conoció”, dice su principal biógrafo, Armando de Maria y Campos.

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Ignacio Allende, retrato de perfil derecho, anónimo (c. 18301831), óleo sobre tela. De este cuadro, el pintor José Inés Tovilla, hizo copia en 1912 para el Museo Nacional de Historia. “…se advierte la sinceridad del retratista, su adepto, además…”

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La otra pieza la trabajó el escultor mexicano José Francisco Rodríguez, junto con los retratos de otros personajes de la etapa independentista mexicana, en poder del crítico de arte Mariano Tomás; la colección se encuentra ahora en México y tuve noticia de ella por informes del historiador José Miguel Quintana y Gómez Daza. Bien que se escogió para ilustrar una edición del libro de Rafael Heliodoro Valle, Iturbide, varón de Dios. Vemos a Ignacio Allende, pero de perfil izquierdo, un busto, porta uniforme de general, con la pechera en rojo, bordados en oro y la jarretera visible, también en oro. Es, igualmente un documento plástico importante, aunque tampoco se puede precisar la fecha de su hechura, en tanto se ha considerado, igual, producida durante la primera mitad del siglo XIX.

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Miniescultura en cera policromada, hecha por el artista mexicano José Francisco Rodríguez, (c. antes de 1850). “Vemos a Ignacio Allende, pero de perfil izquierdo…”

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Es justo decirlo. Allende, el insurgente, hizo tanto por la libertad, a la par que el señor Hidalgo. Hombre más de acción que de pensamiento, su pensamiento mismo estuvo en servicio de igual causa; e Hidalgo nada hubiese podido hacer solo, sin este militar, quien en todo momento usó de su profesionalismo estricto y demostró, a su vez, la intuición propia del soldado verdadero por vocación. Agréguese su espíritu igualmente decidido como el del cura de Dolores y si revisamos esa etapa dramática y trágica, observaremos que aquellos dos hombres, hicieron uno y que no pudo ser de otro modo, ante la necesidad de ambos para conducir, sobrellevar a cientos, a miles, a miles de miles de hombres de una masa heterogénea, hasta que todos esos miles parecieran uno solo, por lo menos la realidad de un solo pueblo en reclamo de su independencia, como resultó ser. La nobleza de Allende, por encima de cualquier debilidad, estuvo verdaderamente a la altura de tan graves circunstancias; fue general de verdad, como Hidalgo el estadista de verdad; los dos indispensables para la lucha; los dos igualmente ciclónicos, como para remover, según lo hicieron, las entrañas de una Nueva España que dejaba de serlo, en tanto comprendieron que surgía por ingente necesidad una nueva nación, con un pueblo de gente múltiple, la que ya no podía soportar más humillaciones. Hidalgo y Allende, dos criollos educados, sensibles y visionarios, unieron sus voluntades para, además, interpretar a otro puñado de hombres y mujeres valientes quienes sintieron y pensaron de igual manera. A mayor abundamiento. La circunstancia iconográfica relativa a Ignacio Allende, el caudillo de la emancipación mexicana, por cuanto hace a un verdadero retrato, trasciende de la imagen pictórica y en general plástica, de los testimonios vivos, documentales e historiográficos como lo observamos ya, al arte literario y epopéyico y parece lo más natural si hablamos de héroes, según sucede también con los caudillos de la etapa independentista de los países del Sur de América: José de San Martín, Antonio José de Sucre, Simón Bolívar, etc.-. Allende, aun cuando pareciera vivir historiográficamente a la sombra de Hidalgo, por sus propios atributos impone su personalidad; y se

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le ve en las páginas de novela, desde Sacerdote y caudillo, (1869), de Juan A. Mateos hasta El Zorro enjaulado, de Mario Moya Palencia, (1996). Pero Guillermo Prieto, el romancero, el poeta popular por excelencia en su siglo, el XIX, lo pone en acción: “Era don Ignacio Allende alto, rubio, bien plantado, cuello erguido, ancha la espalda, suelto y poderoso el brazo, crespa, alborotada furia, andar resuelto y con garbo, ver audaz, azules ojos, ardientes, limpios, claros; jinete entre los jinetes, cual soldado, temerario, complaciente en los festines, comedido en los estrados, lidiando toros, prodigio, de caballeros dechado. De la reina el regimiento le vio capitán bizarro, y a la par le festejaban las ciudades y los campos…” (De El Romancero Nacional, 1885)

Como que el poema resume ágilmente, lo expresado por las fuentes documentales y aún las pinturas, incluso el cuadro de Ramón Pérez, todo.- Por lo demás, a nadie cabe duda reconocer la estatura moral del héroe Allende, quien fue capaz de cualquier cosa, incluida la ofrenda de su vida por la patria. El retrato de Ignacio Allende, también es importante entre los caudillos de nuestro movimiento de Independencia.

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3. EL VERDADERO RETRATO DE JOSEFA ORTÍZ DE DOMÍNGUEZ: LA CORREGIDORA “…fue la heroína ilustre, a cuyo arrullo maternal nació la Independencia Mexicana”. Francisco Sosa.

Mujer de excepción en los anales de la historia mexicana fue aquella notable matrona llamada María Josefa Ortiz Girón de Domínguez, conocida por un título no suyo, pero por una aceptación popular: La Corregidora. Sí, la señora Corregidora de Querétaro, porque su esposo, el licenciado don Miguel Domínguez, tuvo ese honroso cargo, más que el equivalente al de un Procurador de Justicia, con facultades asimismo administrativas en tiempos virreinales cuando el territorio estaba dividido en “Intendencias”. Doña Josefa, madre de catorce hijos y esposa de un hombre público, permanece todavía hoy envuelta en leyendas más que en verdades; pero, de éstas, hay una por encima de todas, la que justamente la hace respetable y de gran presencia para siempre en nuestra historia, razón por la cual todo 15 de septiembre es recordada con admiración y cariño. Como mujer, resulta ser la primera, la que encabeza una lista de damas notables, todas integrantes del grupo de heroínas surgidas durante la Guerra de Independencia, registrada entre 1810 y 1821. A ella se deben servicios de inteligencia y comunicación de ideas, las que dieron sentido a la lucha, como que a ella se debió la alerta transmitida a un Allende primero y luego a un Hidalgo, como fuego que prendió de uno en otro, para conseguir, finalmente, la proclamación de la guerra o del movimiento insurgente, una vez descubiertos los trabajos de conspiración a que se vieron obligados los hombres pensantes y actuantes para conseguir el desprendimiento doloroso, según debió ser, de México respecto del dominio de España. A ella se debe la salvación del inicio, el cual estuvo prevenido para el 1

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de octubre, pero debió adelantarse para la madrugada del 16 de septiembre, en tanto el día anterior fue hecha prisionera por sedición y comenzaron para ella misma años de martirio como no los sufriera tanto su propio marido. No siempre estuvo encerrada a “buen recaudo” en conventos, sino en cárceles comunes y sórdidas y en peregrinajes entre Querétaro y México, por el proceso que se le siguió; proceso pleno de documentos de los cuales se aprovecharon más adelante historiadores como Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán, para la integración de sus textos e ilustración de datos en torno a los primeros hechos de la gesta insurgente mexicana. La leyenda dice que doña Josefa apenas aprendió en el Colegio de las Vizcainas a leer; pero en su causa existen cartas suyas, firmadas de su puño y letra. Perseguida y encarcelada permaneció prácticamente los once años de dicha guerra, porque aun cuando después de siete años de encierros e incomunicación y maltratos, de cualquier modo tuvo a la ciudad de México por cárcel; pero ella se mantuvo tan recta en sus principios, según lo demuestra su contrariedad, al acabar la lucha militar, pero de inmediato se sucedió la proclamación de Iturbide como emperador; invitada ella, respetuosamente, para formar parte de la nueva corte imperial, rechazó enérgica a don Agustín y a sus ministros. Todavía, figura tan importante, espera un estudio biográfico digno, semejante a los que se han hecho acerca de Leona Vicario, por ejemplo. Sin embargo, de ella, aparte de conocer un verdadero retrato porque se le hizo en vida, se tienen datos vitales de su existencia.

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Retrato escultórico de la Corregidora de Querétaro, doña Josefa Ortiz de Domínguez, en madera policromada y telas, del orfebre Juan Nepomuceno Yllescas, 1828, “…de ese retrato han derivado prácticamente todos los demás…” La obra se hizo en vida de la heroína.

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VIDA Y RETRATOS DE LA HEROÍNA Nos dice don Alejandro Villaseñor y Villaseñor en su obra Biografía de los héroes y caudillos de la Independencia (1910): Nació doña Josefa en Valladolid (hoy Morelia), hacia el año de 1768. Por su orfandad fue trasladada a la ciudad de México, por su hermana mayor e internada en el Colegio de la Vizcainas –en 1789–; y ahí fue conocida por el Lic. Domínguez, quien la pidió en matrimonio. Sus padres –esto nos lo dice don Gonzalo Obregón–, fueron don Juan José Ortiz, quien fuera Capitán del Regimiento de “Los Morados”, en Valladolid de Michoacán, y doña Manuela Girón de Ortiz. Tanto doña Josefa como su esposo mencionan a sus catorce hijos, dentro del proceso referido; y de entre ellos, el mayor había sido incorporado por su padre al Regimiento del Rey. Según parece, jamás, ni ella ni su marido fueron escuchados por el virrey –ya Venegas, ya Calleja–, siquiera para aliviar un tanto las penas de doña Josefa a quien por su participación en las conspiraciones de Querétaro, arrancaron aun de sus pequeños hijos e hijas. Todavía peor, aquel clérigo don José Mariano Beristáin de Souza, a quien ciertamente debemos un benemérito libro, su Bibliotheca Hispanoamericana Septentrional, el que nos ilustra acerca de la cultura mexicana durante los tres siglos de la colonia, fue por otro lado, un terrible chismoso a quien bien retrata con sentido del humor don Artemio de Valle Arizpe, en tanto anduvo más en líos de faldas que en misas, y entre cédula y cédula de su obra, no fue ajeno a la política, y de ésta, acomodaticio, pues con ligereza, según lo vemos, hoy insinuaba simpatía por los criollos liberales; pero, por otro lado, les hizo tamaño perjuicio, según esta infamante declaración enviada al fiscal Foncerrada: doña Josefa era “… un agente efectivo, descarado, audaz e incorregible que no perdía ocasión ni momento de inspirar odio al rey de España, a la causa de determinaciones justas y legítimas de este reino (…) una verdadera Ana Bolena, que aun a mí mismo trató de seducir…” (en 1813). Tan oprobiosas palabras entonces, resultan hoy elocuentes y favorables, respecto de la heroicidad de la digna señora. Murió doña Josefa, según parece, en abril de 1829, en su casa de la calle del Indio Triste –hoy del Carmen–, número 2, ciudad de México.

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Un año antes, el escultor Juan Nepomuceno Yllescas – abril de 1828– le entregó un excelente retrato esculpido en madera, policromado –un busto–, el que ahora pertenece el Museo Nacional de Historia de Chapultepec; y de ese retrato han derivado prácticamente todos los demás, si bien se les agrega o quitan detalles ornamentales: Chales, peinetas, arracadas, collares, etcétera. En este se contempla de tez blanquísima, contraste con una cabellera y cejas castañas; ojos grandes y oscuros, nariz recta y labios finos, delgados, en una boca un poco más grande que regular; el mentón, oval. Naturalmente, la escultura para el monumento en su homenaje, inaugurado en la Plaza de Santo Domingo de México, el 8 de febrero de 1900, fue inspirada en la primera de 1828; y en si, la iconografía toda de nuestra célebre “señora Corregidora”.

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Fotografía de la escultura en bronce que representa a doña Josefa Ortiz de Domínguez, hecha por el artista italiano Enrique Alciati, antes de colocarla en su pedestal, en la Plaza de Santo Domingo, en la ciudad de México, en 1900.

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Esa “audacia incorregible”, ese “descaro”, de “una agente efectiva”, supone más bien, un espíritu de lucha, principios indeclinables, sinceridad; y como otros de sus comentaristas declararon: “Temperamento varonil”, según lo dicen Genaro García y Francisco Sosa entre muchos historiadores.

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4. EL VERDADERO RETRATO DE JUAN ALDAMA Muy amigo de Ignacio Allende, por su carácter era diferente. Serio, reservado, discreto. Rasgos para un retrato. Villaseñor en su biografía relativa, expresa, cómo el haber sido de los jóvenes dragones de la Reina, el de más edad a una vez debió ser el “más sensato entre los caudillos militares insurgentes”. Y así parece. Cuando en el ambiente nervioso, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, en las habitaciones de Hidalgo en Dolores, éste dijo con energía y seguridad: “Señores, no nos queda otro remedio que ir a coger gachupines...” De inmediato dio órdenes, entre las más urgentes, aprehender a los españoles acaudalados y de gobierno; para Aldama ésta delicadísima comisión. Y al capitán se le atribuye una réplica: “-Señor, ¿qué vamos a hacer? con semejante golpe, el gobierno activará sus providencias, nada tenemos prevenido: no teniendo que oponerle seremos víctimas de semejante temeridad…” Hidalgo, tajante, respondió: “¡Así discurren los niños, que nunca miden las circunstancias de una situación, ni calculan, que las pequeñeces insignificantes teniendo tacto para mirarlas, forman un todo vigoroso y respetable…” Dicha escena reconstruida según testimonios directos, por el historiador José M. de la Fuente en su libro Hidalgo íntimo, una de las fuentes más respetables. Tal fue la primera encomienda que tuvo Aldama; la cumplió con notable eficacia a pesar de las múltiples dificultades de ir de plaza en plaza, ya el ejército insurgente en plena campaña. Hidalgo primero le confirió, en reconocimiento a su preparación militar y el rango que tenía, el nombramiento de Mariscal de Campo y a poco, en Acámbaro, el de Teniente General. Participó con Allende en la estrategia en acción durante la batalla del Monte de las Cruces. Su trato a los prisioneros bajo su custodia, fue humanitario, benigno; y dícese al respecto, cómo el coronel realista García Conde correspondió a semejante trato, una vez

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liberado, al mirar con respeto a la familia de Aldama. Apegado don Juan, más hacia Allende, naturalmente, lo siguió cuando por acuerdo, también de estrategia, se separaron del grueso de la tropa de Hidalgo para regresar a Guanajuato después de la Toma de Granaditas. Don Julio Zárate, al referirse al General Aldama, escribe esta nota que creo importante para juzgar no sólo a Aldama, pero a todos los caudillos después hechos prisioneros, objeto de procesos judiciales y militares más que viciados a simple observación de cualquier lector. “Capitán del mismo regimiento de Dragones de la Reina era don Juan Aldama, nativo también de la Villa de San Miguel, donde estaba residiendo ese regimiento. Uníanle con Allende una estrecha amistad y le secundaba fielmente en todos sus proyectos y empresas. Verdad es que en sus declaraciones, cuando fue hecho prisionero, manifestó que sólo doce días antes de la proclamación de la independencia lo enteró Allende de lo que se tramaba, pero aparte de que numerosos documentos desmienten esa manifestación, debe tenerse en cuenta que esas declaraciones, (y con el mismo criterio han de ser juzgados las de los demás héroes de la independencia), eran arrancadas a prisioneros que habían sufrido ya todas las angustias de estrecho cautiverio y veían próxima su suerte final; que el amor a la vida en los jóvenes, y los escrúpulos en los ancianos y sacerdotes, educados en ciertos principios que volvían a adquirir sobre ellos absoluto dominio en aquellas horas supremas, quebrantaron en muchos de esos héroes la entereza, y que vislumbrando una esperanza de salvarse, atenuaban el participio que habían tomado en la revolución”. (en México a través de los siglos.) Escribí cierta vez en un ensayo, El Movimiento de Independencia y sus hombres. (1963): “… En un principio Aldama creyó que la revolución era en extremo radical y temió cualquier fracaso, pero no pudo menos que obedecer y lanzarse con vigor y en compañía de los demás guerrilleros a la revolución (…) Participó con Hidalgo en la formidable y afortunada batalla

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del Monte de las Cruces y como su amigo Allende, se disgustó por la decisión que Hidalgo tuvo de no avanzar hacia la ciudad de México y también procuró, en unión de Jiménez y el mismo Allende, quitarle el mando al cura de Dolores…” El razonamiento militar así de Allende como de Aldama, militares de carrera los dos y el mismo sentir de Jiménez, sí los llevó a remplazar en el mando a Hidalgo, pero éste mismo aceptó solemne su situación, poco antes de la caída de todos, en Acatita de Baján, objetos de una traición, aun Allende y los militares, quienes creyeron unos con otros, en la conducta de un Ignacio Elizondo, celoso del primero quien le negó a una simple petición, el grado de Teniente General, sólo porque sí, pero con grado de Coronel le dio fuerzas, suficientes para entrar en negociaciones con los realistas a fin de aprehender a los caudillos. Abasolo sí fue fiel a la causa de la Independencia, en todo momento; sí fue valeroso durante la campaña; sí cumplió con todas las encomiendas recibidas, por difíciles que parecieran. Revisando su causa militar que lo condenó al fusilamiento, claro, se nota la triquiñuela en todo el proceso; la voluntad de los jueces para hacerlo caer en contradicciones, ellos que mantenían separados en los interrogatorios a cada quien, e iban sabiendo cuanto pretendían de todos; al mismo error o buscándolo sin existir, preconizaban la contradicción o hacían sentir al reo cualquier supuesta esperanza, cuando conocían que dijeran lo que dijeran, la sentencia de muerte ya estaba dictada. De ese mismo instrumento, su causa militar, (aparece en la obra de Hernández y Dávalos, Historia de la Guerra de Independencia de México), Aldama declaró en principio: “… sobre su nombre, apellido, edad, religión, estado, empleo y vecindad. Dijo llamarse Don Juan de Aldama, treinta y siete años de edad, viudo con dos hijas que tiene; Capitán que era del Regimiento de Dragones de la Reina, Provincial de San Miguel el Grande, natural de la misma Villa, hijo de Don Domingo de Aldama originario de los Reinos de Castilla y Provincia de Vizcaya, y de Doña María Francisca González, etc.”

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Se conocen de Aldama, dos retratos. Uno de ellos, anónimo, óleo sobre tela, 99 x 76 cm. de la colección riquísima del Museo Nacional de Historia (Castillo de Chapultepec), adquirido en 1960. Digamos: por época, gusto en la composición, colorido y ambiente conforme a los detalles, claro, recuerda a los retratistas de la “Escuela Mexicana” de la primera mitad del siglo XIX, no pocos anónimos, aunque de fina factura –como este–, y otros de maestros reconocidos y, además, correspondientes a la extensa región del Bajío, con cierto sello popular; están los ejemplos de José María Estrada, en Jalisco, y Juan Nepomuceno Herrera en Guanajuato –la ciudad de León–. Aldama, recordemos, de familia medianamente acomodada, criollo perteneciente a los ejércitos reales y de esa región, natural resulta contar con este retrato suyo, a bien seguro conocido del pintor, quien en cartela inferior, anotó: “El C. Excmo. Juan Aldama. Una de las primeras víctimas de la Independencia. Nació en 1764. Murió fusilado en 1811”. No es que quiera atribuirlo a Estrada, de ninguna manera, pero sí recuerdo haber visto captaciones semejantes, en gestos de alguno de sus retratados; ahora que, de tiempos iguales y anónimos, asimismo recuerdo el retrato de un joven de la familia Cumplido –de Guadalajara–, con este detalle: en una mano sostiene, al parecer sin necesidad, un pañuelo tan blanco, contrastante con el negro de la levita.

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Retrato del Teniente General Juan Aldama, óleo sobre tela, anónimo, 99 x 76 cm., posterior a 1811. “…a bien seguro conocido del pintor… por la mirada asoma la prudencia… talante de criollo…”

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Aquí, el semblante del capitán, luego Teniente General del Ejército Insurgente, don Juan de Aldama, es de lo más sereno, ante todo por la mirada, y es verdad, asoma la prudencia. La nariz aquilina, muy pronunciada y la boca de labios carnosos, pero finos: pelo negrísimo como las cejas y, aun cuando el bigote, el que luce, parece un bozo; el mentón, sin embargo, denuncia barba partida y cerrada, aunque afeitada: talante de criollo. La inscripción parece indicarnos que el héroe se quitó diez años en sus declaraciones, pero más bien el dato inscrito por el pintor resulta dudoso; casi todos los biógrafos de Aldama, como los historiadores de la gesta independentista, señalan como fecha de natalicio de don Juan, el año 1774 en San Miguel el Grande; además reconozcamos, cómo el semblante es todavía juvenil. El retrato resulta póstumo, naturalmente, se le mira en medio de la luz intensa, y acaso familiarmente dirigido, ello hizo que se dijera “victima” por decir “héroe”. Un excelente documento histórico.

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El otro retrato es una litografía muy divulgada. También anónima, casi ilustra todos los textos de historiografía particular de la guerra de Independencia; igual, proviene casi de fecha aproximada que el óleo, y presenta al personaje de perfil; pero debemos advertir cómo, entre ambos retratos hay semejanza; sí coinciden las facciones. Es otro documento iconográfico.

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Retrato de Aldama; una litografía posterior a 1821, muy divulgada, también anónima, presenta al personaje de perfil.

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5. EL VERDADERO RETRATO DE JOSÉ MARIANO JIMÉNEZ Bien observa don Francisco Sosa al escribir la biografía del Capitán General del Ejército Insurgente mexicano, José Mariano Jiménez: tan joven, en un lapso de sólo meses, vivió tanto como para conquistar un lugar en la historia, lo que explica, acaso, lo breve por cuanto hace a datos que ilustren en torno a él una semblanza. Y pienso cómo, de encontrar noticias, éstas más estarían relacionadas con sus estudios; por lo demás todo lo sabemos respecto a su valor intelectual, ingeniero de minas egresado del ilustre Colegio de Minería de la ciudad de México, su solícito gesto delante del señor Hidalgo para poner sus conocimientos y acción por la causa libertaria, tras la terrible toma de Granaditas en Guanajuato; su participación como artillero en el Ejército Insurgente; las delegaciones militares, a partir del nombramiento de Coronel que el propio Hidalgo le confirió de inmediato; luego Teniente General, Jefe del Ejército del Norte-Oriente y las valerosas e inteligentes intervenciones durante la guerra, hasta haber sido aprehendido junto con los altos Jefes de la insurgencia y con ellos llevar la misma suerte en el patíbulo y aun el honor- porque la cruenta afrenta ordenada por Calleja, de su degüello y exhibición de las cabezas en jaulas junto con Hidalgo, Allende y Abasolo, devinieron , es claro, en su honor-, de tener hasta el día de hoy, históricamente, lugar tan significativo. Sí, merecidamente en el Paseo de la Reforma, tiene un monumento. Merecidamente en el Palacio de Gobierno de San Luis Potosí, se contempla su retrato. Merecidamente, si bien con pocos datos, los historiadores han trazado su semblanza una y varias veces. Merecidamente vive en la historia de México. Ernesto de la Torre Villar, en su libro –uno de varios acerca del tema–. La Independencia de México, fijó, revisados documentación e historiografía del caso, digamos, los datos vitales del General José Mariano Jiménez: Nació en San Luis Potosí el año de 1781. Frisaba, consecuentemente, al morir, apenas

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si treinta años de edad. Reitero, se había graduado ingeniero de minas, en el Colegio de Minería de México, el 1° de abril de 1804. Cuando Hidalgo tomó Guanajuato, 29 de septiembre de 1810, voluntariamente Jiménez se presentó al caudillo y por su despierta inteligencia y evidentes conocimientos, fue nombrado Coronel y así participó en la toma de Granaditas. En verdad Jiménez destacó en la misma ambigua batalla de Aculco, derrotando al brigadier español Torcuato Trujillo. En las goteras de la ciudad de México. Hidalgo lo comisionó para el delicado trabajo de parlamentario para pedir al virrey, en Chapultepec, su rendición, lo que rechazó Venegas, amenazándolo. Desde luego participó con denuedo en la batalla del Monte de las Cruces y todo ello lo condujo a ser reconocido una vez y otra, con ascensos bien ganados, hasta obtener el delicado cargo de Comandante General del Ejército Insurgente en las Provincias Internas de Oriente y Norte, mostrándose entre los más activos caudillos, él mismo. Al separarse, según lo acordaron con Hidalgo, para extender el movimiento armado revolucionario, acompañó a Allende hacia Guanajuato y a él se le encomendó fuese a San Luis Potosí y la tomara como plaza; de ahí se preparó para combatir al jefe realista Antonio Cordero a quien derrotó en Aguanueva. El consejo de Generales de los Ejércitos Americanos, le había extendido singular nombramiento en la Villa de San Felipe, a 29 de noviembre de 1810, suscrito verdaderamente por todos los generales reunidos ahí: Ignacio Allende, Juan Aldama, Joaquín Arias, Rafael de Iriarte, José Joaquín Jiménez de Ocón, Ignacio Aldama y Mariano Abasolo, documento tan expresivo y favorable, el que acredita al personaje en altísima consideración. Dicho documento transcrito por Sosa, dice: “ Por la presente damos comisión bastante a nuestro Teniente General de los Ejércitos de América, el Excelentísimo señor D. José Mariano Jiménez, para reuniendo las fuerzas que pueda en la ciudad de San Luis Potosí y toda su provincia, forme ejército nacional, y adelante las conquistas hasta la Villa de Saltillo, Nuevo Reino de León y demás provincias internas por los rumbos que más convengan al servicio de la Nación y mandamos a todos los Justicias

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Nacionales, Ayuntamientos, Señores Curas, Comisionados y Jefes Militares, le presten cuantos auxilios necesite y le reconozcan y obedezcan como a tal Teniente General y Comisionado de nuestro Consejo de Guerra, guardándole todos los honores, franquezas y privilegios, etc.” Notemos el prestigio ganado tan rápidamente por Jiménez. Desde luego, la colección de documentos formada por Hernández y Dávalos cuenta con papeles que retratan a Jiménez. Por ejemplo su Bando, el que lleva por sí un sello tan personal, fechado en Matehuala a 14 de diciembre del referido 1810; dice el General Jiménez: “Últimamente prevengo a todos los soldados de mi Ejército, que si se atreviesen a saquear alguna hacienda o casa, o permitiesen que la plebe cometa semejante exceso, serán castigados irremediablemente con todo el rigor de leyes a cuyo efecto mando a todos los Jefes que velen sobre la conducta de sus subalternos, principalmente evitándoles la ebriedad que ordinariamente los induce a cometer este y otros crímenes que degradan la conducta que observamos que se cumpla con la santa moral y preceptos del Evangelio de Jesucristo, para cuyo debido cumplimiento condeno con la pena de veinticinco pesos, que aplicarán a nuestra arca militar a todos los que vendiesen o de algún modo fuese en parte en que algunos de mis soldados se embriague…” Lucas Alamán en su Historia, da este concepto de Jiménez para separarlo conceptualmente de Hidalgo, Allende y Aldama: “ No era Jiménez sanguinario, y después de su triunfo de Aguanueva y de su entrada en el Saltillo, dejó en libertad a todos los españoles que allí encontró, expidiéndoles papeles de indulto para que pudiesen volver a los lugares de su residencia con seguridad…” Al respecto, el biógrafo por excelencia, de los héroes y caudillos de la Independencia, don Alejandro Villaseñor y Villaseñor, piensa cómo, a pesar de las declaraciones de testigos en la causa contra Jiménez, quienes se refirieron a esos gestos de humanitarismo y benevolencia de don José Mariano, el general insurgente“ no encontró gracia ante sus jueces, a pesar de su conducta generosa; condenado a muerte,

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fue ejecutado el 26 de mayo de 1811, en la Plaza de los Ejercicios de Chihuahua, en compañía de Allende, de Aldama y de don Manuel Santa María …” Pues según lo vemos, a la luz de documentos, de biografías y de las páginas historiográficas, contamos con un genuino retrato moral del Teniente General José Mariano Jiménez: joven, valeroso, inteligente, abierto a las ideas de emancipación, instruido, generoso, humanitario, justo y justiciero, cristiano, etc. Estas son la virtudes, las cuales se aprecian; quienes dan testimonio: Hidalgo que lo atrajo al partido insurgente, apenas lo conoció; Allende, el militar profesional quien lo reconoció entre los suyos, como un hombre disciplinado apto para recibir el respaldo de todos los generales; Lucas Alamán más que reticente y desconfiado por la causa independentista, contrario a esas ideas, hizo ponderación de él. Así fue José Mariano Jiménez en la verdad.

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Efigie pictórica de José Mariano Jiménez, óleo sobre tela, (c. 1828), también anónimo. “De buena factura, revela la cierta habilidad del artista…”

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Ahora bien, por cuanto hace a su retrato físico, sólo conozco uno, pero este sirvió, además, para que el escultor Jesús Contreras hiciera magnifico trabajo, el monumento que ahora vemos en el Paseo de la Reforma. Nos lo mostró en el Palacio de Gobierno de la ciudad de San Luis Potosí, a un grupo de quienes asistimos al II Encuentro de Historiadores de Provincia, el 24 de octubre de 1974, el historiador Rafael Montejano y Aguiñaga.

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Me refiero a un retrato al óleo sobre tela, de pintor anónimo y fechado, según parece en 1828; esto es, diecisiete años después de los últimos acontecimientos militares, la prisión y el fusilamiento del héroe. De buena factura, revela la cierta habilidad del artista, a quien posiblemente se le solicitó el trabajo, apegado a un academicismo; el colorido resulta intenso en la figura misma del personaje retratado, sobre lo oscuro del fondo como una solución seguramente para hacerlo destacar. El rostro de facciones decisivas, la mirada firme, nariz recta sobresaliente y boca regular; las cejas medianamente pobladas, pero tan negras como la abundante y rizada cabellera y las patillas, según parece fue usual en los militares de la época y acaso en especial los jefes insurgentes. La casaca es similar, naturalmente, a la que portó Allende: la pechera intensamente roja con bordaduras en hilos de oro, que semejan palmas, se levanta hacia el cuello con igual adorno; azules los costados, y sobre los hombros las jarreteras en cordones dorados con presillas en las superficies sobre las que se ven bordadas el águila mexicana, pero este adorno se repite hacia el cuello en ambos lados. El gesto a la vez arrogante, adusto, serio, es lo sobresaliente del retrato. ¿Sería así el General José Mariano Jiménez? Para 1828 Jiménez había sido declarado Benemérito de la Patria. Quizá esto motivó la necesidad de contar con su retrato y también es posible cómo, no habiendo transcurrido demasiados años, el pintor contó con los testimonios justos según personas que lo hubiesen conocido y el mismo pintor pudo haberlo visto. Hay, como pintura, un acercamiento al gusto romántico de esos tiempos.

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Efigie escultórica de José Mariano Jiménez. Monumento de cuerpo entero, en bronce, debido al artista Jesús Contreras; se levanta en el Paseo de la Reforma en representación del Estado de San Luis Potosí. “…El héroe merecidamente vive en la Historia de México”.

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6. EL VERDADERO RETRATO DE JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN La figura histórica de Morelos con el tiempo ha vencido batallas más rudas acaso, o por lo menos tan cruentas, como las libradas en los campos por conquistar la independencia mexicana; justamente en la historiografía. Sus palabras, las de los discursos, como ese ofrecido por el cual declaró: “Brindo por la España hermana y no dominadora de América”; las expresadas en el Congreso de Chilpancingo, según sus Sentimientos de la Nación, etc. Asimismo, sus declaraciones durante el proceso que se le siguió para condenarlo a muerte, todo, en fin, encontré entre pesquisas de investigadores, ya en archivos públicos como en privados, la confirmación de su estatura cierta: el primer gran estadista que México dio y por lo mismo su visionario, además del brillante estratega militar que probó ser durante la gesta insurgente. Lucas Alamán, el polo más opuesto a su imagen, quien lo describiera, dizque por testimonios verbales los que jamás mostró, igual a un hombre descendiente de negros mezclados con indígenas, cayó en contradicciones poderosas pese a sus intentos de decir verdades y aclarar dudas y mentiras en su Historia de México; si bien, alcanzó diversos retratos del héroe y caudillo michoacano, a tal grado que todavía hoy, para algunos no existe un verdadero retrato; y en murales de nuestros pintores contemporáneos –no escapó Diego Rivera– se le representa negroide, tomando en consideración apuntes de apuntes ficticios, aun con cierto gesto de racismo, aparecido desde el pasado. Es clarísimo el encono de Alamán en contra del caudillo del sur. La fe de bautizo de Morelos declara su estirpe criolla española; sus estudios en colegios como el de San Nicolás de Valladolid, confirman su ascendencia; pero mucho más todavía: el retrato auténtico, existe y suficientemente claro, por reiterado en su misma época.

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Este es el más justo retrato literario, debido al historiador Julio Zárate, a quien se debió uno de los volúmenes de México a través de los siglos: “… era Morelos de mediana estatura, robusta complexión y de color moreno; sus ojos oscuros, pero limpios, rasgados y brillantes, eran de una mirada viva, profunda y extremadamente simpática; superábanles una ceja poblada y unida, que daba a su rostro una expresión de incontrastable energía; la forma de su cerebro revelaba la poderosa fuerza de su espíritu; la barba, vigorosamente redondeada, como la de César en las medallas romanas que llevan su efigie, contribuía a marcar la expresión de su indomable voluntad; su aspecto grave y hasta señudo, se modificaba, sin embargo, por una boca franca y risueña, resultando del conjunto de sus facciones ese equilibrio armónico, propio y digno de los grandes caracteres…” (1884). Nació Morelos y Pavón el 30 de septiembre de 1765, en Valladolid, la que en su honor hoy se llama Morelia. Murió en la culminación de su heroísmo, fusilado, el 22 de diciembre de 1815, en Ecatepec, población cercana a la ciudad de México. Vayamos a su retrato, la pintura más elocuente. Es un excelente óleo sobre tela, pintado por un indígena mixteco, desconocido; pero lo hizo durante campaña y si lo consideramos un cuadro de factura popular, apenas notable la circunstancia por el dibujo burdo de las pestañas, acusa una maestría tal, si se debiera a un artista casi académico; pues además no es el retrato tan sólo, sino éste rodeado de simbolismos, los que además sorprenden por aquella “mexicanidad” percibida por el propio Morelos en su pensamiento. Acaso sea el águila de alas extendidas sobre un nopal, ubicado a guisa de cimera, según el uso heraldista, el adorno más extraordinario; pero a un tiempo curiosa composición en “cuartel”, con el objeto de resaltar el retrato mismo. Morelos se contempla vestido de generalísimo, cuyo uniforme con pechera y cuello alto, galones de oro sobre púrpura, no nada más coinciden con el expuesto en el Museo Nacional, sino con las descripciones según las de don Carlos María de Bustamante, historiador también y soldado en campaña, gran ayuda del Generalísimo. ¿Entonces por qué las distorsiones plásticas en relación con quien se llamó “Siervo de

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la Nación”? El rostro, si bien se observa, corresponde igualmente a las palabras transcritas aquí, de Zárate, más su cabeza cubierta, según su costumbre.

Verdadero retrato de Morelos, debido a un soldado intendente, indígena mixteco, durante plena campaña, en 1812; óleo sobre tela. “…documento pictórico, llevado como trofeo a España… Desde luego el lienzo cuenta con gran prestigio histórico”.

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Ahora bien, hay algo más importante y sorprendente, lo que confirma la autenticidad del retrato: el mismo fue robado, junto con el equipaje de Morelos en febrero de 1814, durante la batalla de Puruarán por el general realista Armijo; y todo, como trofeo fue enviado por el virrey Félix María Calleja, al rey de España, para que fuese conocido, ¡sí, conocido!, el insurgente enemigo de esa España dominadora. Su uniforme, como el pintado, también iba en el paquete. Todo fue devuelto a México durante las fiestas del Centenario, en 1910; y así se rescató para el Museo Nacional de Historia de Chapultepec. Sin embargo, el retrato estuvo antes en el Museo de Artillería de Madrid. Es, consecuentemente, documento pictórico con gran prestigio histórico.

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Otro retrato de Morelos, atribuido al pintor, escultor y orfebre, también insurgente y secretario del Generalísimo, don José Luis Rodríguez de Alconedo, 1814. No existe “otro retrato más cargado de certezas…”

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Si algunas notas importantes surgen de este otro retrato del Generalísimo Morelos, son: Claudio Linati, el artista italiano se apega al criollismo del héroe conforme a los testimonios directos y retratos hechos en campaña, acentuó su figura eclesiástica, “el Cura Morelos”, dice; y digamos, lo internacionalizó como a Hidalgo y Guadalupe Victoria, desde Bruselas, 1828, en la obra citada, Costumes Civils, Militaires et Réligieur du Mexique.

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Todavía más: mucho antes se conoció en México un retrato que resultó similar al llevado a España, tan igual como si fuese una copia mejorada, sólo que esta trabajada en lámina de cobre; porque este otro del cual hablo ahora, se le atribuyó nada menos que a don José Luis Rodríguez de Alconedo, el escultor, orfebre y pintor de reconocida maestría, quien abrazó la causa insurgente y peleó junto con el propio Morelos de quien fue secretario y además se encargó, de acuerdo con sus altísimos saberes, de la fundición y fábrica de monedas de la Suprema Junta Gobernadora del Sur. Igual rostro, gesto, posición del cuerpo, uniforme; el espadín de mando; sólo que dentro de un campo oval. En ambos retratos se encuentra inscrita esta leyenda: “Retrato del Excelentísimo señor don José María Morelos, Capitán General de los Ejércitos de América y Vocal de su Suprema Junta y Conquistador del Rumbo del Sur”. Tal vez data el primero de 1812. En el de Alconedo, si lo es, su fecha posible 1814 y tiene estas otras leyendas, a la izquierda, parte inferior: “Por la Nación y por la Religión”, a la derecha: “Morir o vencer”, una divisa del caudillo; y en un círculo o anillo central, “Suprema Junta Nacional Americana Creada en el año de 1811”. Este es, al no existir otro retrato más cargado de certezas documentales, el auténtico retrato de Morelos, nuestro prócer por excelencia, según lo declaran serios mexicanos. El único pintor contemporáneo nuestro, muralista, que tomó estos retratos como guías para llevar la efigie del héroe al mural logrado dentro del Castillo de Chapultepec, fue Juan O´Gorman; pero con todo eso, a sus espaldas, también lo representó en otro pasaje y en la misma pintura mural, negroide. El detalle hizo que don Antonio Arriaga Ochoa, director que fuera del museo, escribiera un artículo en contra de Alamán y de los pintores que siguieron su mal intencionada información seguramente, intitulado así: “Alamán y los falsos retratos de Morelos”. No obstante, apenas si se refiere al anónimo mixteco, dándolo por supuesto, como auténtico.

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7. EL VERDADERO RETRATO DE VICENTE GUERRERO Si las probabilidades para conocer verdaderos retratos de personajes notables de nuestra historia de Independencia, tales los de Hidalgo y Morelos, son muchas, en tanto directamente fueron captados aun cuando fuese por pintores sencillos, pero acertados por cuanto hace a los rasgos fisonómicos, y además en lo tocante a caracteres, el caso del General Vicente Guerrero es otro. Precisa escudriñar testimonios escritos de modo preponderante, según los apuntes que al respecto hubiesen dejado los primeros historiadores, pongo por ejemplo a Carlos Maria de Bustamante, Lucas Alamán y Lorenzo de Zavala, quienes de repente resultan a una vez cronistas por haber vivido determinados hechos y conocido a los hombres en acción; entonces o hicieron apuntes referentes o siquiera bocetos de retratos literarios: detalle de fisonomías, de ciertos gestos o ademanes de los próceres, tanto más cuando trazaron rasgos morales. Para el caso de Guerrero, el libertador genuino, (según lo fueron Hidalgo y Morelos) resulta, no obstante, esquivos con excepciones. Vamos a ver a Guerrero en la primer historiografía: Fray Servando en su Historia de la Revolución de la Nueva España, tan solo lo cita, eso sí, entre los jefes importantes de la gesta, como ayuda eficaz de Morelos, pero nada más. Lucas Alamán en su Historia, mezquino, harto melindroso y gasmoñero, ¿podía esperarse otra cosa?, hace ascos: “… el extraño aspecto del jefe…”; y, al observarlo dice: “Guerrero estaba vestido con una chaqueta larga adornada con una hilera de botones grandes redondos, que a manera de rosario, bajaba desde detrás del cuello por los hombros por ambos lados. El pelo, que era muy crespo, lo tenía muy crecido”.

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Bustamante fíjase más en la estatura moral del hombre, en la “Carta sexta” de su Cuadro Histórico y de repente espeta: cuando “…llegó el negro Guerrero se conmovió por él toda la tropa…” Antes había escrito: “Nada he hablado del general don Vicente Guerrero… sujeto que debe tener un lugar muy distinguido en la historia; tanto por los buenos servicios que hizo, como por que tuvo la dicha de ser el depositario del fuego sagrado de libertad que parecía haberse extinguido en el año de 1821, y de presentarse con la antorcha hermosa en la mano para abrasar de nuevo a todo este continente. Y cooperar eficazmente al logro de nuestra libertad e independencia…” El Dr. José María Luis Mora, en “Revista Política” de sus Obras sueltas, al deplorar la muerte del caudillo, escribe: “… los que compraron la cabeza de un jefe que había hechos servicios importantes a la Independencia y después lo asesinaron, tratándolo con el mayor vilipendio sin respetar el titulo de Benemérito de la Patria…”, el que en vida le otorgó el Congreso Nacional. Y, por último, Lorenzo de Zavala, quien conoció mejor al héroe, hizo el apunte más completo, más bien moral, pero lleva implícitos caracteres, los que auxilian para un retrato que nos presenta su personalidad en conjunto. Dice en su Ensayo crítico de las Revoluciones de México, indudablemente entre los textos fundamentales de la historiografía de Independencia: “El General Guerrero es un mexicano que nada debe al arte y todo a la naturaleza. Tiene un talento claro, una comprensión rápida y extraordinaria facilidad para aprender. No habiendo recibido ningún género de educación, y habiendo comenzado su carrera en la revolución, muy pocas lecciones pudo tomar de elocuencia y cultura en los cerros y bosques entre indígenas y otras castas a cuya cabeza hacía una guerra obstinada a los Españoles. Su genio solo pudo conducirle hasta el punto a que le hemos visto llegar, y su constancia es a la verdad un testimonio irrefragable de que posee virtudes sociales. Se dispensaba la poca urbanidad de su trato familiar y algunos resabios del hombre de los bosques en obsequio de sus grandes servicios, y más que todo

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de su humanidad constante por la libertad…”Este fragmento es suficiente. Nada debe al arte y todo a la naturaleza; esto quiere decir: sin sofisticaciones, limpio. Para el retrato de rasgos físicos –rostro y cuerpo–., están testimonios no registrados en la historiografía, pero sí en los diferentes lienzos pintados, hechos a bien seguro, a partir de informantes, los que no faltaron. Prácticamente resulta unánime un concepto iconográfico de Guerrero, su persona y su personalidad en imágenes. Iturbide buscó a Guerrero, en tanto sabía de su prestigio. Iturbide, militarmente, fracasó siempre en frentes de batalla ante el General Guerrero. Cuando se encontraron, éste tuvo el arrojo de decirle al hasta poco hacía coronel realista: “…Concluyamos con que usted equivocadamente ha sido nuestro enemigo, y que no ha perdonado medios para asegurar nuestra esclavitud; pero si entra en conferencia consigo mismo conocerá que siendo americano ha obrado mal, que su deber le exige lo contrario, que su honor le encamina a empresas más dignas de su reputación militar, que la patria espera de usted mejor acogida, que su estado le ha puesto en las manos fuerzas capaces de salvarla y que si nada de esto sucediere, Dios y los hombres castigarían su indolencia…” Después de esta y otras cartas entrecruzadas por ambos jefes dícese que se abrazaron: ¿en Teloloapan, en Acatempan? Donde hubiese sido, esos hombres tan diferentes, dieron un paso definitivo, no el último, para conseguir la Independencia de México. Quiero hacer un paréntesis al respecto, para traer el testimonio de un historiador hidalguense, el Dr. Antonio Peñafiel, quien ilustra ya la historia, ya la leyenda del famoso “Abrazo de Acatempan”, desde uno de sus importantes libros, Ciudades coloniales y capitales de la República Mexicana, Estado de Guerrero, (México, 1908). Corre el traslado de una carta de Domingo Gómez, quien fuera Jefe Político de Taxco; dicho señor asegura en ese documento, acompañado de unos versos, cómo el Plan de Iguala en verdad fue redactado en Taxco; y dice, textualmente: “Yo regalé al coronel don Rafael Piña y

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Cuevas las minutas o borradores de dicho Plan, originales, con sus enmendaduras y tarjas, con lo cual no podía dudarse de su autenticidad”. Los versos son estos: “En el atrio que véis allí se juntaron Iturbide y León Leal y convinieron Con Gomes Benítez y otros que asistieron A oír leer el plan que concertaron Al fiel Guerrero mandarlo, y remitieron con Gama a Acatempan do firmaron los jefes sellando abrazo fiel y unido de Libertad y Patria el bien cumplido”.

Observemos ahora los retratos. El más antiguo, de la colección del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, data de 1845, dieciséis años después de la muerte del llamado “Héroe de Tixtla”, (por el lugar de su nacimiento). Tiene esta leyenda al pie: “El Excelentísimo señor General de División, Benemérito de la Patria, Don Vicente Guerrero, fue declarado Presidente por Decreto de 12 de enero de 1829 y funcionó hasta el 16 de diciembre del mismo año”. Esta firmado por el artista Mariano de Zubán.

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Vicente Guerrero, su retrato firmado por el pintor Mariano de Zubán, 1845, óleo sobre tela. “Pareciera que Zubán fijó el modelo. Los retratos siguientes son semejantes”.

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No tengo noticia del pintor, nada encontré tampoco ni en el acucioso libro de Justino Fernández, El arte del siglo XIX en México, ni en los jugosos tres volúmenes de Ida Rodríguez Prampolini, La crítica de arte en México en el siglo XIX. De cualquier modo se impone la observación, a modo de documento de interés, dicho lienzo: es de excelente factura. Al personaje se le mira de la cabeza a la cintura. El uniforme de General de División, con charreteras de oro en los hombros, el pectoral rojo con bordados de seda dorada y la faja azul, correspondiente a su elevado rango de General; apenas se le ve la mano como si descansara, seguro, en el pomo de la espada. El rostro es lo interesante: el maestro pintor tuvo los testimonios de quienes conocieron a Guerrero; las coincidencias, además, son justas en relación con lo que leímos de los cronistas: la cabellera bastante crespa y rizada, la que baja hacia las patillas muy pobladas también y alcanzan tan sólo media barba por ambos carrillos, según el gusto personal del caudillo; y todo recuerda la descripción hecha por su biógrafo Don Antonio Magaña Esquivel: “un joven de rostro broncíneo, alto y fornido, de nariz aguileña, los ojos vivos…” Recordamos a una vez aquello del “negro Guerrero”, pero no por pertenecer a la raza negra, por otro lado copartícipe de la geografía del sur mexicano, a donde llegaron durante la colonia, esclavos negros. Bustamante mismo en otras de sus páginas se refiere a Guerrero no únicamente como de raza indígena, pero también a que el propio general la presumía. Pensamos en un mestizaje: el pelo muy crespo en el que se fijó Alamán, tan crecido y de rizos negros muy gruesos, no son los propios del hombre negro quien los ostenta diminutos y más pegados al cuero cabelludo, y los indígenas no suelen ser muy barbudos, pero sí de piel broncínea, como miramos este retrato. Pareciera que Zubán fijó el modelo. Los retratos siguientes son semejantes. Pronto, en 1850, el maestro Anacleto Escutia, recibió la encomienda por el Ayuntamiento de la Ciudad de México, para “copiar” de un original, la efigie de Guerrero. Las coincidencias con el lienzo de Mariano Zubán son evidentes; como si fuera el mismo retrato, incluso con el fondo de celaje y la lejana

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montaña; incluso a su derecha el pendón tricolor. Acaso en la obra de Escutia, el colorido más brillante. Ahora esta pintura también es propiedad del mismo museo.

Retrato similar de Guerrero, firmado por Anacleto Escutia en 1850, también óleo sobre tela. “El colorido es más brillante”.

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Un tercer retrato, magistral en la composición y en los detalles, data de 1865, encomendado por el emperador Maximiliano al pintor originario del Real del Monte, Ramón Sagredo, discípulo de Santiago Rebull quien lo recomendó, para integrar una colección de personajes de la etapa independentista, para decorar la sala de audiencias del Palacio Nacional. Vicente Guerrero no ostenta uniforme militar, usa más bien una gran levita que llega a las pantorrillas, de color marrón oscuro y vueltas sepia; de extendida solapa sobre los hombros, se deja ver una casaca púrpura con el cuello bordado sutilmente en oro. El personaje se contempla vigoroso, la mirada altiva, la melena igual de rizada como en otros retratos, un tanto alborotada por el viento, la piel de bronce, pero acaso los rasgos suavizados, más helénicos que nahoas, pero en sí Guerrero era un mestizo, lo reitero. El ambiente del gran lienzo tiene a la derecha del general, a uno de sus “pintos”, los soldados sureños. Se ven en lo más alto de una abrupta montaña y hacia abajo, hondonadas y neblinas casi cerradas, una nopalera en el primer plano. Recordamos, cómo el genio militar, el que hizo a Guerrero casi invicto en los combates, estuvo en que contó dentro de su ejército, nunca de tantos hombres –cuatro mil a lo más–, a la orografía, la hidrografía, la flora, la fauna y el clima, conocedor de su suelo entrañable y por eso vencía a generales y comandantes realistas, Iturbide entre ellos, desconocedores de ese mismo suelo que Guerrero se sabía cómo la palma de su mano, desde que lo anduvo tantísimas veces en su niñez y adolescencia, como sencillo arriero. Este cuadro es verdadera obra maestra.

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Un tercer retrato de Vicente Guerrero. Se debe al pintor realmontense, Ramón Sagredo, discípulo de Santiago Rebull; se lo encomendó Maximiliano para el Salón de Embajadores de Palacio Nacional, en 1865.

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Existe otro del retratista famoso en el siglo XIX, Tiburcio Sánchez, data de 1881 y se encuentra en el Salón de Cabildos de la Ciudad de México. El rostro es semejante a los de Zubán y Escutia. Concluimos: Guerrero es por excelencia, el caudillo mestizo con más presencia de lo indígena y muy cerca de las castas, cuando los demás jefes, o fueron criollos o mestizos con mayor influencia hispana, en un instante trágico que precisaba de toda fuerza integrante de la realidad social en una nueva nación. Su retrato así es muy emblemático y justo. No faltó. Como no faltó su presencia en la poética de Andrés Quintana Roo, uno de los prodigiosos alentadores en el ambiente de la Guerra de Independencia: “Más ¿quién de la alabanza el premio digno con títulos supremos arrebata, y el laurel más glorioso a su sien ata, Guerrero invicto, vencedor benigno?”

El Caso Julián Villagrán

(Según Primeras Crónicas e Historias)

Retrato de Julián Villagrán, hecho a pluma por el pintor Enrique Chavarría Servín, en 1963, para ilustrar un artículo del autor.

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“…hay otros mil (ejércitos) que a manera de las guerrillas de España corretean por todo el reino, trayendo en continuo movimiento las tropas del rey, y estorbando las comunicaciones en términos, que sólo en grandes convoyes se atreven los comerciantes a conducir sus efectos: Villagrán situado a la entrada de la Huasteca tiene en continua alarma a Zimapán, Pachuca, Ixmiquilpan y Meztitlán…” FRAY SERVANDO TERESA DE MIER, Historia de la Revolución de Nueva España, Londres, 1813.

Fama, notable fama por su arrojo, su valor y sus ansias de destruir con furia, cuanto poderío virreinal hubiese, hasta infundir pánico, miedo grave, Julián Villagrán, impuso su presencia alarmante, desde su asiento en Huichapan y también a poco de producirse el grito libertario de Dolores por el cura Hidalgo –esto lo afirman las fuentes diversas–, más aún: esa fama llegó a Europa y no sólo a España, en tanto Fray Servando Teresa de Mier, a la sazón escritor en Londres y en 1813, redactó para inmediata publicación su Historia de la Revolución de Nueva España y tuvo a la vista las gacetas que llegaban de México, testimonios vivos de pasajeros y papeles, cartas y notas, todo lo cual aprovechó; y de ahí las palabras elegidas aquí a guisa de epígrafe, al iniciar estos apuntes. 1 El terror por su ferocidad y la de su hijo, el también famoso Chito (apócope de PanCHITO), Francisco Villagrán, también alcanzó a los mismos jefes de la Insurgencia, porque el propio don Julián tomó sus decisiones y el Chito, a su vez igual, desobedeciendo el primero a sus superiores y el segundo contrariando a su padre. Don Julián se radicalizó cacique absoluto de la región y no obedeció ni al general López Rayón, ni a Morelos, ni a ninguno.

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Algunas explicaciones se entrevén cuando leemos así la propia historiografía en torno a la etapa, como determinados documentos; de otro modo la personalidad del caudillo huichapense parece incongruente, tanto más cuando por un lado tenemos las duras palabras de Rayón y de Bustamante y por otro, alabanza tan elevada por parte de don Andrés Quintana Roo y los tres o conocieron a don Julián y aun trataron, o supieron de sus acciones; y ya no digamos los juicios de historiadores como Lucas Alamán o Francisco de Paula Arrangóiz, por un lado, o Francisco Sosa por otro, o las palabras del maestro Teodomiro Manzano. Julián Villagrán es un personaje controvertido sin remedio, y el Chito por consiguiente. Don Julián Villagrán fue un labriego, pero gozó de ciertas consideraciones a pesar de las rudezas que experimentó antes; dícese que durante su adolescencia fue arriero. Sin embargo, ya por su carácter fuerte y reciedumbre física, como cierto talento proclive a la milicia, de manera muy natural, pero en vísperas de la Guerra de Independencia fue reconocido por el gobierno virreinal como un comandante rural, tenía el cargo de Capitán del Regimiento de Tula y por ese motivo residía en Huichapan; lo que quiere decir, guardadas las distancias, pertenecía a “los ejércitos del Rey”, como Allende, Aldama y Abasolo. Conspirador acaso con gente de Querétaro, nos explicamos cómo a raíz de la proclamación independentista de Hidalgo, luego él mismo con buen número de sus hombres se pronunciaron como insurrectos; pero asimismo los demás insurgentes reconocieron su decisión como hombre de libertades: un criollo como otros no dispuesto ya a tolerar tantas limitaciones en las que vivía la sociedad novohispana. Vamos así al Diario del General López Rayón, como a otros documentos. Por la causa de la Independencia a los Villagrán se debían ya, la defensa de Huichapan, cuando derrotaron a la tropa realista que buscó tomarla; y, además de hacerlos huir “poseídos de un terror vergonzoso”, les hicieron treinta prisioneros y se adueñaron prácticamente de la población importante para la

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vida agrícola de la región. También partidas insurgentes a sus órdenes habían ganado para la causa el puerto de Tuxpan y lograron interceptar dos barcos, los que cargaban víveres para Veracruz y todo muy lejos de las simples prácticas de guerrilla, según así lo dicen los autores “colonialistas”. De acuerdo con todo esto podemos observar en el Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército, al mando del Gral. Ignacio López Rayón reconocido a la muerte de los primeros notables caudillos, Presidente de la Suprema Junta y Ministerio Universal de la Nación en lucha por su emancipación total, la nota relevante correspondiente al día 7 de agosto de 1812, que dice: “Día 7.- Libró Su Excelencia título de Teniente General al señor J. Julián Villagrán, y de Mariscal de Campo a su hijo don José María (sic por Francisco), en virtud de los servicios, antigüedad y mérito de estos jefes que con honor han sostenido en el Norte las armas nacionales”. 2 De modo que Julián Villagrán no fue tan sólo el guerrillero del que hablan varios textos de historia, pero al igual que otros jefes de aquella revolución fue un Teniente General, como Juan Aldama y como José Mariano Jiménez. El reconocimiento, por supuesto resulta honroso y consecuencia de liderazgos ciertos, probados en lucha. Sin embargo determinadas actitudes de esos dos hombres, padre e hijo, no fueron lo suficientemente disciplinados ni militares, a un grado de, por desgracia, confundir sus hechos en la milicia, como vulgares escaramusas. Sí, lamentable. La revolución de Independencia desatada, en sí fue una furia. Hidalgo mismo persuadió hasta donde pudo, a sus cercanos jefes compañeros; sin justificar saqueos, si explicarlos, cuando una fuerza contenida por siglos, encontró el desahogo y se volvió, naturalmente incontenible por mucho, e inevitable, en miles de desposeídos, de repente liberados de opresiones. La guerra se expandió, contra todo control supuesto por la autoridad virreinal, carente, además, de un ejército suficiente y de hecho segundón, comparado con el establecido en la Península. Todo contribuyó para que surgieran en esos muchos

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ejércitos, según lo advirtió Fray Servando, hombres de diversa índole; pues en verdad se trató de una revolución en mucho impulsiva tanto como social. Unos jefes criollos, se dolían por resentimientos por los abusos de un poder sordo y ciego; otros, aun de natural prudente no podían sujetar a sus oficiales y éstos tampoco siempre al habilitado, de repente, soldado. Algo así ocurrió con Julián Villagrán y su hijo. Pavor provocaron no tan sólo por su rotundo movimiento insurgente: mostraron odios contra el poder en sí, el que provenía del rey y del virrey, pero a las veces contra el que provenía también de sus propios altos generales de la insurgencia, cuando consideraban en determinado momento, cómo no les asistía cierta razón en la práctica; por lo menos Julián así parece haber sido; su hijo más violento, debía ya un homicidio y se le seguía por ello un proceso. El doctor José María Luis Mora en un par de pasajes de su México y sus revoluciones, nos ilustra con sabiduría, para el caso; y constatamos que no sólo impulsos de ferocidad por odio, los condujo, pero también fina inteligencia. La combinación de las acciones guerreras y la inteligencia, más la de don Julián, los hizo temibles y de célebre sagacidad. “Los Villagranes”, así les decían; y el sólo nombre infundía terror. Muro casi inconmovible entre el centro del virreinato y las provincias internas, se impusieron así contra las autoridades virreinales; el mismo Calleja famoso por cruel fue víctima de esos Villagrán, como llegó el momento de ser un dolor de cabeza para el Generalísimo Morelos y también para el Jefe de la Junta de Zitácuaro, el gobierno de la revolución que los había distinguido a ambos, con los despachos de general y de mariscal. Pero a ellos se debió, aparte los encuentros cuerpo a cuerpo en la guerra, la interceptación de cartas y documentos, algunos tan importantes y graves, como que cifraban ni más ni menos estrategias realistas de combates, como la destinada para destruir a Allende y su ejército, de vuelta en Guanajuato tras la batalla de Aculco, infortunada para los insurgentes, aunque no una total derrota. Uno de esos pasajes en la obra del Dr. Mora, nos informa así:

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“…Estas inteligencias que mantenía en la plaza el gobierno, fueron sabidas por la interceptación que hizo don Julián Villagrán de la correspondencia que las acreditaba, pero la intercepción se verificó cuando la fuerza española se hallaba ya sobre Guanajuato, y por lo mismo no era posible hacer llegar su noticia al jefe de la plaza, que tampoco tenía ya tiempo para variar su plan de defensa. La ciudad de Guanajuato se halla situada casi a la mitad de una profunda cañada que desde la entrada hasta la población se llama de Marfil, y desde donde ésta acaba hasta su término se denomina de la Serena; el punto en que se formó la ciudad es el centro a donde vienen a desembocar una multitud de pequeñas cañadas que pueden considerarse como otros tantos ramales de la principal…” 3 Allende y su hueste no fueron destruidos, pero si obligados al retiro para San Luis Potosí y Zacatecas. Calleja encorajinado entró a Guanajuato y cobró venganzas a los pobladores. Los Villagrán modificaron los planes en tal forma; esta acción en noviembre de 1810. Durante el mismo mes, nueva proeza semejante, más útil para el jefe Villagrán, y es el otro pasaje narrado por el Dr. Mora, y también en otras fuentes. Si a veces se notaron discordancias entre los insurgentes, más las hubo entre los realistas. La guerra de insurrección, precisamente, hizo notable casi de súbito a don Félix María Calleja, y tal provocó los celos del virrey Francisco Javier Venegas, quien en uso de sus facultades e influencia ante la corte de Madrid, designó de buenas a primeras a un oscuro personaje, don José de la Cruz, apenas si un capitán de milicias, Mariscal de Campo del Real Ejército y, además, Comandante General de la Nueva Galicia, y por si fuera poco, lo presentó para presidir la Real Audiencia de Guadalajara; y todo esto como un contrapeso ante Calleja. Venegas, explica acertadamente el doctor Mora, “necesitaba un hombre que se plegase fácilmente y que por otra parte tuviese bastante astucia para hacerse valer mucho sin ser realmente gran cosa, y eso fue precisamente lo que halló en Cruz”. 4

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Ya con tropa de línea y buenos pertrechos fue enviado dicho general Cruz a su destino, pero con una orden precisa primeramente: pasar por Huichapan y acabar con Julián Villagrán y su gente, con “los Villagranes”;y Mora especifica que son dos, según sabemos y los llama por sus nombres, Julián el padre, Francisco el hijo, y cabe aquí indicar cómo, a las veces al Panchito –el Chito de amargas memorias-, parece ser confundido en nombre con un “José María”, así aparece en el referido Diario de López Rayón, y acaso algunos consideran que esos Villagranes eran tres. De nueva cuenta la sagacidad de don Julián, su avisada inteligencia y el trabajo de “aquellos indios miserables” que tenía como soldados, lo llevaron a burlar tanto a Calleja como a Cruz en un hecho maestro. Nos cuenta textualmente el Dr. Mora otra vez: “…Cuando Calleja regresó a Querétaro (de Guanajuato), sabedor Julián Villagrán de que estaba próximo a salir de México un convoy de efectos enviados al interior por cuenta del comercio, en el cual debían también ir las municiones para Calleja, se resolvió a atacarlo en punto ventajoso, y al efecto se situó en la sierra de Calpulalpan, punto de tránsito inevitable y resgoso, dominado por una extensión considerable de alturas inaccesibles. Estas fueron ocupadas por la partida de Villagrán que sin grande dificultad acabó con los que custodiaban el convoy y con algunos pasajeros entre los cuales debe contarse el doctor don Ignacio Vélez, destinado a servir de auditor de guerra en el ejército de Calleja. La pérdida de este convoy cuyos efectos, sin contar las municiones, se estimaban en un millón y setecientos mil pesos obligó al virrey a apresurar la salida de Cruz, que se verificó el 16 de noviembre (1810) con las fuerzas ya dichas y llevando por su segundo a don Torcuato Trujillo, el mismo que había sido derrotado en (el Monte de) las Cruces. Cuando Villagrán supo la aproximación de esta fuerza abandonó Huichapan y se retiró al mineral del Doctor…” 5 Sí era sagaz, sí era audaz don Julián; y cuánto le sirvieron parque, municiones, vituallas y dineros conseguidos en ese golpe.

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Por cierto, José de la Cruz en esa su estadía en Huichapan, ofreció indulgencias y castigó a sospechosos. Maltrató al sacerdote José María Correa, el famoso “Cura de Nopala”, sólo por auxiliar a otras víctimas de los realistas; semejante hostigamiento inclinó al religioso a tomar las armas como insurgente, también tuvo éxitos, llegó a ser un general brigadier y tuvo la dicha de alcanzar la Independencia realizada. Ni tres años permanecieron en el amplio escenario, campo de guerra insurgente, los Villagrán; seguramente desde septiembre de 1810, apenas supieron del levantamiento de Hidalgo y Allende, y hasta el 14 de mayo de 1813, el día de fusilamiento del Chito, y por fin, el 21 de junio siguiente, cuando sufrió igual suerte don Julián; pero, pese a todo, a éste último sólo sorprendido a traición por sus propios colaboradores, quienes lo entregaron al enemigo. En lo general, por balance de sus obras, resultan lejos de un prestigio en favor de la causa libertaria y de independencia, porque hubiesen dado señales nobles y francas por principios de base, según lo demostraron tantos otros hombres reconocidos como beneméritos. Don Julián, tal se le contempla por su concurrencia en esta revolución, fue hombre, lo dijimos ya, sagaz, decidido, valeroso, de carácter fuerte y de índole temible; pero a una vez, sin la adhesión ni siquiera razonable, menos todavía generosa ante los grandes caudillos quienes se apegaron a pensamientos y doctrinas para independizar a la nueva nación, quienes consiguieron a base de esfuerzos enormes, una disciplina; pero en cambio, dio malas impresiones de sólo perseguir intereses particulares sobre haciendas y propiedades que incautó por fuerza; y sin reconocer tan sólo a quienes a él mismo lo tomaron en la cuenta de los generales por las mejores causas de dicha guerra. Ahora, Chito Villagrán no fue más allá de una fuerza bruta y salvaje, sin sentido, más allá de respaldar al padre, y acaso, también, para su propio beneficio. Cuando don Carlos María Bustamante, quien se detiene en su narración histórica en las participaciones de don Julián y de su hijo, en la gesta, claro que los toma como parte de sumo

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interés; pero es el primero en lamentar aquella conducta tan irregular. Al hablar, como escribe, de la “ruina de los Villagranes”, es justo en sus apreciaciones, Leamos esto que dice: “La existencia de los Villagranes confieso que era un poderoso obstáculo para sus progresos; pero a la vez hay ciertos males de que se saca provecho. Estos caudillos eran dos frenos terribles, o para hablar con propiedad, dos espantajos que afectaban de pavor a los españoles, de modo que al mentarlos se les ponían verdes los bigotes, como sucedía a Venegas (el virrey), y de esto se sacaba la ventaja de que la tropa destinada a contenerlos no engrosaba las filas de las que cargaban sobre Morelos y otros jefes útiles; mas se perdió el equilibrio…” 6 Para alguien tan cronista porque vivió los hechos y escribió acerca de ellos, como historiador en tanto, cuanto escribió ha tenido necesariamente carácter de documento histórico y de ese acervo se alimentaron otros libros históricos de la primera época, resultan don Julián y don Francisco Villagrán, ¡un mal necesario, en el momento preciso de iniciación de aquella gesta nacional! Las palabras de Bustamante no pueden ser ni más duras, ni más categóricas, ni más pintorescas por aquello de compararlos con “espantajos” contra las fuerzas realistas y a estas, desde el mismo virrey hasta el último soldado, “se les ponían verdes los bigotes”, por el terror que infundieron. Pues sí que fueron de enorme utilidad, como quiera que haya sido. Sin embargo dichas expresiones, a una vez conducen a reflexionar: 1. Don Julián fue dueño de gran inteligencia de naturaleza militar, como para calcular estrategias que le resultaron buenas, las más veces; de mucho le valieron, por lo menos, las pobres experiencias que haya tenido como capitán del Regimiento de Tula en servicio del rey; y ahora las revertía en su contra, como insurgente. 2. El conocimiento del terreno, escenario de sus batallas, lo que igual sucedió con los Galeana y Vicente Guerrero, le dieron ventaja delante de generales españoles como José de la Cruz y Torcuato Trujillo y otros de inferior rango;

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y, las ocasiones en las que Villagrán fue derrotado, salvo la definitiva por traición, pudo huir del enemigo para reponerse pronto y continuar la lucha, con tanto vigor y aún más. 3. Desde luego se impone la idea de su don de autoridad, tan natural como sus dotes de militar; pero en relación con grupos sociales, lo que explica cómo fue seguido no precisamente de los pobres indios en miseria, pero religiosos como el famoso cura Correa y otros hombres de buena posición en las comunidades. Al parecer nunca tuvo ejércitos numerosos y sin embargo ocupó plazas tan importantes como la propia Huichapan, Ixmiquilpan, Zimapán y la entrada a la zona huasteca; pero en Zimapán, especialmente, se hizo más poderoso.

Dice también Bustamante, lamentando los escándalos provocados por el Chito: “Los excesos (del Chito) habían llegado a términos de hacerse insufribles: tanto él como su padre desacreditaban la causa que defendían, y la hacían odiosa: eran inútiles las medidas dictadas desde Tlalpujahua, y así pareció al presidente de la Junta que para cortarlos en su raíz, convendría visitar los puntos de Nodoó, Aculco, Huichapan y Nopala…” 7 Pues la misma empresa de Rayón falló ante quien se suponía uno de sus generales subordinados y debió ceder más por pundonor de la causa, pero en realidad aquella actitud rebelde de don Julián y sus solapamientos para el hijo, merecían un proceso militar, un Consejo de Guerra y acaso fusilamiento. En una nota del Diario referido del Gral. López Rayón, correspondiente al día 3 de enero de 1813, dice su secretario: “Es imponderable la bondad de Su Excelencia. Hoy han salido los padres intercesores de los Villagranes con el despacho más favorable que podían recibir, atendida la enormidad de sus delitos, y es, que la conducta sucesiva de ellos será el garante de un perdón absoluto, o de un severo castigo”. 8

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No tuvieron remedio para la causa independentista. Sin embargo en la historiografía misma, la seguida de los primeros autores no faltan defensores, justificadores, cuando no quienes pese a todo, los consideraron del todo héroes de la Independencia. En el primer caso, don Alejandro Villaseñor, tiene esta expresión al referirse a la biografía del Chito: “Aunque fuese responsable de muchos delitos, hay que confesar que su odio a los españoles se explicaba, pues éstos habían cometido varias atrocidades con la familia Villagrán”. 9 En el segundo caso, es Francisco Sosa quien a don Julián lo exalta sobremanera y lo justifica con amplitud, al colocarse su estatua en el Paseo de la Reforma, en representación del Estado de Hidalgo, en su obra Las estatuas de la Reforma. 10 Y el maestro Teodomiro Manzano para el caso es rotundo desde su Anales: “1890. Septiembre 16. Se descubren en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México las estatuas de D. Julián Villagrán y del presbítero D. Nicolás García de San Vicente, enviadas por el Gobierno del Estado. Acerca del honor que se hace al Padre San Vicente nada hay que decir. Respecto a la de Villagrán mucho puede decirse y probarse que hubo una mala elección. El Virrey de las Huastestecas (sic) como a sí mismo se llamaba, no merece figurar al lado de hombres buenos y patriotas”. 11

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Julián Villagrán. Monumento escultórico a su memoria y en representación del Estado de Hidalgo. La obra fue realizada en bronce por el escultor realmontense Juan Islas, en 1890.

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Consecuentemente la conducta, no sólo del hijo, pero con mayor responsabilidad la del padre, pareciera tener una sola explicación: la pasión irrefrenable en contra de la opresión española, más ahincada en espíritus criollos, por muy graves humillaciones; pero en tal medida como para no oír siquiera a los otros caudillos superiores en jerarquía, pero acaso en su opinión, la de los Villagrán, no todavía suficientes para aplicar castigos con el más absoluto rencor; en esa condición son triste ejemplo de sociedad deshonrada por aquella opresión de dominio absolutista, la que había arrebatado derechos también a criollos y no sólo a las degradadas castas, como a los indígenas, todos los cuales se desbordaron a las veces igual a chusmas y les fue difícil ordenarse como ejércitos que buscaran, por fin su libertad y la abolición de esclavitudes de cualquier manera; si, según afirmó Bustamante, observaron males disciplinarios de los que hubo provecho, sin embargo. Lucas Alamán el historiador y político que hubiese deseado jamás cambiaran las cosas de la Nueva España en la que vivía, él si cómodamente, quien hace constantes escarnios de los héroes y caudillos desde Hidalgo y a su decir le venía bien el mote de “el zorro”, “por taimado”; y agrega: “La insurrección comenzada por un eclesiástico, tuvo desde su principio muchos individuos del clero secular y regular entre sus principales jefes…” 12 Y usa de la mofa recalcando apodos: el Padre Chinguirito, el Padre Caballo Flaco, el Padre Chocolate…, para agregar que el desprecio era de los feligreses y no suyo, por supuesto. Así, considero una mera falacia festinada por Alamán, aquello de que Julián Villagrán se autodenominó “Julián I, Emperador de la Huasteca”. 13 Según dicho historiador fue Félix María Calleja quien llamó la atención acerca de ese dicho, por un manifiesto de 22 de junio de 1814, cuando Villagrán ya no existía. 14 Y asevera, además, que tal jefe impedía constantemente el paso de comestibles e imponía contribuciones a la capital; y más: “y se me ha asegurado que Villagrán hizo acuñar moneda con ese título, que no he logrado ver”. 15 Julián Villagrán, eso sí, se hizo notable.

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Ahora bien, y a pesar de todo, podría sorprendernos radicalmente, concepto tan diferente en relación con don Julián Villagrán, por uno de los próceres más insignes de aquella etapa de Independencia: don Andrés Quintana Roo; ese personaje de quien según dijo Guillermo Prieto: “fascinaba Quintana cuando hablaba de Patria”; y de quien escribió don Marcelino Menéndez y Pelayo, el sabio español, en consideración a la pureza de sus escritos, se conocía en él una educación clásica esmerada y el indicativo predominante en sus escritos, lo mismo en verso como en prosa. Pues para don Andrés, jurisconsulto, filósofo de la cultura y de la política, poeta entre los mejores de su tiempo, pues en su concepto, reitero, Julián Villagrán no sólo fue un patriota, pero uno de los héroes más importantes de la Independencia Nacional: “Nuestro Guzmán el Bueno”, un semejante en la historia española, según veremos. Los textos de don Andrés nos obliga a reflexionar, entonces, todavía más, en tanto no sólo alrededor de Villagrán señala circunstancias, las que no deben pasarse por alto, porque contó al caudillo de Huichapan y Zimapán, entre los hombres de mayor acción apenas fue dado el Grito de Dolores por “El adalid primero, el generoso Hidalgo…” seguido por un Villagrán, “el héroe mexicano”, de ¡dobles méritos por unir su sangre con la sangre de su hijo, generosamente por las glorias de la Patria! En un texto elocuente, tan largo para ser el de un discurso, pero tan breve para contener, admirable, toda la historia de la guerra de Independencia, y este es el caso; y conseguir, con dicho texto, verdadera crónica de aquella gesta heroica, vivida por su relator, tal es ese discurso reseñado por don Luis González Obregón en su México Viejo, entre los más importantes del siglo, (16) expresado en la Alameda de la Ciudad de México por Quintana Roo, el 16 de septiembre de 1845.

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Pues sin más, directo, esto dijo en su reseña histórica; lo que desde luego sí asombra: “…Más allá el intrépido Villagrán ponía en agitación a un inmenso territorio que sostuvo por tanto tiempo con increíbles prodigios de valor, hasta que conducido por la traición al glorioso altar del martirio, unió su sangre a la de su propio hijo que rehusó redimir al vil precio de un vergonzoso rendimiento, dejando eclipsada con tan generoso sacrificio la hazaña tan justamente celebrada del defensor de Tarifa, que en el héroe mexicano, doblemente meritoria, se vituperó como acto de barbarie por una de aquellas inconsecuencias que no puede disculpar ni el desconcertado aturdimiento del espíritu de partido”. 17 Es cierto: son palabras poéticas; pero no menos cierto lo es que dichas palabras constituyen parte de una crónica vivida; y las expresa un magistrado entre los más sabios de su tiempo, capaz para analizar profundamente actos y hechos jurídicos y emitir juicios, los que le dieron celebridad de justo; pero aquí se trata de actos y hechos históricos, mas su juicio debemos tomarlo como igualmente sano y serio. Consecuentemente, lo reitero, se imponen reflexiones y alguna disquisición indispensable. Pero en el texto referido Quintana Roo compara: un héroe, el Guzmán de Tarifa y otro héroe, Villagrán de Huichapan. Hay, además, diverso texto de don Andrés al respecto. Francisco Sosa, cuando justifica la instauración del monumento de don Julián en el Paseo de la Reforma, hace amplia relación histórica, luego simplificada, la que así, en extracto transcribe don Antonio de la Peña y Reyes en su curiosísima “enciclopedia”, Antología moral. Ejemplos Mexicanos de Virtudes. Con notas históricas y biográficas, etc. 18 De esta fuente cito a Sosa: NUESTRO GUZMÁN EL BUENO “Terminaba el año de 1814. (sic 1813) Tres años hacía que el intrépido don Julián Villagrán ponía en grande agitación un inmenso territorio, que sostuvo con increíbles prodigios de valor.

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La plaza de Zimapán era defendida por él bizarramente, cuando fue hecho prisionero en Huichapan, su hijo don Francisco. “Intimóse a don Julián rendición bajo la promesa de que se libertaría a su hijo, y él obtendría indulto. Villagrán contestó heroicamente a tan indigna propuesta, y los defensores del rey sacrificaron a Francisco Villagrán, en el mismo pueblo de Huichapan, escogiendo para la ejecución la esquina de su casa, donde quedaron estampados los sesos que las balas hicieron saltar”. “Las gacetas del gobierno virreinal, queriendo obscurecer las glorias de Villagrán le llamaron “padre desnaturalizado”, y dijeron que el suyo había sido un acto de barbarie. Pero no faltó quien echase en cara a los españoles su inconsecuencia en vituperar a un americano lo mismo que tanto exaltaban en un paisano –Guzmán el Bueno– cuyo nombre es uno de los que más adornan las páginas de su historia”. 19 Don Alonso Pérez de Guzmán, apodado históricamente El Bueno, defendió la meridional ciudad de Tarifa en contra de los moros capitaneados por el infante Don Juan, para recobrarla (1292). Don Juan subrepticiamente secuestró al pequeño hijo de Guzmán a quien intimó la rendición o degollaba desde su sitial al niño, de manera que lo observara. Don Alonso con absoluto dolor, no accedió a tal infamia y las pretensiones del infante fueron así frustradas. Este episodio, justamente lo recordó Quintana Roo en historia comparada con la situación vivida por Julián Villagrán, al saber como los realistas fusilaron a su hijo, al no acceder ninguno de los dos un ofrecimiento de amnistía. Y según sabemos, por traición y no por haber sido vencido, don Julián también fue fusilado a poco. Aunque parezca reiterativo, y lo es, precisa conocer estas palabras, también de don Andrés, retomadas por el mismo Francisco Sosa en su libro sobre Las estatuas de la Reforma: resultan más contundentes, igual a una sentencia confirmada por juez calificado:

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“Conducido por la traición al glorioso altar del martirio, unió su sangre a la de su propio hijo que rehusó redimir al vil precio de un vergonzoso rendimiento, dejando eclipsada con tan generoso sacrificio la hazaña justamente celebrada del defensor de Tarifa, que en el héroe mexicano, doblemente meritoria, se vituperó como acto de barbarie, por una de aquellas inconsecuencias que no puede disculpar ni el desconcertado aturdimiento del espíritu de partido”. 20

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Julián Villagrán, prototipo del insurgente chinaco en una figura de barro policromado, de 20 centímetros de altura, que muestra la simpatía popular por este personaje. (Colección del autor)

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Don Andrés Quintana Roo ha pasado a la historia investido con la celebridad del jurisconsulto impecable: juez y legislador también; como uno de los más importantes poetas del siglo por la crítica en lengua española; desde la filosofía, uno de los pensadores políticos a quien más debe el país. Pero viéndolo bien, ya por sus discursos, sus cartas, sus intervenciones en los congresos, su injerencia en ciertos papeles administrativos, hay en sus palabras, a una vez, el juicio recto en términos generales, del historiador, sí, del historiador a quien no es ajeno el concepto del pasado como experiencia, la que resulta de la mayor utilidad en la construcción nacional; es el merecido lugar que tiene en la historia de México y todos lo sabemos. Consecuentemente, ¿debemos pasar por alto lo que escribió acerca de don Julián Villagrán, y aun del Chito, su hijo? Pero es que hemos escuchado a las otras voces contemporáneas, las cuales preceden en estas líneas a las de don Andrés. Pudiéramos decir cómo, hasta cierto punto, chocan; y sin embargo no es así. Tampoco se complementan: las de Bustamante, por ejemplo, advierten de hechos, no los mejor esperados en caudillos abnegados tan sólo a la causa de la Independencia de la corona española, opresora; pero de gente arrojada llevada a una vez por un sentido de vindicta; y ésta, unos la miraron como la gana de venganza, y otros atemperaron la visión, dentro de una revolución, dentro de una guerra, más como un gesto de desagravio; el mismo Bustamante le da un valor para la propia causa: un freno, dice, el que poderosamente impidió avanzar al ejército virreinal para dañar más pronto y demoledoramente, en los principios, a los ejércitos que apenas se organizaban por parte de los insurgentes.

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Don Andrés contempló más a don Julián, “defensor bizarro”, “intrépido Villagrán” y doblemente meritorio frente al dicho Don Guzmán el Bueno. Héroe genuino como soldado de Hidalgo, en conclusión. Es este el criterio que tuvieron delante, sin agravio de nadie, para reconocer a un campesino, a un militar sencillo, de la Nueva España, convertido en un verdadero general insurgente y se le otorgó el reconocimiento; digno, sí, de una estatua nacional.

Notas 1. Fray Servando Teresa de Mier, el primer historiador de la Guerra de Independencia; ver su Historia de la Revolución de Nueva España, antiguamente Anahuac o verdadero origen y causas de ella con la relación de sus progresos hasta el presente año de 1813… Escribiola Don José Guerra, Doctor de la Universidad de México. [Londres, Imprenta de Guillermo Glindon, Calle de Rupert, 1813. José Guerra, seud.] 2ª. ed., facs. en 1922 por la Cámara de Diputados; 3 ed., igualmente facs., México, Instituto Mexicano del Seguro Social, 1980, con un estudio y anexos por Manuel Calvillo, 2 vols.; ver t. II, paginación de 363 a 778 p., más LII de la ed. príncep y CLXIII de anexos. Ver estas palabras en p. 398-399. 2. Ignacio López Rayón, su Diario de Gobierno y Operaciones Militares. Ver: Ignacio Rayón hijo y otros. Carlos Herrejón, investigación, La Independencia según Ignacio Rayón, (Introducción, selección y complemento biográfico, C.H.), México, Secretaría de Educación Pública, 1985, 273 p. Esta nota en p. 58. 3. José María Luis Mora, México y sus revoluciones, 3 vols., (París, 1836), ver ed., pról. Por Agustín Yáñez, México, Editorial Porrúa, 3ª. ed., 1977; t. III-446 p. Esta ref., p. 97. 4. Ibídem, p. 104-105 5. Ibídem, p. 106

6. Carlos María de Bustamante, Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, en 7 vols., ed. facs. de la 2ª. ed., corregida y muy aumentada en 1843; México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985; ver t. II-428+VII p. 354. 7. Ibídem, p. 235 8. López Rayón, su Diario cit., p. 91 9. Alejandro Villaseñor y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia, (1910), 2 vols., México, Editorial Jus, 1962, ver t. I-260 p. Biografías de Julián y Francisco Villagrán, en p. 110-118; esta cita, p. 118 10. Francisco Sosa, Las Estatuas de la Reforma, (1900), México, 2ª. ed. en español, México, Gobierno del Distrito Federal, en 3 vols., 1974; ver t. I-142 p. Biografía de J. Villagrán y reproducción fot. De su estatua, p. 93-103. 11. Teodomiro Manzano, Anales del Estado de Hidalgo, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, 3 vols.; Pachuca, Talleres Linotipográficos del Gobierno del Estado de Hidalgo, 1927, t. II-400 p., ilus.; ver p. 69.

12. Lucas Alamán, Historia de Méjico, desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época presente, por…, 5 vols., ed. facs. de la de 1849-1850, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, ver t. III-584 + apéndice de 108 p.; esta cita, p. 213 13. Ibídem, p. 384 14. Ibídem, p. 403 15. Ibídem, p. 384, nota. 16. Luis González Obregón, México Viejo. (Época colonial). Noticias históricas, tradiciones, leyendas y costumbres, por… (México 1891), 9ª. ed. México, Editorial Patria, 1966, 742 p., ilus.; ver Apéndice, “Oradores cívicos”, p. 727. 17. Andrés Quintana Roo, “Discurso pronunciado en la Alameda de esta capital por el ciudadano… el 16 de septiembre de 1845, solemne aniversario del glorioso Grito dado en el pueblo de Dolores por los inmortales Héroes de la Patria, en 1810”. Ver: Andrés Quintana Roo, (páginas selectas, prosas y versos), prólogo por Alfonso Zegbe Sanén, compilación e introducción por Ana Carolina Ibarra, México, Senado de la República, (LIII Legislatura), 1987, 256 p., discurso p. 204 a 213; esta cita, p. 210.

18. Antonio de la Peña y Reyes, Antología Moral. Ejemplos Mexicanos de Virtud. Con notas históricas y biográficas escritas por…, prólogo de Luis González Obregón, México-París, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, 1920, 612 p., ilus.; se hizo edición facs., México, Editora Nacional, 1959, en 2 vols., también 612 p.; ver p. 46. 19. Ibídem. 20. F. Sosa, Las Estatuas…, p. 102-103. Nota incluyente: Antonio Trejo, Casimiro Gómez, Felipe Moya, tenientes de Villagrán, traicionaron a don Julián; primero pidieron indulto y el último nombrado reveló al jefe realista Casasola dónde estaba el retiro del insurgente; sólo así pudo ser aprehendido y fusilado. Dice el biógrafo Villaseñor, vid supra, nota 9 de este estudio, p. 114, que corrió esta versión entre los españoles: “Don Julián ya estaba cansado de las atrocidades que cometía su hijo, al que jamás pudo reducir; además, nunca creyó que fuese sincera la oferta de los españoles, de quienes sabía que no cumplían sus promesas”. Desde luego tales palabras, merecen tanto crédito como el dicho de haberse proclamado “Julián I, Emperador de la Huasteca” y acuñar monedas de las que nunca se supo nada. Ninguno de los Villagrán buscó jamás indultos.

Fábrica de Cañones

en Real del Monte

El encanto de Real del Monte y su entorno montañoso y boscoso, atrae la mirada de los pintores. Este cuadro es un ejemplo: el inglés John Phillips elaboró dibujos, litografías y acuarelas a partir de 1824, éste, publicado en Londres en 1848 da idea del Mineral a principios del siglo XIX.

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Según los anales históricos de la insurgencia, a raíz del Grito de Dolores, Real del Monte, de donde se extrajo enorme cantidad de plata y de oro para el poderío español, más durante el siglo XVIII; tuvo presencia heroica en aquella gesta, al levantarse varios de sus hijos en favor de la Independencia y mediante un esfuerzo militar, bastante honroso: la creación de una fábrica de cañones, resultó aporte que animó al pueblo. Duró poco, es cierto; igual, apenas algunas piezas de la artillería se lograron, decomisadas después y acaso destruidas en refriegas inmediatas. Sin embargo, el hecho, una hazaña, la que no puede ni debe ocultarse, ni menospreciarse tampoco en los recuentos históricos, porque quedó en testimonios escritos, pero mucho más, en la conciencia de la nación que despertó trágicamente; y tanto como que aquellos escritos provienen de manos diferentes: las del leal soldado, cronista e historiador de esa guerra, don Carlos María de Bustamante en su Cuadro Histórico, multicitado, quien nos remite a primigenios testimonios, justamente; como don Lucas Alamán, en su Historia de México, prácticamente del lado realista, aporta, a su vez, datos por demás interesantes. Y, claro, nuestro maestro en la región, don Teodomiro Manzano, originario precisamente de Real del Monte, en sus utilísimos Anales, quien no sólo hace eco al importante acontecimiento, pero sencillamente elaboró un recuento, exacto, para la memoria histórica de la región. Era de esperarse, si bien nos fijamos, cómo en el prestigiado Mineral, debió darse el caso: había recursos, los necesarios, dentro de un fundo con materiales para tal finalidad; pero más: con ingenio de hombres a propósito, por conocimientos y por patriotismo. Don Vicente Beristáin de Souza es un personaje singular. Apodado “El Malo”, en parte debido a sus veleidades, seguro

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por inestabilidades emocionales, pero por otra parte dizque para distinguirlo de su hermano José Mariano, el canónigo de la Catedral de México y sabio autor de la Biblioteca Americana Septentrional, el notable recuento de los escritores novohispanos, a quien se diría “El Bueno”, pero de quien también tenemos noticias de volubilidad, como de oportunismos políticos; pero atentos a lo dicho por Bustamante, primero que Vicente sí optó por la insurgencia y luego que prestó importantes servicios a la causa, era “un excelente oficial, de más que regulares conocimientos en la artillería, activo y emprendedor”; pero, y aquí su perdición moral: “todo lo desmentía y hacía olvidar con su carácter aniñado y voluble que lo hizo sospechoso”, a los insurgentes, pero igual lo sería siempre ante la sociedad. Lo cierto para el caso es cómo, durante la Toma de Pachuca el 23 de abril de 1812, él fue quien se encargó brillantemente de la poca artillería de la tropa, y tan poca como de dos cañones tan sólo, suficiente para el estruendo que provocó al tenor de la furia del contingente –apenas pasaba de quinientos soldados–, al mando de los valientes, porque lo fueron, Miguel Serrano y Pedro Espinosa. 1 Todos, de hecho, doblegaron fuerzas virreinales y administración pública del Mineral de Pachuca. Un sentido común llevó a Beristáin, aquel jueves histórico a “apoderarse” de Real del Monte y establecer una fábrica de cañones. 2 Por lo que sabemos consiguió hacer por lo menos cinco piezas, porque ese número es el de los confiscados, junto con seis más de bronce, reparados que los propios insurgentes habían arrebatado en la comarca a los realistas. 3 Como quiera, ese gesto militar del artillero levantaría el ánimo de los patriotas. Por ese tiempo se encontraba en Real del Monte un ingeniero maquinista, del Colegio de Minería, La Chausée, flamenco de nacimiento, discípulo de dos sabios de dicha institución, don Fausto de Elhuyar, a la sazón director del Tribunal de Minería, y don Andrés Manuel del Río, catedrático de mineralogía. Don Fausto dirigía por cuenta del Tribunal una maquinaria de Columna de Agua en la mina de Morán, tras quemar –por falta de mulas para las labores–, las cureñas, las que

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ahí se encontraban “muy bien hechas”. Pues bien, seguramente se encontraron Vicente Beristáin y el caballero La Chausée, y por iniciativa del primero, en provecho de los conocimientos del segundo, se estableció la fábrica de artillería. Lo reiteramos, en Real del Monte se encontraron los recursos para ello. Lucas Alamán, para nada, en su referida Historia, da ningún crédito al insurgente; en tanto hace insurgente, por unos cuantos días, al flamenco, con tal de reconocerle todo mérito respecto del establecimiento de dicha factoría de arsenal, si bien fue poco y de brevísima duración. 4 Las incidencias consecuentes de la denominada Toma de Pachuca, fueron varias y tan importantes, como que en verdad influyeron más allá del tiempo, aunque se sucedieron hechos, así es la guerra, los que tardaron once años para la consecución de la Independencia, como en unos poquísimos días, a la Toma citada, ocurrió que a Pachuca, como a Real del Monte y buena parte de la región, fuese recobrada, entonces, por las fuerzas virreinales. El 10 de mayo del mismo año, 1812 el teniente coronel Domingo Claverino y el capitán Rafael Casasola entraron a fuego y ellos desmantelaron la fábrica, por los días 20 o 21 de mayo. La Chausée fue indultado, los insurgentes marcharon a Atotonilco. En parte una relación de estos hechos, la cuenta Julio Zárate en su obra La Guerra de Independencia. 5 El pasaje, muy breve en verdad, tiene interés.

Notas 1. Carlos María de Bustamante, en su Cuadro Histórico cit., t. I, p. 366, 369 y ss. 2. Teodomiro Manzano, Anales del Estado de Hidalgo, cit., t. I, primera parte, del año 608 a 1868, Pachuca, Talleres Linotipográficos del Estado, 1922, 90 p., ilus., p.25 3. Lucas Alamán, Historia de México, igualmente cit., t. III, p. 156-157. 4. Ibídem. 5. No tan explícito, según lo pudiésemos desear, el historiador Julio Zárate, otorga todo valor protagónico, con razón, a Pachuca, en torno a estos hechos sobre la Toma de Pachuca y las consecuencias, en su libro, el tomo tercero de México a través de los Siglos, también citado en estas páginas; ver p. 306, 307 y ss.

Huichapan 1812

16 de Septiembre ADVERTENCIA

Las páginas siguientes, incluyen documentos esenciales para esta obra, tanto en relación con la historia regional hidalguense, pero asimismo para la historia patria. La nota incluída en el Diario de Gobierno y Operaciones Militares del Gral. Ignacio López Rayón: la inscripción correspondiente al día 16 de septiembre de 1812, en Huichapan y de la primera conmemoración del Grito de Dolores, “glorioso recuerdo”; y el Acta de la Junta Suprema de la Nación a los americanos en el Aniversario del día 16 de Septiembre, la que, calzada con las firmas del propio general López Rayón en su calidad de Presidente, y de don José Oyarzábal como Secretario de dicha Junta Nacional del Gobierno Insurgente, residente en fecha tan significativa, tanto como haber denominado Palacio Nacional de América a la Casona del Chapitel, desde donde se verificó la solemnidad; bien sabido es cómo la redactó el Lic. Andrés Quintana Roo. El Acta o Manifiesto conmemorativo de Huichapan, aparece como documento número 114, del IV tomo de la Colección Historia de la Guerra de la Independencia, integrada por don José Eusebio Hernández y Dávalos. Se incluye, además, la Oda a la Patria, acaso de inicial inspiración entonces, ampliada luego y constituirse en uno de los más hermosos poemas patrióticos en la literatura mexicana. No en balde un manuscrito del poeta, justo este poema, se encuentra unido a los manuscritos de Huichapan en la colección que hizo el no menos ilustre José María Lafragua y se encuentra en el Fondo que lleva su nombre en el Archivo de la Biblioteca Nacional de México. Aquí se reproducen estos papeles y el primigenio ensayo que me correspondió hacer para el Suplemento al núm. 375 del Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, de 15 de septiembre de 1967, el que en parte aquí recojo.

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HUICHAPAN, 1812 Don Luis Gonzalez Obregón, en su México viejo, escribió un capítulo que tituló así: “Los aniversarios del 16 de septiembre”. Ahí hace una breve historia, relativa a las diversas conmemoraciones de la fecha. Después de vehemente discurso, comienza el cronista con su relato, y dice que desde 1812 “se comprendía la alta significación de esta fecha”. Cita don Luis, párrafos del General Ignacio López Rayón que toma del Diario de operaciones militares, 1 testimonio de lo ocurrido el 16 de septiembre de 1812, apenas dos años después de que Hidalgo proclamara en Dolores, el movimiento emancipador. Causa impresión, cómo los soldados insurgentes, todavía con las ansias de lograr sus ideales libertarios; aún con la angustia por las crisis constantes y con las armas en las manos, casi entre combates, se reunieron para hacer una fervorosa memoria de los primeros patriotas que habían ensangrentado ya, con abundancia, los campos de batalla. Efímero pero inolvidable había sido el paso de Hidalgo. Como ráfaga de luz fue su campaña que se continuaba ahora con el dramático esfuerzo de los seguidores. Ya había sucumbido Allende y también Aldama y con ellos, los primeros cientos, los primeros miles. El cronista prosigue en sus citas: menciona un Manifiesto escrito por uno de los más emotivos patriotas que México ha tenido en su historia; figura ilustre de la guerra de independencia y del pensamiento que le sirvió de guía: don Andrés Quintana Roo. Recordando las palabras de Guillermo Prieto cuando hace una semblanza de él, no podemos menos que reconocer su valor: “Fascinaba Quintana cuando hablaba de patria…” 2 Porque la había sentido, porque se veía en ella , porque había dado mucho de su vida para lograrla. Y don Andrés será la figura central de nuestro estudio, dentro del marco de la histórica población de Huichapan.

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La Casona del Chapitel, su nombre lo debe al graciosísimo balcón barroco, cuyos motivos de ornamentación compuestos por diversas molduras voladas. Desde ahí, por vez primera, el 16 de Septiembre de 1812, fueron vitoreados los primeros caudillos de la Independencia: Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, cuando llegó a Huichapan el Lic. y Gral. Ignacio López Rayón, Presidente de la Junta Nacional del Gobierno Insurgente y declaró a dicha casa, “Palacio Nacional de América”, en ese momento.

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*** Don Andrés escribió una Oda a la Patria, por la cual se le recuerda a menudo, debido al vigor rapsódico de la pieza, la emotividad manifiesta y la sinceridad expresada. “Tenía – dice, sin embargo, Menéndez y Pelayo-, más de magistrado y hombre político que de poeta; pero si no ardían en él muy vivos los resplandores del numen, era elevado su pensamiento, noble y correcta su versificación, severo el tono, como cuadraba a la índole grave de su talento”. 3 Pero este juicio que da lugar a Quintana Roo entre los hombres de letras hispanoamericanos, es en virtud de su obra general. Su oda, tal vez de las menos pulidas de sus lineas trazadas, es no obstante la iniciación de una larga e interminable secuencia de cantares, ofrendas del espíritu de los poetas; lo mismo aquellos de talento notable que los modestos cantores de la musa callejera. En 1839 la publicó en el periódico poblano El Amigo de la Religión, agregando un testimonio más, en el que se refiere a la celebración de Huichapan. 4 Allí relata ciertos detalles que complementan lo dicho por Rayón en el Diario militar. Y esto también lo recoge González Obregón, tomando como fuente una nota copiada por Francisco Sosa en su Manual de biografía yucateca. 5 Otro historiador local, del Estado de Hidalgo (a cuya geografía pertenece Huichapan), hace referencia del hecho. Pero don Teodomiro Manzano, que es de quien hablamos, no dice más allá de estas palabras en su Historia del Estado de Hidalgo: “El 16 de septiembre fue celebrado con la pompa que permitían las circunstancias de la guerra, siendo Huichapan el primer punto del Estado donde se celebró ese día”. 6 Y en su Monografía especialmente dedicada a Huichapan, no agrega al anterior concepto nada más que un párrafo del Diario de Rayón. 7 No sañala el maestro Manzano la importancia nacional que tiene este hecho histórico de que, si en Dolores tuvo su cuna el movimiento de independencia; fue en Huichapan, el lugar donde el espíritu nacional confirmaría el anhelo de alcanzar el ideal; y allí, en el recuerdo del segundo aniversario, en primera celebración, hallaría su cuna el fervor por los héroes.

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Volveremos ahora, transcurridos ciento cincuenta y siete años de que Hidalgo diera el grito libertario; ciento cincuenta y cinco de que Rayón y Quintana Roo, por vez primera celebraran el acontecimiento y a ciento veintiocho de que don Andrés diera a la estampa tan importantes testimonios, volveremos a citarlos, a transcribirlos y comentarlos, en virtud de haberlos encontrado en el Departamento de Manuscritos y Libros Raros de la Biblioteca Nacional. Con ello nada se esclarece, nada se descubre; pero si dará lugar a reafirmar su importancia, hallando una oportunidad más para escribir nuevas páginas de homenaje. Los manuscritos encontrados, originales, en que se contienen precisamente los textos mencionados y citados por Sosa en su Manual de biografía yucateca y por González Obregón en su México viejo, confirman un hecho y tienen el valor de una acta que testifica la gratitud del pueblo de México a sus héroes, en el momento mismo del dolor y la dramática lucha por el ideal de libertad. Don Andrés envió estos papeles suyos y nuestros, papeles hoy amarillentos, polvosos, delicados, a su amigo, el licenciado José María Lafragua, quien al final de ellos escribió de su puño y letra, la siguiente nota: “Estos curiosos documentos fueron obra de D. Andrés Quintana Roo, quien me los regaló. Lafragua.” (rubrica) 8 Con no menos cariño que generosidad el licenciado Lafragua reunió los manuscritos y junto a otros folletos y un ejemplar de El Amigo de la Religión, donde como tenemos dicho, se reproducen los textos de Huichapan, los guardó formando un tomo que denominó “Quintana Roo”, por contenerse allí otras cosas diversas relacionadas con la actuación, la vida y la obra de don Andrés. 9

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Huichapan, en 1812, era punto de cuidados y temores para el virrey y las fuerzas realistas. Los Villagrán, Julián y Francisco (Chito), sostenían las guerrillas en un momento de transición. Su desorden y poca disciplina militar los hacía peligrosos, causando también la preocupación de los mismos insurgentes, 10 y a eso obedecía en parte la estadía de Rayón y los hombres que empezaban a tener en sus manos la bandera de la causa revolucionaria, que ya había sido jurada nuevamente en la Junta de Zitácuaro, un año antes, (18 de agosto de 1811). Con todos esos documentos, manifiestos, citas y testimonios debemos recordar a Huichapan con justificado aprecio. Además, como el mismo Quintana Roo dice, la imprenta insurgente los acompañaba en peregrinar sublime y “objeto principal de la saña de los opresores, corría mayores riesgos que los patriotas”; y esto tiene relación íntima con la historia de la imprenta en México, que tuvo episodios graves en esta región de Huichapan, Zimapán, Fuerte de Nadó, etc., lugares señalados constantemente por los historiadores. 11 *** Don Andrés Quintana Roo, volvemos a él, figuró como un auténtico patriota de la cultura en su tiempo. Cuando ya entrado en años participaba entre las juventudes, del diálogo y el coloquio, era un anciano todo bondad y gloria. Prieto lo retrata con esa habilidad suya de mirar las almas: “Me fijé en la mesa central –dice Fidel, refiriéndose al momento en que conoció al prócer-: la figura que en ella se destacaba era realmente augusta; tenía la pluma de ave en la diestra mano, la cabeza inclinada, la mano siniestra como en actitud de accionar. “La misma frente pálida y severa, tirando a cuadrada, característica del yucateco, los propios ojos…” 12

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Más adelante captó e imprimió don Guillermo, la pose más característica y extraordinaria de Quintana, al escribir este otro párrafo: “En los labios de Quintana, las narraciones de nuestra independencia eran encantadoras; desentrañaba con naturalidad suma los móviles de nuestra emancipación, señalando los talentos guiadores, las inconveniencias de opinión de los instruidos a medias, el poder mágico de los instintos sobreponiéndose a todas las teorías, el fondo de bondad, de amor y redención entre patriotas de distintas posiciones, de diversos grados de instrucción y de categorías que descendían de los más alto de la civilización para confundirse con la barbarie en medio del desorden” 13 Estas palabras para ver al hombre en el máximo de su emotivo patriotismo, al hombre convertido en rapsoda del nuevo pueblo. Antes, el mismo Fidel contó la historia de cómo conoció a don Andrés. Ocupaba el señor Quintana el cargo de Ministro de Justicia en el gobierno del general Santa Anna; Prieto era muy joven, había quedado huérfano de padre, sufría la tragedia de ver a su madre en la demencia y carecía de recursos. Alguien le aconsejó para que se allegara a don Andrés, a fin de que lo presentara al general Santa Anna y de Quintana Roo donde residía el presidente; pero todo quedó en el propio ministro quien después de momentos efusivos, estrechó a don Guillermo y le prometió ser un padre para él. Tiempos románticos esos, en que a pesar de las constantes guerras y guerrillas, las horas parecerían horas y no instantes apresurados y vertiginosos; resultado de una vida, por lo demás tranquila y paciente. En las Memorias de mis tiempos quedaron fijas las estampas de esos arranques del espíritu de dos hombres que llegaron a participar en forma definitiva, en la creación de una nueva patria. El abrazo de Quintana Roo y de Prieto, fue el enlace

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de dos generaciones: una, que levantó la cabeza y desesperada rompió las cadenas políticas y opresoras de un colonialismo decadente; y otra nueva, que seguía de inmediato el camino aún doloroso, sosteniendo lo ganado con la sangre de los primeros. La juventud de su tiempo la aclamó, como a un sobreviviente de apasionantes episodios y lo declaraba como guía en las tareas intelectuales. Prieto sigue su relato, diciendo cómo lo recibieron en el seno de la Academia de Letrán y continúan sus sabrosos comentarios que pintan los momentos vividos por aquel hombre venerable. Don Andrés era lleno de gloria. Todos veían en él por su erudición y talento; por su prestigio y fama de valiente, al maestro. Cantó en su Oda la gesta que vivió. Y en su cantar no olvida al indígena que había sido despojado; recordó agradecido al padre Bartolomé de las Casas, de quien decía: “De aquel prelado que inflamado en fuego de caridad divina la América indefensa patrocina”.

Hallaba en esta figura discutida por sus pasiones de defensa, un entronque: el del camino que lleva a la defensa de los derechos humanos, proclamados desde el inicio de la conquista española, y el del camino seguido tres siglos más tarde, por la insurgencia que tuvo como guía a otro sacerdote: Hidalgo, que no llegó a ver ni siquiera el horizonte de una tierra prometida. A él, don Andrés, el poeta, el rápsoda, consagra estos versos: “El generoso Hidalgo ha perecido: el término postrero ver no le fue de la obra concluida”. ***

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La poesia, en una época romántica y trubulenta para el nuevo país, en que las guerras, los levantamientos, las invasiones y deseos de reconquista, se sucedían en trágicas lecciones y amargas experiencias, fue el instrumento utilizado para animar la continuidad de la campaña independentista. Un verso era como una voz de trompeta. Ora llamaba a las filas guerreras, ora también cantaba con exaltación suprema las victorias, o lamentaba las derrotas. Y no sólo el hombre sabio, el erudito que había leído en casa y en campaña a Homero, a Horacio y a Virgilio; a Rousseau y Mirabeau, ya lo hemos dicho; también el anónimo trovador o el poeta desconocido participaba con su aliento. Un testimonio de la inquietud vivida nos la da el mismo Quintana Roo en la nota que agregó a su Oda, cuando dice, haciendo recuerdo de cómo estaba en su breve, casi nulo momento de tregua, durante el primer homenaje de aniversario, en meditación, preparando su Manifiesto, ¿y su poema?, en que recordaba los dos primeros años de batallas, cuando el efímero silencio se rompió por un grito: “¡tenemos al enemigo encima!”, que ocasionó la interrupción del manifiesto homenaje, al que puso este final: “Sin armas, repuestos, dinero, ni un solo de los medios que ese fiero gobierno prodiga para destruirnos, la nación llena de majestad y grandeza, camina por el sendero de la gloria a la inmortalidad del vencimiento…” El poema de Quintana Roo, tal vez no el primero en tiempo, si lo tomamos en primer lugar, por estar en relación a la primera vez en que el pueblo, una parte representativa de él, vitoreó a los héroes, ante la incertidumbre de que ellos, los participantes de ese presente y en ese homenaje, podrían en un instante futuro caer también por el mismo ideal.

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Y aquí, aparte de otros poemas que pondremos en manos del lector, e independientemente de notas; como una pieza venerable, como una reliquia igual que si fuera bandera victoriosa, transcribimos el canto de don Andrés Quintana Roo: 16 DE SEPTIEMBRE. ODA A LA PATRIA Renueva, ¡oh musa! el victorioso aliento con que, fiel de la patria el amor santo, el fin glorioso de su acerbo llanto audaz predije un inspirado acento: cuando más orgulloso y con mentidos triunfos más ufano, el ibero sañoso tanto ¡ay! en la opresión cargó la mano, que el Anáhuac vencido contó por siempre a su coyunda unido. Al miserable esclavo (cruel decía) que independencia ciego apellidando, de rebelión al pabellón negando, alzó una vez en algazara impía, de nuevo en las cadenas con más vigor a su cerviz atadas, aumentamos las penas, que a su última progenie prolongadas, en digno cautiverio por siglos aseguren nuestro imperio. ¿Qué sirvió en los Dolores vil cortijo, que el aleve pastor el grito diera de libertad, que dócil repitiera la insana chusma con afán prolijo? su valor inexperto de sacrílega audacia estimulado,

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a nuestra vista yerto en el campo quedó, y escarmentado su criminal caudillo, rindió ya el cuello al vengador cuchillo. Cual al romper las pléyades lluviosas el seno de las nubes encendidas, del mar las olas antes adormecidas súbito el austro altera tempestuosas; de la caterva osada así los restos nuestra voz espanta, que resuena indignada y recuerda, si altiva se levanta, el respeto profundo que inspiró de Vespucio al rico mundo. ¡Ay del que hoy más los sediciosos labios de libertad al nombre lisonjero abriese pretextando novelero, mentidos males, fútiles agravios!

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del cadalso oprobioso veloz descenderá a la tumba fría, y ejemplar provechoso al rebelde será, que en su porfía desconociere el yugo que al invicto español echarle plugo. Así los hijos de Vandalia ruda fieros clamaron cuando el héroe augusto cedió de la fortuna al golpe injusto; y el brazo fuerte que la empresa escuda, faltando a sus campeones, del terror y la muerte precedidos, feroces escuadrones talen impunes campos florecidos, y al desierto sombrío consagran de la paz el nombre pío.

Documento manuscrito, donde se cita a Huichapan

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No será empero que el benigno cielo, cómplice fácil de opresión sangrienta, niegue a la patria en tan cruel tormenta una tierna mirada de consuelo. Ante el trono clemente sin cesar sube el encendido ruego, el quejido doliente de aquel prelado, que inflamado en fuego de caridad divina, la América indefensa patrocina. “Padre amoroso, dice, que a tu hechura, como el don más sublime concediste la noble libertad con que quisiste de tu gloria ensalzarla hasta la altura, ¿No ves a un orbe entero gemir, privado de excelencia tanta, bajo el dominio fiero del excecrable pueblo que decante, asesinando al hombre, dar honor a tu excelso y dulce nombre?” ¡Cuánto ¡ay! en su maldad ya se gozara cuando por permisión inescrutable, de tu justo decreto y adorable de sangre en la conquista se bañara, sacrílego arbolando le enseña de tu cruz en burla impía, cuando más profanando tu religión con negra hipocresía, para gloria del cielo cubrió de excesos el indiano suelo! De entonces su poder ¡cómo ha pesado sobre el inerme pueblo! ¡Qué de horrores, creciendo siempre en crímenes mayores, el primero a tu vista han aumentado! la astucia seductora

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en auxilio han unido a su violencia: moral corrompedora predican con su bárbara insolencia, y por divinas leyes proclaman los caprichos de sus reyes. Allí se ve con asombro espanto cual traición castigado el patriotismo; en delito erigido el heroísmo, que al hombre eleva y engrandece tanto. ¿Qué más? en duda horrenda se consulta al oráculo sagrado por saber si la prenda de la razón al indio se ha otorgado, y mientras Roma calla, entre las bestias confundido se halla. ¿Y qué cuando llegado se creía de redención el suspirado instante, permites, justo Dios, que ufano cante, nuevos triunfos la odiosa tiranía? el adalid primero, el generoso Hidalgo ha perecido: el término postero ver no le fue de la obra concedido: mas otros campeones suscita que redimen las naciones. Dijo, y Morelos siente enardecido el noble pecho en belicoso aliento; la victoria en su enseña toma asiento; y su ejemplo de mil se ve seguido. La sangre difundida de los héroes su número recrece, como tal vez herida de la segur, la encina reverdece, y más vigor recibe, y con más pompa y más verdor revive.

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Mas ¿quién de la alabanza el premio digno con títulos supremos arrebata, y el laurel más glorioso a su sien ata, Guerrero invicto, vencedor benigno? el que en Iguala dijo: Libre la patria sea, y fuélo luego que el camino supieron prepararos, que el estrago prolijo atajó y de la guerra el voraz fuego, y con dulce clemencia en el trono asentó la Independencia. ¡Himnos sin fin a su indeleble gloria! honor eterno a los varones claros sus nombres antes fueron cubiertos de luz pura, esplendorosa; mas nuestros ojos vieron brillar el tuyo como en noche hermosa entre estrellas sin cuento a la luna en el alto firmamento. ¡Sombras ilustres, que con cruento riesgo de libertad la planta fecundásteis, y sus frutos dulcísimos legasteis al suelo patrio, ardiente en sacro fuego! Recibid hoy benignas, de su fiel gratitud prendas sinceras en alabanzas dignas, más que el mármol y el bronce duraderas, que con vuestra memoria coloca en el alcazár de la gloria. 14

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Acento heleno y sentir mexicano. Exclamación de un sentimiento propio y representativo, envuelto en el lenguaje universal de un canto. Se le ha elegido siempre para recitarse fuerte; para exaltar aún el sentimiento de amor a la patria; se le encuentra en antologías, 15 se le prefiere, en citas de discursos políticos y conferencias sobre la historia insurgente. Es el espíritu de ese movimiento que parece haber quedado incrustado dentro del poema y el espíritu de un hombre que cuando hablaba de patria conmovía. Es el sentir de un pueblo que bendice y agradece; que recuerda y honra a sus héroes de Independencia. Es México en el momento de rendir tributo y conceder el bien a sus hijos caídos gloriosamente, en el proceso de su formación. Y Quintana Roo fue el primero en expresar el verbo de la patria, allá en Huichapan heroica, la primera en ser centro del homenaje nacional, el 16 de septiembre de 1812.

Nota autógrafa de Lafragua, al pie de los documentos

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Retrato del Gral. Ignacio López Rayón, óleo sobre tela, (c. Data del primer tercio del siglo XIX). Abogado, hombre culto, a raíz de la muerte de los primeros caudillos, instaló en Zitácuaro, el 19 de agosto de 1811, la Junta Nacional de Gobierno Insurgente para dar mayor cohesión a la causa de Independencia. Por razones de guerra trasladó a Huichapan el gobierno, en donde el 16 de Septiembre de 1812 se conmemoró oficialmente, por primera vez el Aniversario del Grito de Dolores.

Notas 1. Luis González Obregón, México viejo (Epoca Colonial). Noticias históricas, tradiciones y costumbres. 9ª. Ed., México, Editorial Patria, 1966, 742 p. 619632, ilustrs. El párrafo del Diario de López Rayón sobre la conmemoración de Huichapan, es el siguiente: “Día 16 –Con una descarga de artillería y vuelta general de esquilas comenzó a solemnizarse en la alba de este día glorioso recuerdo del grito de libertad dado hace dos años en la congregación de Dolores, por los ilustres héroes y señores serenísimos Hidalgo y Allende, habiéndose anunciado por bando la víspera, para que se iluminasen y colgasen todas las calles. Asistió S.E. con el lucido acompañamiento de su escolta, oficialidad y tropa a la misa de gracias, en que predicó el Sr. Dr. Brigadier D. Francisco Guerrero, y al mismo tiempo de ella hizo salva la artillería y la compañía de granaderos de Huichapan; a las 12, en la serenata, compitiendo entre sí las dos músicas, desempeñaron varias piezas selectas con gusto de S.E. y stisfacción de todo el público”. Si se quiere hacer un estudio más amplio sobre la insurgencia en esta región, son de alto valor los documentos que reproduce Juan Eusebio Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 v. México, José María Sandoval Impresor, 1881. (Biblioteca de El Sitema Postal de la República Mexicana).

Consultar también El Congreso de Chilpancingo, de don Carlos María de Bustamante, que citamos en este trabajo; lo mismo que el enjundioso estudio y transcripción documental siguiente: Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964. 440 p. (Instituto de Investigaciones Históricas, publicación núm. 92). Docs. Relativos a Huichapan, Zimapán, Nadó, etc., en pp. 237-280. Fuente, Hernández y Dávalos. Otro estudio importante para la investigación histórica es el de Ignacio González-Polo y Acosta, “Próceres de nuestra Independencia, creadores de un pueblo: Polotitlán”, en Boletín Bibliográfico de la Secretaria de Hacienda, núms. 316, 1º. de abril de 1965, p. 8-11 y, 317, 15 de abril, mismo año, p. 12-15, ilustr. 2. Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, México. Editorial Patria, 1958, 557 p. Ilustr. Esta frase en p. 125. 3. José Luis Rublúo Islas, “Menéndez y Pelayo en las letras mexicanas”, en Excélsior (Diorama de la cultura), México, domingo 9 de septiembre de 1962. Carlos González Peña cita y comenta la opinión del escritor español en los párrafos que se consagrara Quintana Roo en su Historia de la Literatura Mexicana, de que hay diversas ediciones.

4. Andrés Quintana Roo, “Oda” (a la patria), en Suplemento a El Amigo de la Religión (Agricultura, política, comercio, ciencias y artes), Puebla, 1839, p. 65 y ss. Recientemente, José T. Estrada publicó la hemerografía, o sea un índice del contenido de este periódico en el Boletín Bibliográfico de Hacienda, Núm. 373, 15 de agosto de 1967, p. 17. En la ficha n. 16, dice Estrada: “Oda que escribió (Quintana Roo) en 1812 para conmemorar el aniversario del día de la Independencia”. 5. González Obregón, op. cit., p. 624. 6. Teodomiro Manzano, Historia del Estado de Hidalgo, Pachuca, Talleres linotipográficos del gobierno del Estado, 193?, 93 p. Ilustr. P. 18. 7. Manzano, Huichapan, Pachuca, Talleres linotipográficos del gobierno del Estado de Hidalgo, 1939, 16 p. Ilustr. (Monografías del Estado de Hidalgo, n. IV), p. 7-8. 8. Reproducimos facsimilar del autógrafo de Lafragua. Los documentos foliados dentro de este volumen en que se hallan los manuscritos de que hablamos, son entre recortes de periódicos que contienen cartas y manifiestos de Quintana Roo, discursos y versos, otros manuscritos no todos escritos por la misma persona y tratan de lo siguiente: Copia de las actas del Congreso de Chilpancingo, un artículo titulado “La Constitución reclamada”, y la Oda a la patria y notas que a continuación transcribimos. Estas últimas, como ya está dicho, han sido recogidas por G. Obregón y otros.

La nota al calce de la Oda, dice: “El 16 de septiembre de 1812, el autor extendió un manifiesto con el título de Aniversario, por encargo de la Junta de Zitácuaro. La imprenta, objeto principal de la saña de los opresores, corría mayores riesgos que los patriotas, bajo el cuidado y vigilancia de D. Ignacio Rayón, que hizo indecibles esfuerzos por salvarla, como lo consiguió en medio de la deshecha y horrorosa borrasca. Este jefe se dirigía entonces a los cantones de Huichapan y Zimapán, y se detuvo sólo medio día en reconocer el Fuerte de Nadó, situado en las alturas del pueblo de Aculco. Aprovechándose de aquel corto tiempo para componer el Aniversario que debía publicarse tres días después. Llegaba ya el autor al fin de su trabajo, aunque no completa su descripción de los sucesos ocurridos en dos años de guerra, cuando la voz de tenemos al enemigo encima los hizo abreviar la tarea, cerrando el discurso con este anuncio tan felizmente justificado por el suceso: “Sin armas, repuestos, dinero, ni uno solo de los medios que ese fiero gobierno prodiga para destruirnos, la nación, llena de majestad y grandeza, camina por el sendero de la gloria a la inmortalidad del vencimiento. Se halla este manifiesto entre los papeles que entonces publicó la Imprenta Nacional, y los documentos que recopiló el Dr. Servando de Mier en el tomo 2º. De su Historia de la Revolución de México, impreso en Londres en 1813”.

9. El volumen se puede consultar en el Departamento de Manuscritos y Libros Raros de la Biblioteca Nacional, (Caja Fuerte). Su clasificación dentro del Fondo Lafragua es el núm. 928. 10. Carlos María de Bustamante, El Congreso de Chilpancingo, México, Empresas Editoriales, 1958, 225 p. (El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción, n. 20, colección dirigida por Martín Luis Guzmán). Vid “Carta Primera. Expedición del general D. Ignacio Rayón a Ixmiquilpan”, p. 7 y ss. Lo dicho por Bustamante es en buena parte la opinión que tuvieron de estos acontecimientos y de los Villagrán, los insurgentes de más fuerza en la época. 11. En las historias que se han escrito sobre la Imprenta o el Periodismo en México, no hay referencias al hecho. 12. Prieto, op. cit. p. 53. 13. Ibídem, p. 124-125. 14. La Oda de Quintana ya había sido reproducida también en el Boletín Bibliográfico de Hacienda, Vid. Suplemento al núm. 255, 15 de septiembre de 1962, p. 7, con una nota de Carlos J. Sierra. 15. Antonio Castro Leal, Las cien mejores poesías líricas mexicanas, 4ª. ed. México, Editorial Porrúa, 1953, xxv-306 p. (Colección de escritos mexicanos, n. 70). Reproduce la Oda 16 de septiembre, en p. 78-83.

La Junta Suprema de

la Nación a los Americanos en el Aniversario del día 16 de Septiembre ADVERTENCIA Al recibir Quintana Roo, la encomienda por la Junta de Zitácuaro y directamente por recomendación del Gral. Ignacio López Rayón, para redactar el Manifiesto o Acta correspondiente a la primera conmemoración del 16 de Septiembre, en Huichapan, año de 1812, cuando por campaña, se encontraban situados en la hermosa Casona del Chapitel, el cuidadoso hombre de leyes, culto poeta y prosista, más bien elaboró una exacta recapitulación, verdadero inicio historiográfico, respecto de cuanto había ocurrido en la Revolución de Indepemdemcia, en apenas dos años; cuentan, en el documento, además de los hechos de armas victoriosos los unos, y derrotas en otros, las imágenes de los primeros grandes caudillos y también los que siguieron a continuación, incluso una mención, desde luego honrosa, para Julián Villagrán, por quien se hallaban en esa población momentáneamente, en labor de observación castrense; pero, además, don Andrés no olvidó el carácter eminentemente gubernamental de Hidalgo en Guadalajara, ante “la necesidad del orden, se empieza -dice-, la organización, la disciplina, la subordinación y arreglo del soldado. Todas las preparaciones se aprestan, todas las disposiciones…” Y, en la ocasión que les era presente, también era un alto concepto de gobierno, razón por la cual tan importante documento fue calzado, denominado al edificio, pequeño pero digno, “Palacio Nacional de América” -en ese instante- y la firma del Presidente, igual que la de un Jefe de Estado; tenían todos esa conciencia nacional. Además de Hidalgo, también contaba ya, de modo eminente, el Generalísimo José María Morelos y Pavón. Aquí el insigne Manifiesto. (FUENTE: José Eusebio Hernández y Dávalos, Historia de la Guerra de Independencia de México, 6 vols., ed. Original, José M. Sandoval, impresor, México, 1878; ver t. IV, Documento número 114, p. 418 a 422.)

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Andrés Quintana Roo. Jurisconsulto, poeta, cronista y periodista; también uno de los primeros historiadores del movimiento insurgente de Independencia. En el Manifiesto de Huichapan de 16 de Septiembre de 1812, hizo una cuidadosa recapitulación de hechos en los dos precisos años de lucha; y no olvidó en el documento al “esforzado Villagrán”, por quién, en labor de observación castrense, ahí se encontraban Rayón y el propio Quintana Roo. Este magnífico retrato, verdadera obra maestra pictórica de Pelegrín Clavé, director de pintura de la Academia Nacional de San Carlos de México, lo hizo en 1851.

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“Americanos: Cuando vuestra junta nacional, impedida hasta ahora de hablaros, por el cúmulo vastísimo de ciudadanos á que ha tenido que aplicar su atención, os da cuenta de sus operaciones, de los sucesos prósperos que han producido, ó de los reveses que no siempre ha podido evitar, escoge, para llenar esta obligación reclamada por la confianza con que habéis depositado en sus manos el destino de vuestra patria, la interesante circunstancia de un día que debe ser indeleble en la memoria de todo buen ciudadano. ¡Día 16 de Septiembre!....... El, espíritu, engrandecido con los tiernos recuerdos de este día, extiende su vista á la antigüedad de los tiempos, compara las épocas, nota sus diferencias, ve lo que fuimos, esclavos encorvados bajo la coyunda de la servidumbre, mira lo que empezamos á ser, hombres libres, ciudadanos, miembros del Estado con acción de influir en su suerte, á establecer leyes. á velar sobre su observancia; y, al formar este paralelo sublime, exclama enajenado de gozo: ¡Oh día de regeneración y de vida! “Inesperadas dichas, imprevistas adversidades, pérdidas sucediendo á las victorias, triunfos llenando el vacío de las derrotas a la nación elevada hasta la altura de la independencia, descendiendo luego al abismo de su abyecto estado; ayudada de su primer esfuerzo por la influencia protectora de la fortuna, abandonada después de esa deidad inconstante, enemiga de la virtud y compañera del crimen: subiendo, paso á paso, desde el ínfimo grado de abatimiento hasta la excelsa cumbre en que hoy se halla colocada majestuosa y serena. Hé aquí, americanos, el cuadro prodigioso de los acaecimientos que en el transcurso de dos años ha formado la escena de la revolución, cuya historia va á trazar con sucintas líneas vuestro Congreso nacional. “Dáse en Dolores un grito repentino de libertad; resuena hasta las extremidades del reino, como el eco de una voz despedida en la concavidad de la selva; agitándose los ánimos, reúnense en crecidas porciones para hacer respetable la autoridad de sus reclamaciones: ven los pueblos el peligro de su situación, conocen la necesidad de remediarla, júntase un ejército que sin disciplina y pericia expugna á Guanajuato;

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supera la oposición de Granaditas; toma la ciudad, donde es recibido con aclamaciones de júbilo, y marcha victorioso hasta las puertas de la capital. Empéñase allí una porfiada pelea; triunfa la inexperiencia de la sagacidad, el entusiasmo de una multitud inerme contra la arreglada unión de las filas mercenarias; corona la victoria el heroísmo de nuestros, y los escuadrones enemigos en pequeños miserables restos buscan el refugio de los hospitales para curar sus heridas. El campo de las Cruces queda por los valientes reconquistadores de su libertad, que, tan indignados contra el tiránico poder que los obliga á derramar su propia sangre como deseosos de economizarla, suspenden sus tiros mortíferos á la vista de las insignias de paz y de concordia divisadas en el campamento de los contrarios para herir con este ardid alevoso, jamás usado entre bárbaros, á quienes no pudieron rechazar con la fuerza de sus armas. Sobrepónense sin embargo las disposiciones de fraternidad á los excesos del furor en que debía precipitarnos tan salvaje felonía, y los medianeros de la conciliación, enviados con temor y desconfianza, se presenta á los vencidos á proponer y ajustar un tratado que restituyese la tranquilidad y asegurarse la armonía. Este paso de sinceridad fue despreciado, desatendidas nuestras propuestas, mofadas irrisoriamente y respondidas con insulto y provocaciones irritantes. Cansados, en fin, de hablar, sin esperanza ya de ser oídos, fue la intensión pasar adelante, y sacar de aquel triunfo por medio de la fuerza todas las ventajas que ofrecía á unos y otros el de la razón y la dulzura; mas la incertidumbre del estado de la capital, la inacción de sus habitantes obligados por la tiranía á encerrarse en lo interior de sus moradas, el justo temor de los desordenes á que se hubiera entregado una muchedumbre embriagada en su triunfo é incapaz todavía de sujeción á una autoridad naciente, hace retroceder el ejército, y se reserva para sazón más oportuna la decisiva entrada de la corte. “Este movimiento retrógrado es mirado por diferentes aspectos según la intensión y capacidad de los censores; la determinación, empero, de alejar el grueso de nuestras fuerzas de aquel punto, es llevada á cabo, y conducido á Guadalajara el ejército de las Cruces. Allí, después de conocida

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en la infortunada refriega de Aculco la necesidad del orden, se empieza la organización, la disciplina, la subordinación y arreglo del soldado. Todas las preparaciones se aprestan, todas las disposiciones se toman para recibir la división enemiga del centro que al mando de Calleja marchó á dispersarnos y concluir sin los preparativos; descargar el ímpetu de diez mil hombres armados contra el débil estorbo de seiscientos soldados bísoños que resistieron con esfuerzo increíble un choque en que el valor estuvo de su parte, aunque tuvieron en contra la fortuna. Trábase la lid, y el puente de Calderón, defendido con heroismo, es vencido por los contrarios que se abren paso por él para entrarse en la ciudad. “Verificóse en efecto la entrada y la dispersión de la tropa que fue su consecuencia infausta; precipita la salida de los generales que, superiores al maligno influjo de su estrella, caminan con la imperturbable serenidad de los héroes á refugiarse á las provincias remotas de lo interior, donde, abandonados á la malhadada suerte que es el distintivo de las almas grandes, son aprehendidos con vileza por los caribes de aquel rumbo. “Parecía que la Providencia quería poner nuestra constancia a una prueba tan terrible y dudosa, y que el edificio del Estado, conmovido y debilitado con tan violentos vaivenes, iba ya a desmoronarse y quedar sepultado en sus mismas ruinas, cuando una invinsible fuerza detiene su amenazante destrucción y suscita nuevos campeones que reparan las pérdidas, hacen revivir el espíritu amortiguado del pueblo y lo conducen por el camino de los sacrificios al término de la victoria, las reliquias del fugado ejército de Calderón, parte sigue á los generales, parte se reúne bajo la conducta de un caudillo que fue en aquella época la única firmísima columna de la insurrección. Este triunfa en Zacatecas, recibe la batalla memorable del Maguey y la jornada de los Piñones, en que, oprimido el soldado de necesidades mortíferas, vió perecer al rigor de la sed algunos de sus compañeros, y prepara los gloriosos acaecimientos de Zitácuaro. Esta villa es dos veces

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el teatro de inexpertos guerreros con la anticuada arma de la onda, vencen la táctica del día, diestramente dirigida por sus científicos contrarios. Torre perece con su división; la de Emparan es rechazada por un número de hombres diez veces menor, sin que de la intrepidez del primero haya libertádose uno que diese al cruel gobierno noticia de esta catástrofe. Por todas partes se dejan ver los trofeos del vencimiento, en tanto que el esforzado Villagrán, posesionado del Norte, acomete sin interrupción las reuniones de esclavos que infestan su demarcación, intercepta convoyes, obstruye la comunicación al enemigo y lo hostiliza incesantemente con la lentitud más funesta. Por el Sur, el bizarro, valeroso é invicto Morelos, todo lo sujeta con suave violencia al imperio de la razón, todo lo domina, todo lo arregla y consolida con indecible rapidez, consiguiendo tantas victorias cuantas batallas da ó recibe. “Mientras nuestras armas hacen por estos rumbos tan rápidos y brillantes progresos, los vencedores de Zitácuaro se aprovechan de sus triunfos, aumentan la tropa, la inspiran del espíritu de disciplina y obediencia y se concibe y ejecuta allí el proyecto más útil, más grandioso y necesario á la nación en sus circunstancias. Erígese una junta que dirige las operaciones; organiza todos los ramos de un buen gobierno y da unidad y armonía al sistema de la administración, inevitable para precaver los horrores de la anarquía. Al punto es reconocida y respetada su autoridad, y los pueblos enteros acuden ansiosos á sancionar con su obediencia la instalación del Congreso. Prepárase entonces al ataque de aquella villa insigne, primer santuario de la libertad, y sus heróicos vecinos se deciden á resistirlo y escarmentar la osadía de los agresores. Acércanse á probar fortuna; acometen furiosos, animados del espíritu maligno de Calleja; dase la señal del combate, y sus tropas, superiores en número, superiores en pericia y armas al corto número de los nuestros, inermes é indisciplinados, experimentan el valor de hombres libres, y tienen que llorar el afímero tiunfo de su desesperada intrepidez y audacia. Profanan aquel majestuoso recinto consagrado á la inmortalidad de los héroes, y el hierro y el acero todo lo sacrifican á la implacable venganza del opresor;

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se incendia, se le despoja del patrimonio de sus tierras, y sus infelices habitantes, unos son cruelmente arcabuceados, y los más proscritos ó desterrados. “Esperábase ver concluída esta escena sangrienta para descargar sobre las fuerzas reunidas del Sur las del bárbaro ejército del centro. Marcha á la lucha engreído del reciente triunfo, y princípiase el asedio memorable de las Amilpas. Setenta y cinco días dura éste, cuyo éxito feliz llena de gloria á Morelos y de confusión á su enemigo. Disminuída y debilitada su gente, proyecta levantar el sitio, cuando el estado de hambre y peste á que el pueblo estaba reducido, hace prolongarlo con la esperanza de rendir á sus defensores. Frústrase este designio; el general, estrechamente cercado, rompe una doble línea y sale majestuoso por en medio de los sitiadores, sobrecogidos de terror á la presencia de una acción casi sin ejemplo en los fastos de la milicia. “Vuelve burlado á México el risible ejército de Calleja; abdica el mando ó se le despoja de él; cambia el aspecto de las cosas; ya todo es ºprosperidad, todo aumento para nuestras armas. Empréndese el sitio de Toluca, cuya plaza, cercana á rendirse, es abandonada por falta de pertrecho consumido en multiplicadas luchas, todas gloriosas, si se atiende á que los medios de la agresión fueron increiblemente desiguales á los de la defensa y resistencia. Lerma, batida de suspiros fuerzas, que, reunido en Toluca, parte á Tenango, donde se prepara á nuevos combates. Dudábase entonces si convendría empeñar el que se disponía a darnos, ó hacer una retirada que sin comprometer el decoro de la nación, la pusiese á cubierto de los contratiempos que se seguirían de la derrota probabilísima que debn del pueblo, se medita libertarlo de la rapacidada circunferencia no pudo ser cubierta de nuestra poco tropa. Vencido, pues, elía sufrir acometida por una potencia cién veces más ventajosa que la de trescientos fusiles que guarnecían la plaza. El deseo que vencer hace obrar el último partido, resuélvese corresponder al entusiasmo de la tropa, que impaciente y valerosa aguardaba al enemigo; avístanse los combatientes, el valor de pocos

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repele la audacia de muchos. Cuadro días de gloria, en que fue siempre repelido Castillo Bustamante, no impide el avance de su infantería por el punto menos fuerte del cerro, cuya extensa circunferencia no pudo ser cubierta de nuestra poca tropa. Vencido, pues, el obstáculo que oponía aquella eminencia á la rendición del pueblo, se medita libertarlo de la rapacidad de los bárbaros, y se ordena la retirada á Sultepec. Mientras se efectúa ésta, los infelices prisioneros y cuantos su mala suerte puso á discreción del vencedor, fueron inhumanamente inmolados á la crueldad del despechado Bustamante. Cometiéronse excesos de todos géneros, y el desgraciado de Tenango es el teatro de atrocidades inauditas. El inocente infante, el venerable anciano, la mujer respetable por la fragilidad de su sexo, y, lo que es más, lo que no puede decirse sin dolor y sentimiento de la religión que profesamos, los ministros del santuario, los ungidos del Señor, elevados sobre la esfera de lo mortal, sufren la muerte más barbara que han visto los tiempos, y clavados á las bayonetas sirven de trofeo á la victoria. “La junta ya refugiada en Sultepec, prevé las consecuencias de este infortunio; cree como indudable que al saciarse la saña de los caribes con la desolación de Tenango, vendrían á invadir á Sultepec indefenso y desprevenido: este fundado recelo hace emprender la retirada, no á un punto determinado, sino á los diversos lugares que se decretó visitar por los individuos del congreso para imponerse del estado de las poblaciones y remediar sus necesidades. Las ventajas de esta medida se están palpando en los multiplicados ataques que diariamente se dan con aumento de crédito y valor en nuestras tropas. En sólo tres meses repuestos ventajosamente hemos arrancado al enemigo, en los gloriosos encuentros en las cercanías de Pátzcuaro, Salamanca y pueblo de Jerécuaro, más de cuatrocientos fusiles, y disminuido los recursos de nuestros opresores en el considerable descalabro que han sufrido del convoy que conducían á Guadalajara. “Tantas prosperidades, después que tantos desastres y vicisitudes tan contrarias nos han enseñado á ser pacientes

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en la adversidad y moderados en la buena fortuna, no las miramos con los ojos de la ambición, que, refiriéndolo todo al acrecentamiento de la grandeza á que aspira elevarse, desprecia la sangre de los hombres y escucha con insensible frialdad los quejidos de los moribundos tendidos en el campo de batalla. No. americanos, los pensamientos de paz nunca están más profundamente grabados en nuestros corazones, como cuando la victoria corona la constancia de nuestras tropas y forma un héroe de cada uno de nuestros soldados. Entonces brindamos con la unión á nuestros tiranos, envainamos la espada que pudiera destruirlos, y dejamos ver nuestras manos triunfantes con un ramo de oliva que los llama á la amistad, y con ella á su conservación. Si la guerra prolonga nuestros males y multiplica los estragos de la desolación, culpa es del gobierno que oprime nuestra patria; es de esa manada envilecida de esclavos, que ya con las armas, ya con sus plumas, dignas de tal cuasa, adulan su capricho, hacen que se crea invencible señor de nuestros destinos, y como padre del Olimpo, capaz de reducirnos á polvo con una sola mirada de indignación y de cólera, de aquí la pertinacia en continuar la guerra; de aquí el menosprecio de nuestras propuestas; de aquí el frenesí de apodarnos con denuestos groseros é inciviles, cuando débiles é imponentes provocan nuestra venganza é irritan nuestro sufrimiento. Este, contenido siempre en los límites de la moderación que distingue nuestro carácter de la arrogancia, ó más bien, de la altivez española, es acusado de inerte y apático, de indolente y desalentado. Mas fieles á nuestros principios filantrópicos y humanos, nos honramos con esta nota, de que no intentamos vindicarnos, porque los epítetos de crueles y bárbaros, que subrogarían á los otros, nos ofenderían, tanto más, cuanto que siendo peculiares á la conducta observada de nuestros enemigos, se confundiría nuestra civilización con su barbarie, nuestra compasión con su dureza, la ferocidad de su índole con la dulzura y suavidad de la nuestra. “Vióse resaltar vivamente este contraste el día que con aparato ignominioso fueron entregados á las llamas, por mano del verdugo, los planes de paz á que la nación convidaba á sus

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vacilantes opresores. Agravio tan injurioso, jamás recibido por ningún pueblo, es el mayor que tiene que vengar la América, entre los innumerables con que ha sido vilipendiada su dignidad y ajado su decoro. Un gobierno repugnado de la nación, ilegítimo por esta circunstancia, contrapuesto á todos los principios que deben regirnos en la situación en que se halla la metrópoli; un gobierno sin fe, sin ley, sin sujeción á ningún poder que modele sus operaciones, independiente de la autoridad de las mismas cortes, en quienes sólo conoce la soberanía para ultrajarla con la contravención á todos sus decretos: ¿éste se atreve á llamar rebelde á una congregación que la habla á nombre de todo un reino, el lenguaje de la paz y la urbanidad, y arroja á las llamas los escritos en que está consignado el depósito sagrado de la voluntad general? ¡Qué audacia, qué atentado! No lo olvidéis jamás, americanos, para alentar vuestro valor en las ocasiones de peligro. Si cobardes ó perezosos cedemos a la fuerza que quiere subyugarnos: en breve no habrá patria para nosotros, seremos despojados de la investidura de la libertad y reducidos á la triste condición de los esclavos. ¿Qué esperanza puede aún tenernos ligados á un gobierno cuya conducta toda es dirigida del deseo de nuestra ruina? Redoblad vuestros esfuerzos, invictos atletas que combatís la tiranía, salvad vuestro suelo de las calamidades que la amenazan, sed la columna sobre que descanse el santuario de su independencia; animáos á la vista de los progresos hechos en solo dos años, sin tener armas, dinero, repuestos, ni uno siquiera de los medios que ese fiero gobierno prodiga para destruirnos; la nación, llena de majestad y grandeza, camina por el sendero de la gloria a la inmortalidad del vencimiento. “Palacio Nacional de América, Septiembre 16 de 1812. Licenciado Ignacio Rayón, Presidente. José Ignacio Oyarzábal. Secretario”.

Sobre el Autor: “Luis Rublúo Islas (1940) Nació en Real del Monte, Hidalgo, el 25 de agosto…además de su infatigable labor como historiador, se ha destacado dentro del campo de la investigación literaria y, a últimas fechas, ha escrito también cuentos y prosa poética…” Diccionario de Escritores Mexicanos, UNAM. Luis Rublúo, Marqués de Real del Monte (ps.), antiguo ya en la investigación historiográfica y en la expresión literaria, autor de sesenta libros y cientos, miles de ensayos. Es abogado, historiador y periodista cultural, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (generaciones 1959 de Abogados y 1964-1967 de historiadores). Recibió el Premio Estatal de Ciencias y Bellas Artes 1980, y se le reconoce por una trilogía, entre su copiosa producción: Historia de la Revolución Mexicana en el Estado de Hidalgo, (1983); Tradiciones y Leyendas Hidalguenses, (1985), y Narrativa Hidalguense, (1991); más para la historiografía nacional: Aproximaciones históricas. Independencia e intervenciones extranjeras, (1972); Historia de la Banca Mexicana. Periodo virreinal, (1984); y Pequeña Historia de la Novela en la Nueva España, (2010). Otro libro que le publicó la Universidad Autónoma de Hidalgo en 1969: Estética de la Historia Verdadera de Bernal Díaz del Castillo. Sus dos más recientes libros: Viajes alrededor de la Biblia, (Editorial Ideograma, 2007); y, Posada, intérprete del sentimiento artístico de México. (Academia Nacional de Folklore, 2011).

El Gobierno del Estado de Hidalgo promueve a través de este libro la difusión de la cultura en Hidalgo. Esta edición es exclusivamente con ese objetivo y sin ninguna intención de lucro.

ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN EL MES DE MARZO DE 2012 EN LOS TALLERES DE COLOR VIVO IMPRESOS FRANCISCO GONZÁLEZ BOCANEGRA NO. 47-B, COLONIA AMPLIACIÓN MORELOS, C.P. 06200, MÉXICO, D.F. TIRAJE DE 3000 EJEMPLARES EL CUIDADO DE ESTA EDICIÓN ESTUVO A CARGO DE LA DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES E IMPRESOS DEL GOBIERNO DEL ESTADO DE HIDALGO LIBRO IMPRESO SOBRE PAPEL SUSTENTABLE COUCHÉ SATIN FSC CON TINTAS DE ORIGEN VEGETAL PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL DE ESTA OBRA SIN PREVIA AUTORIZACIÓN DEL GOBIERNO DEL ESTADO DE HIDALGO DERECHOS RESERVADOS ©® GOBIERNO DEL ESTADO DE HIDALGO

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