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Los despachos desde la Feria del libro de Frankfurt Prodavinci · Thursday, October 14th, 2010
El escritor y editor venezolano Héctor Torres estuvo presente, entre el 5 y el 10 de octubre, en la Feria del Libro de Frankfurt, invitado por el gobierno alemán a través de su embajada en Venezuela y con el apoyo del Goethe-Institut, junto a un grupo de comunicadores y promotores de literatura de todo el continente. Héctor envió sus despachos diariamiento y así fue nuestros ojos en la prestigiosa feria. Abajo podrán leer una compilación de sus entregas y pueden ver fotos tomadas por Héctor aquí y aquí. 05/10/2010 Llegamos al aeropuerto de Frankfurt sin contratiempos de ninguna naturaleza. A lo largo de las diez horas que duró el viaje pude mantenerme informado, en todo momento, a qué altura y velocidad nos encontrábamos, cuántos kilómetros faltaban por recorrer, y la hora y el clima en que nos esperaba en nuestra ciudad de destino. Luego de ver sin poder dormir un par de películas comerciales, de seguir hipnóticamente el dibujito del avión avanzando por un imaginario Océano Atlántico y de escuchar una oferta musical que mejoraba notoriamente la fílmica, aterrizamos a las 10 de la mañana en un Frankfurt nublado pero con un clima definitivamente amable. Luego de retirar mi equipaje y buscar la salida, encontré sin problemas a Cecilia Tuczek, una de las dos amables anfitrionas-traductoras que el Goethe-Institut dispuso que nos acompañaran durante nuestra visita. Aunque nacida en Alemania, Cecilia no podría esconder que el origen de su fluido español proviene de su madre argentina. Mientras me ponía al tanto de las precisiones del programa, y de algunos datos importantes para moverse en la ciudad, fuimos en tren a Mainz -a poco menos de una hora de Frankfurt-, donde se encuentra el hotel que nos alojará esa semana. Quizá se trate de una impresión entusiasta, pero tras escuchar las explicaciones de Cecilia y de ver la claridad de los mapas de rutas del tren, parece que bastara un boleto que nunca se muestra, y que dura toda la semana, para conocer buena parte de Frankfurt sin problemas. Luego de dormir, bañarme y almorzar en un restaurante italiano, partimos en grupo a nuestra primera cita: La inauguración oficial de la Frankfurter Buchmesse, en el inmenso Centro de Congresos que a lo largo del año es escenario de diversas citas comerciales internacionales. Durante el viaje en tren no llegué a notar el paso de esa Prodavinci
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pequeña ciudad en que se encuentra nuestro hotel y esa importante, aunque pequeña, ciudad comercial que alberga la Feria de Libros más importante del mundo. El cielo nublado, las calles de piedras, los hermosos edificios de aspecto antiguo y sus acogedores locales, son elementos comunes en ambas. La inauguración estuvo bastante ajustada a lo que se espera de ese tipo de eventos. Por Alemania hablaron el Director de la Feria (Jürgen Boos), el director de la Asociación de Editores y Libreros Alemanes (Gottfried Honnefelder), la alcaldesa de Frankfurt (Petra Roth), el presidente del estado federal de Hessen (Volker Bouffier) y el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Guido Westerwelle. Aunque los discursos eran más o menos predecibles, si algo generó una fuerte impresión es que ese oficio al que se dedica Gunter Grass es una de las industrias má poderosas de un país con un nada desdeñable músculo industrial. Por Argentina, país invitado de honor, habló la escritora Grisela Gambaro, y la presidente Cristina Fernández. Los argentinos que nos acompañaban, mientras comentábamos sobre los estragos del jet lag, comentaban no sin sorna: “Con Cristina uno nunca se aburre”. Y, en efecto, que afirmara durante su discurso ante el grupo de diplomáticos y políticos alemanes presentes, que ella no es neutral, y que para neutrales estaban los suizos, para luego decir: “vamos, señores, lo de los suizos es un chiste”, moviendo sus manos para subrayar la obviedad de un chiste que no les produjo risas, es una gráfica muestra de lo que ellos quisieron decir. Al salir, el clima sí justificó la chaqueta que llevé para el viaje. De noche se ve más movimiento de personas en el tren. Paquistaníes, latinoamericanos, africanos, musulmanes de diversas latitudes y europeos, regresan de sus trabajos ensimismados en sus pensamientos o en sus pequeñas charlas. La gente viaja con sus bicicletas, sus laptos o comiendo distraidamente (y hasta tomando cervezas) sin prestar demasiada atención a los demás. Cenamos en un restaurante que fabrica su propia cerveza, la cual hizo de excelente intérprete en la babel de español, portugués, inglés y alemán que se cruzaban en la mesa. Comimos y volvimos al tren con destino al hotel. Eran cerca de las diez de la noche. En el andén pregunto a nuestra otra guía, Franzizka Ochs, una alemana de 25 años con cara de niña, si vivía en Frankfurt. Ella, tras un suspiro, me señala con su dedo un sector en un extremo del mapa de los trenes, comentando que el viaje a casa le tomará unas dos horas. ¿Pero es peligroso?, le pregunto. Ella, tardando en entender el significado de mi pregunta, me dice al final un extrañado “No”, y mientras cierra sus ojos y deja caer su cabeza en su mano, agrega con candor: es que dormiré muy poco. Sonreí con pena. La realidad en la que uno vive las 24 horas es de esos indeseables polizontes que se cuelan con uno en los viajes. 06/10/2010 Mi segundo día en Frankfurt comenzó con una llamada de la recepción, a las ocho y media, informándome que debíamos reunirnos en el lobby del hotel a las nueve. Hoy arrancaban las actividades en la Feria y teníamos una reunión a las once con un Prodavinci
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funcionario de la Asociación de Editores y Libreros Alemanes, y de seguidas, otra con Dieter Schmidt, de la Feria del Libro. Ambas reuniones estuvieron colmadas de datos valiosos sobre la puesta en escena de esa colosal cita mundial. Supimos, por ejemplo, que la Asociación de Editores y Libreros, que es como decir una Cámara del Libro que incluye a libreros y a todos los entes relacionados con la producción editorial, agremia a 1.833 editoriales y a 3.814 librerías propiamente dichas (hay cerca de 7.000 puntos de venta de libros, si se suman gasolineras, quioscos, etc.). También, que en Alemania existe el precio fijo para los libros y que estos tienen un IVA preferencial del 7%. Para abrumarnos con la eficiencia de esta asociación, bastaría con saber que dispone de una base de datos de la industria que permite saber, por ejemplo, los títulos agotados en un momento determinado. Y estamos hablando de cerca de un millón doscientos mil títulos disponibles, que a los que cada año se suman, en promedio, 94.000. Una tercera parte de esa cifra la componen los libros de ficción. Concluidos esos encuentros, comenzó el abismo. Cecilia y Franziska nos dieron las indicaciones generales, las cuales incluían el sitio en que debíamos encontrarnos para una recepción que daría el Goethe-Institut a las tres y media, y nos dejaron de nuestra cuenta en ese laberinto compuesto por ocho gigantescos “Halles”. Antes de separarnos, recordé las palabras de Schmidt, que habla un español muy fluido y tiene muchos años trabajando para la feria: Hay sitios de la Feria que yo nunca he visto. Con esa borgeana sentencia partí en mi expedición, acompañado de dos periodistas argentinos, Daniel y Pedro, en busca del Halle 5.1, donde se encontraban los pabellones de Latinoamérica, España, Italia y Turquía. Atravesando una plaza descubierta del fresco mediodía de Frankfurt, iba a perderme en la masa de cerca de 300.000 visitantes venidos de todos los rincones del planeta que espera la feria para esta 62 edición, que sólo dura cinco días. Una vez alcanzado el Halle 5.1 fuimos perdiendo la timidez y nos lanzamos, cada uno por x|su lado, tras los pasos de sus respectivas apetencias. Yo me dediqué a fotografiar los pabellones de las grandes casas editoras y de los países que veía en mi camino. Fotografié los libros de Israel Centeno que están en el stand de Periférica y luego, animándome a ir más lejos, caminé hasta el Halle 6.1 para tomar una foto en la que aparece el nombre de Alberto Barrera Tyzska en una pared de Gallimard. Sin proponérmelo, frente al stand de un grupo de editoriales mexicanas y españolas, llegué a coincidir en minutos con Ulises Milla, un amigo catalán llamado Miquel Adam, y Gustavo Guerrero. Pensé con asombro que en espacio de cinco metros me había encontrado a toda la gente conocida que no viajaba en el mismo grupo que yo, pero me equivoqué. A las pocas horas, en la recepción del Goethe, me encontré con Bernardo Infante. A la vida, sin duda, le encantan esos juegos. Dos días de la Feria se dedican a la visita del público, pero no hay venta de libros en los stands. Uno camina entre cientos de pabellones con mesas en las que siempre hay Prodavinci
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gente sentada comprando o vendiendo, pero licencias, no ejemplares. Todo el mundo está presente en la Feria del Libro. Se me antoja que es el Mundial de Fútbol de las letras. Caminé entre los pabellones de Turquía y de los países de la extinta Unión Soviética. Fotografié los de los países asiáticos. Hay editoriales que tienen verdaderas oficinas de negocios. Los pabellones son la carta de presentación de los países ante el mundo. La industria editorial de un país, expuesta en esa vitrina, dice más de ese país que los discursos en la ONU. La constante presencia (año tras año) en la feria es fundamental para sacarle cada vez más provecho. Los pabellones dedicados a Argentina son impresionantes, sin duda, pero los de México, Brasil y Colombia dicen mucho de cuánto esos países esperan ser tomados en cuenta. ¿Del Pabellón venezolano? Un modestísimo stand en el que se dejan ver unos cuantos títulos de Monte Ávila y otras editoriales venezolanas, entre las cuales se destaca una pared para textos políticos, deja ver que cuando los adeptos al gobierno dicen que ahora tenemos presencia en el mundo, no lo dirán por nuestra magra presencia en la cita editorial más importante de ese mismo mundo. Poco a poco vamos poniendo en práctica las estrategias adecuadas. Gastar sólo lo necesario en el almuerzo para que el dinero vaya rindiendo para las cervezas hacia la tarde-noche fue de las primeras que adquirimos. De hecho, después del vino ofrecido por el Goethe, me fui con Daniel a seguir conociendo las cervezas alemanas en los quioscos que están dispersos en una plaza que hay entre el Halle 3 y el 5, mientras se hacía la hora de la reunirnos para la cena. El clima, la infinita variedad de atuendos que se dejan ver en ese laberinto, bastarían para ver pasar las horas en ese encuentro en el que se mueven (aunque no se vea dinero más que en los quioscos) millones de euros en transacciones internacionales. En las cenas es de las pocas ocasiones que nos reunimos todo el grupo. El acuerdo tácito es que nos entendemos en español, aunque al rato sospecho que los brasileños podrían comenzar a hablar en portugués e igual los entendería. Alguien contó que había estado en el Halle 8 (¿cómo? Yo pensaba que su existencia era un mito). Las guías insisten en que ya estamos preparados para tomar el tren y el respectivo metro que nos llevarían desde el hotel a la feria. Yo lo pongo en duda, pero no digo nada. Las ganas de conversar mientras bebemos cervezas chocan con el maltrato de unos cuerpos que no terminan de reponerse del viaje. Mañana hay que pararse temprano. Quedan cuatro días de Feria. Nos despedimos con alegría, pero sin euforia. Un paréntesis antes del necesario final. No lo dije antes, pero mi salida de Venezuela estuvo plagada de contratiempos que yo reducia entonces a un asunto de estupidez y arbitrariedad. No hubo funcionario venezolano (desde la muchacha de acento gocho que se pavoneaba, enfundada en su uniforme de Guardia Nacional, con preguntas insólitas mientras me retenía el pasaporte en el primer chequeo; hasta la llamada a revisar mi equipaje frente a otros guardias a media hora de partir) que no hiciera su parte para darle el toque de suspenso a mi abordaje al avión con destino a Frankfurt.
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Me da por pensar, desde mi habitación de hotel en Mainz, que a la vida le encanta jugar a la cursilería. Pienso en todas las dificultades que las autoridades venezolanas interpusieron en mi camino hacia el vuelo 535 de Lufthansa, y me place pensar que se trataba de un fantasmal, desconocido, inconsciente impulso de regalarle un final con visos mágicos a esta segunda entrega: cada gesto de cada uno de esos funcionarios, que entonces consideré como estupidez o arbitrariedad, era el patriótico deber de “impedirme” el encuentro con esa vergüenza llamada “la participación oficial venezolana” en la Feria de Libros más importante del mundo. Aunque no sea verdad. Aunque sólo sea mi excusa para haberlo dicho. 07/10/2010 Hoy, por primera vez, regresé solo de la Feria al hotel. Comenzando a escribir la primera parte de esta entrega, estoy celebrando mi hazaña con una Beck´s. Pero no podemos iniciar la entrega con el final, así que a lo primero. A las siete de la mañana ya estábamos desayunando en el hotel. Nos esperaba una visita a la Biblioteca Nacional de Alemania, pautada para las nueve de la mañana. Fuimos atendidos por una funcionaria que nos ofreció un recorrido por todas las instalaciones. En esa visita supimos que la biblioteca nacional de Alemania tiene dos sedes: La de Frankfurt y la de Leipzig. También hay un archivo musical que funciona en Berlín, pero que pasará a la sede de Frankfurt. Todos los libros que se publican en Alemania deben enviar dos ejemplares a la Biblioteca Nacional, para alimentar sus dos sedes. Así, la de Leipzing, que es la más vieja, tiene 15 millones de títulos, mientras que la de Frankfurt tiene 9 millones. La razón de que existan dos sedes forma parte de una constante que todavía tiene secuelas en Alemanina: Aquella vieja división en dos, en la época inmediata a la postguerra. La de Leipzig era la de Alemania oriental (“Democrática”, que eso de las neolenguas no es para nada nuevo), y la de Frankfurt era la de Alemania occidental (o “Federal” que es el nombre que ahora une a ambas alemanias). Antes de construir su propia sede, inaugurada en 1997 con una superficie de 47 mil metros cuadrados, la de Frankfurt funcionaba en las bibliotecas universitarias. Dice nuestra guía que a diario se registran en la Biblioteca Nacional 2 mil nuevos títulos de cuanto libro se produce en Alemania. También los libros en alemán que se editan en Austria y Suiza pueden enviar los respectivos títulos para el registro, pero a diferencia de los editados en Alemania (que los obliga la Ley), aquellos lo hacen si les place. Según nos explicó la funcionaria que nos dio el tour, hay espacio disponible para ingresar publicaciones hasta 2030. El proceso de digitalización de obras es relativamente joven. Comenzaron en el 2006 y tendrán una centena de obras clásicas alemanas. El celo por el respeto a los derechos de autor hace que sean sumamente cautos con eso de digitalizar obras. Luego de eso tomamos un bus por primera vez, camino a la Feria. En esta visita es que comienzo a tener ocasión de sopesarla con menor aturdimiento ante sus colosales dimensiones. Es decir, comienzo a entender su sentido, a efectos de orientarme. Prodavinci
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En la Feria estuvimos en el Halle 3.0, en un intrincado stand K 375. Cada uno de estos “Halle” se organizan alfabéticamente de forma ascendente y son una pequeña ciudad en si mísmo. Allí la Stiftung Lesen (Fundación Lectura), en un stand entre manzanas completas dedicadas al comic y al manga, nos habló de sus actividades con el mismo entusiasmo que hablan todos los que trabajan con niños y libros. Supongo que es el mecanismo de defensa de todo aquel que asume tan ardua y poco comprendida tarea. El de manga, por cierto, es un culto universal que despierta unas pasiones que, aunque respeto, no termino de entender. Además de lo alucinante de los stands, había mucha gente con cara de seria, cerrando millonarios negocios. Al cumplir con las citas pautadas para el día, tuvimos ocasión de volver a hacer incursiones individuales a los sitios de la Feria que más nos interesasen. Cada quien hace sus propias rutas de lo que desea ver. En esta ocasión me dirigí con Pedro al pabellón oficial de Argentina. Es como una presentación de Argentina, organizada por el Estado. Es decir, cómo el Estado argentino (la cultura oficial) muestra su nación al mundo. En uno de esos interludios pagué una de mis novatadas. Pedí café y un sandwich de salami en uno de los cafés de la Feria. Me los sirvieron y me entregaron, junto a la taza y el vuelto, una pequeña moneda de plástico. Presionado por la prisa de la gente que quería ser atendida, despaché mi café, entregué la taza y, encogiéndome de hombros, guardé la fichita en mi bolsillo. Cuando me encontré de nuevo a Cecilia, una de nuestras guías, aproveché y le pregunté. Ceci, ¿Para qué son estas chapitas de plástico que me dieron cuando compré un café? Es para que devuelvas la taza. Cuando la devolvés te devuelven, qué se yo… un euro. Pero… ¿sí ya devolví la taza? Y, bueno, te llevás un souvenir que te costó un euro, me dijo sonriendo. Argentina lleva a la Feria más de 70 autores. El día de la inauguración oficial logré conversa con Ariel Magnus, pero no hemos vuelto a coincidir. El pabellón argentino, como ya lo dije, es diseñado por el Estado argentino. Allí descubrí que, con pequeñas diferencias de estilo y mayores diferencias de realidades económicas, el neopopulismo es endémico de la región. Apenas entrar, un inmenso mural nos daba la bienvenida con fotos, no de Borges, ni de Cortázar, o Mafalda o Carlos Gardel. No, el muro mostraba un collage de fotos de Cristina Fernández saludando feliz a la multitud. “Dándose un baño de pueblo”, como dicen por nuestros caribeños lares. Frases alusivas a los 200 años, dándole la ligeramente torcida lectura que conviene al poder de turno, adornan los distintos espacios del pabellón. Como el pabellón está relacionado con literatura, podemos ver un aparador exhibiendo un vestido de Eva Perón, junto a un libro denominado algo así como: “Mi obra de ayuda social”, de su firma, por supuesto. Y así, al margen de ese empeño de los gobernantes de turno de ver el uso de los recursos del Estado como una donación de su peculio, el pabellón deja ver una galería importante de nombres argentinos, acompañado de extractos en Prodavinci
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español, con su respectiva traducción alemana, de sus obras más reconocidas. En muchas ocasiones, los libros están exhibidos junto a proyecciones de sus versiones fílmicas. Obviamente, los nombres que hacen la tradición argentina, se encuentran presentes. También hay algo de ese imaginario que proyecta a Argentina por el mundo: Carlos Gardel, Ernesto Guevara, Evita, como ya dije… El pabellón dedicado a literatura argentina es muy sólido. Su presencia allí en condición de invitado de honor es el resultado de una tradición hecha por generaciones de autores argentinos. De hecho, para lograr esta invitación los países deben tener una trayectoria como la exhibida por Argentina, no sólo en su propia tradición, sino en su presencia constante en la feria durante varios años. Es una forma de reconocer la solidez de una tradición literaria y editorial. No olvidemos que antes de que muchos sellos argentinos fuesen absorbidos por la actual industria editorial española, eran muchos de esos sellos, precisamente, quienes se encargaron de dar a conocer a algunos de los autores de boom, por destacar uno de sus méritos. En este momento la inmensa inversión argentina en la Feria de Frankfurt debe estar dando sus frutos en proyectar el imaginario de la cultura argentina, y sus autores y sus obras, en el inmenso mercado editorial mundial. Sólo la traducción y edición de algunos de esos autores en el mercado alemán, ya es una ganancia inmensa. Eso sin hablar de todas esas mesas de negocios en las que se ve asiáticos, árabes, hindúes, europeos, cerrando negocios para llevar títulos y autores a sus sellos nacionales. Como ya lo dije, hoy regresé por primera vez al hotel por mi propia cuenta. Salí de la Feria y tomé el metro a la estación central de Frankfurt y luego ahí, tratando de enteder el complicado sistema de rutas del tren alemán, descubrir por qué el S8 es el único que me puede llevar desde la Central Hanptbahnhof a Mainz Hbf, en la vía a Wiesbaden. Es decir, por primera vez, todas esas palabras tuvieron un atisbo de sentido orgánico en mi cerebro, que se interpreta así: desde la estación central de Frankfurt, hay una línea (la S8) que va hasta Wisbaden, y me deja, antes de llegar a su destino, en Mainz hbf, a dos cuadras del hotel, en la ciudad de Mainz, a unos sesenta kilómetras en otro estado de Alemania. Escribiendo la primera parte de esta entrega, todavía estoy celebrando mi “hazaña” con una Beck´s. Estoy celebrando haber comprendido lo que nunca iba a hacer de la mano de las guías. Y conocer la experiencia de sentirme perdido, de perder un tren (y esperar el próximo de esa ruta, que pasaría media hora más tarde), y la experiencia de escuchar a mi alrededor perdiendo, además, toda esperanza de que alguno de esos fonemas que me rodean y pasan aprisa puedan entender una pregunta que ni siquiera tengo muy claro cómo intentar formular. Estoy celebrando, más exactamente, la oportunidad de volver a tener, once, doce años. Esa hazaña de perderte y resolver el extravío, balbucear una pregunta en un precario inglés y entender un poco la respuesta. Pedir pizza, cervezas y café en una tiendita, acompañado por el atardecer de Mainz, en esa hora helada y lánguida en que la ciudad comienza a devolver a la gente a sus casas, luego de un día más de ganarse el pan. Sentirme un poco uno más, parecido a esos que vuelven a sus casas en Caracas, pero distinto. Porque, con toda las vívidas diferencias, a la final es la misma sensación, aquí y allá. Con Solera o con Beck´s, volver al calor de la casa (o del hotel). Prodavinci
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08/10/2010 El viernes inició con la rutina de costumbre: desayunar en el hotel (vale acotar que el desayuno del Advena es excelente) y caminar la cuadra que nos separa de Mainz hbf. Una vez en Frankfurt, tomamos otra ruta que nos llevaría a la sede del GoetheInstitut, en Diesterwegplatz. Allí nos esperaba una reunión para explicarnos acerca del Litrix Project. Se trata de un proyecto de esta institución que tiene por intención fomentar la traducción de autores alemanes a otros idiomas. Durante mucho tiempo se pensó que la literatura alemana era difícil de traducir, que no sería fácil de comprender fuera de Alemania. Las nuevas generaciones de autores echan por tierra esa idea, ya que hablan de los temas que hablan todos los autores jóvenes de todas partes del mundo, las mismas angustias, los mismos problemas. A eso ha contribuido, en buena medida, la inmigración. Muchos de esos autores son hijos o nietos de inmigrantes. No sólo están hablando de los temas que están sucediendo en buena parte del mundo, sino que con su comprensión del idioma, con su aclimatación de palabras, están enriqueciendo el idioma alemán. De todo eso está al tanto la gente que lleva ese programa, por lo que se dedican a fomentar la traducción de esas experiencias a otas lenguas, a través de un cofinanciamento de los honorarios de los traductores. Bajo este programa se apoya la traducción de entre 250 y 260 libros anuales. Luego de esa reunión volvimos a la Feria. Nuestra siguiente cita sería con la Asociación de Escritores Alemanes. Esta asociación se alió al sindicato Verdi, que es uno de los más grandes de Alemania, e incluye a diversos sectores de servicios, para fortalecer su lucha por las reinvindicaciones de los escritores. Tarifas, editoriales que han recibido quejas, pensiones de vejez, son partes de los temas de esta asociación que tiene más de 4.000 miembros. Eso sí, para recibir su cobijo se debe facturar por encima de los 3.400 euros anuales en trabajos relacionados con la escritura. Es decir, es un gremio de escritores profesionales, y como tal los defienden. Concluida esa reunión, me desplacé hasta el Hall 6, donde están algunas editoriales europeas, para una invitación a almorzar que me había hecho Gustavo Guerrero, el venezolano encargado de America Latina para la francesa Gallimard. Estaban contentos en ese stand. Un gran afiche con la foto de Mario Vargas Llosa permitía inferir que son ellos sus editores franceses. Y ese ambiente de celebración se respira en diversos stands, como el de Alfaguara, por supuesto, que durante el día de ayer recibieron la noticia del premio con un brindis. Yo la recibí tarde, en la sala de prensa. Es decir, me perdí ese emocionante momento en que la editorial inició la celebración de una noticia que estaban esperando con los dedos cruzados. En adelante, la VargasLlosamanía se comenzó a colar entre la imperante argentinomanía de la Feria. El almuerzo con Guerrero discurrió entre el innombrable tema que reúne a dos venezolanos cuando se ven, y otros más amables, como la literatura. Hablamos de la presencia de Barrera Tyzska en el Short List del Premio Fémina, de Federico Vegas, de Oscar Marcano y de varios autores jóvenes venezolanos, como Gustavo Valle. Al consultarle acerca de cómo era exactamente que se llevaban a cabo las negociaciones en los sellos durante la Feria, me invitó generosamente a que lo acompañara a una reunión que tenía pautada luego del almuerzo, para que viera personalmente de qué Prodavinci
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va el asunto. Por supuesto, no desaproveché la oportunidad. ¿Viste? El asunto es tener garra, creer en nosotros como esta gente cree en ellos, fue la frase que me regaló luego de la reunión, y que me quedó dando vueltas en la cabeza luego de que nos despedimos. La próxima hora la dediqué a tomar fotos. Las fotos hacen su propia crónica. Caminé hasta que me sentí agotado. En un pasillo me encontré al último venezolano que me faltaba por tropezar en la Feria: Leroy Gutiérrez, con el que contrasté impresiones de la feria, y luego cada quien siguió su camino. Consulté el reloj. Disponía de un par de horas hasta las 6 de la tarde, en que me reuniría con el grupo para cenar. Doy una última vuelta por alguno de los Halle. No encuentro a nadie. El aire libre me llama a gritos. No puedo resistirme más y salgo a la tarde de ese viernes. Es un otoño increiblemente benevolente. Y no lo digo yo, que no sé más allá de lo que mis alucinados ojos no dejan de disfrutar. Lo dicen los alemanes. Qué hermosa tarde con sol les ha tocado, repite Cecilia una y otra vez, y yo logro entender que si eso no es un milagro, es al menos una experiencia que merece ser contemplada con gratitud. Yo, un caribeño, adorando al esquivo Dios Sol de los germanos. Salgo entonces a la plaza que está en el centro de la Feria. Es un espacio abierto enorme, amurallada por los cuatro costados por las largas estructuras que conforman el complejo. Es tan amplia que un conjunto de microbuses hacen la circunvalación permanente para evitarle a la gente el tener que desplazarse a pie por esos extensos pabellones. Salgo al fresco de esa tarde otoñal de Frankfurt. Disfruto en soledad de contemplar los pequeños grupos en acción. Aquí un padre turco le compra unas salchicas a sus dos nenitos, allá una pareja de alemanes muy jóvenes se abrazan en silencio viendo pasar a la gente, en aquella esquina una pareja de ejecutivos asiáticos parece estar resumiendo la jornada. En una mesa, una señora de aspecto caucásico le busca conversación a su compañero de mesa. El hombre le responde en un trabajoso alemán que él no habla alemán. Es Griego. El sol está radiante y el cielo absolutamente despejado. Su azul es pálido, de un índigo desteñido, prístino, hermoso en su diferencia con respecto a mi intenso azul caraqueño. Hacia los bordes sigue palideciendo hasta tornarse casi blanco. Helados y cervezas se consumen a gusto. Los dueños de los quioscos trabajan afanosos pero contentos. Pudo haber sido una semana de lluvia. Y, en cambio, ahí está toda esa gente, disfrutando de ese otoño, sentada al descampado, orando sin saberlo al Dios Sol. Yo los acompaño a lo largo de tres cervezas. Hoy es el último día de negocios. Sábado y domingo son para el público. Mucho ejecutivo ya está en su hotel haciendo sus maletas. No soportan los días de público. No se puede ni caminar, comentan. Si no hay venta, ¿para qué hay días de público? pregunto. Algunos dicen que sí hay venta “bajo cuerda” los fines de semana. Intuyo mi propia teoría de la conspiración. De miércoles a viernes se hicieron todas las transacciones que se iban a hacer. Nadie quiere tener que volver a casa con el peso de los libros. Los días de público son para que la gente (comprando, pidiéndolos o Prodavinci
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simplemente llevándoselos “en un descuido”) aligere las cargas de las maletas. Llegan con pesados libros, se van con pesados contratos. Echo un vistazo en torno. La tarde soleada, la gente alegre al aire libre, las mesas llenas de gente bebiendo cerveza y charlando alegremente, todo ayuda para que el último día de “laburo” tenga un inconfundible ambiente de fiesta. Y ese ambiente de fiesta nos produce la etérea pero insistente sensación de ver el mundo hecho de una sola pieza. De que negros, malayos, árabes, caucásicos, chinos y latinos somos los ingredientes de esa masa de única hechura. De que ese vistazo nos infunde la descabellada idea de que las fronteras son inútiles y mezquinos inventos humanos. O quizá no es tan descabellado. Quizá hay algo ahí a lo que no terminamos de llegar. Quizá, como dice Borges, condenados como estamos a no entender nunca lo fundamental, “hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo. Nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música”. Eso, precisamente esa melancólica impotencia, fue lo que experimenté esa tarde otoñal bajo el cielo de Frankfurt. 09/10/10 Comenzamos la mañana en la sede de Litprom, en los espacios de la Feria. Se trata de un proyecto que apoya la traducción de la literatura de África, América Latina y Asia, al idioma alemán. El Litprom funciona desde 1980. Su labor consiste en fomentar en las editoriales de habla inglesa (alemanas, austríacas y suizas) el interés por obras de esos países, a efectos de apoyar su traducción. Es un equipo pequeño que tiene diversos programas para estimular la lectura y divulgación de la literatura poco conocida de otras lenguas, al público alemán. El Ministerio de Relaciones Exteriores alemán apoya este proyecto con 60.000 euros anuales. Sus cifras no son muy ambiciosas, aunque demuestran trabajar con una gran fe en lo que hacen: Desde 1987 han traducido un total de 167 títulos del español, 141 del inglés, y 96 del árabe, por nombrar algunos idiomas originarios. Manejan una base de datos de libros publicados para promover su venta, a efectos de que las editoriales no resten apoyo a los títulso que publican bajo el patrocinio de dicho proyecto. Al salir de allí, volvimos a la sede del Goethe-Institut, donde tendríamos una reunión con el presidente del Instituto de Literatura de Leipzig. Allí pudimos conocer algunos aspectos del funcionamiento de este centro de formación profesional de escritores, que recibe cada año entre 600 y 700 postulados (que terminan reduciéndose a 50), quienes obtendrán una formación de dos años, con posibilidad de optar al master, el cual debe culminar con la presentación de una novela. Toda una generación de autores entre 25 y 40 años ha egresado del Instituto Leipzig, que les ofrece una educación con mayor peso en lo artístico que en lo académico. De ahí volvimos a la Feria. El sol repetía el espectáculo del cielo azul del día anterior. Hoy se esperan más visitas, ya que al cerrar la ronda de negocios, se abre el acceso al público. Ese cambio se siente tanto en los andenes del tren, como en los puntos de Prodavinci
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acceso a la Feria. Antes de la Feria fuimos a comer a un típico restaurant de Frankfurt. Camino al restaurant, unas seis cuadras de donde estábamos, me dediqué a tomar fotos a los hermosos edificios de esa apacible ciudad, en la que no se ven perros deambulando sólos por las calles, ni buhoneros ni gente pidiendo, y sí, en cambio, conejos silvestres pastando campantes en una vieja plaza de la ciudad. En el restaurant, y por insistencia de nuestras guías, no pude dejar de probar el vino de manzana, una bebida típica de la región que si no le pones cuidado es capaz de tumbarte en dos vasos. Vale acotar que las raciones de la comida alemanas son descomunales. Por segunda vez tiré la toalla ante el plato. Esta vez se trató de un lomo de cerdo que me mantuvo en estado de hibernación por espacio de unos veinte minutos, durante el camino en tren a la Feria. Allí nos esperaba el espectáculo de los Cosplay, según me explicó una amiga brasileña que se llaman. Son las encarnaciones de los personajes de Manga y de otros Comics, que deambulan por los espacios de la Feria, disfrutando de la efímera sensación de ser protagonistas de la velada. Son chicas alemanas que pasean por todos los espacios, luciendo sofisticadísimos disfraces, regocijándose en el hecho de posar para los turistas, como si estuvieran desfilando por la alfombra roja de algún glamoroso festival de cine. No aguanté la tentación y le tomé fotos a varias de ellas. Basta mostrarles la cámara para que te regalen su mejor pose. Ya llegará la noche. Ya acabará el encanto. Mientras, son divas en su mejor momento. Hay que preparar milimétricamente la estadía en la feria para aprovecharla al máximo. Decenas de eventos se suceden a diario, y si no estás informado de sus coordenadas con precisión, te los pierdes. Ayer me perdí un encuentro de Grass con el público. Hoy me desquité asistiendo a una entrevista que una periodista del Clarín y un presentador de un programa de televisión le hicieron a Juan Gelman. A pesar de la falta de pericia de los entrevistadores de llevarlo a su terreno, un Gelman lento para hablar ofreció esa paz y esa felicidad que produce asistir a la manifestación de la sabiduría, ese estado elevado de dudar cada vez más de toda certeza, pero con absoluta certeza. Ya son las seis de la tarde. Gelman deja un vacío en el forum. Las sillas desordenadas, la mesa del panel vacía, algunas personas comentando lo visto, son el decorado de una inmensa ausencia. Volvemos de vuelta a nuestro conocido punto de encuentro, cuando de pronto, caminando viendo el atardecer por los ventanales de la Feria, caigo en cuenta de qué es lo que percibo en el ambiente. Qué hace que esa tarde sea distinta a todas las anteriores. Y es que los que tienen toda la semana visitando la Feria no pueden evitar el cansancio, que aplasta hasta las mejores ganas de exprimirle el jugo al evento. Toda energía, por atómica que llegase a ser, comienza a diluirse irremediablemente. Son las seis de la tarde del sábado y una languidez persistente es la encargada de bajarle el tono gradualmente (junto al color del cielo) al ímpetu. Los visitantes consuetudinarios arrastran sus pies hasta la estación de trenes. Ya sólo resta la clausura, que se llevará a cabo mañana. Hoy decidimos cenar en el hotel, en Mainz. Algunos ya les tocará hacer maletas en Prodavinci
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pocas horas para viajar a sus países. Brasil, Argentina, México, Venezuela y Honduras, poco a poco nos recibirán de vuelta. Aunque nuestros cuerpos piden descanso, nos vamos un pequeño grupo a conocer una zona comercial de Frankfurt. Son nuestras últimas horas en esa ciudad encantadora. Los domingos, todos los negocios cierran religiosamente, nos advierte Cecilia, quien nos regaló, en contraparte a la inminente despedida, la vista nocturna de la ciudad de Frankfurt desde un mirador ubicado en la parte más alta de un centro comercial. Subimos las escaleras escuchando a los mismos (a los efectos, claro) músicos bolivianos tocando melodías típicas, como si estuviésemos en Sabana Grande y no en otro continente, separados por el vasto Atlántico. Allí, mientras subíamos y llegábamos a nuestro destino, pudimos contemplar lo que hace de Frankfurt una ciudad del mundo. Muchos de esos cuatro millones de turcos que hicieron de Alemania su hogar caminan asimilados a esa cultura mayoritaria, confundiéndose entre los propios alemanes, entre latinos, coreanos y africanos. Parejas de hindúes pasean a sus bebitos. Parejitas de alemanes se besan en los rincones. Una hermosa negrita destaca (y a la vez se confunde) en un grupito de chicas que conversa de sus temas en un banco de un bulevar. Al llegar al mirador vimos a la deliciosa Frankfurt en todo su esplendor. Sus características torres se siluetean contra el cielo que oscurece con prisa. Allá el río, acá unas calles empedradas. Un tranvía atraviesa con solemnidad una calle, mientras unos patineteros, minúsculos, ignoran estar duplicando las mismas escenas que se escenifican en el mismo momento en decenas de ciudades de todo el mundo. Nos regalamos unos pocos minutos para tomar fotos, y bajamos corriendo antes que nos dejara el tren que nos llevaría de vuelta a Mainz. Esa noche la cena estuvo cargada de la euforia natural de toda despedida. Antes de dormir, y para despedir a Daniel, que se devuelve a primera hora de mañana, nos fuimos al encuentro de la fría madrugada de Mainz. Grupos de muchachos buscan diversión en la helada noche. Los pubs y bares están llenos. No es raro ver a tres chicas, con minifaldas y abrigos, caminar a las dos de la madrugada, con absoluta despreocupación del entorno. Cada quien busca su espacio y deja pasar el mundo. Luego de un par de cervezas en distintos sitios, y de caminar varias cuadras de la ciudad, nos devolvimos al hotel. Eran un poco más de las dos de la mañana. Yo tengo un despacho que redactar. Estamos destruidos. Mañana es el cierre de la Feria. Ya echo de menos a Frankfurt, pero muero por estar con mi familia. En el próximo despacho estaré hablando de la clausura. Gracias, vida, por este regalo. 10/10/10 Un estruendo de campanas me recupera del hondo pozo de mi sueño. Son las 10 y algo de la mañana del domingo. Estuve escribiendo y colgando información de la Feria desde mi cuenta de Twitter, como hasta cerca de las cinco de la mañana. Sospecho que cuando el cuerpo decida recuperar el déficit de sueño que vengo acumulando durante esta agitada semana, dormiré al menos cinco días. Aunque ya se acabó el programa de visitas, la idea no es dormir todo el domingo en una habitación de hotel, Prodavinci
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mientras, a pocos pisos, una hermosa ciudad alemana ofrece sus colores, su fresco clima y su llamado a caminar por sus aceras asoleadas por última vez durante este viaje. Por eso, y aunque desperté sintiendo que había jugado los dos tiempos de un rudo partido de fútbol, luego de desayunar nos fuimos a conocer el Gutenberg Museum, a unas cinco, seis cuadras de nuestro hotel. ¡Cómo perderse esa oportunidad! El Gutenberg Museum está ubicado detrás de la Catedral de la ciudad, en el 5 de Liebfrauenplatz. La zona es un feliz sueño dominical. Una inmensa plaza empedrada rodeada de caserones antiguos y de terrazas con mesitas en las fachadas de estas, donde la gente desayuna, toma café y disfruta del espléndido otoño de esta pequeña ciudad alemana. Por 5 euros se tiene ocasión de recorrer los cinco pisos del museo, en los que se puede encontrar una historia gráfica de la evolución de la imprenta en el mundo. Las prensas de la época, una visita guiada en la que se explica cómo era ese engorroso proceso, la imprenta en el mundo oriental, la evolución de sus procedimientos a lo largo de la historia de Europa, y muchos libros antiguos son parte del universo que espera a los visitantes de ese museo. Un ejemplar de la Poética Astronómica de Gaius Julius Hyginus, de 1492, es de las piezas que se pueden apreciar en sus vitrinas resguardadas con espesas láminas de vidrio. También el Katechismus de Martin Luther, de 1553, un Don Quijote de 1780 y diversas ediciones antiguas de La Biblia se exhiben al público, con la expresa prohibición de ser fotografiadas. Pergaminos, tipos reales de la época y varias imprentas a escala natural son parte del atractivo del museo. De allí partimos rumbo a Frankfurt, para despedirnos de la feria. El acto central de esta quinta jornada lo conforma un encuentro entre el poeta argentino Juan Gelman con el escritor islandés Goubergur Bergsum, quien fue el encargado simbólico de recibir el testigo de la feria, que pasará en 2011 a tener como país invitado de honor a Islandia. Junto a los escritores estuvieron Brigitta Asshcuur y Michael Schmitt, en la lectura pública de textos en lengua alemana y en la presentación del encuentro, respectivamente. Al finalizar el evento se hizo un brindis con los equipos de organización de ambas ferias. Los argentinos lucían cansados pero contentos con los resultados. Los pasillos comenzaron a vaciarse. Donde en los stands lucían libros, ahora estaban catálogos ocupando los espacios. En algunos casos las editoriales vendían los libros al público, pero en otros simplemente comenzaron a embalarlos. Las cusplayers ya aburren un poco, de lo tanto que pululan por todos los rincones. Me vuelvo a tropezar con Leroy Gutiérrez y me invita un café en unos de los tantos sitios de comida que hay en la Feria. Conversamos un rato y luego nos despedimos. En pocas horas, él volverá a Berlín y yo a Caracas. Me fui a buscar algo de comer y a despedirme de la Feria privadamente. Recorrí sus espacios asegurándole que se trataba de un hasta luego. Que algún día volvería a patear sus infinitos corredores. Y lo decía, caminando entre la gente, con la misma certeza de que ella estaría allí cuando me tocara regresar. Y así, se va percibiendo el peso del adiós. Se siente cómo poco a poco la feria se va despojando de ese sabroso zumbido conformado por las múltiples lenguas del mundo llenando de ecos sus rincones. El silencio, como ese atardecer de domingo, iba Prodavinci
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cubriendo todos los espacios de ese gigantesco complejo, avanzando irremediablemente. Algo de melancolía produce la constatación del fin. El cada vez más pequeño grupo que somos se dispersó completamente. Ya muchos han retornado a sus hogares. Los cinco que aún pasaremos esta noche en Mainz, un poco envalentonados porque ya sabemos movernos tanto en la Feria como en el sistema de trenes, estamos cada uno de nuestra cuenta. Bajé al subterráneo en dirección a la estación Central. Me asombró la seguridad con la que comprendí las señalizaciones y me dirigí al otro andén, vía Wiesbaden (visbaden, dicho con holgura), hasta Mainz hbf. Al llegar a Mainz hbf, me compré una Beck´s y caminé rumbo al hotel. Bendita Alemania, en la que destapas una cerveza en medio de la calle y caminas entre la gente, bebiéndotela, con la naturalidad del que hace algo feliz. Espero encontrarme con el grupo para cenar y despedirnos. Y así como me parecía normal caminar entre las hermosas calles de Frankfurt, algún día comenzará a parecerme algo remoto. Pero queda la constatación de sus calles, de la tolerancia de su profusión étnica, de sus trenes puntuales y de sus comidas. Y de sus cervezas. Un otoño espectacular decidió sellar esos recuerdos con el sino de la felicidad. Más de 400 fotos, algunos libros, buenos contactos, nuevos amigos, mucha información, unos recuerditos para los seres queridos, una comprensión más cabal del negocio del libro y el cálido recuerdo de estas calles, me acompañarán en mi regreso. Sólo queda agradecer a la embajada de Alemania en Venezuela, al Goethe-Institut, a Prodavinci y a tantos amigos y seres queridos que hicieron este viaje más feliz, el que pueda haber materializado estas crónicas de la feria del libro más importante del mundo, desde la ciudad alemana de Frankfurt. También agradezco la amabilidad de nuestras guías alemanas, Cecilia y Franzizka, y a todos los compañeros latinoamericanos con los que compartí esta inolvidable semana. Y, por supuesto, un cálido agradecimiento a todos los lectores de las crónicas y a todos los amigos que multiplicaron a través de twitter los tips que he estado enviando a lo largo de estas noches. Cuando uno ya se acostumbra a una situación, la vida nos recuerda que no es menester quedarnos, si no proseguir. Que sea sólo la primera. Caracas, vuelvo a tus brazos.
This entry was posted on Thursday, October 14th, 2010 at 4:49 pm and is filed under Artes You can follow any responses to this entry through the Comments (RSS) feed. You can leave a response, or trackback from your own site.
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