Prologo. Hugo es un gran observador. Sabe captar lo esencial que

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Story Transcript

Prologo Hugo es un gran observador. Sabe captar lo esencial que hace y define a los individuos, no solo en su apariencia que describe excelentemente con pocas y certeras palabras, sino en lo más importante, en la personalidad del protagonista que pone en escena para cada uno de sus cuentos. Para ello recurre a crear situaciones y ambientes que el lector pueda visualizar, con un estilo narrador muy directo y particular, con sonidos que al leerlos se sienten, logrando acercarlo muy próximo, y así posibilitarle estar presente y vivenciar el cuento. Esto es lo que hace muy atractiva la lectura, primero sintonizarse con el protagonista principal, luego imaginar la acción y los comportamientos, al punto que a veces el mismo autor puede estar autodefiniéndose, o pretende involucrar hipotéticamente al lector en la historia. Tiene el atractivo de que cada cuento es una unidad no emparentada con los otros. Esto es que implican situaciones de índole muy distinta y variada. Así también cada unidad depara una agradable sorpresa en su planteo y resolución, con la creatividad que también muestra singularmente en otros campos de su actividad, como son la pintura y la poesía.

Enrique Aste

EN SOLEDAD

Para variar, Claudia otra vez llegaba tarde. Entró al club tambaleándose sobre unos zapatones de tacón alto. Se sentía cansada y dolida. Carlos había estado cruel esa mañana. Todos esos insultos sin venir a cuento. Los celos, los absurdos celos, y todo por hablar unos minutos con Alberto. Que me estaba insinuando decía, que si el escote era exagerado, que si la mirada era atrevida. Como si Alberto fuera a perder el tiempo conmigo con todas las mujeres que tiene. En ese momento golpearon la puerta para avisar que quedaban diez minutos para salir a escena. Rápidamente se puso un vestido rojo de lentejuelas bien ajustado acomodándole las plumas castigadas por el uso, llenó su cuerpo de bisutería barata y se roció casi ahogándose con "Fragancia de mujer", regalo de cumpleaños de Conchita, comprado seguramente en las rebajas pues tenía la etiqueta del precio sobre otras tantas. Bebió de un trago otra copa de ginebra y decidió aprovechar los minutos que le quedaban para vagar frente al espejo, ese traidor que siempre delata el paso de los años. Se vio finalizando su actuación. Había estado sublime, lo había hecho tan bien, que hasta Carmela, alias la Rencores, la había felicitado. Sentía la mirada de los clientes desnudándola salvajemente. Quizás Carlos tuviera razón con eso de los celos,

pero una artista no puede defraudar a su público y debe entregarse por completo. Aplausos, aplausos, quiero más aplausos. Eso es, así, así. Pídanme otra canción. Flores, muchas flores. Flores en el escenario, flores en el camerino con una tarjeta rogándome una cita. Hoy la pantera está inspirada, apasionada, sensible, ambiciosa, frágil. Hoy la pante... Golpearon la puerta bruscamente. !A escena! gritaron desde el otro lado. !Y deja ya de beber que luego te ocurre lo de siempre, so mariconazo! El espejo otra vez, insobornable, mostrando la cirugía de labios y pómulos mal hecha, mal llevada, mal interpretada. Maldigo tu estampa cirujano de pacotilla y maldigo mi desgracia por no ser lo que quiero y que mis lágrimas no alcancen para ahogarme en esta inmensa pena que tú, Dios, Diosito mío, me has regalado y no sé agradecerte... Volvieron a golpear la puerta y otra vez retumbó todo. Se movieron las ideas, se quebraron los sueños y se hicieron mil pedazos las estrellas en el firmamento de la infeliz aspirante a estrella. Pintó sus labios con un carmín violento, se secó los ojos y volvió a pintárselos, le dio el último retoque a sus pestañas postizas y disimuló la barba con bastante crema. Al salir se aseguró bien de que el sujetador estuviera bien relleno. La noche anterior por un despiste, o por

una copa de más, se había dejado sus encantos en el camerino. Desde el pasillo escuchó un hilo de voz que sin ganas la anunciaba. Salió al escenario llena de ilusiones dispuesta a triunfar con un repertorio nuevo, pero se encontró con la sala semivacía, apenas unas mesas, un grupo de señoritos borrachos que estaban de despedida de soltero. Comenzó su actuación nerviosa ante la indiferencia del público. Las carcajadas y chiflidos no se hicieron esperar. El playback soltaba un sonido gastado. A los pocos minutos los señoritos ahogados en alcohol comenzaron a animarse y tarareaban la canción acompañándola a los aullidos. A ella, tan descocada y desubicada, le dio por cantar a viva voce olvidándose del playback y se atrevió con un osado striptease ante la horrorizada mirada del gerente que le hacía gestos para que dejara de hacer estupideces. Al pretender dar un paso cual bailarina en el lago de los cisnes, se le enganchó una pulsera en lo que le quedaba puesto del vestido, pegó un tirón para zafarse, y zaaaaaaaas, se rajó de punta a punta, quedando expuestas ante todos sus joyas verdaderas. Pronto esas gargantas anestesiadas ya por el alcohol de garrafa, despertaron con risas, carcajadas estruendosas, pitos, groserías indescriptibles y sonoros chiflidos de burla. Y esa era al fin y al cabo su realidad, el dos más dos son cuatro, enfrentarse cada noche a un grupo de

energúmenos que le gritaban de todo. Pero esta vez ella explotó, aferrada al micrófono, con el playback que continuaba ajeno a semejante escándalo, se encaró con los agresores y les soltó un no entendéis nada de lo que es éste arte, pedazo de burros, yo soy una artista de los pies a la cabeza y ni siquiera vosotros, cavernícolas descerebrados, me vais a impedir sentirme como una mujer. Tuvieron que bajar rápidamente el telón porque los botellazos y demás objetos se veían venir. Al gerente del local con un ataque de nervios tuvieron que sujetarlo entre cuatro luego de coger a Claudia del pescuezo y arrancarle la peluca a manotazos. Al volver a casa, encontró a Carlos despidiéndose de Marta, la del club Los Nardos. Después de un cruce de miradas donde saltaron chispas, subieron las escaleras en silencio. Carlos miraba televisión, comía los restos de una comida insípida. Carlos era su mundo, el universo donde giraban sus ilusiones, era su hombre. Ella una muñeca sin cuerda. Carlos era la divina juventud a quién le consentía todos los caprichos con tal de que no se fuera. Ella un saco con una vida cargada de errores y una vejez apresurada. Ya en la cama, Carlos bramó: ¿Te han pagado hoy? Porque yo necesito dinero. No, pero algo tengo. Pensé que ayer ya te había dado. Pues piensa menos y gana más, que con esto no duro ni dos días y te estoy acostumbrando mal. Mira que

como me cabree, me largo. Mejor ganado hay pastando en otros lados. Bueno, no te enfades. ¿Sabes? esta noche me han aplaudido a rabiar. El local estaba lleno y entre el público había un empresario. Quiere que salga de gira este verano con su grupo. Solo se interesó por mí. También me dijo que podríamos actuar en algún país extranjero, ¿te imaginas?, si, en el extranjero, donde se triunfa de verdad Es fantástico, ¿no te parece? Esta ciudad se me estaba quedado pequeña. Lo peor es que no sé cuánto tiempo estaré fuera, ya sabes como son las giras, un día aquí, otro allá, pero si quieres, me quedo, por ti tesoro sacrifico mi carrera. No quiero que me extrañes, además, seguro que vas a aprovechar mi ausencia para engañarme con alguna, que te conozco. También podrías venir conmigo, con tus habilidades conseguirías algún trabajillo y ganar algo de dinero. Podemos comenzar una nueva vida, los dos, siempre juntos. Ya sabes lo que te quiero. Además, el extranjero debe ser muy bonito, siempre he querido conocer ciudades nuevas, otra gente. Los artistas allí deben ser tan diferentes, lo malo va a ser el idioma, pero bueno, con mi talento no necesito hablar en otro idioma, que se acostumbren al español, vaya. Se quitó la peluca, rezó un avemaría, apagó la luz del techo y encendió la de la mesilla y se quedó leyendo. Carlos, roncando como un cerdo, ya hacía un buen rato que dormía.

HOY ME DEJO PATILLAS

Hoy me dejo patillas, lo he decidido. Sí. Como lo oyes. Quiero tener un nuevo look. Sé perfectamente que a ti no te gustan y te voy a hacer rabiar un poco. No me pongas esa cara porque esta vez no voy a ceder. Yo también quiero un poco de protagonismo, que se fijen en mí. Ya esta bien que cada vez que te saco de paseo, tu seas la única que recibe cumplidos. Que si un cuerpo perfecto, que si el pelo brillante y tan bien cuidado, que si las uñas bien cortadas, que si tan limpia y obediente. Además, estoy harto de que nunca te preocupes por mí. Yo sin embargo, cuidándote y mimándote siempre. El collar más elegante, las galletas que más te gustan, una vez a la semana te baño y cuando llueve te pongo tu capa que hace juego con las botitas que te compré en nuestro último viaje a Europa. Ya está bien. De vez en cuando yo también necesito que se ocupen de mí. Así que ya lo sabes, hoy me dejo patillas. Mientras tanto, Kuka, la perra, seguía indiferente mirando a su amo.

DESANDANDO ANDENES

No podría decir el

tiempo que había transcurrido desde que el tren se puso en marcha. Quizás diez minutos, una hora, tres horas tal vez. Estaba tan concentrado mirando a esa mujer que tenía dos asientos delante de mi, que perdí la noción de todo lo que me rodeaba. Billete, billete por favor. Si, claro, claro, el billete. Disculpe, estaba distraído. No se si por casualidad o con alguna intención, coincidieron nuestras miradas. Me hizo un gesto de aprobación y con un dedo señaló la puerta. Salí hacia el vagón donde se encontraba el bar y me senté en una mesa esperando ilusionado que apareciera. Tardó bastante, pero al fin estaba allí, entrando, buscándome con esos ojos verdes como esmeraldas. Pero no se inmutó con mi amago de saludo, se sentó en otra mesa, ignorándome por completo, mirando la noche por la ventana. Al rato, se acomodó a su lado un señor impecablemente vestido, tenía como manos dos garfios de acero que utilizaba con gran maestría. Luego apareció un enano calvo con joroba que hablaba a gritos y parecía tener muy mal humor. Y para completar la mesa, surgió de la otra punta del vagón una mujer mayor, llevaba un vestido ajustado, botas blancas hasta las rodillas, chaleco de lentejuelas y una serpiente viva enroscada en su

cuello. Tenía gafas sin cristales y una cicatriz en la mejilla izquierda. Por un momento creí encontrarme en un circo y mire a mi alrededor para comprobar las reacciones de los demás viajeros. Solo había tres personas mas, un cura negro y pelirrojo que intentaba sacarle notas a un violín sin cuerdas, un ciego con prismáticos que paseaba un par de tortugas atadas a unas cuerdas de varios colores y una enfermera sosteniendo un sifón vacío en la mano izquierda y en la derecha una brújula tan grande como una sandia. Ya no me sentía en el circo, ni en el vagón bar, ni en el tren. Era todo tan extraño, tan fuera de lo normal, que noté como se me aceleraba la respiración. Ahora todos me miraban, me señalaban y se reían. Todos, menos esa mujer que seguía observando la noche por la ventana. Reconozco que comencé a sentir algo de miedo, pero la maldita curiosidad me impedía mover y continuaba allí sentado. Mi cuerpo quería huir lo mas lejos posible de ese sitio tan siniestro y morboso, pero mi cerebro y mi alma se negaban rotundamente. Se levantaron todos de golpe y comenzaron a bailar al son del violín mudo. El ciego miraba por sus prismáticos y jugaba con una de las tortugas como si se tratara de un yo-yo. La enfermera se abrazaba al enano y apoyaba el sifón en su calva reluciente. El señor bien vestido buscaba con sus garfios las nalgas de la mujer mayor que saltaba a la comba utilizando a la pobre serpiente

como cuerda. La enfermera pedía al cura que tocara mas alto. El calvo ahora pegaba patadas a las tortugas y empujaba al ciego para hacerlo caer y así poder quitarle sus prismáticos. La mujer mayor pegaba gritos de dolor porque la serpiente la había picado. La enfermera tonteaba con los garfios de acero y había roto el sifón al golpear a la serpiente. Y ella allí, tan quieta, como si con ella no fuera nada. Y yo sin atreverme, sin escupir de una vez el maldito miedo. El ambiente iba creciendo para peor. El calvo con joroba se había comido las tortugas y quería la brújula de la enfermera que ahora arañaba a la mujer mayor por intentar seducir al señor de los garfios que había aplastado en un salto el violín sin cuerdas del cura negro y pelirrojo que lloraba amenazando con tirarse del tren en marcha. Conseguí ponerme de pie y dirigirme hacia ella. Cuando llegué a su lado tuve la sensación de encontrarme en un lugar donde yo había ido a parar por equivocación. Desde la ventanilla vi, justo enfrente, el tren que yo debía haber cogido. Estaba clarísimo, tren Madrid-Lisboa vagón 12 coche-cama. Pero entonces, ¿en que tren estaba yo? ¿que hacía allí arriba? Todas las horas que creí transcurridas con el tren en movimiento no habían pasado, ni por supuesto, tampoco el tren había partido. ¿Que tren era este? ¿quién era toda esa gente? ¿quién era entonces, esa mujer callada? ¿quién era yo en medio de esta jauría humana? Tiré de su brazo con todas mis fuerzas y la atraje hacia mí. Le grité que

debíamos bajar de allí rápidamente, pero ella seguía igual, como dormida. Volví a tirar de ella, cuando noté a mis espaldas los garfios del señor bien vestido. Luego fueron acercándose lentamente la enfermera furiosa, el enano calvo con claros síntomas de intoxicación, el cura negro que me hacía responsable del accidente del violín, la mujer mayor indignada porque su chaleco perdía lentejuelas y por último, el ciego que se había colocado en sus ojos dos bolas de cristal azul y encendía cerillas arrojándolas encendidas por todas partes. Creí desesperarme, pero tenía que intentarlo por última vez. De un empujón me quite de encima a la mujer mayor, también a la enfermera que cayó sobre la serpiente medio atontada aún por el golpe del sifón y al enano de calva reluciente que intentaba como un desesperado morderme la rodilla derecha. De un puñetazo tumbé al cura que arrastró consigo al señor bien vestido que al caer, enganchó sus garfios en el chaleco de lentejuelas de la mujer mayor terminando de sacarla de sus casillas. Atravesamos el corto pasillo y salimos de aquél vagón buscando un lugar mas tranquilo, pero fuimos a dar con el revisor que agitaba una enorme campana de cristal y nos pedía a gritos los billetes. Traté de tranquilizarme y buscar mi billete. No lo encontraba. Buscaba en todos los bolsillos, pero no había forma. Recordé entonces que ya me lo había pedido antes y así se lo intenté explicar. Él aseguraba que no, que era invisible y que yo era a la primera persona que se lo pedía. No

tuve mas remedio que aplicarle un soberano puntapié en el tobillo que hizo que nos dejara un hueco por donde pasar y llegar hasta la puerta, bajando de un salto, olvidándonos de que para algo sirven las escalerillas. Estaba sudando, temblaba, y cuando quería decir alguna palabra, tartamudeaba. Todo parecía una pesadilla pero yo lo vivía como la realidad mas absoluta. De repente, ella habló, dijo suavemente: los locos, no dejen solos a los locos. Se armó un gran revuelo. Llegó la policía, los bomberos, unas cuantas ambulancias. Los curiosos eran cada vez mas. El vagón de los locos había comenzado a incendiarse. Fueron bajando uno por uno, menos el cura negro y pelirrojo que moriría al intentar recuperar su violín mudo. La mujer mayor no cesaba de firmar autógrafos imaginarios, al enano calvo lo tuvieron que ingresar urgentemente puesto que su cuerpo presentaba enormes manchas de diversos colores, la enfermera iba enseñándole al ciego la brújula y el señor bien vestido pedía a gritos que le engrasaran sus garfios de acero. Dos días después, hechas todas las aclaraciones en la jefatura de policía, pude tomar al fin el tren hacia Lisboa. Nunca supe el nombre de aquella mujer. Dieron las siete y diez, sonó el silbato y el tren, ahora si, se puso en marcha. Decidí ir al vagón bar a tomar un café, y poco a poco, desde mi mesa, miraba como entraba la gente. Una monja coja muy maquillada que arrastraba una radio, un gitano tuerto vestido con falda escocesa y una camisa rosa

con un loro de trapo colgado en su hombro izquierdo, una vendedora de flores con rosas negras y amapolas blancas de papel, un viejo descalzo con un frac lleno de rotos y una chistera de madera azul. Un par de chinos con patines de hielo empujando una cabra naranja que hablaba francés. Y al final del vagón, una mujer hermosa, callada y sentada mirando la noche por la ventana. Quise detener el tren, pero nadie me quiso hacer caso. Entonces yo también comencé a mirar la noche por mi ventana.

DIALOGO PARA SORDOS

Llovía a cántaros, el tráfico era infernal y el autobús, para colmo, estaba lleno. Intenté abrirme paso a los empujones hasta conseguir un minúsculo espacio. De repente el maldito autobús arranco bruscamente y quedamos todos los pasajeros desordenados y soltando una cadena de improperios. Perdón, pero no podría usted... ¿Me esta hablando a mi? Si, perdone, pero no sería usted... Antonio Fernández López , abogado. Mucho gusto, pero si fuera usted tan amabl... Claro, hombre, ya lo recuerdo, usted también es abogado. Si, lo soy, pero le importaría... En absoluto, estoy trabajando en un caso complicadísimo. De los que traen cola. Ya...me parece muy bien Está bien, está bien, somos colegas, ¿no?, puedo confiar en su discreción, se lo contaré brevemente... No, yo no quiero... Como le iba diciendo, mi caso se trata de esa actriz que sale desnuda en todas sus películas, Eva Liz, la conoce? No, no la conozco, mire... Sí, hombre, esa que se lió con el empresario americano y dejo a su marido colgado con los hijos y un montón de deudas. El marido era completo imbécil, un cornudo, usted me entiende…

Le digo que no... Bueno, da igual. El caso es que al americano lo han encontrado muerto en el dúplex que compartía con Eva, y quieren hacer creer que fue la pobrecilla, una monada por cierto, la que lo mató... Le repito que no sé de qué me habla y por favor... Es un miserable! ¿Yoooooo? No, usted no, buen hombre. El marido, el marido que es el verdadero asesino. Perdone este arrebato pero es que entre la señorita Eva Liz y yo ha comenzado una más que aceptable amistad, ¿me comprende por donde voy? Pero podría usted de una buena vez... ¿De hacerle llegar una foto dedicada de ella? Pero como no, deme su... Noooooo! y me importa un bledo su Eva como se llame, lo único que quiero es que se mueva, QUE ME ESTÁ PISANDO EL PIE, PUÑETAS!!!!

EL REGRESO DE HUMPHREY

Ring riing riiing riiiing riiiiing riiiiiingg No hay nada peor que estar en la ducha y que suene el teléfono. ¿Quién diablos será? Se envolvió en una toalla y salió maldiciendo por el pasillo. Digaaa. Hola, soy Matilde. Querida, te llamaba para recordarte que hoy también es día de trabajo y que el informe para el ingeniero Martínez está en tu mesa esperando que lo pases a maquina. Ya, ya lo sé, es que me he quedado dormida, por favor, di que ya voy. Claro querida, como de costumbre. Clic tut tut tut tut tut tut Estúpida! Estúpida y estúpida. Pero quién se habrá creído que es. Un día de estos me va a oír, pienso bajarle los humos, darme ordenes a mí... Ring ring riiing riiing riiiing Como sea ella otra vez se va a enterar. DIGA! ¿Hablo con Eloísa? ¿Eloísa, eres tú? Claro que soy yo, ¿quién llama? Soy Humphrey. ¿Humphrey? El mismo. No conozco a nadie con ese nombre, debe haberse equivocado de número.

No, ya se que no me conoces, pero sé que has visto todas mis películas. ¿Sus películas? Si. Casablanca, La Reina de África... Mire usted, ha elegido el peor momento para tomarme el pelo, si le parece le doy el número del manicomio y ya verá como allí seguro que lo conocen. Clac! Con la prisa que tengo y me viene a llamar un gracioso. Se dirigía nuevamente al baño cuando... Ring ring riiing riiing riiniig ¿Otra vez? Sí, hable. Eloísa, soy yo nuevamente, Humphrey. Antes de colgar, escúchame, por favor. Déjese de bromas, no sé quién es usted, además, tengo el tiempo justo, no me lo regalan... Soy Humphrey Bogart. ........ ...... ? Me oyes? Te llamaba para invitarte al cine. ¿Que te parece si quedamos el sábado? No entiendo nada. A las siete en el Avenida, ¿de acuerdo? Pero... Hasta el sábado entonces. Ha-hasta el sábado. Clic Me debo estar volviendo loca o vieja, o las dos cosas a la vez. A cualquiera que se lo cuente pensará que he perdido el juicio. Lo mejor será que me olvide. Santo Cielo! Las diez y media y yo todavía aquí.

Una semana después. Ring riiing riiiiing ¿Diga? Hola muñeca, soy Humphrey, ¿me recuerdas? Te estuve esperando el sábado en la puerta del cine y eso no me gusta, no estoy acostumbrado ni permito que me dejen plantado. O es que lo quieres hacer difícil nena. No me gustan los juegos nena, con todas las mujeres que hay, se me rifan, y tu hasta ahora eres la afortunada, muñequita, de momento. Pero no hagas que pierda la paciencia. Otra vez usted! Deje de molestarme. No pretendo molestarte, no es mi estilo, y por favor, tutéame. Hoy estoy de buen humor, te daré otra oportunidad, no la desperdicies. Es la primera vez que doy una segunda oportunidad. El próximo sábado en el mismo lugar y a la misma hora. ¿Ok baby? Clic Oiga, oiga, oiga Tut tut tut tut tut Llegó el sábado y tampoco esta vez Eloísa acudió a la cita. Pero en el fondo, la curiosidad había conseguido que esperara impaciente un nuevo llamado. Pasaron los días y el teléfono continuaba mudo. Que fastidio, pensó, para una vez que puede sucederme algo divertido, lo hecho a perder. No aprenderé nunca. Que mas me daba que fuera

Humphrey Bogart o Humphrey Pérez. Un hombre es un hombre y yo no estoy en edad para ir espantándolos como si fueran moscas. El viernes, en la oficina, reinaba la misma rutina. Carmen, Luisa y Adriana, que eran las mas jóvenes, planeaban un fin de semana movidito. Carlos y Enrique quedarían seguramente para ir el domingo al futbol. El resto, tendría tiempo para inventar historias con las que impresionar a los demás el lunes. Eran casi las seis de la tarde. Eloísa estaba por terminar de escribir una carta cuando escuchó a Matilde decirle a Teresa: ¿A que no sabes quién lleva varias semanas llamándome para invitarme al cine los sábados?

EL REO

Todos los días, a las cuatro de la tarde, mientras los enfermos se reunían en el patio, se abría la puerta que daba a la calle y entraba el cura Anselmo a confesar y dar una misa. Todos los días, a las cuatro de la tarde, se abría la puerta del Hospital Psiquiatrico y nadie se fijaba en Pablo. Tijeras, papel, luna llena. Retratos, familia, tiempo. Pistola, cuaderno, la idea. Palabras que se pierden mudas en el espacio y donde nadie te escucha. Pasillos, cálculos, batas. Frazada, libro, casa. Demonios, espejos, miedo. Disparo, preguntas, castigo. Crepúsculo, angustia, manicomio. Con las piernas cruzadas, una mano sujetando un cigarrillo y la otra en un bolsillo, la mirada perdida, el amor ausente y la sonrisa inquieta. Pablo permanecía sentado. Desde que había llegado, ocupaba el mismo sitio las cinco horas que tenían de libertad en el patio. Solo, cansadamente solo, tranquilo y callado. Perdido en sus pensamientos.

El reo, la culpa, el olvido. Paredes, el plan, un despertar. Disparos, calle, recorrido. Escaleras, gritos, desorden. Traición, mujer, juramento. Alcohol, pobreza, rencor. Muro, guardias, puerta, sirena. Llegó con el cerebro aturdido, acusado de un asesinato. Durante los tres años que llevaba encerrado había permanecido en silencio y nadie nunca tuvo queja de su conducta. No se le hacia caso, parecía indiferente a la vida, a los demás enfermos, a su propia existencia. Todos los días, a las cuatro de la tarde, se abría la puerta. Descanso, camino, reencuentro. Aceras, movimiento, gente. El aire, la lluvia, el cielo. Recreos, el humo, el último cigarro. Ahora, un salto, la puerta y corre. Ahora, siempre, es el momento. Ahora! Ahora! Ahora! Todos los días, a las cuatro de la tarde, llegaba el cura Anselmo. Y hoy, nadie se había fijado que Pablo faltaba.

EL GRAN MOMENTO

Se había comprado unas gafas de sol color verde con pintitas moradas, un gorro amarillo con dos borlas en un costado, unas zapatillas rojas, un pantalón de franela gris a cuadros, una camisa verde esmeralda, una chaqueta imitación de cuero y una gabardina color chocolate espeso, eso sí, dos tallas mas pequeña para resaltar su figura. Todo era de segunda mano y no había pagado mas de cinco mil pesetas, una verdadera ganga. Era un gran momento. Llegó el gran momento del cambio. Decidir por sí sola. Enterrar veintinueve años vistiendo como sus padres querían, y ahora, páfate, con el primer sueldo, tener la posibilidad de elegir su vestuario, de dar una imagen diferente, atrevida, moderna. Un peinado nuevo, la mitad del pelo cortado en intervalos y el resto mas largo y multicolor. Qué ilusión! Al fin me sentiré observada. Uffffffff, que gran sorpresa se llevarán en casa. Y Felipe, cuando me vea Felipe, seguro que ya no me dirá que intente darme un aire mas actual. Estos, queridos lectores, eran los ingenuos pensamientos de Felicita. Pero la verdad es que daba pena ver tanto mal gusto colgado en aquél cuerpo horrible de ochenta y seis kilos, aquél maquillaje puesto por toneladas sobre su cara que más bien parecía la paleta de un pintor, aquél horroroso ser que pretendía tocar el cielo con dedos de arcilla.

Al entrar por el portal, Dora, la portera, tuvo que sujetarse a su marido para evitar caerse del soponcio que le había causado la aparición de la niña Felisa del primer piso interior. ¿Pero se habrá mirado al espejo? le preguntaba al marido, éste aún incrédulo y barriendo la misma baldosa una y otra vez. Pero si parece una fabrica de cajas de acuarelas. Tiene todos los colores puestos y no le combina ninguno! Dios nos libre! Su entrada en casa, al contrario de lo que ella suponía, no fue triunfal, ni mucho menos causó admiración. Mas bien fue de órdago y muy señor mío. Sus tres primas, que casualmente estaban de visita, no pudieron contener un estruendo de carcajadas y bromas de todo tipo. La madre cayó fulminada del horror. El padre quedó tieso, con los ojos como el dos de oros, incapaz de emitir palabra alguna. Y Felipe, pooooooobre Felipe, el novio y la victima, el novio y el espanto, el novio y la vergüenza, el novio de toda la vida que ya no le diría: anda Felicita, actualízate. El novio y las dos entradas para los toros que sostenía temblando en las manos, los toros y la cita de mas tarde con los amigotes que querían conocer a ese bombón del que tanto hablaba y tan celosamente tenía guardado, las manos que buscaban en ese mismo momento el picaporte de la puerta para abrirla y salir huyendo, la huida que fue evitada por el padre que de a poco se recuperaba y mirándolo fijamente le gritaba: pues ahora macho,

haces como Herodes, TE JODES!. ¿No querías actualidad? Pues toma actualidad, GILIPOLLAS! Felicita lloraba, lloraba a mares Felicita. Su cara, entre lágrima va y lágrima viene, se iba pareciendo cada vez mas a un mapa de dudosa geografía. Felicita lloraba y no entendía. No entendía y lloraba. Felicita estaba triste y compungida. Felicita realmente tenía menos gusto que una mona africana. Como ustedes podrán imaginar, Felipe no fue a los toros, no acudió más tarde a la cita con los amigos, ni tuvo la alegría de presentar al fin a su novia. Felipe intentó toda la tarde de convencer a Felisa para que saliera de su habitación sin ningún éxito. Las primas ya hacia un buen rato que se habían despedido y casi con toda seguridad, por no decir con toda, ya habrían dado parte con pelos y señales de los últimos acontecimientos en la familia Peláez Gabilondo. Felicita dejo de llorar y a los dos días abrió la puerta y con paso firme se dirigió hacia la calle despidiéndose con un seco hasta nunca! Han pasado dos años y pocas novedades ha habido en casa de los Peláez . Felipe se ha casado con una joven licenciada en derecho y se han ido a vivir a Valladolid. Los padres de Felisa miran todos los programas de actualidad que dan por televisión con la vaga esperanza de ver aparecer algún día el nombre de su hija como la famosa creadora de una nueva tendencia en el mundo de la moda.

EL DOMADOR DOMADO

Señoraaaaaaaaaaas

y Señoreeeeeeeeees, Niñooooooos y Niñaaaaaaaaas, El grrraaan circoooooo Universallllllll, tiene el gustooo, el orgulloooo, el inmeeeenso placerrrrrrrrrr de presentarrrrrrrr por prrrrimera vezzz en este gran paissssssss, alllllll temerario, al resssspetado, al inigualable, al domador de fierasssssss maaaaaas vaaaaaalienteeeee del mundooooooooooo: ¨Tonyyyyyyy Látigossssssssss¨ Clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap. Ovación. Comentarios de aprobación. Murmullos. Silencio. Se apagan las luces. Queda solamente iluminada la pista protegida por una enorme jaula donde se encuentran unos cuantos tigres, leones y panteras. Al son de un largo redoble de tambores, entra Tony Látigo´s enfundado en un pantalón de cuero negro, chaleco dorado, larga melena y poblado bigote. Trrrrrrrrr trrrrrrrrrr trrrrrrrrrrr trrrrrrrr trrrrrrrr trrrrrr trrrrrrrrrr trrrrrrrrrrrrrrrrr Redoble de tambor. Zaaas zaaaaaas zaaaaaaas. Suenan tres latigazos y las fieras comienzan a ser dirigidas con gran cautela.

Se revelan, rugen furibundas, amenazan con sus grandes patas y filosas garras a nuestro héroe que imperturbable las mira fijamente. Una pantera salta por un círculo de fuego. Domina la arena y demuestra con sus gritos y gestos quien es el que manda allí dentro. Zaaas zaaaaaas zaaaaaaaaaaas. Dos tigres se echan al suelo dando varias volteretas y amenazando con rápidos y peligrosos zarpazos a Tony que con gran bravura esquiva el peligro. Sudoroso, pero confiado en sí mismo se mezcla entre las fieras y se arrodilla. Ohhhhhh Ohhhhhhhh Ohhhhhhh Ohhhhhhh Entre el público se palpa la tragedia. Las madres cubren los ojos de sus inocentes hijos para evitar posibles traumas. Males mayores. Patatuses. Zaaaaaas zaaaaas zaaaaaas zaaaaaaaas zaaaaaaas zaaaaaaaaas zaaaas. Un enorme león se sube sobre una tarima, abre la boca soltando unos terribles rugidos, amén de un fétido aliento irrespirable y el domador introduce su cabeza. Clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap

Tremenda ovación. Murmullos. Gritos. Histeria. Algún que otro desmayo. Zaas zaaaas zaaaaas zaaaas zaaaaaaas y zaaaaaas. Nuevos latigazos y las fieras corren de un lado a otro. El domador se quita el chaleco y se lo arroja a uno de los leones, al más enfurecido. El león furibundo lo convierte en hilachas. Uhhhhhhhhhh uhhhhhhh uhhhh uhhhhhhhh uhhhhhhhh ohhhhhhhhh ohhhh ohhhhhhhh ohhhhhhhh ohhhhhhhhh ohhhhhhhhhhhh ahhhhhhhhh ahhhhhhhh ahhhhhhhhhhhh ahhhhhhhhh ohhhhhhhh ohhhhhhhhhhhhh La tensión va en aumento. A pecho descubierto, Tony Látigo´s se enfrenta a la fiera, que fuera de sí, intenta atacarlo, comérselo, matarlo. Gritos de terror. Congoja. Momentos difíciles, de angustias, y Angustias se llama la mujer de Tony, nuestro valiente domador. Con solo una mirada y a viva voz, el domador vuelve a dominar la pista sin una pizca de miedo, sereno, con temple y nervios de acero. Clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap

clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap y más clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap. Momento de intensaran emoción. Gritos a raudales. Piropos de las mujeres, envidia y admiración de los varones. Los niños que soñaran esa noche que son domadores, las niñas soñaran vaya uno a saber qué. Ovación cerrada. Fin de la actuación. Tony saluda al público y se despide del público entregado y entusiasmado con él. Al llegar a su carromato, deja ordenadamente el látigo, las muñequeras gastadas y el pantalón de cuero negro sobre la silla al lado de su cama. Se quita la peluca colocándola cuidadosamente en una caja encima de la mesa, al mismo tiempo que escucha un grito feroz que viene desde fuera. ¡Antonioooo! ¡No se te habrá ocurrido entrar con las botas puestas!. Acabo de limpiar el suelo y ya estás llenándome todo de barro. ¡Animal! ¡Más que animal! ¡Te tengo dicho mil veces que tengas cuidado! Seguro que te han vuelto a destrozar el chaleco, estoy harta de coser tu caprichos. ¿Y la compra? ¿ya me has hecho la compra? ¿Y el niño?

¿donde está ese demonio de niño? Ya mismo estás saliendo a buscarlo y no os quiero ver por aquí hasta la hora de la cena. ¡Claro! Una todo el día de arriba pa bajo limpiándolo todo y tu sin embargo jugando todos los días con esos estúpidos animalitos.

OTROS TEMORES

No creo en la última noche, tampoco en la penúltima promesa. Nunca hay un sitio lo demasiado extenso para guardar los sentimientos. Pero sí existe una faro, como una realidad que dirige su luz hacia la magia de un amor sin control. Se puede temer al hecho de tomar responsabilidades y también, saber que uno es una tormenta con carácter a quien todos temen. Una mujer puede vivir en soledad, tu ahora lo estas eligiendo, pero no olvides que el misterio nace en ti, en tu miedo interior de no reconocer los fallos. Te sigo amando, pero tu no me dejas entrar en tu mundo. Te rebelas y permites que mi pasado te lastime. Mi pasado no tiene daño y no tiene dueño. Yo soy tu presente, tu futuro y todos los pasados. Soy consciente de todo lo que puedo darte, pero te alejas, no me ayudas ni te ayudas. Vives engañada por un sufrimiento absurdo que tú sola fomentas al darme la espalda y no respetas los dos años que llevamos juntos. Prefieres alejarte sola, enterrar tus pensamientos en una orilla imaginaria y dejas que el mar elija entre llevárselos o dejarlos en la arena. Búscame. No soy tan difícil. Puedes encontrarme todavía. Soy el mismo que lucha desde el principio. Mírame, encontrarás en mis ojos un descanso. Coge conmigo el tren de la vida, aún estamos a tiempo. - Para ti es fácil. Sabes lo que quieres y te admiro. Pero tengo miedo, estoy asustada. Tu pasado me hiere y se perfectamente que no debiera ser así, pero me cuesta. Me resulta difícil.

- Es difícil si te empeñas en hacer todo difícil. Te pierdes en imágenes que ya están borrosas. - Perdona, pero sigo confundida, te aseguro que lo intento. - Debes creer en nosotros. No puedes seguir cayendo en la trampa que tú misma te haces. Tienes el dominio de ti, entonces, domina tus sentimientos. - No puedo. Te digo que no puedo. - El tren se va, sube, ven conmigo. - No. El tren puede irse sin mi. - El tren se va, sube, no te quedes en el andén. Van a ser dos años. - Dos años, dos años. Pero el tren puede partir sin mi. - Sube, sube. Ya se mueve. Sube. No me dejes. - Te querré siempre, te lo prometo, te lo prometo. No creo en la última noche, tampoco en la última promesa. Pero ella se quedó en una estación sin nombre y yo partí solo, sin destino y otros temores.

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