Punto de Encuentro. con los Clásicos. Don Juan. Tenorio. José Zorrilla. Adaptado por Anabel Sáiz Ripoll

Punto de Encuentro con los Clásicos Don Juan Tenorio José Zorrilla Adaptado por Anabel Sáiz Ripoll Dirección Editorial Raquel López Varela Coor
Author:  Aurora Palma Cano

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Punto de Encuentro

con los Clásicos

Don Juan

Tenorio

José Zorrilla Adaptado por Anabel Sáiz Ripoll

Dirección Editorial Raquel López Varela Coordinación Editorial Ana María García Alonso Maquetación Susana Diez González Diseño de cubierta Francisco A. Morais Reservados todos los derechos de uso de este ejemplar. Su infracción puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. Prohibida su reproducción total o parcial, distribución, comunicación pública, puesta a disposición, tratamiento informático, transformación en sus más amplios términos o transmisión sin permiso previo y por escrito. Para fotocopiar o escanear algún fragmento, debe solicitarse autorización a EVEREST ([email protected]) como titular de la obra, o a la entidad de gestión de derechos CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org). ©Anabel Sáiz Ripoll © EDITORIAL EVEREST, S. A. Carretera León-La Coruña, km 5 - LEÓN ISBN: 978-84-441-4584-6 Depósito legal: LE. 1153-2012 Printed in Spain - Impreso en España EDITORIAL EVERGRÁFICAS, S. L. Carretera León-La Coruña, km 5 LEÓN (España) Atención al cliente: 902 123 400

I ntroducción

«Buen lance, ¡viven los cielos!»

José Zorrilla y Moral (Valladolid, 1817-Madrid, 1893) fue el poeta más admirado y leído de su época. Se le comparaba con Lope de Vega por su capacidad de creación y por la devoción que despertaba en el público. Su entierro en Madrid fue, como el del Fénix de los Ingenios, multitudinario. No obstante, Zorrilla sufrió también, a finales del siglo xix, diversas críticas que se basaban únicamente en sus defectos estilísticos y de lenguaje. De ahí que aún hoy en día pesen más, en ciertos ambientes, su excesiva hinchazón retórica y su verbalismo que no sus cualidades, que las tiene. En cuanto a su vida, se conservan toda clase de datos que el propio Zorilla guardó. Básicamente es una historia desgraciada, en la línea romántica del hombre que huye de un destino oscuro e implacable. Sus principales tormentos son causados por su

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padre, un hombre implacable que no le perdonó sus primeros devaneos, y a su primera mujer, a la que él abandonó, y la cual se dedicó a difamarlo y calumniarlo. Fue el poeta más admirado y leído de su época. Zorrilla comenzó a estudiar leyes, aunque muy pronto huyó a Madrid en busca de la libertad y el éxito. Se dio a conocer leyendo unos versos en el entierro de Larra (1837) que le dieron tanto éxito que se convirtió en un poeta imprescindible. A los 26 años, según se cuenta, era el poeta más leído de España y América. Escribía Julián Marías en 1993 que «José Zorrilla ha sido el último poeta verdaderamente popular, y murió hace un siglo»1. Zorrilla fue también un poeta laureado: se le nombró miembro de la Real Academia y, tiempo después, fue coronado en Granada como poeta nacional. Zorrilla perteneció a la segunda generación romántica y representa un Romanticismo conservador y católico, en la línea de Chateaubriand, en Francia, o Walter Scott, en Inglaterra. Así, Zorrilla, y son célebres estas palabras, afirmaba que: «Español, he buscado en nuestro suelo mis inspiraciones. Cristiano, he creído que mi religión encierra más poesía que el paganismo».

1 Julián Marías, en la introducción a Obras, de José Zorrilla, Barcelona, Círculo de Lectores, 1993, pág. 7.

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La obra de Zorrilla es muy extensa, aunque de desigual calidad. Escribía deprisa y, a menudo, presionado por los apuros económicos; de ahí la irregularidad de su producción. No obstante, es un poeta que merecería una revisión a fondo, ya que ha sido tratado injustamente por ciertos sectores de la crítica. Como buen romántico, Zorrilla cultivó la poesía y el teatro. Ahora bien, sus poemas no son líricos ni subjetivos, sino narrativos. Podemos hablar de las Orientales o de las Leyendas, en donde se incluye una de las más famosas «A buen juez, mejor testigo». Los versos de Zorrilla abundan en recursos expresivos, son muy musicales y fluyen con facilidad. Escogía las palabras en función de su sonoridad, lo cual a veces le hacía caer en la impropiedad, pero siempre resulta muy efectivo. Zorrilla destaca en el teatro mucho más que en la poesía, ya que tiene una capacidad innata para desarrollar los conflictos dramáticos y presenta unos personajes con cualidades muy marcadas, aunque no trabaja en exceso la psicología. Logra mantener la atención del público en todo momento gracias a la viveza de la acción y a los lances que presenta. Zorrilla suele incluir en sus obras elementos fantásticos, muy en la línea del Romanticismo.

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Zorrilla escribió una de sus obras más populares, Don Juan Tenorio, en muy poco tiempo, para cumplir un encargo del actor Carlos Latorre, que fue el que interpretó por primera vez el papel del galán calavera protagonista del drama. Dada la rapidez con que Zorrilla organizó esta pieza, no es extraño que acuda a menudo a la improvisación en sus versos. Eso nos permite comentar un rasgo particular de su teatro: lo escribe en verso, sí, porque hay rima y se reconocen las estrofas, pero suena a prosa. Zorrilla, a menudo, incurre en impropiedades léxicas y en ripios, aunque se le perdonan por la fuerza y vehemencia que desprenden los parlamentos de sus personajes. Don Juan Tenorio se desarrolla en el siglo xvi, en Sevilla, en la época de Carlos V. Se estrenó en el teatro de la Cruz, en Madrid, el 28 de marzo de 1844. La obra tuvo éxito, aunque no fue hasta su reposición, el 31 de octubre de 1866, al regreso de Zorrilla de México, cuando se inició la ininterrumpida costumbre de abrir la temporada teatral madrileña con ella. Don Juan es uno de los personajes más célebres y populares de la literatura española y arranca de una larga tradición que, sin duda, Zorrilla conocía bien. Su ilustre antecedente es Tirso de Molina, aunque tuvo continuadores dentro y fuera de España. Ahora bien,

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la novedad que sorprende de Zorrilla es que él nos habla de un don Juan que es capaz de amar, que es capaz de perdonar y, sobre todo, que merece alcanzar el perdón divino. Don Juan se presenta como un seductor que rompe todas las convenciones sociales con tal de aumentar sus conquistas: «Partid los días del año Entre las que ahí encontráis. Uno para enamorarlas, Otro para conseguirlas, Otro para abandonarlas, Dos para sustituirlas Y una hora para olvidarlas». Ahora bien, encuentra su contrapunto ideal en la angelical doña Inés, una joven novicia que no sabe nada del mundo y que, enamorada de don Juan, lo salva para toda la eternidad. Es este el mejor ejemplo de la llamada «mujer ángel» romántica frente a esas otras, «mujeres demonio», que tentaron a don Juan y lo hicieron sucumbir en mil pozos de pasiones fatales. Es evidente que esta novela en dos actos trata temas básicos como la fe y la pervivencia de las tradiciones, aunque, por supuesto, el amor es el que preside toda la obra y hace que siga siendo vigente.

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Don Juan Tenorio es la obra más representada de todas las del autor, aunque no fue ni la mejor ni la más valorada por él mismo. Es una obra de contrastes que se inicia en pleno carnaval sevillano y termina, cinco años después, en el Panteón de los Tenorio. De ahí que, aún hoy, en muchas ciudades españolas se siga representando en el mes de noviembre porque ese final apoteósico tiene mucho que ver con los difuntos. Zorrilla bebe directamente de Tirso de Molina para escribir esta pieza, aunque sin duda conocía conocía bien el Don Juan de Marana de Alejandro Dumas y Les âmes du purgatoire, de Merimée, además de Le souper chez le Commandeur, de Blaze de Bury. De este pudo haber extraído la idea básica de la salvación de don Juan, gracias al amor de doña Inés y la apoteosis final. Hay en Don Juan Tenorio referencias literarias que no queremos soslayar. Por ejemplo, emplea también el personaje del gracioso o donaire, tan típico del teatro barroco, y se lo hace interpretar a Ciutti. Hay también ecos de otras obras como El libro de buen amor, la Celestina o La dama boba. Brígida es el personaje que interpreta a esta alcahueta, no tan agresiva como la de Fernando de Rojas, más amable, en la línea de La dama boba, de Lope de Vega.

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En algún momento, al final de la obra, don Juan escucha tañer las campanas y le dicen que es por su muerte. Este motivo ya lo manejó antes que él José de Espronceda en El estudiante de Salamanca. No es cierto, por último, que Zorrilla sea siempre un poeta prosaico, ya que sabe obtener resonancias líricas cuando el momento así lo exige y pudiera haber influido a Bécquer, no es descabellado pensarlo, en la elaboración de sus Rimas. En la literatura española hay una tradición importante en cuanto a las prosificaciones. No podemos olvidar que los cantares de gesta se conocieron gracias a las prosificaciones en las crónicas y que algunas de las cantigas de Alfonso X fueron también prosificadas. No es, por lo tanto, una práctica novedosa. Pero… ¿por qué adaptar el texto de Zorrilla en prosa? Quizás pueda ser motivo de crítica, ya que se trata de una de las obras dramáticas más representadas en nuestro país, pero pensamos que, ofreciéndola en prosa al joven lector, se puede conseguir que éste renueve su curiosidad y quiera acercarse al original. La versión en prosa supone, por lo tanto, una primera aproximación a la obra para que, cuando se conozca y entienda, el lector quiera leerla en verso ya hecho suyo el argumento y conocidos los perso-

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najes. Don Juan no ha de envejecer en el siglo xxi y, como dice una buena amiga —muy conocedora de la obra—, la escritora mexicana María García Esperón: «Don Juan ha de ser siempre mozo». Esta prosificación quisiera ser una herramienta de consulta para acercar el Tenorio a los jóvenes de hoy en día y permitir que les sea más fácil su comprensión e, incluso, facilitarles la puesta en escena. El verso de Zorrilla, muy sonoro y a menudo de rima fácil, es rotundo y solemne. Jamás esta versión en prosa aspirará a sustituir el texto original —ni lo pretende—, al que nos remitimos en todo momento, pero sí es, insistimos, como una primera etapa que permitirá al lector adentrarse en la idiosincrasia de los personajes inmortales y acaso acercarse más a ellos sin la barrera que a veces pueda suponer la solemnidad del verso. La riqueza del texto de Zorrilla es tal que pensamos que su prosificación, lejos de restarle interés, hará que se acorten las distancias entre el texto romántico y la visión actual. Se trata de clarificar, de hacer comprensibles y verídicos los diálogos, de tratar de hacer hablar a don Juan de la misma manera que todos hablamos. ¿Por qué no? Haber hecho una adaptación en verso nos habría parecido querer enmendar la plana a Zorrilla y eso hubiera sido una quimera.

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No quisiéramos, en suma, que nadie pensara que es una osadía esta versión en prosa, sino solo un acercamiento ya que se ha hecho con ánimo divulgativo. Así, se respeta en todo momento la línea del texto original, pero se evitan los giros propios del verso, el hipérbaton y la rima facilona, aunque se mantienen, en general, los giros lingüísticos y los arcaísmos. Asimismo, las acotaciones son, en su inmensa mayoría, las de Zorrilla. Por otro lado, hemos eliminado el leísmo y el laísmo y se han evitado las cacofonías, aparte de modernizar algunas expresiones. Los diálogos, nerviosos y vibrantes, como verá el lector, prácticamente siguen la misma línea que les impuso Zorrilla, con pocos cambios. Al fin y el cabo, el octosílabo de Zorrilla, sonoro y muy español, se acaba imponiendo. Cabe indicar que seguimos la edición que Narciso Alonso preparó en 1943 de las Obras completas de Zorrilla.

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Escena última

Doña Inés, don Juan, los Ángeles

Don Juan.

¡Clemente Dios, gloria a Ti! Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí. Mas es justo: quede aquí al universo notorio que, pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia el Dios de don Juan Tenorio. (Cae don Juan a los pies de doña Inés, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música. Cae el telón).

Don Juan

Tenorio

Adaptado por Anabel Sáiz Ripoll

Primera parte:

Acto I: Libertinaje y escándalo Acto II: Destreza Acto III: Profanación Acto IV: El Diablo a las puertas del Cielo

Segunda Parte:

Acto I: La sombra de Doña Inés Acto II: La estatua de don Gonzalo Acto III: Misericordia de Dios, y Apoteosis del Amor

Personajes Don Juan Tenorio Don Luis Mejía Don Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava Don Diego Tenorio Doña Inés de Ulloa Doña Ana de Pantoja Cristófano Buttarelli Marcos Ciutti Brígida Pascual El Capitán Centellas Don Rafael de Avellaneda Lucía La Abadesa de Las Calatravas de Sevilla La Tornera de ídem Gastón Miguel Un Escultor Dos Alguaciles Un Paje (que no habla) La Estatua de don Gonzalo (él mismo) La Sombra de doña Inés (ella misma) Varios: Caballeros Sevillanos, Encubiertos, Curiosos, Esqueletos, Estatuas, Ángeles, Sombras, Justicia y Pueblo

P rimera parte

Acto

primero

Libertinaje y escándalo

Hostería de Cristófano Buttarelli. Puerta en el fondo que da a la calle: mesas, jarros y demás utensilios propios de semejante lugar. Escena I



Don Juan, con antifaz, sentado a una mesa está escribiendo; Buttarelli y Ciutti, a un lado esperando. Al levantarse el telón, se ven pasar por la puerta del fondo Máscaras, Estudiantes y Pueblo con hachones, músicas, etc.

Don Juan.

¡Cómo gritan esos malditos! ¡Así me parta un rayo si no pagan caros sus gritos en cuanto termine esta carta! (sigue escribiendo).2

Buttarelli.

(A Ciutti) Buen carnaval.

2 Nótese la importancia que esta carta tendrá para el desarrollo de la obra. En todo el texto, la palabra como herramienta de persuasión es fundamental.

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Ciutti.

(A Buttarelli) Es el momento ideal para hacer el agosto.3

Buttarelli.

¡Qué va! Hoy en día por Sevilla circula más el mosto que el buen gusto. No entrarán en esta posada gentes con dinero, que no es lugar bien visto por los pudientes.

Ciutti.

Pero hoy…

Buttarelli.

Hoy, Ciutti, no cuenta porque se ha hecho un buen trabajo.

Ciutti.

¡Chist! Habla más bajo porque mi señor se impacienta muy rápido.

Buttarelli.

¿Estás a su servicio?

Ciutti.

Hace ya un año.

Buttarelli.

¿Y cómo te va con él?

Ciutti.

Soy digno de envidia porque tengo lo que quiero y mucho más; tiempo libre, mucho dinero, mozas hermosas y buen vino.4

3 En el original se lee “Buen agosto / para rellenar la arquilla”, en clara referencia a la frase hecha “hacer el agosto” que hemos escogido nosotros. 4 Ciutti es el personaje que encarna al gracioso.

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Buttarelli.

¡Se te envidia de verdad!

Ciutti.

(Señalando a don Juan). Y, por supuesto, todo se logra a costa ajena.

Buttarelli.

¿Así que el señor también es rico?

Ciutti.

Sabe cómo atraer el dinero.

Buttarelli.

¿Es persona franca?

Ciutti.

Igual que un estudiante.

Buttarelli.

¿Es noble también?

Ciutti.

Como si fuera hijo de rey.

Buttarelli.

¿Y bravo?

Ciutti.

Más que un pirata.

Buttarelli.

¿Es español?

Ciutti.

Pienso que sí.

Buttarelli.

¿Cómo se llama?

Ciutti.

Eso sí que no lo sé.

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Buttarelli.

¡Estás hecho un bribón! ¿A qué se dedica?

Ciutti.

Lo estás viendo tú mismo.

Buttarelli.

Mucho escribe.

Ciutti.

Es de palabra fácil y escritura rápida.

Buttarelli.

¿Y se puede saber a quién demonios escribe con tanto cuidado?

Ciutti.

A su padre.

Buttarelli.

¡Pues sí que es un buen hijo!

Ciutti.

Para estos tiempos que corren, es una persona extraordinaria. Pero… callemos ya.

Don Juan.

(Cerrando la carta). Firmo y cierro. ¿Ciutti, dónde estás?

Ciutti.

¿Qué desea, señor?

Don Juan.

Esta carta que te entrego ha de ir a parar a las manos de doña Inés. Tiene

5

5 Nótese la ironía, don Juan no escribe a su padre ni este lo definiría como un buen hijo, sino todo lo contrario.

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que quedar guardada en su libro de oraciones6. Ciutti.

¿He de aguardar alguna respuesta?

Don Juan.

Pues sí, la dueña que la acompaña, y que más bien es un diablo porque sabe mis intenciones, te entregará una llave y te dará una hora para la cita. En cuanto lo sepas, te vienes volando con la información.

Ciutti.

Perfecto, así se hará.



(Se va). Escena II



Don Juan, Buttarelli

Don Juan.

Cristófano, vieni quà.

Buttarelli.

Eccellenza!

Don Juan.

Senti.

Buttarelli.

Sento. Ma ho imparato il castigliano, se è più facile al signor la sua lingua…

6

En el original “orario”.

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Don Juan.

Sí, es mejor; lascia dunque il tuo toscano… Contéstame, ¿don Luis Mejía ha venido hoy?

Buttarelli.

No está en Sevilla, excelencia.

Don Juan.

¿Es cierto que sigue ausente?

Buttarelli.

Eso creo.

Don Juan.

¿Tienes noticias de él?

Buttarelli.

¡Ah! Pues se me viene a la memoria un episodio que acaso os pueda dar…

Don Juan.

¿Alguna luz sobre lo que me preocupa?

Buttarelli.

Es posible.

Don Juan.

Pues habla de una vez.

Buttarelli.

(Hablando consigo mismo). Había olvidado ya que, si no me equivoco, este año se cumple el año.

Don Juan.

¡Pardiez! ¿Podrás seguir de una vez con tu historia?

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Buttarelli.

Perdonad, señor: estaba recordando el hecho.

Don Juan.

¡Acaba, vive Dios!, que estoy perdiendo la paciencia

Buttarelli.

Pues es el caso, señor, que al caballero Mejía por el que estáis preguntando se le ocurrió, un día, la peor de las ideas.

Don Juan.

Te puedes ahorrar los preámbulos. Conozco la historia. Sé que se apostaron a ver quién saldría vencedor, en un año, si Luis Mejía o Juan Tenorio.

Buttarelli.

¿Sabéis la historia?

Don Juan.

Perfectamente. Por eso te he preguntado por Mejía.

Buttarelli.

¡Oh! Ya me gustaría a mí que la apuesta se cumpliera puesto que pagan bien y al contado.

Don Juan.

¿No confías en que don Luis acuda a esta cita?

Buttarelli.

¡Qué va! No tengo la menor esperanza. Está a punto de terminar el plazo y

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estoy seguro de que ninguno de los dos se acuerda. Don Juan.

Basta ya. Toma.

Buttarelli.

¡Excelencia! (Saluda profundamente). ¿Tenéis noticias de alguno de ellos?

Don Juan.

Quizá.

Buttarelli.

¿Vendrán, pues?

Don Juan.

Uno de los dos, al menos sí. Pero, por si acaso los dos se acercan a la cita, ve preparando tus mejores botellas.

Buttarelli.

Pero…

Don Juan.

¡A callar…! Adiós. Escena III

Butarelli Buttarelli.

¡Santa Madonna! Mejía y Tenorio están aquí… y escucharán lo que no deben. ¡Vaya! Este hombre sí que parece saberlo todo. (Ruido dentro). ¿Qué

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ocurre?7 (Se asoma a la puerta). ¡Diantre! ¡Si es el forastero riñendo en la plaza! ¡Válgame Dios! ¡Y qué ruido! ¡Y cómo se arremolina la chusma! ¡Y cómo se basta él solo para mantenerla a raya! ¡Pues sí! ¡Qué estropicio! ¡Ahora corren delante de él! No cabe duda de que los dos han llegado a su cita y Sevilla anda revuelta. ¡Miguel! Escena IV

Buttarelli, Miguel

Miguel.

Che comanda?

Buttarelli.

Presto, qui servi una tavola, amico: e del Lacryma più antico porta due bottiglie.

Miguel.

Si, signor padron.

Buttarelli.

Micheletto, apparecchia in carità lo più ricco che si fa: affrettati!

Miguel.

Già mi affretto, signor padrone.



(Se va).

7

Véase cómo es el personaje quien relata lo que sucede en el exterior.

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Escena V

Buttarelli, don Gonzalo

Don Gonzalo. Es aquí. ¿Patrón? Buttarelli.

¿Qué se te ofrece?

Don Gonzalo. Quiero hablar con el hostelero. Buttarelli.

Estáis hablando con él mismo. Podéis decir.

Don Gonzalo. ¿Sois vos? Buttarelli.

Sí; id al grano que tengo prisa.

Don Gonzalo. En tal caso, mirad si esta dobla8 es auténtica y, de paso, contestadme. Buttarelli.

¡Oh, excelencia!

Don Gonzalo. ¿Conocéis a don Juan Tenorio? Buttarelli.

Sí.

Don Gonzalo. ¿Y sabéis si hoy tiene aquí una cita?

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Se refiere al poder de dinero para obtener información.

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Buttarelli.

¡Oh! ¿Sois vos el otro?

Don Gonzalo. ¿Quién? Buttarelli.

Don Luis.

Don Gonzalo. No; pero me interesa estar presente en su entrevista. Buttarelli.

Les estoy preparando esta mesa.9 Si os place, os puedo colocar en esta otra y así seréis testigos de la cena que les voy a ofrecer… ¡Oh! Y pienso que os podrá admirar semejante escena.

Don Gonzalo. Yo también lo creo. Buttarelli.

Sin la menor duda, son los mozos más gentiles de España.

Don Gonzalo. Sí, y los más viles también. Buttarelli.

¡Bah! Se les atribuye todo lo malo que sucede, pero son chismes de las malas lenguas. Nadie paga mejor sus deudas que Tenorio y Mejía.

9 Sentarse a la mesa tiene una simbología social que en la obra se mantiene, como se verá, sobre todo, en los últimos actos.

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Don Gonzalo. ¡Ya! Buttarelli.

Puedo jurar, señor, que es afán de murmurar porque, os lo digo yo, nadie se porta mejor conmigo.

Don Gonzalo. No es necesario: pero… Buttarelli.

¿Qué?

Don Gonzalo. Quisiera poder verlos en secreto para que nadie me reconociera. Buttarelli.

Lo que me pide, señor, es sencillo. Estamos en carnaval, que son fiestas en que cualquiera puede ocultarse bajo un antifaz. Y hasta que se descubra, ¿quién sabe de qué carne es el pastel que hay debajo?

Don Gonzalo. Preferiría estar en la habitación contigua… Buttarelli.

No hay ninguna.

Don Gonzalo. Si es así, dame ese antifaz. Buttarelli.

Ahora mismo.

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Escena VI

Don Gonzalo

Don Gonzalo. No puedo creer que exista un hombre así y no quiero cometer con él una injusticia. Prefiero indagar antes la verdad…., aunque, como sea cierta la apuesta, prefiero que muera a que sea su esposa. Primero seré buen padre, después buen caballero y velaré para que no le hagan daño. Aunque sería un enlace conveniente, no quiero que el tal Tenorio convierta el velo de boda de mi hija en una mortaja. Escena VII

Don Gonzalo, Buttarelli, que trae un antifaz

Buttarelli.

Aquí lo tiene.

Don Gonzalo. Gracias, patrón. ¿Van a tardar mucho aún? Buttarelli.

No creo que tarden porque son casi las ocho y, si vienen, estarán al caer.

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Don Gonzalo. ¿Es esa la hora de la cita? Buttarelli.

A las ocho se terminaba el plazo y quien no esté aquí al tocar la primera campanada perderá la apuesta.

Don Gonzalo. Dios quiera que se trate de una broma y no lo que se murmura. Buttarelli.

No estoy muy seguro de que cumplan, pero, si tanto os importa, esperaréis poco porque la hora está al caer.

Don Gonzalo. Me cubriré y me sentaré a esperar.

(Se sienta en una mesa a la derecha y se pone el antifaz).

Buttarelli.

Este viejo con tanto misterio aviva mi curiosidad… Y no estaré contento hasta no saber quién es.



(Limpia y trajina, mirándole de reojo).

Don Gonzalo. ¡Qué alguien como yo tenga que pasar por este trance! Claro que lo que más me importa en el mundo es la paz de casa y la felicidad de mi buena hija. No es cuestión de echarlo todo a rodar ahora.

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Escena VIII

Don Gonzalo, Buttarelli; don Diego, a la puerta del fondo

Don Diego. Las señas son claras. Estoy bien informado y aquí es. Ya he llegado. Buttarelli.

¿Otro embozado?

Don Diego. ¿Se puede pasar? Buttarelli.

Pase, adelante.

Don Diego. ¿Es esta la hostería del Laurel?10 Buttarelli.

Efectivamente, caballero, en la misma os encontráis

Don Diego. ¿Está en casa el hostelero? Buttarelli.

Lo tenéis ahora mismo delante.

Don Diego. ¿Vos sois Buttarelli? Buttarelli.

10

El mismo.

Lugar donde transcurre esta primera parte.

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Don Diego. ¿Es verdad que hoy tiene aquí Tenorio una cita? Buttarelli.

Verdad es.

Don Diego. ¿Y ha acudido a ella? Buttarelli.

No.

Don Diego. Pero ¿acudirá? Buttarelli.

Lo ignoro.

Don Diego. ¿Vos lo esperáis? Buttarelli.

Por si acaso.

Don Diego. En ese caso, yo también voy a esperarlo.

(Se sienta en el lado opuesto a don Gonzalo).

Buttarelli.

¿Os apetece que os sirva alguna vianda mientras aguardáis?

Don Diego. No, pero tomad.

(Le da dinero).

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Buttarelli.

¡Excelencia!

Don Diego. Y me libráis de la conversación inoportuna. Buttarelli.

Perdonad.

Don Diego. Estáis perdonado: dejadme ahora. Buttarelli.

¡Por Jesucristo! En toda mi vida había visto a un hombre de peor humor

Don Diego. ¡Que alguien como yo tenga que estar en tan ruin aposento! Claro que no hay humillación a la que un padre no se preste por su hijo. Quisiera ver con mis propios ojos al monstruo a quien casi di la vida y saber la verdad.

(Buttarelli, que anda arreglando sus trastos, contempla desde el fondo a don Gonzalo y a don Diego, que permanecerán embozados y en silencio).

Buttarelli.

¡Menudos dos hombres, parecen de piedra! A estos les sobra mi abasto, pero, ¡pardiez!, que los dos han paga-

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do un servicio que no han usado y eso si que es buen negocio.11 Escena IX

Buttarelli, don Gonzalo, don Diego, el capitán Centellas, dos caballeros, Avellaneda

Avellaneda. Vinieron ya y tened por seguro que la apuesta se cumplirá. Capitán Centellas.

Vamos para dentro. ¡Buttarelli!

Buttarelli.

Señor capitán Centellas, ¿vos por aquí?

Capitán Centellas.

Buttarelli.

Sí, Cristófano. ¿Desde cuando se han organizado, sin mi presencia, las orgías más destacadas de estos tiempos? Es que hacía ya tanto que no os veía…

11 Al posadero le choca la actitud de los dos hombres, pero, como han pagado sin consumir nada, le parece muy rentable. Un claro ejemplo de actitud picaresca.

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Capitán Centellas.

Estuve en Túnez sirviendo al emperador12 en sus guerras. Pero mis negocios me han traído de nuevo a Sevilla y, por lo que me han dicho, llego en el momento más oportuno para renovar viejas amistades. Así que, rápido, trae unas cuantas botellas y, mientras refrescamos la garganta, resúmenos cómo está la controversia.

Buttarelli.

Todo se andará; pero dejadme ir antes a la bodega.

Varios:

Sí, sí. Escena X



Dichos, menos Buttarelli

Capitán Centellas.

Siéntense, señores. Y ahora, Avellaneda, siga relatando la historia de don Luis.

Avellaneda. No hay nada más que añadir, aunque apuesto por don Luis porque no creo

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Se refiere a Carlos I de España y V de Alemania.

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que sea posible que la historia de Tenorio sea más endiablada. Capitán Centellas.

Igual perderás la apuesta porque todos sabemos que don Juan es un bala perdida y que no hay otro hombre que se le iguale. Así que, ¿de qué no será capaz si se empeña?13

Avellaneda. Conozco yo de buena tinta que Mejía ha cometido grandes tropelías que hacen que, incluso a ciegas, se pueda apostar por él. Capitán Centellas.

Pues el capitán Centellas pondrá todo su caudal a favor de don Juan Tenorio.

Avellaneda. Lo acepto en nombre de don Luis, que es muy amigo mío. Capitán Centellas.

13

Pues todo juega en su contra porque no hay otro hombre en la tierra como Tenorio. Es proverbial su fortuna y sus empresas no tienen comparación.

La mala fama de don Juan le precede.

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Escena XI

Dichos, Buttarelli, con botellas

Buttarelli.

Traigo Falerno, Sorrento y Borgoña.

Capitán Centellas.

Sírvenos lo que prefieras, Cristófano, y acláranos una cosa: ¿qué sabes tú de una apuesta de la que hoy se cumple un año entre don Juan Tenorio y don Luis Mejía?

Buttarelli.

Señor capitán, desconozco en profundidad el tema, pero os diré lo que sé a ver si os saco de dudas.

Varios.

Habla, habla.

Buttarelli.

Si os digo la verdad, aunque fue en mi propia casa donde hicieron la apuesta, como pusieron un plazo tan largo, no creí que se cumpliera. Por eso ni me acordaba. Pero esta tarde, anocheciendo, entró un caballero y me pidió recado para escribir una carta. Mientras escribía, pude hablar con su paje, paisano mío, de Génova. No me contó nada nuevo, que es,

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¡por Dios!, un buen elemento. Pero, cuando su amo estaba acabando la carta, lo mandó con la misma a su destinatario. El caballero, después, se dirigió a mí en mi lengua y me pidió noticias de don Luis. Dijo conocer bien la historia de los dos y que sabía, a ciencia cierta, que, al menos uno de ellos acudiría a la apuesta. Intenté saber más de él, pero me puso dos monedas de oro en la mano diciéndome, como quien no quiere la cosa: «Por si acaso los dos llegan a la cita, ten preparadas tus dos mejores botellas». Y se fue sin añadir nada más. Yo, atento a sus monedas, las puse en la misma mesa donde apostaron. Y, ahí está, con dos sillas, dos botellas y dos copas. Avellaneda. Ahora sí que no dudo: era don Luis. Capitán Centellas.

Era don Juan.

Avellaneda. ¿No le viste tú la cara? Buttarelli.

¡Pero si la llevaba con un antifaz cubierta

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Capitán Centellas.

Buttarelli.

A ver, hombre, ¿tú no te acuerdas de los dos? ¿O es que eres incapaz de distinguir a las personas por su aspecto igual que por su cara? Confieso mi torpeza; no lo reconocí y eso que lo intenté de verdad. Ahora silencio.

Avellaneda. ¿Qué pasa? Buttarelli.

El reloj comienza dar los cuartos para las ocho.14

(Dan). Capitán Centellas.

Fijaos en la gente que entra.

Avellaneda. ¡Como que, a causa de este lance, toda Sevilla está alerta!

14 misterio.

(Se oyen dar las ocho; varias personas entran y se reparten en silencio por la escena; al dar la última campanada, don Juan, con antifaz, se llega a la mesa Se trata de un recurso muy romántico para crear una atmósfera de

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que ha preparado Buttarelli en el centro del escenario y se dispone a ocupar una de las dos sillas que están delante de ella. Inmediatamente después de él, entra don Luis, también con antifaz, y se dirige a la otra. Todos los miran). Escena XII

Don Diego, don Gonzalo, don Juan, don Luis, Buttarelli, Centellas, Avellaneda, Caballeros, Curiosos, Enmascarados.

Avellaneda. (A Centellas, por don Juan). Verás a aquel, como vengan los dos, qué chasco se va a llevar. Capitán Centellas.

(A Avellaneda, por don Luis). Pues el otro ocupa la otra silla, ¡uf!, ¡aquí se va a armar!

Don Juan.

(A don Luis). Hidalgo, esta silla está comprada.

Don Luis.

(A don Juan). Igualmente digo, hidalgo. Tengo esta otra pagada para un amigo.

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Don Juan.

Esta es mía y lo haré saber.

Don Luis.

Y yo también que esta es mía.

Don Juan.

Sois don Luis Mejía, por lo tanto.

Don Luis.

Y vos seréis, acaso, don Juan Tenorio.

Don Juan.

Puede ser.

Don Luis.

Lo decís vos.

Don Juan.

¿Acaso no os fiáis?

Don Luis.

No.

Don Juan.

Yo tampoco.

Don Luis.

Pues no le demos más vueltas al tema.

Don Juan.

Yo soy don Juan. (Quitándose la máscara).

Don Luis.

Y Yo don Luis. (Íd).



(Se descubren y se sientan. El capitán Centellas, Avellaneda, Buttarelli y algunos otros se van a ellos y les saludan, abrazan y dan la mano, y hacen otras

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semejantes muestras de cariño y amistad. Don Juan y don Luis las aceptan cortésmente). Capitán Centellas.

¡Don Juan!

Avellaneda. ¡Don Luis! Don Juan.

¡Caballeros!

Don Luis.

¡Oh, amigos! ¿A qué debemos esta alegría?

Avellaneda. Como conocíamos vuestra apuestas, hemos venido a veros. Don Luis.

Don Juan y yo os agradecemos mucho semejante fineza.

Don Juan.

No perdamos el tiempo, don Luis (A los otros). Arrimad las sillas. (A los que están lejos). Supongo, caballeros, que ustedes están aquí también por la apuesta y yo no tengo ningún inconveniente.

Don Luis.

Ni yo; que aunque la cuestión es entre los dos, que nadie diga jamás, ¡por Dios!, que me avergüenzo de ello.

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Don Juan.

Ni yo, pongo al mundo por testigo de que no soy ningún hipócrita, ya que, por donde voy, me precede el escándalo.15

Don Luis.

¡Eh! Y esos dos ¿no se acercan a escucharnos? Vos.



(Por don Diego y don Gonzalo).

Don Diego. Yo estoy bien. Don Luis.

¿Y vos?

Don Gonzalo. Oigo perfectamente desde aquí. Don Luis.

Sus razones tendrán si se niegan.



(Se sientan todos alrededor de la mesa en que están don Luis Mejía y don Juan Tenorio).

Don Juan.

¿Estamos listos?

Don Luis.

Estamos

Don Juan.

Como quien somos vamos a cumplir.

15 En el original la obtestación es “que el orbe es testigo”. Don Juan muestra así el alcance de sus lances.

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Don Luis.

Veamos, pues, lo que hicimos.

Don Juan.

Bebamos antes de empezar.

Don Luis.

Bebamos.



(Lo hacen).

Don Juan.

La apuesta fue…

Don Luis.

Porque un día dije que no habría en toda España alguien que hiciera lo mismo que Luis Mejía.

Don Juan.

Y para contradeciros, según vuestra opinión, yo contesté que nadie haría lo mismo que don Juan Tenorio ¿No es así?

Don Luis.

Sin duda alguna: apostamos que, en el plazo de un año, el que peor de los dos hubiera obrado lo probaría hoy mismo.

Don Juan.

Y aquí estoy.

Don Luis.

Y yo.

Capitán Centellas.

¡Fue una apuesta, por mi vida, bien extraña!

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Don Juan.

Hablad, os escucho.

Don Luis.

No, debéis empezar vos.

Don Juan.

Como prefiráis, tanto me da, que nunca me hago de rogar. Pues, señor, salí de aquí buscando nuevos escenarios para llevar a cabo mis hazañas y llegué a Italia. Es esta tierra de raíces clásicas cuyo emperador anda en guerra con Francia. Y me dije: «¿Dónde estaré mejor? Pues donde suele haber soldados hay juegos y pendencias y amoríos». Así pues llegué a Italia buscando desafíos y amores. En Roma, fiel a mi apuesta, clavé en mi puerta un cartel donde podía leerse: Aquí está don Juan Tenorio, para quien quiera algo de él. No os explicaré qué sucedió aquellos días, simplemente os remito al recuerdo glorioso que, de mi paso, dejé allí. Las romanas son mujeres caprichosas y sus costumbres muy relajadas.16 Yo, ya lo sabéis, soy gallardo y calavera. Ya podéis deducir mis andan-

16 Alusión a la mujer demonio que es la causante de la bajeza de don Juan, en una clara discriminación de géneros. El tema de la mujer demonio, junto con la mujer ángel, fue muy cultivado en el Romanticismo. Doña Inés, como ya se sabe, es el prototipo de la mujer ángel y Jarifa, en “A Jarifa en una orgía”, por ejemplo, sería el ejemplo de mujer demonio.

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zas. Tuve que salir de Roma, como os podéis imaginar, disfrazado, de manera ruin y en un triste caballo, ya que allí me querían ahorcar. Después me enrolé en el ejército de España, pero los soldados eran todos paisanos míos y no quería problemas en tierra extraña. Así que dejé su compañía, no sin haber vivido cinco o seis desafíos. Nápoles, rico vergel de amor, fue mi siguiente destino. Y colgué mi segundo cartel: Aquí está don Juan Tenorio y no hay hombre que se pueda medir con él. Toda mujer, sea princesa altiva o pobre pescadora cae en sus brazos. Y no hay ninguna empresa, en el que nadie se le pueda comparar, sea por el oro o por el valor. Reto a que le busquen los reñidores o los jugadores. Quien quiera que se le enfrente, a ver si alguien lo supera en juegos, lides o amores. Esto es lo que escribí y, en seis meses que estuve en Nápoles, no hubo ni escándalo ni lance extraño ni engaño en el que yo no me viera envuelto. Por donde pasé, atropellé la razón, humillé la virtud, me burlé de la justicia y vendí a las mujeres. Yo bajé a las cabañas, subí a los palacios, escalé los claustros y, allá

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donde fui, dejé un recuerdo amargo. No reconocí lugar sagrado ni respeté ocasión ni lugar para llevar a cabo mis audacias. Tampoco me paré a distinguir entre clérigo o seglar. Provoqué a quien me dio la gana, con quien quise me batí y, en fin, jamás se me pasó por la cabeza que fuera yo el muerto. Todo esto está escrito en este papel y yo mismo lo mantengo. Don Luis.

Leed, pues.

Don Juan.

No, mejor oigamos primero vuestros lances bizarros y veremos si lo podéis demostrar con notas escritas para comparar con los míos.

Don Luis.

Decís bien; me parece, don Juan, muy razonable aunque, a mi modo de ver, poca diferencia habrá de uno a otro.

Don Juan.

Empezad, pues.

Don Luis.

Ahora os cuento. Yo, como vos, también busqué grandes empresas y me dije: «¿A dónde iré, ¡vive Dios!, para encontrar cuestiones de amores y grandes lides que sea mejor que Flandes? Allá,

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entre todas las guerras que se están librando, seguro que encontraré lugar y ocasión para riñas y galanteos». Y allá me fui, aunque, con tan mala fortuna que, al mes de estar en Flandes, perdí todo mi dinero, dobla a dobla. Como no tenía caudales, nadie quería acercarse a mí, pero yo supe buscar compañía y me uní a unos bandoleros. Y, juntos, lo hicimos tan bien, ¡voto a tal!, que entramos a saco en el palacio episcopal de Gante. ¡Qué noche aquella! El obispo, por la Pascua, presidió el coro y, al recordar su tesoro, aún me hincho de alegría. Todo fue a nuestras manos, pero mi capitán, llevado por su avaricia, se quedó con mi parte y, en la riña, yo fui mejor y lo crucé sin ningún miramiento. Entonces, los demás me propusieron, por valiente, como capitán y yo les juré franca amistad; pero, a la noche siguiente, hui y los dejé sin blanca. Y es que me acordé del refrán que dice que quien roba al ladrón tiene cien años de perdón. De ahí, en la opulencia, fui a Alemania; pero, con tan mala pata que un provincial jerónimo me conoció y me delató en un anónimo. Gracias al dinero pude comprar la libertad y el

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papel, aunque, cuando en un sendero me encontré con el tal fraile, no tuve reparos en pegarle un tiro certero. Y ya salté a Francia. ¡Qué buen país! Allí hice como vos en Nápoles. Puse un cartel diciendo: Aquí hay un don Luis que vale por dos. Estará por la zona algunos meses. Y no tiene más intereses ni le preocupa otra empresa que adorar a las francesas y reñir con los franceses. Eso mismo escribí y, en seis meses que estuve en París, no hubo ni lance extraño ni escándalo ni daño en el que yo no estuviera implicado. Mas, como don Juan, yo también renuncio a seguir alargando mi historia. Basta para mi gloria la memoria gloriosa que dejé allá con semejante anuncio. Lo mismo que vos, por donde fui, atropellé la razón, escarnecí la virtud, me burlé de la justicia y vendí a las mujeres. He perdido mi hacienda tres veces; aunque se me antoja reponerla y con doña Ana de Pantoja, mujer muy rica, he cerrado tratos y voy a celebrar boda comprometida. Os lo digo por si queréis asistir. Y, en fin, eso fueron los arrojos que don Luis realizó y, en este papel, está escrito y firmado por él mismo.

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Don Juan.

La historia es tan parecida a la mía que está en el fiel de la balanza. Así que vamos a ver qué dice el papel.

Don Luis.

Tenéis mucha razón. Mirad, aquí está el mío. Para mayor claridad he apartado, con una línea, los nombres sentados.

Don Juan.

Así he hecho yo. Mis cuentas traigo en el mío. En dos líneas he separado los muertos en desafío y las mujeres burladas. Podéis contar.

Don Luis.

Contad.

Don Juan.

Pone veintitrés.

Don Luis.

Esos son los muertos. Ahora, a ver vos. ¡Por la cruz de San Andrés! He sumado treinta y dos.

Don Juan.

Son los muertos.

Don Luis.

Mucho matar es eso.

Don Juan.

Os llevo nueve.

Don Luis.

Me vencéis. Pasemos a las conquistas.

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Don Juan.

Aquí sumo cincuenta y seis.

Don Luis.

Y yo sumo en vuestras listas setenta y dos.

Don Juan.

Pues perdéis.

Don Luis.

¡Es increíble, don Juan!

Don Juan.

Si no me creéis, ahí apuntados están los testigos que testificarán si les preguntáis.

Don Luis.

¡Oh! Cabal es vuestra lista.

Don Juan.

Mi amor ha recorrido toda la escala social, desde una princesa a la hija de un pescador. ¿Queréis alegar algo?

Don Luis.

Os falta, en justicia, solo una.

Don Juan.

¿Me la podéis señalar?

Don Luis.

No faltaba más: una novicia que aún no haya profesado y que esté al punto.

Don Juan.

¡Bah! Os complaceré por partida doble. No solo conquistaré a la novicia, sino que añadiré a la lista una dama

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que esté comprometida con algún amigo. Don Luis.

¡Pardiez, que sois atrevido!

Don Juan.

Si queréis os lo apuesto.

Don Luis.

Acepto el partido que vais a perder. ¿Queréis veinte días?

Don Juan.

Con seis me sobra.

Don Luis.

¡Por Dios, que sois hombre extraño! ¿Cuántos días dedicáis a cada mujer conquistada?

Don Juan.

Entre las que ahí encontráis podéis partir los días del año. Uno lo necesito para enamorarlas, otro para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituirlas y solo una hora para olvidarlas. Pero ahora no me apetece hablaros más porque, como vais a casaros, os pienso quitar a doña Ana de Pantoja.17

Don Luis.

Don Juan, ¿qué es lo que decís?

17 En el colmo de la desfachatez, don Juan anuncia la intención de arrebatarle a doña Ana a don Luis solo por simple capricho, por una apuesta.

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Don Juan.

Don Luis, lo que habéis oído.

Don Luis.

Pensad bien, don Juan, lo que vais a hacer.

Don Juan.

Lo que he de lograr, don Luis.

Don Luis.

¿Gastón? (Llamando).

Gastón.

¿Señor, qué desea?

Don Luis.

Ven acá.



(Habla don Luis en secreto con Gastón y este se va precipitadamente).

Don Juan.

¿Ciutti?

Ciutti.

¿Señor?

Don Juan.

Ven aquí.



(Don Juan habla en secreto con Ciutti, y este se va precipitadamente).

Don Luis.

¿Estáis en lo dicho?

Don Juan.

Sí.

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Don Luis.

La vida va en ello.

Don Juan.

Pues va.



(Don Gonzalo, levantándose de la mesa en que ha permanecido inmóvil durante la escena anterior, se enfrenta a don Juan y don Luis).

Don Gonzalo. ¡Insensatos! ¡Vive Dios que no me temblarían las manos si, como a villanos, os diera muerte a palos a los dos! Don Luis.

Veamos.

Don Gonzalo. Excusado es, he vivido lo suficiente para saber dónde no puedo ser18 arrogante. Don Juan.

Idos, pues,

Don Gonzalo. Antes de salir, don Juan, es necesario que escuchéis, desde donde podáis oírme, lo que os tengo que decir. Vuestro buen padre, don Diego, os apalabró una boda que iba a celebrarse, aunque yo, por mí mismo, para saber de qué sois capaz, llegué 18

En el original aún se confundía estar con ser.

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aquí al anochecer y, lo que vi, me avergonzó Don Juan.

¡Por Satanás, viejo insano, no me explico cómo he tenido paciencia para haberte oído sin asentarte la mano! Dime pronto quién eres, porque, si no, seré capaz de arrancarte el antifaz y tu propia alma.

Don Gonzalo. ¡Don Juan! Don Juan.

¡Pronto!

Don Gonzalo. Mira, pues. Don Juan.

¡Don Gonzalo!

Don Gonzalo. El mismo soy. Y os digo también adiós, don Juan. Desde hoy quitaos de la cabeza doña Inés. Antes de consentir en vuestra boda, ¡lo juro por Dios!, prefiero abrirle yo mismo el sepulcro.19

19 La cuestión de la honra, muy barroca, guía a don Gonzalo, capaz de matar a su hija con tal de no perder el honor. Las manchas de la deshonra se limpiaban con sangre. Buenos ejemplos los vemos en el teatro de Lope de Vega y más aún en el de Calderón de la Barca.

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Don Juan.

Don Gonzalo, me hacéis reír. Venirme a provocar es como si amenazaseis con un triste palo a un león. Y ya que no tengo tiempo, solo os quiero advertir que, si no me la dais, ¡por Dios!, os la iré a quitar.

Don Gonzalo. ¡Miserable! Don Juan.

Ya os lo he dicho. Para que se cumpla mi apuesta, solo me falta una mujer así. Apostada está.



(Don Diego, en que ha mientras la centro de la don Juan).

levantándose de la mesa permanecido encubierto escena anterior, baja al escena, encarándose con

Don Diego. Vil don Juan, No puedo escucharte más. Recelo que, en el cielo, habrá algún rayo presto para aniquilarte. ¡Ah…! Era incapaz de creer lo que decían de ti y, confiando en que todo fuera falso, te viene a ver esta noche. Pero te juro, malvado, que me pesa haber venido, porque ahora sé lo que antes ignoraba. Sigue con ciego afán en tu torpe frenesí; pero a partir de ahora ya no te co-

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nozco, don Juan. No vuelvas nunca más a mí. Don Juan.

¿Quién se volvió a ti, quién se atreve a hablarme de esa manera y que me importa a mí si me conoces o no?

Don Diego. Adiós, pues: pero jamás te olvides de que hay un Dios justiciero. Don Juan.

Ten. (Deteniéndole).

Don Diego. ¿Qué quieres? Don Juan.

Quiero verte.

Don Diego. Nunca, me lo pides en vano. Don Juan.

¿Nunca?

Don Diego. No. Don Juan.

Cuando me cuadre.

Don Diego. ¿Cómo? Don Juan.

Así. (Le arranca el antifaz).

Todos.

¡Don Juan!

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Don Diego. ¡Villano! ¡Has puesto en mi faz tu mano! Don Juan.

¡Válgame Cristo, mi padre!

Don Diego. Mientes, jamás lo fui. Don Juan.

¡Reportaos, con Belcebú!

Don Diego. No, los hijos como tú son hijos de Satanás. Comendador, lo que hablamos está anulado.20 Don Gonzalo. Ya lo es por mí; vamos. Don Diego. Sí, vámonos de aquí donde no pueda ver a semejante monstruo. Desolado, don Juan, yo te abandono en manos del vicio y, con ello, me matas, aunque… te perdono en el santo juicio de Dios.

(Se van poco a poco don Diego y don Gonzalo).

20 Zorrilla tuvo problemas con su padre que traslada a la obra. Nótese la dureza de don Diego en sus respuestas y la idea, siempre presente, de identificar a su hijo con el diablo. Hay que añadir que los románticos solían verse a sí mismos como ángeles caídos, desposeídos de lo que era suyo, es decir, como el demonio, que fue desterrado del Cielo por Dios a causa de su soberbia. Los románticos son orgullosos y se sienten titanes a los que se les ha arrebatado lo suyo.

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Don Juan.

Me dais un plazo muy largo, aunque una cosa os quiero advertir y es que yo no os he pedido que me perdonéis. Así que no paséis afán por mí de ahora en adelante porque, como vivió hasta la fecha, así vivirá don Juan siempre. Escena XIII



Don Juan, don Luis, Centellas, Avellaneda, Buttarelli, Curiosos, Máscaras.

Don Juan.

¡Eh! Ya salimos del paso y, no os extrañe la homilía, que son cosas familiares a las que yo, por cierto, nunca he hecho caso. Así que, don Luis, confirmo lo dicho. En la apuesta van doña Ana y doña Inés.

Don Luis.

Y el precio es la vida.

Don Juan.

Lo decís vos. Vámonos.

Don Luis.

Vamos.



(Al salir se presenta una ronda, que les detiene).

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Escena XIV

Dichos, una ronda de alguaciles

Alguacil.

¡Alto allá! ¿Sois don Juan Tenorio?

Don Juan.

Yo soy.

Alguacil.

Quedáis preso.

Don Juan.

¿Estoy soñando? ¿Por qué?

Alguacil.

Después lo sabrá.

Don Luis.

(Acercándose a don Juan y riéndose). No os extrañéis, Tenorio, ya que, vista la apuesta, para que no podáis ganar, mi paje os ha delatado.

Don Juan.

¡Vaya! No os suponía yo tan hábil, ¡pardiez!

Don Luis.

Pues id, don Juan, que, por esta vez, es mía la partida.

Don Juan.

Vamos, pues.



(Al salir, les detiene otra ronda que entra en la escena).

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