QUÉ RAROS SON LOS HOMBRES

EN LA MIRA CRISTINA PALOMAR QUÉ RAROS SON LOS HOMBRES 405 también ellos pueden resultar incomprensibles; pero, además, nos habla de que también la

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EN LA MIRA

CRISTINA PALOMAR

QUÉ RAROS SON LOS HOMBRES

405

también ellos pueden resultar incomprensibles; pero, además, nos habla de que también las mujeres pueden a veces tomar una posición unificada y

Ovejero, José. Qué raros son los hom-

centralista para mirar a los varones

bres. Ediciones B, Ficcionario, Barce-

como “los otros” —si es que son las

lona, 2000, 2ª edición.

mujeres las que dicen que los hombres son raros—.

El título de este libro produce un efec-

Y es que, inevitablemente, una se

to inmediato y notorio: hace sonreír a

pregunta quién es quien mira cuando

las mujeres. Podemos suponer que esa

se dice “qué raros son los hombres”.

espontánea sonrisa femenina tiene

¿Son las mujeres, son los mismos hom-

algo de malicia y de sutil venganza ya

bres, alguien más? ¿Es posible una

que, como se señala en la solapa de

posición más allá de la pertenencia a

esta segunda edición, lo usual es en-

una u otra identidad de género? ¿De

contrarse con la afirmación de que las

quién es la mirada que, distancia de

mujeres son las incomprensibles. La

por medio, ve a los hombres “del otro

formulación misma del “enigma feme-

lado” y los considera “raros”? Esto es

nino” tiene que ver con esa idea de

interesante porque, planteado así, es-

que los hombres simplemente no lo-

tamos frente a un juego de miradas:

gran comprender a las mujeres. Así que

miradas que sitúan, que ubican, que

de pronto poner a los hombres en el

ponen distancia y marcan posiciones.

lugar de “los raros” les gusta a las

Un juego de miradas en un juego de

mujeres, pues habla de que, al pare-

espejos y que construye tanto al que

cer, los hombres no son menos enig-

mira como al que es mirado.

máticos que ellas; es decir, que

406

LA VENTANA, NÚM. 15 / 2002

A lo largo del tiempo, pueden rastrearse distintas maneras en las que

rrido sobre el otro. Es así como surgen las identidades.

“el otro” se representa para la propia

Al decir “qué raros son los hom-

mirada. Los estudios de género han

bres”, entonces, son los varones quie-

mostrado que, a partir de una posi-

nes ocupan el lugar del otro. Pero

ción “androcentrista” o “viricentrista”,

insisto, ¿quién hace este juicio?, ¿es

las mujeres han sido puestas, tanto

Marta, la protagonista del quinto cuen-

en las ciencias como en las artes y en

to y al que se le debe el título del li-

las religiones, en el lugar del otro, lu-

bro?, ¿o es José Ovejero? Si se trata de

gar que marca siempre el lugar de lo

Marta, entonces estamos frente a una

desconocido, de lo incomprensible, del

cuestión muy simple: se trata del des-

enigma. Sin embargo, ese otro es siem-

concierto de esta mujer por no recibir

pre tan próximo, que es necesario pro-

la respuesta esperada del varón que

ducir un abigarrado imaginario que lo

tiene enfrente. Esto quiere decir que

describa en una multiplicidad de imá-

cuando esto sucede, las mujeres, fi-

genes, juicios y narraciones, ya que ne-

nalmente, reaccionan y señalan al va-

cesitamos definirlo de alguna manera

rón como el otro extraño. Pero si se

que justifique una distancia, ya que

trata del juicio de Ovejero, las cosas

ese otro es siempre un espejo cuyo

se ponen más interesantes.

cristal refleja, distorsionada, una ima-

El título del libro produce una pri-

gen de uno mismo tan engrandecida

mera impresión engañosa: parecería

como se necesite, de manera que en

que se está haciendo una generaliza-

esa imagen encontramos la mirada que

ción más, del tipo de “todas las muje-

invariablemente regresa sobre sí mis-

res son iguales” (que es lo mismo que

ma, duplicada como efecto del reco-

afirmar que las mujeres son incomprensibles o que los hombres son raros).

EN LA MIRA

407

Decir que los hombres son raros es una

y entre los hombres y las mujeres. Sin

generalización basada en una visión

embargo, aún ahora hay que repetir

esencialista de los sexos: hay una esen-

insistentemente sobre la diferencia

cia masculina y una esencia femeni-

entre el sexo (biológico) y el género

na; es decir, algo inherente en cada uno

(cultural), y seguir combatiendo la idea

de los sexos que explicaría que “to-

de que las diferencias entre hombres y

das” y “todos” compartiesen algo

mujeres son “naturales” y otorgadas

esencialmente idéntico, más allá de las

por un orden superior al humano, ar-

subjetividades, los contextos y las si-

guyendo por el contrario que, salvo la

tuaciones.

diferencia anatómica, las diferencias

A pesar de los avances en los es-

son sociales y anidan en los hábitos

tudios de género, muchas personas si-

del pensamiento y de las instituciones.

guen creyendo que las diferencias que

Hay que decir que la tendencia a

se observan entre hombres y mujeres

esencializar las diferencias de género no

son innatas y que reflejan una dicoto-

se limita a los hombres, ni tampoco a

mía esencial subyacente entre ambos.

ciertas posiciones políticas o religiosas.

Desde el principio, los estudios femi-

Algunas escritoras contemporáneas

nistas se plantearon el objetivo de

siguen insistiendo en características

cuestionar la falsa unidad del sexo y

fundamentales y eternas de los sexos

del género, intentando transformar las

para explicar posiciones con relación a

visiones esencialistas, y se dieron a la

la cultura, la ecología, la biosociología

tarea de mostrar cómo las diferencias

o el mismo feminismo. Y es lo mismo

sexuales biológicas no podían ser respon-

que subyace en los autores que hablan,

sables del significado social del género

por ejemplo, de que los hombres han

o de la distribución relativa del poder

perdido contacto con su “energía de

entre los hombres, entre las mujeres,

Zeus” y recomiendan los retiros y ri-

408

LA VENTANA, NÚM. 15 / 2002

tuales de hombres para restaurar el 1

tereotipos y los ideales de género.

orden natural. Estas visiones invocan

George L. Mosse2 ha estudiado la ma-

imágenes de diferencias de género fun-

nera en que se construyó el ideal mo-

damentales, eternas y naturales que

derno de masculinidad, invocado en

surgen directamente del sexo biológi-

todas partes como un símbolo de re-

co, muchas de ellas apoyadas en pa-

generación personal y nacional, y que

sajes bíblicos o en imaginarios

ha sido un elemento básico para la

escenarios primitivos que pretenden

definición del individuo de la moder-

dar veracidad a la versión de diferen-

nidad. Al mismo tiempo que ha parti-

cias sexuales naturales. Los hombres

cipado en su construcción, este ideal

autoritarios y las mujeres cuidadoras

fue a su vez influenciado por los pa-

de la antigüedad vienen a representar

trones normativos de moralidad y con-

una masculinidad o feminidad subya-

ducta; es decir, por las maneras típicas

cente que reside supuestamente den-

y aceptables de conducta en el con-

tro de los seres humanos. Estas

junto social de los siglos pasados, que

representaciones suenan tan compa-

generaron un estereotipo masculino

tibles con los prejuicios de género, que

específico,eldel hombre verdadero,que

parecen la evidencia de lo inevitable del

condensa una serie de atributos y va-

poder masculino y de la fragilidad fe-

lores, y que ha venido a constituirse

menina, aunque sean solamente el re-

en el parámetro que pretende medir la

sultado de un mal uso de las evidencias

verdadera hombría de cada varón. Estereotipar significa asignar a cada individuo todos los atributos del grupo

biológicas y antropológicas. Es en estas representaciones en donde se basa la producción de los es-

2 1

Robert Bly. Iron John: A Book about Men. AddisonWesley, Reading, 1990.

George L. Mosse. The Image of Man. The Creation of Modern Masculinity. Oxford University Press, Nueva York y Oxford, 1998, pp. 3-16.

EN LA MIRA

409

al cual dice pertenecer, de manera que,

cia de la estructura del cuerpo huma-

en el caso del estereotipo masculino,

no llegó a ser equivalente a —si no es

todos los hombres deben conformarse

que mayor que— la importancia de sus

de acuerdo con una masculinidad ideal.

adornos. El estereotipo de la masculi-

Por otra parte, todo estereotipo tie-

nidad fue concebido como una totali-

ne una naturaleza que produce el efec-

dad basada en lo que se construyó

to de que lo invisible se torna visible

como “naturaleza” del cuerpo del

y público, de donde se derivan su

hombre. En la medida en que el cuer-

importancia social y política, así como

po humano iba tomando su forma sim-

su función pedagógica.

bólica en el contexto de la producción

Los estereotipos que trajo la moder-

de símbolos visuales necesarios a los

nidad deben ser vistos como parte de

movimientos nacionalistas de la épo-

una búsqueda general de símbolos que

ca, sus construcciones y atributos to-

hicieron lo abstracto concreto en el

maron cada vez más importancia.

contexto de los inquietantes cambios

La masculinidad moderna conden-

que trajo la nueva época. Es imposible

sa una serie de atributos que reflejan

señalar el momento preciso en el que

tanto realidades sociales como un pro-

el ideal moderno de la masculinidad

yecto hacia el futuro. Entre los más

nació y llegó a ser parte de la historia

importantes y generales de dichos atri-

de la modernidad; lo que sí puede afir-

butos se cuenta, en primer lugar, la

marse es que las distintas piezas que

belleza masculina que es entendida

conformaron dicho ideal ya existían en

como símbolo de la virtud moral; tam-

épocas anteriores, sólo que no fueron

bién el ejercicio del poder, aparejado

sistematizadas o condensadas en un

con el autocontrol y la restricción de

estereotipo sino hasta los inicios de

los impulsos y las pasiones, por lo que

la era moderna, en la que la importan-

el valor de la razón es fundamental;

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LA VENTANA, NÚM. 15 / 2002

otro atributo importante es el sentido

los valores tradicionales de la socie-

de libertad y el compromiso con ésta;

dad, de manera que la masculinidad

otro más es la noción de coherencia y,

es la prolongación de ciertos impera-

por lo tanto, de unidad interna del

tivos morales, de ciertos estándares

sujeto.

normativos de apariencia, conducta y

A pesar del nivel hegemónico que

comportamiento. Esto conduce a que

alcanzó este estereotipo moderno de

cuando el sistema de valores tradicio-

la masculinidad, hay que decir que se

nales de las clases medias se ve ame-

produjeron gran cantidad de variacio-

nazado, el ideal de masculinidad que

nes sobre el mismo, en relación direc-

ha construido se ve desafiado también.

ta con su contexto de producción y

El estereotipo de la verdadera mas-

que implicaban adaptaciones, variacio-

culinidad producido por la modernidad fue poderoso precisamente porque, al contrario de las ideas o los ideales abstractos, se tornó en algo que podía encontrarse en la realidad positiva: puede ser tocado, visto y hasta se puede hablar con él, de manera que se convierte en la prueba de su propia existencia y en un recordatorio viviente de la belleza humana, de la moral apropiada y de una muy amplia utopía, la de la modernidad. Evidentemente hay otros estereotipos de masculinidad; y, además, hay lo que se llama “antitipos” o “contra-

nes y movimientos. Sin embargo, una vez puesto en contexto, el tipo ideal de masculinidad de la era moderna deja traslucir el concepto normativo de masculinidad que impera en una sociedad. El hecho de que el estereotipo masculino varíe en los detalles habla de que en cualquier lugar donde la masculinidad moderna llegó a ser una fuerza política y social, fue puesto en el lugar de símbolo de los ideales y de las esperanzas de la sociedad. La masculinidad y lo que ésta sostiene, a pesar de sus variaciones, siempre refleja

EN LA MIRA

tipos”, que sirven para afirmar la veracidad del estereotipo opuesto. Además, en el momento actual en el que hemos ingresado en algo llamado posmodernidad, debemos preguntarnos qué pasa con las masculinidades. Si la idea moderna del sujeto ha estallado junto con los demás paradigmas de la modernidad, ¿en qué ha devenido el ideal masculino? Lo interesante es que aún se pueden encontrar, debajo de cualquiera de las representaciones estereotipadas de género, algunos elementos que parecen dar cuenta de un mismo piso para imaginar la masculinidad y que se deriva de una confusión entre los planos imaginario y simbólico que crea la suposición de que la feminidad representa la carencia y la masculinidad es su opuesto; es decir, la posesión. Si esto se lleva al plano simbólico, debe de-

411

el falo;esto es, con el lugar de la posesión simbólica del significante codiciado o con su carencia. Esta definición es la que se encuentra más a salvo de la arbitrariedad del esencialismo y de las paradojas de las definiciones positivas y normativas.3 Los estudios de género, al entender la masculinidad y la feminidad como categorías variables en el tiempo y en el espacio, que expresan la manera en que, en un contexto específico, se elabora socialmente la diferencia sexual, han posibilitado la evaluación de las afirmaciones esencialistas acerca de la masculinidad o de la dominación masculina. Como se sabe, este campo de estudio trabaja sobre las elaboraciones culturales que se producen para simbolizar la diferencia sexual, en el marco de los diversos contextos sociohistóricos. En

cirse que tanto la masculinidad como la feminidad, ambas identidades de género, se definen por su oposición y por su ubicación mutua en relación con

3 R. W. Connell. “La organización social de la masculinidad”, en Valdés, Teresa y Olavarría, José (eds.). Masculinidad/es. Poder y crisis . Ediciones de las Mujeres, núm. 24, Isis Internacional y FLACSO Chile, Santiago, 1997, pp. 31-48.

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LA VENTANA, NÚM. 15 / 2002

este sentido, cualquier forma que

feminidades. Desde que el pensamien-

adopten dichas elaboraciones son

to feminista puso sobre la mesa la evi-

objeto de estudio de este campo de

dencia de que los discursos patriarcales

trabajo. Ha sido la posición de subor-

no son modelos neutrales, universa-

dinación que en la historia ha tenido

les e incuestionables, sino que son el

el sexo femenino lo que ha dado como

efecto de las posiciones específicas

resultado un trabajo mucho más am-

ocupadas por los hombres, se enterró

plio y abundante en la línea de los

la idea de un sujeto neutro; es decir,

estudios sobre las mujeres y las femi-

se estableció la relevancia de marcar

nidades, como reacción a esa especie

con el género al sujeto social e histó-

de asignatura pendiente en las formu-

rico. Si el feminismo no hubiera cues-

laciones académicas tradicionales,

tionado al sujeto universal que era

como una acción afirmativa y reivin-

implícitamente masculino, no se ha-

dicativa, característica de una primera

bría relativizado esa idea neutra. La in-

etapa en el desarrollo del pensamien-

sistencia en marcar el género del

to académico feminista, cuyo objeti-

sujeto del que se trata ha tenido dos

vo era poner a las mujeres en el mapa

efectos: por una parte, ha hecho visi-

de la realidad, hasta entonces poblado

bles a las mujeres pero, al mismo tiem-

solamente por los varones.

po, también hizo visibles a los hombres

En la actualidad se ha llegado a

en cuanto tales; esto es, en tanto su-

otros planteamientos; se considera

jetos marcados por su pertenencia a

fundamental internarse en el estudio

un sexo y atravesados por un discur-

de las vías misteriosas y específicas por

so social de género; y por la otra, ha

las que se construyen las diversas ma-

legitimado al feminismo académico

neras en que se viven las masculini-

que, al hablar de lo femenino, fundó

dadades, tan misteriosas como las

lo masculino como objeto teórico, y a

EN LA MIRA

413

los estudios de la masculinidad como

tiempo —o por lo mismo— desilusio-

un campo de trabajo en torno a éste.

nada e irónica, que relata situaciones

Una de las primeras conclusiones

originales, y que nos dice que no es

que se produjeron en dicho campo fue

posible meter a todos los varones en

la que señala que no puede hablarse

un mismo costal. Con esto, Ovejero

de “masculinidad” en singular, sino

nos está diciendo que, ante sus ojos,

que hay que hablar de “masculinida-

el estereotipo más usual de la mascu-

des”, y que éstas siempre deben ana-

linidad se ha resquebrajado y que, a

lizarse con base en el contexto en el

través de sus fisuras, está entrevien-

que se presentan, ya que las masculi-

do matices nuevos en los seres vis-

nidades particulares no son fórmulas

lumbrados: el viajero en Cuba del

fijas sino más bien combinaciones de

primer cuento, que se enfrenta con su

acciones y signos, tan poderosas como

falta de deseo por las mujeres que se

arbitrarias, formadas en reacción al y

le ofrecen; el niño que es testigo del

en relación con el complejo de rela-

enamoramiento y la posterior desilu-

ciones materiales y demandas emocio-

sión que su padre sufre con su auto-

nales, construyendo códigos que

móvil, al que adora por el prestigio que

permiten decir: “esto esloquesignifi-

le da el hecho de que éste es el único

ca que eso es un hombre”.

4

en toda la calle; el deprimido emigra-

En los cuentos de Qué raros son los

do en Berlín que comparte casa con

hombres, lo que una encuentra, en primer lugar, es una mirada al mismo

dos homosexuales, y que en medio de su indiferencia, es seducido por uno de ellos sin más observación que la de que “cerrando los ojos, la diferencia

4

J. Hearn y David L. Collinson. “Theorizing Unities and Differences Between Men and Between Masculinities”. Brod y Kaufman (comps.), en Theorizing Masculinities. Sage, Londres, 1994, p. 104.

ni se nota”; el acosador sexual que tortura a Carmen en “el peso de las

414

LA VENTANA, NÚM. 15 / 2002

horas”; Zoran, el entrenador de tenis

en la literatura clásica, y en mucha de

que, lejos de responder al estereotipo

la contemporánea, son masculinos.

del macho incapaz de detenerse fren-

¿Qué distingue a estos protagonis-

te a una mujer seductora, se comporta

tas de los cuentos de Ovejero? Lo que

de una manera inesperada; el obsesi-

encontramos en todos estos persona-

vo incapaz de acudir a la cita que pon-

jes, es justo el fracaso del ideal mo-

drá fin formal a su matrimonio y, con

derno de la masculinidad. Se trata de

eso, a toda una idea de sí mismo; el

pinceladas que pintan al antihéroe, al

ejecutivo que urde una inútil vengan-

hombre anticlimático, desconcertado,

za contra un viejo rival en amores y

ineficaz, impotente, sorprendido,

en principios; el hombre viejo que,

jaloneado, incoherente y sin ilusiones.

desconcertado e inerme, padece tan-

Pero, además, yo diría que lo que los

to su envejecimiento como el deseo

hace distintos de otros protagonistas

por su propia hija; el grupo de “hin-

masculinos es la mirada del autor so-

chas” atrapados en medio de su ritual

bre ellos. Una mirada que, como de-

bestial por los sentimientos descon-

cíamos más arriba, es fruto de una

certantes que produce una inusual

distancia y de un lugar particular. A la

estriper; y el galerista pasado de moda

pregunta de si es posible tener una

y en tiempos difíciles, que se fuga de

posición más allá de la de los hom-

la pareja para vivir en un imaginario y

bres y de las mujeres, habría que con-

compartido pasado lejano.

testar que sí, porque es la posición que

No hay que caer en el error de de-

se deriva de tener muy claro que eso

finir este libro como “un libro de cuen-

de ser “hombres” o “mujeres” tiene

tos con protagonistas masculinos”,

que ver más con estereotipos y repre-

porque así no se dice nada. Finalmente,

sentaciones de género —es decir, con

la gran mayoría de los protagonistas

máscaras— que con lo que nos mues-

EN LA MIRA

415

tran las realidades humanas y el fra-

tatuto de amo.5 En particular, la sexua-

gor de las relaciones intersubjetivas.

lidad pone en riesgo la “masculinidad”

Ovejero, en el fondo, está hablan-

y al ideal masculino de una autono-

do del espejismo que conlleva el in-

mía del ser propio, amenazada por la

tento de relacionarse con otro. Parece

abnegación y autonegación del ser que

saber que en la sexualidad, a diferen-

engendra el deseo sexual, haciendo

cia de la mayoría de otras relaciones

que la homosexualidad sea vista como

sociales, los hombres que desean a las

una amenaza potencial a las solidari-

mujeres enfrentan sus mayores incer-

dades homosociales.

tidumbres, inseguridades, dependen-

La única vía para vivir la subjetivi-

cias y diferencias. Éstas son tensiones

dad más allá del género es la que se

que responden a un imaginario social

abre al tomar distancia de los ideales

que sitúa al varón en el lugar de quien,

que se construyen sobre éste y permi-

frente a la imaginaria “carencia” feme-

te enfrentar el propio deseo, ya que

nina, posee aquello que “justifica” su

esto significa tener la capacidad de en-

“superioridad”. ¿Cómo desear, cómo

frentar el yo desnudo que queda cuan-

amar aquello que encarna la carencia

do se le arranca la cobija del nosotros.

y que, por lo mismo, la siembra en uno

Es decir, es la posibilidad para lograr

mismo? La única manera es, por la mis-

trasponer la ilusión de las identidades

ma fuerza del deseo, abandonar la

que nos arropan con un imaginario que

creencia en la completud posible, de

adormece la inquietud por saber quié-

cualquiera de los lados. El encuentro

nes somos. “Mandar al demonio a las

sexual conlleva implícitamente la de-

personas impersonales que se apode-

posición del ideal masculino que de-

ran de nosotros” es la única manera

niega la falta porque uno no puede prestarse al sexo si no se pierde el es-

5 J. Allouch. “Para introducir el sexo del amo”, en Litoral, núm. 27 “La opacidad sexual”.

416

LA VENTANA, NÚM. 15 / 2002

de “saberse una persona libre, solita-

desilusión que se cubre de ironía. Se

ria y solidaria —o de hacerse nuevas

percibe una mirada desilusionada, la

ilusiones”, como dice Zaid.

6

de un hombre que mira sorprendido a

Por otra parte, no es que Ovejero

otros hombres en su dimensión hu-

nos diga que los hombres son simples.

mana. La mirada de un niño boquia-

Efectivamente, nos hace ver en sus

bierto al descubrir la humana estatura

cuentos que los hombres son raros,

de su padre, dolido por la caída y la

rarísimos (como perros a cuadros).

pérdida del ídolo magnífico y perfec-

Pero también Carmen, Marta, Asun,

to. Una mirada de hombre desilusio-

la estriper y demás personajes feme-

nado también del amor y de las

ninos que aparecen en los cuentos, se

posibilidades del deseo. Lo curioso es

muestran igualmente rarísimas. Con

que, al mismo tiempo, detrás de todo

esto,elautorde Qué raros son los hom-

esto se percibe la serenidad de alguien

bres nos dice que hay algo en la condición humana misma, más allá de las identidades de género, que nos hace a todos únicos y a todos enigmáticos. Pero hay otra cosa que parece advertirse en la mirada de Ovejero: la

que ha logrado tocar una certeza: la

6 Gabriel Zaid. “Nosotros”, en Letras Libres, núm. 34, año III, octubre, 2001, México, pp. 30-34.

de que, a pesar de todo, lo único que tenemos es el deseo y al otro para vivirlo.

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