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EN LA MIRA
CRISTINA PALOMAR
QUÉ RAROS SON LOS HOMBRES
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también ellos pueden resultar incomprensibles; pero, además, nos habla de que también las mujeres pueden a veces tomar una posición unificada y
Ovejero, José. Qué raros son los hom-
centralista para mirar a los varones
bres. Ediciones B, Ficcionario, Barce-
como “los otros” —si es que son las
lona, 2000, 2ª edición.
mujeres las que dicen que los hombres son raros—.
El título de este libro produce un efec-
Y es que, inevitablemente, una se
to inmediato y notorio: hace sonreír a
pregunta quién es quien mira cuando
las mujeres. Podemos suponer que esa
se dice “qué raros son los hombres”.
espontánea sonrisa femenina tiene
¿Son las mujeres, son los mismos hom-
algo de malicia y de sutil venganza ya
bres, alguien más? ¿Es posible una
que, como se señala en la solapa de
posición más allá de la pertenencia a
esta segunda edición, lo usual es en-
una u otra identidad de género? ¿De
contrarse con la afirmación de que las
quién es la mirada que, distancia de
mujeres son las incomprensibles. La
por medio, ve a los hombres “del otro
formulación misma del “enigma feme-
lado” y los considera “raros”? Esto es
nino” tiene que ver con esa idea de
interesante porque, planteado así, es-
que los hombres simplemente no lo-
tamos frente a un juego de miradas:
gran comprender a las mujeres. Así que
miradas que sitúan, que ubican, que
de pronto poner a los hombres en el
ponen distancia y marcan posiciones.
lugar de “los raros” les gusta a las
Un juego de miradas en un juego de
mujeres, pues habla de que, al pare-
espejos y que construye tanto al que
cer, los hombres no son menos enig-
mira como al que es mirado.
máticos que ellas; es decir, que
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A lo largo del tiempo, pueden rastrearse distintas maneras en las que
rrido sobre el otro. Es así como surgen las identidades.
“el otro” se representa para la propia
Al decir “qué raros son los hom-
mirada. Los estudios de género han
bres”, entonces, son los varones quie-
mostrado que, a partir de una posi-
nes ocupan el lugar del otro. Pero
ción “androcentrista” o “viricentrista”,
insisto, ¿quién hace este juicio?, ¿es
las mujeres han sido puestas, tanto
Marta, la protagonista del quinto cuen-
en las ciencias como en las artes y en
to y al que se le debe el título del li-
las religiones, en el lugar del otro, lu-
bro?, ¿o es José Ovejero? Si se trata de
gar que marca siempre el lugar de lo
Marta, entonces estamos frente a una
desconocido, de lo incomprensible, del
cuestión muy simple: se trata del des-
enigma. Sin embargo, ese otro es siem-
concierto de esta mujer por no recibir
pre tan próximo, que es necesario pro-
la respuesta esperada del varón que
ducir un abigarrado imaginario que lo
tiene enfrente. Esto quiere decir que
describa en una multiplicidad de imá-
cuando esto sucede, las mujeres, fi-
genes, juicios y narraciones, ya que ne-
nalmente, reaccionan y señalan al va-
cesitamos definirlo de alguna manera
rón como el otro extraño. Pero si se
que justifique una distancia, ya que
trata del juicio de Ovejero, las cosas
ese otro es siempre un espejo cuyo
se ponen más interesantes.
cristal refleja, distorsionada, una ima-
El título del libro produce una pri-
gen de uno mismo tan engrandecida
mera impresión engañosa: parecería
como se necesite, de manera que en
que se está haciendo una generaliza-
esa imagen encontramos la mirada que
ción más, del tipo de “todas las muje-
invariablemente regresa sobre sí mis-
res son iguales” (que es lo mismo que
ma, duplicada como efecto del reco-
afirmar que las mujeres son incomprensibles o que los hombres son raros).
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Decir que los hombres son raros es una
y entre los hombres y las mujeres. Sin
generalización basada en una visión
embargo, aún ahora hay que repetir
esencialista de los sexos: hay una esen-
insistentemente sobre la diferencia
cia masculina y una esencia femeni-
entre el sexo (biológico) y el género
na; es decir, algo inherente en cada uno
(cultural), y seguir combatiendo la idea
de los sexos que explicaría que “to-
de que las diferencias entre hombres y
das” y “todos” compartiesen algo
mujeres son “naturales” y otorgadas
esencialmente idéntico, más allá de las
por un orden superior al humano, ar-
subjetividades, los contextos y las si-
guyendo por el contrario que, salvo la
tuaciones.
diferencia anatómica, las diferencias
A pesar de los avances en los es-
son sociales y anidan en los hábitos
tudios de género, muchas personas si-
del pensamiento y de las instituciones.
guen creyendo que las diferencias que
Hay que decir que la tendencia a
se observan entre hombres y mujeres
esencializar las diferencias de género no
son innatas y que reflejan una dicoto-
se limita a los hombres, ni tampoco a
mía esencial subyacente entre ambos.
ciertas posiciones políticas o religiosas.
Desde el principio, los estudios femi-
Algunas escritoras contemporáneas
nistas se plantearon el objetivo de
siguen insistiendo en características
cuestionar la falsa unidad del sexo y
fundamentales y eternas de los sexos
del género, intentando transformar las
para explicar posiciones con relación a
visiones esencialistas, y se dieron a la
la cultura, la ecología, la biosociología
tarea de mostrar cómo las diferencias
o el mismo feminismo. Y es lo mismo
sexuales biológicas no podían ser respon-
que subyace en los autores que hablan,
sables del significado social del género
por ejemplo, de que los hombres han
o de la distribución relativa del poder
perdido contacto con su “energía de
entre los hombres, entre las mujeres,
Zeus” y recomiendan los retiros y ri-
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tuales de hombres para restaurar el 1
tereotipos y los ideales de género.
orden natural. Estas visiones invocan
George L. Mosse2 ha estudiado la ma-
imágenes de diferencias de género fun-
nera en que se construyó el ideal mo-
damentales, eternas y naturales que
derno de masculinidad, invocado en
surgen directamente del sexo biológi-
todas partes como un símbolo de re-
co, muchas de ellas apoyadas en pa-
generación personal y nacional, y que
sajes bíblicos o en imaginarios
ha sido un elemento básico para la
escenarios primitivos que pretenden
definición del individuo de la moder-
dar veracidad a la versión de diferen-
nidad. Al mismo tiempo que ha parti-
cias sexuales naturales. Los hombres
cipado en su construcción, este ideal
autoritarios y las mujeres cuidadoras
fue a su vez influenciado por los pa-
de la antigüedad vienen a representar
trones normativos de moralidad y con-
una masculinidad o feminidad subya-
ducta; es decir, por las maneras típicas
cente que reside supuestamente den-
y aceptables de conducta en el con-
tro de los seres humanos. Estas
junto social de los siglos pasados, que
representaciones suenan tan compa-
generaron un estereotipo masculino
tibles con los prejuicios de género, que
específico,eldel hombre verdadero,que
parecen la evidencia de lo inevitable del
condensa una serie de atributos y va-
poder masculino y de la fragilidad fe-
lores, y que ha venido a constituirse
menina, aunque sean solamente el re-
en el parámetro que pretende medir la
sultado de un mal uso de las evidencias
verdadera hombría de cada varón. Estereotipar significa asignar a cada individuo todos los atributos del grupo
biológicas y antropológicas. Es en estas representaciones en donde se basa la producción de los es-
2 1
Robert Bly. Iron John: A Book about Men. AddisonWesley, Reading, 1990.
George L. Mosse. The Image of Man. The Creation of Modern Masculinity. Oxford University Press, Nueva York y Oxford, 1998, pp. 3-16.
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al cual dice pertenecer, de manera que,
cia de la estructura del cuerpo huma-
en el caso del estereotipo masculino,
no llegó a ser equivalente a —si no es
todos los hombres deben conformarse
que mayor que— la importancia de sus
de acuerdo con una masculinidad ideal.
adornos. El estereotipo de la masculi-
Por otra parte, todo estereotipo tie-
nidad fue concebido como una totali-
ne una naturaleza que produce el efec-
dad basada en lo que se construyó
to de que lo invisible se torna visible
como “naturaleza” del cuerpo del
y público, de donde se derivan su
hombre. En la medida en que el cuer-
importancia social y política, así como
po humano iba tomando su forma sim-
su función pedagógica.
bólica en el contexto de la producción
Los estereotipos que trajo la moder-
de símbolos visuales necesarios a los
nidad deben ser vistos como parte de
movimientos nacionalistas de la épo-
una búsqueda general de símbolos que
ca, sus construcciones y atributos to-
hicieron lo abstracto concreto en el
maron cada vez más importancia.
contexto de los inquietantes cambios
La masculinidad moderna conden-
que trajo la nueva época. Es imposible
sa una serie de atributos que reflejan
señalar el momento preciso en el que
tanto realidades sociales como un pro-
el ideal moderno de la masculinidad
yecto hacia el futuro. Entre los más
nació y llegó a ser parte de la historia
importantes y generales de dichos atri-
de la modernidad; lo que sí puede afir-
butos se cuenta, en primer lugar, la
marse es que las distintas piezas que
belleza masculina que es entendida
conformaron dicho ideal ya existían en
como símbolo de la virtud moral; tam-
épocas anteriores, sólo que no fueron
bién el ejercicio del poder, aparejado
sistematizadas o condensadas en un
con el autocontrol y la restricción de
estereotipo sino hasta los inicios de
los impulsos y las pasiones, por lo que
la era moderna, en la que la importan-
el valor de la razón es fundamental;
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otro atributo importante es el sentido
los valores tradicionales de la socie-
de libertad y el compromiso con ésta;
dad, de manera que la masculinidad
otro más es la noción de coherencia y,
es la prolongación de ciertos impera-
por lo tanto, de unidad interna del
tivos morales, de ciertos estándares
sujeto.
normativos de apariencia, conducta y
A pesar del nivel hegemónico que
comportamiento. Esto conduce a que
alcanzó este estereotipo moderno de
cuando el sistema de valores tradicio-
la masculinidad, hay que decir que se
nales de las clases medias se ve ame-
produjeron gran cantidad de variacio-
nazado, el ideal de masculinidad que
nes sobre el mismo, en relación direc-
ha construido se ve desafiado también.
ta con su contexto de producción y
El estereotipo de la verdadera mas-
que implicaban adaptaciones, variacio-
culinidad producido por la modernidad fue poderoso precisamente porque, al contrario de las ideas o los ideales abstractos, se tornó en algo que podía encontrarse en la realidad positiva: puede ser tocado, visto y hasta se puede hablar con él, de manera que se convierte en la prueba de su propia existencia y en un recordatorio viviente de la belleza humana, de la moral apropiada y de una muy amplia utopía, la de la modernidad. Evidentemente hay otros estereotipos de masculinidad; y, además, hay lo que se llama “antitipos” o “contra-
nes y movimientos. Sin embargo, una vez puesto en contexto, el tipo ideal de masculinidad de la era moderna deja traslucir el concepto normativo de masculinidad que impera en una sociedad. El hecho de que el estereotipo masculino varíe en los detalles habla de que en cualquier lugar donde la masculinidad moderna llegó a ser una fuerza política y social, fue puesto en el lugar de símbolo de los ideales y de las esperanzas de la sociedad. La masculinidad y lo que ésta sostiene, a pesar de sus variaciones, siempre refleja
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tipos”, que sirven para afirmar la veracidad del estereotipo opuesto. Además, en el momento actual en el que hemos ingresado en algo llamado posmodernidad, debemos preguntarnos qué pasa con las masculinidades. Si la idea moderna del sujeto ha estallado junto con los demás paradigmas de la modernidad, ¿en qué ha devenido el ideal masculino? Lo interesante es que aún se pueden encontrar, debajo de cualquiera de las representaciones estereotipadas de género, algunos elementos que parecen dar cuenta de un mismo piso para imaginar la masculinidad y que se deriva de una confusión entre los planos imaginario y simbólico que crea la suposición de que la feminidad representa la carencia y la masculinidad es su opuesto; es decir, la posesión. Si esto se lleva al plano simbólico, debe de-
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el falo;esto es, con el lugar de la posesión simbólica del significante codiciado o con su carencia. Esta definición es la que se encuentra más a salvo de la arbitrariedad del esencialismo y de las paradojas de las definiciones positivas y normativas.3 Los estudios de género, al entender la masculinidad y la feminidad como categorías variables en el tiempo y en el espacio, que expresan la manera en que, en un contexto específico, se elabora socialmente la diferencia sexual, han posibilitado la evaluación de las afirmaciones esencialistas acerca de la masculinidad o de la dominación masculina. Como se sabe, este campo de estudio trabaja sobre las elaboraciones culturales que se producen para simbolizar la diferencia sexual, en el marco de los diversos contextos sociohistóricos. En
cirse que tanto la masculinidad como la feminidad, ambas identidades de género, se definen por su oposición y por su ubicación mutua en relación con
3 R. W. Connell. “La organización social de la masculinidad”, en Valdés, Teresa y Olavarría, José (eds.). Masculinidad/es. Poder y crisis . Ediciones de las Mujeres, núm. 24, Isis Internacional y FLACSO Chile, Santiago, 1997, pp. 31-48.
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este sentido, cualquier forma que
feminidades. Desde que el pensamien-
adopten dichas elaboraciones son
to feminista puso sobre la mesa la evi-
objeto de estudio de este campo de
dencia de que los discursos patriarcales
trabajo. Ha sido la posición de subor-
no son modelos neutrales, universa-
dinación que en la historia ha tenido
les e incuestionables, sino que son el
el sexo femenino lo que ha dado como
efecto de las posiciones específicas
resultado un trabajo mucho más am-
ocupadas por los hombres, se enterró
plio y abundante en la línea de los
la idea de un sujeto neutro; es decir,
estudios sobre las mujeres y las femi-
se estableció la relevancia de marcar
nidades, como reacción a esa especie
con el género al sujeto social e histó-
de asignatura pendiente en las formu-
rico. Si el feminismo no hubiera cues-
laciones académicas tradicionales,
tionado al sujeto universal que era
como una acción afirmativa y reivin-
implícitamente masculino, no se ha-
dicativa, característica de una primera
bría relativizado esa idea neutra. La in-
etapa en el desarrollo del pensamien-
sistencia en marcar el género del
to académico feminista, cuyo objeti-
sujeto del que se trata ha tenido dos
vo era poner a las mujeres en el mapa
efectos: por una parte, ha hecho visi-
de la realidad, hasta entonces poblado
bles a las mujeres pero, al mismo tiem-
solamente por los varones.
po, también hizo visibles a los hombres
En la actualidad se ha llegado a
en cuanto tales; esto es, en tanto su-
otros planteamientos; se considera
jetos marcados por su pertenencia a
fundamental internarse en el estudio
un sexo y atravesados por un discur-
de las vías misteriosas y específicas por
so social de género; y por la otra, ha
las que se construyen las diversas ma-
legitimado al feminismo académico
neras en que se viven las masculini-
que, al hablar de lo femenino, fundó
dadades, tan misteriosas como las
lo masculino como objeto teórico, y a
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los estudios de la masculinidad como
tiempo —o por lo mismo— desilusio-
un campo de trabajo en torno a éste.
nada e irónica, que relata situaciones
Una de las primeras conclusiones
originales, y que nos dice que no es
que se produjeron en dicho campo fue
posible meter a todos los varones en
la que señala que no puede hablarse
un mismo costal. Con esto, Ovejero
de “masculinidad” en singular, sino
nos está diciendo que, ante sus ojos,
que hay que hablar de “masculinida-
el estereotipo más usual de la mascu-
des”, y que éstas siempre deben ana-
linidad se ha resquebrajado y que, a
lizarse con base en el contexto en el
través de sus fisuras, está entrevien-
que se presentan, ya que las masculi-
do matices nuevos en los seres vis-
nidades particulares no son fórmulas
lumbrados: el viajero en Cuba del
fijas sino más bien combinaciones de
primer cuento, que se enfrenta con su
acciones y signos, tan poderosas como
falta de deseo por las mujeres que se
arbitrarias, formadas en reacción al y
le ofrecen; el niño que es testigo del
en relación con el complejo de rela-
enamoramiento y la posterior desilu-
ciones materiales y demandas emocio-
sión que su padre sufre con su auto-
nales, construyendo códigos que
móvil, al que adora por el prestigio que
permiten decir: “esto esloquesignifi-
le da el hecho de que éste es el único
ca que eso es un hombre”.
4
en toda la calle; el deprimido emigra-
En los cuentos de Qué raros son los
do en Berlín que comparte casa con
hombres, lo que una encuentra, en primer lugar, es una mirada al mismo
dos homosexuales, y que en medio de su indiferencia, es seducido por uno de ellos sin más observación que la de que “cerrando los ojos, la diferencia
4
J. Hearn y David L. Collinson. “Theorizing Unities and Differences Between Men and Between Masculinities”. Brod y Kaufman (comps.), en Theorizing Masculinities. Sage, Londres, 1994, p. 104.
ni se nota”; el acosador sexual que tortura a Carmen en “el peso de las
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horas”; Zoran, el entrenador de tenis
en la literatura clásica, y en mucha de
que, lejos de responder al estereotipo
la contemporánea, son masculinos.
del macho incapaz de detenerse fren-
¿Qué distingue a estos protagonis-
te a una mujer seductora, se comporta
tas de los cuentos de Ovejero? Lo que
de una manera inesperada; el obsesi-
encontramos en todos estos persona-
vo incapaz de acudir a la cita que pon-
jes, es justo el fracaso del ideal mo-
drá fin formal a su matrimonio y, con
derno de la masculinidad. Se trata de
eso, a toda una idea de sí mismo; el
pinceladas que pintan al antihéroe, al
ejecutivo que urde una inútil vengan-
hombre anticlimático, desconcertado,
za contra un viejo rival en amores y
ineficaz, impotente, sorprendido,
en principios; el hombre viejo que,
jaloneado, incoherente y sin ilusiones.
desconcertado e inerme, padece tan-
Pero, además, yo diría que lo que los
to su envejecimiento como el deseo
hace distintos de otros protagonistas
por su propia hija; el grupo de “hin-
masculinos es la mirada del autor so-
chas” atrapados en medio de su ritual
bre ellos. Una mirada que, como de-
bestial por los sentimientos descon-
cíamos más arriba, es fruto de una
certantes que produce una inusual
distancia y de un lugar particular. A la
estriper; y el galerista pasado de moda
pregunta de si es posible tener una
y en tiempos difíciles, que se fuga de
posición más allá de la de los hom-
la pareja para vivir en un imaginario y
bres y de las mujeres, habría que con-
compartido pasado lejano.
testar que sí, porque es la posición que
No hay que caer en el error de de-
se deriva de tener muy claro que eso
finir este libro como “un libro de cuen-
de ser “hombres” o “mujeres” tiene
tos con protagonistas masculinos”,
que ver más con estereotipos y repre-
porque así no se dice nada. Finalmente,
sentaciones de género —es decir, con
la gran mayoría de los protagonistas
máscaras— que con lo que nos mues-
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tran las realidades humanas y el fra-
tatuto de amo.5 En particular, la sexua-
gor de las relaciones intersubjetivas.
lidad pone en riesgo la “masculinidad”
Ovejero, en el fondo, está hablan-
y al ideal masculino de una autono-
do del espejismo que conlleva el in-
mía del ser propio, amenazada por la
tento de relacionarse con otro. Parece
abnegación y autonegación del ser que
saber que en la sexualidad, a diferen-
engendra el deseo sexual, haciendo
cia de la mayoría de otras relaciones
que la homosexualidad sea vista como
sociales, los hombres que desean a las
una amenaza potencial a las solidari-
mujeres enfrentan sus mayores incer-
dades homosociales.
tidumbres, inseguridades, dependen-
La única vía para vivir la subjetivi-
cias y diferencias. Éstas son tensiones
dad más allá del género es la que se
que responden a un imaginario social
abre al tomar distancia de los ideales
que sitúa al varón en el lugar de quien,
que se construyen sobre éste y permi-
frente a la imaginaria “carencia” feme-
te enfrentar el propio deseo, ya que
nina, posee aquello que “justifica” su
esto significa tener la capacidad de en-
“superioridad”. ¿Cómo desear, cómo
frentar el yo desnudo que queda cuan-
amar aquello que encarna la carencia
do se le arranca la cobija del nosotros.
y que, por lo mismo, la siembra en uno
Es decir, es la posibilidad para lograr
mismo? La única manera es, por la mis-
trasponer la ilusión de las identidades
ma fuerza del deseo, abandonar la
que nos arropan con un imaginario que
creencia en la completud posible, de
adormece la inquietud por saber quié-
cualquiera de los lados. El encuentro
nes somos. “Mandar al demonio a las
sexual conlleva implícitamente la de-
personas impersonales que se apode-
posición del ideal masculino que de-
ran de nosotros” es la única manera
niega la falta porque uno no puede prestarse al sexo si no se pierde el es-
5 J. Allouch. “Para introducir el sexo del amo”, en Litoral, núm. 27 “La opacidad sexual”.
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de “saberse una persona libre, solita-
desilusión que se cubre de ironía. Se
ria y solidaria —o de hacerse nuevas
percibe una mirada desilusionada, la
ilusiones”, como dice Zaid.
6
de un hombre que mira sorprendido a
Por otra parte, no es que Ovejero
otros hombres en su dimensión hu-
nos diga que los hombres son simples.
mana. La mirada de un niño boquia-
Efectivamente, nos hace ver en sus
bierto al descubrir la humana estatura
cuentos que los hombres son raros,
de su padre, dolido por la caída y la
rarísimos (como perros a cuadros).
pérdida del ídolo magnífico y perfec-
Pero también Carmen, Marta, Asun,
to. Una mirada de hombre desilusio-
la estriper y demás personajes feme-
nado también del amor y de las
ninos que aparecen en los cuentos, se
posibilidades del deseo. Lo curioso es
muestran igualmente rarísimas. Con
que, al mismo tiempo, detrás de todo
esto,elautorde Qué raros son los hom-
esto se percibe la serenidad de alguien
bres nos dice que hay algo en la condición humana misma, más allá de las identidades de género, que nos hace a todos únicos y a todos enigmáticos. Pero hay otra cosa que parece advertirse en la mirada de Ovejero: la
que ha logrado tocar una certeza: la
6 Gabriel Zaid. “Nosotros”, en Letras Libres, núm. 34, año III, octubre, 2001, México, pp. 30-34.
de que, a pesar de todo, lo único que tenemos es el deseo y al otro para vivirlo.