R i c a r d o P i g l i a Tomás Eloy Martínez

yZUR yZUR Ricardo Piglia Tomás Eloy Martínez Ricardo Piglia Tomás Eloy Martínez diálogo entre escritores diálogo entre escritores Año 1, Número

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A R R C C O O LÓ Ó G G I I C C O O P P A A R R A A E
BBaannccoo IInntteerraam meerriiccaannoo ddee D Deessaarrrroolllloo O Offiicciinnaa ddee AAppooyyoo RReeggiioonnaall ddee O Oppeerraacciioonneess ((RR

La n a r c o c u l t u r a: p o d e r, r e a l i d a d, i c o n o g r a f i a y
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F O R M U L A R I O D E P A R T I C I P A C I Ó N
F O RM UL AR IO DE P ART IC I P ACIÓ N 1. Presentación de la organización Nombre de la organización que va a participar: (a efectos de publicación,

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yZUR

yZUR

Ricardo Piglia Tomás Eloy Martínez

Ricardo Piglia Tomás Eloy Martínez

diálogo entre escritores

diálogo entre escritores

Año 1, Número 2

Año 1, Número 2

Revista de cultura, literatura y creación

primavera 2002

Revista de cultura, literatura y creación

primavera 2002

yZUR es una publicación semestral editada por estudiantes graduados del Departamento de Español y Portugués de Rutgers, The State Universuty of New Jersey. Ediciones Bárbaras. New Brunswick, 2001.

yZUR es una publicación semestral editada por estudiantes graduados del Departamento de Español y Portugués de Rutgers, The State Universuty of New Jersey. Ediciones Bárbaras. New Brunswick, 2001.

Edición: Leandro Delgado. Consejo Editorial: Gustavo Arango, Leandro Delgado, Luis Intersimone y René Rodríguez. Ilustraciones: Fredi Intersimone. Diseño: Gustavo Arango.

Edición: Leandro Delgado. Consejo Editorial: Gustavo Arango, Leandro Delgado, Luis Intersimone y René Rodríguez. Ilustraciones: Fredi Intersimone. Diseño: Gustavo Arango.

La publicación de este primer número fue posible gracias al generoso aporte de RULAS (The Program of Latin American Studies at Rutgers University). El contenido de los trabajos presentados es responsabilidad de sus autores.

La publicación de este primer número fue posible gracias al generoso aporte de RULAS (The Program of Latin American Studies at Rutgers University). El contenido de los trabajos presentados es responsabilidad de sus autores.

Por contactos y colaboraciones, los interesados pueden dirigir sus mensajes a Gustavo Arango (gustavoarango@hotmail. com), Leandro Delgado ([email protected]) o Luis Intersimone ([email protected]).

Por contactos y colaboraciones, los interesados pueden dirigir sus mensajes a Gustavo Arango (gustavoarango@hotmail. com), Leandro Delgado ([email protected]) o Luis Intersimone ([email protected]).

CONTENIDO

CONTENIDO

Editorial Sólo en sueños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Gustavo Arango El intruso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 Lorenzo Verdasco Pequeña plegaria matutina. . . . . . . . . . . . 13 Brenda Werth Onirinumérico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez Acerca de lo que no existe. . . . . . . . . . . . . 24 Fredi Intersimone Sonetos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Leandro Delgado Sueño uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 Carlos Alvarez Insúa El Corte Argentino (fragmento) . . . . . . . . 71 Marcelo E. Fuentes Yorick . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80 Ernesto Donas Tiempo de san antonio . . . . . . . . . . . . . . . 85

Editorial Sólo en sueños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Gustavo Arango El intruso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 Lorenzo Verdasco Pequeña plegaria matutina. . . . . . . . . . . . 13 Brenda Werth Onirinumérico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez Acerca de lo que no existe. . . . . . . . . . . . . 24 Fredi Intersimone Sonetos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 Leandro Delgado Sueño uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 Carlos Alvarez Insúa El Corte Argentino (fragmento) . . . . . . . . 71 Marcelo E. Fuentes Yorick . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80 Ernesto Donas Tiempo de san antonio . . . . . . . . . . . . . . . 85

Colaboraron en este número. . . . . . . . . . . 88

Colaboraron en este número. . . . . . . . . . . 88

yZUR - EDITORIAL

5

Sólo en sueños Quizás el nombre de la publicación atrajo a los escritores del sur, quizás la tragedia argentina tiene las repercusiones más insospechadas, quizás el pobre mono — tanta fue su capacidad para adquirir el lenguaje — fue capaz de hacer una convocatoria telepática después de pasar a mejor vida. En cualquier caso, el segundo número de yzur se fue haciendo y completando con varios trabajos de y sobre Argentina. El intento original había sido trabajar sobre la idea del diálogo en sus múltiples formas, crear diálogos con temas establecidos de antemano a través del correo electrónico, crear diálogos imaginarios entre personajes reales, finalmente introducir un diálogo real entre dos personalidades literarias. El entendido detrás de todo esto era la convicción de que dos cabezas piensan mejor que una.

yZUR - EDITORIAL

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Sólo en sueños Quizás el nombre de la publicación atrajo a los escritores del sur, quizás la tragedia argentina tiene las repercusiones más insospechadas, quizás el pobre mono — tanta fue su capacidad para adquirir el lenguaje — fue capaz de hacer una convocatoria telepática después de pasar a mejor vida. En cualquier caso, el segundo número de yzur se fue haciendo y completando con varios trabajos de y sobre Argentina. El intento original había sido trabajar sobre la idea del diálogo en sus múltiples formas, crear diálogos con temas establecidos de antemano a través del correo electrónico, crear diálogos imaginarios entre personajes reales, finalmente introducir un diálogo real entre dos personalidades literarias. El entendido detrás de todo esto era la convicción de que dos cabezas piensan mejor que una.

6

Providencialmente, el Departamento de Español y Portugués de Rutgers University presentó a fines de marzo un encuentro entre los escritores argentinos Tomás Eloy Martínez y Ricardo Piglia en el Student Center de Douglass College. La conversación resultó tan interesante que no hubo manera de crear algo igualmente interesante en la ficción. Nuestros sueños de diálogos imaginarios quedaron un poco ingenuos, forzados y poco eruditos. Luego fueron apareciendo los cuentos que aquí se publican. Además de la involuntaria conexión argentina, todos están vinculados de manera bastante explícita al mundo de los sueños, entendiendo por sueños a todo eso que sucede cuando uno duerme, pero también a los proyectos, los anhelos y las esperanzas de una persona o de un colectivo. En muchos de los casos, todos esos sueños o proyectos no estaban ubicados en algún lugar del futuro o en un momento intemporal sino que eran, más bien, sueños terminales, letales, en algún lugar de un pasado conocido y recurrente. Los sueños se mezclaban con la historia colectiva y los recuerdos personales. Había allí una conexión con el diálogo entre los escritores acerca de su escritura: escribir acerca de lo que pudo existir en el pasado, de aquello que la historia nunca pudo contar, de lo que debería existir pero no existe. El cuento de Brenda Werth surge a partir de su contacto deslumbrado con la ciudad de Buenos Aires. Un locutorio (esos lugares

Editorial

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Providencialmente, el Departamento de Español y Portugués de Rutgers University presentó a fines de marzo un encuentro entre los escritores argentinos Tomás Eloy Martínez y Ricardo Piglia en el Student Center de Douglass College. La conversación resultó tan interesante que no hubo manera de crear algo igualmente interesante en la ficción. Nuestros sueños de diálogos imaginarios quedaron un poco ingenuos, forzados y poco eruditos. Luego fueron apareciendo los cuentos que aquí se publican. Además de la involuntaria conexión argentina, todos están vinculados de manera bastante explícita al mundo de los sueños, entendiendo por sueños a todo eso que sucede cuando uno duerme, pero también a los proyectos, los anhelos y las esperanzas de una persona o de un colectivo. En muchos de los casos, todos esos sueños o proyectos no estaban ubicados en algún lugar del futuro o en un momento intemporal sino que eran, más bien, sueños terminales, letales, en algún lugar de un pasado conocido y recurrente. Los sueños se mezclaban con la historia colectiva y los recuerdos personales. Había allí una conexión con el diálogo entre los escritores acerca de su escritura: escribir acerca de lo que pudo existir en el pasado, de aquello que la historia nunca pudo contar, de lo que debería existir pero no existe. El cuento de Brenda Werth surge a partir de su contacto deslumbrado con la ciudad de Buenos Aires. Un locutorio (esos lugares

Editorial

Sólo en sueños

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donde se hacen llamadas internacionales, se mandan faxes y se hacen apuestas de lotería) es la entrada a un mundo donde los sueños de la narradora no corresponden exactamente con lo que sucede en la ciudad. En la historia de Carlos Alvarez Insúa, un sueño de inofensiva apariencia dispara una ensoñación histórica, revulsiva y terminal orientada a describir y recordar la máxima decadente de que los “sweet dreams are made of this”. Fredi Intersimone, en su segunda entrega de sonetos, aborda el tema argentino de manera bastante más melancólica y menos paródica de lo que parece al principio. Gustavo Arango publica un fragmento de una novela. “El intruso” es una especie de policial fantástico donde el pasajero comprueba, aterrado, que el taxista sueña lo mismo que él y que puede ayudarlo a descubrir las pistas de un crimen. “Sueño uno” parece la descripción algo obsesiva de un sueño. El poema de Marcelo Fuentes evoca a tristes personajes de la infancia. El de Lorenzo Verdasco no evoca nada, más bien es una afirmación de la falta de voluntad universal, por así decirlo. El breve cuento de Ernesto Donas, un homenaje a Julio Cortázar, parece indicar que aún queda tiempo para soñar y seguir durmiendo. Fredi Intersimone ilustra este número. Volcado a la exploración de las posibilidades expresivas que ofrece un mono, su serie podría calificarse como de “alegoría grotesca”.

Sólo en sueños

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donde se hacen llamadas internacionales, se mandan faxes y se hacen apuestas de lotería) es la entrada a un mundo donde los sueños de la narradora no corresponden exactamente con lo que sucede en la ciudad. En la historia de Carlos Alvarez Insúa, un sueño de inofensiva apariencia dispara una ensoñación histórica, revulsiva y terminal orientada a describir y recordar la máxima decadente de que los “sweet dreams are made of this”. Fredi Intersimone, en su segunda entrega de sonetos, aborda el tema argentino de manera bastante más melancólica y menos paródica de lo que parece al principio. Gustavo Arango publica un fragmento de una novela. “El intruso” es una especie de policial fantástico donde el pasajero comprueba, aterrado, que el taxista sueña lo mismo que él y que puede ayudarlo a descubrir las pistas de un crimen. “Sueño uno” parece la descripción algo obsesiva de un sueño. El poema de Marcelo Fuentes evoca a tristes personajes de la infancia. El de Lorenzo Verdasco no evoca nada, más bien es una afirmación de la falta de voluntad universal, por así decirlo. El breve cuento de Ernesto Donas, un homenaje a Julio Cortázar, parece indicar que aún queda tiempo para soñar y seguir durmiendo. Fredi Intersimone ilustra este número. Volcado a la exploración de las posibilidades expresivas que ofrece un mono, su serie podría calificarse como de “alegoría grotesca”.

yZUR - CUENTO

8

El intruso La trivial conversación con un taxista revela verdades insospechadas sobre la vida, la muerte y el impreciso lugar donde se ubican los sueños.

Gustavo Arango

Hacía mucho no salía del trabajo a esas alturas de la noche. El expediente del pianista asesino me tenía obsesionado y no quise salir de la oficina sin haberlo terminado. De la tarde y la noche recuerdo vaguedades: mi atención había cerrado filas en torno a aquella historia y había tal entusiasmo en el esfuerzo que no me sentí cansado. A eso de las once lo di por terminado, puse todas las cosas en su sitio, cerré con doble llave la puerta del despacho, atravesé la soledad del pasillo, esperé con paciencia el ascensor y cuarenta segundos más tarde ya estaba en la calle. Como tenía unos pesos de más y quería llegar pronto a casa, decidí tomar un taxi. Cuando me detuve en el cruce con la avenida, un taxista arrancó con el semáforo en rojo, estuvo a punto

yZUR - CUENTO

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El intruso La trivial conversación con un taxista revela verdades insospechadas sobre la vida, la muerte y el impreciso lugar donde se ubican los sueños.

Gustavo Arango

Hacía mucho no salía del trabajo a esas alturas de la noche. El expediente del pianista asesino me tenía obsesionado y no quise salir de la oficina sin haberlo terminado. De la tarde y la noche recuerdo vaguedades: mi atención había cerrado filas en torno a aquella historia y había tal entusiasmo en el esfuerzo que no me sentí cansado. A eso de las once lo di por terminado, puse todas las cosas en su sitio, cerré con doble llave la puerta del despacho, atravesé la soledad del pasillo, esperé con paciencia el ascensor y cuarenta segundos más tarde ya estaba en la calle. Como tenía unos pesos de más y quería llegar pronto a casa, decidí tomar un taxi. Cuando me detuve en el cruce con la avenida, un taxista arrancó con el semáforo en rojo, estuvo a punto

El intruso

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de chocar en la intersección y se detuvo a mis pies con una actitud inexpresiva. Se me ocurrió decirle que no era para tanto, que yo podía haber esperado a que el semáforo cambiara, pero no tenía deseos de hablar, quería solamente pensar en la historia del pianista y —si me quedaba tiempo— en alguien que quizá me recordara. Con una seriedad en la que estaba implícito el reproche, le dije adonde iba y en seguida me puse a recordar con la mirada puesta sin énfasis en el paisaje de casas. Seguía sin sorprenderme la falta de cansancio. —Yo he tenido el mismo sueño varias veces —la voz pedregosa del taxista me sorprendió a la mitad del camino. Yo estaba tan absorto que di un salto al oírlo: había olvidado que venía alguien más en ese auto. Quizá sea más exacto decir que había olvidado que estaba en un auto... o decir que me había olvidado de que existía yo mismo. No tuve tiempo de pensar si la conversación me interesaba. El hombre tenía la mirada fija al frente y hablaba como para sí mismo. —Yo me acerco a la ventana de una casa. Veo a una mujer sentada frente a un espejo, peinándose el cabello. Entonces, ladra un perro y un hombre con un machete empieza a perseguirme. —Y qué ocurre —le atribuí mi debilidad a la historia del pianista. En otras circunstancias habría dicho: “Qué interesante” y luego habría seguido mirando el paisaje en completo silencio. —Nada —el taxista me miró por primera vez, estaba verdaderamente preocupado—. No ocurre más nada. Ahí termina el sueño. Yo he querido saber

El intruso

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de chocar en la intersección y se detuvo a mis pies con una actitud inexpresiva. Se me ocurrió decirle que no era para tanto, que yo podía haber esperado a que el semáforo cambiara, pero no tenía deseos de hablar, quería solamente pensar en la historia del pianista y —si me quedaba tiempo— en alguien que quizá me recordara. Con una seriedad en la que estaba implícito el reproche, le dije adonde iba y en seguida me puse a recordar con la mirada puesta sin énfasis en el paisaje de casas. Seguía sin sorprenderme la falta de cansancio. —Yo he tenido el mismo sueño varias veces —la voz pedregosa del taxista me sorprendió a la mitad del camino. Yo estaba tan absorto que di un salto al oírlo: había olvidado que venía alguien más en ese auto. Quizá sea más exacto decir que había olvidado que estaba en un auto... o decir que me había olvidado de que existía yo mismo. No tuve tiempo de pensar si la conversación me interesaba. El hombre tenía la mirada fija al frente y hablaba como para sí mismo. —Yo me acerco a la ventana de una casa. Veo a una mujer sentada frente a un espejo, peinándose el cabello. Entonces, ladra un perro y un hombre con un machete empieza a perseguirme. —Y qué ocurre —le atribuí mi debilidad a la historia del pianista. En otras circunstancias habría dicho: “Qué interesante” y luego habría seguido mirando el paisaje en completo silencio. —Nada —el taxista me miró por primera vez, estaba verdaderamente preocupado—. No ocurre más nada. Ahí termina el sueño. Yo he querido saber

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Gustavo Arango

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Gustavo Arango

qué más ocurre, cómo es ese sitio, pero unos amigos me dijeron que si me quedo allá me muero. —Es posible —sin mucho sobresalto, comprendí que toda mi atención estaba ahora en esa historia que el taxista me contaba, como si fuera la continuación del expediente—. ¿Hace mucho tiene ese sueño? —De un mes para acá, he soñado lo mismo casi todas las noches—traté de adivinar en él algún hábito pernicioso, pero su actitud y sus gestos “Me pregunto por eran la normalidad hecha qué no me alarmé taxista—. Hasta puedo saber cuando el taxista cuándo voy a tener ese sueño porque siento que me muevo cerró los ojos, a gran velocidad. Recorro en levantó el rostro instantes un inmenso trayecto hacia el techo y y entonces me detengo al pie permaneció así de la ventana, veo a la mujer peinando su cabello, ladra el varios segundos sin perro y el hombre del machete dejar de conducir”. me persigue. —Pero, ¿qué ocurre? ¿se despierta? ¿pasa a otro sueño? Ahora que recuerdo todo aquello, me pregunto por qué no me alarmé cuando el taxista cerró los ojos, levantó el rostro hacia el techo y permaneció así varios segundos sin dejar de conducir.

qué más ocurre, cómo es ese sitio, pero unos amigos me dijeron que si me quedo allá me muero. —Es posible —sin mucho sobresalto, comprendí que toda mi atención estaba ahora en esa historia que el taxista me contaba, como si fuera la continuación del expediente—. ¿Hace mucho tiene ese sueño? —De un mes para acá, he soñado lo mismo casi todas las noches—traté de adivinar en él algún hábito pernicioso, pero su actitud y sus gestos “Me pregunto por eran la normalidad hecha qué no me alarmé taxista—. Hasta puedo saber cuando el taxista cuándo voy a tener ese sueño porque siento que me muevo cerró los ojos, a gran velocidad. Recorro en levantó el rostro instantes un inmenso trayecto hacia el techo y y entonces me detengo al pie permaneció así de la ventana, veo a la mujer peinando su cabello, ladra el varios segundos sin perro y el hombre del machete dejar de conducir”. me persigue. —Pero, ¿qué ocurre? ¿se despierta? ¿pasa a otro sueño? Ahora que recuerdo todo aquello, me pregunto por qué no me alarmé cuando el taxista cerró los ojos, levantó el rostro hacia el techo y permaneció así varios segundos sin dejar de conducir.

—Me tranquilizo —dijo—. Pienso que estoy a salvo y me despierto.

—Me tranquilizo —dijo—. Pienso que estoy a salvo y me despierto.

El intruso

11

—Y la mujer, ¿es bella? —No sé. Sólo he podido ver su larga cabellera. Por eso es que quisiera quedarme un poco más en ese sueño. Pero me preocupa que me muera. Guardamos silencio unos segundos. Lamenté no poder ayudarle en su problema. —No será algún recuerdo de la infancia. —Si es un recuerdo, no es de esta vida –respondió con la convicción de quien ya ha considerado en exceso y sin éxito muchas posibilidades. —Qué vaina —dije, más para mí que para él—. Cómo son de extraños los sueños. —Tengo otro sueño que también se repite —esta vez me miró con ojos ligeramente desmesurados—. Yo estoy en un caserío en el que no hay nadie —recordé que el pianista habló en su testimonio del horror que sintió cuando era niño y una maestra le dijo que los ojos son las únicas partes dobles del cuerpo que giran al mismo tiempo—. Yo entro a todas las casas y no hay nadie. Ese sueño es la soledad más hijueputa. En el parque que está en el camino hacia mi casa, tuve miedo. Yo le había preguntado al taxista qué pensaba hacer con el sueño de la mujer y él detuvo el vehículo en una zona oscura. Sus ojos giraban al mismo tiempo. —Voy a quedarme –me pareció que buscaba entre mis gestos alguna objeción a su propósito. Volví a respirar sin tropiezos cuando reanudó la marcha. —El hombre aparece después de que ladra el perro. Está completamente vestido y tiene razón para perseguirme porque yo soy el intruso. La próxima vez voy a cuidarme de que el perro no ladre.

El intruso

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—Y la mujer, ¿es bella? —No sé. Sólo he podido ver su larga cabellera. Por eso es que quisiera quedarme un poco más en ese sueño. Pero me preocupa que me muera. Guardamos silencio unos segundos. Lamenté no poder ayudarle en su problema. —No será algún recuerdo de la infancia. —Si es un recuerdo, no es de esta vida –respondió con la convicción de quien ya ha considerado en exceso y sin éxito muchas posibilidades. —Qué vaina —dije, más para mí que para él—. Cómo son de extraños los sueños. —Tengo otro sueño que también se repite —esta vez me miró con ojos ligeramente desmesurados—. Yo estoy en un caserío en el que no hay nadie —recordé que el pianista habló en su testimonio del horror que sintió cuando era niño y una maestra le dijo que los ojos son las únicas partes dobles del cuerpo que giran al mismo tiempo—. Yo entro a todas las casas y no hay nadie. Ese sueño es la soledad más hijueputa. En el parque que está en el camino hacia mi casa, tuve miedo. Yo le había preguntado al taxista qué pensaba hacer con el sueño de la mujer y él detuvo el vehículo en una zona oscura. Sus ojos giraban al mismo tiempo. —Voy a quedarme –me pareció que buscaba entre mis gestos alguna objeción a su propósito. Volví a respirar sin tropiezos cuando reanudó la marcha. —El hombre aparece después de que ladra el perro. Está completamente vestido y tiene razón para perseguirme porque yo soy el intruso. La próxima vez voy a cuidarme de que el perro no ladre.

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Gustavo Arango

Lo interrumpí para indicarle mi casa. Tuvo dificultad para encontrar las monedas que debía darme de vuelto. —Tenga cuidado con el hombre del machete –le dije —En eso estoy —me dijo, con un gesto que ya no era de este mundo, y se alejó en su taxi a toda velocidad.

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Gustavo Arango

Lo interrumpí para indicarle mi casa. Tuvo dificultad para encontrar las monedas que debía darme de vuelto. —Tenga cuidado con el hombre del machete –le dije —En eso estoy —me dijo, con un gesto que ya no era de este mundo, y se alejó en su taxi a toda velocidad.

yZUR - POESÍA

13

yZUR - POESÍA

Lorenzo Verdasco

Lorenzo Verdasco

Pequeña plegaria matutina

Pequeña plegaria matutina

la negra brea de la pereza

la negra brea de la pereza

se precipita en gotas

se precipita en gotas

purulentas

purulentas

por las paredes del dormitorio

por las paredes del dormitorio

somnoliento

somnoliento

como un león de circo

como un león de circo

aguardo mi ración de perros vagabundos

aguardo mi ración de perros vagabundos

al tiempo que

al tiempo que

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Lorenzo Verdasco

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el empapelado

el empapelado

cagado de moscas

cagado de moscas

me recuerda viejos insensatos amores

me recuerda viejos insensatos amores

escucho pasos de gente que cree que hay gente que cree

escucho pasos de gente que cree que hay gente que cree

cosas

cosas

intento el olvido

intento el olvido

defensa de la raza

defensa de la raza

lo construyo con grandes bloques

lo construyo con grandes bloques

de piedra hueca

de piedra hueca

acaso envidie la fe de los suicidas

acaso envidie la fe de los suicidas

Lorenzo Verdasco

Pequeña plegaria matutina

15

Pequeña plegaria matutina

el optimismo de su irrevocable acto

el optimismo de su irrevocable acto

la fuerza estrepitosa de su desaliño

la fuerza estrepitosa de su desaliño

hay una copa al alcance de mi boca

hay una copa al alcance de mi boca

hace horas que se olvida de sí

hace horas que se olvida de sí

para que la posea

para que la posea

y la convierta en música pero nuevas cataratas de modorra

y la convierta en música pero nuevas cataratas de modorra

amortajan

amortajan

el eructo grosero de

el eructo grosero de

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Lorenzo Verdasco

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la vida

la vida

y soy solo una cosa

y soy solo una cosa

que se debate entre las cosas

que se debate entre las cosas

Lorenzo Verdasco

yZUR - CUENTO

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Onirinumérico A veces los sueños no son suficientes. Y a veces se ocupan, como la misma realidad, de decepcionarnos.

Brenda Werth

Hace medio año que entré en un locutorio en la avenida Sánchez de Bustamante para hacer una llamada a EE.UU. Mientras la señora me atendía, me llamó la atención un cartel grande que colgaba de la pared. Era una tabla que convertía los sueños en números para jugar a la lotería. Contenía cien cosas y sus respectivos números. Por ejemplo, el revólver correspondía al número 7, el anillo al 16, los tomates al 46, el humo al 86, los piojos al 87. Era un cuadro perfecto y cerrado con un borde rojo. No hacían falta explicaciones ni letra chica para señalar las excepciones porque no las había. Estudiaba las asociaciones detenidamente y me quedé mirando tanto que de pronto pareció que el cartel llenaba todo el locutorio y la señora cerca de la caja se transformaba en un pequeño punto borroso. Cuando por fin salí del

yZUR - CUENTO

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Onirinumérico A veces los sueños no son suficientes. Y a veces se ocupan, como la misma realidad, de decepcionarnos.

Brenda Werth

Hace medio año que entré en un locutorio en la avenida Sánchez de Bustamante para hacer una llamada a EE.UU. Mientras la señora me atendía, me llamó la atención un cartel grande que colgaba de la pared. Era una tabla que convertía los sueños en números para jugar a la lotería. Contenía cien cosas y sus respectivos números. Por ejemplo, el revólver correspondía al número 7, el anillo al 16, los tomates al 46, el humo al 86, los piojos al 87. Era un cuadro perfecto y cerrado con un borde rojo. No hacían falta explicaciones ni letra chica para señalar las excepciones porque no las había. Estudiaba las asociaciones detenidamente y me quedé mirando tanto que de pronto pareció que el cartel llenaba todo el locutorio y la señora cerca de la caja se transformaba en un pequeño punto borroso. Cuando por fin salí del

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Brenda Werth

locutorio estaba completamente ensimismada, como si yo hubiera vislumbrado algo, aunque incipiente, que no podía defenderse ante la razón que me contradecía y me recordaba que sólo se trataba de un juego que explotaba los sueños (literales y figurativos) de la gente. Volví a casa cansada y sola. Me esperaba un montón de papeles: papeles serios, de tamaño legal, que parecían burlarse de mí desde un rincón remoto del apartamento. Hacía dos años que me encontraba trabajando en un proyecto en Buenos Aires, una ciudad magnífica “Los objetos de que, sin embargo, todavía se mi mundo se negaba a contarme sus secretos. Me sentía en casa, pero al desdoblaban y mismo tiempo me daba cuenta jugaban entre sí y de que a veces no era mi casa. cuando abría los Me ocurrió lo que dice una de ojos todo se había las primeras frases que yo había aprendido en español: “mi casa vuelto a su lugar”. es su casa.” Una frase gastada que quizás quiera decir algo parecido a “feel right at home”. Las dos frases engañan. ¿Para qué servía estar en casa si yo no sabía abrir las puertas a los ambientes más interesantes? Y había muchas puertas en esta ciudad. Por otro lado, “feel” no era nada más que un mandato disfrazado de palabra cálida y comprensiva. Visualizaba a un hombre severo en uniforme con expresión seria, señalándome con el dedo, gritándome “feel right at home!” –una obligación de

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Brenda Werth

locutorio estaba completamente ensimismada, como si yo hubiera vislumbrado algo, aunque incipiente, que no podía defenderse ante la razón que me contradecía y me recordaba que sólo se trataba de un juego que explotaba los sueños (literales y figurativos) de la gente. Volví a casa cansada y sola. Me esperaba un montón de papeles: papeles serios, de tamaño legal, que parecían burlarse de mí desde un rincón remoto del apartamento. Hacía dos años que me encontraba trabajando en un proyecto en Buenos Aires, una ciudad magnífica “Los objetos de que, sin embargo, todavía se mi mundo se negaba a contarme sus secretos. Me sentía en casa, pero al desdoblaban y mismo tiempo me daba cuenta jugaban entre sí y de que a veces no era mi casa. cuando abría los Me ocurrió lo que dice una de ojos todo se había las primeras frases que yo había aprendido en español: “mi casa vuelto a su lugar”. es su casa.” Una frase gastada que quizás quiera decir algo parecido a “feel right at home”. Las dos frases engañan. ¿Para qué servía estar en casa si yo no sabía abrir las puertas a los ambientes más interesantes? Y había muchas puertas en esta ciudad. Por otro lado, “feel” no era nada más que un mandato disfrazado de palabra cálida y comprensiva. Visualizaba a un hombre severo en uniforme con expresión seria, señalándome con el dedo, gritándome “feel right at home!” –una obligación de

Onirinumérico

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sentirme de una manera que, honestamente, me asfixiaba. Si era cierto que me sofocaba la idea de tener que sentirme en casa en algún lugar, me hacía delirar aún más la idea de no sentirme en casa en ningún lugar. Me mareaba con sólo imaginarme sin ancla en aquel mar urbano. A veces, cuando cerraba los ojos, tenía náuseas y sentía que mi alrededor se desplazaba y se contorsionaba. Los objetos de mi mundo se desdoblaban y jugaban entre sí y cuando abría los ojos todo se había vuelto a su lugar –un truco compasivo, por supuesto, para que yo pudiera caminar por la calle sin vértigo, subir las escaleras sin caerme, estrecharle la mano a alguien sin pegarle en el ojo. Me sentía traicionada por mi alrededor y en el fondo temía que no fuera una cuestión de la geografía. Al dormirme, volví a pensar en la tabla de los sueños y por un instante pensé que, a lo mejor, la respuesta a mi vértigo residía en la simpleza de aquel diagrama absoluto sin excepciones. Esa noche soñé con un gato gris que trepaba por los árboles del Jardín Botánico. Perseguía a un pájaro. Intenté recordar los números que correspondían al gato y al pájaro de la tabla. En este estado entre la vigilia y los sueños me parecía absolutamente esencial la identificación de los números que correspondían a lo que yo había soñado. Sentía latir mi corazón. Mi cama se había convertido en un barco que se mecía en las olas que yo percibía claramente debajo del colchón. Con el esfuerzo que hacía para recordar y los ojos cerrados todo empezó a girar a mi alrededor en círculos violentos. Abrí los ojos asustada y todo se paró, inmóvil. Empecé el día con un suspiro de alivio

Onirinumérico

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sentirme de una manera que, honestamente, me asfixiaba. Si era cierto que me sofocaba la idea de tener que sentirme en casa en algún lugar, me hacía delirar aún más la idea de no sentirme en casa en ningún lugar. Me mareaba con sólo imaginarme sin ancla en aquel mar urbano. A veces, cuando cerraba los ojos, tenía náuseas y sentía que mi alrededor se desplazaba y se contorsionaba. Los objetos de mi mundo se desdoblaban y jugaban entre sí y cuando abría los ojos todo se había vuelto a su lugar –un truco compasivo, por supuesto, para que yo pudiera caminar por la calle sin vértigo, subir las escaleras sin caerme, estrecharle la mano a alguien sin pegarle en el ojo. Me sentía traicionada por mi alrededor y en el fondo temía que no fuera una cuestión de la geografía. Al dormirme, volví a pensar en la tabla de los sueños y por un instante pensé que, a lo mejor, la respuesta a mi vértigo residía en la simpleza de aquel diagrama absoluto sin excepciones. Esa noche soñé con un gato gris que trepaba por los árboles del Jardín Botánico. Perseguía a un pájaro. Intenté recordar los números que correspondían al gato y al pájaro de la tabla. En este estado entre la vigilia y los sueños me parecía absolutamente esencial la identificación de los números que correspondían a lo que yo había soñado. Sentía latir mi corazón. Mi cama se había convertido en un barco que se mecía en las olas que yo percibía claramente debajo del colchón. Con el esfuerzo que hacía para recordar y los ojos cerrados todo empezó a girar a mi alrededor en círculos violentos. Abrí los ojos asustada y todo se paró, inmóvil. Empecé el día con un suspiro de alivio

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Brenda Werth

que no lograba, sin embargo, disipar la ansiedad de querer saber los números. Antes de ir al trabajo fui al locutorio donde había el cartel y lo averigüé. 5. El gato era 5. Al verme buscando ansiosamente en el cartel, la señora me dijo que seguramente me iba a tocar a mí este día. Yo le sonreí y salí del locutorio sin comprar un boleto para la lotería. Todo el día yo caminaba segura por las calles. Sentía un equilibrio nuevo, extendido entre dos puntos. A lo largo de los días me di cuenta de que el equilibrio requería ser alimentado y reforzado constantemente. La visita al locutorio se convirtió en una rutina hasta que tuve memorizadas las cien asociaciones entre los sueños y los números. Me levantaba con alegría cuando me daba cuenta de que había soñado con algo que podía asociar inmediatamente con un número. Me gustaría haber podido programar los sueños para siempre, quedarme dentro de los límites de la tabla, pero fui incapaz de domar los caprichos del mundo de mis sueños y cada vez parecían querer explorar más el terreno fuera de la tabla. Es decir, yo no soñaba más con las cosas representadas en la tabla. Cada noche me dormía con la esperanza de reencontrar el equilibrio, pero no me lo permitían los sueños. Efectivamente, mis sueños me habían traicionado. Fue una de estas mañanas de desilusión profunda cuando el desasosiego y la traición me resultaban insoportables. Quise dormirme de nuevo, entrar en el paisaje onírico y despertarme con la certeza de haber soñado dentro de la tabla. No lo había hecho y no era posible cerrar los ojos. La sensación de equilibrio había desaparecido y el mareo, al cerrar los ojos, era el más violento que había tenido en mi vida. Me fijé

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que no lograba, sin embargo, disipar la ansiedad de querer saber los números. Antes de ir al trabajo fui al locutorio donde había el cartel y lo averigüé. 5. El gato era 5. Al verme buscando ansiosamente en el cartel, la señora me dijo que seguramente me iba a tocar a mí este día. Yo le sonreí y salí del locutorio sin comprar un boleto para la lotería. Todo el día yo caminaba segura por las calles. Sentía un equilibrio nuevo, extendido entre dos puntos. A lo largo de los días me di cuenta de que el equilibrio requería ser alimentado y reforzado constantemente. La visita al locutorio se convirtió en una rutina hasta que tuve memorizadas las cien asociaciones entre los sueños y los números. Me levantaba con alegría cuando me daba cuenta de que había soñado con algo que podía asociar inmediatamente con un número. Me gustaría haber podido programar los sueños para siempre, quedarme dentro de los límites de la tabla, pero fui incapaz de domar los caprichos del mundo de mis sueños y cada vez parecían querer explorar más el terreno fuera de la tabla. Es decir, yo no soñaba más con las cosas representadas en la tabla. Cada noche me dormía con la esperanza de reencontrar el equilibrio, pero no me lo permitían los sueños. Efectivamente, mis sueños me habían traicionado. Fue una de estas mañanas de desilusión profunda cuando el desasosiego y la traición me resultaban insoportables. Quise dormirme de nuevo, entrar en el paisaje onírico y despertarme con la certeza de haber soñado dentro de la tabla. No lo había hecho y no era posible cerrar los ojos. La sensación de equilibrio había desaparecido y el mareo, al cerrar los ojos, era el más violento que había tenido en mi vida. Me fijé

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en la pared de mi pequeña habitación y vi el cartel enorme con las cien asociaciones entre los sueños y los números que había encontrado en San Telmo. Era casi igual al cartel que estaba en el locutorio. La única diferencia era el borde, que era azul en vez de rojo. La noche anterior había soñado con un árbol, pero no era cualquier árbol. Era un jacarandá –esos árboles majestuosos que sólo había visto en esta ciudad. La imagen no se encontraba en la tabla y la falta de la asociación lo hizo crecer en mi mente hasta que yo sólo veía un jacarandá. Me preguntaba cuánto espacio había en mi mente para que creciera el árbol. Me amenazaba su presencia. Estaba paralizada por un árbol de mis sueños, cuyas ramas invadían mi mente y echaban raíces en mi cuerpo. Tuve que sacarme la imagen del árbol de mi cabeza. Gritaba y el sonido se convertía en el susurro frenético de las hojas. Estaba al borde del pánico. Agarré una nota en un papel que estaba en el suelo y escribí el número 100. En el mismo papel dibujé rápidamente mi versión del jacarandá y lo pegué a la pared al lado del 99, fuera de la tabla. Lancé una carcajada que inició, en definitiva, mi entrada a la locura. Así fui expandiendo el cartel de los sueños hasta el número 7252. Por supuesto que el

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en la pared de mi pequeña habitación y vi el cartel enorme con las cien asociaciones entre los sueños y los números que había encontrado en San Telmo. Era casi igual al cartel que estaba en el locutorio. La única diferencia era el borde, que era azul en vez de rojo. La noche anterior había soñado con un árbol, pero no era cualquier árbol. Era un jacarandá –esos árboles majestuosos que sólo había visto en esta ciudad. La imagen no se encontraba en la tabla y la falta de la asociación lo hizo crecer en mi mente hasta que yo sólo veía un jacarandá. Me preguntaba cuánto espacio había en mi mente para que creciera el árbol. Me amenazaba su presencia. Estaba paralizada por un árbol de mis sueños, cuyas ramas invadían mi mente y echaban raíces en mi cuerpo. Tuve que sacarme la imagen del árbol de mi cabeza. Gritaba y el sonido se convertía en el susurro frenético de las hojas. Estaba al borde del pánico. Agarré una nota en un papel que estaba en el suelo y escribí el número 100. En el mismo papel dibujé rápidamente mi versión del jacarandá y lo pegué a la pared al lado del 99, fuera de la tabla. Lancé una carcajada que inició, en definitiva, mi entrada a la locura. Así fui expandiendo el cartel de los sueños hasta el número 7252. Por supuesto que el

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sistema había adquirido cierta sofisticación. Había empezado a incluir fracciones para admitir matices entre ciertas cosas que soñaba. Además, después de unos meses, empecé a soñar con números y tuve que decidir si quería asociar otro número con el número que soñaba o si debía asociarlo con el objeto. No se veía la pared de mi habitación. Estaba completamente cubierta de dibujos y números. Era un espacio onirinumérico, un universo propio que existía en el intersticio entre el “Cada noche inconsciente y la conciencia. Era mío. Había llegado a un me dormía con estado de éxtasis –un éxtasis de la esperanza de equilibrio, establecido por un reencontrar el lazo indestructible que unía mi equilibrio, pero no mundo perfecto. Podría haber seguido me lo permitían si no hubiera sido por una los sueños. interrupción inoportuna que Efectivamente, mis puso fin al éxtasis. Me refiero sueños me habían al portero, que empezó a preocuparse cuando notaba traicionado”. que no había bajado del apartamento por varias semanas y mi jefe empezó a llamarle para saber lo que me había pasado. Así que el portero fue el primer testigo de la cueva de números y dibujos en que se había convertido mi mundo. Él miraba sin dar crédito a lo que veía. Me dicen que cuando me sacaron de la habitación tenía fiebre y que había perdido siete kilos. De hecho, no me resistí cuando me llevaron de mi cuarto.

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sistema había adquirido cierta sofisticación. Había empezado a incluir fracciones para admitir matices entre ciertas cosas que soñaba. Además, después de unos meses, empecé a soñar con números y tuve que decidir si quería asociar otro número con el número que soñaba o si debía asociarlo con el objeto. No se veía la pared de mi habitación. Estaba completamente cubierta de dibujos y números. Era un espacio onirinumérico, un universo propio que existía en el intersticio entre el “Cada noche inconsciente y la conciencia. Era mío. Había llegado a un me dormía con estado de éxtasis –un éxtasis de la esperanza de equilibrio, establecido por un reencontrar el lazo indestructible que unía mi equilibrio, pero no mundo perfecto. Podría haber seguido me lo permitían si no hubiera sido por una los sueños. interrupción inoportuna que Efectivamente, mis puso fin al éxtasis. Me refiero sueños me habían al portero, que empezó a preocuparse cuando notaba traicionado”. que no había bajado del apartamento por varias semanas y mi jefe empezó a llamarle para saber lo que me había pasado. Así que el portero fue el primer testigo de la cueva de números y dibujos en que se había convertido mi mundo. Él miraba sin dar crédito a lo que veía. Me dicen que cuando me sacaron de la habitación tenía fiebre y que había perdido siete kilos. De hecho, no me resistí cuando me llevaron de mi cuarto.

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Sabía que tenía que despedirme del contexto que había creado. Lloraba mucho, y seguía llorando en el hospital donde me quedé varios meses bajo la custodia de unos médicos muy compasivos e interesados por mi condición. Después de haber llorado por unas semanas sin parar, empecé a hablar con ellos. Me preguntaban por qué hacía tanta falta expandir las asociaciones entre los sueños y los números. Yo les contaba de los mareos y las náuseas que había sufrido desde que era niña, pero intentaba evitar el tema de mi universo. No iban a entender cómo era. Era la perfección. Por supuesto, la perfección era efímera y formaba parte de mi pasado. Admito ahora que estaba loca, pero era una locura tan coherente. Ahora vivo en el mundo donde viven casi todos. Claro, siempre habrán los que viven en universos inventados, alternativos. Haber experimentado una locura tan equilibrada tiene un efecto muy tranquilizador. Mi alrededor ha dejado de atormentarme. Está quieto en su mayor parte. Puedo cerrar los ojos y no me mareo. No sabría explicar exactamente lo que pasó para que yo dejara de sentir el vértigo de ser, pero sobre todo de estar, en un lugar que se movía y se deslizaba. Sentía paz, simplemente.

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Sabía que tenía que despedirme del contexto que había creado. Lloraba mucho, y seguía llorando en el hospital donde me quedé varios meses bajo la custodia de unos médicos muy compasivos e interesados por mi condición. Después de haber llorado por unas semanas sin parar, empecé a hablar con ellos. Me preguntaban por qué hacía tanta falta expandir las asociaciones entre los sueños y los números. Yo les contaba de los mareos y las náuseas que había sufrido desde que era niña, pero intentaba evitar el tema de mi universo. No iban a entender cómo era. Era la perfección. Por supuesto, la perfección era efímera y formaba parte de mi pasado. Admito ahora que estaba loca, pero era una locura tan coherente. Ahora vivo en el mundo donde viven casi todos. Claro, siempre habrán los que viven en universos inventados, alternativos. Haber experimentado una locura tan equilibrada tiene un efecto muy tranquilizador. Mi alrededor ha dejado de atormentarme. Está quieto en su mayor parte. Puedo cerrar los ojos y no me mareo. No sabría explicar exactamente lo que pasó para que yo dejara de sentir el vértigo de ser, pero sobre todo de estar, en un lugar que se movía y se deslizaba. Sentía paz, simplemente.

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yZUR - DIÁLOGO

Acerca de lo que no existe Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez dialogan acerca de la escritura: escribir para crear una ficción tan poderosa como la realidad misma. Escribir para recuperar lo perdido, lo que nunca existió, lo que existió pero nunca fue dicho.

La primera versión de este diálogo entre Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez –la sonora y más espontánea– tuvo lugar el 26 de marzo de este año en la Universidad de Rutgers. Reproducimos, en esencia, lo que allí se dijo, salvo unas pequeñas modificaciones y adiciones que han permitido precisar lo que se quiso decir (lo escrito está en cursiva). Quizá esos cambios sutiles sean una pequeña muestra del poder generador de realidad de la palabra escrita (que tanto interesa a Piglia y a Martínez). La memoria de quienes allí estuvieron difícilmente evoca todas las palabras de ese diálogo. Sólo lo que ahora publicamos será un día el alimento de la historia. Gustavo Arango: Qué sería de los estudios literarios si no existieran los escritores. Por fortuna ésa es una

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yZUR - DIÁLOGO

Acerca de lo que no existe Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez dialogan acerca de la escritura: escribir para crear una ficción tan poderosa como la realidad misma. Escribir para recuperar lo perdido, lo que nunca existió, lo que existió pero nunca fue dicho.

La primera versión de este diálogo entre Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez –la sonora y más espontánea– tuvo lugar el 26 de marzo de este año en la Universidad de Rutgers. Reproducimos, en esencia, lo que allí se dijo, salvo unas pequeñas modificaciones y adiciones que han permitido precisar lo que se quiso decir (lo escrito está en cursiva). Quizá esos cambios sutiles sean una pequeña muestra del poder generador de realidad de la palabra escrita (que tanto interesa a Piglia y a Martínez). La memoria de quienes allí estuvieron difícilmente evoca todas las palabras de ese diálogo. Sólo lo que ahora publicamos será un día el alimento de la historia. Gustavo Arango: Qué sería de los estudios literarios si no existieran los escritores. Por fortuna ésa es una

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pregunta a la que no es necesario dar respuesta. Hay, en cambio, otras preguntas que no dejamos de hacernos cada vez que encontramos un libro que nos apasiona. Son preguntas del tipo: “¿Quién hizo esta maravilla?”. A veces, la curiosidad va un poco más allá y tratamos de indagar los detalles, los motivos y padecimientos que hicieron posible la obra. En el caso de quienes aspiran a escribir, puede hablarse de envidia saludable, al definir ese deseo de saber sobre el origen de los libros. Esa curiosidad, esas preguntas pueden servirnos para caracterizar el diálogo que hoy nos reúne. Este, como todos los diálogos, tiene algo de monólogos que se acompañan. En este caso, tenemos el privilegio de escuchar a dos de los escritores argentinos más destacados e influyentes del momento. Como artistas e intelectuales abiertos a las complejidades de su tiempo, ambos comparten algunos rasgos: la reflexión sobre la historia como una forma de la ficción, la preocupación complementaria sobre el poder generador de realidad que tienen las palabras, el interés por el cine o por la política como un deber ético del intelectual. En aquella esquina tenemos a Ricardo Piglia, cabello ondulado y gestos de conspirador. Ricardo Piglia nació en Adrogué, provincia de Buenos Aires y realizó estudios de Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Plata. Ganó el Premio Literario Casa de las Américas por el libro de cuentos La invasión, publicado en 1967. En 1975, publica su segunda colección de cuentos Nombre falso. Con la publicación de la novela

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pregunta a la que no es necesario dar respuesta. Hay, en cambio, otras preguntas que no dejamos de hacernos cada vez que encontramos un libro que nos apasiona. Son preguntas del tipo: “¿Quién hizo esta maravilla?”. A veces, la curiosidad va un poco más allá y tratamos de indagar los detalles, los motivos y padecimientos que hicieron posible la obra. En el caso de quienes aspiran a escribir, puede hablarse de envidia saludable, al definir ese deseo de saber sobre el origen de los libros. Esa curiosidad, esas preguntas pueden servirnos para caracterizar el diálogo que hoy nos reúne. Este, como todos los diálogos, tiene algo de monólogos que se acompañan. En este caso, tenemos el privilegio de escuchar a dos de los escritores argentinos más destacados e influyentes del momento. Como artistas e intelectuales abiertos a las complejidades de su tiempo, ambos comparten algunos rasgos: la reflexión sobre la historia como una forma de la ficción, la preocupación complementaria sobre el poder generador de realidad que tienen las palabras, el interés por el cine o por la política como un deber ético del intelectual. En aquella esquina tenemos a Ricardo Piglia, cabello ondulado y gestos de conspirador. Ricardo Piglia nació en Adrogué, provincia de Buenos Aires y realizó estudios de Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Plata. Ganó el Premio Literario Casa de las Américas por el libro de cuentos La invasión, publicado en 1967. En 1975, publica su segunda colección de cuentos Nombre falso. Con la publicación de la novela

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Respiración artificial, en 1980, Ricardo Piglia alcanzó reconocimiento internacional. Otras publicaciones suyas han sido Prisión perpetua, en 1988, que reúne dos novelas cortas y La ciudad ausente, publicada en 1992, la cual dio origen a una ópera del mismo nombre, con música de Gerardo Gandini. En 1993 publica el libro de ensayos La Argentina en pedazos. Ricardo Piglia ha dirigido varias colecciones literarias, entre ellas la “Serie Negra” de novelas policiales. Es autor de numerosos ensayos sobre autores argentinos como Roberto Arlt, Jorge Luis “La buena literatura argentina de hoy Borges, Macedonio Fernández y Sarmiento. Como guionista de se escribe, en cine preparó el guión original buena parte, en un de la película Foolish heart, dirigida por Héctor Babenco suburbio de Buenos Aires llamado New y ha realizado adaptaciones de obras de Onetti, Cortázar Jersey” (GA). y Silvina Ocampo. En 1997, recibió el Premio Planeta por la novela Plata quemada, cuya versión cinematográfica se estrenó recientemente. Trabaja actualmente en la novela Blanco nocturno. En la otra esquina tenemos a Tomás Eloy Martínez, cabello corto y gesto desconfiado. También conocido como T.E.M., una firma que hizo historia en el periodismo argentino de los años sesenta, Tomás Eloy nació en Tucumán. En sus inicios como escritor ganó varios premios

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Respiración artificial, en 1980, Ricardo Piglia alcanzó reconocimiento internacional. Otras publicaciones suyas han sido Prisión perpetua, en 1988, que reúne dos novelas cortas y La ciudad ausente, publicada en 1992, la cual dio origen a una ópera del mismo nombre, con música de Gerardo Gandini. En 1993 publica el libro de ensayos La Argentina en pedazos. Ricardo Piglia ha dirigido varias colecciones literarias, entre ellas la “Serie Negra” de novelas policiales. Es autor de numerosos ensayos sobre autores argentinos como Roberto Arlt, Jorge Luis “La buena literatura argentina de hoy Borges, Macedonio Fernández y Sarmiento. Como guionista de se escribe, en cine preparó el guión original buena parte, en un de la película Foolish heart, dirigida por Héctor Babenco suburbio de Buenos Aires llamado New y ha realizado adaptaciones de obras de Onetti, Cortázar Jersey” (GA). y Silvina Ocampo. En 1997, recibió el Premio Planeta por la novela Plata quemada, cuya versión cinematográfica se estrenó recientemente. Trabaja actualmente en la novela Blanco nocturno. En la otra esquina tenemos a Tomás Eloy Martínez, cabello corto y gesto desconfiado. También conocido como T.E.M., una firma que hizo historia en el periodismo argentino de los años sesenta, Tomás Eloy nació en Tucumán. En sus inicios como escritor ganó varios premios

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de poesía y escribió guiones de cine. Su primer libro publicado fue Estructuras del cine argentino, en 1961. En 1968 publica su primera novela, Sagrado, y en los años setenta dos libros de relatos donde la literatura y el periodismo caminan de la mano: La pasión según Trelew, en 1974, y Lugar común la muerte, en 1979. La novela de Perón, publicada en 1985, le da reconocimiento internacional y se convirtió, en su momento, en una de las novelas argentinas más vendidas de todos los tiempos. Diez años después, Tomás Eloy publica Santa Evita y desborda los alcances de La novela de Perón. Dos grandes figuras de la narrativa hispanoamericana, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, coincidieron en afirmar que Santa Evita es una novela que ellos habrían querido escribir. Otros libros de Tomás Eloy son la novela La mano del amo, publicada en 1991, y Las memorias del general, publicada en 1996. Tomás Eloy es una de las personas que mejor conoce la historia menuda de la literatura latinoamericana desde los años sesenta. En su doble condición de periodista y escritor vivió de cerca ese asombroso tumulto literario que ha venido a conocerse como el boom de la novela latinoamericana. Desde hace unos años escribe una columna de opinión, la cual se publica en los periódicos más importantes de Iberoamérica. Desde hace unas semanas Tomás Eloy ha sido el escritor más solicitado y entrevistados del mundo hispánico, al serle concedido el prestigioso Premio Alfaguara por la novela El vuelo de la reina, una obra que ya se ha convertido en leyenda sin haber aparecido en las librerías. Tomás trabaja actualmente en el libro El cantor de tango. Los dos escritores que hoy nos visitan

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de poesía y escribió guiones de cine. Su primer libro publicado fue Estructuras del cine argentino, en 1961. En 1968 publica su primera novela, Sagrado, y en los años setenta dos libros de relatos donde la literatura y el periodismo caminan de la mano: La pasión según Trelew, en 1974, y Lugar común la muerte, en 1979. La novela de Perón, publicada en 1985, le da reconocimiento internacional y se convirtió, en su momento, en una de las novelas argentinas más vendidas de todos los tiempos. Diez años después, Tomás Eloy publica Santa Evita y desborda los alcances de La novela de Perón. Dos grandes figuras de la narrativa hispanoamericana, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, coincidieron en afirmar que Santa Evita es una novela que ellos habrían querido escribir. Otros libros de Tomás Eloy son la novela La mano del amo, publicada en 1991, y Las memorias del general, publicada en 1996. Tomás Eloy es una de las personas que mejor conoce la historia menuda de la literatura latinoamericana desde los años sesenta. En su doble condición de periodista y escritor vivió de cerca ese asombroso tumulto literario que ha venido a conocerse como el boom de la novela latinoamericana. Desde hace unos años escribe una columna de opinión, la cual se publica en los periódicos más importantes de Iberoamérica. Desde hace unas semanas Tomás Eloy ha sido el escritor más solicitado y entrevistados del mundo hispánico, al serle concedido el prestigioso Premio Alfaguara por la novela El vuelo de la reina, una obra que ya se ha convertido en leyenda sin haber aparecido en las librerías. Tomás trabaja actualmente en el libro El cantor de tango. Los dos escritores que hoy nos visitan

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están vinculados actualmente a universidades norteamericanas. Ricardo Piglia es profesor de literatura en la universidad de Princeton y Tomás Eloy Martínez dirige el programa de Latin American Studies aquí en Rutgers. Este hecho nos permite asegurar que la buena literatura argentina de hoy se escribe, en buena parte, en un suburbio de Buenos Aires llamado New Jersey. Queremos iniciar este diálogo pidiendo a nuestros invitados que nos respondan dos preguntas generales. La primera: ¿Cómo llegaron a ser los escritores que ahora son? Aquí esperamos saber un poco sobre el camino que va, desde que alguien que quiere escribir, hasta quien ha conseguido hacerlo de manera admirable: las lecciones recibidas, los obstáculos vencidos, las oportunidades. Esa pregunta también busca conocer los motivos que los llevan a escribir. La segunda pregunta se refiere al trayecto que va desde una imagen o una idea, hasta un libro terminado. Aquí, nuestra curiosidad espera oír revelaciones sobre la carpintería del oficio, sobre supersticiones y estrategias, sobre la lucha con las palabras. Démosles la bienvenida.

están vinculados actualmente a universidades norteamericanas. Ricardo Piglia es profesor de literatura en la universidad de Princeton y Tomás Eloy Martínez dirige el programa de Latin American Studies aquí en Rutgers. Este hecho nos permite asegurar que la buena literatura argentina de hoy se escribe, en buena parte, en un suburbio de Buenos Aires llamado New Jersey. Queremos iniciar este diálogo pidiendo a nuestros invitados que nos respondan dos preguntas generales. La primera: ¿Cómo llegaron a ser los escritores que ahora son? Aquí esperamos saber un poco sobre el camino que va, desde que alguien que quiere escribir, hasta quien ha conseguido hacerlo de manera admirable: las lecciones recibidas, los obstáculos vencidos, las oportunidades. Esa pregunta también busca conocer los motivos que los llevan a escribir. La segunda pregunta se refiere al trayecto que va desde una imagen o una idea, hasta un libro terminado. Aquí, nuestra curiosidad espera oír revelaciones sobre la carpintería del oficio, sobre supersticiones y estrategias, sobre la lucha con las palabras. Démosles la bienvenida.

Ricardo Piglia: En primer lugar, muchas gracias. Estoy muy contento de estar aquí. Es una alegría estar aquí con Tomás Eloy. Todos estamos muy contentos por el reconocimiento que ha recibido su novela. En fin, para contestar esas preguntas diré, como Macedonio, que no me vine preparado para improvisar, de modo que voy a leerles un par de pequeños relatos autobiográficos o levemente autobiográficos que, creo, son un modo de responder a la ardua cuestión de saber

Ricardo Piglia: En primer lugar, muchas gracias. Estoy muy contento de estar aquí. Es una alegría estar aquí con Tomás Eloy. Todos estamos muy contentos por el reconocimiento que ha recibido su novela. En fin, para contestar esas preguntas diré, como Macedonio, que no me vine preparado para improvisar, de modo que voy a leerles un par de pequeños relatos autobiográficos o levemente autobiográficos que, creo, son un modo de responder a la ardua cuestión de saber

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cómo se ha llegado a ser un escritor, porque justamente nunca se llega, creo, siempre se está empezando. De modo que empezaré por responder con una historia ligada de un modo desplazado al origen, ligada, en fin, a un momento muy significativo para mí, la época de mí llegada a Buenos Aires. Y quizá esa historia permita trasmitir algo que se insinúa ya ahí y que se ha mantenido como una constante hasta hoy, cierta escisión, la tendencia a vivir dos vidas distintas en lugares distintos simultáneamente y que quizá sea para mi el mejor modo de definir la posición de escritor. En fin, voy a leerles algo entonces.

cómo se ha llegado a ser un escritor, porque justamente nunca se llega, creo, siempre se está empezando. De modo que empezaré por responder con una historia ligada de un modo desplazado al origen, ligada, en fin, a un momento muy significativo para mí, la época de mí llegada a Buenos Aires. Y quizá esa historia permita trasmitir algo que se insinúa ya ahí y que se ha mantenido como una constante hasta hoy, cierta escisión, la tendencia a vivir dos vidas distintas en lugares distintos simultáneamente y que quizá sea para mi el mejor modo de definir la posición de escritor. En fin, voy a leerles algo entonces.

Cuando me fui a vivir a Buenos Aires a mediados de 1965 alquilé una pieza en el Hotel Almagro, en la esquina de Rivadavia y Castro Barros. Estaba terminando de escribir los relatos de mi primer libro, el editor Jorge Alvarez me ofreció un contrato para publicarlo y me dió trabajo en su editorial. Le preparé, me acuerdo, una antología de la narrativa norteamericana que iba de Poe a Purdy y con lo que me pagó y con lo que yo ganaba como profesor en la Universidad de La Plata me alcanzó para instalarme y vivir en Buenos Aires. En ese tiempo trabajaba en la cátedra

Cuando me fui a vivir a Buenos Aires a mediados de 1965 alquilé una pieza en el Hotel Almagro, en la esquina de Rivadavia y Castro Barros. Estaba terminando de escribir los relatos de mi primer libro, el editor Jorge Alvarez me ofreció un contrato para publicarlo y me dió trabajo en su editorial. Le preparé, me acuerdo, una antología de la narrativa norteamericana que iba de Poe a Purdy y con lo que me pagó y con lo que yo ganaba como profesor en la Universidad de La Plata me alcanzó para instalarme y vivir en Buenos Aires. En ese tiempo trabajaba en la cátedra

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

de Historia Argentina en la Facultad de Humanidades y viajaba todas las semanas a La Plata. Había alquilado una pieza en una pensión cerca de la terminal de ómnibus y me quedaba ahí tres días por semana dictando mis clases. Tenía la vida dividida, vivía dos vidas en dos ciudades como si fuera dos personas diferentes, con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar. Lo que era igual, sin embargo, era la vida en la pieza de hotel. Los pasillos vacíos, los cuartos transitorios, el clima anónimo “La tendencia a vivir de esos lugares donde uno está dos vidas distintas siempre de paso. Vivir en un en lugares distintos hotel es el mejor modo de no simultáneamente caer en la ilusión de “tener” una vida personal, de no tener, quizá sea para mí quiero decir, nada personal el mejor modo de para contar, salvo los rastros definir la posición que dejan los otros. La pensión del escritor” (RP). en La Plata era una casona interminable convertida en una especie de hotel imposible manejado por un estudiante crónico que vivía de sub-alquilar los cuartos. La dueña de la casa estaba internada y el tipo le giraba todos los meses un poco de plata a una casilla de correo en el hospicio de Las Mercedes. La pieza que yo alquilaba era cómoda, con un balcón que se abría sobre la calle y un techo altísimo. También la pieza del Hotel Almagro tenía un techo altísimo y un ventanal que daba

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

de Historia Argentina en la Facultad de Humanidades y viajaba todas las semanas a La Plata. Había alquilado una pieza en una pensión cerca de la terminal de ómnibus y me quedaba ahí tres días por semana dictando mis clases. Tenía la vida dividida, vivía dos vidas en dos ciudades como si fuera dos personas diferentes, con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar. Lo que era igual, sin embargo, era la vida en la pieza de hotel. Los pasillos vacíos, los cuartos transitorios, el clima anónimo “La tendencia a vivir de esos lugares donde uno está dos vidas distintas siempre de paso. Vivir en un en lugares distintos hotel es el mejor modo de no simultáneamente caer en la ilusión de “tener” una vida personal, de no tener, quizá sea para mí quiero decir, nada personal el mejor modo de para contar, salvo los rastros definir la posición que dejan los otros. La pensión del escritor” (RP). en La Plata era una casona interminable convertida en una especie de hotel imposible manejado por un estudiante crónico que vivía de sub-alquilar los cuartos. La dueña de la casa estaba internada y el tipo le giraba todos los meses un poco de plata a una casilla de correo en el hospicio de Las Mercedes. La pieza que yo alquilaba era cómoda, con un balcón que se abría sobre la calle y un techo altísimo. También la pieza del Hotel Almagro tenía un techo altísimo y un ventanal que daba

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sobre los fondos de la Federación de Box. Las dos piezas tenían un ropero muy parecido, con dos puertas y estantes forrado con papel de diario. Una tarde, en La Plata, encontré en un rincón del ropero las cartas de una mujer. Siempre se encuentran rastros de los que han estado antes cuando se vive en una pieza de hotel. Las cartas estaban disimuladas en un hueco como si alguien hubiera escondido un paquete con drogas. Estaban escritas con letra nerviosa y no se entendía casi nada; como siempre sucede cuando se lee la carta de un desconocido, las alusiones y los sobreentendidos son tantos que se descifran las palabras pero no el sentido o la emoción de lo que está pasando. La mujer que escribía las cartas se llamaba Angelita y no estaba dispuesta a que la llevaran a vivir a Trenque-Lauquen. Se había escapado de la casa y parecía desesperada y me dio la sensación de que se estaba despidiendo. En la última página, con otra letra, alguien había escrito un número de teléfono. Cuando llamé me atendieron en la guardia del hospital de City Bell. Por supuesto me olvidé del asunto, pero un tiempo después, en Buenos Aires, tendido en la cama de la pieza del hotel se me ocurrió levantarme a inspeccionar el ropero. Sobre un costado, en un hueco, había dos cartas: eran la respuesta de un hombre a las cartas de Angelita. Explicaciones no tengo. La única explicación que encuentro es que yo estaba metido en un mundo escindido y que había otros dos que también estaban metidos en un mundo escindido y pasaban de un lado a otro igual que yo y por esas extrañas combinaciones que produce el azar las cartas habían coincidido conmigo. No es raro encontrarse con un desconocido

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sobre los fondos de la Federación de Box. Las dos piezas tenían un ropero muy parecido, con dos puertas y estantes forrado con papel de diario. Una tarde, en La Plata, encontré en un rincón del ropero las cartas de una mujer. Siempre se encuentran rastros de los que han estado antes cuando se vive en una pieza de hotel. Las cartas estaban disimuladas en un hueco como si alguien hubiera escondido un paquete con drogas. Estaban escritas con letra nerviosa y no se entendía casi nada; como siempre sucede cuando se lee la carta de un desconocido, las alusiones y los sobreentendidos son tantos que se descifran las palabras pero no el sentido o la emoción de lo que está pasando. La mujer que escribía las cartas se llamaba Angelita y no estaba dispuesta a que la llevaran a vivir a Trenque-Lauquen. Se había escapado de la casa y parecía desesperada y me dio la sensación de que se estaba despidiendo. En la última página, con otra letra, alguien había escrito un número de teléfono. Cuando llamé me atendieron en la guardia del hospital de City Bell. Por supuesto me olvidé del asunto, pero un tiempo después, en Buenos Aires, tendido en la cama de la pieza del hotel se me ocurrió levantarme a inspeccionar el ropero. Sobre un costado, en un hueco, había dos cartas: eran la respuesta de un hombre a las cartas de Angelita. Explicaciones no tengo. La única explicación que encuentro es que yo estaba metido en un mundo escindido y que había otros dos que también estaban metidos en un mundo escindido y pasaban de un lado a otro igual que yo y por esas extrañas combinaciones que produce el azar las cartas habían coincidido conmigo. No es raro encontrarse con un desconocido

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dos veces en dos ciudades. Parece más raro encontrar, en dos lugares distintos, dos cartas de dos personas que estan conectadas y a las que uno no conoce. La casa de pensión en la Plata todavía está, y todavía sigue ahí el estudiante crónico, que ahora es un viejo tranquilo que sigue subalquilando las piezas a estudiantes y a viajantes de comercio que pasan por La Plata siguiendo la ruta del sur de la provincia de Buenos Aires. También el Hotel Almagro sigue igual. Y cuando voy por Rivadavia hacia la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Púan, paso siempre por la puerta y me acuerdo de aquel tiempo. Enfrente está la confitería Las Violetas. Por supuesto, hay que tener un bar tranquilo y bien iluminado cerca si uno vive en una pieza de hotel.

dos veces en dos ciudades. Parece más raro encontrar, en dos lugares distintos, dos cartas de dos personas que estan conectadas y a las que uno no conoce. La casa de pensión en la Plata todavía está, y todavía sigue ahí el estudiante crónico, que ahora es un viejo tranquilo que sigue subalquilando las piezas a estudiantes y a viajantes de comercio que pasan por La Plata siguiendo la ruta del sur de la provincia de Buenos Aires. También el Hotel Almagro sigue igual. Y cuando voy por Rivadavia hacia la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Púan, paso siempre por la puerta y me acuerdo de aquel tiempo. Enfrente está la confitería Las Violetas. Por supuesto, hay que tener un bar tranquilo y bien iluminado cerca si uno vive en una pieza de hotel.

En cuanto a la segunda pregunta, contestaré también con una historia, la historia de la imagen inicial de una novela, el nudo que años después se convirtió en la trama de una novela, quiero decir que contestaré también ahora con un pequeño relato que sucede, por suerte, en la misma época y en el mismo lugar que el relato anterior.

En cuanto a la segunda pregunta, contestaré también con una historia, la historia de la imagen inicial de una novela, el nudo que años después se convirtió en la trama de una novela, quiero decir que contestaré también ahora con un pequeño relato que sucede, por suerte, en la misma época y en el mismo lugar que el relato anterior.

Durante unos meses, hace unos años, viví en el Hotel Almagro, en Rivadavia y Castro Barros. A la vuelta del hotel está la Federacion de Box y los miércoles a la noche me iba a ver las peleas. En la puerta del estadio paraba una mujer que vendía flores y en el vestido llevaba prendida una foto de Macedonio Fernández. Se llamaba (o se llama) Rosa Malabia y durante varios meses yo la encontraba en la puerta de la Federación de Box y la invitaba a tomar el té en la

Durante unos meses, hace unos años, viví en el Hotel Almagro, en Rivadavia y Castro Barros. A la vuelta del hotel está la Federacion de Box y los miércoles a la noche me iba a ver las peleas. En la puerta del estadio paraba una mujer que vendía flores y en el vestido llevaba prendida una foto de Macedonio Fernández. Se llamaba (o se llama) Rosa Malabia y durante varios meses yo la encontraba en la puerta de la Federación de Box y la invitaba a tomar el té en la

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confitería Las violetas. Nunca supe dónde vivía, porque nunca me lo quiso decir, supongo que alquilaba ella también alguna piecita en un hotel de la zona o dormía en un zaguán. Tomaba el desayuno en la iglesia evangélica y comía lo que le regalaban los puesteros del Mercado que estaba enfrente de la pensión. A Macedonio lo había conocido de chica, a los quince, cuando todavía iba a la escuela. Decía que en aquel tiempo Macedonio ocupaba una casita por Morón o en Haedo y que ella lo visitaba porque vivía a la vuelta y que su padre era médico. Nunca supe de dónde había sacado la foto y nunca supe si lo que me contaba era verdad. Supongo que realmente lo había conocido y que lo había querido. A veces se quedaba un rato callada y después me decía que ella era “totalmente macedoniana” y con eso tal vez quería decirme que era inocente. De vez en cuando, de pronto, se perdía un poco y me miraba con los ojos vacíos y decía que estaba muerta y que tenía todo el cuerpo hueco por dentro, como si fuera una muñeca de porcelana. Entraba y salía del Hospicio, desaparecía dos o tres días y de golpe volvía a aparecer en la puerta de la Federación de Box vendiendo

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confitería Las violetas. Nunca supe dónde vivía, porque nunca me lo quiso decir, supongo que alquilaba ella también alguna piecita en un hotel de la zona o dormía en un zaguán. Tomaba el desayuno en la iglesia evangélica y comía lo que le regalaban los puesteros del Mercado que estaba enfrente de la pensión. A Macedonio lo había conocido de chica, a los quince, cuando todavía iba a la escuela. Decía que en aquel tiempo Macedonio ocupaba una casita por Morón o en Haedo y que ella lo visitaba porque vivía a la vuelta y que su padre era médico. Nunca supe de dónde había sacado la foto y nunca supe si lo que me contaba era verdad. Supongo que realmente lo había conocido y que lo había querido. A veces se quedaba un rato callada y después me decía que ella era “totalmente macedoniana” y con eso tal vez quería decirme que era inocente. De vez en cuando, de pronto, se perdía un poco y me miraba con los ojos vacíos y decía que estaba muerta y que tenía todo el cuerpo hueco por dentro, como si fuera una muñeca de porcelana. Entraba y salía del Hospicio, desaparecía dos o tres días y de golpe volvía a aparecer en la puerta de la Federación de Box vendiendo

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flores que robaba de las tumbas en el cementerio de la Chacarita. La llamaban la loca del grabador, porque llevaba un grabador de cinta, viejísimo como única pertenencia. Parece que años antes había trabajado en un negocio donde se arreglaban televisores y grabadores en un local en los pasajes subterráneos de la avenida 9 de Julio y que se lo dieron como indemnización cuando la echaron. Lo llevaba en una pequeña valija de cartón y lo escuchaba cuando estaba sola. “Tenía la vida De un día para otro, no la vi dividida, vivía más. Me dijeron que la habían dos vidas en dos internado en el Moyano y fui a visitarla pero no me reconoció ciudades como si o no me quiso recibir. Varios fuera dos personas meses después, una tarde, me diferentes, con llegó una encomienda con el grabador. Me lo habían hecho otros amigos y otras llegar desde Olavarría y nunca circulaciones en supe si fue ella o algún pariente cada lugar” (RP). el que se tomó el trabajo de acordarse de mí y mandarme el aparato. Era un viejo Geloso de doble cabezal y si ahora uno lo enciende primero se escucha una mujer que habla y parece cantar y después la misma mujer conversa sola y por fin una voz, que puede ser la voz de Macedonio, dice unas palabras. Ese grabador y la voz de una mujer que cree estar muerta y vende violetas en la puerta de la Federación de Box de la calle Castro

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flores que robaba de las tumbas en el cementerio de la Chacarita. La llamaban la loca del grabador, porque llevaba un grabador de cinta, viejísimo como única pertenencia. Parece que años antes había trabajado en un negocio donde se arreglaban televisores y grabadores en un local en los pasajes subterráneos de la avenida 9 de Julio y que se lo dieron como indemnización cuando la echaron. Lo llevaba en una pequeña valija de cartón y lo escuchaba cuando estaba sola. “Tenía la vida De un día para otro, no la vi dividida, vivía más. Me dijeron que la habían dos vidas en dos internado en el Moyano y fui a visitarla pero no me reconoció ciudades como si o no me quiso recibir. Varios fuera dos personas meses después, una tarde, me diferentes, con llegó una encomienda con el grabador. Me lo habían hecho otros amigos y otras llegar desde Olavarría y nunca circulaciones en supe si fue ella o algún pariente cada lugar” (RP). el que se tomó el trabajo de acordarse de mí y mandarme el aparato. Era un viejo Geloso de doble cabezal y si ahora uno lo enciende primero se escucha una mujer que habla y parece cantar y después la misma mujer conversa sola y por fin una voz, que puede ser la voz de Macedonio, dice unas palabras. Ese grabador y la voz de una mujer que cree estar muerta y vende violetas en la puerta de la Federación de Box de la calle Castro

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Barros, fueron para mí la imagen inicial de la máquina de Macedonio en mi novela La ciudad ausente: la voz perdida de una mujer con la que Macedonio conversa en la soledad de una pieza de hotel.

Barros, fueron para mí la imagen inicial de la máquina de Macedonio en mi novela La ciudad ausente: la voz perdida de una mujer con la que Macedonio conversa en la soledad de una pieza de hotel.

Nunca las historias son como uno las imagina ni como uno imaginó que iban a ser cuando empezó a escribirlas. Uno sigue escribiendo porque tiene la ilusión de llegar alguna vez a acercarse un poco más a esa noción que tenía cuando empezó. Me pasa que, queriendo escribir una historia, termino el libro y la historia no está más, se me ha perdido en el camino y nunca logré escribirla. Tratando de escribirla termino escribiendo una historia distinta. Hay un tipo de escritores que partimos de una pequeña historia y luego dejamos que la escritura misma la vaya transformando en otra. Hay otra clase de escritores, que yo admiro mucho, que saben muy bien lo que quieren hacer.

Nunca las historias son como uno las imagina ni como uno imaginó que iban a ser cuando empezó a escribirlas. Uno sigue escribiendo porque tiene la ilusión de llegar alguna vez a acercarse un poco más a esa noción que tenía cuando empezó. Me pasa que, queriendo escribir una historia, termino el libro y la historia no está más, se me ha perdido en el camino y nunca logré escribirla. Tratando de escribirla termino escribiendo una historia distinta. Hay un tipo de escritores que partimos de una pequeña historia y luego dejamos que la escritura misma la vaya transformando en otra. Hay otra clase de escritores, que yo admiro mucho, que saben muy bien lo que quieren hacer.

Tomás Eloy Martínez: Bueno, quiero decir que me complace mucho este diálogo con Ricardo, con quien compartimos, desde hace mucho tiempo, diálogos de esta índole. Es muy enriquecedor para mí, particularmente. Yo tengo una seria desconfianza con la improvisación cuando se trata de hablar de mi escritura, de modo que le pedí a Gustavo las preguntas por escrito y me puse hoy a borronear algunas páginas. Antes quería hacer dos precisiones con respecto a lo que acaba de decir Ricardo. La primera es que él tiene mucha razón en cuanto a que hay dos tipos de escritores, unos muy seguros y otros que avanzan a tientas. Yo pertenezco a esa primera especie. Suelo terminar novelas enteras y volver a comenzarlas simplemente

Tomás Eloy Martínez: Bueno, quiero decir que me complace mucho este diálogo con Ricardo, con quien compartimos, desde hace mucho tiempo, diálogos de esta índole. Es muy enriquecedor para mí, particularmente. Yo tengo una seria desconfianza con la improvisación cuando se trata de hablar de mi escritura, de modo que le pedí a Gustavo las preguntas por escrito y me puse hoy a borronear algunas páginas. Antes quería hacer dos precisiones con respecto a lo que acaba de decir Ricardo. La primera es que él tiene mucha razón en cuanto a que hay dos tipos de escritores, unos muy seguros y otros que avanzan a tientas. Yo pertenezco a esa primera especie. Suelo terminar novelas enteras y volver a comenzarlas simplemente

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porque siento que la primera no sirvió. Está fracasada. Me ocurre que cuento una historia completamente distinta a la que imaginé inicialmente. Creo que eso es enriquecedor. En ese camino de tanteos uno va llegando finalmente a un instante donde aparece una especie de engranaje dentro de uno, que se resuelve y que empieza a moverse en una dirección desconocida, pero que permite tomar conciencia de que, por fin, el texto está empezando. También quería precisar que el mundo en el que yo crecí no es el mundo riquísimo de Buenos Aires que alcancé a conocer y a vivir, uno en el que nos leíamos mutuamente, eso es verdad, con la gente un poco anterior a la tuya, del grupo Poesía Buenos Aires. Además, me encontraba en los cafés cerca de la Facultad de Filosofia y Letras con gente como Alejandra Pizarnik, que era muy insegura, enormemente insegura, y que preguntaba “¿Qué te parece? ¿Te parece que debo leer a los griegos?”. Y con toda insolencia, yo, que había aprendido el lenguaje de Buenos Aires, decía, “¿Pero cómo, no leíste a los griegos todavía?”. Eso era muy habitual en el lenguaje desafiante de los círculos de discusión en Buenos Aires. Pero yo crecí en un mundo más modesto, donde el sistema de circulación se daba a través de un suplemento literario que aparecía entonces, que se llamaba La Gaceta, donde publicaba toda aquella gente que no podía publicar en las revistas y diarios de gran circulación porque era el momento del peronismo, había una restricción de papeles y demás. También quería agregar, antes de encajarles este mamotreto de respuestas que hice, que los escritores, creo, leemos de una manera diferente a cuando leemos un texto para comentarlo en una clase. Lo leemos para aprender qué

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porque siento que la primera no sirvió. Está fracasada. Me ocurre que cuento una historia completamente distinta a la que imaginé inicialmente. Creo que eso es enriquecedor. En ese camino de tanteos uno va llegando finalmente a un instante donde aparece una especie de engranaje dentro de uno, que se resuelve y que empieza a moverse en una dirección desconocida, pero que permite tomar conciencia de que, por fin, el texto está empezando. También quería precisar que el mundo en el que yo crecí no es el mundo riquísimo de Buenos Aires que alcancé a conocer y a vivir, uno en el que nos leíamos mutuamente, eso es verdad, con la gente un poco anterior a la tuya, del grupo Poesía Buenos Aires. Además, me encontraba en los cafés cerca de la Facultad de Filosofia y Letras con gente como Alejandra Pizarnik, que era muy insegura, enormemente insegura, y que preguntaba “¿Qué te parece? ¿Te parece que debo leer a los griegos?”. Y con toda insolencia, yo, que había aprendido el lenguaje de Buenos Aires, decía, “¿Pero cómo, no leíste a los griegos todavía?”. Eso era muy habitual en el lenguaje desafiante de los círculos de discusión en Buenos Aires. Pero yo crecí en un mundo más modesto, donde el sistema de circulación se daba a través de un suplemento literario que aparecía entonces, que se llamaba La Gaceta, donde publicaba toda aquella gente que no podía publicar en las revistas y diarios de gran circulación porque era el momento del peronismo, había una restricción de papeles y demás. También quería agregar, antes de encajarles este mamotreto de respuestas que hice, que los escritores, creo, leemos de una manera diferente a cuando leemos un texto para comentarlo en una clase. Lo leemos para aprender qué

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hizo el otro, ir descubriendo los secretos del otro y ver cómo llego a conseguir ese efecto, esa frase, por qué dio esa vuelta en la intriga o adónde quiere ir con esa primera frase. Somos como relojeros que abren los relojes, desmontan el aparato para ver cómo funcionaa y a partir de esa búsqueda del funcionamiento vamos tratando de ver las afinidades y las diferencias que surgen entre los otros textos.

hizo el otro, ir descubriendo los secretos del otro y ver cómo llego a conseguir ese efecto, esa frase, por qué dio esa vuelta en la intriga o adónde quiere ir con esa primera frase. Somos como relojeros que abren los relojes, desmontan el aparato para ver cómo funcionaa y a partir de esa búsqueda del funcionamiento vamos tratando de ver las afinidades y las diferencias que surgen entre los otros textos.

La primera pregunta, creo, es como empecé a escribir. Tal vez sea mejor contar porqué empecé a escribir. Desde siempre me intrigaron los límites, el borde, la penumbra que hay entre la realidad y la imaginación, y ya los primeros, malos poemas que escribí, se proponían una exploración de esa penumbra. Yo no me preguntaba entonces por nada que tuviera que ver con las ideas de verdad, de la verosimilitud, por problemas que aparecerían después. Sólo me preocupaba saber por qué ciertos hechos que parecen corresponder sólo al orden de la ficción suceden en la realidad, o de qué manera la realidad impregna, aun involuntariamente, las ficciones. A lo primero encontré respuestas rápidas en los relatos de Kafka. Sobre lo segundo aprendí mucho leyendo luego algunos cuentos de Borges como “Emma Zunz” o “El evangelio según San Marcos”; o las ficciones, si es que se pueden llamar ficciones, de Claudio Magris y de G. W. Sebald. La realidad es siempre insatisfactoria, y en el orden de los sueños –o de los deseos– cabe todo: las mudanzas, la geografía, la llegada de un amor imposible, el pasado, el futuro. Walter Benjamin ha expresado mejor que nadie esa ansiedad del novelista

La primera pregunta, creo, es como empecé a escribir. Tal vez sea mejor contar porqué empecé a escribir. Desde siempre me intrigaron los límites, el borde, la penumbra que hay entre la realidad y la imaginación, y ya los primeros, malos poemas que escribí, se proponían una exploración de esa penumbra. Yo no me preguntaba entonces por nada que tuviera que ver con las ideas de verdad, de la verosimilitud, por problemas que aparecerían después. Sólo me preocupaba saber por qué ciertos hechos que parecen corresponder sólo al orden de la ficción suceden en la realidad, o de qué manera la realidad impregna, aun involuntariamente, las ficciones. A lo primero encontré respuestas rápidas en los relatos de Kafka. Sobre lo segundo aprendí mucho leyendo luego algunos cuentos de Borges como “Emma Zunz” o “El evangelio según San Marcos”; o las ficciones, si es que se pueden llamar ficciones, de Claudio Magris y de G. W. Sebald. La realidad es siempre insatisfactoria, y en el orden de los sueños –o de los deseos– cabe todo: las mudanzas, la geografía, la llegada de un amor imposible, el pasado, el futuro. Walter Benjamin ha expresado mejor que nadie esa ansiedad del novelista

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por ser otro, por estar en otros: “La novela no es significativa porque presenta un destino ajeno e instructivo”, dice en un ensayo ejemplar que se llama “El narrador”. “Es significativa porque ese destino ajeno, gracias a la fuerza de la llama que lo consume, nos transfiere el calor que jamás obtenemos de nuestro propio destino. En las ficciones somos lo que soñamos y lo que hemos vivido, y a veces somos también lo que no nos hemos atrevido a soñar y no nos hemos atrevido a vivir. Las ficciones son nuestra rebelión, el emblema de nuestro coraje, la esperanza en un mundo que “Hay que tener un puede ser creado por segunda bar tranquilo y bien vez, o que puede ser creado iluminado cerca si infinitamente desde dentro de nosotros”. uno vive en una Cuando yo era chico, pieza de hotel” las ficciones eran para mí el (RP). refugio contra las pequeñas infelicidades cotidianas y el instrumento que me permitía tener, con la imaginación, lo que no podía tener en la realidad. Escribí mi primer cuento a los nueve o diez años, en una enorme casa de las montañas próximas a Tucumán donde mi familia pasaba los veranos y parte del otoño. Yo iba por las mañanas a la escuela, almorzaba con mis hermanas en casa de mi abuela, situada en el centro de la ciudad, y alguien, después, nos llevaba de regreso al cerro, en cuya falda vivíamos. Uno de mis

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por ser otro, por estar en otros: “La novela no es significativa porque presenta un destino ajeno e instructivo”, dice en un ensayo ejemplar que se llama “El narrador”. “Es significativa porque ese destino ajeno, gracias a la fuerza de la llama que lo consume, nos transfiere el calor que jamás obtenemos de nuestro propio destino. En las ficciones somos lo que soñamos y lo que hemos vivido, y a veces somos también lo que no nos hemos atrevido a soñar y no nos hemos atrevido a vivir. Las ficciones son nuestra rebelión, el emblema de nuestro coraje, la esperanza en un mundo que “Hay que tener un puede ser creado por segunda bar tranquilo y bien vez, o que puede ser creado iluminado cerca si infinitamente desde dentro de nosotros”. uno vive en una Cuando yo era chico, pieza de hotel” las ficciones eran para mí el (RP). refugio contra las pequeñas infelicidades cotidianas y el instrumento que me permitía tener, con la imaginación, lo que no podía tener en la realidad. Escribí mi primer cuento a los nueve o diez años, en una enorme casa de las montañas próximas a Tucumán donde mi familia pasaba los veranos y parte del otoño. Yo iba por las mañanas a la escuela, almorzaba con mis hermanas en casa de mi abuela, situada en el centro de la ciudad, y alguien, después, nos llevaba de regreso al cerro, en cuya falda vivíamos. Uno de mis

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compañeros me habló un día de un circo prodigioso que daba sus funciones hacia las seis de la tarde en un suburbio remoto, junto a un descampado de tártagos donde las gitanas vendían amuletos de mica que causaban un efecto instantáneo de amor y donde las mujeres tan apergaminadas como transparentes curaban por cinco centavos el asma, los reumatismos y el mal de ojo. Sin decir palabra a mis padres –porque estaba seguro de que me negarían el permiso– decidí una tarde ver por mí mismo los paraísos del circo. Era una carpa raída, con unas gradas indolentes y un piso de paja mojada. La concurrencia sería, a lo sumo, de unas veinte personas, que me parecieron miles. Cuando los reflectores del circo se encendieron, una orquesta de trombones desafinó una marcha militar y un dúo de payasos dejó caer algunos chistes que para mí eran ininteligibles y que, pensándolo bien, debían de ser obscenos. Recuerdo que unos perros enclenques se negaron a saltar a través de unos aros de fuego. Recuerdo que un león desdentado lamía la mano del domador en vez de fingir que la mordía. Lo que mejor recuerdo, sin embargo, es una jovencita pálida, que daba vueltas a la pista, de pie sobre un caballo de oro –a mí, al menos, me parecía de oro– disfrazada de mariposa, con alas de tela. En ese momento tendría que haberme marchado del circo para llegar a tiempo a la casa de mi abuela, pero un pregonero anunció que la función terminaba con una ignota obra de teatro titulada “La tísica”, cuya protagonista era la misma ecuyère de flacura inverosímil. Sin pensarlo dos veces, me quedé a verla morir de tos y a llorar como si fuera de verdad. Salí del circo tan enamorado de ella que

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compañeros me habló un día de un circo prodigioso que daba sus funciones hacia las seis de la tarde en un suburbio remoto, junto a un descampado de tártagos donde las gitanas vendían amuletos de mica que causaban un efecto instantáneo de amor y donde las mujeres tan apergaminadas como transparentes curaban por cinco centavos el asma, los reumatismos y el mal de ojo. Sin decir palabra a mis padres –porque estaba seguro de que me negarían el permiso– decidí una tarde ver por mí mismo los paraísos del circo. Era una carpa raída, con unas gradas indolentes y un piso de paja mojada. La concurrencia sería, a lo sumo, de unas veinte personas, que me parecieron miles. Cuando los reflectores del circo se encendieron, una orquesta de trombones desafinó una marcha militar y un dúo de payasos dejó caer algunos chistes que para mí eran ininteligibles y que, pensándolo bien, debían de ser obscenos. Recuerdo que unos perros enclenques se negaron a saltar a través de unos aros de fuego. Recuerdo que un león desdentado lamía la mano del domador en vez de fingir que la mordía. Lo que mejor recuerdo, sin embargo, es una jovencita pálida, que daba vueltas a la pista, de pie sobre un caballo de oro –a mí, al menos, me parecía de oro– disfrazada de mariposa, con alas de tela. En ese momento tendría que haberme marchado del circo para llegar a tiempo a la casa de mi abuela, pero un pregonero anunció que la función terminaba con una ignota obra de teatro titulada “La tísica”, cuya protagonista era la misma ecuyère de flacura inverosímil. Sin pensarlo dos veces, me quedé a verla morir de tos y a llorar como si fuera de verdad. Salí del circo tan enamorado de ella que

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lamenté no encontrar allí cerca a ninguna gitana vendiendo amuletos de mica. Ya era tardísimo, por supuesto. Mis padres me esperaban alarmados, después de haber recorrido los hospitales y de haber pedido ayuda a las escasas seccionales de policía que había en el Tucumán de aquellos años. Habían estado meditando qué castigo imponerme y se les ocurrió uno que me llenó de desesperación: no podría leer ni ir al cine durante un mes. Pero lo que a veces vivimos como desdichas irredimibles suele convertirse más tarde en un golpe de fortuna. Fue durante ese mes cuando descubrí, sin darme cuenta, las luces todopoderosas de la imaginación. Si no podía leer, al menos podía imaginar lo que no estaba leyendo. Imaginar las ausencias, los vacíos, las nadas. Reconocerme en lo que no estaba, perder los lugares que nunca había tenido. Al lado de la casa de mi abuela vivía un anciano coleccionista de estampillas, con el que me encerraba todas las tardes a ver las imágenes del mundo atrapadas en esos ínfimos rectángulos. Las estampillas me dieron la primera idea de libertad y la primera intuición de los poderes de la literatura. En abierta rebelión contra el castigo de mis padres, escribí entonces un relato. Aprendí –sin saber la magnitud de lo que aprendía– que el lenguaje es en sí mismo un fin, un reino en el que las cosas existen con independencia de la realidad, y que cada cosa nombrada podía asumir la medida, la forma, el peso y los desvíos que le daba mi imaginación. Aprendí que los contenidos del lenguaje no tenían porqué ir más allá del propio lenguaje, que todo estaba en las palabras. Eso me preocupó: que las palabras, es decir, las representaciones, crearan una realidad que podía ser para mí más verdadera que la

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lamenté no encontrar allí cerca a ninguna gitana vendiendo amuletos de mica. Ya era tardísimo, por supuesto. Mis padres me esperaban alarmados, después de haber recorrido los hospitales y de haber pedido ayuda a las escasas seccionales de policía que había en el Tucumán de aquellos años. Habían estado meditando qué castigo imponerme y se les ocurrió uno que me llenó de desesperación: no podría leer ni ir al cine durante un mes. Pero lo que a veces vivimos como desdichas irredimibles suele convertirse más tarde en un golpe de fortuna. Fue durante ese mes cuando descubrí, sin darme cuenta, las luces todopoderosas de la imaginación. Si no podía leer, al menos podía imaginar lo que no estaba leyendo. Imaginar las ausencias, los vacíos, las nadas. Reconocerme en lo que no estaba, perder los lugares que nunca había tenido. Al lado de la casa de mi abuela vivía un anciano coleccionista de estampillas, con el que me encerraba todas las tardes a ver las imágenes del mundo atrapadas en esos ínfimos rectángulos. Las estampillas me dieron la primera idea de libertad y la primera intuición de los poderes de la literatura. En abierta rebelión contra el castigo de mis padres, escribí entonces un relato. Aprendí –sin saber la magnitud de lo que aprendía– que el lenguaje es en sí mismo un fin, un reino en el que las cosas existen con independencia de la realidad, y que cada cosa nombrada podía asumir la medida, la forma, el peso y los desvíos que le daba mi imaginación. Aprendí que los contenidos del lenguaje no tenían porqué ir más allá del propio lenguaje, que todo estaba en las palabras. Eso me preocupó: que las palabras, es decir, las representaciones, crearan una realidad que podía ser para mí más verdadera que la

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realidad de los sentidos. Me inquietó dejarme caer en las ficciones como si fueran realidad. En aquel primer relato, yo entraba caminando en el paisaje de una estampilla de correos —creo que era una estampilla de Guinea—. Ese simple acto de transmigración y de transfiguración me permitió viajar, o imaginar que viajaba, desde el paraje exótico donde desembarqué a todas las otras geografías. Me permitió entrar en la intimidad de infinitas casas, entender incontables dialectos sin saber ninguno, y compartir todas las felicidades y tragedias. Yo desconocía, por supuesto, la complejidad del mundo, las pasiones, las intrigas del poder, el miedo a la muerte y, por supuesto, desconocía el sexo. Mientras creaba una realidad otra, intentaba convencer a mi lector imaginario que esa realidad inventada era la única. Trataba de establecer con ese lector un pacto semejante al que uno establece con una película: la realidad se recorta, desaparece, y el espectador se sumerge en otra realidad que sólo se desvanece cuando la película termina. Cada vez que uno imagina una realidad que es otra, trastorna la historia y, por lo tanto, reinventa la historia. Mi relato de la estampilla era una manera de suprimir o suspender el castigo de mis padres. En ese primer relato, cuyo final he olvidado, aprendí por primera vez que las ficciones son el otro nombre de los deseos. Goethe dice que, cuanto más temprano expresemos un deseo en la vida, tanta más posibilidad habrá de que lo alcancemos. Cuanto más allá situemos nuestros sueños, tanto más lejos nos llevará la experiencia. Escribir ficciones es buscar lo que no somos en lo que ya somos, es aceptar, en aquel que

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realidad de los sentidos. Me inquietó dejarme caer en las ficciones como si fueran realidad. En aquel primer relato, yo entraba caminando en el paisaje de una estampilla de correos —creo que era una estampilla de Guinea—. Ese simple acto de transmigración y de transfiguración me permitió viajar, o imaginar que viajaba, desde el paraje exótico donde desembarqué a todas las otras geografías. Me permitió entrar en la intimidad de infinitas casas, entender incontables dialectos sin saber ninguno, y compartir todas las felicidades y tragedias. Yo desconocía, por supuesto, la complejidad del mundo, las pasiones, las intrigas del poder, el miedo a la muerte y, por supuesto, desconocía el sexo. Mientras creaba una realidad otra, intentaba convencer a mi lector imaginario que esa realidad inventada era la única. Trataba de establecer con ese lector un pacto semejante al que uno establece con una película: la realidad se recorta, desaparece, y el espectador se sumerge en otra realidad que sólo se desvanece cuando la película termina. Cada vez que uno imagina una realidad que es otra, trastorna la historia y, por lo tanto, reinventa la historia. Mi relato de la estampilla era una manera de suprimir o suspender el castigo de mis padres. En ese primer relato, cuyo final he olvidado, aprendí por primera vez que las ficciones son el otro nombre de los deseos. Goethe dice que, cuanto más temprano expresemos un deseo en la vida, tanta más posibilidad habrá de que lo alcancemos. Cuanto más allá situemos nuestros sueños, tanto más lejos nos llevará la experiencia. Escribir ficciones es buscar lo que no somos en lo que ya somos, es aceptar, en aquel que

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somos, todos los otros que no podemos ser. Puedo decir, entonces, que si escribo para explorar los límites entre lo real y lo ficticio, escribo también desde lo que desconozco, desde lo que no comprendo, desde lo que me afecta (es decir, siguiendo la vieja etimología de la palabra, desde aquello que de algún modo me rehace). Escribo para reconocer esos desconocimientos que están allí y ante los que no quisiera permanecer ciego. No coincido con el viejo “La realidad lema deconstruccionista según el cual todo el texto debe es siempre suspender casi por completo su insatisfactoria, y aspecto referencial. No quiero en el orden de los suspender nada, no quiero sueños –o de los renunciar a nada que prive a mi lenguaje de todos los recursos deseos– cabe todo: y las técnicas que ese lenguaje las mudanzas, ha ido aprendiendo a fuerza la geografía, la de ejercitarse cotidianamente, llegada de un a fuerza de buscarse a sí mismo. No quiero castrar amor imposible, el a ese lenguaje de la pasión pasado, el futuro” investigadora que se le adhirió (TEM). al pasar por el periodismo, ni de la fiebre visual que se le contagió al escribir cine o textos sobre cine; no quiero privarlo de los sobresaltos que lo transfiguran cuando oye música, ve un tríptico de Hyeronimus Bosch o reconoce el habla de su infancia en los campos de Tucumán; no quiero tampoco obligarlo a olvidar el paisaje de las

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somos, todos los otros que no podemos ser. Puedo decir, entonces, que si escribo para explorar los límites entre lo real y lo ficticio, escribo también desde lo que desconozco, desde lo que no comprendo, desde lo que me afecta (es decir, siguiendo la vieja etimología de la palabra, desde aquello que de algún modo me rehace). Escribo para reconocer esos desconocimientos que están allí y ante los que no quisiera permanecer ciego. No coincido con el viejo “La realidad lema deconstruccionista según el cual todo el texto debe es siempre suspender casi por completo su insatisfactoria, y aspecto referencial. No quiero en el orden de los suspender nada, no quiero sueños –o de los renunciar a nada que prive a mi lenguaje de todos los recursos deseos- cabe todo: y las técnicas que ese lenguaje las mudanzas, ha ido aprendiendo a fuerza la geografía, la de ejercitarse cotidianamente, llegada de un a fuerza de buscarse a sí mismo. No quiero castrar amor imposible, el a ese lenguaje de la pasión pasado, el futuro” investigadora que se le adhirió (TEM). al pasar por el periodismo, ni de la fiebre visual que se le contagió al escribir cine o textos sobre cine; no quiero privarlo de los sobresaltos que lo transfiguran cuando oye música, ve un tríptico de Hyeronimus Bosch o reconoce el habla de su infancia en los campos de Tucumán; no quiero tampoco obligarlo a olvidar el paisaje de las

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teorías críticas que le han movido los meridianos de la inteligencia, aquí o afuera. No quiero, en fin, escribir fuera de la historia, ni lejos, ni simulando que no me concierne. Cuando empecé a escribir mis primeras novelas fracasadas, a los veinte años, me deslumbraba la imagen de Flaubert batallando como un esclavo de algodonal para encontrar le mot juste, la única palabra posible dentro de cada frase. Luego supe que Joyce había pasado una vez dieciséis horas verificando si todas las partes de una oración de Ulyses estaban donde debían estar, porque cualquier dislocación destruía el efecto del conjunto. Y yo vanamente trataba de imitarlos, sin advertir que por mucha razón que uno encuentre en los modelos, más razón hay en explorar los límites de uno mismo. Más de una vez me he dicho, mientras escribo: “Esto es imperfecto, pero esto es lo que soy. No puedo ir mas allá”.

teorías críticas que le han movido los meridianos de la inteligencia, aquí o afuera. No quiero, en fin, escribir fuera de la historia, ni lejos, ni simulando que no me concierne. Cuando empecé a escribir mis primeras novelas fracasadas, a los veinte años, me deslumbraba la imagen de Flaubert batallando como un esclavo de algodonal para encontrar le mot juste, la única palabra posible dentro de cada frase. Luego supe que Joyce había pasado una vez dieciséis horas verificando si todas las partes de una oración de Ulyses estaban donde debían estar, porque cualquier dislocación destruía el efecto del conjunto. Y yo vanamente trataba de imitarlos, sin advertir que por mucha razón que uno encuentre en los modelos, más razón hay en explorar los límites de uno mismo. Más de una vez me he dicho, mientras escribo: “Esto es imperfecto, pero esto es lo que soy. No puedo ir mas allá”.

Si uno piensa en el lector por un segundo, está perdido. Un escritor que piensa en el lector difiere sustancialmente de un periodista, porque un periodista no puede no dejar de tener en cuenta al lector. El lector es un elemento que siempre está presente. En la escritura del escritor, el lector es una fatalidad. Si uno piensa “esto no le va a gustar a alguien” está perdido. Tiene que actuar por convicción: “esto es lo que tengo que hacer, esto soy yo”.

Si uno piensa en el lector por un segundo, está perdido. Un escritor que piensa en el lector difiere sustancialmente de un periodista, porque un periodista no puede no dejar de tener en cuenta al lector. El lector es un elemento que siempre está presente. En la escritura del escritor, el lector es una fatalidad. Si uno piensa “esto no le va a gustar a alguien” está perdido. Tiene que actuar por convicción: “esto es lo que tengo que hacer, esto soy yo”.

¿Cuánto puede un cuerpo?, se preguntaba Spinoza. ¿Cuánto se puede tensar la cuerda del propio lenguaje? Creo que es preciso tensarla hasta que se

¿Cuánto puede un cuerpo?, se preguntaba Spinoza. ¿Cuánto se puede tensar la cuerda del propio lenguaje? Creo que es preciso tensarla hasta que se

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vislumbren, en las profundidades de lo que somos, las reverberaciones de lo que quisiéramos indagar –más bien excavar– en los otros: las tramas de la identidad, de la pasión, del poder, de la cobardía, del sexo, de la épica, de lo que los seres humanos fueron y seguirán siendo. Lo que trato de arrancarle a cada palabra, entonces, es el eco de lo que otros sienten cada vez que la invocan, el abanico de sentimientos y significados que se abre dentro de cada ser cuando la pronuncia. Quiero que la palabra deseo, por ejemplo, resuene de manera diferente en “Si no podía leer, cada uno de mis personajes, siguiendo el ritmo del afán de al menos podía posesión que hay en ellos, o imaginar lo que no de la soberbia, la mezquindad, estaba leyendo. la pequeñez, el desorden, la Imaginar las locura, la intensidad de que están hechos. ausencias, los Mi primera novela vacíos, las nadas. Sagrado, de 1967, fue una Reconocerme en obra de ruptura, de tanteo. lo que no estaba, Cometí en ella el deliberado error de negar todo lo que yo perder los lugares era entonces: el periodista, el que nunca había investigador de las crónicas tenido” (TEM). de Indias, el crítico de la literatura latinoamericana. Las tres últimas novelas que he escrito, La mano del amo, Santa Evita y El vuelo de la reina, en tanto siguen sin resolver la identidad entre ficción y realidad, se mueven en el camino del medio, entendiendo el medio en el mismo sentido de Gilles Deleuze: como el lugar del movimiento, del pasaje, el punto de máxima

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vislumbren, en las profundidades de lo que somos, las reverberaciones de lo que quisiéramos indagar –más bien excavar– en los otros: las tramas de la identidad, de la pasión, del poder, de la cobardía, del sexo, de la épica, de lo que los seres humanos fueron y seguirán siendo. Lo que trato de arrancarle a cada palabra, entonces, es el eco de lo que otros sienten cada vez que la invocan, el abanico de sentimientos y significados que se abre dentro de cada ser cuando la pronuncia. Quiero que la palabra deseo, por ejemplo, resuene de manera diferente en “Si no podía leer, cada uno de mis personajes, siguiendo el ritmo del afán de al menos podía posesión que hay en ellos, o imaginar lo que no de la soberbia, la mezquindad, estaba leyendo. la pequeñez, el desorden, la Imaginar las locura, la intensidad de que están hechos. ausencias, los Mi primera novela vacíos, las nadas. Sagrado, de 1967, fue una Reconocerme en obra de ruptura, de tanteo. lo que no estaba, Cometí en ella el deliberado error de negar todo lo que yo perder los lugares era entonces: el periodista, el que nunca había investigador de las crónicas tenido” (TEM). de Indias, el crítico de la literatura latinoamericana. Las tres últimas novelas que he escrito, La mano del amo, Santa Evita y El vuelo de la reina, en tanto siguen sin resolver la identidad entre ficción y realidad, se mueven en el camino del medio, entendiendo el medio en el mismo sentido de Gilles Deleuze: como el lugar del movimiento, del pasaje, el punto de máxima

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velocidad, el imprevisto y vulnerable punto por donde las cosas empujan. ¿Medio entre qué y qué?, podría preguntarme. Medio o línea del medio en la que todo cabe, todo vale: en la que el lenguaje se nutre hasta de aquello que la tradición podría considerar como escoria, como no literatura, mientras, a la vez, se afana en busca de un orden verbal, de una estructura capaz de descubrir la realidad como otra cosa: como una transfiguración o epifanía. De esa manera, el camino del medio no es la búsqueda de un promedio, de una conciliación entre contrarios, como diría Deleuze, es la fruición por el exceso. Escribo casi siempre por las mañanas, a un ritmo desparejo. Tardo mucho en encontrar el tono justo de cada relato, porque tengo la certeza de que cada relato debe ser contado de una sola manera, y que fracasa cuando el tono está equivocado. Tardo también en dar con la estructura o la arquitectura adecuada que vaya de la mano con ese tono y con la intriga o el tema que narro. Por lo general, casi todas las historias que cuento son historias que me obsesionaron entre los diez y los treinta años y que el azar vuelve a traer a mí. A veces traiciono esas obsesiones, y termino escribiendo novelas que no quiero. Pero, por supuesto, no publico las novelas que salen torcidas. Cuando siento que lo que quiero contar ha encontrado al fin su tono y su arquitectura, trabajo a un ritmo rápido, que empieza con media página por día, y que hacia el final del libro puede llegar

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velocidad, el imprevisto y vulnerable punto por donde las cosas empujan. ¿Medio entre qué y qué?, podría preguntarme. Medio o línea del medio en la que todo cabe, todo vale: en la que el lenguaje se nutre hasta de aquello que la tradición podría considerar como escoria, como no literatura, mientras, a la vez, se afana en busca de un orden verbal, de una estructura capaz de descubrir la realidad como otra cosa: como una transfiguración o epifanía. De esa manera, el camino del medio no es la búsqueda de un promedio, de una conciliación entre contrarios, como diría Deleuze, es la fruición por el exceso. Escribo casi siempre por las mañanas, a un ritmo desparejo. Tardo mucho en encontrar el tono justo de cada relato, porque tengo la certeza de que cada relato debe ser contado de una sola manera, y que fracasa cuando el tono está equivocado. Tardo también en dar con la estructura o la arquitectura adecuada que vaya de la mano con ese tono y con la intriga o el tema que narro. Por lo general, casi todas las historias que cuento son historias que me obsesionaron entre los diez y los treinta años y que el azar vuelve a traer a mí. A veces traiciono esas obsesiones, y termino escribiendo novelas que no quiero. Pero, por supuesto, no publico las novelas que salen torcidas. Cuando siento que lo que quiero contar ha encontrado al fin su tono y su arquitectura, trabajo a un ritmo rápido, que empieza con media página por día, y que hacia el final del libro puede llegar

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a cinco o seis. Media página, a veces, me lleva diez o veinte horas de trabajo, y en muy raras ocasiones, dos páginas se terminan en seis horas o siete, pero me doy cuenta de que el texto funciona cuando siento que el trabajo me depara felicidad y curiosidad, o deseo, o sueños, o anotaciones súbitas. Envidio a los escritores que pueden trabajar en cualquier parte, a mano o como sea. Eso me sucede, por lo general, con los artículos periodísticos. Los escribo en cualquier lugar. “Puedo decir, Pero cuando empiezo un libro, necesito seguir escribiéndolo y entonces, que terminarlo en el mismo cuarto si escribo para de la misma casa y en la explorar los límites misma computadora, lo cual se entre lo real y lo convierte en un drama cuando un libro tarda más de la cuenta, ficticio, escribo como me sucedió con Santa también desde lo Evita o El vuelo de la reina. que desconozco, Si la realidad de alrededor se desde lo que no altera, no puedo saltar a la misma ficción. Salto a otra, me comprendo” (TEM). cambio de penumbra. Lo que escribo esta siempre en estado de proyecto, así como cada uno de los seres humanos es, por fortuna, un proyecto que se desplaza, que no sabe de dónde viene ni hacia dónde va.

a cinco o seis. Media página, a veces, me lleva diez o veinte horas de trabajo, y en muy raras ocasiones, dos páginas se terminan en seis horas o siete, pero me doy cuenta de que el texto funciona cuando siento que el trabajo me depara felicidad y curiosidad, o deseo, o sueños, o anotaciones súbitas. Envidio a los escritores que pueden trabajar en cualquier parte, a mano o como sea. Eso me sucede, por lo general, con los artículos periodísticos. Los escribo en cualquier lugar. “Puedo decir, Pero cuando empiezo un libro, necesito seguir escribiéndolo y entonces, que terminarlo en el mismo cuarto si escribo para de la misma casa y en la explorar los límites misma computadora, lo cual se entre lo real y lo convierte en un drama cuando un libro tarda más de la cuenta, ficticio, escribo como me sucedió con Santa también desde lo Evita o El vuelo de la reina. que desconozco, Si la realidad de alrededor se desde lo que no altera, no puedo saltar a la misma ficción. Salto a otra, me comprendo” (TEM). cambio de penumbra. Lo que escribo esta siempre en estado de proyecto, así como cada uno de los seres humanos es, por fortuna, un proyecto que se desplaza, que no sabe de dónde viene ni hacia dónde va.

GA: Ahora abrimos el espacio para las preguntas de los asistentes.

GA: Ahora abrimos el espacio para las preguntas de los asistentes.

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P: ¿Cuál es su máxima aspiración o gratificación como escritor? ¿Ganar el Nobel?

P: ¿Cuál es su máxima aspiración o gratificación como escritor? ¿Ganar el Nobel?

TEM: No, nada de eso. Nada de eso entra en los cálculos de los verdaderos escritores. Ricardo lo ha dicho muy bien. Generalmente esas cosas vienen por azar y son muy indeseadas. Yo no deseo a nadie la vida que estoy llevando ahora, con llamadas de prensa de muchas partes. No respondo el teléfono nunca y eso se convierte a veces en una pesadilla. Recuerdo muy bien a Ricardo quejándose de lo mismo en las calles de Buenos Aires. No es nada agradable ese momento de gratificación. Mi deseo secreto es ir a una librería y poder escarbar sin que me reconozca nadie ni se acerque nadie a tocarme ni a decirme “¿que tal, qué le parece, qué está por publicar, que está por hacer ahora?”. Quisiera quedarme con los libros a solas.

TEM: No, nada de eso. Nada de eso entra en los cálculos de los verdaderos escritores. Ricardo lo ha dicho muy bien. Generalmente esas cosas vienen por azar y son muy indeseadas. Yo no deseo a nadie la vida que estoy llevando ahora, con llamadas de prensa de muchas partes. No respondo el teléfono nunca y eso se convierte a veces en una pesadilla. Recuerdo muy bien a Ricardo quejándose de lo mismo en las calles de Buenos Aires. No es nada agradable ese momento de gratificación. Mi deseo secreto es ir a una librería y poder escarbar sin que me reconozca nadie ni se acerque nadie a tocarme ni a decirme “¿que tal, qué le parece, qué está por publicar, que está por hacer ahora?”. Quisiera quedarme con los libros a solas.

RP: Sobre el Premio Nobel, yo creo que uno sólo desea que no lo ganen algunos. Hay escritores que no tienen que ganar el premio Nobel y siempre lo ganan. Ese es el único sentido que tiene el premio Nobel, yo creo, generar durante un par de días un repudio generalizado y una indignacion por el modo en que la literatura es ignorada.

RP: Sobre el Premio Nobel, yo creo que uno sólo desea que no lo ganen algunos. Hay escritores que no tienen que ganar el premio Nobel y siempre lo ganan. Ese es el único sentido que tiene el premio Nobel, yo creo, generar durante un par de días un repudio generalizado y una indignacion por el modo en que la literatura es ignorada.

TEM: ¡Hay un escritor argentino que no se muere hasta no ganar el premio Nobel!

TEM: ¡Hay un escritor argentino que no se muere hasta no ganar el premio Nobel!

RP: Claro que a veces uno se sorprende, como cuando lo ganó Beckett... Imposible imaginar a Beckett con el premio Nobel y sin embargo... Beckett se escondió, como sabemos, se fue a Africa, creo, y no

RP: Claro que a veces uno se sorprende, como cuando lo ganó Beckett... Imposible imaginar a Beckett con el premio Nobel y sin embargo... Beckett se escondió, como sabemos, se fue a Africa, creo, y no

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

se dejó ver y sólo mandó a Estocolmo su número de cuenta de banco para que le depositaran la plata. Yo me sentí muy identificado con las cosas que narró Tomás muy bien. La historia del circo me pareció fantástica, porque me sentí muy identificado con una experiencia donde nació mi escepticismo respecto a la cuestión de la realidad y la ficción, que es lo que nos pone en diálogo con Tomás: la idea de que la literatura trabaja la indecisión, algo que no es verdadero ni falso, que está ahí, en un borde. Había venido a Adrogué uno de esos circos que andaban en aquel tiempo de recorrida por los pueblos y se había instalado en un baldío, en un potrero en la esquina de mi casa. Y también hacían teatro, una obra del gauchesco tardío, quizá era un grotesco de Discépolo, quizá era Mustafá, no recuerdo. Yo tendría 5 ó 6 años. Y le pidieron a mi madre unos sillones para hacer el decorado. Y mi madre se los prestó, claro, un sillón de mimbre, me acuerdo, con almohadones azules. ¡Y eran los sillones que nosotros usábamos en la sala! Entonces lógicamente no podía creer en la obra porque veía los sillones reales ahí. Demasiada realidad. Y para mí fue una lección extraordinaria, porque eran los mismos sillones de mi casa pero estaban en la obra. Entonces creo que allí pasó algo en torno a cómo se crea la ilusión y cómo funciona una historia. La otra cosa con la que me sentí identificado es que la literatura proviene de una pérdida. La literatura viene a reparar algo que uno a veces no sabe qué es. En mi caso, la reparación tenía ese sentido un poco cómico, de algo que no justificaba el gesto que suponía la idea de que algo generaba una literatura que reparaba la situación. Nosotros vivíamos en Adrogué desde siempre, mis

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se dejó ver y sólo mandó a Estocolmo su número de cuenta de banco para que le depositaran la plata. Yo me sentí muy identificado con las cosas que narró Tomás muy bien. La historia del circo me pareció fantástica, porque me sentí muy identificado con una experiencia donde nació mi escepticismo respecto a la cuestión de la realidad y la ficción, que es lo que nos pone en diálogo con Tomás: la idea de que la literatura trabaja la indecisión, algo que no es verdadero ni falso, que está ahí, en un borde. Había venido a Adrogué uno de esos circos que andaban en aquel tiempo de recorrida por los pueblos y se había instalado en un baldío, en un potrero en la esquina de mi casa. Y también hacían teatro, una obra del gauchesco tardío, quizá era un grotesco de Discépolo, quizá era Mustafá, no recuerdo. Yo tendría 5 ó 6 años. Y le pidieron a mi madre unos sillones para hacer el decorado. Y mi madre se los prestó, claro, un sillón de mimbre, me acuerdo, con almohadones azules. ¡Y eran los sillones que nosotros usábamos en la sala! Entonces lógicamente no podía creer en la obra porque veía los sillones reales ahí. Demasiada realidad. Y para mí fue una lección extraordinaria, porque eran los mismos sillones de mi casa pero estaban en la obra. Entonces creo que allí pasó algo en torno a cómo se crea la ilusión y cómo funciona una historia. La otra cosa con la que me sentí identificado es que la literatura proviene de una pérdida. La literatura viene a reparar algo que uno a veces no sabe qué es. En mi caso, la reparación tenía ese sentido un poco cómico, de algo que no justificaba el gesto que suponía la idea de que algo generaba una literatura que reparaba la situación. Nosotros vivíamos en Adrogué desde siempre, mis

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abuelos, mi madre. Siempre el mismo barrio. Vivíamos en una cuadra. Estaba la casa de mis abuelos y después, por esa lógica que Levi Strauss ya descifró, cierta organización espacial de las relaciones familiares, las cuatro hermanas de mi madre, las mujeres de la familia, con sus maridos y sus hijos, vivían en una serie de casas hacia la derecha y los cinco hermanos varones, con sus familias, en una serie de casas para el otro lado, hacia la izquierda, todos en la misma cuadra. Como si hubiera un orden implícito, una division territorial que reproducía la division de los sexos, una suerte de azar, si ustedes quieren, un azar que se despliega territorialmente. Y ese lugar para mí era la infancia, quiero decir, es la infancia. Fui a la misma escuela primaria donde había ido mi madre, jugaba en el club Adrogué donde mi abuelo había empezado a ir cuando llegó a comienzos de siglo. Hasta que, en fin, cayó Perón en el 55, que es una historia que Tomás conoce bien y ha narrado y que, como sabemos, produjo una serie de cortes y desviaciones en la sociedad argentina que fue vivida de modos muy complejos. Obviamente está la imagen de la alegría, la imagen que ha difundido Borges. Comprendí que una emoción colectiva podía no ser innoble, las manifestaciones de júbilo luego de la caída de Perón. Pero también estaba el luto y la pesadumbre y la sensación extrema de derrota en otros barrios o en los mismos barrios, y en Adrogué, el barrio mismo donde nosotros vivíamos se produjo una doble realidad. Había gente que embanderaba su casa y otra gente que cerró las ventanas y casi no podía salir a la calle, que fue mi caso. Yo tenía 14 años y sentí de pronto que la política podía ser algo muy pesado, algo que intervenía directamente en la vida personal,

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abuelos, mi madre. Siempre el mismo barrio. Vivíamos en una cuadra. Estaba la casa de mis abuelos y después, por esa lógica que Levi Strauss ya descifró, cierta organización espacial de las relaciones familiares, las cuatro hermanas de mi madre, las mujeres de la familia, con sus maridos y sus hijos, vivían en una serie de casas hacia la derecha y los cinco hermanos varones, con sus familias, en una serie de casas para el otro lado, hacia la izquierda, todos en la misma cuadra. Como si hubiera un orden implícito, una division territorial que reproducía la division de los sexos, una suerte de azar, si ustedes quieren, un azar que se despliega territorialmente. Y ese lugar para mí era la infancia, quiero decir, es la infancia. Fui a la misma escuela primaria donde había ido mi madre, jugaba en el club Adrogué donde mi abuelo había empezado a ir cuando llegó a comienzos de siglo. Hasta que, en fin, cayó Perón en el 55, que es una historia que Tomás conoce bien y ha narrado y que, como sabemos, produjo una serie de cortes y desviaciones en la sociedad argentina que fue vivida de modos muy complejos. Obviamente está la imagen de la alegría, la imagen que ha difundido Borges. Comprendí que una emoción colectiva podía no ser innoble, las manifestaciones de júbilo luego de la caída de Perón. Pero también estaba el luto y la pesadumbre y la sensación extrema de derrota en otros barrios o en los mismos barrios, y en Adrogué, el barrio mismo donde nosotros vivíamos se produjo una doble realidad. Había gente que embanderaba su casa y otra gente que cerró las ventanas y casi no podía salir a la calle, que fue mi caso. Yo tenía 14 años y sentí de pronto que la política podía ser algo muy pesado, algo que intervenía directamente en la vida personal,

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porque mi padre había sido uno de esos peronistas de la primera hora, como se dice, los peronistas del 45. Y había actuado, nunca tuvo un cargo, pero era conocido y querido por la gente. Sin embargo, con el golpe del 55, en el pueblo empezó una especie de persecusión extraña, que no tenía ninguna característica muy dramática, pero hacía insoportable la vida. Entonces mi padre decidió empezar de nuevo y nos mudamos a Mar del Plata, una ciudad balnearia que está a 400 kilómetros de Buenos Aires. Habían pasado dos años, estábamos en el 57, yo “Alrededor de ese tenía 16 años y para mí fue agujero negro, de una catástrofe. Fue como un lo no contado, de exilio. Yo viví eso como lo que es el exilio, aunque era lo no dicho, intento nada, sólo a 400 kilómetros, hacer un relato” nada. Pero para mí fue como (TEM). la experiencia concentrada de todos los exilios, la pérdida. Entonces me puse a escribir un diario. Recuerdo que la casa estaba toda desmantelada, porque ya habíamos empezado a preparar la mudanza. A la madrugada siguiente venía el camión, uno de esos camiones enormes, cerrados, que cargan una casa entera. Los muebles estaban envueltos en acolchados, los espejos cubiertos, los libros en cajas de mimbre, parecía una fuga y era una fuga. Y yo me senté, me acuerdo, en el patio, era el mes de diciembre, con la espalda contra

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porque mi padre había sido uno de esos peronistas de la primera hora, como se dice, los peronistas del 45. Y había actuado, nunca tuvo un cargo, pero era conocido y querido por la gente. Sin embargo, con el golpe del 55, en el pueblo empezó una especie de persecusión extraña, que no tenía ninguna característica muy dramática, pero hacía insoportable la vida. Entonces mi padre decidió empezar de nuevo y nos mudamos a Mar del Plata, una ciudad balnearia que está a 400 kilómetros de Buenos Aires. Habían pasado dos años, estábamos en el 57, yo “Alrededor de ese tenía 16 años y para mí fue agujero negro, de una catástrofe. Fue como un lo no contado, de exilio. Yo viví eso como lo que es el exilio, aunque era lo no dicho, intento nada, sólo a 400 kilómetros, hacer un relato” nada. Pero para mí fue como (TEM). la experiencia concentrada de todos los exilios, la pérdida. Entonces me puse a escribir un diario. Recuerdo que la casa estaba toda desmantelada, porque ya habíamos empezado a preparar la mudanza. A la madrugada siguiente venía el camión, uno de esos camiones enormes, cerrados, que cargan una casa entera. Los muebles estaban envueltos en acolchados, los espejos cubiertos, los libros en cajas de mimbre, parecía una fuga y era una fuga. Y yo me senté, me acuerdo, en el patio, era el mes de diciembre, con la espalda contra

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la pared, en el piso y me puse a escribir un diario, sencillamente para registrar la pérdida. Seguí después escribiendo siempre ese diario. Y si tengo que pensar en un punto donde uno puede decir que algo empezó, me parece que ahí empezó un uso del lenguaje que no era el habitual. Yo no estaba registrando lo que pasaba. Estaba tratando de decir algo diferente sobre una experiencia que no tenía ningún sentido. O un sentido que podemos entenderlo como una metáfora o un desplazamiento. Porque para mí suponía la pérdida de un lugar único, porque era la pérdida de la infancia. Y me parece que la literatura tiene ese carácter: trabajar con la ausencia, con la pérdida.

la pared, en el piso y me puse a escribir un diario, sencillamente para registrar la pérdida. Seguí después escribiendo siempre ese diario. Y si tengo que pensar en un punto donde uno puede decir que algo empezó, me parece que ahí empezó un uso del lenguaje que no era el habitual. Yo no estaba registrando lo que pasaba. Estaba tratando de decir algo diferente sobre una experiencia que no tenía ningún sentido. O un sentido que podemos entenderlo como una metáfora o un desplazamiento. Porque para mí suponía la pérdida de un lugar único, porque era la pérdida de la infancia. Y me parece que la literatura tiene ese carácter: trabajar con la ausencia, con la pérdida.

P: ¿Cuál es la relación entre la historia argentina y Respiración Artificial?

P: ¿Cuál es la relación entre la historia argentina y Respiración Artificial?

RP: Bueno, yo escribí el libro pensando en un título que venía de un poema de Borges, que me gusta mucho, quizá es el poema de Borges que más me gusta, que se llama “La noche que en el sur lo velaron” y que termina: “Y la noche que de la mayor congoja nos libra: la prolijidad de lo real”. La intensidad de la realidad, su presencia nítida es una congoja tal que sólo el sueño nos libra de esa presencia de la realidad. El exceso de realidad es el problema. Vi ahí, por supuesto, una primera forma de aludir a la experiencia de vivir en Buenos Aires durante los años de la dictadura. Entonces la novela se llamó, durante todo el tiempo en que la estuve escribiendo, entre junio de 1977 y marzo de 1980, “La prolijidad de lo real”. Era la sensación que yo tenía, que la realidad estaba demasiado presente. Después, en un momento

RP: Bueno, yo escribí el libro pensando en un título que venía de un poema de Borges, que me gusta mucho, quizá es el poema de Borges que más me gusta, que se llama “La noche que en el sur lo velaron” y que termina: “Y la noche que de la mayor congoja nos libra: la prolijidad de lo real”. La intensidad de la realidad, su presencia nítida es una congoja tal que sólo el sueño nos libra de esa presencia de la realidad. El exceso de realidad es el problema. Vi ahí, por supuesto, una primera forma de aludir a la experiencia de vivir en Buenos Aires durante los años de la dictadura. Entonces la novela se llamó, durante todo el tiempo en que la estuve escribiendo, entre junio de 1977 y marzo de 1980, “La prolijidad de lo real”. Era la sensación que yo tenía, que la realidad estaba demasiado presente. Después, en un momento

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determinado, no me gustó poner un poema de Borges como título del libro. Me pareció que no había por qué referirse a Borges. Y entonces apareció ese título como una manera de aludir a lo que yo consideraba era el contexto en el que ese libro se había escrito, la vida que yo había llevado al escribirla. Uno puede verlo en un sentido alegórico, como una especie de microscopía de lo que ha sido la experiencia para todos de vivir en la Argentina en esos años, vivir en un lugar muy opresivo. Y la respiración aparece como una metáfora del estado de la situación. De todas maneras, cuando salió la novela, un primo mío muy querido, Horacio Maggiori, que ha muerto, fue a la librería y el libro estaba en la sección de medicina... divertido ¿no? Estaba bien, en un sentido.

determinado, no me gustó poner un poema de Borges como título del libro. Me pareció que no había por qué referirse a Borges. Y entonces apareció ese título como una manera de aludir a lo que yo consideraba era el contexto en el que ese libro se había escrito, la vida que yo había llevado al escribirla. Uno puede verlo en un sentido alegórico, como una especie de microscopía de lo que ha sido la experiencia para todos de vivir en la Argentina en esos años, vivir en un lugar muy opresivo. Y la respiración aparece como una metáfora del estado de la situación. De todas maneras, cuando salió la novela, un primo mío muy querido, Horacio Maggiori, que ha muerto, fue a la librería y el libro estaba en la sección de medicina... divertido ¿no? Estaba bien, en un sentido.

P: ¿Como se hace ese trabajo, mezclar la ficción y la realidad? ¿Cómo se traza esa diferencia, cómo se integra la historia, lo periodístico, con la ficción?

P: ¿Como se hace ese trabajo, mezclar la ficción y la realidad? ¿Cómo se traza esa diferencia, cómo se integra la historia, lo periodístico, con la ficción?

TEM: Yo no diría lo periodístico. Diría la trama de la la historia, la historia que anda por fuera. Y la ficción –vuelvo a la idea de Benjamin– en la medida en que la literatura es la recuperación o la persecusión de una pérdida, y en este caso vinculada al hecho histórico, es el afán de transfigurar esa historia o mostrarla tal como uno cree que es, es decir, aquella historia en la que no estuvimos y que, de algún modo, quisiéramos narrar. En el caso de La novela de Perón, que fue el primer texto vinculado con la historia, me parecía que no había derecho a que un hombre, que durante más de 30 años había regido la vida argentina y había profesado el autoritarismo y de algún modo cierto tipo de negación

TEM: Yo no diría lo periodístico. Diría la trama de la la historia, la historia que anda por fuera. Y la ficción –vuelvo a la idea de Benjamin– en la medida en que la literatura es la recuperación o la persecusión de una pérdida, y en este caso vinculada al hecho histórico, es el afán de transfigurar esa historia o mostrarla tal como uno cree que es, es decir, aquella historia en la que no estuvimos y que, de algún modo, quisiéramos narrar. En el caso de La novela de Perón, que fue el primer texto vinculado con la historia, me parecía que no había derecho a que un hombre, que durante más de 30 años había regido la vida argentina y había profesado el autoritarismo y de algún modo cierto tipo de negación

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de la democracia, nos ganara la historia, a la vez que construía un gobierno democrático en muchos sentidos con leyes justas para una enorme cantidad de gente dejada de lado, sobre todo obreros y campesinos. Creo que si Perón no hubiera existido, de todos modos los movimientos en el socialimo argentino hubiesen hecho lo que Perón más tarde hizo. Y no hubiésemos tenido que padecer las remoras que Perón dejó. Había conocido a Perón y había vivido una escena con él muy singular. Después de una larga serie de conversaciones con él, al cabo de cinco días, estaba como testigo y notario un poeta argentino notable que ha muerto, que se llamaba César Fernandez Moreno, que hizo las preguntas más inteligentes de aquellos cinco días de diálogo. Cuando estaba llegando al final, Perón me dice: “Bueno m’hijo –porque hablaba como los viejos patrones de estancia de la provincia de Buenos Aires–, todo lo que le he dicho está bien. Se lleva todo lo que Usted quería saber”. Y yo le dije: “Lo que no me llevo es lo que usted no me puede dar. Porque yo no estuve ahí, nunca estuve en la plaza cuando usted gritaba en las multitudes con los brazos abiertos la palabra “¡Compañeros!”. Entonces Perón hizo una cosa muy curiosa, que era la recuperación de lo real. Dijo: “Se lo voy a hacer”. Entonces abrió los brazos –era toda una escena de seducción, por supuesto, porque yo iba a escribir sobre él– y me dijo (imita la voz de Perón): “¡Compañeros!”. Y me abrazó. Esta escena, que era la recuperación de lo perdido, por ahí intentaba convencerme de que yo no hiciera literatura con él, que ya estaba pagándome con todo lo perdido. Sin embargo fue la escena en la cual yo dije “este viejo zorro nos está queriendo ganar la historia; voy a contar

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de la democracia, nos ganara la historia, a la vez que construía un gobierno democrático en muchos sentidos con leyes justas para una enorme cantidad de gente dejada de lado, sobre todo obreros y campesinos. Creo que si Perón no hubiera existido, de todos modos los movimientos en el socialimo argentino hubiesen hecho lo que Perón más tarde hizo. Y no hubiésemos tenido que padecer las remoras que Perón dejó. Había conocido a Perón y había vivido una escena con él muy singular. Después de una larga serie de conversaciones con él, al cabo de cinco días, estaba como testigo y notario un poeta argentino notable que ha muerto, que se llamaba César Fernandez Moreno, que hizo las preguntas más inteligentes de aquellos cinco días de diálogo. Cuando estaba llegando al final, Perón me dice: “Bueno m’hijo –porque hablaba como los viejos patrones de estancia de la provincia de Buenos Aires–, todo lo que le he dicho está bien. Se lleva todo lo que Usted quería saber”. Y yo le dije: “Lo que no me llevo es lo que usted no me puede dar. Porque yo no estuve ahí, nunca estuve en la plaza cuando usted gritaba en las multitudes con los brazos abiertos la palabra “¡Compañeros!”. Entonces Perón hizo una cosa muy curiosa, que era la recuperación de lo real. Dijo: “Se lo voy a hacer”. Entonces abrió los brazos –era toda una escena de seducción, por supuesto, porque yo iba a escribir sobre él– y me dijo (imita la voz de Perón): “¡Compañeros!”. Y me abrazó. Esta escena, que era la recuperación de lo perdido, por ahí intentaba convencerme de que yo no hiciera literatura con él, que ya estaba pagándome con todo lo perdido. Sin embargo fue la escena en la cual yo dije “este viejo zorro nos está queriendo ganar la historia; voy a contar

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

tal como yo creo que es su historia”. Y así me puse a hacer un relato con la historia que narra al Perón tal como yo creo que de veras fue, en una apuesta que yo llamaba, siguiendo a JeanPierre Faye, un teórico francés, el duelo de versiones narrativas, es decir, mi relato contra el de Perón. En el caso de Santa Evita, ese libro es todo invento. Mucha gente toma algunos datos por ciertos. Ahí el uso del periodismo como recurso es bien interesante, porque en el momento en que digo “yo entrevisté a tal persona”, efectivamente me cubrí las “La cosa consiste espaldas pidiendo permiso a esas personas para citarlas con en contar, crear su nombre y apellido. Y hacerlas una realidad que decir cosas que no habían sea más fuerte o dicho. En ese caso concreto inventé entrevistas concretas tan fuerte como la de historias que no habían propia realidad” existido intentando resolver las (TEM). oscuridades de la historia, por ejemplo, ¿por qué Eva Perón llama a una muchedumbre de 2 millones de personas, un día de cabildo abierto del justicialismo, y no aparece? ¿Por qué tarda en aparecer? ¿Qué pasa en el momento en que no aparece? Alrededor de ese agujero negro, de lo no contado, de lo no dicho, intento hacer un relato. También hay otros relatos sobre el momento del cadáver perdido. Se inventa sobre las tramas que la historia deja sin contar. Una vez más, se recupera lo perdido y lo no dicho y se construye la vida que no

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tal como yo creo que es su historia”. Y así me puse a hacer un relato con la historia que narra al Perón tal como yo creo que de veras fue, en una apuesta que yo llamaba, siguiendo a JeanPierre Faye, un teórico francés, el duelo de versiones narrativas, es decir, mi relato contra el de Perón. En el caso de Santa Evita, ese libro es todo invento. Mucha gente toma algunos datos por ciertos. Ahí el uso del periodismo como recurso es bien interesante, porque en el momento en que digo “yo entrevisté a tal persona”, efectivamente me cubrí las “La cosa consiste espaldas pidiendo permiso a esas personas para citarlas con en contar, crear su nombre y apellido. Y hacerlas una realidad que decir cosas que no habían sea más fuerte o dicho. En ese caso concreto inventé entrevistas concretas tan fuerte como la de historias que no habían propia realidad” existido intentando resolver las (TEM). oscuridades de la historia, por ejemplo, ¿por qué Eva Perón llama a una muchedumbre de 2 millones de personas, un día de cabildo abierto del justicialismo, y no aparece? ¿Por qué tarda en aparecer? ¿Qué pasa en el momento en que no aparece? Alrededor de ese agujero negro, de lo no contado, de lo no dicho, intento hacer un relato. También hay otros relatos sobre el momento del cadáver perdido. Se inventa sobre las tramas que la historia deja sin contar. Una vez más, se recupera lo perdido y lo no dicho y se construye la vida que no

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está. A propósito de las aspiraciones, en vez de ganar el Nobel, la cosa consiste en contar, crear una realidad que sea más fuerte o tan fuerte como la propia realidad. Esa es, creo, la aspiracion que los escritores tenemos. RP: No es mucho más lo que yo puedo agregar. Es la idea de una realidad conjetural. Perón decía, “la única verdad es la realidad”. Y nosotros estamos en contra de esa frase.

Acerca de lo que no existe

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está. A propósito de las aspiraciones, en vez de ganar el Nobel, la cosa consiste en contar, crear una realidad que sea más fuerte o tan fuerte como la propia realidad. Esa es, creo, la aspiracion que los escritores tenemos. RP: No es mucho más lo que yo puedo agregar. Es la idea de una realidad conjetural. Perón decía, “la única verdad es la realidad”. Y nosotros estamos en contra de esa frase.

TEM: Totalmente.

TEM: Totalmente.

RP: La unica verdad no es la realidad.

RP: La unica verdad no es la realidad.

GA: ¿Y el encuentro Kafka-Hitler en Respiración Artificial?

GA: ¿Y el encuentro Kafka-Hitler en Respiración Artificial?

RP: En mi caso, esta tensión entre la verdad y la realidad empieza como reacción frente al efecto que se produce en las discusiones de aquellos años en Buenos Aires. Estoy hablando del año 62, 63, cuando la discusión sobre el realismo deriva, en ese tiempo hacia el testimonio, hacia el documento real. Los libros de Oscar Lewis, que han desaparecido un poco de la escena y de la discusión, produjeron una conmoción cuando aparecieron. Porque es interesante recordar lo que fueron esos libros, Los hijos de Sánchez, La vida, que era una reconstrucción hecha con el grabador de la experiencia de las prostitutas de Puerto Rico en Nueva York contada por ellas mismas. Eran unos textos extraordinarios donde la recuperación de la oralidad encontraba un efecto fantástico. Podríamos decir que por primera vez (quizá no por primera vez porque nunca hay primera vez) se usó el grabador para

RP: En mi caso, esta tensión entre la verdad y la realidad empieza como reacción frente al efecto que se produce en las discusiones de aquellos años en Buenos Aires. Estoy hablando del año 62, 63, cuando la discusión sobre el realismo deriva, en ese tiempo hacia el testimonio, hacia el documento real. Los libros de Oscar Lewis, que han desaparecido un poco de la escena y de la discusión, produjeron una conmoción cuando aparecieron. Porque es interesante recordar lo que fueron esos libros, Los hijos de Sánchez, La vida, que era una reconstrucción hecha con el grabador de la experiencia de las prostitutas de Puerto Rico en Nueva York contada por ellas mismas. Eran unos textos extraordinarios donde la recuperación de la oralidad encontraba un efecto fantástico. Podríamos decir que por primera vez (quizá no por primera vez porque nunca hay primera vez) se usó el grabador para

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reproducir historias de vida. Además Lewis hizo un trabajo muy sagaz con el montaje de las voces. Parecía que las capacidades que tenían los escritores de reproducir las tensiones del habla habían sido borradas por estos métodos de reproducción mecánica, como diría Benjamin. Entonces, me acuerdo que pensé, “voy a escribir un libro como los de Lewis pero todo inventado”. Sería en el año 64, o en el 65, porque ya vivía en el Hotel Almagro. Pensé, voy a usar la técnica de la grabación real pero como un procedimiento ficcional, ficcionalizar la técnica misma, digamos. No escribí un libro entero, pero escribí un relato, que se llama “Mata Hari 55”, donde digo que hice todo ese relato con un grabador, grabando a la gente que participó en los hechos. Y ahí creo que empecé a encontrar una tensión entre la construcción de la realidad y la verdad de lo que se estaba diciendo, la idea de que se puede usar el argumento de una construcción verdadera para contar una conjetura sobre lo que estaba sucediendo. De hecho usé esa técnica en Plata quemada, que fue concebida en aquel tiempo. Los hechos sucedieron en ese año de 1965 y escribí un primer borrador de la novela en el hotel Almagro. Lo mismo pasó con “Mata Hari 55”, ese relato era en realidad una reconstrucción de la revolución del 55 contra Perón, aquella historia que a mí me había afectado muy personalmente. Después fui trabajando en esa dirección, por ejemplo en el Homenaje a Roberto Arlt usé también ese procedimiento. Había leído con mucho interés las historias donde se le atribuían historias y textos a escritores inventados, “Pierre Menard” de Borges o “Aspern” de Henry James. Y yo quise hacer eso con un escritor real y escribí la historia de Roberto Arlt

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reproducir historias de vida. Además Lewis hizo un trabajo muy sagaz con el montaje de las voces. Parecía que las capacidades que tenían los escritores de reproducir las tensiones del habla habían sido borradas por estos métodos de reproducción mecánica, como diría Benjamin. Entonces, me acuerdo que pensé, “voy a escribir un libro como los de Lewis pero todo inventado”. Sería en el año 64, o en el 65, porque ya vivía en el Hotel Almagro. Pensé, voy a usar la técnica de la grabación real pero como un procedimiento ficcional, ficcionalizar la técnica misma, digamos. No escribí un libro entero, pero escribí un relato, que se llama “Mata Hari 55”, donde digo que hice todo ese relato con un grabador, grabando a la gente que participó en los hechos. Y ahí creo que empecé a encontrar una tensión entre la construcción de la realidad y la verdad de lo que se estaba diciendo, la idea de que se puede usar el argumento de una construcción verdadera para contar una conjetura sobre lo que estaba sucediendo. De hecho usé esa técnica en Plata quemada, que fue concebida en aquel tiempo. Los hechos sucedieron en ese año de 1965 y escribí un primer borrador de la novela en el hotel Almagro. Lo mismo pasó con “Mata Hari 55”, ese relato era en realidad una reconstrucción de la revolución del 55 contra Perón, aquella historia que a mí me había afectado muy personalmente. Después fui trabajando en esa dirección, por ejemplo en el Homenaje a Roberto Arlt usé también ese procedimiento. Había leído con mucho interés las historias donde se le atribuían historias y textos a escritores inventados, “Pierre Menard” de Borges o “Aspern” de Henry James. Y yo quise hacer eso con un escritor real y escribí la historia de Roberto Arlt

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y luego hice eso con Macedonio Fernández. En fin, el cruce entre Kafka y Hitler surgió cuando leía una historia del nazismo. Estábamos en la Argentina en la época de la dictadura y era una lectura muy apropiada. Sobre todo, uno leía eso para darse cuenta de que podían terminar esas historias, para darse cuenta de que también el nazismo había sido derrotado y que, por lo tanto, estos criminales y canallas también podían ser derrotados. Estaba leyendo una muy buena historia del nazismo y me encontré con ese momento, que es el momento verdadero de texto. Hay un año de la vida de Hitler que no se sabe dónde estuvo. Se supone que fue un desertor del ejército y que estuvo en Praga. En el diario anoté esa idea, que quizás Hitler había ido a Praga, al café Arcos adonde iba siempre Kafka, y que allí se habían encontrado. Tiempo después, cuando estaba escribiendo la novela, bastante avanzado el relato ya, apareció esa historia. Si uno lee la novela con mucho cuidado se da cuenta de que la historia aparece tarde, que no la tenía prevista cuando empecé a escribir la historia de Tardewski, que es el que investiga eso. Yo no sabía que ese iba a ser el nudo de la historia de Tardewski. O sea, son estrategias que uno va descubriendo sin demasiada deliberación como formas, diría. Después uno las define como una poética. Y yo creo que es una poética importante de la novela contemporánea. No estoy hablando de juicios de valor. Lo que me parece más interesante de la narrativa contemporánea está en esa dirección, la unión del ensayo con la no ficción, la ficción con la autobiografía, con la no ficción. Ese tipo de textos de Magris, de Berger, de Sebald, me interesan mucho.

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y luego hice eso con Macedonio Fernández. En fin, el cruce entre Kafka y Hitler surgió cuando leía una historia del nazismo. Estábamos en la Argentina en la época de la dictadura y era una lectura muy apropiada. Sobre todo, uno leía eso para darse cuenta de que podían terminar esas historias, para darse cuenta de que también el nazismo había sido derrotado y que, por lo tanto, estos criminales y canallas también podían ser derrotados. Estaba leyendo una muy buena historia del nazismo y me encontré con ese momento, que es el momento verdadero de texto. Hay un año de la vida de Hitler que no se sabe dónde estuvo. Se supone que fue un desertor del ejército y que estuvo en Praga. En el diario anoté esa idea, que quizás Hitler había ido a Praga, al café Arcos adonde iba siempre Kafka, y que allí se habían encontrado. Tiempo después, cuando estaba escribiendo la novela, bastante avanzado el relato ya, apareció esa historia. Si uno lee la novela con mucho cuidado se da cuenta de que la historia aparece tarde, que no la tenía prevista cuando empecé a escribir la historia de Tardewski, que es el que investiga eso. Yo no sabía que ese iba a ser el nudo de la historia de Tardewski. O sea, son estrategias que uno va descubriendo sin demasiada deliberación como formas, diría. Después uno las define como una poética. Y yo creo que es una poética importante de la novela contemporánea. No estoy hablando de juicios de valor. Lo que me parece más interesante de la narrativa contemporánea está en esa dirección, la unión del ensayo con la no ficción, la ficción con la autobiografía, con la no ficción. Ese tipo de textos de Magris, de Berger, de Sebald, me interesan mucho.

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

P: En una entrevista a Cabrera Infante, le preguntan si había participado del boom literario. Cabrera Infante dice que eso fue una idea de Tomás Eloy Martínez que, cuando vivía en Londres, tuvo la idea de reunir en una foto a los escritores que después integraron el boom. ¿Cuál es la participación de Tomás en el boom?

P: En una entrevista a Cabrera Infante, le preguntan si había participado del boom literario. Cabrera Infante dice que eso fue una idea de Tomás Eloy Martínez que, cuando vivía en Londres, tuvo la idea de reunir en una foto a los escritores que después integraron el boom. ¿Cuál es la participación de Tomás en el boom?

TEM: Yo creo que Cabrera Infante ha creado un mito respecto a eso. Ya teníamos clara conciencia de que, lo que se llamaba “boom”, era una invención del mercado “Perón decía, ‘la editorial y que se trataba sólo única verdad es de un grupo de escritores que, la realidad’. Y en aquella época, eran amigos entre sí y ahora son entrañables nosotros estamos enemigos. En aquel tiempo, en en contra de esa Londres, estaban Vargas Llosa, frase” (RP). Carlos Fuentes y Cabrera Infante. Tengo en mi oficina, aquí enfrente, una foto tomada por Cabrera Infante de Vargas Llosa, Carlos Fuentes y yo en Carnaby Street. Después hay fotos tomadas aparte. Pero en ese mundo, en esa recorrida, aparecían personajes como Severo Sarduy o Julio Cortázar o García Márquez. Algunos de ellos vivían en Barcelona, otros en París. No era una cosa tan concentrada en Londres como parece. Lo que lamento del boom es que es una época irrepetible. Porque tiene que ver con la existencia de circuitos de

TEM: Yo creo que Cabrera Infante ha creado un mito respecto a eso. Ya teníamos clara conciencia de que, lo que se llamaba “boom”, era una invención del mercado “Perón decía, ‘la editorial y que se trataba sólo única verdad es de un grupo de escritores que, la realidad’. Y en aquella época, eran amigos entre sí y ahora son entrañables nosotros estamos enemigos. En aquel tiempo, en en contra de esa Londres, estaban Vargas Llosa, frase” (RP). Carlos Fuentes y Cabrera Infante. Tengo en mi oficina, aquí enfrente, una foto tomada por Cabrera Infante de Vargas Llosa, Carlos Fuentes y yo en Carnaby Street. Después hay fotos tomadas aparte. Pero en ese mundo, en esa recorrida, aparecían personajes como Severo Sarduy o Julio Cortázar o García Márquez. Algunos de ellos vivían en Barcelona, otros en París. No era una cosa tan concentrada en Londres como parece. Lo que lamento del boom es que es una época irrepetible. Porque tiene que ver con la existencia de circuitos de

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pequeñas editoriales prósperas, la avidez del público latinoamericano por reconocerse en personajes, literaturas y escrituras nacionales. La presencia de la revolucion cubana fue determinante en todo ese movimiento. Creo que había una especie de interés latinoamericano que circulaba como un sistema en todo el continente, parte del cual devino en obras que fueron muy leídas en aquel tiempo, en una latitud u otra, como La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz o La ciudad y los perros. Cabrera Infante estaba un poco más relegado de ese grupo. Pero en aquella época Sarduy, con De donde son los cantantes, tenía una importancia central; Onetti, Borges, figuras que no se citan como parte del boom, inspiradoras de todo ese mundo. De todos modos, creo que fue una operación de mercado enriquecedora para la literatura, que se benefició de eso. Pero no creo que fuera una constelación, algo voluntario. No fue una generación de amigos como fue la generación del 27 en la poesía española. Eran amigos que se reunían y que después se pelearon atrozmente cuando el discurso a los intelectuales de Fidel Castro. El boom se rompió. Carlos (Fuentes) tiene una teoría muy bonita acerca de cómo empieza el boom. Por supuesto, él esta ahí. Era en un balcón de la calle Arenales en Buenos Aires, en 1962, cuando un grupo de personas, entre los cuales había un crítico que para nosotros era emblemático, llamado Enrique Pezzoni, y un editor de revistas también emblemático que se llamaba José Bianco, además de Carlos Fuentes y Roa Bastos –un escritor importantísimo cuyo nombre no hay que dejar de lado–, estaban contemplando la espalda de una mujer. Y como la literatura es siempre el relato

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pequeñas editoriales prósperas, la avidez del público latinoamericano por reconocerse en personajes, literaturas y escrituras nacionales. La presencia de la revolucion cubana fue determinante en todo ese movimiento. Creo que había una especie de interés latinoamericano que circulaba como un sistema en todo el continente, parte del cual devino en obras que fueron muy leídas en aquel tiempo, en una latitud u otra, como La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz o La ciudad y los perros. Cabrera Infante estaba un poco más relegado de ese grupo. Pero en aquella época Sarduy, con De donde son los cantantes, tenía una importancia central; Onetti, Borges, figuras que no se citan como parte del boom, inspiradoras de todo ese mundo. De todos modos, creo que fue una operación de mercado enriquecedora para la literatura, que se benefició de eso. Pero no creo que fuera una constelación, algo voluntario. No fue una generación de amigos como fue la generación del 27 en la poesía española. Eran amigos que se reunían y que después se pelearon atrozmente cuando el discurso a los intelectuales de Fidel Castro. El boom se rompió. Carlos (Fuentes) tiene una teoría muy bonita acerca de cómo empieza el boom. Por supuesto, él esta ahí. Era en un balcón de la calle Arenales en Buenos Aires, en 1962, cuando un grupo de personas, entre los cuales había un crítico que para nosotros era emblemático, llamado Enrique Pezzoni, y un editor de revistas también emblemático que se llamaba José Bianco, además de Carlos Fuentes y Roa Bastos –un escritor importantísimo cuyo nombre no hay que dejar de lado–, estaban contemplando la espalda de una mujer. Y como la literatura es siempre el relato

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Ricardo Piglia y Tomás Eloy Martínez

de una pérdida, el boom comienza en el instante en que, mientras todos admiraban la espalda de esa mujer (cuyo nombre ahora es público, la viuda de un médico famoso llamado Gali Maininis, que acababa de inventar un método para descubrir el embarazo; la mujer era bellísima) hay un momento en que llega Ernesto Sábato, se lleva a la mujer del brazo y se aleja con ella. Eso aleja para siempre a Ernesto Sábato del boom y de la literatura, dice Fuentes, y todo el mundo se queda con la melancolía de la mujer. De esa espalda nace el boom de la literatura latinoamericana.

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de una pérdida, el boom comienza en el instante en que, mientras todos admiraban la espalda de esa mujer (cuyo nombre ahora es público, la viuda de un médico famoso llamado Gali Maininis, que acababa de inventar un método para descubrir el embarazo; la mujer era bellísima) hay un momento en que llega Ernesto Sábato, se lleva a la mujer del brazo y se aleja con ella. Eso aleja para siempre a Ernesto Sábato del boom y de la literatura, dice Fuentes, y todo el mundo se queda con la melancolía de la mujer. De esa espalda nace el boom de la literatura latinoamericana.

yZUR - POESÍA

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Fredi Intersimone

Fredi Intersimone

Soneto apóstata e injurioso

Soneto apóstata e injurioso

Es sublime el tono de lo patético Que profesa la fe de lo católico Y pretenden suplir un rol simbólico Abstracciones que lindan lo antiestético.

Es sublime el tono de lo patético Que profesa la fe de lo católico Y pretenden suplir un rol simbólico Abstracciones que lindan lo antiestético.

Intenciones tragadas con emético, Fábulas y dogmas que dan cólico, Oxímoros y creencias de un mogólico Que ostentan la ausencia de lo ético.

Intenciones tragadas con emético, Fábulas y dogmas que dan cólico, Oxímoros y creencias de un mogólico Que ostentan la ausencia de lo ético.

Papas que lloran en cálices de oro, Teresas que benefician a bancos, Curas que piden y que no son mancos, Becerros de carne que oran a coro:

Papas que lloran en cálices de oro, Teresas que benefician a bancos, Curas que piden y que no son mancos, Becerros de carne que oran a coro:

El único y verdadero versículo Sostiene que lo sublime es ridículo.

El único y verdadero versículo Sostiene que lo sublime es ridículo.

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yZUR - POESÍA

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Fredi Intersimone

Fredi Intersimone

Ubi Sunt

Ubi Sunt

¿Pero dónde se habrá ido santa Evita? ¿Qué llanos cabalga Facundo el cruel? ¿Y qué se hizo del tango y de Gardel? (La respuesta yace en la Chacarita.)

¿Pero dónde se habrá ido santa Evita? ¿Qué llanos cabalga Facundo el cruel? ¿Y qué se hizo del tango y de Gardel? (La respuesta yace en la Chacarita.)

¿Y Quiroga y Lugones y Alfonsina, Que en la infame década ambicionaron Un destino mejor y renunciaron Por el mañana atroz que se avecina?

¿Y Quiroga y Lugones y Alfonsina, Que en la infame década ambicionaron Un destino mejor y renunciaron Por el mañana atroz que se avecina?

¿Dónde Discepolín? ¿Dónde Dempsey, Dónde Firpo, el que perdió sin ley? ¿Y dónde está el grande Gatica el mono

¿Dónde Discepolín? ¿Dónde Dempsey, Dónde Firpo, el que perdió sin ley? ¿Y dónde está el grande Gatica el mono

Que fue a la vez príncipe y mendigo? Cómo los siglos se llevan consigo Lo que no es más que leyenda o abono.

Que fue a la vez príncipe y mendigo? Cómo los siglos se llevan consigo Lo que no es más que leyenda o abono.

yZUR - CUENTO

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Sueño uno Barrios, personas y recuerdos se superponen en el imprevisible mundo del sueño. Reminiscencias familiares en los detalles más inesperados.

Leandro Delgado

Cuando quise acordar, estaba caminando hacia el norte. En aquella zona del barrio, en las inmediaciones de Requena y Maldonado, hay un colegio católico que ocupa toda una manzana rodeada de plátanos. La zona tiene una pendiente exagerada similar, digamos, a una existente no tan lejos, en las inmediaciones de Salto y Cebollatí, en un lugar donde hubo, alguna vez, un descampado enorme al borde de la rambla donde hubo, a su vez, un club de baby fútbol que se llamaba Blue Star (la estrella azul quedó pintada en un piso de hormigón por muchos años) en el mismo lugar donde hubo, mucho tiempo antes todavía, una central eléctrica de tranvías. Así que caminando por la vereda de aquella manzana estaba en dos barrios a la vez y varias sensaciones y momentos se

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Sueño uno Barrios, personas y recuerdos se superponen en el imprevisible mundo del sueño. Reminiscencias familiares en los detalles más inesperados.

Leandro Delgado

Cuando quise acordar, estaba caminando hacia el norte. En aquella zona del barrio, en las inmediaciones de Requena y Maldonado, hay un colegio católico que ocupa toda una manzana rodeada de plátanos. La zona tiene una pendiente exagerada similar, digamos, a una existente no tan lejos, en las inmediaciones de Salto y Cebollatí, en un lugar donde hubo, alguna vez, un descampado enorme al borde de la rambla donde hubo, a su vez, un club de baby fútbol que se llamaba Blue Star (la estrella azul quedó pintada en un piso de hormigón por muchos años) en el mismo lugar donde hubo, mucho tiempo antes todavía, una central eléctrica de tranvías. Así que caminando por la vereda de aquella manzana estaba en dos barrios a la vez y varias sensaciones y momentos se

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Leandro Delgado

superponían, como en los sueños. Buscaba una tienda de antigüedades donde comprar algo que no recuerdo. Sin saber si en aquella zona existía un local así, caminaba buscando un local que presentía en las cercanías de la avenida Rivera. La tienda era un viejo kiosco de revistas que alguna vez fue el living de una casa vieja y alta, todo débilmente iluminado por una lámpara amarillenta y cenital. Unos exhibidores vidriados a lo largo de las paredes apenas dejaban “La tienda era espacio para la dueña del local, una señora algo oscura que un viejo kiosco iba y venía abriendo cajones de revistas que y cobrando unos pocos pesos alguna vez fue por las pocas cosas que vendía: el living de una caramelos viejos, chicles duros, maní con chocolate, fichas de casa vieja y alta, teléfono, muñecas rotas, pelotas todo débilmente de playa desinfladas, moldes iluminado por una de arena, capas de superman, gorros de lana rosados, verdes lámpara amarillenta y marrones, un hamster, una y cenital”. paloma cerca de la ventana, una cotorra que no estaba a la venta y varios frascos de lustramuebles. De espaldas a mí, reconocí al entrar a mi vieja amiga Doris, su pelo llovido y despeinado sobre aquella cara de niña envejecida. Buscaba algo para llevarle a su hijo. Finalmente se decidió por unos cigarros de chocolate y unas monedas, también de chocolate, envueltas en papel dorado.

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Leandro Delgado

superponían, como en los sueños. Buscaba una tienda de antigüedades donde comprar algo que no recuerdo. Sin saber si en aquella zona existía un local así, caminaba buscando un local que presentía en las cercanías de la avenida Rivera. La tienda era un viejo kiosco de revistas que alguna vez fue el living de una casa vieja y alta, todo débilmente iluminado por una lámpara amarillenta y cenital. Unos exhibidores vidriados a lo largo de las paredes apenas dejaban “La tienda era espacio para la dueña del local, una señora algo oscura que un viejo kiosco iba y venía abriendo cajones de revistas que y cobrando unos pocos pesos alguna vez fue por las pocas cosas que vendía: el living de una caramelos viejos, chicles duros, maní con chocolate, fichas de casa vieja y alta, teléfono, muñecas rotas, pelotas todo débilmente de playa desinfladas, moldes iluminado por una de arena, capas de superman, gorros de lana rosados, verdes lámpara amarillenta y marrones, un hamster, una y cenital”. paloma cerca de la ventana, una cotorra que no estaba a la venta y varios frascos de lustramuebles. De espaldas a mí, reconocí al entrar a mi vieja amiga Doris, su pelo llovido y despeinado sobre aquella cara de niña envejecida. Buscaba algo para llevarle a su hijo. Finalmente se decidió por unos cigarros de chocolate y unas monedas, también de chocolate, envueltas en papel dorado.

Sueño uno

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Doris estaba satisfecha con la compra. Así era ella, siempre a gusto con lo poco que tenía, aunque la vida le había dado también sus retribuciones: un marido mucho menor que ella y un hijo mucho mayor al que vio crecer tan rápido como un eucaliptus. Al pagarle a la señora se le cayeron las monedas oxidadas del cambio y dudó en recogerlas, tan pero tan poco era. Pero al final decidió juntarlas arrodillada en el piso buscando debajo de las vitrinas y entonces las depositó en un frasco de plástico rojo de una obra social para niños más pobres que ella. Nos fuimos caminando unas cuadras y me encontré con mi fitito celeste estacionado (un Fiat 600), el mismo con el que aprendí a manejar, hecho una cáscara pero aún depositario de mi confianza y de mis viejos sueños de corredor de autos. Nos subimos y arrancamos para el norte y cuando llegamos a Rivera doblé hacia la derecha en un lugar donde hay una larga curva. Entonces comprobé que aquella curva era nueva en esa parte de la avenida, que la avenida había dejado de ser de doble mano y que ahora era una importante arteria de desintoxicación automotriz, a esas horas de la tarde repleta de camiones pesados, ómnibus brasileros, carros con caballos, carros de niños, perros en caravanas y procesiones de devotos de religiones africanas rumbo a la playa, a prender sus velas en la arena. Doris se asustó mucho de mi error, pero yo no. Me fui despacito contra un costado y como hacen los autos chocadores del Parque Rodó pegué una curva de 180º ayudándome con un pie clavado en el asfalto y sacando medio cuerpo para afuera. Después llevé a Doris hasta la casa, como en las inmediaciones de Brandzen y

Sueño uno

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Doris estaba satisfecha con la compra. Así era ella, siempre a gusto con lo poco que tenía, aunque la vida le había dado también sus retribuciones: un marido mucho menor que ella y un hijo mucho mayor al que vio crecer tan rápido como un eucaliptus. Al pagarle a la señora se le cayeron las monedas oxidadas del cambio y dudó en recogerlas, tan pero tan poco era. Pero al final decidió juntarlas arrodillada en el piso buscando debajo de las vitrinas y entonces las depositó en un frasco de plástico rojo de una obra social para niños más pobres que ella. Nos fuimos caminando unas cuadras y me encontré con mi fitito celeste estacionado (un Fiat 600), el mismo con el que aprendí a manejar, hecho una cáscara pero aún depositario de mi confianza y de mis viejos sueños de corredor de autos. Nos subimos y arrancamos para el norte y cuando llegamos a Rivera doblé hacia la derecha en un lugar donde hay una larga curva. Entonces comprobé que aquella curva era nueva en esa parte de la avenida, que la avenida había dejado de ser de doble mano y que ahora era una importante arteria de desintoxicación automotriz, a esas horas de la tarde repleta de camiones pesados, ómnibus brasileros, carros con caballos, carros de niños, perros en caravanas y procesiones de devotos de religiones africanas rumbo a la playa, a prender sus velas en la arena. Doris se asustó mucho de mi error, pero yo no. Me fui despacito contra un costado y como hacen los autos chocadores del Parque Rodó pegué una curva de 180º ayudándome con un pie clavado en el asfalto y sacando medio cuerpo para afuera. Después llevé a Doris hasta la casa, como en las inmediaciones de Brandzen y

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Leandro Delgado

Salterain, un edificio relativamente moderno que, por gracia del empadronamiento, no tenía ventanas sobre la calle. Una pared enorme sobre el frente era en realidad una pared lindera a ninguna parte mientras todas las ventanas de todos los apartamentos daban a los jardines del colegio católico. Desde allí se veía el sol que caía entre nubes rojas y verdes recortando de negro varias cúpulas de iglesia, torres de ministerios, un dirigible en su recorrido habitual y antiguas antenas de televisión. Doris llamó a su hijo, “Apareció el sol pero el muchacho no y unas nubes apareció. Seguramente atravesaron la estaba jugando al fútbol pantalla a grandes en la calle, según se escuchaban unos gritos velocidades. sostenidos después de un ¿Todos los sueños pelotazo. Doris se sentó se recortaban en el sofá y ofreciéndome contra un cielo?”. unas galletas dulces en un plato se puso a mirar la tele donde pasaban una película. Me sentí incómodo, porque la música de la película había sido muy conocida por mí en algún momento de mi vida, una obsesión que cantaba todo el día. Pero ahora no podía recordar ni el nombre de la canción ni la letra ni la banda que la tocaba. Era una película sobre los sueños de alguien. Le comenté a mi amiga qué acertada era la atmósfera onírica recreada, una pareja dialogando cara a cara

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Leandro Delgado

Salterain, un edificio relativamente moderno que, por gracia del empadronamiento, no tenía ventanas sobre la calle. Una pared enorme sobre el frente era en realidad una pared lindera a ninguna parte mientras todas las ventanas de todos los apartamentos daban a los jardines del colegio católico. Desde allí se veía el sol que caía entre nubes rojas y verdes recortando de negro varias cúpulas de iglesia, torres de ministerios, un dirigible en su recorrido habitual y antiguas antenas de televisión. Doris llamó a su hijo, “Apareció el sol pero el muchacho no y unas nubes apareció. Seguramente atravesaron la estaba jugando al fútbol pantalla a grandes en la calle, según se escuchaban unos gritos velocidades. sostenidos después de un ¿Todos los sueños pelotazo. Doris se sentó se recortaban en el sofá y ofreciéndome contra un cielo?”. unas galletas dulces en un plato se puso a mirar la tele donde pasaban una película. Me sentí incómodo, porque la música de la película había sido muy conocida por mí en algún momento de mi vida, una obsesión que cantaba todo el día. Pero ahora no podía recordar ni el nombre de la canción ni la letra ni la banda que la tocaba. Era una película sobre los sueños de alguien. Le comenté a mi amiga qué acertada era la atmósfera onírica recreada, una pareja dialogando cara a cara

Sueño uno

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recortada artificialmente sobre un cielo estrellado. ¿Todos los sueños se recortaban contra los cielos de la noche? Inmediatamente apareció un sol y unas nubes atravesaron la pantalla a grandes velocidades. ¿Todos los sueños se recortaban contra un cielo? Cuando salí había perdido el auto. Ahora estaba frente a la casa de Muñeca, otra vieja amiga mía. Muñeca hablaba con una vecina suya que me hacía acordar a alguien. No era la cara que me resultaba familiar sino una sensación que llegaba desde aquel zaguán, el aire fresco y oscuro y los rayos de luz que atravesaban unos postigos cortando el polvo del aire. Tan contentos estábamos de encontrarnos después de tantos años. En verdad, yo estaba un poco avergonzado porque habíamos sido novios a principios del liceo, cuando ella se teñía de rubio y se pintaba las uñas de los pies. Ahora tenía una novia grandota y simpática que vivía con ella en un apartamento de planta baja, adonde se llegaba por un corredor al aire libre adonde daban muchas otras puertas de otros apartamentos de otras personas con perros, gatos y palanganas. Frente a la puerta de entrada había una ventana abierta. Allí vigilaba una perra caniche sin afeitar de un carácter terrible, que no ladraba pero que tenía un carácter terrible y que vigilaba desde la distancia cada uno de mis pasos. Muñeca vivía con toda su familia por línea materna: su madre, su abuela, su bisabuela y su tatarabuela, quien no sobrepasaba los 45 años. Eran como muñecas rusas. Muy entusiasmada me mostró una foto reciente de su creación, del tamaño de su casa: una operación a corazón abierto en primer plano, por lo cual el corazón medía lo que yo, ella, la novia y toda la parentela.

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recortada artificialmente sobre un cielo estrellado. ¿Todos los sueños se recortaban contra los cielos de la noche? Inmediatamente apareció un sol y unas nubes atravesaron la pantalla a grandes velocidades. ¿Todos los sueños se recortaban contra un cielo? Cuando salí había perdido el auto. Ahora estaba frente a la casa de Muñeca, otra vieja amiga mía. Muñeca hablaba con una vecina suya que me hacía acordar a alguien. No era la cara que me resultaba familiar sino una sensación que llegaba desde aquel zaguán, el aire fresco y oscuro y los rayos de luz que atravesaban unos postigos cortando el polvo del aire. Tan contentos estábamos de encontrarnos después de tantos años. En verdad, yo estaba un poco avergonzado porque habíamos sido novios a principios del liceo, cuando ella se teñía de rubio y se pintaba las uñas de los pies. Ahora tenía una novia grandota y simpática que vivía con ella en un apartamento de planta baja, adonde se llegaba por un corredor al aire libre adonde daban muchas otras puertas de otros apartamentos de otras personas con perros, gatos y palanganas. Frente a la puerta de entrada había una ventana abierta. Allí vigilaba una perra caniche sin afeitar de un carácter terrible, que no ladraba pero que tenía un carácter terrible y que vigilaba desde la distancia cada uno de mis pasos. Muñeca vivía con toda su familia por línea materna: su madre, su abuela, su bisabuela y su tatarabuela, quien no sobrepasaba los 45 años. Eran como muñecas rusas. Muy entusiasmada me mostró una foto reciente de su creación, del tamaño de su casa: una operación a corazón abierto en primer plano, por lo cual el corazón medía lo que yo, ella, la novia y toda la parentela.

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Leandro Delgado

Después me mostró otra fotografía que se llamaba “Manteca al techo” y luego otra donde ella misma se ubicaba, no sé como, adentro de una heladera con un pan con forma de corazón entre las manos. Desde la heladera miraba a la cámara con una calma algo inquisitoria. Luego se transformó en Doris, más bien en una entidad que era las dos mujeres a la vez. Yo me sentía tranquilo con la presencia magnífica. La tele seguía prendida con las mismas nubes veloces y todo se iba oscureciendo sin que “Estaba un poco nadie prendiera la luz y de avergonzado pronto, cuando apenas nos porque habíamos distinguíamos las siluetas, vimos pasar al hijo de Doris sido novios a por la ventana (estábamos a principios del liceo, tres pisos de altura) con unos cuando ella se amigos suyos que miraban teñía de rubio y se para adentro sin poder vernos, aunque nosotros gritábamos y pintaba las uñas de nos reíamos. los pies”. Después, el hijo de Doris entró a la casa y se puso a tomar la leche que su madre le había preparado junto con unas galletas dulces con manteca. Entonces el hijo comenzó una pormenorizada y airada crítica contra Harry Potter y nos mostró su libro donde había señalado cada palabra con un color distinto. Era un hijo muy inteligente. Estaba todo tan prolijamente rayado que pensé que aquellas líneas, algunas subrayando las palabras, otras uniendo palabras, otras uniendo

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Leandro Delgado

Después me mostró otra fotografía que se llamaba “Manteca al techo” y luego otra donde ella misma se ubicaba, no sé como, adentro de una heladera con un pan con forma de corazón entre las manos. Desde la heladera miraba a la cámara con una calma algo inquisitoria. Luego se transformó en Doris, más bien en una entidad que era las dos mujeres a la vez. Yo me sentía tranquilo con la presencia magnífica. La tele seguía prendida con las mismas nubes veloces y todo se iba oscureciendo sin que “Estaba un poco nadie prendiera la luz y de avergonzado pronto, cuando apenas nos porque habíamos distinguíamos las siluetas, vimos pasar al hijo de Doris sido novios a por la ventana (estábamos a principios del liceo, tres pisos de altura) con unos cuando ella se amigos suyos que miraban teñía de rubio y se para adentro sin poder vernos, aunque nosotros gritábamos y pintaba las uñas de nos reíamos. los pies”. Después, el hijo de Doris entró a la casa y se puso a tomar la leche que su madre le había preparado junto con unas galletas dulces con manteca. Entonces el hijo comenzó una pormenorizada y airada crítica contra Harry Potter y nos mostró su libro donde había señalado cada palabra con un color distinto. Era un hijo muy inteligente. Estaba todo tan prolijamente rayado que pensé que aquellas líneas, algunas subrayando las palabras, otras uniendo palabras, otras uniendo

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las líneas que unían las palabras, estaban impresas. Empezó a decir que todo Harry Potter era un plagio flagrante de Guy de Maupassant pero que no se notaba porque eran idiomas diferentes, pero que había pasajes textuales de “Bola de Sebo” y en especial de “La Mancebía”. Realmente no sabíamos qué decir y no puedo recordar exactamente los pasajes, pero resultó convincente, un párrafo rotundo que repetí durante varios minutos descubriéndole más significados y nuevas resonancias. Después bajamos y estuvimos en el jardín del frente de la casa de unos amigos. Eramos tres y uno de ellos se fue para adentro a buscar algo y el otro empezó a hacer unos tiros con una pelota desde un banderín del corner que había en el medio del pasto. Tiraba como distraído, como mirando para otro lado —en realidad mirando si alguien lo estaba mirando— hacia un arco formado por la puerta de entrada y un palo de ubicación imaginaria, imprecisa e imposible. Bajó un vecino a decirle que tuviéramos cuidado, que estas actividades podrían atraer la presencia de “amigos de lo ajeno” y después salió nuestro amigo a decirle que se dejara de joder. Ofrecieron llevarme en su camión hasta mi casa, pero entonces salí corriendo para que no insistieran más y me dejaran caminar solo en esa primera hora de la noche. Al dar vuelta a la esquina me topé con una hinchada enorme de Nacional: niños, hombres y abuelos parados unos, sentados otros en el cordón de la vereda, todos embanderados ostentando camisetas blancas que resplandecían como fantasmas bajo los árboles. Como venía con alta velocidad no pude frenar y tuve que seguir y esquivar a la hinchada deseando,

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las líneas que unían las palabras, estaban impresas. Empezó a decir que todo Harry Potter era un plagio flagrante de Guy de Maupassant pero que no se notaba porque eran idiomas diferentes, pero que había pasajes textuales de “Bola de Sebo” y en especial de “La Mancebía”. Realmente no sabíamos qué decir y no puedo recordar exactamente los pasajes, pero resultó convincente, un párrafo rotundo que repetí durante varios minutos descubriéndole más significados y nuevas resonancias. Después bajamos y estuvimos en el jardín del frente de la casa de unos amigos. Eramos tres y uno de ellos se fue para adentro a buscar algo y el otro empezó a hacer unos tiros con una pelota desde un banderín del corner que había en el medio del pasto. Tiraba como distraído, como mirando para otro lado —en realidad mirando si alguien lo estaba mirando— hacia un arco formado por la puerta de entrada y un palo de ubicación imaginaria, imprecisa e imposible. Bajó un vecino a decirle que tuviéramos cuidado, que estas actividades podrían atraer la presencia de “amigos de lo ajeno” y después salió nuestro amigo a decirle que se dejara de joder. Ofrecieron llevarme en su camión hasta mi casa, pero entonces salí corriendo para que no insistieran más y me dejaran caminar solo en esa primera hora de la noche. Al dar vuelta a la esquina me topé con una hinchada enorme de Nacional: niños, hombres y abuelos parados unos, sentados otros en el cordón de la vereda, todos embanderados ostentando camisetas blancas que resplandecían como fantasmas bajo los árboles. Como venía con alta velocidad no pude frenar y tuve que seguir y esquivar a la hinchada deseando,

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Leandro Delgado

desde lo más profundo, que no reconocieran mi estilo manya de driblear. Después salí al centro de un estadio enorme, oscuro y vacío.

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Leandro Delgado

desde lo más profundo, que no reconocieran mi estilo manya de driblear. Después salí al centro de un estadio enorme, oscuro y vacío.

yZUR - CUENTO

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El Corte Argentino (fragmento) La elegante nadadora se zambulle por última vez en la piscina. El sueño argentino se convierte en una fatalidad histórica.

Carlos Alvarez Insúa

Sueños. Un asado en un centro cultural, voy con Sonia. Está también Estela, seguro, y puede que Viviana. Sonia se entera de que estuve con otras minas. Estela tiene el pie vendado y me muestra la herida en la cocina. Luego me acerco a un grupo de tipos grandes que están comiendo asado y les pregunto porqué sólo ellos comen el asado que debían servir a todos: me dicen que ese asado lo trajeron ellos, vuelvo de la discusión de los asados y están sirviendo bifes con papas fritas en el quincho de adelante. Noto que Sonia queda con otras chicas que me conocen y me siento a comer con los demás. Sigo en pareja con Sonia, quien se ha vuelto alguien maduro y equilibrado. Cuando le pregunto si una situación, no me acuerdo cuál, pero referida a que noten que estamos juntos, la pone nerviosa, me dice ¿porqué?

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El Corte Argentino (fragmento) La elegante nadadora se zambulle por última vez en la piscina. El sueño argentino se convierte en una fatalidad histórica.

Carlos Alvarez Insúa

Sueños. Un asado en un centro cultural, voy con Sonia. Está también Estela, seguro, y puede que Viviana. Sonia se entera de que estuve con otras minas. Estela tiene el pie vendado y me muestra la herida en la cocina. Luego me acerco a un grupo de tipos grandes que están comiendo asado y les pregunto porqué sólo ellos comen el asado que debían servir a todos: me dicen que ese asado lo trajeron ellos, vuelvo de la discusión de los asados y están sirviendo bifes con papas fritas en el quincho de adelante. Noto que Sonia queda con otras chicas que me conocen y me siento a comer con los demás. Sigo en pareja con Sonia, quien se ha vuelto alguien maduro y equilibrado. Cuando le pregunto si una situación, no me acuerdo cuál, pero referida a que noten que estamos juntos, la pone nerviosa, me dice ¿porqué?

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Carlos Alvarez Insúa

le digo: eso no puede ser de otra manera si venimos juntos. Después empiezo a hablar y declamo un discurso político incontenible, muy antimenemista, siempre preocupado por impresionar a Sonia, que odia al Turco. Advierto que algunas ideas son brillantes, pero las estoy diciendo con la cara paralizada de la nariz para abajo. Me despierto mientras hablo, con esa sensación de afasia. Al despertar, sé que mientras soñaba estuve moviendo la mandíbula como una dentadura de chasco. “Espejos como Ciudades italianas con ése, parecen haber estado siempre terrazas y color rosa fuerte, con vinos rojos y olor a mar en algún sitio de filtrándose entre vientos una casa pequeña, inesperados. Un cementerio asfixiada de con tumbas orientadas en una muebles. Mudanzas dirección equivocada.

hacia lugares cada

En el cartier venden vez más pequeños”. cachitos de carne tersa llena de curvas y tajo. Sonrisa de dientes pulidos, no como los dientes de la carne flaca morocha proletaria si son, como creo, jóvenes argentinas de la clase media con sangre mediterránea. Sin gota india cuando alguien cuece un jugo malo en una olla de barro: es una olla escondida en bosques wichis de la joven provincia argentina de Misiones. Allí, en cierta ocasión, ahora remota, comió Gorilón asado de tigre cuando era viajante de

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Carlos Alvarez Insúa

le digo: eso no puede ser de otra manera si venimos juntos. Después empiezo a hablar y declamo un discurso político incontenible, muy antimenemista, siempre preocupado por impresionar a Sonia, que odia al Turco. Advierto que algunas ideas son brillantes, pero las estoy diciendo con la cara paralizada de la nariz para abajo. Me despierto mientras hablo, con esa sensación de afasia. Al despertar, sé que mientras soñaba estuve moviendo la mandíbula como una dentadura de chasco. “Espejos como Ciudades italianas con ése, parecen haber estado siempre terrazas y color rosa fuerte, con vinos rojos y olor a mar en algún sitio de filtrándose entre vientos una casa pequeña, inesperados. Un cementerio asfixiada de con tumbas orientadas en una muebles. Mudanzas dirección equivocada.

hacia lugares cada

En el cartier venden vez más pequeños”. cachitos de carne tersa llena de curvas y tajo. Sonrisa de dientes pulidos, no como los dientes de la carne flaca morocha proletaria si son, como creo, jóvenes argentinas de la clase media con sangre mediterránea. Sin gota india cuando alguien cuece un jugo malo en una olla de barro: es una olla escondida en bosques wichis de la joven provincia argentina de Misiones. Allí, en cierta ocasión, ahora remota, comió Gorilón asado de tigre cuando era viajante de

El Corte Argentino (fragmento)

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comercio de la naciente industria del electrodoméstico de 1951; se escribe: asado de tigre; así llaman a puma del Chaco en Misiones.

comercio de la naciente industria del electrodoméstico de 1951; se escribe: asado de tigre; así llaman a puma del Chaco en Misiones.

Boceto de historia. Un administrador, un poco orwelliano, gobierna la banda mediática. La gente todo lo olvida, hay caídas de memoria que acaban en internación y muerte. La psiquiatría bioinformática produce recuerdos para curar la memoria. Por otro lado, poco trabajo —ya no existen empleos fijos—y falta techo: un modo de vivir es anotarse en un centro de donantes de recuerdos; parece si no hay exceso, las donaciones no dañan: la porción de recuerdos restante regenera aquellos extraídos por el ordenador.

Boceto de historia. Un administrador, un poco orwelliano, gobierna la banda mediática. La gente todo lo olvida, hay caídas de memoria que acaban en internación y muerte. La psiquiatría bioinformática produce recuerdos para curar la memoria. Por otro lado, poco trabajo —ya no existen empleos fijos—y falta techo: un modo de vivir es anotarse en un centro de donantes de recuerdos; parece si no hay exceso, las donaciones no dañan: la porción de recuerdos restante regenera aquellos extraídos por el ordenador.

Y al final el proletario infractor pierde el sexo que trajo, si es de contextura pequeña y carácter manso. La cárcel amaricona al varón, no tanto por la violación sino, más bien, por las reiteradas tareas femeninas que la ranchada exige. Así, como sin querer, se va amujereando: abnegado, servicial y rezongón se vuelve el recluso. La morocha argentina, que a veces tiene pelo amarillo como trigo por venir de Entre Ríos, si es de coraje, y vive en la calle entre muladares (bajo autopistas); le toma idea al varón, sea por fiolo o por paganini. Y en las noches frías sin puntos para garpar media hora, buscando dormir calentita abraza a la amiguita recienvenida, más pendeja, y así le agarra el gusto al amor entre hembras. Y hay una noche más bien peronista donde el tipo, (como lo refiere la madre rubia), la tiene dura y blanda durante esa noche, nudo en la panza, y resulta un poco difícil ordenar una cabeza tan desordenada porque tiene piel abierta de una mujer que va y viene. Desorden

Y al final el proletario infractor pierde el sexo que trajo, si es de contextura pequeña y carácter manso. La cárcel amaricona al varón, no tanto por la violación sino, más bien, por las reiteradas tareas femeninas que la ranchada exige. Así, como sin querer, se va amujereando: abnegado, servicial y rezongón se vuelve el recluso. La morocha argentina, que a veces tiene pelo amarillo como trigo por venir de Entre Ríos, si es de coraje, y vive en la calle entre muladares (bajo autopistas); le toma idea al varón, sea por fiolo o por paganini. Y en las noches frías sin puntos para garpar media hora, buscando dormir calentita abraza a la amiguita recienvenida, más pendeja, y así le agarra el gusto al amor entre hembras. Y hay una noche más bien peronista donde el tipo, (como lo refiere la madre rubia), la tiene dura y blanda durante esa noche, nudo en la panza, y resulta un poco difícil ordenar una cabeza tan desordenada porque tiene piel abierta de una mujer que va y viene. Desorden

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Carlos Alvarez Insúa

es una palabra aterradora a los 40 años piensa el tipo en noche sucia que extraña boca donde dejar la pija y cerrar los ojos y dormir con la boa de una chica dura, con la piel lisa y fresca que baja y sube una escalera y se moja cuando las nadadoras en el gimnasio se deslizan bajo el agua como anguilas y ni discuten, todavía, acerca del amor o, en todo caso, sobre esas otras cosas que hay en algún sitio… bajo el agua como anguilas aceitosas de un verano peronista —no en Mar del Plata/Hotel Sindical— sino, sí, en Buenos Aires: gigantesco piletón de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Las nadadoras se deslizan con los pulmones llenos de aire. Aceitosas anguilas femeninas con casco de goma blanca y de pieles blancas de inmigrante en Argentina cuando la chica subebaja escaleras con piel suave y aceitosa de sudor, en una noche de calor donde comienzos no terminados se repiten en un espejo que bien pudo venir de Francia. ¿Quién lo trajo? ¿Abuelo Waldo en vapor? De Cuba o de la buhardilla donde Hernández Catán recibía en París. Un espejo que el tipo quizá equivoca pues bien puede no pertenecer a la trama de los exilios españoles del bisabuelo Waldo luego de regresar de La Habana a Madrid. No, bien puede ese espejo enmarcado en un óvalo bombé de ébano y con sellos de una casa de mudanzas inglesa en la parte de atrás, sellos de un viaje invisible pues cuando se es un nacido en Argentina, espejos como ése, parecen haber estado siempre en algún sitio de una casa pequeña, asfixiada de muebles. Mudanzas hacia lugares cada vez más pequeños. Tufo de maderas viejas y perfumes vencidos. Y abuela contando acerca de unas costas confusas donde mar se estrella contra algún acantilado donde se levanta un faro. Ese espejo argentino puede pertenecer a

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es una palabra aterradora a los 40 años piensa el tipo en noche sucia que extraña boca donde dejar la pija y cerrar los ojos y dormir con la boa de una chica dura, con la piel lisa y fresca que baja y sube una escalera y se moja cuando las nadadoras en el gimnasio se deslizan bajo el agua como anguilas y ni discuten, todavía, acerca del amor o, en todo caso, sobre esas otras cosas que hay en algún sitio… bajo el agua como anguilas aceitosas de un verano peronista —no en Mar del Plata/Hotel Sindical— sino, sí, en Buenos Aires: gigantesco piletón de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Las nadadoras se deslizan con los pulmones llenos de aire. Aceitosas anguilas femeninas con casco de goma blanca y de pieles blancas de inmigrante en Argentina cuando la chica subebaja escaleras con piel suave y aceitosa de sudor, en una noche de calor donde comienzos no terminados se repiten en un espejo que bien pudo venir de Francia. ¿Quién lo trajo? ¿Abuelo Waldo en vapor? De Cuba o de la buhardilla donde Hernández Catán recibía en París. Un espejo que el tipo quizá equivoca pues bien puede no pertenecer a la trama de los exilios españoles del bisabuelo Waldo luego de regresar de La Habana a Madrid. No, bien puede ese espejo enmarcado en un óvalo bombé de ébano y con sellos de una casa de mudanzas inglesa en la parte de atrás, sellos de un viaje invisible pues cuando se es un nacido en Argentina, espejos como ése, parecen haber estado siempre en algún sitio de una casa pequeña, asfixiada de muebles. Mudanzas hacia lugares cada vez más pequeños. Tufo de maderas viejas y perfumes vencidos. Y abuela contando acerca de unas costas confusas donde mar se estrella contra algún acantilado donde se levanta un faro. Ese espejo argentino puede pertenecer a

El Corte Argentino (fragmento)

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otra historia, si me explico: la de la chica. Y estos reflejos son hermanos de los del tipo que va viene va sospechando, durante esa noche donde todo comienza y se interrumpe: demasiada familia. Argentina, mina rara, ronda sagaz y se detiene justo ahí, tocando el corazón, deformando tiempos, haciendo que se crucen los relatos. Y enseguida el espejo, es un camafeo con la foto de abuela de alguien, que no se puede saber bien pero, sin duda, es una nadadora sagaz que respiró un largo rato bajo el agua para aparecer como un inmenso delfín en la mitad de una pileta peronista de 1947 cuando ella, hembra nacida en Flores en 1907, es aún un cuerpo tenso y redondeado en un traje de baño deportivo color negro. Sí; como se conjetura, Sarita toca el piano para un galán argentino venido de Gral. Roca con balazos conservadores en los talones. Ese galán para quien Sara toca Satie lleva en las venas la sangre del primer gobernador patagónico, que ejerció soberanía antes de que los ingleses llegaran al Sur, allí donde termina el mundo. Pero en Argentina se puede equivocar el regreso a la ruta y no volver en cuerpo propio, sino en el de la chica que por allí va, subiendo y bajando las escaleras.

otra historia, si me explico: la de la chica. Y estos reflejos son hermanos de los del tipo que va viene va sospechando, durante esa noche donde todo comienza y se interrumpe: demasiada familia. Argentina, mina rara, ronda sagaz y se detiene justo ahí, tocando el corazón, deformando tiempos, haciendo que se crucen los relatos. Y enseguida el espejo, es un camafeo con la foto de abuela de alguien, que no se puede saber bien pero, sin duda, es una nadadora sagaz que respiró un largo rato bajo el agua para aparecer como un inmenso delfín en la mitad de una pileta peronista de 1947 cuando ella, hembra nacida en Flores en 1907, es aún un cuerpo tenso y redondeado en un traje de baño deportivo color negro. Sí; como se conjetura, Sarita toca el piano para un galán argentino venido de Gral. Roca con balazos conservadores en los talones. Ese galán para quien Sara toca Satie lleva en las venas la sangre del primer gobernador patagónico, que ejerció soberanía antes de que los ingleses llegaran al Sur, allí donde termina el mundo. Pero en Argentina se puede equivocar el regreso a la ruta y no volver en cuerpo propio, sino en el de la chica que por allí va, subiendo y bajando las escaleras.

Ahora bien, acaso la historia es la

Ahora bien, acaso la historia es la

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persecución de un espejo que refleja quien sabe qué, cuando se escriben líneas de un texto caótico y acumulativo donde luego todo será corregido con interminables sustracciones. Pero ¿Porqué elige la extensión desmesurada? ¿Para que la repetición sea la vara que mide el estilo? Acaso no sabe desplazar, o acaso sí, pero sólo una fracción mínima, en dirección hacia… —Manuel, hablás mal —afirma alguien—; sí, pero lo mal hecho será también inscripto; digo, escritura. —Verás; todo pierde forma si el hongo cartesiano se pega en “Argentina, mina la pared del oído interno. Se rara, ronda sagaz y tapona y acumula sangre roja se detiene justo ahí, y amarilloverde que después escupe el oído como boca en tocando el corazón, forma de chorros espesos. deformando Inscripción más correcta: goteo tiempos, haciendo espasmódico del oído infectado que se crucen los hacia la calle. Escribe, mejor relatos”. dibuja trazos bastante fieros en el rostro. ¿Un espejo? De la familia, quiere decir: en la casa comprimida —breve nave espacial—que pilotea durante una noche negra de 1955. Interrumpe el espejo de viejas compoteras de plata y magnolias radioactivas que emiten luz pálida en un patio del Uruguay. ¡Chica brava! —dice. Ella quiere ser más femenina mientras corretea en aeropuerto con pantalones verdes manzanas verde ácido de ir y venir. ¿Cuándo? En 1987 que es un

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persecución de un espejo que refleja quien sabe qué, cuando se escriben líneas de un texto caótico y acumulativo donde luego todo será corregido con interminables sustracciones. Pero ¿Porqué elige la extensión desmesurada? ¿Para que la repetición sea la vara que mide el estilo? Acaso no sabe desplazar, o acaso sí, pero sólo una fracción mínima, en dirección hacia… —Manuel, hablás mal —afirma alguien—; sí, pero lo mal hecho será también inscripto; digo, escritura. —Verás; todo pierde forma si el hongo cartesiano se pega en “Argentina, mina la pared del oído interno. Se rara, ronda sagaz y tapona y acumula sangre roja se detiene justo ahí, y amarilloverde que después escupe el oído como boca en tocando el corazón, forma de chorros espesos. deformando Inscripción más correcta: goteo tiempos, haciendo espasmódico del oído infectado que se crucen los hacia la calle. Escribe, mejor relatos”. dibuja trazos bastante fieros en el rostro. ¿Un espejo? De la familia, quiere decir: en la casa comprimida —breve nave espacial—que pilotea durante una noche negra de 1955. Interrumpe el espejo de viejas compoteras de plata y magnolias radioactivas que emiten luz pálida en un patio del Uruguay. ¡Chica brava! —dice. Ella quiere ser más femenina mientras corretea en aeropuerto con pantalones verdes manzanas verde ácido de ir y venir. ¿Cuándo? En 1987 que es un

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año más, pero suceden cambios que algunas brujas anotan en las cartas astrales de los países y un grupo de maricones sectarios siempre las consultan: corren a contarle a Alfonsín acerca de los presagios —un águila negra, cosas así. El está disperso, con las partes que no se le unen. Los tipos se cogen por el culo lampiño de la cancillería envueltos en capas negras de seda de abogados de una clase ¿1955? O 1956 —que no hizo la colimba—: no cumplieron cuarenta todavía y pilotan una nave plateada que decola en una terraza de San Telmo frente a la Plaza Dorrego. Llevan espadas de hierro y cintos con gauchas hebillas de plata sobre los vientres flacos, apenas más arriba de las pijas duras y supurantes que siempre están paradas: les repugna la concha, la historia materialista y la dialéctica, las multitudes y los autos del Japón. Son la Orden de una olímpica conjura de varones, corren a ver a las brujas. Lloran moqueando jugo amarillento pues Alfonsín no escucha las advertencias de las damas astrales y sospechan que los pases de la Orden no podrán evitar la luna negra para el tercer movimiento histórico: hacen una ronda abotonados por el culo y cantan la marcha de San Lorenzo antes de trepar a la bella nave de aluminio pulido cuyo interior adornan fustas y mandriles, mates de Areco y primeras ediciones de Martínez Estrada, Echeverría y Toqueville. Hay también el busto de un ídolo cuyo rostro fuertemente antropomórfico evoca al del joven ministro de cultura de Francia, el señor Lang, y buenas pinturas de Pettorutti que se mezclan con los controles de aeronavegación. Sí, como esperábamos, despega la gran nave de la Orden. Ellos cantan con voces graves y entonadas My Bonnie sentados en butacas con los culos atravesados

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año más, pero suceden cambios que algunas brujas anotan en las cartas astrales de los países y un grupo de maricones sectarios siempre las consultan: corren a contarle a Alfonsín acerca de los presagios —un águila negra, cosas así. El está disperso, con las partes que no se le unen. Los tipos se cogen por el culo lampiño de la cancillería envueltos en capas negras de seda de abogados de una clase ¿1955? O 1956 —que no hizo la colimba—: no cumplieron cuarenta todavía y pilotan una nave plateada que decola en una terraza de San Telmo frente a la Plaza Dorrego. Llevan espadas de hierro y cintos con gauchas hebillas de plata sobre los vientres flacos, apenas más arriba de las pijas duras y supurantes que siempre están paradas: les repugna la concha, la historia materialista y la dialéctica, las multitudes y los autos del Japón. Son la Orden de una olímpica conjura de varones, corren a ver a las brujas. Lloran moqueando jugo amarillento pues Alfonsín no escucha las advertencias de las damas astrales y sospechan que los pases de la Orden no podrán evitar la luna negra para el tercer movimiento histórico: hacen una ronda abotonados por el culo y cantan la marcha de San Lorenzo antes de trepar a la bella nave de aluminio pulido cuyo interior adornan fustas y mandriles, mates de Areco y primeras ediciones de Martínez Estrada, Echeverría y Toqueville. Hay también el busto de un ídolo cuyo rostro fuertemente antropomórfico evoca al del joven ministro de cultura de Francia, el señor Lang, y buenas pinturas de Pettorutti que se mezclan con los controles de aeronavegación. Sí, como esperábamos, despega la gran nave de la Orden. Ellos cantan con voces graves y entonadas My Bonnie sentados en butacas con los culos atravesados

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por finos consoladores de cristal y splash… la nadadora aparece desde abajo del agua como un gran delfín plateado con la mente ya dañada que hará estallar un aneurisma argentino de sangre negra y pegajosa en el gimnasio —no, nadie sabe qué le pasa a la chica dormida que apareció en el piso de majólica celeste donde sopla olor a cloro y el sudor forma gotitas saladas en los cuerpos que dibujan el círculo—. La profesora, mandona y eficiente mujer argentina, rompe el círculo que cierran los testigos para que la durmiente respire. Pero lo hace apenas, y de repente la yacente se arquea, mientras el rostro se vuelve un poco azulino, y allí recién se ve la frente, donde nace el pelo rojo: la ilustran con fineza pequeñas várices moradas, y ya se va hacia la nave de la Orden de 1987. Su silueta flotante interrumpe el paisaje de constelaciones que revela el gigantesco parabrisas de la nave de aluminio pulido. Los Señores abuchean a la aparecida peronista, pero saben bien que el hocico de la nave se arrastra hacia atrás, va a un lugar negro: es el sitio por donde pasan los moribundos antes de llegar finitos como fideos hacia el otro lado. Igual abuchean, porque ese cuerpo flotador ofende la atmósfera jovial y festiva del vuelo. Un cuerpo de hembra joven colorada —uno de ellos se aprieta la cabeza colorada contra el ombligo y eyecta leche roja como el pelo de la moribunda aparecida en la luneta. Ellos abuchean y escupen y vuelven a cantar My Bonnie con voces fingidamente graves. Debe pasarle algo— dice una de las nadadoras del círculo mientras la dormida vislumbra las cabezas rapadas, y las brillantes pijas coloradas de los varones de la Orden. Allí, pegada contra el blindex, flotando en el agujero que se le hizo en una vena de la cabeza del que sale sangre que fabrica una bola de gelatina de cerezas al marrasquino, esas que les parecen tan finas a los inmigrantes en Argentina, así como los postres flambé que se incendian en cognac barato o moscatel,

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Carlos Alvarez Insúa

por finos consoladores de cristal y splash… la nadadora aparece desde abajo del agua como un gran delfín plateado con la mente ya dañada que hará estallar un aneurisma argentino de sangre negra y pegajosa en el gimnasio —no, nadie sabe qué le pasa a la chica dormida que apareció en el piso de majólica celeste donde sopla olor a cloro y el sudor forma gotitas saladas en los cuerpos que dibujan el círculo—. La profesora, mandona y eficiente mujer argentina, rompe el círculo que cierran los testigos para que la durmiente respire. Pero lo hace apenas, y de repente la yacente se arquea, mientras el rostro se vuelve un poco azulino, y allí recién se ve la frente, donde nace el pelo rojo: la ilustran con fineza pequeñas várices moradas, y ya se va hacia la nave de la Orden de 1987. Su silueta flotante interrumpe el paisaje de constelaciones que revela el gigantesco parabrisas de la nave de aluminio pulido. Los Señores abuchean a la aparecida peronista, pero saben bien que el hocico de la nave se arrastra hacia atrás, va a un lugar negro: es el sitio por donde pasan los moribundos antes de llegar finitos como fideos hacia el otro lado. Igual abuchean, porque ese cuerpo flotador ofende la atmósfera jovial y festiva del vuelo. Un cuerpo de hembra joven colorada —uno de ellos se aprieta la cabeza colorada contra el ombligo y eyecta leche roja como el pelo de la moribunda aparecida en la luneta. Ellos abuchean y escupen y vuelven a cantar My Bonnie con voces fingidamente graves. Debe pasarle algo— dice una de las nadadoras del círculo mientras la dormida vislumbra las cabezas rapadas, y las brillantes pijas coloradas de los varones de la Orden. Allí, pegada contra el blindex, flotando en el agujero que se le hizo en una vena de la cabeza del que sale sangre que fabrica una bola de gelatina de cerezas al marrasquino, esas que les parecen tan finas a los inmigrantes en Argentina, así como los postres flambé que se incendian en cognac barato o moscatel,

El Corte Argentino (fragmento)

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las sopas inglesas de las pizzerías de las estaciones de los trenes, que la nadadora que morirá comió por gula en Cucha-Cucha y Yerbal antes de tomar el tren a Once para ir al natatorio. La llama del pelo rojo y la sangre —un torrente— estalla los capilares, y la linda cara italiana se ha vuelto morada en la camilla que empujan los enfermeros por claustros que van desde el natatorio a la sala de primeros auxilios. La chica desaparece de la luneta de la nave y los señores comienzan a sacudirse las brillantes pijas cabezonas coloradas mientras cantan a los gritos ¡Aijou! ¡Aijou! Con las voces demasiado viriles de los enanos de los bosques de Europa o Portugal. Un país que no se sueña en Argentina.

El Corte Argentino (fragmento)

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las sopas inglesas de las pizzerías de las estaciones de los trenes, que la nadadora que morirá comió por gula en Cucha-Cucha y Yerbal antes de tomar el tren a Once para ir al natatorio. La llama del pelo rojo y la sangre —un torrente— estalla los capilares, y la linda cara italiana se ha vuelto morada en la camilla que empujan los enfermeros por claustros que van desde el natatorio a la sala de primeros auxilios. La chica desaparece de la luneta de la nave y los señores comienzan a sacudirse las brillantes pijas cabezonas coloradas mientras cantan a los gritos ¡Aijou! ¡Aijou! Con las voces demasiado viriles de los enanos de los bosques de Europa o Portugal. Un país que no se sueña en Argentina.

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yZUR - POESÍA

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yZUR - POESÍA

Marcelo. E. Fuentes

Marcelo. E. Fuentes

Yorick

Yorick

Alas, poor Yorick! El mismo cráneo comprimido y arropado en canas, la misma hinchazón de los pómulos el cuerpo todo enjuto de niño deformemente anciano, las pestañas en sal y los ojos ya he olvidado los ojos, lo que se dice ojos no tuvo nunca, tuvo en cambio unas vejigas malhumoradas como bolas rojas de billar, como esferas todo: la cabeza la nariz, el torso acurrucado entre dos curvas tal vez por eso hoy se me atenace el hígado al contemplar esta cuadrangulada espalda, estos tan callados miembros en rectángulo la madera de lomo barnizado y sudoroso, y en sobrerreflejo cuatro ampolletas como cuatro chorros.

Alas, poor Yorick! El mismo cráneo comprimido y arropado en canas, la misma hinchazón de los pómulos el cuerpo todo enjuto de niño deformemente anciano, las pestañas en sal y los ojos ya he olvidado los ojos, lo que se dice ojos no tuvo nunca, tuvo en cambio unas vejigas malhumoradas como bolas rojas de billar, como esferas todo: la cabeza la nariz, el torso acurrucado entre dos curvas tal vez por eso hoy se me atenace el hígado al contemplar esta cuadrangulada espalda, estos tan callados miembros en rectángulo la madera de lomo barnizado y sudoroso, y en sobrerreflejo cuatro ampolletas como cuatro chorros.

Me imagino que fue la alumna del rincón de la última fila la de la lonchera que no estaba en boga, la que usaba las prendas desechadas por primas mayores a la que botaban al borde del patio

Me imagino que fue la alumna del rincón de la última fila la de la lonchera que no estaba en boga, la que usaba las prendas desechadas por primas mayores a la que botaban al borde del patio

Yorick

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Yorick

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en los recreos, a la que vaciaban a la calle en casa el estorbo, el florerito, la cabra de mierda que en todas partes sobra, la que se cree y que es contenido que en ninguna parte encaja.

en los recreos, a la que vaciaban a la calle en casa el estorbo, el florerito, la cabra de mierda que en todas partes sobra, la que se cree y que es contenido que en ninguna parte encaja.

Papel y palos de ropa y planchas metálicas ¿dónde empezaba ella y terminaba el cubículo? I knew him, Horatio, o debería decir: la conocí material al fin contenido, rellenando junto a obleas, chocolates, masticables, embutida junto a revistas y lápices Bic, mal encuadernada y maltrecha como esos cigarrillos de veinte pesos la unidad desabrida como chicle de veinticinco la Cosmopolitan decía: cómo sobrevivir a la menopausia el Mercurio decía: gobierno promete oportunidades meteorólogos prometen lluvias ella decía: no tengo vuelto, si no tiene la plata justa vaya a comprar a otro lado y metía alambre en su brasero, maldiciendo entre caries.

Papel y palos de ropa y planchas metálicas ¿dónde empezaba ella y terminaba el cubículo? I knew him, Horatio, o debería decir: la conocí material al fin contenido, rellenando junto a obleas, chocolates, masticables, embutida junto a revistas y lápices Bic, mal encuadernada y maltrecha como esos cigarrillos de veinte pesos la unidad desabrida como chicle de veinticinco la Cosmopolitan decía: cómo sobrevivir a la menopausia el Mercurio decía: gobierno promete oportunidades meteorólogos prometen lluvias ella decía: no tengo vuelto, si no tiene la plata justa vaya a comprar a otro lado y metía alambre en su brasero, maldiciendo entre caries.

Pasaba una micro, bramaba su culo cuadrado, la gente corría saltaban desde abajo de la acera las tripas, los hombres de camisetas húmedas y taladros, giraban las grúas no se oían sus maldiciones, se imaginaban.

Pasaba una micro, bramaba su culo cuadrado, la gente corría saltaban desde abajo de la acera las tripas, los hombres de camisetas húmedas y taladros, giraban las grúas no se oían sus maldiciones, se imaginaban.

I knew him, Horatio: a fellow of infinite jest o debería decir: una anciana de gracia ninguna todo gesto en escozor, todo palabras hirvientes, el morro poseído por una continua furia los ojos rebotando en sus cuencas, la lengua seca y odiosa váyase al diablo, señor, no tengo vuelto

I knew him, Horatio: a fellow of infinite jest o debería decir: una anciana de gracia ninguna todo gesto en escozor, todo palabras hirvientes, el morro poseído por una continua furia los ojos rebotando en sus cuencas, la lengua seca y odiosa váyase al diablo, señor, no tengo vuelto

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Marcelo E. Fuentes

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Marcelo E. Fuentes

compre en otro lado, el morro sibilante le tiritaba la joroba en resentidos saltos, y ella como si de frío se tratara, volvía a meter alambre en su brasero la Glamour decía: acabe con los celos en un abrir y cerrar de ojos.

compre en otro lado, el morro sibilante le tiritaba la joroba en resentidos saltos, y ella como si de frío se tratara, volvía a meter alambre en su brasero la Glamour decía: acabe con los celos en un abrir y cerrar de ojos.

Alas, Horatio: hoy día hay más ceniceros que barcos, más cigarrillos que ojos tenían razón los meteorólogos: se acabó la sequía de un síncope repentino, se le metió algo en el pulmón llueve en Santiago de poco y nada me sirven estos zapatos con lluvia y eso que tuve influenza hace unas pocas noches la universidad se fue de paro, mi hermano se casa mañana mañana voy donde Pilar el kiosco: cerrado por duelo, en la basílica de la Merced aquí enfrente, justo enfrente sus restos serán velados I knew her, Horatio.

Alas, Horatio: hoy día hay más ceniceros que barcos, más cigarrillos que ojos tenían razón los meteorólogos: se acabó la sequía de un síncope repentino, se le metió algo en el pulmón llueve en Santiago de poco y nada me sirven estos zapatos con lluvia y eso que tuve influenza hace unas pocas noches la universidad se fue de paro, mi hermano se casa mañana mañana voy donde Pilar el kiosco: cerrado por duelo, en la basílica de la Merced aquí enfrente, justo enfrente sus restos serán velados I knew her, Horatio.

Hoy día se fuma más que se camina, se mastica más y se come menos que ayer, a esta misma hora y todo se halla, Horatio, tan repleto de pájaros la lluvia, Santiago, las micros, olorosos a tantas flores tan color de cerveza, tan mecánicos los gestos los paraguas tan polvorientos, tan oxidados los gatos taladros, una vez más, en las aceras

Hoy día se fuma más que se camina, se mastica más y se come menos que ayer, a esta misma hora y todo se halla, Horatio, tan repleto de pájaros la lluvia, Santiago, las micros, olorosos a tantas flores tan color de cerveza, tan mecánicos los gestos los paraguas tan polvorientos, tan oxidados los gatos taladros, una vez más, en las aceras

Yorick

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Yorick

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y el comienzo de la noche y las puertas de la basílica.

y el comienzo de la noche y las puertas de la basílica.

La imagino encorvada en la última fila, junto a los percheros aspirando el vapor de las parkas mojadas mientras la relegan a una nueva esquina, florerito sin gracia, rodeada por quince deudos, con un hijo que bromea en un cuarteto de amigotes hasta que alguna anciana se acerca y él pone cara de serio un síncope repentino, algo se le metió en el pulmón explica: de Dios estaba, muchas gracias, qué le vamos a hacer mi sentido pésame, qué le vamos a hacer, muchas gracias.

La imagino encorvada en la última fila, junto a los percheros aspirando el vapor de las parkas mojadas mientras la relegan a una nueva esquina, florerito sin gracia, rodeada por quince deudos, con un hijo que bromea en un cuarteto de amigotes hasta que alguna anciana se acerca y él pone cara de serio un síncope repentino, algo se le metió en el pulmón explica: de Dios estaba, muchas gracias, qué le vamos a hacer mi sentido pésame, qué le vamos a hacer, muchas gracias.

Acaso fueron pocos cincuenta y cuatro años adentro de un féretro, para devolverte y sin papel y sin metal y sin palos de ropa ahora sin brasero ni alambre apenas unos cuantos miembros en rectángulo el barniz trizado, las cuatro ampolletas como cuatro chorros y tres coronas de flores te veo, te entreveo, alguien habla por teléfono tu hijo hace chistes con titulares de diarios y la puta distribuidora de dulces y los suplementos que nunca llegaron pero qué bueno que se acabó la sequía, niños corretean junto a ti, vámonos mamá, altiro mijo, dijiste altiro, altiro, vámonos mamá dos señoras de edad expresan descontento absoluto con todos los candidatos a la presidencia alguien sigue hablando por teléfono.

Acaso fueron pocos cincuenta y cuatro años adentro de un féretro, para devolverte y sin papel y sin metal y sin palos de ropa ahora sin brasero ni alambre apenas unos cuantos miembros en rectángulo el barniz trizado, las cuatro ampolletas como cuatro chorros y tres coronas de flores te veo, te entreveo, alguien habla por teléfono tu hijo hace chistes con titulares de diarios y la puta distribuidora de dulces y los suplementos que nunca llegaron pero qué bueno que se acabó la sequía, niños corretean junto a ti, vámonos mamá, altiro mijo, dijiste altiro, altiro, vámonos mamá dos señoras de edad expresan descontento absoluto con todos los candidatos a la presidencia alguien sigue hablando por teléfono.

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Marcelo E. Fuentes

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Marcelo E. Fuentes

Recuerdo para ti algo de Juan, apostaría a que nunca dijiste algo hermoso porque jamás oíste nada más hermoso que un taladro, que las parkas estilando la cara hosca del rincón y la botadura a la calle el kiosko dice: cerrado por duelo el vespertino: se acabó la sequía tu hijo: cómo estái, poh hueón, qué te habíai hecho, y Juan: apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos qué le vamos a hacer, de Dios estaba, dicen.

Recuerdo para ti algo de Juan, apostaría a que nunca dijiste algo hermoso porque jamás oíste nada más hermoso que un taladro, que las parkas estilando la cara hosca del rincón y la botadura a la calle el kiosko dice: cerrado por duelo el vespertino: se acabó la sequía tu hijo: cómo estái, poh hueón, qué te habíai hecho, y Juan: apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos qué le vamos a hacer, de Dios estaba, dicen.

Alas, alas, poor Yorick: ni siquiera supe cómo te llamaban además de estorbo y relleno y vaciada en los bordes y la del cáustico hocico, la que nunca tenía vuelto la que mentaba madres, la que jamás apareció en los titulares de los diarios la que nadando en las ropas de sus primas mayores en su rincón jugaba sola, a la que nadie invitó nunca al cine y mi único cadáver, mi Horatio querido esa que fertilizó a Santiago con paraguas esa que escuchó a Juan después de muerta esa que, muerta y acurrucada y todo, bajo cuatro ampolletas como cuatro espadas va viendo este día por primera vez, con ojos primeros, va viendo en la lluvia por primera vez, va viendo algo hermoso.

Alas, alas, poor Yorick: ni siquiera supe cómo te llamaban además de estorbo y relleno y vaciada en los bordes y la del cáustico hocico, la que nunca tenía vuelto la que mentaba madres, la que jamás apareció en los titulares de los diarios la que nadando en las ropas de sus primas mayores en su rincón jugaba sola, a la que nadie invitó nunca al cine y mi único cadáver, mi Horatio querido esa que fertilizó a Santiago con paraguas esa que escuchó a Juan después de muerta esa que, muerta y acurrucada y todo, bajo cuatro ampolletas como cuatro espadas va viendo este día por primera vez, con ojos primeros, va viendo en la lluvia por primera vez, va viendo algo hermoso.

yZUR - CUENTO

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Tiempo de san antonio Entre el insecto real y el insecto escrito, hay uno de acrílico gigante que está trepando un cerro.

Ernesto Donas

No es de extrañar, a exactos trescientos sesenta y tres días de llegar al próximo milenio o al año dos mil, como prefieran, que el lapicero sea reemplazado —no substituido y quede bien claro— por la computadora. Así escribí a dedos sin tinta hace una hora un poema acerca de “un día valiente que despertaba”. Sin embargo, en este momento lo hago a puño y letra, tinta negra y blanco fondo, imposibilidad de deshacerme del gesto corpóreo de escribir, tirado en la cama que no es la mía aunque esté en mi casa. Y qué raro suena esto, pero bien se sabe que los huéspedes cuando son queridos reciben abrazos, lo más cómodo y con manteles. El segundero del reloj despertador a pila, claro, suena más a un ronquido por segundo (medida de velocidad que podría servirle a muchos automóviles o

yZUR - CUENTO

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Tiempo de san antonio Entre el insecto real y el insecto escrito, hay uno de acrílico gigante que está trepando un cerro.

Ernesto Donas

No es de extrañar, a exactos trescientos sesenta y tres días de llegar al próximo milenio o al año dos mil, como prefieran, que el lapicero sea reemplazado —no substituido y quede bien claro— por la computadora. Así escribí a dedos sin tinta hace una hora un poema acerca de “un día valiente que despertaba”. Sin embargo, en este momento lo hago a puño y letra, tinta negra y blanco fondo, imposibilidad de deshacerme del gesto corpóreo de escribir, tirado en la cama que no es la mía aunque esté en mi casa. Y qué raro suena esto, pero bien se sabe que los huéspedes cuando son queridos reciben abrazos, lo más cómodo y con manteles. El segundero del reloj despertador a pila, claro, suena más a un ronquido por segundo (medida de velocidad que podría servirle a muchos automóviles o

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Ernesto Donas

aviones) que al frenético y pintoresco tic tac a cuerda en las cenas con mi abuela. Hace sesenta y siete minutos ya que a la poesía se la había tragado la computadora (save as), mientras soportaba en este cuarto —aquí duermo y aquí tecladopantalladiscoduro— a un pequeño y molesto bicho, pequeño animal que, de reojo y volando, se asemejaba a un moscón, a un mangangá bebé o ( ), por dar ejemplos sin entrar en metáforas. Supo hacer piruetas entre los vellos de mis piernas y darse una de molestón: hasta quise deshacerme de él con mi mano “Apareció alegre el supuesto insecto, izquierda pero, yo concentrado, él me venció. Enter. Print. Off. esa navecita negra Tomé la copia y la inquieta así molesta releí sobre algo más rígido aterrizando de —me refiero adonde apoyé la pronto sobre la hoja— que fue el diccionario Aristos que cargué tantas veces frase del poema”. a la escuela y cuyas páginas lucen hoy casi vencidas, esas que ayer primero de enero me enseñaron el significado de al menos diez nuevas palabras en mi lengua madre, el español. Entonces, satisfecho por el simple hecho de poder leerme, habiendo optado por dormir y dejar dormir página y maestro juntos sobre el escritorio, apareció alegre el supuesto insecto, esa navecita negra inquieta así molesta aterrizando de pronto sobre la frase del poema. Sí, sobre el último poema que escribí y que

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Ernesto Donas

aviones) que al frenético y pintoresco tic tac a cuerda en las cenas con mi abuela. Hace sesenta y siete minutos ya que a la poesía se la había tragado la computadora (save as), mientras soportaba en este cuarto —aquí duermo y aquí tecladopantalladiscoduro— a un pequeño y molesto bicho, pequeño animal que, de reojo y volando, se asemejaba a un moscón, a un mangangá bebé o ( ), por dar ejemplos sin entrar en metáforas. Supo hacer piruetas entre los vellos de mis piernas y darse una de molestón: hasta quise deshacerme de él con mi mano “Apareció alegre el supuesto insecto, izquierda pero, yo concentrado, él me venció. Enter. Print. Off. esa navecita negra Tomé la copia y la inquieta así molesta releí sobre algo más rígido aterrizando de —me refiero adonde apoyé la pronto sobre la hoja— que fue el diccionario Aristos que cargué tantas veces frase del poema”. a la escuela y cuyas páginas lucen hoy casi vencidas, esas que ayer primero de enero me enseñaron el significado de al menos diez nuevas palabras en mi lengua madre, el español. Entonces, satisfecho por el simple hecho de poder leerme, habiendo optado por dormir y dejar dormir página y maestro juntos sobre el escritorio, apareció alegre el supuesto insecto, esa navecita negra inquieta así molesta aterrizando de pronto sobre la frase del poema. Sí, sobre el último poema que escribí y que

Tiempo de san antonio

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allí bajo aquellas patas también negras decía “es más/ no son los péndulos los que te acercan”. Ahora, sin embargo, se insinuaba tímido y calmo, cambiado, tal vez cansado, y lo que yo festejé y él bien lo sabe es haber reconocido su especie: saber de quién se trata. Esta caparazón oscurísima vuela y se convierte en alas manchadas como un tigre con anaranjados. En el Uruguay le damos el nombre de “san antonio”. (Sugiero leer “Tortugas y cronopios” de Julio Cortázar). Un mes atrás y subiendo el cerro homónimo en la costera ciudad de Piriápolis, junto a Denise, descubrí adherido a una roca un gran bicho de plástico o acrílico, patas largas y hasta iluminación por la noche, oh sorpresa, y nos dijimos “solamente un cronopio puede haberlo pensado y puesto allí arriba”. Con gran vista al mar, claro, vos san antonio gigante, no existe para vos cosa sino disfrutar de aquella roca y de asombros transeúntes, aun con cuerpo de plástico o acrílico, aunque el vértigo, aunque el frío. No entanto, se lo veía gozando y riéndose cronopio cómplice de nuestras miradas impávidas y de las de otros piesganas de escaleras y de calor sol ardiente. Pero este san antonio, el que aún está conmigo en el cuarto, parecía hurgar la tinta, el péndulo quieto que estaba escrito, lo que yo quería que dijeran las palabras del poema. Bastó abrir minutos después el libro de Cortázar para que mostrara su brío y se echara al aire, como primer gesto, algo efímero. Duró apenas uno o dos minutos. Después se echó a mi lado y se durmió.

Tiempo de san antonio

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allí bajo aquellas patas también negras decía “es más/ no son los péndulos los que te acercan”. Ahora, sin embargo, se insinuaba tímido y calmo, cambiado, tal vez cansado, y lo que yo festejé y él bien lo sabe es haber reconocido su especie: saber de quién se trata. Esta caparazón oscurísima vuela y se convierte en alas manchadas como un tigre con anaranjados. En el Uruguay le damos el nombre de “san antonio”. (Sugiero leer “Tortugas y cronopios” de Julio Cortázar). Un mes atrás y subiendo el cerro homónimo en la costera ciudad de Piriápolis, junto a Denise, descubrí adherido a una roca un gran bicho de plástico o acrílico, patas largas y hasta iluminación por la noche, oh sorpresa, y nos dijimos “solamente un cronopio puede haberlo pensado y puesto allí arriba”. Con gran vista al mar, claro, vos san antonio gigante, no existe para vos cosa sino disfrutar de aquella roca y de asombros transeúntes, aun con cuerpo de plástico o acrílico, aunque el vértigo, aunque el frío. No entanto, se lo veía gozando y riéndose cronopio cómplice de nuestras miradas impávidas y de las de otros piesganas de escaleras y de calor sol ardiente. Pero este san antonio, el que aún está conmigo en el cuarto, parecía hurgar la tinta, el péndulo quieto que estaba escrito, lo que yo quería que dijeran las palabras del poema. Bastó abrir minutos después el libro de Cortázar para que mostrara su brío y se echara al aire, como primer gesto, algo efímero. Duró apenas uno o dos minutos. Después se echó a mi lado y se durmió.

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Colaboraron en este número:

Colaboraron en este número:

Carlos Alvarez Insúa. Periodista, escritor y ex dueño de un bar punk en Buenos Aires. Ha publicado Señor/ Triste como mi país (1999). Su novela Corte Argentino permanece inédita. Actualmente dirige la revista The Watch Gallery dedicada a relojes, coleccionismo y relojería.

Carlos Alvarez Insúa. Periodista, escritor y ex dueño de un bar punk en Buenos Aires. Ha publicado Señor/ Triste como mi país (1999). Su novela Corte Argentino permanece inédita. Actualmente dirige la revista The Watch Gallery dedicada a relojes, coleccionismo y relojería.

Gustavo Arango. Editor del suplemento cultural del diario El Universal de Cartagena (1992-98). Autor de la novela Criatura perdida (2000), de los libros de cuentos Bajas pasiones (1990) y Su última palabra fue silencio (1993). También de varios libros periodísticos.

Gustavo Arango. Editor del suplemento cultural del diario El Universal de Cartagena (1992-98). Autor de la novela Criatura perdida (2000), de los libros de cuentos Bajas pasiones (1990) y Su última palabra fue silencio (1993). También de varios libros periodísticos.

Leandro Delgado. Periodista cultural de El País de Montevideo. Licenciado en Comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. Publicó un libro de poesía, Tres noches bajo agua (1999). Terminó su maestría en Rutgers University. Estudia la ciencia ficción y la literatura anarquista en el Río de la Plata.

Leandro Delgado. Periodista cultural de El País de Montevideo. Licenciado en Comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. Publicó un libro de poesía, Tres noches bajo agua (1999). Terminó su maestría en Rutgers University. Estudia la ciencia ficción y la literatura anarquista en el Río de la Plata.

Marcelo E. Fuentes. Licenciado en literatura por la Universidad Católica de Chile. Está leyendo el libro número 7 de su lista de exámenes de Maestría (Rutgers University) y espera acabar con el número 100 antes de agosto.

Marcelo E. Fuentes. Licenciado en literatura por la Universidad Católica de Chile. Está leyendo el libro número 7 de su lista de exámenes de Maestría (Rutgers University) y espera acabar con el número 100 antes de agosto.

Ernesto Donas. Es uruguayo, estudió fagot en la Universidad de Brasilia y en la Academia Rubin de la Universidad de Tel Aviv. También ha incursionado en la composición musical y la poesía. Actualmente es estudiante de doctorado en etnomusicología en el Graduate Center de City University of New York.

Ernesto Donas. Es uruguayo, estudió fagot en la Universidad de Brasilia y en la Academia Rubin de la Universidad de Tel Aviv. También ha incursionado en la composición musical y la poesía. Actualmente es estudiante de doctorado en etnomusicología en el Graduate Center de City University of New York.

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Luis Intersimone. Es licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán. Ha obtenido su Maestría (Rutgers University) y continúa sus estudios de doctorado. Publicó “De ogros y laberintos: Modernidad y nación en Octavio Paz”.

Luis Intersimone. Es licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán. Ha obtenido su Maestría (Rutgers University) y continúa sus estudios de doctorado. Publicó “De ogros y laberintos: Modernidad y nación en Octavio Paz”.

Lorenzo Verdasco. Nació en San Miguel de Tucumán y es estudiante de Filosofia en la Universidad Nacional de esa ciudad.

Lorenzo Verdasco. Nació en San Miguel de Tucumán y es estudiante de Filosofia en la Universidad Nacional de esa ciudad.

Brenda Werth. Está terminando su primer año de doctorado en el programa de literatura hispana en Rutgers University. Su interés principal es la narrativa del siglo XX en Latinoamérica.

Brenda Werth. Está terminando su primer año de doctorado en el programa de literatura hispana en Rutgers University. Su interés principal es la narrativa del siglo XX en Latinoamérica.

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