Recibimos. Un breve análisis sobre el Canon bíblico. Juan Paulo Martínez

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UN BREVE ESTUDIO SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS
UN BREVE ESTUDIO SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos Salmo 19:1 WILLIE A. A

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“Recibimos” Un breve análisis sobre el Canon bíblico

Juan Paulo Martínez

INDICE

Introducción I. Del porqué a Dios le plació dejar por escrito su revelación II. De la preparación de la Sagrada Escritura: rollos y códices III. Del Canon bíblico y las pruebas para recibir un libro como inspirado IV. Del Canon del Antiguo Testamento V. De los apócrifos del Antiguo Testamento VI. Del Canon del Nuevo Testamento VII. De la evidencia interna para determinar el Canon VIII. Del consenso reformado sobre el Canon y la posición romana Conclusión Bibliografía Fuentes en Internet y libros digitales:

Todas las citas bíblicas en este trabajo pertenecen a Texto Bíblico: Reina Valera Contemporánea. Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, 2011. Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602). Otras revisiones: 1862, 1909, 1960 y 1995.

A Gretel y Walkyria, mis perras fieles.

Introducción Cuando los cristianos abrimos nuestra traducción predilecta de la Biblia normalmente no pensamos que la colección de 66 libros que tenemos en las manos, en un formato elegante o austero, entre pastas coloridas o sobrias, atravesó por una exhaustiva revisión y una violenta controversia que exigió el más delicado y agudo discernimiento de parte de la Iglesia. En Éxodo 17.14 se lee: El Señor le dijo a Moisés: «Escribe esto en un libro, para que se recuerde, y dile a Josué que yo borraré por completo la memoria de Amalec.» Dios ordenó que sus profetas, apóstoles y asociados escribieran el testimonio que habría de servir para ser “...una lámpara a mis pies; ¡es la luz que ilumina mi camino!” (Sal. 119.105). La Sagrada Escritura ha sido, aún desde antes de su compilación final, la regla con la cual el pueblo del Pacto ha logrado andar en santidad y rectitud en medio de un mundo impío, pero sobre todo, ha sido el medio de gracia externo que el Espíritu Santo ha usado para llevarnos a Cristo. En este trabajo se analiza primero el porqué a Dios le plació dejarnos su revelación por escrito. Después se estudia el material usado para escribir los santos designios de Dios y se procede a explicar la formación del Antiguo y Nuevo Testamentos. Finalmente se refiere el significado e importancia de la evidencia interna para determinar la autoridad de los libros que conforman la Biblia. Que la bendita Palabra de Dios sea siempre glorificada y que jamás decrezca la alta estima en que todos los cristianos debemos tener el testimonio del Espíritu Santo, así escrito, completo y eficaz. Juan Paulo Julio de 2014

I. Del porqué a Dios le plació dejar por escrito su revelación

En el evangelio de Juan se encuentra la siguiente declaración: Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida en su nombre (Jn. 20.31). El apóstol informa a todos los hermanos y personas que habrían de leer su escrito que el propósito final de su redacción era comunicar la historia de la redención y así permitir la acción eficaz del Espíritu de Dios en sus lectores. Una declaración similar se encuentra en 1 Jn.5.13: Les he escrito estas cosas a ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna. A diferencia de la primera cita en este caso Juan específica que es a los hijos de Dios a quienes desea confirmar en la fe que ya poseen. Este obrar de Dios no es ajeno al Antiguo Testamento. Moisés recibe de Dios de forma escrita la ley y le es exigido al pueblo que sea obediente a esa palabra suya. Así se lee en Éxodo: Cuando Dios terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo mismo de Dios (31.18). En Deuteronomio 6:1 y siguientes hay una extensa porción donde Dios llama a la obediencia a su pueblo sobre el hecho seguro de que de antemano les había dado a conocer su voluntad por escrito:

Éstos son los mandamientos, estatutos y decretos que el Señor su Dios me ordenó que les enseñara, para que los pongan por obra en la tierra de la cual van a tomar posesión. Para que todos los días de tu vida, tú, Israel, y tus hijos, y los hijos de tus hijos, teman al Señor su Dios y cumplan todos los estatutos y mandamientos que yo les mando cumplir, para que sus días sean prolongados (Dt. 6:1-2). Siglos más tarde, durante una de las más importantes reformas religiosas de Israel, el testimonio escrito de Dios fue fundamental. Corriendo el reinado de Josías, rey de Judá, alrededor del 622 a. C. cuando se realizaban las reparaciones del templo fue hallado el libro de la ley. El capítulo 34 de 2 Crónicas indica: Mientras se sacaba del templo del Señor el dinero que había sido llevado allí, el sacerdote Hilcías halló el libro de la ley del Señor, que Moisés había dejado (34.14). Este acontecimiento llevó a Josías a eliminar el culto pagano junto con sus sacerdotes y el altar en Betel. Así también el pueblo hizo una renovación del pacto con Dios y celebraron la Pascua como nunca antes. Todas estas cosas fueron posibles mediante el uso de la voluntad escrita de Dios que él ya había predeterminado de antemano que obrara de esa manera. Estos y muchos otros ejemplos se pueden hallar en la Sagrada Escritura para comprobar que la voluntad revelada escrita de Dios ha sido el medio ordinario por medio del cual el Señor ha reformado a su pueblo y ha transmitido su mensaje de salvación a todas las generaciones (Cfr. Sal.45.17).

II. De la preparación de la Sagrada Escritura: rollos y códices

En los tiempos bíblicos el papiro era el material común que se usaba para redactar. Papiro era una planta común en Egipto y Siria y muy explotada en el puerto sirio de Biblos, de donde se cree proviene la palabra “Biblia”. El papiro producía cañas que eran cortadas y prensadas, y luego puestas a secar. Esto resultaba en una superficie blanquecina que era la que servía finalmente como asiento de la escritura. Además del papiro existía el pergamino que se obtenía de pieles curtidas de ovejas, cabras, antílopes y otros animales. Resultaba más durable que el anterior pues era más resistente a la humedad. Los dos principales tipos de libros antiguos eran el rollo y el códice. El rollo se hacía pegando hojas de papiro enrollándolas en un palo. Había algunos rollos que llegaban a medir 48 metros de largo, pero el rollo promedio media entre 7 y 12 metros que era más fácil de manejar. Por su parte, el códice también estaba compuesto de papiro pero las hojas se colocaban como un bulto, en forma de libro, y se escribía por ambos lados.

III. Del Canon bíblico y las pruebas para recibir un libro como inspirado Canon proviene de palabras griegas y hebreas que significan “caña”. La caña era usada -además de para hacer papiro como se vio- como instrumento de medida. Más tarde se conoció como regla y norma. En relación a la Biblia significa “lista oficialmente aceptada de libros”. Hay cinco reglas o principios que se debían considerar para tener un libro como parte oficial de la Biblia: A. Debía tener autoridad. Se atendía a la evidencia acerca de su autoría divina. Las expresiones “Así dice el Señor” o “Palabra de Dios” debían estar en el texto. B. Debía ser profético. Era necesario que hubiese sido redactado por un hombre de Dios, reconocido como profeta por el pueblo del pacto. C. Debía ser auténtico. El libro tendría que ser ampliamente tenido como confiable. Las dudas acerca del origen del texto lo descalificaban. D. Debía ser dinámico. Se exigía que hubiera evidencias del obrar del Espíritu Santo por medio de los textos, y no que pasara como una simple lectura sin efectos en la vida del hombre. E. Debía haber sido recibido, reunido, leído y usado. Quizá uno de los requisitos más plausibles era que el libro tendría que ser universalmente aceptado por la Iglesia. Respecto a la autoridad de los libros de la Biblia es interesante notar que la Iglesia no le dio la canonicidad a estos sino que reconoció la autoridad que ya tenían con antelación. En este punto la Iglesia protestante afirma que la Biblia es una lista falible de libros infalibles, porque la lista aceptada fue un trabajo de la Iglesia la cual no está exenta del error. A diferencia de esta óptica, la Iglesia Romana afirma que su autoridad eclesiástica fue infalible en la elección de los libros, cosa muy difícil de probar.

IV. Del Canon del Antiguo Testamento La Biblia protestante tiene 39 libros listados como infalibles en el Antiguo Testamento. El Canon hebreo o palestino es el que se sigue para arribar a esta conclusión. Dicho trabajo resultó en parte de la destrucción de Jerusalén y su Templo en el año 70 d. C., evento que dispersó a los judíos y los llevó, entre otras cosas, a reunir y distinguir con precisión qué libros formaban parte de la literatura divinamente inspirada. La siguiente es una lista de los libros presentes en el Canon: La Ley (Torah) 1. Génesis. 2. Éxodo. 3. Levítico. 4. Números. 5. Deuteronomio. Los profetas (Nebhiim) Profetas anteriores: 1. Josué. 2. Jueces. 3. Samuel. 4. Reyes. Profetas posteriores: 1. Isaías 2. Jeremías 3. Ezequiel 4. Los Doce Las Escrituras (Ketubim o Hagiografía (GK) Libros proféticos: 1. Salmos 2. Proverbios 3. Job Cinco rollos:

1. Cantar de los cantares 2. Rut 3. Lamentaciones 4. Ester 5. Eclesiastés Libros históricos: 1. Daniel 2. Esdras-Nehemías 3. Crónicas. En esta lista están todos los libros que acepta la Iglesia cristiana pero en el caso de Samuel, Reyes y Crónicas se divide cada uno de ellos en dos libros, y además los judíos tienen a los profetas menores como un solo texto. Por último, el orden que guardan estos libros en nuestras Biblias obedece a elementos tópicos y no a una ordenación oficial. Antes de Cristo ya existían reglas distintas como es el caso del Canon samaritano que solo tenía por inspirado el Pentateuco. Del mismo modo, alrededor del siglo II a.C. rondaban varias obras apocalípticas que eran atesoradas por ciertos grupos de judíos que las consideraban autoritativas. El testimonio de Jesús, sus apóstoles y asociados de estos confirma y ratifica como autoritativo el material del Antiguo Testamento como lo conocemos hoy. Hay varios pasajes en los cuales el Señor Jesús menciona el Canon hebreo. Por ejemplo, en Lucas 24.44 se lee: Luego les dijo: «Lo que ha pasado conmigo es lo mismo que les anuncié cuando aún estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.» Aquí los “salmos” se refiere a las ”Escrituras” listadas en el apartado anterior. En este mismo tenor se lee en Juan 10:31-36 que Jesús no estaba en desacuerdo con el Canon usado por los judíos que se oponían a sus obras, aunque sí descalificó sus tradiciones humanas añadidas (véase Mc. 7 y Mt. 15). Finalmente, en Lucas 11:50-51 Jesús indica: Por lo tanto, a la gente de esta generación se le demandará la sangre de todos los profetas, que desde la fundación del mundo ha sido derramada, desde la sangre de

Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo. Sí, les aseguro que será demandada de esta generación. La expresión “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías” es significativa. Abel fue el primer mártir y Zacarías el último, y de acuerdo al orden oficial del Canon hebreo este iniciaba con Génesis y concluía con Crónicas, de modo que Cristo estaba indicando el principio y el final de la Escritura inspirada. Hay fuera de la Biblia evidencia histórica que confirma el uso reconocido del Canon del Antiguo Testamento como lo tenemos hoy. La triple división (Ley, profetas y Escritos, Salmos o Escrituras) se halla en el prólogo del libro apócrifo Eclesiástico (130 a. C.). También existe una referencia en la obra de Josefo titulada Contra Apion I y en el Talmud. En el Talmud babilónico hay una cita puntual al respecto: “Después de los últimos profetas Hageo, Zacarías y Malaquías el Espíritu Santo se apartó de Israel” (Sanedrín VII-VIII,24, citado por MacDowell, 1982). Melitón, obispo de Sardis, tiene la lista más tardía del Canon en 170 a.C. Y acerca del famoso concilio de Jamnia después de la caída de Jerusalén en el 70 d.C., al que muchos le atribuyen la decisión de darle canonicidad a los libros, se debe responder que lo único que hicieron fue confirmar la autoridad que ya tenían los libros, particularmente Proverbios, Eclesiastés, Cantar de Cantares y Ester, a los que algunos rabinos, informalmente quizás, les estaban restando autoridad por razones que finalmente no prevalecieron. De acuerdo con R.T. Beckwith (Nuevo Diccionario Bíblico, 1982, pp.208-213) el cierre del Canon se dio en tres etapas: la canonicidad de la Ley (Pentateuco) ya había quedado establecida sin ninguna controversia importante en el siglo V a.C., -o antes- en la época de Esdras y Nehemías. Las secciones de los Profetas y los Escritos se organizaron alrededor del 165 a.C., en medio del conflicto macabeo y la oposición de Antíoco.

V. De los apócrifos del Antiguo Testamento Apócrifo significa “escondido u oculto” y se le denomina así a ciertos libros desde el siglo IV d. C. según el pensamiento de Jerónimo. En primer lugar son libros que no reúnen los requisitos ya referidos en el apartado III.I. En segundo lugar, están llenos de anacronismos, históricos y geográficos, enseñaban doctrinas falsas y no guardan armonía con el resto de la Escritura sí reconocida como inspirada. Dentro de los apócrifos se hallan en general 1 y 2 Esdras, Tobías, Judith, Adiciones a Ester, La Sabiduría de Salomón, Eclesiástico o Sabiduría de Sirac, Baruc, Adiciones a Daniel, y 1 y 2 de Macabeos. Filón (20 a.C-40 d.C) no citó jamás los apócrifos como inspirados. Josefo los excluye del Antiguo Testamento, Jesús y sus apóstoles no los citaron ni una sola vez, los rabinos de Jamnia no los reconocieron, tampoco ningún concilio eclesiástico cristiano los tuvo por inspirados durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia del Nuevo Pacto. Orígenes, Cirilo de Jerusalén y Atanasio hablaron contra estos libros y Jerónimo rechazó los apócrifos como parte del Canon. Más tarde, Lutero y los reformadores los rechazaron también. Pero a pesar de estas resoluciones fue durante el Concilio romano de Trento (1546) que se les dio pleno reconocimiento canónico, en parte porque los apócrifos apoyaban algunas doctrinas extrabíblicas de la curia romana. En torno a la conveniencia de la lectura de los apócrifos hay diversas opiniones. El Sínodo de Laodicea en el 363 d.C., prohibió su lectura. Más tarde, en el 397 durante el Sínodo de Cártago en África, bajo la influencia de Agustín, incluyó diez libros apócrifos aunque atribuyéndoles menor inspiración. Desde luego, este Sínodo no fue vinculante para la Iglesia Universal. La opinión del pueblo reformado al respecto se puede hallar en la Confesión de fe de Westminster (1646) como sigue: Los libros comúnmente llamados Apócrifos, por no ser de inspiración divina, no forman parte del Canon de las Santas Escrituras, y por lo tanto no son de autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse sino de la misma manera que otros escritos humanos. (1.III). Esta conclusión de la Confesión significa que aquello que resulte de provecho en la lectura de estos libros debe apreciarse, con la salvedad de que no son escritos inspirados por mucho beneficio que se pudiera obtener de ellos.

VI. Del Canon del Nuevo Testamento

El Canon del Nuevo Testamento resultó de un proceso largo de alrededor de tres siglos. Existen al menos tres razones por las cuales la Iglesia tuvo que apurarse en determinar qué libros eran inspirados y cuáles no. En primer lugar, la peligrosa herejía de Marción (140 d.C.) amenazó con dejar fuera una importante cantidad de escritos inspirados; así también las iglesias orientales estaban usando libros espurios como autoritativos, y finalmente el terrible edicto de Dioclesiano (303 d.C.) en el que se condenaba la literatura cristiana a la destrucción llevó al pueblo de Dios a elegir cuidadosamente aquellos libros por los cuales podrían morir cualquier día, víctimas de la persecución imperial. La lista más antigua del Canon del Nuevo Testamento la ofrece Atanasio de Alejandría en el 367 d.C. la cual incluye los 27 libros que tenemos hoy en nuestras Biblias. Jerónimo y Agustín también ofrecieron listas idénticas en contenido. El Canon de Muratori (170-210 d.C.) sostiene que Roma ya aceptaba los cuatro evangelios, los Hechos, las 13 epístolas de Pablo (no incluye Hebreos), 1 y 2 de Juan, Judas y Apocalipsis de Juan y de Pedro, siendo este último referido como no aceptado por todas las iglesias. Policarpo y Clemente (115 d.C.) refieren a ambos testamentos como “las escrituras”. Justino Mártir (100-165 d.C.) registra en su Primera Apología que era la costumbre de la Iglesia el leer los escritos de los apóstoles y profetas, y designa también como escrituras - con la fórmula ”está escrito”- a los evangelios (Diálogo con Trifón). Irenéo (180 d.C.), discípulo de Policarpo, reconoce en sus escritos a los cuatro evangelios, los Hechos, Romanos, 1 y 2 de Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 de Tesalonicenses, 1 y 2 de Timoteo, Tito, 1 Pedro, 1 Juan y Apocalipsis. Es de relevancia el Sínodo de Hipona (393 d.C.) porque en el se reconoció la lista de 27 libros como los conocemos hoy, y fueron ratificados de nuevo en el Sínodo de Cártago cuatro años después. J. N. Birdsall (Nuevo Diccionario Bíblico, 1982, pp.213-219) indica que los primeros libros que circularon con libre aceptación fueron los evangelios, aunque en el caso de Juan tuvo que esperar hasta el siglo II para acabar con cierta oposición (Alogio y Gayo, entre otros). Hechos no aparece hasta después de la época de Irenéo (180 d.C.). El corpus

paulino gozó de amplia aceptación desde los inicios. Hebreos sufrió críticas que Orígenes (185-254 d.C.) hizo menguar al declarar que su autor anónimo se había apoyado en el pensamiento de Pablo. El corpus de las epístolas universales fue concretado a fines del siglo II. La lista de los 27 libros del Nuevo Testamento es la siguiente: 1. Mateo 2. Marcos 3. Lucas 4. Juan 5. Hechos 6. Romanos 7. 1 Corintios 8. 2 Corintios 9. Gálatas 10. Efesios 11. Filipenses 12. Colosenses 13. 1 Tesalonicenses 14. 2 Tesalonicenses 15. 1 Timoteo 16. 2 Timoteo 17. Tito 18. Filemón 19. Hebreos 20. Santiago 21. 1 Pedro 22. 2 Pedro 23. 1 Juan 24. 2 Juan 25. 3 Juan 26. Judas 27. Apocalipsis Existen otros libros que al igual que ocurre con los apócrifos del Antiguo Testamento no son parte de los libros inspirados. Entre ellos se puede citar la Epístola del pseudo Bernabé (70-79 d.C.), La Epístola a los Corintios (96 d.C.), Pastor de Hermas (115-140

d.C.), Didaché (100-120 d.C.), Apocalipsis de Pedro (150 d.C.), Epístola a los Laodicenses (s. IV) y las Siete epístolas de Ignacio (100 d.C.), entre otras.

VII. De la evidencia interna para determinar el Canon

En la discusión acerca del Canon los protestantes, en su defensa del principio Sola Scriptura, acuden al estudio de la evidencia interna que confirma la autoridad de los libros de la Biblia. Existen al menos dos tópicos que se abordan al respecto: la intracontextualidad y la intercontextualidad de los libros. La intracontextualidad se refiere al testimonio que de su autoría dan los mismos libros, hecho que puede ser implícito o explícito. Por ejemplo, los escritos de Moisés, David, Isaías y Jeremías, así como los redactados por los apóstoles y sus asociados (v. gr. Marcos y Lucas), por el solo hecho de provenir de dichas fuentes obtienen el estatus de autoritativos. La intercontextualidad se refiere al estudio de los enlaces y la coherencia que existe entre un libro y otro. En la Biblia, muchos libros fueron escritos con un conocimiento amplio de otros libros inspirados que los precedieron. Así es el caso de las denuncias proféticas de Isaías sobre Israel que tienen como precedente legislativo al Pentateuco. Tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamentos existe la aplicación de la intratextualidad y la intertextualidad. La intertextualidad del Antiguo Testamento puede ser documentada ampliamente analizando la historia de la redención (v. gr. 1 S. 12:6-12; 2 R.17;Nem. 9; Sal.78,105 y 106, y 135 y 136) y aplicaciones específicas (v. gr. Jos. 24.32 cfr. Gén.33.19;50.25). Un ejemplo apropiado está en ver las relaciones entre 2 Cró. 6:41-42, Sal.132:6-10 y 2 S. 6:12-23. En el Nuevo Testamento también se halla dicha armonía interna. En torno a la intratextualidad se pueden distinguir entre cuatro corpus: el corpus lucano (Lucas y Hechos), el corpus paulino (De Romanos a Filemón), el corpus petrino (1 y 2 de Pedro) y el corpus juanino (Juan, 1,2 y 3 de Juan, y Apocalipsis). Todos los libros del Nuevo Testamento tienen un hilo teológico común. Como lo indica Steve Hays (2011) la cristología de Juan está reflejada en el sermón de Esteban en Hechos 7:44-50, la tipología de Hebreos y los temas de Apocalipsis (7:15;21:3,10-11,22-23). También se pueden encontrar asociados comunes como Marcos que era común a Pablo y Pedro, y Timoteo era común a Pablo y al autor de Hebreos (asumiendo aquí que el

apóstol no era su autor). A su vez Lucas fue íntimo de Pablo, Marcos, Felipe y Santiago, y así con otros casos. La información que tenían estaba fresca y de primera mano, de manera que la fidelidad de lo escrito puede darse por sentada. Por último, los escritores del Nuevo Testamento participaron de fuentes comunes. Se cree en general que los evangelios sinópticos son obras literarias interdependientes. Aunque debatido también se puede decir lo mismo de los escritos de Pedro y Judas. El hecho de que muchos de estos hombres fueran miembros de la Iglesia en Jerusalén hizo posible que la membresía uniera aún más sus vidas y testimonios acerca de Cristo. Sobre la intertextualidad el Nuevo Testamento tiene varias interconexiones. Un ejemplo clásico se halla entre Mateo 5:34-37 y Santiago 5.12. Del mismo modo entre Santiago y 1 Pedro (v. gr. Stg. 1:2-4;10-11,14;4:6-10; 1 P. 1:6-7,23-24;5:5-6). La coherencia de la santa revelación es indudable. Esto no significa que la confirmación externa no sea necesaria, pero sí implica que el principio de Sola Scriptura es respetado cuando se atiende al testimonio interno bíblico.

VIII. Del consenso reformado sobre el Canon y la posición romana

La Confesión de fe de Westminster (1647) en su apartado 1.II enlista los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos tal y como los tenemos en nuestras Biblias modernas (protestantes). Después de ello se lee: Todos estos fueron dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y de conducta. Del mismo modo la Confesión Belga (1561) en su artículo 4 refiriendo el mismo listado indica: Tenemos las Sagradas Escrituras en dos libros: el Antiguo y el Nuevo Testamento, y los llamamos libros Canónicos porque contra ellos no hay nada que objetar. Conviene ahondar un poco más en lo dicho sobre la autoridad de la Biblia según Roma. Mientras la tradición reformada afirma que la Biblia da testimonio de su propia autenticidad y autoridad, el romanismo niega que la evidencia interna tenga algún valor. Mientras la reforma protestante se adhiere al principio de que solo la Biblia es la fuente de autoridad para la Iglesia, Roma insiste en que solo la Iglesia es la fuente de autoridad para determinar qué es la Biblia. Sin el magisterio de la Iglesia -clama Roma- la Biblia solo sería una colección arbitraria de libros. En esta misma línea de pensamiento se halla Bart Erhman quien afirma que el Canon es resultado del poder político eclesiástico. Ni qué decir de las conclusiones fantásticas de la Crítica de las Formas. R.C. Sproul (1995) escribió: Podemos decir que de acuerdo con Roma nosotros tenemos una Biblia infalible cuya extensión es infaliblemente decretada por la Iglesia. El cristiano individual es dejado en su propia falibilidad mientras busca comprender la Biblia infalible tal y como es interpretada por la Iglesia infalible… ...Para el protestante clásico, si bien es verdad que el individuo tiene el derecho de interpretar privadamente la Biblia, es claramente conocido que el individuo puede

malinterpretarla. Él tiene la habilidad para malinterpretar la Biblia pero jamás tiene el derecho de hacerlo. Esto significa que, con el derecho a la interpretación privada viene la responsabilidad de interpretarla correctamente. Nosotros nunca hemos tenido el derecho de distorsionar la enseñanza de la Biblia (p. 68). La conclusión entonces es aquella a la que arribó también Calvino: la Iglesia no ha creado la Biblia sino que la ha recibido. Su autoridad proviene de Dios.

Conclusión El tema del Canon bíblico es apasionante de principio a fin. Muestra la soberana mano de Dios actuando en el cumplimiento exacto de los tiempos que él ha ordenado de antemano que lleguen a este mundo. La historia de la redención registrada en las páginas de la Biblia, sin error alguno, nos ofrece las seguridades de que sabemos quién es Dios y quiénes somos nosotros. ¿Pero cómo podríamos saber qué pide el Señor de nosotros si no tuviéramos la Biblia? Hay varias respuestas a esta interrogante. Entre ellas está la vieja herejía gnóstica, hecha popular hoy por la Nueva Era, que clama la autoiluminación y la supuesta capacidad del hombre para que una vez que ha hallado dentro de sí mismo la verdad pueda transmitir a otros su consejo. También está el clamor posmoderno nihilista de que no hay en ningún lado algún libro, pensamiento, meditación o cosa alguna que pueda ofrecernos respuestas seguras a la existencia humana. Debemos habituarnos a la desesperanza y el hastío. Pero a Dios le agradó dejarnos la regla, el Canon, la medida exacta de verdad en un libro para que jamás dudáramos de su bondad y misericordia. Como Pedro escribiera: Además, contamos con la muy confiable palabra profética, a la cual ustedes hacen bien en atender, que es como una antorcha que alumbra en la oscuridad, hasta que aclare el día y el lucero de la mañana salga en el corazón de ustedes (2 P. 1.19). El apóstol sabía del poder del testimonio divino, y si la tradición oral ya era segura cuanto más demostró serlo con el paso de los siglos el registro escrito de hechos tan maravillosos como los bíblicos. Un estudio de esta naturaleza solo nos dará mayor convicción del amor que Dios nos tiene y del honor que nos viste al tomar su Palabra y llevarla a todo lugar, proclamándola con pasión y fidelidad (Hch. 4.31).

Bibliografía

Confesión de fe de Westminster y Catecismo Menor (1999) 2da. Ed. Edit. CLIE. Barcelona. 308 pp. Kistler, D. Editor general. Varios autores. (1995) Sola Scriptura. The protestant position on the Bible. Edit. Soli Deo Gloria. Morgan. 280 pp. McDowell, J. (1982) Evidencia que exige un veredicto. Edit. Vida. Florida. 381 pp. Nuevo Diccionario Bíblico (1991) 1era. Ed. Edit. Certeza. Colombia. 1479 pp. Reina Valera Contemporánea. Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, 2011. Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602). Otras revisiones: 1862, 1909, 1960 y 1995.

Fuentes en Internet y libros digitales: Hays, S. (2011) God’s Canon. Versión Kindle. The Belgic Confession of Faith (1561). Monergism Books. Versión Kindle. http://www.conocereislaverdad.org consultado el 13 de julio de 2014.

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