Relatos Breves Hno. Juan Marrero o.h. 25 Marzo de 2011

Relatos Breves Hno. Juan Marrero o.h. 25 Marzo de 2011 2 3 ÍNDICE: EN LOS TRES ARROYOS .........................................................

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Relatos Breves

Hno. Juan Marrero o.h. 25 Marzo de 2011

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ÍNDICE: EN LOS TRES ARROYOS ........................................................... 4 TESTIGO VERAZ DE UN SUEÑO ............................................. 6 VISITA A UNA CANTERA ROMANA.......................................... 8 EN TERRENOS DE CULTIVO ...................................................10 LUGAR INTERESANTE (I).........................................................12 LUGAR INTERESANTE (II) .......................................................14 LUGAR INTERESANTE (III) ......................................................16 VIVENCIA EN EL CARIBE.........................................................18 PERIPLO INESPERADO............................................................20 HERMOSO JARDIN....................................................................22 CEREMONIA DE PROFESIÓN .................................................24 HUERTO Y VIVERO ...................................................................26 PASEO HASTA EL ALTILLO (I) .................................................28 PASEO HASTA EL ALTILLO (II) ................................................30 CALAFATEAR LA BARCA ..........................................................32 EL CASTILLO MIRAMAR...........................................................34 NUEVO PUENTE........................................................................36 CIUDAD HISTÓRICA.................................................................38 FIESTA EN EL PUEBLO ............................................................40 PASEO A LA ERMITA .................................................................42

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EN LOS TRES ARROYOS Cuando amaneció era un día deslumbrante de primavera con un cielo totalmente límpido de nubes: se distinguían algunas bandadas de aves migratorias en lontananza y el sol surgía del horizonte marino como un hermoso y resplandeciente disco aurífero. Hacía varias semanas que habían cesado las últimas lluvias del invierno y el anticipado canto de los ruiseñores, currucas, capirotes, pinzones, mirlos, alondras y otros pájaros, aludían, como premonición, al disfrute de una jornada placentera. En el momento concertado, sin minutos prolongados de espera, llegó el amigo y confidente Fernando con su auto de suspensión alta, bien equipado de muelles y amortiguador, preparado para soportar los traqueteos y movimientos imprevistos al pasar por carreteras rústicas y barranqueras. Era necesario cargar un buen avituallamiento debido a lo incierto de la hora del regreso, pero en breve tiempo se consiguió todo lo necesario y, una vez hecha la revisión obligada, se partía hacia la hacienda agreste, ya predeterminada desde días anteriores. Transcurrido algún tiempo conduciendo por carriles montañosos y atravesando pequeños valles, apareció por sorpresa un impresionante y gigantesco árbol que al verlo de cerca se comprobó que era un acebuche selvático. Luego, continuando adelante y pasando sobre el puente de un arroyo, se decidió parar unos minutos y bajar por una ladera pendiente hasta el mismo tronco. Viéndolo de cerca era sorprendente, igual que sus ramas, debajo de ellas, una gran cantidad de frutos marchitos dispersos sobre la tierra enlodada, y algunos bártulos propios de transeúntes insólitos. Una vez satisfecha la curiosidad, se continuó por senderos rústicos poco frecuentados, entre tierras de secano, cultivadas con mieses y árboles frutales. Muchas de sus huertas tenían vallas protectoras de alambres puntiagudos o espinosas chumberas carentes de fruto. Al pasar junto a unas ruinas caseras, habitadas solo por palomas salvajes, se veía un escrito deteriorado que decía: “Este lugar perteneció a una abadía de monjes contemplativos hoy desaparecidos de Occidente”.

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Avanzando por el mismo camino rural, flanqueado a veces por zarzas y cactus espinosos, se encuentran hermosas huertas de pastizales, donde pastaban animales vacunos de la raza “retinto”, caracterizada por astas largas y puntiagudas, además de su altura y anchura en los cuartos delanteros y traseros, cuya crianza está indicada especialmente para el consumo doméstico. Existen otros cultivos de olivos y gran variedad de higueras blancas, negras, mulatas, cotas, herreñas y bicariñas. Al atravesar uno de los caminos reales, llama la atención ver junto a unas casas rurales equipadas con maquinaria agrícola, grandes envoltorios de alambres puntiagudos que al parecer evitaban y prohibían el paso a todas las personas por las vías públicas y que fueron retirados por mandato de la autoridad competente. Poco más adelante se llega a la hacienda deseada. Es hora de parar, bajar del transporte y ver la amplitud del horizonte que nos rodea; luego visitar unas casas terreras que solo contienen pacas de paja seca y seguir caminando hasta el pináculo del monte pasando entre múltiples arbustos. Es un deleite ver y oler las flores de las jaras, los romeros silvestres, algunas cornicabras, almendros amargos, peralillos, esporádicas encinas junto a los arroyos de las que cuelgan parras silvestres, las muy notorias lavándulas florecidas y los siempre abundantes tomillos y manzanillas. En lo alto de la cima, se han repuesto energías y efectuado una pausa en el tiempo contemplando la infinitud de la belleza de cadenas montañosas cubiertas de pinos, los vuelos de aves rapaces, el graznido de las tórtolas morunas y las carreras de jóvenes liebres. Todo un conjunto inigualable de atractivo y hermosura que invitaba a abrir los brazos y dar gracias al Creador y a los amigos sinceros.

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TESTIMONIO VERAZ DE UN SUEÑO Nuxa se consideraba un hombre afortunado y feliz, creía que todo lo bueno siempre estaba de su parte, aseguraba carecer de enemistades y sentía verdadera satisfacción en compartir su tiempo y experiencias sirviendo a las personas cercanas; pero la realidad de su vida se conoció después, narrada por uno de sus amigos más íntimos, que estaba al corriente de su evolución desde la infancia, por ser uno de los vecinos más próximos, que no tuvo reparo en sacar a la luz sus momentos más entrañables que diferían mucho del modo como él los expresaba. Nacido en una familia numerosa, de seis hermanos entre los que dos eran niñas, de padres creyentes, poseedores de bienes necesarios para la vida, sin despilfarros ni jactancia, fue el último de todos ellos. Y siguiendo como hilo conductor las narraciones de su compañero inseparable, se intentará aquí, ir desgranando algunas de sus vivencias más notables. Sus recuerdos iniciales se remontan a los primeros años de su infancia cuando la madre lo colmaba de cariño y ternura lactándolo sentado en su regazo, ella pretendía después que aprendiese a signarse y santiguarse haciendo la señal de la cruz sobre su frente, sus labios y el corazón, cogiéndolo de su minúscula mano derecha; luego le enseño las primeras oraciones y dar las gracias cuando sus tíos y padrinos le ofrecían pequeños regalos. Cuando apenas contaba dos años de edad, comenzó su asistencia a la escuela pública y su maestro refería que era un niño muy aplicado, alguien de su grupo le dijo que había aprendido a leer muy bien, sin embargo él lo que recordaba, descontento, era como sentado en el pupitre y jugando con una pluma metálica se la había clavado en la palma de la mano izquierda y otra vez que curioseaba y sacaba del orificio de la mesa, uno de los tinteros esmaltados, lleno de tinta que se derramó encima de sus manos manchando la ropa, creyendo que los hechos merecían un fuerte castigo; pero el buen maestro, solo lo reprendió sin imponerle sanción . Nuxa sentía particular apego y conservaba como grandes tesoros de infancia las estampas de las vírgenes que algunos familiares le regalaban, tenía un rincón en el comedor de su casa donde las

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colocaba pegándolas a la pared, pero su enfado fue colosal cuando el padre, un hombre autoritario y rígido, un día le dijo “que aquello se parecía a un altar de chinos”. El berrinche le duró tiempo, hasta que una admirable jornada, llegando el mes de mayo, el maestro colocó en la pared de la escuela una repisa de madera, por encima de su silla, con otra imagen de la virgen inmaculada de Murillo y al terminar su tarea rezaba a diario con los discípulos una bella oración. Por aquel entonces se celebraba en la comarca, el quinto centenario de la aparición de su Patrona y con grandes devociones y fiestas la trasladaban de una a otra de las parroquias. Nuxa, acompañado por su hermana mayor, fue también a visitarla, como era pequeño apenas la pudo distinguir de la titular de la parroquia y al volver más adelante a verla confundió a ambas. Largo tiempo después, estaba en diálogo con su hermana mayor y de forma inesperada, le recordó lo sucedido antaño; entonces él también asoció los detalles y advirtió el error y la diferencia. Los años transcurrieron, Nuxa ya en su juventud comenzó los estudios superiores y de nuevo en la capilla del colegio mayor se encontró con una imagen de una notoria virgen, ya conocida por él al verla anteriormente en la fachada de algún edificio religioso, en alguna iglesia o en un monumento público. Uno de los profesores de religión, hablaba en sus clases de la virgen María, sus prerrogativas y clase de culto. Todo ello contribuyó de forma notable a confundirlo aún más, no sabiendo distinguir ni identificar a cual de las imágenes debía dispensar la devoción. Como era su costumbre, estudiaba hasta avanzadas horas de la noche, una de ellas, poco después de dormirse, le quedó claro a que imagen profesaría su devoción, ya que tuvo un sueño premonitor, en el que vio a la Virgen Milagrosa indicándole el lugar donde podría verla; pero al despertarse prescindió de acudir a la invitación, decía más tarde que recordaba nítidamente el lugar que le indicó, desde entonces desaparecieron las dudas de su fe y se beneficiaba de aquella visión. No volví a saber más de la vida de Nuxa hasta reencontrarme, de modo casual, con su amigo de infancia, quien me dijo que, al terminar los estudios, se afilió a un centro caritativo.

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VISITA A UNA CANTERA ROMANA En el momento de llegar al autobús de línea, que me transportaría hasta mi destino, fue cuando me cerciore del lugar frío al que me dirigía, ya que pude ver en su interior a los partícipes de viaje que me acompañarían hasta el término. Eran personas de casi todas las edades, pocos niños, predominio de adultos, algunos rayando la ancianidad que masticaban en su abultado moflete una sustancia verdosa, que inhibía el apetito y la sed según respondieron al preguntarle. Todos iban bien equipados con escarpines, chaquetones, pasamontañas, gorros, bufandas, guantes y algunas mantas. Entonces, al ver todo aquel bagaje, me sentí desprotegido por algún momento pero reaccioné bien y a tiempo, pensando que en mi mochila poseía las viandas suficientes para que mi organismo entrara pronto en calor, debido a la abundancia de calorías que contenían mis selectos alimentos. Durante la primera parte del recorrido por carreteras arenosas y polvorientas, la visión panorámica era amplia, en la inmensa lejanía se divisaban cadenas de montañas en las que apenas crecían raros árboles, algunos picachos aún mantenían la nieve estacional y el suelo restante parecía cubierto por gramillos secos, torviscas y abundantes ramas de hinojos granados de colores amarillentos, entre ellos pastaban algunos minúsculos rebaños de cabras monteses. Los caminos que nos conducían por los pueblos y aldeas estaban semidesiertos, había escaso intercambio de pasajeros en las estaciones y una parada obligatoria se producía en todas ellas en las que pocos viajeros bajaban para tomar “un tinto” (nombre que dan a un tipo de café espeso y fuerte), con largos espacios de tiempo de espera hasta proseguir. Los pasajeros recién incorporados en el momento de la entrada, dirigían la mirada a todas las partes y saludaban a los conocidos, luego sonreían con blanquecinos dientes, a los restantes. En la medida que nos acercábamos a los diferentes distritos se oía la voz potente del conductor que cantaba el nombre correspondiente al lugar, de modo que su voz pregonaba: San Diego, Santa Mónica, San Fernando, San Miguel etc. dando así la impresión que entonaba una letanía pausada e interminable de todos los santos.

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Después de unas horas de travesía en el transporte común, se llegó a la meta del recorrido, la señal horizontal del stop era la única que se ha podido ver, por tanto bajar era obligatorio, pronto recojo mis pertenencias y con ligero saludo de manos e inclinación de cabeza me despido de los acompañantes. Saqué del bolsillo un plano del lugar, me situé con facilidad y seguí caminando al lugar que deseaba visitar, circundando el caserío por la parte del poniente, encontrando en breve tiempo una flecha de indicación que me orientaba hacia mi anhelado descubrimiento, acelero el paso, el corazón me late fuerte por la emoción que siento hasta ver cercana las jambas inacabadas de la gran puerta marmórea que permite el paso a la cantera. Lanzo un guiño al sol y veo la hora que marca mi reloj, pienso que todavía puedo disfrutar de largo tiempo. Ahora camino despacio, no quiero perderme nada de lo que tengo ante mi vista, miro hacia el frente, luego a ambos lados, fijo la vista en la enorme caverna de pura roca, escavada en la montaña, miro de nuevo al suelo pensando en la posibilidad de encontrar algún resto arqueológico, o esperar que me sonría la suerte y localice alguna moneda romana, es una vana ilusión. Ante mi están las monumentales basas de columnas inacabadas, igual que los grandiosos fustes y asombrosos capiteles, se me hace difícil observar tanta magnificencia, me siento pequeño y mezquino imaginando la amplitud de mente e inteligencia de aquellos extraordinarios ingenieros y maestros artesanos, pausadamente sigo hacia dentro y me atemoriza un ruido inoportuno, veo súbito sobrevolar un ave ignota de plumas blancas y largo pico, me tranquilizo y continuo mi visita al detalle, sigo intrigado, me es difícil aceptar aquel abandono total, pensando como acabó todo aquel despliegue de hombres y medios me parece inaceptable. Llegando al fondo regreso y observo entre los terrenos caídos desde los altos bordes montañosos algo que me llama la atención, parece un fósil marino, es una especie de concha, recuerdo el nombre, “terebrátula” que pertenece a las eras primarias de la formación de la tierra. Me siento inesperadamente feliz y recompensado por el hallazgo repentino, ¡Que hermosa experiencia!. Decidí que mi regreso fuera por la vía marítima; más corta, libre y entretenida.

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EN TERRENOS DE CULTIVO Mi afición por la agricultura comenzó el día que unos apreciados amigos me invitaron a visitar sus considerables fincas de terrenos ecológicos de regadío. En diversos encuentros, durante nuestras charlas y conversaciones familiares, surgía la idea de compartir una andadura campestre, que por motivos diversos nunca se había realizado. La distancia cercana al lugar, yendo a pie desde la ciudad y mis deseos de caminar, me sirvieron de consejo y estímulo para realizar el recorrido con rapidez, al mismo tiempo que me servía de entrenamiento para las restantes secuencias del largo paseo. Al llegar hasta el portón opaco, de maderas altas y con llamador, era imprescindible tañer fuerte varias veces, sentí como se acercaban los perros ladrando ferozmente, ladridos que se calmaron al oír la voz de sus dueños. Pronto se abrió una de las hojas laterales del portón y allí detrás apareció mi anfitrión sonriente, que me saludaba y concedía el ingreso en su propiedad. Sin necesidad de reglas fastuosas, vamos hacia la alquería o casa de labor donde están casi todos los aparejos necesarios para realizar las duras faenas del campo, observo que están bien dispuestos y clasificados, valoro la exquisitez del lugar que ocupan, y noto que hay una persona responsable, encargada de ceder y recibir diariamente de los obreros todas las herramientas que necesiten, ya que las trabajos se realizan de forma tradicional, porque los productos cosechados de signo ecológico tienen gran reputación entre múltiples y rutinarios consumidores. Es el momento de visitar el espacio holgado y tranquilo donde se reciben y clasifican a diario todos los frutos y cosechas recogidas directamente de los huertos, con el fin de llevarlas con rapidez a los correspondientes destinos. La leche del ganado vacuno caprino y ovino es recogida en un recinto aparte con profundo nivel de higiene, luego se coloca en recipientes de cristal para distribuirla a los establecimientos del consumo, además se realiza una buena producción de quesos y sus derivados, de alta calidad. Se deduce, que las aves de corral, están bien cuidadas y alimentadas porque llegando a un departamento contiguo, donde se clasifican y lavan los huevos,

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llama la atención el tamaño y la variedad de los mismos. Desde este lugar se puede oír el gruñido de los porcinos que andan sueltos en un recinto boscoso. Apenas un par de caballos relinchotes están pastando amarrados junto a sus pesebres, me dice mi amigo, que son montados cuando necesita hacer alguna correría ligera urgente por sus campos de pastos o en las vaguadas. Todavía quedan por visitar los establos y las gañanías donde varias decenas de personas trabajan en la distribución de los piensos para alimentación del ganado, el control sanitario de todos los animales, recogida de las excreciones de los establos y hacinamiento de las mismas que en el tiempo oportuno, servirán para ser esparcidas y abonar los campos de cosechas. En las trojes se conservan los cereales de diversas clases, todos bien envasados, son las semillas, para la siembra de los campos, durante los tiempos de las próximas lluvias. En último lugar ha dejado la visita a la bodega, donde en perfecto orden se encuentra colocados los toneles y las viejas barricas de roble americano, puedo leer en el fondo de algunas, los nombres firmados de ilustres personajes que las han visitado y se han deleitado tomando sus sabrosos caldos. Le acompaño con un breve paseíllo y haciendo una pausa delante de cada una de ellas, me explica el año de la cosecha, el lugar de procedencia de las uvas, los barriles de mosto que obtuvieron premios, las ofertas que hacían por cada litro de vino y los tipos de sabores que más se demandaban. Terminada la exposición, veo que echa mano al manojo de llaves y cierra cautelosamente la puerta, diciéndome que “este es un lugar privilegiado”. Todavía, y como conclusión me lleva a los salones donde están bien guardadas y clasificadas las diferentes semillas de papas. Me recuerda un poco la historia de la llegada de estos tubérculos a nuestras tierras. Sabía que son originarias de un país andino: el Perú, conocidas desde hace casi siete mil años por los aborígenes del lugar; me dice el nombre de algunas que más le gustan y las diversas formas de prepararlas. Finalicé con un tanto de cansancio y agradecido. Nos saludamos y nos veremos en otra ocasión.

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LUGAR INTERESANTE (I) Se encuentra situado cerca de la Ciudad de los Olivos, en la zona del poniente occidental, siguiendo las carreteras comarcales que se dirigen hacia las cumbres montañosas de los altos cerros. Se puede llegar de manera fácil y entretenerse allí es intrigante, está bien comunicado hasta la misma cancela. Una vez se entra el es necesario identificarse en la taquilla de admisión y dar respuesta a breves y sencillas preguntas. Poco después, unido al pequeño grupo de otros curiosos y visitantes, guiados por personal técnico competente, comienza la aventura, bien sentados en un equipado y seguro medio de transporte. Es importante recordar que los medios fotográficos y visuales son aquí muy convenientes, lo mismo que llevar una cofia o sombrero, si la visita se hace en los meses estivales. Por un estrecho y sinuoso camino, rodeado de árboles centenarios y después de avanzar varios cientos de metros se llega a la gran explanada situada delante de la fachada principal de la gran mansión medieval, se baja del vehículo para admirar y luego visitar la impresionante casona. Los diseños de los jardines son insólitos, están formados por cipreses bien moldeados y perfumados arrayanes; los macizos y parterres de las plantas ornamentales son optativos que se cambian según las diferentes estaciones del año ofreciendo este día un variado y relumbrante colorido. En el centro de ellos se admira un bellísimo templete romano compuesto por preciosos mármoles de colores, luego remontando unos escalones de piedra calcárea y rojiza se aprecia en plenitud el resto de todo el conjunto. Contemplar el frontispicio principal es algo inaudito, en la parte superior están colocadas junto a los aleros, unas rimbombantes gárgolas que asemejan cuellos y cabezas desnudas de dragones orientales con bocas dentadas y lenguas bífidas, el ciclópeo balcón central surtido de maderas nobles como la caoba y el ébano, recuerdan el esplendor de tiempos pasados, cuando esta ciudad y villa se podía permitir el lujo de importar esa clase de maderas Las ventanas adyacentes son del mismo estilo y parecida hechura. Entre cada una de ellas se enclavan escudos y blasones de la más alta nobleza y burguesía. Las puertas de la planta baja están hechas con paños gruesos de madera

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que asemejan mosaicos del estilo mudéjar. Tanto las jambas como los dinteles recubiertos de madera, presentan gruesos salientes a diferentes niveles y se apoyan sobre quicios metálicos giratorios. En el paño central emerge un pulsador de bronce reluciente en forma de mano que agarra una bola. Entre las puertas se halla un enorme ventanal con cristales biselados y debajo del mismo, en la parte inferior externa, se sitúan algunos bancos de piedra basáltica. Separada por un pasillo empedrado, en el lateral izquierdo, se ubica la hermosa capilla de estilo renacentista, con gran puerta central de pañería y ventanales laterales sobre los que aparecen adornos en forma de conchas, genuina expresión de la renovación arquitectónica. Corona la fachada una forma triangular, incorporando una espadaña con su campana y una cruz de forja. En los patios empedrados, emergen varias columnas de piedra ambarina, de estilo ibérico, (nunca estarían aquí si no hubieran sido trasladadas desde otro lugar.) Al transitar a los interiores me estremezco imaginando lo que pueda ver, comenzando por la sala principal, espaciosa, de forma rectangular Miro al techo observando detenidamente el colorido de las pinturas pompeyanas y las imágenes que contiene, son grandes jarrones floridos en cada uno de los cuatro ángulos, en las zonas del centro juguetean revoloteando jóvenes ninfas, con guirnaldas y coronas de flores, en un cielo luminoso de primavera. Gran parte del suelo está cubierto por alfombras lujosas orientales, dejando al descubierto espacios donde los mármoles preciados componen dibujos apocalípticos. Admiro los entrepaños de los que cuelgan pinturas al óleo de los grandes maestros venetos y florentinos. Los encajes de Flandes bordean las cortinas de terciopelo rojo de las puertas y ventanas. Muebles de cedro, ébano y marfiles conforman la riqueza del salón. La gran mesa-comedor central habilitada para doce comensales, tiene un mantel de organdí blanco y vajilla de porcelana de Sévres con cubiertos de plata dorada. Es fabulosa.

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LUGAR INTERESANTE (II) Al llegar al fondo del salón, una puerta central permite el acceso a un espacio acomodado con sillas en forma de x llamadas Savonarola en honor del fraile dominico que las uso por primera vez. A la derecha está el ingreso principal, a la izquierda la escalera que comunica con la planta principal y un pasillo de servicio para el personal de cocina, y enfrente la entrada a las salas de esperas muy acogedoras, la primera es de estilo barroco en la que los confortables butacones están recubiertos por tejidos damasquinados de colores etéreos, en cada uno de los rincones existen tibores chinos originales colocados sobre pedestales cerámicos, en los laterales vitrinas antiguas conteniendo en las estanterías recuerdos artísticos de diferentes materiales preciados. De las paredes cuelgan cuadros pintados de pasajes bíblicos con temas clásicos, se sujeta en el techo una fastuosa lámpara de cristal de roca, sobre el suelo marmóreo y debajo de la mesita rectangular está colocada una alfombra turquesa y en las ventanas, cortinas plisadas de seda. Al otro lado hay un recibidor de estilo rococó, con sillones de respaldo alto y reposabrazos de madera acolchada, en las cuatro esquinas, grandes jarrones de cerámica con pedestales altos, hacia un lado se observa un bonito bargueño de marquetería fina sobre el que aparecen figurillas de marfil y alabastro, en las paredes se ven cuadros pintados por impresionistas famosos, una cortina de tul cubre la encimera y laterales del ventanal, del techo pende una lámpara de brazos abiertos hecha con material de plata cincelada, el suelo está cubierto por mármoles diversos, seleccionados con exquisito gusto, una pequeña mesa redonda colocada sobre una alfombra de alpaca de la misma hechura, completan el ajuar. Se retrocede para subir por la escalera donde el inigualable colorido de las maderas se alterna, llegamos al piso alto, donde está el corredor, situado en la parte norte del edificio, allí los adornos y apliques están colocados con buen gusto, la primera puerta de la izquierda corresponde a la alcoba señorial: La cama es de hierro forjado con adornos de bronce haciendo juego con ambas mesitas, en la parte alta un gran mosquitero cubre toda la pieza superior, sobre la cabecera un bello aplique de forja disimula la

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luminaria, está cubierta por una exquisita colcha bordada y unos almohadones recubiertos con fundas del mismo estilo, las paredes muestran fotos ampliadas de ilustres personajes antepasados y sobre una consola, cubierta de mármol blanco con paño bordado en oro, hay una miniatura de los dueños de la casa; un arcón de madera repujada, un ropero con esquineros metálicos, una cómoda y un par de sillas con cojines, componen todo el módulo. Las tres habitaciones restantes son menos suntuosas, equipadas con muebles clásicos, cortinas de Holanda y luz natural. Todos los suelos son de madera y los interruptores de las luces rotativos. Los baños y servicios higiénicos, bien equipados, se ubican en último lugar, con un placentero ambiente de tiempos pasados. Orientada a la derecha está la escalera de bajada, dentro de un espacio bien iluminado, construida con losetas y bloques de granito gris, con varios descansillos en el recorrido. Entre árboles ornamentales y macetones de plantas floridas, avanzamos hacia la puerta de entrada a la ermita, es un deleite admirar la gran puerta del poniente y la decoración de la fachada posterior, después abriendo una hoja central de la puerta se adentra en el espacioso atrio, con algunas lápidas escritas en latín indicando a quienes pertenecen los restos sepultados y esperan la resurrección de los justos, para entrar en la vida definitiva de la eternidad. Desde aquí se valora la amplitud de la hermosa nave eclesial y en último término está el retablo mayor, construido con madera tallada y dorada, cuya imagen titular es la virgen de la Merced, colocada en la hornacina central, flanqueada al lado derecho por el arcángel Rafael y al izquierdo, por San Juan Bautista. Entre las imágenes sobresalen cuatro columnas verticales de estilo jónico y en la parte superior, dentro de una pequeña hornacina una imagen de Cristo crucificado. El altar es un bloque de mármol negro, los bancos de madera de pino y los ventanales de cristales policromados. Todavía queda por ver: el riachuelo, el monasterio semiderruido, las ruinas caseras de un ilustre literato, el baño romano, la cabaña, la pedrera relegada y otros lugares sorprendentes.

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LUGAR INTERESANTE (III) Apenas salir del recinto religioso, caminamos hacia una pérgola redonda cercana, cuyos pilares los sostienen cuatro estatuas estilizadas de mármol blanco de Carrara que representan alegorías de las estaciones del año, cubren el entramado jazmines y madreselvas en pleno florecimiento que con sus aromas relajantes, nos permiten hacer comentarios muy positivos de lo que hemos visto, sentados cómodamente. Nos viene al encuentro el amo del mayorazgo que nos ofrece un impensado agasajo y expresa el deseo de acompañarnos. Es un antiguo amigo y conocido de alguno de los presentes, tiene fama de ser bonachón y persona culta, aceptamos su participación. Subimos al medio de transporte ya descrito para dirigirnos hacia la parte septentrional de la amplia propiedad, recordando que son unas mil hectáreas de terreno, de las que visitaremos solo los espacios más interesantes, siguiendo por caminos rurales, sinuosos y estrechos, podemos visualizar la gran variedad de arboleda: alcornoques, brezos, madroños, laureles, pinsapos, viñátigos y otros; nos llevan a los baños romanos de Popea, conforme nos acercamos, sentimos la humedad del lugar y descendiendo, nos impresionan los chorros de agua que bajan suavemente desde la cima de la montaña, por entre helechos, hongos, algas, berros y otras hierbas que tienen predilección por los terrenos húmedos, no es extraño el croar de las ranas y oír el canto de algún mirlo acuático. En la parte baja, el agua se empoza formando un gran charco, circundado por tierras amarillentas de albero que en tiempos de estío invitan a disfrutar de un baño placentero. El dueño que sabe de mis tendencias por la arqueología, me insinúa libertad para buscar restos arqueológicos, que de inmediato hice, muy pronto apareció entre los terrenos despejados, una punta de piedra que acercándome, constato que era de mármol, agarrándola con mis manos tiro de ella con fuerza, tiene tamaño de una loseta mediana, con un orificio irregular en el centro, me acerco a lavarla, y veo resplandecer mejor mi tesoro. El señor me dice que ha debido estar en un sitio donde le ha caído agua encima durante muchos años y me felicita por ser afortunado.

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Estamos de acuerdo en marchar a otra zona, nos dirigimos al eremitorio semiderruido, haciendo un largo rodeo, pasando entre claros sembrados de pinares, algarrobos y monte bajo. En el cielo se divisan siluetas de grullas, cigüeñas y aves zancudas, a lo lejos vemos además corriendo algunos rebaños de corsos y rebecos, decidimos parar unos momentos y contemplar mejor, esa inusual visión, descendimos poco después por un camino difícil, inclinado y pendiente, es necesario conducir despacio, nos comentan que llegaremos pronto. Nos sentimos todavía con buen ánimo y dispuestos para afrontar cualquier desafío, observamos con atención lo que vemos en derredor, y de imprevisto junto a nosotros, salta una cierva con su delicado cervatillo que regocija al grupo, nos acercamos a unos alcores que pronto dejamos atrás, y casi de inmediato llegamos al cenobio. El señor nos dice, antes de pasar, que no nos sorprenda lo que veamos en el interior pues tenía noticias que personas indeseables estaban viniendo en horas nocturnas y celebraban ritos maléficos, la noticia la recibimos con recelo; pero a través de una de las arcadas hechas con ladrillos de estilo árabe no adentramos sin temor. Era una construcción cuadrangular en forma de rectángulo de doble arquería y en el centro del gran patio en plano inferior, existe una amplia galería que según comentario del guía se usaba como mazmorra para castigo de los delincuentes, con mucho cuidado nos acercamos hasta el borde, para verla, allí arrojaban desperdicios y contenía un poco de agua, motivo por el que cambié de pensar y supuse que era una aljibe para uso y consumo de los moradores, dentro de un nicho estaba un cabo de vela semiconsumido, presunto testigo de lo que el dueño dijo y, luego añadió que “tenía fotocopia de un documento afirmando que estas ruinas pertenecían al siglo XIV”, lo que me indujo a pedirle un ladrillo y una teja de los mejores conservados a lo que accedió con gusto. Mirando a todas partes no advertimos otros restos importantes. De regreso pasamos al lado de una choza abandonada, suplicó el señor no dar publicidad pues perteneció a un personaje ilustre. La cabaña experimental de cinco mil cabezas de ganados diferentes no se pudo visitar. Pensando en las maravillas de la Tierra, nos remontamos a las que habrá en el Cielo.

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VIVENCIA EN EL CARIBE Se han llegado a establecer como lugares ideales para vivir los correspondientes a las zonas templadas del planeta Tierra, al parecer, allí sus habitantes muestran más serenidad, alegría, amabilidad y saber disfrutar de la vida, mejor que en otras partes, hasta se dice que están menos influenciados por los cambios climáticos, que al parecer, transforman el carácter de las personas y disminuyen el encanto por la existencia. Me ha sido útil, tener ciertas experiencias y costumbres de las que se atribuyen a tales personas, por haber realizado allí, unos años de evolución y aprendizaje. Posteriormente, en los inicios de la vida profesional y laboral, tuve que cambiar de residencia, yendo a vivir a zonas más frías y montañosas. Fue impresionante la primera vez que vi nevar, Esa noche las temperaturas descendieron por debajo de los cero grados y tuve que dormir cubierto por varias mantas gruesas, sobre un formidable colchón de lana, lo que me hacía imaginar, que era una especie de emparedado o bocadillo acabado de formar. Durante aquellos días cortos y fríos y las largas noches heladas, mis deseos que pasaran rápido, eran enormes, recordaba con nostalgia, mis seductores tiempos pasados, y albergaba la esperanza firme de vivir algún día en regiones más cálidas del trópico, pues alguno de mis antepasados, hacía reflexiones y comentarios maravillosos de aquellos países. Tuvieron que pasar algunos años, para ver cumplida mí aspiración y llegó cuando menos lo esperaba. En los meses de estío, recibí un escrito confirmando mi destino que, adopté con desencanto por lo inesperado y porque de inmediato era preciso dejar todo y despedirse de personas a las que tenía especial cariño. Esos avatares fueron los causantes de mí vivir en el caribe. La región tropical, es todo un mundo desigual en formas de vida, costumbres, lenguaje y usos. Aquí se recordarán algunas de ellas, quizá las más impactantes. Las personas visten siempre ligeras de ropas, debido a las altas temperaturas, habiendo épocas que necesitan cambiarse hasta tres veces en el mismo día por el exceso de sudor; los lugares cerrados de trabajo precisan aire climatizado durante todo

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el año y tanto los medios de transporte públicos como privados, también lo exigen. Las familias acaudaladas y de clase media son pocas, mientras que las más necesitadas abundan. Es un indiscutible deleite para la vista pasear por la foresta y ver montañas arboladas en las que proliferan orquídeas de clases variadas. En los campos de siembra, por causa del intenso calor se producen cosechas en breve tiempo. Todas las clases de frutas tropicales están presentes: piñas, papayas, guanábanas, parchitas, pomelos, melocotones, guayabas, y tantas otras de sabor exquisito; existen cuatro clases de bananas: las gruesas y largas, llamadas cambures, utilizados en uso doméstico, cocinados al horno, rebozados antes con abundante mantequilla, ya que el aceite es de alto precio, también se usan para alimento del ganado; luego están los plátanos, semejantes a los europeos y otros de piel fina que llaman manzanitos, finalmente los pequeñines, dulzones y sabrosos . Los cereales más comunes son el maíz y la avena, del primero se fabrican las arepas y el frangollo para el consumo humano, la avena y también el maíz son utilizados como piensos del ganado; abundan los tubérculos: la yuca, los boniatos blancos y colorados, los ñames que una vez cocidos se consumen rociándolos con azúcar o miel y las muchas clases de papas. Las aves del bosques, de plumajes vistosos y coloridos son numerosas: cotorras, papagayos, ninfas, cacatúas, loros, y el protegido pájaro turpial que gorgojean y alegran con sus trinos los lugares donde habitan. El pueblo caribeño consume sabrosas y abundantes carnes en sus comidas, aderezadas de modos diferentes, sin escasear la típica guindilla picante y el ron caribeño. Es casi norma de conducta pasar por los tugurios los fines de semana, lugares de diversión y entretenimiento para “gastarse los reales”. Allí están las escultóricas mulatas danzarinas de pelo azabache, grandes ojos negros, guiños picaros, vestidos ligeros, zapatillas de charol con movimientos rítmicos, provocativos e insinuantes de sus partes delanteras y traseras, algunos gestos atrevidos y vulgares, bailando las repetitivas, altisonantes y siempre ensordecedoras músicas tropicales. Es la reflexión de la realidad de un pueblo distinto, de temperamento ardiente.

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PERIPLO INESPERADO Me sentí muy ilusionado cuando mis compañeros de trabajo, me invitaron a formar parte del grupo que tenía como término final, realizar un recorrido diurno, hasta llegar a un pintoresco pueblo de la sierra ibérica meridional. Atraído por averiguar comportamientos y formas distinta en la vida de las personas de lugares desconocidos, valoré muy positiva la ocasión que se me ofrecía y opté por no perderla, se efectuaría el fin de semana último al mes vacacional de estío. En los medios de transporte personales nos acomodamos con facilidad y presteza, partiendo al comenzar el alba, algunos conocían ya el camino por haberlo hecho anteriormente, lo que nos infundía seguridad para no extraviarnos, por las enmarañadas calzadas que debíamos cruzar. Conforme nos alejábamos de la ciudad, aparecieron los campos sembrados de productos forrajeros para consumo de reses, como los maizales tan crecidos que, hasta nos impedían ver el paisaje, también alfalfas florecidas de color azul intenso, además de los prados de caléndulas silvestres de hermosos ramos de flores amarillentas, huertos de riego, en los que crecían tréboles blanquecinos y cebadales a media espiga que nos embargaban el ánimo al vislumbrarlos Seguimos junto a huertas de hortalizas y frutales, bien cultivadas: Abundan coles, cebollas coliflores, calabazas de distintas variedades, berenjenas, pimientos de padrón y cornicabra, espárragos, escarolas, lechugas, acelgas, espinacas etc. y frutas como fresas, fresones y tomates rojos macizos, luego vendrían los extensos campos de cítricos: limoneros, mandarinos, naranjos y toronjas, con apuestos lugares de venta, tanto de los productos naturales como derivados: mermeladas, jaleas y dulces. Sorprendidos por tanta belleza, nos adentrábamos en parajes de alto valor paisajístico, en alguna revuelta del camino avistamos las abubillas de crestas coronadas por plumajes llamativos y hasta algún animal exótico como un zorro que, rápido desapareció de nuestra vista y una madre jabalí con algunos jabatillos. En las altas cumbres anidan los buitres leonados, las cigüeñas negras y las águilas culebreras. Los montes

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están cubiertos por retamas amarillas, escobones blancos, chaparros con hojas punzantes y bayas rojinegras, alcaparras floridas con pequeños frutos y las venenosas adelfas tricolores en los arroyuelos. Poco después entrevemos un gran pantano que recoge aguas del río Aliju y en sus orillas, pescadores con cañas y cestos que contienen: barbos, truchas, carpas y cangrejos; la muralla de contención, provista de reborde grueso y compuertas, sirve de apoyo a la carretera, que nos obliga a pasar por encima para llegar al pueblo: Villamaris, apreciamos la belleza de sus alrededores, compuesta por diversidad de vegetación salvaje, frondosos bosques de nogales, castaños, robles centenarios y algarrobos, debajo de los que se alimentan y multiplican piaras de cerdos ibéricos. Los almendros y los cerezos en flor componen el gran parque natural donde se advierten letreros que lo indican como reserva de caza. Vemos el final del viaje cuando nos adentramos por una amplia avenida de asfalto con señales de tráfico vertical y horizontal hasta el parking. Encontramos un pueblo de exquisita originalidad y buen gusto: calles estrechas y empinadas con pavimentación antigua, de lajas pulimentadas de piedra, igual que sus pintorescas plazas recoletas con fuentes de aguas cantarinas, talladas en piedra, las casas están construidas con piedras de cantería tradicional, en la planta baja, las puertas y ventanas son de maderas talladas de brezo y en la alta, los balcones alargados y cubiertos en toda la fachada, están cuajados de macetas de magnífico florecido estival. Conscientes de la necesidad de reparar fuerzas y tranquilizar los estómagos, entramos en un restorán de gastronomía artesanal, sus paredes están recubiertas por herramientas del campo y aperos de labranza, cuernos disecados de ciervos y gamos y hasta una cabeza de jabalí, las mesas son de maderas de castaños igual que las sillas que tienen asientos y respaldos de cueros repujado, se sirven platos típicos de montería, optamos por los preparados con chuleta de jabalí y curvilla de venados, acompañados por salsas picantes, de sabores diferentes, espléndidos caldos lugareños y pan integral horneado con leña. Regresamos satisfechos y agradecidos al Autor de todos los bienes.

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HERMOSO JARDÍN Una bella mañana, mientras permanecía sentado en mi balcón, contemplando el arrebol matutino y la aparición de los primeros celajes del amanecer, en tanto que mirando hacia el poniente, se despedían los últimos luceros astrales y la luna en su fase de plenitud se ocultaba, observé que acercándose a un vergel contiguo a mi residencia, llegaba un diestro floricultor, vestido con traje de faena que, transportaba dentro de una carretilla: serruchos, tijeras de podar, mochas, azadas, palas y rastrillo. Imaginé que venía dispuesto a cambiar de forma los parterres, podar algunas plantas, talar las ramas de los árboles que semidescolgadas, amenazan con caer encima de los paseantes y transeúntes y comenzar los regadíos, debido a la precocidad del tiempo de estío. Observando cuanto había en su entorno, hizo algunas anotaciones en un cuadernillo que pronto guardo cuidadosamente en la mochila, de la que extrajo al instante una botella llena de agua de la que bebió unos tragos, refrescando la garganta. De inmediato, se entregó entusiasmado a realizar la dura faena que le esperaba: comenzó talando primero las ramas secas y distorsionadas de los árboles y arbustos recogiendo los troncos y el resto de la hojarasca caída y esparcida entre los jardines, la depositaba en sacos de papel resistentes, después equipado con azada y pala, arregló los surcos y canales de riego, continuó con el rastrillo, emparejando el interior de todos los macizos ajardinados, dejando, como última tarea la delicada labor de podar los rosales y plantas de floricultura. Fue el instante en que me acerqué a saludarlo y suplicarle que, no cortara los brotes tiernos de los lirios, de las celindas, de los rosales y demás plantas cromáticas, porque me servía de gran complacencia, cuando comenzaba el tiempo de la floración. Su respuesta segura me dio confianza para comprender que era un experto conocedor de su oficio; me dijo “que solo quitaría los chupones y las ramas secas”. Después de un significativo y breve silencio, iniciamos una charla sincera, en la que dio respuestas extensivas y precisas a mis interrogantes; lo saludé agradecido, nos despedimos y quedamos en vernos pronto.

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Transcurridos pocos días apareció nuevamente mi acreditado floricultor, dijo que había traído nuevas plantas que faltaban en el jardín para sembrarlas en algunos espacios vacantes y que le habían conferido el cuidado del mismo; noticia que, me interesó enormemente por muchos motivos. Pensé que desde aquel momento despejaría con facilidad mis posibles dudas sobre nombres y cuidados de las plantas, medios para multiplicarlas y abonos que fuesen más aptos para el cultivo. En la medida que la amistad se fue acrecentando, conseguimos ir juntos hasta una cafetería cercana para tener un poco de relax y sosiego en nuestra breve conversación, mientras tomábamos un café. Como nuestras charlas proseguían sobre materias referentes a la floricultura, un buen día, me preguntó acerca de la posibilidad que yo tenía en acompañarlo a una espaciosa y variada zona ajardinada que estaba cuidando, dentro de un gran patio en una zona residencial de la ciudad lineal. Fácilmente estuvimos de acuerdo en el día y la hora aproximada, excepto inconvenientes. Cuando abrió la puerta, y divise el gran espacio ajardinado existente, me pareció tener vista incapaz para captar la belleza y grandiosidad, en todos los detalles, de aquel magnifico recinto. Me explicó que su deseo era tener, durante todo el año, flores vistosas que deleitaran el lugar; para conseguirlo había estudiado los diferentes tiempos de floración y la adquisición de nuevas plantas resistentes a los insectos y a los altibajos de las temperaturas. Apenas habían pasado los primeros días otoñales y los árboles de hoja caduca cobraban en sus hojas evanescentes colores amarillentos y rojizos, como anuncio de su pronta caída, mientras que los variados calanchoes, violetas africanas, maravillosos pensamientos e innumerables cactus y demás plantas grasas, aparecían en todo su vigor y admirable presencia. En uno de los rincones mejor protegidos, surgían en toda su belleza, unas gigantescas estherlizias florecientes de colores vivos y refulgentes; inigualables jazmines morunos de aromas penetrantes y tantas otras plantas. Finalicé con el Apóstol: “Ni el ojo vio…. Ni mente alguna puede expresar las maravillas del Cielo”, y…. Escasamente las que se revelan en la Tierra.

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CEREMONIA DE PROFESIÓN Atravesando la campiña meridional julianense, sembrada de cereales verdes y campos repletos de girasoles amarillentos, por carreteras angostas, carentes de señales indicadoras de dirección, protegido por montañas y colinas poco elevadas, cubiertas de laurisilva, alejado de las grandes arterias de comunicación; se encuentra un minúsculo pueblo, ocupado por escasos habitantes que tiene como referencia primordial, el convento hospedería Chicón, por ser éste, un lugar de tranquilidad, silencio y retiro espiritual, solicitado todo el año, por personas que buscan en este recinto, relax y evasión de sus rutinas habituales; también lo demandan gente que, esperan encontrar allí soluciones apropiadas a los variados interrogantes de la vida. En ese aislado y paradisiaco término, se sitúa el templo barroco de las religiosas de santa María. Se enumeraban de ellas múltiples y excelentes comentarios, refiriéndose a sus variadas actividades, que por lo que pude constatar consideré como insuficientes a la verdadera realidad. Por razones insospechadas recibí, la invitación para presenciar la profesión solemne de una de las religiosas de la comunidad. La hermosa iglesia conventual donde correspondía celebrar la ceremonia religiosa y su aledaño claustro monacal, se ubican en un paraje insólito y a la vez acogedor. El frontis de la misma, lo componen vistosas estatuas marmóreas, de colores grisáceos que, representan los santos protectores de la institución; están colocadas en hornacinas pétreas que con las cornisas salientes y la hermosa puerta de roble, forman un conjunto de armoniosa construcción. En ambos lados se sitúan torres monumentales, coronadas por recargados campanarios de pizarra, con veletas de hierro forjado sobrepuestas. La entrada al templo es majestuosa, descubriendo un atrio esculpido en madera de caoba y doble puerta de ingreso. En el techo existen pinturas del género costumbrista. Al adentrarnos en la única nave central con crucero latino, sobresalen los elementos constructivos del arte barroco con abundancia de ornamentación, impresionante la gran cúpula central con pinturas de los apóstoles y cimborrio que ofrece

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luz y variedad de colorido, las capillas laterales del crucero están constituidas con grandes cuadros de maestros del propio estilo, enmarcados por relucientes y anchurosas molduras doradas, representan al bendito San José, en el lado derecho, y a la Santísima Trinidad en el izquierdo. El retablo del altar mayor hecho con maderas de pino, talladas y doradas, se compone de tres cuerpos: el centro del inferior lo ocupa el magnifico manifestador y el sagrario, de plata repujada y dorada, en ambos costados se emplazan escultóricos ángeles trompeteros y con turiferarios; en el cuerpo central está la gran hornacina de la virgen titular, una preciosa imagen de la Virgen María coronada de estrellas, con el niño Jesús en brazos, suspendida sobre el globo terráqueo y sujeta por ángeles de túnicas vaporosas, en ambos lados y entre columnas cuadriformes, aparecen grandes jarrones, de medio relieve con asideros esculpidos en la madera y rematados de esbeltas azucenas; en el cuerpo superior, están las imágenes de los santos y vírgenes propios, colocados en artísticas hornacinas. Las luces, los colores, los adornos recargados y los exvotos, se multiplican, rellenando los espacios, que el vacío cultural de los tiempos procuraba evitar. A unos pasos del retablo, se emplaza el altar mayor, de factura moderna conservando el estilo original. Con motivo de la celebración se han puesto en uso, centenarios manteles de lino puro, bordados a mano; vestiduras del mismo género y condición, ricas casullas y dalmáticas de tisú de plata bordadas en oro y ajuar, de plata repujada y dorada en el altar. El grupo coral se esmeró a la perfección en preparar cánticos de música sacra de grandes compositores: Bach, Händel y Vivaldi. El párroco del lugar ofició la ceremonia, el alcalde y su esposa fueron los padrinos, y todo el pueblo presente como invitados. Las religiosas, después de la ceremonia, invitaron a los presentes a una refección y brindis en los recintos claustrales, con productos de su cosecha y elaborados con su trabajo. Mientras repartían los recordatorios, me acerqué a felicitar a la neoprofesa y también a la abadesa quien me dijo que el hábito que usan “pesa casi diez kilos” por lo que rogaba oraciones para la perseverancia. Mis súplicas de petición y gratitud se dirigen al único Dios.

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HUERTO Y VIVERO He considerado como un lugar muy placentero, pasear junto a la rivera del Arami. Con frecuencia me encontraba con eventuales pescadores, equipados con caña y anzuelo que pasaban sus tiempos de ocio en la paciente tarea de la pesca, me encantaba platicar con todos ellos porque siempre tenían algo nuevo y diferente que comentar o exponer, y porque aprendía mucho de sus experiencias, aunque sus comentarios eran, a veces exagerados y poco reales a la versión que yo conocía; sus personales impresiones variaban sobre el modo como habían sido despedidos del trabajo y la insuficiente jubilación que le permitiría vivir con estrecheces, el resto de los años venideros. Continuando mi deambular, reflexionando sobre las ideas y frases oídas, me proponía como meta llegar siempre hasta el puente de hierro, conocido también como lugar del “desmochadero”, porque muy cerca existe una curva rápida y peligrosa, que a pesar de la señalización, los conductores noveles, fácilmente derrapan y dan volteretas hasta llegar a la corriente del agua. En aquel lugar tenía por costumbre hacer una pausa, apoyándome sobre la baranda metálica y volverme sobre mi mismo para mirar hacia unos huertos sembrados de árboles frutales que, por su variedad, tenía la dicha de presenciar sus apetecibles frutas durante casi todo el año y admirar conjuntamente las altas y gruesas cañas de bambúes que con los juncos, álamos negros y las higueras silvestres bordeaban la orilla del río. En la misma propiedad existe un cercado adyacente cubierto en su totalidad, por largas bandoleras de material plástico, que finaliza en un pequeño recinto, de mayor consistencia, tapado con unas planchas de Uralita, bien sujetas a unos pilares de mampostería. Usualmente veo a una pareja de mediana edad, que con mangueras en las manos o llevando regaderas repletas de agua, se afanan por mantener húmedos, todos los cultivos sembrados, especialmente los de jardinería, en tiempos veraniegos. Cierto día, cuando apenas hice ademán para volver de regreso, me quedé extrañado al oír que alguien me llamaba, y volviendo la cabeza vi, que se acercaba el hombre de los cultivos, que con voz

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afable me invitaba a visitar sus propiedades, me dijo “que había observado mi forma de prestar atención a sus siembras” y estaba dispuesto a mostrármelas pausadamente cuando yo quisiera; acepté gustoso su ofrecimiento, no sin disculparme antes por su pérdida de tiempo, lo que dejó sin importarle. Con una vuelta de llave, abrió el cerrojo de la cancela para entrar. Con paso lento me acompañó: primeramente por los terrenos dedicados al cultivo de frutales, explicándome en cada uno, el nombre que se le apropia, el tiempo de la floración y recogida de los frutos, los cuidados para protegerlos de las plagas y evitar que puedan dañarlos, cuando es el mejor tiempo de la poda y cuales necesitan ser injertados para optimizar sus frutos. Asimismo los abonos que precisan y los riegos necesarios durante los tiempos de estío. Hice lo indecible por memorizar muchos de aquellos nombres que, no siempre eran comunes y recordar al máximo la riqueza de sus explicaciones. A continuación me abrió la puerta del vivero, donde por algunos momentos contemplé la belleza de las plantas y el variado colorido de sus flores, recordé los nombres de algunas de ellas, cuya vistosidad embeleza, como son las azaleas y los ciclaminos, seguimos entre los parterres, cada uno dedicado a una especie diferente, reconocí las espuelas de caballero, las gerveras, los iris, los alhelíes, las variadas margaritas y pocos más. Me explicó las características propias de algunos jardines como el inglés y el arabesco y los árboles que pueden adornarlos. Finalmente nos introducimos en un lugar reservado a plantas que necesitan cuidados especiales, son de origen tropical y las temperaturas no deben descender de un cierto nivel de grados para mantenerse con vitalidad. Aquí estaban, entre otras: la eritrina crista galli y el tulipán del Gabón, ambos de hermosas flores rojas. Mirando a todo el recinto, sentí de pronto darme un vuelco al corazón, pues divisé sobre una repisa de madera restos arqueológicos de la civilización romana: lucernas de terracota, relieves de mármol con letras en latín, varios ladrillos pequeños de barro y trozos de vasijas. Me ofreció disponer de la que más me gustara que, acepte gustosamente. Mi gratitud para todos los que pasan por la vida sembrando el bien

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PASEO HASTA EL ALTILLO I Desde algún tiempo me había propuesto llegar hasta una propiedad, situada en el altozano de una montañeta sembrada de coníferas, en un pintoresco lugar de la campiña aratense, y al ver la diáfana mañana, pensé que este era el día anhelado. Tenía la posibilidad de hacer el recorrido por dos caminos diferentes, uno de ellos era siguiendo toda la carretera comarcal, que atraviesa los campos sembrados de viñedos y olivos, siendo por tanto más larga y con posibilidad de encontrar diversos medios de transporte; mientras que la otra opción alternativa era, continuar por un atajo solitario, de suelo pedregoso, en ocasiones muy empinado, cruzar alguna barranquera y atravesando delante de la gran presa de la asomada, llegar hasta la finca; opté por la última, me parecía mas breve y con pocas inseguridades. Con paso ligero me dispuse a recorrer la avenida hasta llegar al lugar de las “casas bermejas” donde, alejándome de la carretera, me introduciría por una cuesta encaramada para llegar al enclave donde se deja el asfalto y comienza la pendiente. En el centro del camino pedregoso, se distingue una vereda por la que pasan los viandantes y las paredes de ambos laterales están formadas por piedras de colores rojizos oscuros y grisáceos con distinción de algunas vetas poco espaciadas y superpuestas, dando la impresión de ser propias de los Xilópalos = maderos convertidos en piedra =, hay ocasiones en que brotan zarzales y en algunos otros lugares crecen árboles silvestres, bajo cuya sombra apetece descansar algún momento, después se atraviesan huertas de barbecho hasta llegar a una casa rural, que en la medida que me acerqué, oí el campanilleo de cencerros, señal segura de pastores y rebaño; apenas había pasado de la casa cuando me encontré con uno de ellos, que saludándome, enseguida mete la mano en el zurrón y me ofrece un trozo de pan y una ración de queso, diciendo “que ya es hora del almuerzo”, sin mostrar despecho, lo acepto agradecido. Siguiendo un poco más adelante siento que comienza el declive del camino, lo que me alegra y da fuerza para seguir, echo mano a la mochila y sacando la botella bebo un poco de agua, me siento aliviado para seguir la

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ruta, pienso que debe faltar poco trayecto para llegar al final de mi destino, levanto la cabeza admirando la belleza natural del entorno y descubro en la distancia, una casa enjalbegada de blanco, me inclino por pensar que es El Altillo; con paso diestro me voy acercando y leo en el cancel de la puerta un letrero escrito con letras de cerámica que determinan el lugar. Me alegro de haber llegado, respiro hondo y después de una pausa, hago sonar el timbre de llamada, la puerta se abre pausadamente, sigo por el carril que conduce a la casa señorial, por ambas partes crecen moreras de gruesos troncos, mirando a la derecha distingo detrás de un alambrado, plantones de olivos de pocos años, algunos de parras y varias higueras, más adelante y hacia el final de la propiedad, oigo el canto de los gallos y veo el revolotear de las palomas; me vuelvo al otro lado donde están sembradas las hortalizas: existen canteros de ajos, cebollas, lechugas, zanahorias, habichuelas, beterradas y coliflores. Entre los árboles distingo: nogales, avellanos, caquis, higueras brevales y otras, de hermosos higos amarillentos, que destilan gotas de almíbar en su madurez, y unos cuanto membrilleros. Entre los pastizales se oye el rebuzno de algún asno y el balido de ganado lanar. Próximo a la vivienda, oigo los cánticos de los pájaros, y en mi pausado caminar percibo la fragancia de las malvarrosas, de los jazmines y de las violetas. En el umbral de la puerta principal, me saludan los dueños con su habitual amabilidad, acompañándome a la sala de recibo, junto a un hogar de leña inactivado. Nos gusta hablar de nuestro hobbies y ocupaciones, de los posibles e inmediatos viajes, de algunos temas candentes de la actualidad, de las próximas cosechas, de las celebraciones pascuales, de los encuentros con los amigos, de las relaciones con la familia, de las cualidades con las que nos ha bendecido el Todopoderoso y de tantas cosas buenas para alegrarse en nuestras vidas. Disfrutando de nuestra charla, observo la cercanía de un colaborador que trae una bandeja con pequeñas tazas, un recipiente semejante a una tetera y un plato con pastas. Los dueños me dicen, que se trata de una infusión que da vida y salud compuesta por hierbas aromáticas de su propio jardín, y las pastas con sabor a limón son fruto de la tradición propia. Acepto la invitación de volver en otra oportunidad, muestro mi gratitud y mi saludo.

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PASEO HASTA EL ALTILLO II Había pasado largo tiempo reflexionando y dándole vueltas en la mente, acerca de cual sería el momento más oportuno, para repetir mi recorrido al Altillo, por fin decidí que iría a principios del otoño, cuando terminarían la recolección de los frutos y los cereales estuviesen recogidos en los graneros. De tal modo, que los dueños de la hacienda tendrían más libertad para atender a los posibles visitantes. Cuando terminaban los días estivales, expliqué a un compañero de trabajo, cuales eran mis intenciones para los próximos días, entre ellas la decisión de volver a la finca indicada, me respondió diciendo que él me acompañaría pues mantenía una buena relación y amistad desde hacía largo tiempo con los dueños de la propiedad. Me alegré de la noticia, y con su medio de transporte subimos la gran ladera montañosa, por una carretera estrecha, llena de curvas y rodeos, siempre dirección cuesta arriba, hasta llegar al lugar señalado como “mirador”, donde hicimos una pausa y caminado nos acercamos a los guardacantones protectores del espacio vacío. Desde allí, nos parecía tener la ciudad bajo los pies, fácilmente se divisaban los torreones de las iglesias, sobresalían las construcciones hospitalarias, las ruinas de antiguas civilizaciones, los modernos edificios de los supermercados y nuevas urbanizaciones, el recinto del aeropuerto, las estaciones del tren y los autobuses, el centro universitario, las modernas vías de comunicación y la amplia y bien cultivada vega hortícola; así como el cauce del río Gelán, los jardines del reclamo y el parque de las mimosas; luego mirando al cielo azul, cubierto de esporádicas nubes altas, entrevemos un aeroplano de líneas regulares, que poco después aterrizaba en el aeródromo. Continuando hacia delante, entramos en una carretera de poca visibilidad, muchas curvas y siempre estrecha, entre eucaliptos y casuarinas añejas que, en determinados lugares, casi la cubrían, pasando sobre puentes que no parecen muy consistentes, hasta llegar al cruce de carreteras llamado de “los peregrinos”, y en dirección al poniente, apareció el lugar deseado. La puerta de la cancela estaba abierta y nos adentramos hasta llegar al patio trasero de la vivienda,

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aparcando junto a los garajes. Nos reciben los señores que, con charla amena, nos van llevando por el lateral derecho de la casa, pasando debajo de una arcada cubierta, con la glicinia trepadora cuyo aroma embelesa, hasta llegar a la terraza delantera, para sentarnos debajo de un hermoso parral cuyos racimos en plena madurez, invitaban a los golosos; nos deleitamos contemplando el panorama que se divisa: cipreses centenarios que suavemente mueven sus siempre bien unidas ramas, jacarandas y árboles exóticos de lucientes flores, rosales ribereños cargados de flores multicolores que exhalan fragancias que perfuman el aire que se respira, jazmines blancos, que desprenden olores nuevos y un sinfín de plantas ornamentales de indefinible colorido. Después de un pequeño respiro, nos invitan a visitar la casa. Entramos por la puerta delantera a un espacioso corredor, en el lateral derecho está situado un antiguo bargueño construido con maderas de cedro y filetes de marfil, encima colgando de la pared, está un cuadro, bien enmarcado, representa una delicada figura de dama, posiblemente algún antepasado; por el lado izquierdo se entra a la alcoba de huéspedes y cercano a la puerta, está una bellísima vitrina, hecha con maderas de guayacán y abebay, de cristales biselados transparentes y con patas de metal doradas; en el interior se conservan recuerdos muy queridos de los viajes y lugares que se han visitado. Más al interior y sobre la derecha se entra al recibidor, la gran campana del hogar esta recubierta por cerámicas diversas y tanto del techo como de las paredes cuelgan avíos metálicos de tiempos pasados, que forman una magnífica colección, la mesita y butacas son muy confortables. Apenas separado por un tabique de puerta ojival central está el comedor, junto a la pared derecha se apoya un espléndido aparador, en el interior se avistan, finas porcelanas inglesas, cristalería de Bohemia, las sillas y mesa son de estilo rococó, a la izquierda está la puerta de salida y enfrente la de entrada la cámara esponsal. El corredor restante lo ocupan lujosas repisas de maderas talladas con varios animales taxidérmicos a un lado, y en las otras, restos arqueológicos encontrados en su propiedad. Toda una gala de respeto y aprovechamiento de recursos propios.

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CALAFATEAR LA BARCA Había vivido en aquella ciudad marítima una decena de años, y en numerosas ocasiones tuve la oportunidad de llegar hasta la playa de los cocoteros, zona de aguas tranquilas, fondo poco profundo, orilla de arenas albarizo, raras veces movidas por el viento, y sin embargo fueron incontables las ocasiones, en que aparecía la superficie marina cubierta por algas oscuras, de hojas anchas y largas con aspecto muy desagradable; me enteré que eran transportadas por la corriente del Golfo que, a su vez, traían enormes cangrejos de caparazón negro, y hasta espeluznantes rayas marinas extintas, que se convertían en pasto deseado por alcatraces, gaviotas, culebras y moscas; cambiando de ese modo, el litoral en un lugar repugnante y odiado por los visitantes y bañistas. Muy pronto pude establecer amistad con unos solícitos cuidadores, que tenían a su cargo la limpieza y el mantenimiento de las viviendas solariegas, de potentadas familias ciudadanas; los que posteriormente se convertirían en los mejores amigos del lugar; sus nombres eran Luis y Miguel Ángel. Por aquel entonces, al llegar tenía por usanza, recostarme sobre una hamaca, una especie de red alargada, de mallas gruesas, sujeta por ambos extremos con maromas resistentes, que se amarran a los troncos de los árboles, dejándolas suspendida en el aire a modo de columpio, pronto leía mi revista favorita y dormitaba un rato, para más tarde encontrarme con mis habituales amigos. Nuestro trío disfrutaba contando anécdotas jocosas de tiempos actuales y algún que otro chascarrillo que nos alegraba la vida y nos hacia reír mientras tomábamos la refrescante agua de coco mezclándola con otra bebida ligera, de ese modo, permanecíamos distraídos largo tiempo con algún juego de manos, después vendría la hora del paseo vespertino para terminar con una buena zambullida en el mar, siempre que el agua tuviera condiciones. Cuando la marea era baja, recogíamos “chirlas”, un molusco bivalvo parecido a las almejas pero de menor tamaño que después se colocaban en un recipiente de agua dulce para que expulsaran la parte de arena que encerraban, una vez limpias se cocían a fuego lento aderezándolas con salsa picante y convirtiéndolas en un plato de

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sabroso paladar. A veces cambiábamos el paseo yendo por un montículo, cubierto de matorrales silvestres con flores amarillas, cactus bajos y chaparros punzantes; antes de doblegar la curva y siguiendo por una vereda sinuosa nos acercábamos pronto a la orilla del mar. En una de las ocasione me llamó la atención ver que un grupo pequeño de pájaros que gorjeaban, mientras revoloteaban girando sobre un arbusto, lo advertí a mis compañeros que me dieron rápida explicación, se trata de una serpiente de las tragavenados, que exhala un aliento que narcotiza a los pajarillos hasta caer en sus fauces, acercándonos pudimos ver ese maldito reptil que, con la cabeza levantada esperaba el momento de engullir las indefensas avecillas; pero Luis dijo: voy corriendo a traer un palo con una cuerda, la que tiene un lazo corredizo, que está preparada para estas ocasiones, y veréis como no se va a salir con la suya. Efectivamente, la sujetó por el cuello, lanzando seguidamente palo y bestia a un lugar pendiente donde cruzaba la carretera, que por el impacto sobre el asfalto, acabó destrozándola. Un día casi no pude entrar, pues, encontré vehículos parados hasta la misma puerta, sigilosamente intente contactar con alguno de mis amigos, para que me informaran que celebraban, en un instante me dijo Luis, que era una fiesta de graduación para luego seguir los estudios universitarios, aquella tarde me fue imposible descansar, la juventud estaba bien acompañada con música, cantos, bebidas, comida y entretenimientos, aproveché entonces para irme mar adentro, al ver la marea baja, me introduje cientos de metros hasta el momento que creí ver una culebra que pasó a mi lado, dejándome paralizado, luego me dijeron que era una lamprea; mientras retornaba mirando la limpia arena, presencié un objeto metálico brillante, lo recogí y constaté que era un anillo de promoción, conforme me acercaba, ya caída la tarde reinaba silencio absoluto en el lugar. Al día siguiente, dije a mis amigos si era posible dar un paseo en la barca que desde largo tiempo estaba apoyada junto al entablado de mi propiedad, me dijeron que tenía orificios por donde entraba fácilmente el agua, que precisaba calafatearla, les comenté mi hallazgo, dijeron que podría ser de ocasiones anteriores porque nadie lo echó en falta.

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EL CASTILLO MIRAMAR Nuevamente tuve que cambiar de domicilio por razones de profesionalidad y trabajo situándome en una ciudad importante de la sierra Maturana. Este cambio me obligó a la aceptación de nuevas costumbres y al uso de diferentes hábitos y ajustes hasta en el modo de expresión y alimentación. Como he tenido disponibilidad por la tolerancia, deduje que muy pronto disfrutaría de amistades locales, que me ayudasen a conocer la forma correcta de convivencia y respeto a los lugareños, lo que pronto resultó confirmado. Habían transcurrido pocos meses de mi permanencia en la ciudad, cuando alguno de los compañeros de faena, se ofreció en acompañarme en sus días libres, para visitar los lugares típicos y partes artísticas de la capital. Le dije un día que me intrigaba sobremanera ver las altas montañas, con sus cumbres de nieves perpetuas, que en ocasiones se cubrían de nieblas espesas y luego al retirarse, dejaban los picos todavía más nevados, me explicó que esas jornadas influenciaban sobre las personas, produciendo ciclos de irritabilidad y que en tales ocasiones me convenía tener máximo cuidado en el trato personal, evitando desacertadas palabras o reuniones, cosa que siempre observé. Como buen amigo, me hizo otras advertencias, que siempre cumplí. Un buen día me propuso acompañarlo hasta un pueblo costero, donde él tenía unos amigos, que por la información dada, querían conocerme, consideré que me ofrecían una ocasión magnifica para conocer lugares y amistades. Sabía que el recorrido de casi doscientos kilómetros, no era cómodo; tendríamos que salir temprano para disfrutar la frescura de la mañana y repostar en el trayecto, también sabía que la carretera por algunos sitios era más bien, “camino de cabras”, siendo imprescindible llevar repuestos. Llegó el día señalado apareciendo la ciudad bañada de luz, que se ocultó pronto de nuestra vista, al introducirnos por lugares agrestes y pedregosos de nula vegetación, surgiendo presto el color amarillento del desierto y un interminable recorrido de más de sesenta kilómetros en línea recta, que parecía unirse al horizonte celeste en un punto infinito entre el amarillo lejano y el azul blanquecino, luego aparecieron los montañas de arenas movedizas que obstaculizaban el

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paso de los vehículos: pero gracias a una maquina limpiadora, se pudo continuar el camino. Nos llenó de gozo cuando avistamos el pueblo Tarbes con su muelle pesquero, sabíamos que teníamos quienes nos esperaban y el correcto camino para llegar, lo que nunca imagine yo era que sus amigos vivían en un antiguo castillo de torreones protectores y almenas que lo circundaban con un puente levadizo para poder entrar. Me quedé boquiabierto al acercarme al lugar, sabiendo además que permaneceríamos allí un par de jornadas; el recibimiento fue muy efusivo, acompañándonos luego a las estancias de hospedería para encontrarnos poco después en la bella sala-recibidor, en medio de un diálogo acogedor, me mostré dispuesto a responder a todas sus preguntas, a continuación nos sirvieron la comida en la que no faltaron los brindis por nuestra reciente amistad. Después de un merecido descanso, llegó el momento de visitar la residencia, nos acompañaron al gran patio central, que con solo verlo quedé maravillado; allí se encuentran riquezas históricas incalculables: anclas de grandes navíos, hélices de dos y cuatro palas, cañones de la real fábrica de Sevilla, arcabuces de diferentes tamaños de galeones piratas, loza y garrafas, recogidas de los naufragios de pecios, gruesos cristales redondos, de los ojos de buey de transatlánticos, mascarones en forma de cabezas de ángeles alados de las naves de recreo, ánforas romanas y cartaginesas, trozos de cadenas férreas con gruesos eslabones, armaduras metálicas para caballos y caballeros, y un largo etc. Bajamos por uno de los torreones con escalera de caracol y gruesas paredes protectoras de cualquier ataque de mar o tierra, para salir a una playa tranquila, frente al muelle de pescadores. Los días siguientes me levanté pronto, quería ver la llegada de las barcas del pescado. Las gaviotas reidoras, las golondrinas marinas y los guanayes esperaban también la llegada. La partida fue penosa teniendo que vencer la fuerza de atracción que con insistencia nos sujetaba.

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PUENTE NUEVO No podré olvidar nunca aquella sobremesa en la que me informaban del próximo viaje a la ciudad de los muchachos, siempre lo había deseado y finalmente supe que lo conseguiría; una sola cosa me inquietaba, era pensar en las muchas horas del recorrido por carreteras boscosas y solitarias en las que apenas se encontraban pequeños pueblos muy distanciados entre sí. Mi acompañante preparó con antelación su vehículo de gran cilindrada y mejor capacidad de combustible; el amanecer era siempre adelantado y a casi todos nos agradaba disfrutar de las primeras horas de la mañana, cuando el organismo ha reposado bien y la mente se dispone, con ilusión y esperanza a afrontar las aventuras del nuevo día. Las grandes avenidas de entrada y salida de la ciudad solían estar saturadas en las horas mañaneras y era necesario conducir con destreza y mucha atención aunque fuese de modo lento. La fortuna nos acompañaba para dejar atrás, en breve tiempo el problemático tráfico y afrontar las grandes autopistas de la zona occidental, no siempre carentes de riesgos por la falta de protección con vallas metálicas. Llevábamos algún tiempo de recorrido cuando se nos presentó el primer obstáculo, fue el encuentro con una caravana de burros salvajes, que pausadamente atravesaban ambas vías de la calzada, hubo que enlentecer y parar hasta que finalizara el paseo, me sorprendió la tranquilidad con que transitaron. Continuamos admirando las extensas planicies cubiertas por flamboyanes y araguanays que estaban en plena floración, llegamos a la región de los lagos y las altas mesetas para luego descender hacia las estepas, encontrando un nuevo tropiezo, era un rebaño de cabras silvestres, que a su vez las acompañaban varios cabritillos, que se apuraron en dejar libre el camino. Más adelante avistamos unos anuncios de bebidas y tentempié junto a una espaciosa casa terrera, rodeada de abundantes árboles. Decidimos hacer un descanso para “estirar las piernas y refrescar la garganta”. Al subirnos para seguir el recorrido nos sorprendió ver un reptil que se nos acercaba, una especie de dragón, con una cresta desde la cabeza hasta el inicio de la cola y más de un metro de largo, constatamos que era una inofensiva iguana. Nos

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interesaba llegar pronto al lugar donde terminaba la carretera, para no emplear mucho tiempo en la fila de los autos que esperaban para subir a las enormes barcazas, que nos trasladarían hasta la otra orilla del ancho río. Desde aquel momento sabíamos que entrábamos en un lugar de misión, las esporádicas chozas que se situaban a lo largo del recorrido, estaban ocupadas por aborígenes que usaban taparrabos, descalzos, aplicando a veces un ligero sombrero en su cabeza, fabricado con hojas de palma. En muchas de las barracas salía humo, más adelante llegamos a una gran explanada con una gran choza central y otras minúsculas formando semicírculo situadas a la distancia. Este era el lugar al que nos dirigíamos, muchos otros habían llegado antes, y afablemente hablaban con los misioneros y misioneras, visitamos los niños “indios calapalos”, que se nos acercaron muy sonrientes y les ofrecimos nuestros sencillos obsequios. Supimos que la labor de los misioneros era principalmente la sanidad y la educación, además del reparto de alimentos y alguna prenda de ropa, nos fue imposible comunicarnos ya que su idioma era muy diferente, solo el cariño demostrado fue suficiente para ganarnos su cercanía. Poco después llegaron las autoridades de la zona en varios lujosos vehículos que fueron recibidos con música y griterío, el puente sobre el Río Grande, nuevo y flamante se acababa de inaugurar, insólito como necesario acontecimiento para esta zona, de la republica bananera, que facilitará enormemente el transporte de los camiones con ese tipo de fruta. El jefe mayor indio, con palabras breves y precisas, expresó la gratitud y la importancia del evento, y formuló los mejores deseos en este capitulo que empezaba para los hacendados de la comarca. No sé como apareció comida y cerveza para todos, ni siquiera me explico de donde trajeron rápidamente las borriquetas y tableros para que los nativos cubiertas sus cabezas con largas plumas de colores, abalorios en sus antebrazos y piernas, y embetunados sus cuerpos con lociones brillantes, pudieran exhibir sus típicas danzas y bailes. Agradecemos que nuestro regreso fuera más fácil, sin largas colas que hacer, ni picaduras de insectos que padecer.

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CIUDAD HISTÓRICA En los días primaverales que puedo disfrutar del descanso laboral, me encanta salir, ligero de ropa y equipaje, a pasear por los campos, lejos del ruido trivial de la ciudad, para dirigirme hacia donde se palpa y siente una sensación de libertad indescriptible, se disfruta sin límites, sintiéndose unido totalmente a la naturaleza. Es inaudito mirar al cielo viendo las aves de raudo vuelo, en bandadas, observándolas con detenimiento, se pueden distinguir avutardas, cigüeñas, grullas, garzas, gansos y muchas otras etéreas migradoras, siguiendo las corrientes de aires cálidos del levante que traspasan las nubes y los horizontes. La llegada del amanecer con la gran variedad de pájaros, que alegran con sus múltiples trinos el ambiente, y hasta forman un concierto inenarrable y muy distinto al resto de los ruidos habituales en la ciudad; se oyen los quejidos o lamentos de las aves nocturnas como lechuzas y mochuelos, que retornan a sus escondrijos usuales después de una noche de correrías y acechos. De las madrigueras angostas se asoman zorras, conejos, liebres, topillos y comadrejas que buscan presas de caza para su alimento, y algunos que otros cuadrúpedos salvajes que se alimentan de hierbas y forrajes. Es ciertamente maravilloso contemplar los campos cubiertos de miles de flores que alegran la naturaleza, cubriendo de una inexpresable alfombra de colores naturales las praderas; es del mismo modo desconcertante, pararse a mirar los brotes tiernos de los árboles y arbustos que crecen junto a los arroyos y riachuelos y hasta las tempranas flores que surgen y se vislumbran en algunos, como promesas que se convertirán después en deliciosos frutos. Todo este conjunto, compone una armonía muy difícil de narrar. Me deleitaba mientras caminaba, viendo los hierbajos que descendían de las orillas del camino como: tederas, relinchotes, jaramagos, poleos y altabacas, todos ellos producto de las abundantes y aún recientes lluvias, y así reflexionando llegué hasta una encrucijada de caminos rurales, por donde apareció un viandante que saludándome sonriente, me preguntó si me dirigía a visitar las ruinas de la antigua ciudad que estaba situada en un lugar cercano, detrás de la colina. Le respondí que no iba a un sitio concreto, y que no sabía de la existencia de esa

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ciudad; continúo hablándome de la misma y de su importancia histórica, y hasta llegó a convencerme para que lo acompañara a conocerla. Como incitó mi curiosidad y mi interés, decidí acompañarlo ocupando mí tiempo libre con utilidad. Seguimos avanzando por terrenos de escasas sementeras alcanzando lugares baldíos, para adentrarnos pronto por la vaguada hasta llegar al cerro del altozano. Se descubre una gran muralla semicircular, de varios metros de altura y espesor, casi toda está destruida, teniendo por el noroeste una especie de portillo amplio por donde se puede entrar con plena libertad. Mi anónimo acompañante me dirigía con acierto por todos los vericuetos del recorrido, al mismo tiempo que me explicaba los orígenes de la ciudad, me indicó que posiblemente era uno de los lugares más antiguos del suelo patrio, allí se habían encontrado restos arqueológicos pertenecientes a los tartesios, que probablemente habría otros más, sepultados debajo de las derribadas murallas de granito, que existía todo un mundo desconocido por explorar y descubrir y que los expoliadores ya estaban cometiendo algunos abusos contra el patrimonio cultural, que todo eso era necesario cuidarlo y protegerlo. Pronto supe que me acompañaba una persona culta, así que entré en su conversación para preguntarle que otras culturas hubo allí, dijo que durante el recorrido las explicaría, también me indicaba el significado de algunas formas rupestres y cual fue su uso, así como el de los trozos de cerámica que se encontraban, al llegar a unos torreones me hizo ver la diferencia en la forma de sobreponer las piedras en la construcción, las inferiores eran ibéricas, después otras seminclinadas, de la época griega, y las talladas con formas cuadrangulares eran romanas, subiendo la amplia explanada, comentó que era el patio de armas y debajo las cisternas conteniendo agua. Entre las ruinas existen columnas graníticas de diez metros de alto, baños con figuras mitológicas, cornisas de mármoles y estancias con pinturas apocalípticas. Todo un mundo de ilusiones y realidades perdidas.

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FIESTA EN EL PUEBLO He tenido por costumbre respetar las sanas tradiciones de personas con experiencia que me han sabido transmitir buenos principios, por lo que considero como el primer quehacer de la mañana, cuando llego al lugar del trabajo, examinar con detenimiento el paquete de la correspondencia y seleccionar aquellas cartas que valoro como de mayor urgencia para darles respuesta inmediata. Cierto día me sorprendió encontrar una diferente a las restantes, traía el membrete del ayuntamiento, y el remitente era la consejería de cultura. Pensé que debía incluirla entre las de mayor atención, me apresuré en abrirla, leí con esmero el saludo de la mayor autoridad de la localidad, y luego abrí el folleto que lo acompañaba. Se trataba del programa de las fiestas que debían celebrarse en el pueblo en fechas próximas. Estaba escrito con letra perceptible, bien redactado, sectorizado para todas las personas, concordando horarios de festejos con los laborales, consignando obligaciones a todos los habitantes y clasificando los actos en sociales, culturales, religiosos, educativos y recreativos. Me pareció ameno e interesante, a pesar de mis escasas posibilidades de asistencia, sin embargo presenciaría varias de las actividades programadas. Pocos días después, recibí la visita del párroco, para que le prestara asesoramiento y ayuda en los diferentes actos religiosos que se deberían celebrar. Le expuse mi opinión diciéndole que informara a todos los feligreses pidiéndole colaboración voluntaria para tal evento, y de las ideas obtenidas, seleccionara aquellas que fueran interesantes y realista; posteriormente, examinar los medios y posibilidades para cumplirlas. Semanas posteriores, regresando de mis ocupaciones, me dirigí a su domicilio para comentar las sugerencias. Me explicó que, como se trataba de ocupar los tres días decretados, acordaron todos hacer un triduo a la Patrona en horas de la tarde, con anticipo de repique de campanas y lanzamiento de cohetes, que como eran jornadas de vida y felicidad, las predicaciones se basarían en buscar el bienestar común, cultivar el buen humor, optar por la tolerancia, sonreír, examinar la calma y el relajamiento, apaciguar en todas las circunstancias y solicitar siempre

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la conciliación y los buenos deseos entre los habitantes. Además, uno de los días estaría dedicado a los enfermos, averiguando sus necesidades, otro lo ocuparían las atenciones a las personas mayores e indigentes, y el tercero a los niños huérfanos y madres solteras. Me pareció una maravillosa programación. Los concejales de cultura y festejos transmitieron al pueblo un esquema de alto nivel: la mañana del primer día, un pregonero anunciaría los diferentes actos acompañado por diana floreada, luego vendría el desfile de las majorettes y después las bandas de trompetas y el redoble de tambores: hacia media tarde, en el teatro del pueblo, se tendría una conferencia sobre “el valor de la vida y la preservación de la salud”, momentos después, verbena en la plaza y bailes populares; el día segundo, el pregonero anunciaría también los actos, con músicas populares y de fanfarrias; la charla cultural se dedicaba a la importancia de “la instrucción académica y los profundos conocimientos”, los bailes y verbena se repetirían. El último día, recorrerían las calles una excelente banda de música, que amenizaría el baile vespertino y el recorrido de la procesión; El acto cultural se dedicaba a la “educación y buenos modales”. Aún quedaban por determinar el lugar que ocuparía la Cruz Roja para auxiliar los posibles casos de urgencia, la tómbola de ayuda a los necesitados, las ruletas, ventorrillos y demás chiringuitos de la distracción y el recreo. El día mayor se anunció con mucho estruendo, estampida de cohetes, música clásica, campanas al vuelo, sonido de guitarras y bandurrias acompasadas con cánticos populares y coros de niños cantores. Muy pronto aparecieron las damas luciendo algunas frivolidades, con mantillas en el pelo, transparencias y vestidos de encaje, zapatillas de charol y bolsos de las mejores marcas, los esposos llevando chisteras, vestidos con americanas y manos cubiertas con guantes. Los jóvenes no se entretuvieron por la elección, mientras que los niños vistieron según el deseo de los padres Al terminar la ceremonia religiosa, apareció la Virgen del Buen Consejo con su trono de plata refulgente, que unido con la buena música y la aclamación, haría el recorrido triunfal.

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PASEO A LA ERMITA En los interminables y siempre calurosos días de la canícula estival serrana, en las horas del atardecer, solían reunirse los hombres amigos de antaño, en el patio de la casa de mis padres, para charlar sobre sus labores en las alquerías, su conversación cambiaba prontamente para exponer las esperanzas, sobre las próximas cosechas de cereales que estaban a punto de recogerse, explicaban que los días tan calurosos que hacían “terminarían arrebatando y arruinando” las parras del vino y los frutales, que de seguir así “se iba a perder todo” Poco después, sobre la cordillera antoniana emergían las brumas, empujadas por vientos alisios del norte, que traían un poco de frescor al ambiente, mientras que el crepúsculo vespertino hacía desaparecer los últimos rayos solares, y aparecía lentamente la obscuridad, por aquel día terminaba entonces el coloquial encuentro y regresaba cada uno a su domicilio; mientras, las mujeres de la casa, entre charlas amenas y risotadas, se esmeraban en preparar las hortalizas limpiándolas, lavándolas, seleccionándolas para convertirlas en delicioso gazpacho. Los chiquillos en tanto, se entretenían jugando al escondite, saltando a la comba o mirando al cielo observando la aparición de las primeras estrellas y porfiando cual había sido el primero en verlas. Pronto surgía también la luna, mostrándose radiante en sus diferentes fases con el pasar de las semanas, aparecía en ocasiones con un halo resplandeciente en derredor, que para los labradores era señal cierta de próximas lluvias, entonces traían a su memoria algún refrán de antaño que decía “cerco de luna, pastor desnuda y a los tres días de ropa muda”. En un lugar no muy distante existe todavía hoy, una montaña alta que en la cima tiene una ermita dedicada a la Virgen de la Sierra, al lado está la casa del santero o cuidador que de forma permanente habita allí. Algo muy desconcertante e inexplicable digno de relatar sucedió varias noches al oscurecer metiendo el susto en el cuerpo de los vecinos. En la falda de la montaña por su parte delantera; aparecían luces tenues que se desplazaban de un lugar a otro, produciendo a veces algún resplandor que dejaba a todos aturdidos, después se oían comentarios libres diciendo que eran “almas en penas

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que tenían que pagar alguna deuda, que sería la de una mujer, que recogiendo leña, se había despeñado allí hacía poco tiempo”. Al parecer, los lugareños querían olvidar aquel asunto, muy pocas veces lo comentaban, aunque para los niños siempre existía el recuerdo y lo conservaban de mayores. Muchos años después, un buen día decidí recorrer a pié el trayecto, desde la ciudad hasta la ermita, por la vereda que sube junto al riachuelo. Mientras caminaba, me entretenía viendo los diferentes árboles que crecían en las riberas: sauces llorones, palos negros de hojas diminutas, enormes robles, algunas adelfas, higueras silvestres, hierbas bajas como: poleos aromáticos, marrubiales, borrajas de flor azul, trevinas de flores amarillas, oréganos, ortigas y zarzas. Al sentirme cansado me senté a tomar algo de mi mochila, mientras con la vista seguía el movimiento de libélulas, caballitos del diablo y mariposas de alas tornasol con lunares, me pareció que cantaba algún urogallo y a veces el jilguero, y hasta oí el croar de alguna rana. Me levanté para caminar, venciendo las incomodidades de la cuesta arriba, hasta llegar a la cima de la montaña. Desde allí contemplé la belleza que disfrutaba; enormes extensiones de viñedos y olivos, riachuelos que verdeaban las huertas bien cultivadas, pantanos que retenían aguas abundantes útiles para regar hortalizas y verduras, que servirán de alimento a hombres y ganado etc. Avanzando, salude al santero y pasé a visitar la Virgen del Patrocinio con sus muchos exvotos, promesas, flores y velas, luego sentado en oración con ruegos y súplicas; contemplé su hermoso camarín, encendí unas candelas y adquirí unos recordatorios. Al salir le narré la historia anticuada, que me intrigaba desde la infancia, sonrió con indiferencia y dijo “tanto las luces como los resplandores, eran resultados de la escopetas de los cazadores que iban de noche, con faroles a cazar liebres”. Entonces, me liberé de imaginaciones para creer solo en Dios Padre Todopoderoso.

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