Resonancias. Letras que lanzan puentes a la otra orilla. Paula Rivero

Resonancias. Letras que lanzan puentes a la otra orilla Paula Rivero A lo largo de las cuatro partes del libro Pasarela. Letras entre dos mundos, Aí

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LECCIÓN UNO Canto a la orilla del mar Referencias: Éxodo 15; Salmo 106:1-12; Patriarcas y profetas, cap. 25. Versículo para memorizar: “Canten al Se

a promover otra mirada, pero que finalmente otra vez intentan homogeneizar lo que quedó afuera
1 Desgrabación Conferencia Sandra Nicastro “La gestión de políticas educativas públicas inclusivas” Seminario de Gestión Educativa. Diseño y Desarro

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Resonancias. Letras que lanzan puentes

a la otra orilla Paula Rivero

A lo largo de las cuatro partes del libro Pasarela. Letras entre dos mundos, Aínsa coloca a la literatura latinoamericana frente al espejo de París, meca de lo imaginario donde culturas de todo el mundo confluyen. La imagen devuelta, la reflexión que el escritor uruguayo desarrolla, es un paisaje en el que se recogen tanto la visión de la literatura latinoamericana en sus particularidades y divergencias con la europea; como sus características comunes independientemente de la nacionalidad. Pasarelas, Letras entre dos mundos, dibuja la situación de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, abarcando el panorama completo gracias a la toma de distancia y objetividad al situarse en la pluralidad cultural parisina. “Se aprende y se conoce más sobre América Latina de lo que se sabía viviendo en el propio continente” afirma Aínsa en la introducción de su libro, para conducir al lector hacia la comprensión de las distintas culturas que coexisten en Latinoamérica.

Vistas en conjunto, como se puede observar desde las grandes ciudades cosmopolitas, se percibe su unidad dentro de la diversidad. Allí, el autor inicia su primer capítulo “Vasos comunicantes” en donde explica cómo el escritor latinoamericano moderno se eleva a lo universal, desde la retoma de expresiones nacionales, una vuelta a las raíces, a la infancia o una relectura de su folclore nacional. En esta dinámica literaria, no sólo se crea un modelo, la ficción y el realismo mágico latinoamericanos, sino que se llega al punto de maduración al integrarse a la literatura universal, entrando en diálogo cultural con Europa y alimentándose recíprocamente. Escribe: “Lo uno se expresa en lo diverso y lo diverso en lo complementario” para describir la posición desde la cual escribe el autor latinoamericano que se encuentra en el viejo continente. Con un humor sencillo e inteligente se refiere a la pluralidad cultural a la que está expuesto todo intelectual creativo cuando se aleja de la patria, concluyendo con “el bosque nos permite ahora ver mejor los árboles”. En el segundo capítulo “Maestros en el banquillo”, Aínsa presenta a seis autores representativos de las letras latinoamericanas: Leopoldo Zea, Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, José Donoso, Gabriel García Márquez, Julio Ramón Ribeyro. La manera con que aborda a estos escritores es distinta en cada caso. Con Gabriel García Márquez, hace una interpretación del universo macondiano para concluir: “Es evidente que la esencia de su impacto (el de GGM) sigue vigente: El arte de magia, “real maravilloso”... gracias al cual surgió como por encanto un pueblo lleno de alegrías y tragedias, seres humanos cuyas vidas están entretejidas por los “cuentos” que pudieron ser narrados por abuelas a sus nietos y que hoy son, felizmente, el patrimonio universal”. En la entrevista al mexicano Leopoldo Zea, cuestiona especialmente la comprensión universal de una realidad plural, el espacio para la filosofía en la actualidad contemporánea y específicamente, en la solución a las problemáticas latinoamericanas. En el ensayo sobre Zea, resalta su capacidad para situarse como filósofo en la realidad de nuestro continente que, sin alejarse de la actualidad, logra ser un pensador práctico, un creativo que usa la razón como herramienta útil a la solución de problemas. Entrevista a Ernesto Sábato sobre de sus principales preocupaciones a lo largo de su obra literaria: la cosificación del ser humano por la técnica, los peligros y las salidas a los conflictos de fin de milenio, los valores absolutos del arte. Siguiendo a la entrevista, Aínsa narra en lenguaje de crónica, la experiencia de haber entrevistado a una figura mítica como Sábato y las anécdotas ulteriores sobre la publicación de la misma entrevista. Reflexiona también sobre la actitud crítica del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro frente al éxito de su obra “Prosas Apátridas”. Aínsa consagra un capítulo a la visión femenina en una colección sobre cinco escritoras latinoamericanas que han sabido forjar criterios, temáticas y estilos definiendo así su personalidad literaria. En “Palabra de Mujer”, la tercera parte de “Pasarelas” se recogen ensayos sobre la argentina Luisa Valenzuela, la mexicana Angelina Muñiz Huberman, la uruguaya Teresa Porzecanski, la chilena Lucia Guerra y por último la nicaragüense Milagros Palma. Cada una de las escritoras es un universo con una cosmogonía diferente. Siendo todas latinoamericanas, cada una dedica sus letras a distintas problemáticas y aborda la realidad desde diferentes perspectivas. Durante el recorrido a través de las cinco

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autoras, trata aspectos diversos del acontecer latinoamericanos. En la narrativa de Luisa Valenzuela tomará relevancia el miedo. El miedo al convertirse en común denominador en el ánimo colectivo cuando se vive en estados de violencia o cuando es un mecanismo para mantener el poder político, como los que se han vivido y se sigue viviendo en Latinoamérica. A manera de cura para la sicología colectiva o sublimación de las tensiones oscuras del miedo, es necesaria una literatura del “país del miedo” como la de Valenzuela. De otro lado, al reflexionar sobre la obra de Lucia Guerra, toma relevancia en la definición de la identidad cultural latinoamericana la semiótica y la poética de la mujer en sí. “A través de la narrativa de Lucia Guerra es posible descubrir que la mujer en sí misma puede ser una alegoría de otras realidades”, afirma el autor. En la última parte “Centros de la periferia”, Aínsa dedica su atención a los nuevos escritores latinoamericanos herederos del ya iniciado boom de la literatura latinoamericana de los años 60. Comenta y consagra un análisis de las obras de Salvador Garmendia, Manuel Scorza, Gregorio Manzur y otros quienes buscan y redefinen los desafíos de los escritores que se encuentran en Europa. Pasarelas, Letras entre dos mundos es un mapa guía con una visión cosmopolita para buscar los sentidos hacia los cuales se ha dirigido la literatura latinoamericana de los últimos tiempos. Los puentes que lanza a la otra orilla del Atlántico a través de esta antología de ensayos y entrevistas, conforman un discurso lúcido de lo que claramente se define como identidad cultural latinoamericana. Un tema rico y múltiple en criterios, en donde la diversidad forma parte fundamental de su energía vital. La literatura, el fijador necesario, sino indispensable, de la poética de los hechos en la memoria colectiva. Su paso de la coyuntura histórica local, a pieza fundamental en la cultura universal. orgResonancias.org N 50 1 Noviembre 2002 Copyright© 2002 Editions la Résonance - Francia

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Narrativa hispanoamericana del siglo XX Affoua Albertine Tano Profesora de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Cocody- Abidjan- Costa de Marfil.

Fernando Aínsa, escritor, crítico y autor de varias publicaciones como Los buscadores de la Utopía (1977), Identidad cultural de Iberoamércica en su narrativa (1986), Historia, mito y utopía de la Ciudad de Césares (1992), De la edad de oro a El Dorado (1992), La reconstrucción de la utopía (1999), Letras entre dos mundos (2002) y Del canon a la periferia (2002), irrumpe su discurso contenido en Narrativa Hispanoamericana del Siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto (2003) diciendo: “La crítica coincide en que en Hispanoamérica no se han escrito novelas antes de la Independencia, aunque se reconozcan rasgos novelescos en la prosa histórica de algunas crónicas y relaciones del período colonial”. También, según muchos críticos, el panorama de las Letras hispanoamericanas podría asimilarse a una yuxtaposición de vistas sobre las literaturas propias a cada cual de las 20 naciones que forman la América hispánica; de hecho la definición, siempre inacabada de su identidad nacional: “Mejicanidad”, “Peruanidad”, “Argentinidad”, “Colombianidad” “Ecuatorianidad”,... etc. ofrece a los escritores un tema inagotable en su quehacer literario. Sin embargo, cualesquiera sean las diferencias procedentes de la diversidad de climas, de fuentes y modos de población, de la desigualdad de la evolución económica y social, son, desde el punto de vista literario, las semejanzas que predominan. Son esencialmente tanto el resultado de 3 siglos de dominación española, como de un esfuerzo común y simultaneo para liberarse de ella. Pero, para quien observa desde el exterior esta vasta parte del mundo, el desarrollo de las letras aparece aquí análogo ya que procede de una evolución política similar: transición súbita de una economía agraria casi feudal a las formas modernas del capitalismo, dictaduras nacidas de golpes de Estados o de

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revoluciones fracasadas, conflictos entre naciones vecinas, hasta dentro de una misma nación, y muy recientemente, resistencia al imperialismo norte-americano. Tantos factores que fomentaron en los escritores de esas naciones un estado de inquietud y de movilización permanente, menos favorable al ejercicio de las letras bellas que a lo de una literatura comprometida. Además, pese a excepciones, este carácter militante fue y queda uno de los rasgos salientes y comunes de la literatura prosaica latino-americana. Por lo demás, como los escritores participan en las luchas políticas y sociales, la mayoría de ellos tienden a adoptar posiciones reformistas o francamente revolucionarias. Aun los que se desinteresan por aquellas luchas se revelan cada vez menos conservadores, mientras que los gobiernos de sus países absolutamente lo son casi todos. De allí, el numero importante de los que de grado o por fuerza, vivieron o siguen viviendo fuera de sus fronteras. Es mayormente entre esa categoría que se encuentra, opuesto al nacionalismo con cortas vistas, un patriotismo subcontinental análogo à lo que originalmente, animaba a los precursores de la independencia. Algunos autores como el argentino Eduardo Mallea, alzaran sus inquietudes existencialistas a modo de interrogación sobre la esencia profunda de sus naciones respectivas y sobre sus personales rozones de ser. Otros, estrictamente hostiles al realismo, tanto objetivo como psicológico, exploran los dominios del fantástico en la lógica del camino abierto por Jorge Luis Borges, y contribuyen cada cual a su nivel, en la elaboración de lo que se ha venido llamando la nueva Literatura hispano-americana que alcanzó su apogeo en los años sesenta. Citamos entre otros a Valle Inclan, Julio Cortazar, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, ese último que hizo observar en pleno “Boom” de las letras hispanoamericanas la idea siguiente: “Todos estamos en lo mismo. Contamos el mismo cuento. No hay cinco novelistas escribiendo cinco novelas, sino una sola novela en varios tomos. Escribimos sobre la misma realidad y cada uno de nosotros muestra una parte de esa realidad.” Por eso difícilmente, la critica literaria logra marca distanciamiento entre los componentes de la urdimbre novelesca hispanoamericana. Aún así, numerosas son las obras que proporcionan pautas para el mejor acercamiento a la variada, diversa y amplia producción novelesca de la América de habla hispana. Narrativa Hispanoamericana del Siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto, la última obra de Fernando Aínsa es una de las novedades recién salidas en el mercado. Se trata de una obra que además de ser crítica, es también histórica, por relatar la historia de las letras de la América Latina, desde que hicieron coincidir su historia con la de las débiles naciones nacidas de las antiguas colonias ibéricas hasta nuestros días, pasando por supuesto por su consagración triunfante en los años sesenta. Con sus sietes apartados: 1. Introducción. La legitimación del canon de la novela hispanoamericana 2. Las voces de la tierra 3. La exploración de nuevos espacios para la narración 4. La novela “totalizante” de los años sesenta 5. La narrativa bajo tensión 6. La reescritura de la historia 7. Las raíces populares de la nueva narrativa,

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Narrativa Hispanoamericana del Siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto permite a su autor dar al lector, tanto profesional como novato, la oportunidad de revisar, descubrir o familiarizarse con los grandes pilares que sostienen la narrativa hispanoamericana. Con este propósito, se dedicó esencialmente, en este libro, a describir la labor novelesca de cada uno de los autores de la gran “novela del todo fragmentado” que constituye la narrativa de la América Hispánica. Al mismo tiempo, proporciona al lector el compendio de lo que en cierto modo, podría constituir los grandes apartados de la historia, de la sociología, de la sicología, de la mitología, de la teología, de la filosofía, de la antropología, del arte, de la fantasía y de muchos otros campos, retratados en forma de romanticismo, neoclasicismo, costumbrismo, realismo, naturalismo, indigenismo, modernismo, vanguardismo, regionalismo, surrealismo, manierismo, cosmopolitismo, simbolismo, decadentismo, o mondonovismo, gracias a la capacidad creativa de quienes, además de sus experiencias personales, hicieron suyo el deambular cotidiano de todo un continente. Aquello que el subtitulo de la obra de Aínsa “del espacio vivido al espacio al espacio del texto” traduce tan perfectamente y que irrumpió como una tormenta de obras narrativas que están sucintamente presentadas en el libro de Fernando Aínsa. En esta obra, se ve también cómo Fernando Aínsa, conocedor de su continente dolido ofrece generosamente al lector, y desde fuera donde le tocó vivir como muchos otros intelectuales de América Latina, lo esencial de la bibliografía indicada para la realización de cualquiera investigación que enfoque la narrativa de esta parte del mundo. En resumidas cuentas, por su precisión y concisión, Narrativa Hispanoamericana del Siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto de Fernando Aínsa, en mi humilde opinión, es sin duda un libro a recomendar sin rodeo a todo amante de la literatura hispanoamericana, ya que ha sido perfectamente diseñada para la docencia; y su clasificación en la “Colección Textos Docentes” de las Prensas Universitarias de Zaragoza es un gran acierto.

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DEL TOPOS AL LOGOS. Propuestas de geopoética, I beroamericana-Vervuert, Madrid-Frankfurt am Main, 2006, 303 pp. • María Lucía Puppo

La consideración del espacio como categoría del relato y el drama acompañó desde siempre el desarrollo de los estudios literarios, pero sólo en el siglo veinte esta noción fue elaborada y redefinida en el marco conceptual de las teorías de la ficción o de la semiótica de la cultura, dando origen a los conceptos de cronotopo, de Bajtín, y semiosfera, de Lotman. El espacio creado del texto artístico invita al “topoanálisis” que propuso Gaston Bachelard en La poética del espacio, a los estudios sobre “el espacio del texto” de Georges Poulet y de Maurice Blanchot, y a los del “espacio genético y espacio plástico” de Francastel y de “la mirada en el espacio” de Jean Paris. Todos estos puntos de vista son integrados en Del topos al logos. Propuestas de geopoética, donde Fernando Aínsa los combina además con los hallazgos recientes de otras disciplinas como la antropología simbólica, la sociología urbana y la psicogeografía. La hipótesis central de Aínsa está claramente planteada en la Introducción del libro: “Construir y habitar concretan el lugar, el topos; al describirlo se lo trasciende en logos. La representación se filtra y distorsiona a través de mecanismos que transforman la percepción exterior en experiencia psíquica y hacen de todo espacio un espacio experimental y potencialmente literario” (11). La metodología apuntada exige agudizar el ojo crítico para desentrañar las diversas operaciones con las que el logos literario representa, refigura o transforma el topos americano. Esto implica estrategias tan dispares como revisar tópicos de larga prosapia como la selva, el río, la ciudad y el jardín; rastrear la génesis de los espacios inéditos soñados por la imaginación; abordar el estudio de mitemas y problemas asociados al espacio, como es el caso de la tierra prometida, el límite, la frontera y la utopía.

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Trabajando sobre un corpus de cuentos y novelas cuidadosamente seleccionado para cada capítulo, en todos los casos el autor arriba a una labor final de síntesis, a través de una conclusión bien fundamentada que pone en evidencia continuidades y rupturas entre las obras y los períodos analizados. De ese modo logra trazar las coordenadas de un “sistema de lugares”, respondiendo siempre al objetivo directriz de sentar las bases de una geopoética de la narrativa latinoamericana. La Primera Parte está conformada por cuatro capítulos incluidos bajo el título genérico de “Espacios inéditos”. El primero de ellos tiene una función introductoria, puesto que brinda un marco teórico de referencia para el desarrollo posterior de los otros capítulos. Allí el autor adelanta algunos puntos que serán tratados extensamente en el libro: la relación entre el espacio exterior y las vivencias interiores, el vínculo identitario que se construye en torno a un lugar, la dinámica del viaje, el vacío y sus signos amenazadores, las funciones de orientación en el espacio y la noción de horizonte, la dependencia recíproca de las categorías de tiempo y espacio, y la confluencia de todos estos aspectos en la creación de un espacio estético. La fórmula resultante es que “donde termina un espacio real, empieza el espacio de la creación” (35). El siguiente capítulo aborda un tema frecuentemente citado, la toma de posesión del espacio americano por parte de un imaginario espacial hiperbólico y conflictivo, fundado en el Diario de Colón y continuado por las cartas y crónicas de Indias. El tercer capítulo es un ejemplo de aquellos itinerarios hermenéuticos en los que Aínsa se mueve con mayor profundidad y soltura. “El topos de la selva” es estudiado en cuatro novelas de la tierra paradigmáticas, donde el simbolismo presenta este espacio como cárcel, laberinto o espiral de la naturaleza, fuente de sensualidad femenina o puente hacia el amor primordial. En esta galaxia de significados, se destaca el penetrante estudio sobre Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier. En cuarto lugar, “La desembocadura literaria de los ríos inéditos” focaliza el análisis en la narrativa de Horacio Quiroga y Enrique Amorim, donde el Paraná y el Uruguay implican textualmente fragmentación, marginación y melancolía. La Segunda Parte reúne cuatro estudios bajo el título aglutinante de “Ciudades”. El primer capítulo indaga en la dimensión temporal de las grandes urbes latinoamericanas como “lugares de la memoria” individual y colectiva. Si la ciudad contemporánea ha perdido la noción de genius loci, aún continúa acumulando un sentido histórico, de pertenencia orgánica a un proceso local, nacional o regional. El segundo capítulo, “La invención literaria del espacio urbano”, traza una biografía arquitectónica y espiritual de la ciudad americana, a partir de los textos literarios fundamentales, remontándose a las cuatro esquinas del universo prehispánico hasta arribar a la ciudad descentrada, simbiótica y amalgamada del capitalismo tardío. Un contrapunto fundamental es el tercer capítulo, dedicado a “El espacio preservado del jardín”, que ofrece un excelente análisis de este microespacio intimista en la narrativa de José Donoso. Esta Parte del libro se clausura con el estudio “Las ciudades soñadas”, donde ficción y realidad se imbrican a partir de las figuras de Kublai Kan y Marco Polo, reinventadas en el poema de Coleridge y las prosas geniales de Borges y Calvino. La Tercera Parte presenta los tres últimos capítulos bajo el título de “Fronteras”. En el primer estudio, “Límite, diferencia y espacio de encuentro y transgresión”, Aínsa plantea la ambivalencia inherente al concepto de límite o

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frontera, que ha sido el eje de numerosos debates en torno a antinomias reductoras e insalvables (la ciudad y el campo, lo nacional y lo extranjero, la civilización y la barbarie). El segundo capítulo rastrea un tópico de raigambre bíblica, “La tierra prometida”, asociado a lo que Ernst Bloch llamó el “espacio del anhelo”, que se contrapone al “espacio real” del cautiverio o la pobreza. La patria definitiva o la tierra de asilo invitan a la utopía o el desencanto de dos figuras antagónicas, el emigrante y el exiliado. Finalmente, el tercer trabajo se centra en “La frontera argentina”, comenzando por los programas políticos de Sarmiento y Alberdi hasta llegar a las ficciones utópicas, babilónicas o híbridas de los novelistas del siglo veinte. En este último capítulo se echa de menos un estado de la cuestión de la bibliografía sobre estos temas, como es sabido muy transitados y polemizados por la crítica académica vernácula. Además del hecho de ahorrar los debates de fondo que incluso permitirían valorar más los criterios expuestos por Aínsa, al libro se le puede objetar que su atenta lectura de la narrativa excluye sin mayores miramientos la consideración de una importante producción ensayística de los mismos períodos analizados: la reseña de los sucesivos proyectos de país asociados a “la cuestión nacional” podría complementarse con una breve referencia a otros clásicos literarios como lo son hoy los textos no ficcionales de Ingenieros, Martínez Estrada y Mallea. Del topos al logos resulta un volumen compacto, de redacción madura, que delata una tarea continua de investigación sostenida a lo largo de años y décadas. Dos virtudes poco comunes lo destacan entre otros estudios críticos de su género. Por un lado, el rigor y la coherencia metodológica, que logran poner en relación y acoger los aportes de diversas disciplinas muchas veces percibidas como campos del saber enfrentados. Por otro, la frescura de una prosa austera pero elegante, puesta al servicio de la lectura sensible y de la pasión por compartir el placer inagotable de los textos. Publicado en LETRAS, 57-58, Enero-diciembre 2008

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Espacios del imaginario latinoamericano Propuestas de geopoética Javier de Navascués Universidad de Navarra

El autor

de este libro es sobradamente conocido por su fundamental dedicación de ensayista y estudioso de las letras hispanoamericanas. Libros como Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986) o De la Edad de Oro a El Dorado. Génesis del discurso utópico (1992), entre otras monografías y múltiples artículos, trazan una trayectoria sólida y coherente en donde el examen de las respuestas identitarias que ha dado la literatura hispanoamericana se ha ligado al tema de la utopía y, más genéricamente, al análisis del espacio. Precisamente este volumen supone una recuperación de textos dispersos, a los que sea añaden algunos otros inéditos, y en todos ellos se perfila esa preferencia por lo espacial, mediante el repaso al motivo de la isla, la representación de espacios transitorios (el viaje en Cortázar), o la exposición contrastada de dos novelas canónicas de la selva: Los pasos perdidos y La vorágine. De este último trabajo se extrae una idea, reconocible en otros libros de Aínsa, que permite entrar en un punto decisivo de todo análisis sobre el espacio en América Latina: “El mapa literario de América posee, en efecto, un gran vacío central. Es la periferia que ha venido dando un sentido a través de una narrativa escrita, desde y sobre las ciudades que forman como un collar alrededor del continente, pero cuyo corazón sigue siendo un gran hueco sin distancias establecidas y, sobre todo, sin comunicación interior” (140). El vacío último, fin de la búsqueda laberíntica de los héroes de estas novelas “centrípetas” se explica a partir del momento en que ellos nunca dejan su punto de origen en la ciudad, puerto, orilla o costa, lugar desde el cual se concibe la empresa aventurera y se desarrolla la escritura que la cuenta. El trabajo “¡Espacio mítico o utopía degradada? Por una geopoética de la ciudad en la narrativa resulta una consecuencia lógica de esta afirmación. Todo espacios e transforma simbólicamente desde la vivencia subjetiva del individuo

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que lo habita. Y así, la literatura hispanoamericana ha generado diversos sentidos a lo largo de la historia, elaborando un abanico que proyecta anhelos arcádicos de un campo, muchas veces ignoto (como sucede en el siglo XIX), y una imagen babélica de un espacio urbano, cada vez más deshumanizado y alienante, tal como se comprueba en la narrativa de las megalópolis de finales del siglo XX. Con el término “geopoética” Aínsa muestra la necesidad de establecer una “poética del espacio” en América Latina, de forma que la escritura toca unas constantes y proporciona unas imágenes, no necesariamente referenciales, que acaban por identificarse con el ser mismo de las sociedades urbanas del continente. El último tramo del libro está constituido por tres calas en la interacción entre literatura culta y cultura popular en América Latina. En las últimas décadas, como no deja de señalarse, se han abandonado los grandes planteamientos totalizadores de la nueva novela (ya no tan nueva) y se han vuelto los ojos a géneros como el policíaco, se ha recuperado el humor popular o se ha buceado en temas cinematográficos propios de la cultura de masas. Las páginas dedicadas al deporte o la música en las letras hispanoamericanas caso nos digan más sobre esta cuestión que muchos “estudios culturales”, más interesados en propagar teorías de segundo grado que en hacer estudios de campo. Por otra parte, en abierto contraste con cierta crítica literaria a la moda, aquí el autor no se siente urgido a dar la enésima explicación acerca de la posmodernidad. Acaso una de las virtudes fundamentales de este libro, aparte de las ya citadas, resida en la claridad de sus planteamientos. Además, la honestidad y amplitud de su erudición, nunca plegada a cánones dominantes, está abierta a la rica pluralidad de la literatura hispanoamericana. Javier de Navascués Universidad de Navarra Espacios del imaginario latinoamericano: propuestas de geopoética, La Habana: Arte y Literatura, 2002, 228 pp. (ISBN: 959-03-0202-5).

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Palabras nómadas José Manuel Camacho Universidad de Sevilla

Fernando

Aínsa ha conseguido con su nueva obra, Palabras nómadas. Nueva cartografía de la pertenencia (Iberoamericana Vervuert, 2012), lo que parecía imposible, acariciando la cuadratura del círculo, que un libro de ensayos se lea con la voracidad, la tensión y la intensidad características de una buena novela. Pocos críticos y escritores como é, dentro y fuera de nuestras fronteras culturales, son capaces de dibujar, con trazo certero y sin hacer concesiones, los nuevos y desconcertantes rumbos por los que transita la última narrativa hispanoamericana, cribando la información existente y dando a conocer a un ramillete formidable de nuevas voces en lo que será, sin duda alguna, el próximo canon narrativo de las letras hispanoamericanas. A lo largo de su larga y prolífica trayectoria como ensayista, Aínsa ha centrado su atención en dos grandes bloques temáticos: los espacios míticos y su incidencia en la literatura y el siempre resbaladizo y complejo tema de la identidad hispanoamericana. Del primero destacan títulos como Los buscadores de la Utopía (1977), De la Edad de Oro a El Dorado (1992) o los Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética (2002); de su segunda línea investigadora destaca su rutilante Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986), aunque el tema de la identidad está presente de forma transversal en un sinfín de trabajos dedicados a Onetti, a la literatura uruguaya, a los asuntos del canon narrativo y sus tentaciones periféricas, destacando entre sus múltiples trabajos el ensayo Narrativa hispanoamericana del siglo XX. Del espacio vivido al espacio del texto (2003). Como anuncia en el prólogo de la obra, Aínsa estudia un periodo concreto, el que va de 1980 al 2012, certificando a priori lo que parece un relevo generacional verdaderamente radical en las letras hispanoamericanas, lejos de las novelas totalizadoras de los años 60 y 70, consideradas entonces como auténticas “summas existenciales”, como las llamó Carlos Fuentes: “La novela es mito, lenguaje y estructura” (p. 10). En su lugar aparecen novelas con estructuras más

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sencillas, menos complejas donde prima la narratividad, cancelando, aunque sea de forma provisional, el afán totalizador de construir ficciones que fueran “omnicomprensivas” de la realidad. Los “grandes relatos” políticos y utópicos de otras décadas se han devaluado y han perdido vigencia, generando, en su lugar, textos muy variados temáticamente, donde se plantea una literatura transnacional y en el que cobra gran importancia el éxodo, el exilio, el nomadismo, el desarraigo, el “artista migratorio” que se define por las identidades múltiples y multicéntricas, en sintonía con la globalización. Y en general se produce un desgaste de la literatura política, al menos desde el dogmatismo de décadas pasadas. Desde los años 80 se atenúan las obras que experimentan con lo estético y coquetean con el radicalismo revolucionario. Muchos mitos políticos e ideológicos se han derrumbado o están siendo cuestionados, lo que ha propiciado que la nueva ficción se haya sacudido el mortero político, presentando, en muchos narradores, un descarnado parricidio hacia los escritores de generaciones anteriores, reivindicando la nueva forma de acercarse a los conflictos sociales a través de la irrisión, el humor, la ironía, la parodia, lo carnavalesco o lo grotesco. Se clausura el modelo del “escritor nacional” y el debate sobre la identidad y sus deberes con la sociedad, planteando el nuevo compromiso en términos exclusivamente estéticos y creativos, quedando muy lejos obras canónicas en su engranaje político como las del venezolano Adriano González León (País portátil, 1968) o el boliviano Renato Prada Oropeza (Los fundadores del alba, 1969), para dar paso a una nueva forma de enfrentar la realidad, como la ejemplificada por el escritor Horacio Castellano Moya en cualquiera de sus novelas. Lejos de la influencia apabullante del macondismo aparecen nuevos realismos, como el realismo sucio de la trilogía habanera de Pedro Juan Gutiérrez, la narcoliteratura de Jorge Franco o Fernando Vallejo, la inmersión en el mundo de los paramilitares de Santiago Gamboa (Perder es cuestión de método, 2001) o la violencia absoluta en Satanás (2002) de Mario Mendoza. Por lo general –con la excepción notable de Vallejo- son escritores menos categóricos y transcendentes que los narradores de los años 60, donde la ideología está presentada a través de los retales y los escombros de las fracasadas utopías sociales, como simbolizan las ruinas urbanas de Los palacios distantes (2002) del cubano Abilio Estévez. La visión crítica sobre la realidad cubana bajo el régimen castrista está presente y sobrevive entre los repliegues del género policial, en la serie del detective Mario Conde de Leonardo Padura o se visualiza en La Habana dura y áspera que se cae a pedazos en las novelas de Ronaldo Menéndez (Las bestias, 2006 y Río Quibú, 2008). Por lo general la nueva narrativa muestra una descarnada violencia social, presentada sin tapujos, como detonante de las crecientes “asimetrías sociales”. Se trataría de una violencia banalizada por los medios de comunicación, como ocurre en México y Colombia, destacando en este último país producciones literarias como las de Arturo Alape (El cadéver insepulto, 2005), quien sitúa el origen de la violencia en el asesinato de Gaitán, o de Alfredo Molano, quien investiga sobre el terreno la violencia derivada de la guerrilla (Trochas y fusiles, 1994). El escritor hispanouruguayo subraya, además, la impronta literaria que ha dejado el reinado del capo Pablo Escobar, en su día el hombre más temido de Colombia.

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Sobre México Aínsa señala la presencia abrumadora en la nueva narrativa de las prácticas bárbaras de los sicarios, la violencia política, la corrupción vertical y horizontal, el feminicidio de Ciudad Juárez, con parada obligada en la narrativa de Élmer Mendoza (Un asesino solitario, 1999; El amante de Janis Joplin, 2001; El efecto tequila, 2004; Cóbraselo caro, 2005; Balas de plata, 2008), en Eduardo Antonio Parra (Nostalgia de la sombra, 2002), Jesús Alvarado (Bajo el disfraz, 2003), Rafael Ramírez Heredia (La mara, 2004) o Sergio González, autor de los escalofriantes Huesos en el desierto (2002) y El hombre sin cabeza (2009) que aparece, además, como personaje en la monumental 2666 de Roberto Bolaño. Como ya había estudiado en un libros anteriores, Fernando Aínsa sigue teniendo muy presente la cultura popular y los mass media en la última narrativa hispanoamericana, como agentes muy activos en la generación de todo tipo de discursos literarios, donde resultan fundamentales el mundo del cine, la televisión, la música pop, el cómic, el fútbol, la publicidad, los folletines y telenovelas, dejando a un lado el tono grandilocuente y solemne de épocas pasadas, para dar paso a la crónica burlona e irreverente, desacralizadora de los grandes discursos. Son textos que se alimentan de la mitografía existente, como hace Cabrera Infante con el cine, con su universo de héroes e ídolos, o el argentino Manuel Puig con buena parte de su producción, desde La traición de Rita Hayworth (1968) hasta su libro póstumo Pan, amor y fantasía, protagonizado por Gina Lollobrigida, auténtico icono sexual de los años 50 y 60. Lo cinematográfico se convierte en la base literaria en un autor como el chileno Alberto Fuguet quien declara que su influencia literaria más importante ha sido Woody Allen, como se percibe en Por favor, rebobinar (1996). Y no sólo de cine se alimenta la nueva narrativa. Resulta fundamental toda la influencia de la música popular, como los corridos (o narcocorridos), los tangos, la salsa o los boleros, cuyo lenguaje y motivos encajan en la ficción generando una descarnada sentimentalidad y una nueva pulsión dramática donde la composición musical se entrevera con la propia estructura novelesca. La intersección derivada de la música crea una narrativa coral y polifónica, rica en heteroglosias, donde la voz narrativa tiende a utilizar los recursos de la oralidad y el ritmo de las melodías que suenan entre sus páginas. Se utiliza la música no sólo en los títulos o paratextos de la obra -Consagración de la primavera de Carpentier, De donde son los cantantes de Severo Sarduy, Sinfonía del Nuevo Mundo de Germán Espinosa-, sino que la propia argumentación se sustenta en los temas, mitos e iconos de estas músicas populares, como hace el puertorriqueño Luis Rafael Sánchez en La importancia de llamarse Daniel Santos (1988) o en su popular La guaracha del macho Camacho (1976). También encontramos la música en D (1977) y en Medianoche en video 1/5 (1988) del venezolano José Balza; el lenguaje musical y sincopado en Gazapo (1965) del mexicano Gustavo Sainz y la cultura del zapping en Mala onda (1992) de Alberto Fuguet. Aínsa estudia cómo las novelas inspiradas en temas musicales retoman los mitos y tópicos populares del tango y el bolero, moviéndose entre la expresión melodramática y cierta concepción cursi de la realidad, como ocurre en las obras de Edgardo Rodríguez Juliá (El entierro de Cortijo, 1983), Pedro Vergés (Sólo cenizas hallarás (bolero), 1980), Cabrera Infante (Delito por bailar chachachá, 1995) o Lisandro Otero (Bolero, 1986). Y no sólo en el Caribe, como lo

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demuestra el chileno Hernán Rivera Letelier en La Reina Isabel cantaba rancheras (1994). El tango presente en Boquitas pintadas (1968) de Manuel Puig también lo encontramos en los cuentos de Pedro Orgambide, Cuentos con tangos (1998) y en su novela Historias con tangos y corridos (1976). El propio Carlos Gardel ha inspirado mucha literatura, como La noche en que Gardel lloró en mi alcoba (1996) de Fernando Buttazoni. También el deporte con sus héroes y su épica tiene un lugar destacado en la nueva narrativa. Se ha pasado del rechazo intelectual del deporte, por considerarlo como una forma residual de la cultura popular, a ser declarado como un elemento central de nuestro tiempo. Ya no es visto como una forma de escapismo o enajenación, cuando no una manifestación manipuladora de los regímenes totalitarios o con déficit democrático, para convertirse en una actividad que se adora e idolatra, como ocurre principalmente con el fútbol que ha generado un buen número de novelas y cuentos, como los del argentino Roberto Fontanarrosa, Cuentos de fútbol argentino (1997), el ensayo de Juan Villoro Dios es redondo (2006), la visión casi hagiográfica de la fiesta futbolera en El fútbol a sol y sombra (1995) o la biografía novelada Maradona soy yo (1993) de Alicia Dujovne. También apunta a la importancia del boxeo, donde el espectáculo se aúna a una concepción épica de resonancias ancestrales, como aparece en las biografías noveladas de Enrique Medina (Gatica), Los días contados de Fernando Alegría, Yo soy Jack Jackson de Mirta Yáñez, sin olvidar textos clásicos de Osvaldo Soriano, de Julio Cortázar (Torito) o de Juan Carlos Onetti (Jacob y el otro). Fernando Aínsa, atento siempre a cualquier tendencia narrativa, señala la gran popularidad de las formas breves, herederas del gran Augusto Monterroso, como microrrelatos, minicuentos, fragmentos hiperbreves, minificciones, cuyos autores han encontrado un lugar adecuado en el comercio del libro, como Guillermo Samperio, Raúl Brasca, Ana María Shua, Juan A. Epple, Adolfo Castañón, David Lagmanovich, Luisa Valenzuela, Andrés Neuman o Fernando Iwasaki, llegándose a producir géneros mixtos, como los Aforemas (2004) del venezolano Juan Calzadilla. Hay una tendencia a crear textos transgresores, neovanguardistas, muy alejados de cualquier canon convencional, a los que Aínsa llama “estilos discrepantes”, ejemplificados en la narrativa de Mario Bellatin (Salón de belleza, 1994; Lecciones para una liebre muerta, 2005 y El gran vidrio, 2007), en las novelas cortas de César Aira o en las obras de Sergio Chejfec, artífice de un mundo tan extraño como solitario (Lenta biografía, 1990; Los planetas, 1999; Boca de Lobo, 2000;), sin olvidar los casos muy interesantes de Efraím Medina Reyes (Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, 2002), Gloria Guardia (Cartas apócrifas, 1997), Guillermo Fadanelli (Lodo, 2002), Daniel Sada (Luces artificiales, 2002) o Roberto Echevarren (Ave Roc, 1994)Dentro de estos “estilos discrepantes” Aínsa destaca a una serie de escritoras, como Ana Clavel, creadora de un mundo desasosegante donde tienen cabida todo tipo de manifestaciones sexuales y de transgresiones -incesto, pederastia, violencia sexual...-, como ocurre con Cuerpo náufrago (2005) o Las violetas son flores del deseo (2007). Por su parte, Guadalupe Santa Cruz escribe una novela inquietante como es El contagio (1999), centrada en el universo claustrofóbico de un hospital y donde el punto de vista de la narración no es sólo visual, sino también olfativo, con resonancias

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kafkianas o la demoledora visión que aporta Teresa Porzecanski sobre la fragilidad del cuerpo, convirtiendo los desechos orgánicos en materia narrativa de una gran originalidadComo mecanismo transgresor Aínsa señala la importancia que cobra el humor como elemento desmitificador de la realidad y así aparece en la narrativa de Jorge Ibargüengoitia. Destaca el realismo desenfadado de Guillermo Samperio (Miedo ambiente y otros miedos, 1977; Gente de la ciudad, 1986), la sátira publicitaria de Héctor Sánchez (Entre ruinas, 1984), la parodia metonímica de Osvaldo Soriano sobre la guerra de las Malvinas (A sus plantas rendido un león, 1986), sin olvidar nombres canónicos del humor y la risa como el peruano Alfredo Bryce Echenique o el mexicano José Agustín. El humor negro que flirtea con los poderes del horror y lo fantástico o cuestiona los valores vigentes está representado en la literatura de Daniel Guebel (El ser querido), Roberto Castillo (Subida al cielo y otros cuentos, 1980), Luisa Futoransky (Son cuentos chinos, 1983 o De Pe a Pa (o de Pekín a París), 1986). Destaca también los casos de Alicia Borinsky (Sueños del seductor abandonado, 1995), Ana María Shua (Los amores de Laurita, 1984) o Fernando Iwasaki, autor de una sólida obra donde el humor desbordante supera cualquier tipo de frontera cultural.En su recorrido por la última narrativa Fernando Aínsa destaca la irrupción con verdadera fuerza de nuevas voces femeninas, tratando con la mayor naturalidad temas como el sexo, los deseos, la vida marital o extraconyugal, las infidelidades, las miserias del cuerpo, como aparece en la cubana Mayra Montero (La última noche que pasé contigo, 1991), en la colombiana Mireya Robles (Hagiografía de Narcisa la Bella, 1985), en las obras de Fanny Buitrago o en la chilena Lucía Guerra, quien utiliza la transgresión como contrapeso a la dominación masculina en obras como Más allá de las máscaras (1984), Frutos extraños (1991), Muñeca brava (1993) o Los dominios ocultos (1998). Incluso géneros tradicionalmente considerados masculinos, como la novela negra o la novela histórica, cuentan ya con importantes nombres femeninos, destacando la argentina María Rosa Lojo, la mexicana Elena Garro o la también argentina Luisa Valenzuela. Igualmente importantes resultan las revisiones ofrecidas por Flawia Company, Ángeles Mastretta o Laura Esquivel de grandes procesos históricos, como la revolución mexicana. En muchas ocasiones estas voces femeninas incursionan en la literatura de masas, en el folletín, en el radioteatro, la telenovela, en donde se vislumbra la influencia de Corín Tellado y el subgénero de la novelita rosa, como ocurre con escritoras como Marcela Serrano, Carmen Boullosa o Isabel Allende, a las que critica el uso y abuso de las fórmulas narrativas conducentes al best-seller.Sus teorías sobre las fuerzas centrífugas y centrípetas en la narrativa hispanoamericana tienen su corolario en esta nueva entrega donde Aínsa plantea la tensión existente entre el repliegue nacionalista y el nuevo cosmopolitismo. En este sentido la tendencia centrípeta, desarrollada por Aínsa en numerosos trabajos, confirma la pérdida de los tradicionales referentes telúricos y biológicos y la cancelación de conceptos como “territorio, nación, lengua, comunidad, raíces, etc.”. La pérdida de fronteras lleva aparejada la “desterritorialización”, que aparece como una marca de la postmodernidad, y que de alguna manera es una vuelta a los orígenes expresados con una sentencia lapidaria: “La historia de la literatura es la historia de una fecundación continua” (p. 61). Propone, además, el término “autoctonía” para referirse a las fronteras de las literaturas nacionales que se han difuminado, sin estar abolidas o eliminadas,

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por lo que el gentilicio de esa nueva narrativa (cubana, argentina, colombiana...) no puede ser interpretada como una forma de apresamiento de la literatura. De hecho, el escritor vive lejos de conceptos como “tribu” o “nación” que lo protegían en el pasado, para cuestionar el concepto de “literatura e identidad nacional”, dando lugar a esa “nueva cartografía de la pertenencia”, que permite rastrear cómo la dicotomía centro/periferia de los años 60 y 70 ha dado lugar a una periferia urbana multicultural instalada en aquellos centros urbanos que alguna vez fueron el propio centro, como París, Londres, Madrid, Barcelona, Nueva York, etc. El siglo XX -y lo que llevamos del nuevo milenio- no ha hecho más que acentuar la condición nómada de la escritura a través del viaje, el exilio o el desplazamiento, generando lo que Aínsa llama la transterritorialidad, concepto extremadamente incómodo para la crítica más roma y académica, acostumbrada a encasillar toda obra literaria en unos parámetros temporales y geográficos. Ese nuevo vagabundeo, esas itinerancias, se multiplican con la aparición del espacio cibernético, que confiere una multilocalización a cualquier usuario de la red. Por eso resulta fundamental la figura o el arquetipo del “homo viator”, aunque lo importante es que toda identidad es una suma de fusiones, mestizajes, desplazamientos, donde tienden a desaparecer los límites, las fronteras, los confines, como ocurre con la literatura de Juan Gabriel Vásquez, Fernando Vallejo, Arturo Arias o Alfredo Taján, como si todos fuéramos extranjeros, tal y como lo representa Cristina Peri Rossi en La nave de los locos (1984). Frente a los privilegios del pasado, la memoria y la tradición, el escritor actual mima el presente, lo convierte en un territorio prioritario y convive en él gracias a las páginas web, las redes sociales, los emails y el chat, desarrollando toda una cultura del ciberespacio dominada por un presente absoluto. Así aparece en novelas donde lo virtual y cibernético cobra una especial importancia, como ocurre en Sueños digitales (2001) de Paz Soldán, La vida en las ventanas (2002) de Andrés Neuman o en El autor de mis días (2000) de Hugo Burel. Estamos en la cultura del zapping que de alguna manera contribuye a los rasgos de la postmodernidad: la fragmentación, lo disperso, lo inacabado, etc., apuntalando lo que Gilles Lipovetsky ha llamado “el imperio de lo efímero” y Aínsa considera como “condición nomádica” que convierte al escritor en un “fugitivo cultural”, como lo demuestran las producciones de Javier Vascónez, Leonardo Valencia, Consuelo Triviño, Carlos Liscano, Santiago Gamboa o Luisa Futoransky. El cosmopolitismo, la versatilidad argumental, el internacionalismo temático resultan evidentes en autores como Rodrigo Rey Rosa, Ignacio Padilla, Jorge Volpi o el propio Roberto Bolaño, quien llega a inventarse una literatura inexistente en La literatura nazi en América (1996) y propone una geografía multifocal para sus novelas y cuentos. En esta Nueva cartografía de la pertenencia se recupera con una mirada diacrónica el mito de París, topos ineludible de la literatura hispanoamericana y lugar de peregrinación forzosa desde finales del siglo XIX que ha generado su propio ciclo metanarrativo, presente en clásicos como Los trasplantados (1904) de Alberto Blest Gana, Criollos en París (1933) de Joaquín Edwards Bello, Sin rumbo (1885) de Eugenio Cambaceres, Raucho (1917) de Ricardo Güiraldes o Ifigenia (1924) de Teresa de la Parra. Una literatura que recoge todos los tópicos de la época, como la ciudad de vida alegre, casi libertina, las fiestas galantes, los cabarets, el Moulin Rouge inmortalizado por Toulouse Lautrec. París se convierte

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en ciudad-juego en la Rayuela de Julio Cortázar y en lugar de llegada de tantos exiliados de las dictaduras sanguinarias hispanoamericanas. Desde los 90, París es lugar opcional cuando cayeron las dictaduras y se establecieron las democracias en muchos países, idealizado en Cuaderno de París (2006) de Pablo Montoya. Aínsa destaca la importancia de la ciudad con sus pasadizos, sus túneles y zonas ocultas, además de las buhardillas o los cuartitos miserables de hotelitos y pensiones de mala muerte donde se refugian árabes, españoles, asiáticos, latinoamericanos, europeos del Este, como aparece en el París retratado por Santiago Gamboa en El síndrome de Ulises (2005). La ciudad como espacio inhóspito, maldito, enfermizo, está presente en la obra El meollo (2008) de Silvia Larrañaga y en Wasabi (1994) del argentino Alan Pauls. Otras ciudades cuentan también con su pulsión literaria, como vemos con el Madrid (Madrid al través, 2003) de Adrián Curiel Rivera, o con la Barcelona (Barcelona senza fine, 2011) del uruguayo Juan Carlos Mondragón. En Palabras nómadas no podían faltar reflexiones de gran calado sobre los hispanos de los EEUU, visibles en la antología Se habla español. Voces latinas en USA (2000) coordinada por Paz Soldán y Alberto Fuguet. EEUU es lugar habitual de las ficciones latinoamericanas, como hace Ariel Dorfman en Terapia (2001) o Paz Soldán en Los vivos y los muertos (2009) y especialmente en La materia del deseo (2001). La diáspora cubana en EEUU está contada por Óscar Hijuelos en sus novelas Nuestra casa del fin del mundo (1983) y Los reyes del mambo tocan canciones de amor (1990). El tránsito entre lo hispanoamericano y lo norteamericano es visible en el mexicano Xavier Velasco (Diablo Guardián, 2003) y en el colombiano Jorge Franco (Paraíso Travel, 2001). También hay una narrativa latinoamericana escrita en inglés, a veces de difícil catalogación por esta circunstancia lingüística, como ocurre con el peruano Daniel Alarcón y sus novelas Lost City Radio (Radio Ciudad Perdida, 2007), War by Candenlight (Guerra a la luz de las velas, 2005) o las novelas del dominicano, recriado en USA, Junot Díaz, autor de Drown (1996) o The brief Wondrous Life of Oscar Wao (La maravillosa vida de Óscar Wao, 2007), inspirada en la dictadura de Trujillo. Es evidente que en las últimas décadas se ha producido una pérdida de los referentes nacionales. El emigrante, el exiliado, el viajero se construye una nueva identidad sin necesidad de renunciar a la anterior, donde la memoria del pasado y cierta nostalgia son habituales en la literatura. Son cada vez más frecuentes las dobles nacionalidades entre los escritores, una especie de “bigamia de patrias” o “bipatrismo” como lo llama el autor. El otro no se encuentra ya afuera de las fronteras de un país, sino que puede cohabitar y ser vecino a través de una especie de bricolaje identitario a partir de los desechos y las reliquias de toda cultura. El nuevo escritor no tiene ya que responder ante las necesidades y exigencias de una literatura nacional como ya parodiara Julio Cortázar en 62 Modelo para armar (1968). Hay, según Aínsa, una “geografía alternativa de la pertenencia”, lealtades múltiples, pulsiones de otro lugar, exaltación de la deslocalización, el descentramiento y la transgresión identitaria. Frente a las acusaciones realizadas por sus coetáneos contra los escritores del XIX, tildándolos de “desarraigados”, “trasplantados” o “rastacueros” ahora está de moda una nueva forma de aculturación. Frente a la dialéctica adentro (representada por José María

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Arguedas) afuera (simbolizada por Julio Cortázar) los escritores actuales defienden una visión periférica y marginal, generadora de nuevos centros culturales. El panorama es aún más complejo porque la globalización ha traído consigo el llamado “nacionalismo introvertido”, una forma de protegerse y blindarse frente a las amenazas del mundo global, denunciando los abusos ecológicos, económicos y territoriales perpetrados por las grandes multinacionales y la nueva economía de mercado. Las megacapitales actuales, auténticos laberintos de asfalto, viven una nueva identidad que se construye a partir del bullir continuo de gentes que van de un lado a otro: latinoamericanos en Madrid, bolivianos en Lima, salvadoreños en México DF, etc, con la consiguiente aparición de lo que Aínsa llama “fronteras asimétricas”, lejos del “anacrónico eurocentrismo”. Como sostiene Aínsa el arte no tiene patria, pero sí el artista. Así se presenta en las tensiones que mantiene Vallejo con Colombia (y especialmente con Medellín), comparables a las de muchos chilenos de la diáspora, comenzando por el propio Donoso, quien encontró un techo a su intemperie en las ideologías todavía no fracasadas, o lo que hace Juan Villoro en El disparo de Argón (1991) con México, o Juan José Saer en la creación de “la Zona” desde la brumosa Bretaña, con claras resonancias proustianas, en los relatos de En la zona (1960). Un caso particular lo constituye Cabrera Infante, quien mantiene unos lazos irrompibles con Cuba gracias a la lengua con la que juega, piensa y crea a través de todo tipo de virtuosismos léxicos. Desde la distancia inglesa de su exilio de varias décadas, Cabrera Infante crea un dique de contención para que su inglés perfecto no contamine su español habanero, vivo y saltarín, como una forma de preservar la oralidad cubana y el calor del trópico en la fría atmósfera londinense. Parece imposible el regreso, al menos como se ha imaginado, y así lo narran el peruano Alfredo Pita (El cazador ausente, 1994) y el mexicano Juan Villoro (El testigo, 2004). A veces el regreso es más literario que real, como ocurre con el exilio cubano, como hace Cristina García, quien escribe en inglés su novela Soñar en cubano, Luis Manuel García en Habanecer (2005) o Abilio Estévez en Inventario secreto de La Habana (2004). Resulta evidente que Palabras nómadas. Nueva cartografía de la pertenencia es desde su publicación un libro importante con vocación duradera, una obra central en su producción ensayística, un verdadero catálogo de nuevas propuestas narrativas para los próximos años, poniendo de manifiesto, una vez más, que Fernando Aínsa sigue siendo un lector incansable y privilegiado.

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Una literatura en tránsito Eduardo Becerra Universidad Autónoma de Madrid

Con Eduardo Becerra en Casa de América (Madrid)

Si hay algo que me acerca a los intereses críticos de Fernando Aínsa es su empeño en descubrir pautas comunes en los procesos de la literatura latinoamericana . Títulos como Identidad cultural de Iberoamérica en narrativa (1986), La reescritura de la historia en la nueva narrativa latinoamericana (1995) o Narrativa hispanoamericana del siglo XX: del espacio vivido al espacio del texto (2003), entre una lista mucho más amplia, ejemplifican una trayectoria que eme peñada en demostrar la existencia de una literatura y una cultura latinoamericanas que se han desarrollado de manera autoconsciente a lo largo de los siglos. La capacidad de Aínsa para detectar esas pautas y paradigmas unitarios tiene que ver también con una amplitud de lecturas e intereses incontestable, producto de una curiosidad y espíritu inquieto no muy común en estudiosos con una trayectoria tan amplia. Si empiezo destacando esa búsqueda de articulaciones globales de la literatura hispanoamericana como rasgo caracterizador de sus ensayos, se debe a que este libro se centra en unas manifestaciones de la narrativa de América Latina que apuntan a cierta desestabilización de ese mapa cultural común. Dividido en cuatro bloques, el primero analiza los nuevos discursos emergentes que copan el centro del escenario narrativo en América Latina: nuevos realismos que asumen planteamientos políticos de índole distinta a la de compromisos pasados, y códigos y formatos de la cultura de masas que conforman imaginarios caracterizados por la hibridez y alejados de la solemnidad y la ambición formal del pasado. Estos nuevos escenarios implicarán nuevas escrituras: destaca Aínsa la emergencia de las voces femeninas, la proliferación de los registros humorísticos y la pujanza de los formatos breves y fragmentarios como iconos de estas transformaciones. La parte final de la introducción sitúa con

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precisión el germen de los dilemas y debates que suscita esta coyuntura: la tensión entre las actitudes universalistas y las reivindicaciones de los particularismos, tensión que nos remite a la dialéctica omnipresente entre cosmopolitismo y nacionalismo y que en el marco del mundo globalizado adopta nuevas modalidades. Los tres capítulos restantes, «Palabras nómadas», «Cartografías de la pertenencia» y «El viaje inconcluso», ilustran el nuevo territorio que estas tensiones generan: un imaginario latinoamericano caracterizado por la inestabilidad y la difuminación, por la pérdida de cualquier tipo de referente sólido y de rasgos siempre cambiantes. El libro desgrana cómo los tópicos recurrentes que sirvieron de modelos de las identidades pasadas son erosionados en las ficciones más recientes: frente a la tierra natal, la extranjería, el nomadismo y la diáspora; frente a la lengua como patria del escritor, la incorporación del ingles y otras jergas al ámbito de lo latinoamericano; frente a la nación, la intemperie, el viaje incesante y el regreso imposible. El resultado es una literatura desterritorializada, sustentada en «lealtades múltiples», que desvela el «carácter pluralista de la identidad» y abre «más posibilidades que dificultades» para el debate sobre nuestro mundo. Para el crítico uruguayo, estas ficciones repletas de pasajeros en tránsito y «habitantes del afuera», y que transcurren en las denominadas en el libro «capitales de la diáspora», remiten a una extranjería que ya no son expresión del desarraigo sino una manera más abierta de estar en el mundo. Resulta imposible repasar la ingente cantidad de autores y libros en que basa sus análisis y la perspicacia de sus lecturas. Me limitaré a destacar dos o tres cuestiones sobre las que merece la pena detenerse. Señala Aínsa que el periodo actual constata el logro ya no de la independencia de la expresión americana, sino de las interdependencias entre los escritores de las distintos países del continente y de su diálogo de tú a tú con el resto de áreas culturales. Esta situación habría roto con la balcanización que hasta hace muy poco caracterizaba la circulación de las obras y establecería dinámicas enriquecedoras al superar el aislamiento respecto a los espacios internacionales de producción. Sin duda esto es así, y tal situación hace notar sus efectos en ficciones con escenarios y temáticas ya no circunscritos a los espacios autóctonos, pero se echa en falta una cierta reflexión sobre hasta qué punto esta interdependencia se encuentra generalizada o es solo privilegio de unos pocos autores que dan el salto a espacios internacionales de producción y recepción. Haber abordado este punto habría dado una visión más ajustada de esta dinámica. Por otro lado, en un libro que caracteriza los rasgos centrales de la última narrativa con nociones como «nomadismo», «extranjería», «errancia», «diáspora», «intemperie», «periferia» y un sinfín de modalidades del viaje —«iniciático», «inconcluso», «de espaldas», «de fuga», «nostálgico», «sin regreso»— se hace más notoria si cabe la poca presencia de Roberto Bolaño, quizá quien mejor haya narrado distintas formas del viaje en la prosa de ficción más reciente y cuya obra se apoya en una épica del vagabundeo que debería haberse recogido con mayor detalle.

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Estos apuntes no restan valor a un estudio ambicioso y de una riqueza indiscutible. Fernando Aínsa plantea a través de sus páginas, sin mencionarla explícitamente, la pregunta que se sitúa en el eje de las discusiones sobre la literatura más reciente: ¿puede hablarse ya de Literatura Latinoamericana? En su libro los espacios convocados son calificados ya en el título como las «nuevas cartografías de la pertenencia». Queda una pregunta en el aire: ¿realmente las hay? ¿Es posible encontrar en este paisaje lugares que puedan generar un sentimiento de pertenencia, paradigmas aglutinantes capaces de permitir hablar de un espacio común de lo latinoamericano? Seguro que Aínsa nos dará, en algún libro próximo, las respuestas adecuadas.— EDUARDO BECERRA. PUBLICADO EN LA REVISTA TURIA Fernando Aínsa, Palabras nómadas. Nueva cartografía de la pertenencia, Madrid, Iberoamericana, 2012.

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