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Revista digit@l Eduinnova ISSN 1989-1520 Nº 24 – SEPTIEMBRE 2010 EL ORIGEN DE TODO ESTO: LA FILOSOFÍA ANTIGUA AUTORA: Amparo Páramo Carmona. DNI:

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EL ORIGEN DE TODO ESTO: LA FILOSOFÍA ANTIGUA AUTORA: Amparo Páramo Carmona. DNI: 24291695 S ESPECIALIDAD: FILOSOFÍA La aparición del pensamiento filosófico, ese acontecimiento al mismo tiempo tan sorprendente y tan difícil de explicar a juicio de Bertrand Russell, trae consigo una nueva visión de la realidad, que se esfuerza en eliminar los supuestos irracionales del mito, pues es una crítica de la sabiduría popular. Aunque no sea posible determinar con precisión qué circunstancias concurrieron en el pueblo griego para que se iniciara allí y no en otro lugar y momento lo que llamamos civilización occidental, es claro que algo debió ocurrir que hizo posible ese florecimiento y además de forma tan rápida, de la cultura y el conocimiento.

El mito convierte en imposible la existencia de la ciencia, ya que no existen leyes, sino arbitrariedad. Lo que pretende la Filosofía es criticar esta arbitrariedad y posibilitar que surja, oponiéndose a lo anterior, la idea de necesidad racional, es decir, el logos.

El lenguaje racional lógico tiene dos características intrínsecas. La primera de ellas es la búsqueda de la permanencia o constancia de la esencia, que los griegos llaman eidos, frente a lo cambiante, es decir, el mundo de la apariencia, lo que percibimos a través de los órganos de los sentidos externos. Se trata pues de la unidad frente a la multiplicidad, de lo que deriva la aparición de la dualidad clásica razón/sentidos, iniciándose el pensamiento de que conocer las cosas es conocer lo que son verdaderamente, para lo cual no bastan los sentidos. Estamos en presencia de la sorpresa que se produce ante el descubrimiento de que, siendo las cosas de una manera, dejen de serlo para ser de otra, que a su vez se renovará apareciendo investida de otras formas: de la semilla brota el árbol, del árbol los frutos… Estos cambios plantean el problema del paso de lo uno a lo múltiple y para desentrañar este problema la razón debe estructurar el mundo en un todo coherente y racional.

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La segunda de las características que citamos es la pregunta por el arjé, el primer principio del cual están hechas todas las cosas, que se convierte en la pregunta radical, en el eje de toda interrogación por el origen ¿de dónde procede todo cuanto hay? ¿cuál es la fuerza que engendra las cosas? ¿qué es lo que hace que unas cosas nazcan y otras perezcan? Este principio, que preside todos los cambios, es único, pues la multiplicidad está representada por las cosas que cambian y la unidad por el principio que origina dichos cambios.

Los primeros filósofos griegos tienen pues un doble motivo de reflexión: la naturaleza y el arjé último y eterno del que todo procede y del que todo se compone. No será hasta la aparición de Sócrates y los sofistas, ya en el siglo V antes de Cristo, cuando cambie el eje central del pensamiento griego, pasando a ocupar el lugar de privilegio el hombre, que se convierte, parafraseando a Protágoras de Abdera, en la medida de todas las cosas.

Las obras que de los iniciadores del pensamiento racional nos han llegado tienen carácter fragmentario y su interpretación es muy difícil, aunque se les puede encuadrar en dos tendencias: la tradición científica jonia, que probablemente se inspira en la ciencia egipcia y mesopotámica y que sustituye las representaciones antropomórficas de los mitos por elementos naturales y la tradición mística itálica, de tendencia metafísica y religiosa y que presenta influencias del movimiento órfico, inspirado en el mito de Orfeo y según el cual el hombre posee una doble vertiente dionisiaca y titánica.

La figura de Orfeo es tan oscura como interesante. Algunos historiadores estiman que se trata de un personaje real, mientras que otros entienden que es un dios o un héroe imaginario. En cualquier caso, y sea la que sea la versión que demos por buena, lo que sí es cierto es que los órficos creyeron en la transmigración de las almas y, de hecho, en algunas tumbas se han encontrado tablillas en las que se dan instrucciones al alma del muerto acerca de cómo hallar el camino al otro mundo y qué debía decir una vez llegado allí para ser digno de la salvación. También es cierto que se trataba de una secta en busca del saber místico. Este elemento místico entró en la

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filosofía griega con Pitágoras, que fue reformador del orfismo y a través de Pitágoras llegó hasta la filosofía de Platón así como a la mayor parte de la filosofía posterior de índole religiosa. Los órficos, en contraposición a los sacerdotes de los cultos olímpicos, fundaron lo que nosotros llamaríamos “iglesias”, comunidades en las que todo el mundo y, esto es muy importante, sin distinción de raza o sexo, podía ser admitido una vez superado el periodo iniciático. De su influencia surgió la concepción de la Filosofía como modo de vida.

La Filosofía de este periodo se conoce con el nombre de preática o presocrática y abarca el tiempo que va, aproximadamente, de 600 a 450. Se inicia en Mileto y Éfeso (Asia Menor) y su influencia llega hasta Atenas. Nace, pues, en los dominios marginales de la cultura griega y comprende cuatro tendencias o escuelas que, en función de sus intereses especulativos así como de su ubicación geográfica, reciben los siguientes nombres: Los Antiguos Físicos o Escuela Jónica (Mileto y Éfeso), Los Pitagóricos (sur de Italia), los Eleatas (sur de Italia) y los Físicos Recientes (Sicilia y Abdera).

La influencia de los pensadores que conformaron estas escuelas es de tal magnitud que aunque es la Escuela Ática, posterior en el tiempo (450-300 aproximadamente) y que tuvo su sede en Atenas, la que alcanzó mayor relevancia, la estela de los presocráticos llega hasta nuestros días. De hecho, en la especulación de este grupo de filósofos está el germen de acontecimientos que la tradición posterior retomará pero que no podrán desprenderse de su pátina griega. Entre ellos, la búsqueda del arjé, elemento bien natural o bien indeterminado que propiciará el descubrimiento de las leyes de la naturaleza, que rigen el devenir universal. Esto es lo que constituye el verdadero principio explicativo del universo y está especialmente contenido en los fragmentos que nos han llegado de Heráclito y que veremos más adelante. También la especulación matemática aparece en este periodo, siendo la escuela pitagórica el máximo exponente de ella, al buscar el arjé no en el mundo, en la naturaleza, sino en los números. Los griegos aportaron algo que representa un valor permanente para el pensamiento abstracto: descubrieron las matemáticas y el arte del razonamiento por deducción. La geometría, especialmente, es un invento griego.

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En lo que respecta a la astronomía, la búsqueda de la armonía del cosmos les lleva a otorgar al hombre y a la tierra un lugar más humilde que el de “centro del universo”. Pero el primer intento de explicación es antropomórfico y los problemas cósmicos son concebidos como problemas humanos y sus elementos son personificados como si la reflexión sobre lo humano hubiera precedido a la reflexión sobre el origen del mundo y los dioses, Estos primeros intentos de explicación del universo, confundidos con los mitos, los encontramos en las primeras manifestaciones literarias, caso de la narración del mito de Prometeo que, de alguna manera, simboliza la aparición de la razón y el arte en el pueblo griego.

En cuanto a la física, aparecen el atomismo, la teoría de los cuatro elementos, la idea de espacio vacío, de movimiento… En fin, nociones básicas de la ciencia de todas las épocas.

En el terreno especulativo, encontramos por vez primera la investigación libre y autónoma que se refleja en el estudio de la moral, de la naturaleza del alma, de la religión e incluso de la historia.

Pero también aparecen las ideas de libertad, ley y democracia. Para el griego, las leyes son de dos tipos: nomoi o leyes escritas, hechas por el hombre y tesmoi o leyes no escritas, de origen divino. Serán los filósofos los encargados de dejar clara ya para siempre la contraposición entre la physis y el nomos, con lo que al carácter universal y permanente de la ley natural se le opone el convencional y relativo de las leyes humanas. Esta convencionalidad alcanza también al plano de la moral, pues falta unanimidad para determinar lo bueno y lo justo. La fidelidad a la ciudad-estado, que dota de cohesión a la sociedad, es otro de los “inventos” griegos, aunque el grado en que la libertad individual cedía a los deberes con el Estado variaba de unas polis a otras (es muy difícil establecer paralelismos entre Esparta y Atenas, por ejemplo). Y en este punto hay que destacar el papel que desempeña la aparición de la figura del líder político, que se perfilará a lo largo del llamado “Gran Siglo de Pericles” pero que ya encontramos en ciernes en este periodo,

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así como la crítica de la idea tradicional de polis. Desde luego todo esto no se entiende si no hablamos del lugar que en la reflexión filosófica griega tiene el concepto de justicia, una de sus creencias más profundas.

La idea de la justicia, tanto cósmica como humana, no es fácil de comprender si no se entiende la mentalidad del griego de este periodo histórico. Se trata de no sobrepasar los límites eternamente fijados, por lo que los dioses tenían que someterse a esta justicia, lo mismo que los hombres, aunque la fuerza suprema no era personal, ni tampoco un dios supremo.

Y ya que hemos hecho mención de Pericles y de la aparición de la figura del líder político, conviene que recordemos que también este acontecimiento lleva aparejada una innovación fundamental en materia social: a partir de este momento, el linaje ya no basta para gobernar. Por el contrario, de lo que se trata es de ser un buen orador así como conocedor de las leyes y de la administración del Estado. Este tipo de destrezas alcanzarán el nivel de excelencia gracias a las enseñanzas de los Sofistas, contemporáneos de Sócrates pero considerados presocráticos por muchos autores. Serán ellos, educadores a sueldo, metecos cultos y conocedores de los usos y costumbres sociales quienes desarrollen tanto las disciplinas humanísticas como la oratoria y hagan una defensa acendrada del panhelenismo, con lo que cae definitivamente el concepto de polités, cuyo lugar ocupa el de cosmopolitas, el ciudadano del mundo.

Las especulaciones de los primeros representantes de la escuela de los Antiguos Físicos, es decir, el germen de la Filosofía, se deben considerar como hipótesis científicas casi sin contaminación de ideas morales o intereses relacionados con los humanos, pero los problemas que plantearon eran muy importantes y su vigor inspiró a los investigadores posteriores.

En este grupo, ubicado en Mileto y Éfeso, es donde encontramos al que según todos los testimonios es el iniciador del pensamiento racional, a quien Aristóteles llama “padre de la Filosofía” y que fue el primero en preguntarse por un principio por el que

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puedan explicarse unitariamente todas las cosas. Se trata de Tales de Mileto, a quien podemos situar cronológicamente gracias a que predijo un eclipse solar que se produjo, según nos relatan los testimonios, el año 585 antes de Cristo. Según Aristóteles, Tales creía que el agua es el arjé o sustancia original de la cual todas las demás se han formado y sostuvo que la tierra descansa sobre el agua. También Aristóteles nos cuenta sobre Tales en su obra Política que sus contemporáneos le reprochaban su pobreza, lo que constituía la demostración de que la filosofía no sirve para nada. Tales demostró su ingenio aprovechando el conocimiento que tenía de las estrellas para saber que habría una gran cosecha de aceitunas al año siguiente, por lo que alquiló a bajo precio todas las prensas de olivos de Chío y Mileto. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, necesitándose muchas prensas, él las alquiló al precio que quiso y ganó muchísimo dinero, demostrando que los filósofos pueden enriquecerse fácilmente si quieren, pero que su interés es otro.

En cuanto a Anaximandro, el filósofo de mayor talento especulativo de esta escuela, la idea central de su sistema es que las cosas de este mundo no pueden explicarse por una materia existente y admite una materia que es anterior a todas las cosas que se nos aparecen. La llama ápeiron, lo indefinido, y esinfinita, eterna, sin edad y que envuelve a todos los mundos (Anaximandro pensaba que nuestro mundo era sólo uno entre muchos). Estamos en presencia de un filósofo lleno de curiosidad científica, muy original en sus afirmaciones. Por ejemplo, fue el primero que hizo un mapa.

Anaximenes, el último de la triada, afirmó que la sustancia fundamental es el aire y todo surge de él por rarefacción y condensación. Aunque no es el más importante del grupo, tuvo una gran influencia en Pitágoras y en la filosofía posterior. El gran progreso que supone la escuela de los jónicos respecto al pensamiento anterior, entrecruzado de mitos, consiste en que todas sus afirmaciones nos permiten deducir que lo que está latente no es una pregunta física, sino metafísica, que se fundamenta en que la multiplicidad de los seres tendría su justificación racional en un principio unitario. Y si la respuesta es física es sólo porque su nivel de investigación no les permitió llegar más lejos a pesar de sus sorprendentes planteamientos. Pero el primer impulso racional a la Filosofía ya está dado.

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Por lo que respecta a la Escuela de Mileto, diremos que es más importante por lo que inició que por lo que llevó a cabo. Nació del contacto del espíritu griego con Babilonia y Egipto, por lo que los prejuicios y supersticiones primitivos estaban atenuados por el trato con muchos otros pueblos. Pero también asume los planteamientos de los jónicos, aunque de forma antitética.

El representante de la escuela de Éfeso, Heráclito, tiene una repercusión posterior enorme: influye en el cristianismo, en el tema de la transitoriedad del mundo, en Hegel, cuando habla del ser como devenir, en el marxismo y el materialismo dialéctico, en Goethe, especialmente en su idea del sufrimiento, en Nietzsche, en Bergson, en los existencialistas y en la física moderna. Sólo se conservan de su obra breves y enigmáticos fragmentos. De hecho, se le llamó skoteinós (el oscuro), y él mismo depositó su libro, titulado “Sobre la naturaleza”, en el altar de Artemisa, dando a entender que escribía para los dioses. Su acmé se sitúa en 500 a. C.

No perteneció Heráclito a la tradición científica jonia, sino que era un místico. Considera que el fuego es el elemento primordial, del cual todo lo demás se ha formado y que el alma es una mezcla de fuego y agua (el fuego es noble, el agua innoble, lo que le lleva a afirmar que “humedecerse es la muerte del alma”). Aprecia el poder obtenido por autodominio y por eso desprecia las pasiones, que distraen al hombre de sus ambiciones centrales.

La doctrina de que todo se halla en devenir constante es la idea más famosa de Heráclito y la más ensalzada por sus discípulos. He aquí algunos ejemplos: “No nos bañamos dos veces en el mismo río, porque las aguas nuevas siempre están fluyendo encima de ti”. O bien: “el sol es nuevo cada día”. Pero hay otras ideas en su obra igualmente importantes: la lucha de contrarios (“Los hombres no saben cómo lo discorde está de acuerdo consigo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira” o bien “Pólemon, la guerra, es padre de todas las cosas y rey de todas las cosas; a unos los hizo dioses y a otros hombres”) o la armonía dinámica del universo (de hecho, al buscar el orden e inteligibilidad de lo real no en sus aspectos

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estáticos, sino en su dinamismo, no en la identidad sino en la contradicción, en la lucha de contrarios, Héraclito fue el iniciador de la dialéctica).

El siguiente periodo de la filosofía griega presocrática se localiza en el Sur de Italia. Es de carácter más religioso y, en particular, más órfico, lo que significa por una parte, que su espíritu es menos científico que el de los autores de la escuela anterior y, por otra, que su realización es, en algunos aspectos, más interesante. Estamos hablando de los Pitagóricos, cuyo fundador, Pitágoras de Samos , crea en Crotona, donde había sido desterrado por Polícrates la “Liga Pitagórica”, comunidad formada por hombres y mujeres de sangre griega. Se trata de una secta de carácter religioso y mistérico para cuya admisión se realizaba una rigurosa selección. El perteneciente a la secta debía guardar las siguientes normas: celibato, años de silencio, examen diario de conciencia, vestido sencillo de lino, abstinencia de carne, vino, huevos y habas y fidelidad a los miembros de la Liga aún a costa de la vida. Pero la novedad más interesante la constituye la existencia de mujeres y esclavos dentro de la Liga.

En la sociedad que fundó Pitágoras la propiedad era común y se vivía en común. Incluso los descubrimientos científicos y matemáticos fueron considerados colectivos y místicamente atribuidos a Pitágoras aún después de su muerte. Dos son los puntos fundamentales de la doctrina pitagórica: la transmigración de las almas y la teoría de los números. Con respecto al primero de ellos, estamos en presencia de contenidos de origen órfico que se constituyen en la doctrina capital pitagórica, sin la cual no es posible entender lo demás. Se afirma con la doctrina de la transmigración de las almas que nuestra alma es emanación de lo divino y, por lo tanto, de naturaleza inmortal. Ahora se halla en el cuerpo como castigo por una culpa anterior y después de la muerte tendrá aún que pasar por otros cuerpos de hombres y animales hasta que retorne, purificada, a lo divino. Después de cierto ciclo se cumple el retorno de todas las cosas. Esta idea es la que encontraremos posteriormente en Platón y su teorización sobre el alma.

En cuanto a la teoría de los números es la consecuencia de su búsqueda del arjé no en el mundo, sino en el orden cósmico divino como una forma de liberación de la

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sensibilidad. Todas las cosas constan de números, afirman los pitagóricos, por lo que la matemática como argumento deductivo-demostrativo comienza con ellos. También se sitúa en el Sur de Italia, concretamente en Elea, la tercera de las escuelas de este periodo, la Eleática, de la que son sus principales representantes Jenófanes de Colofón, Parménides de Elea (la figura más representativa), Zenón de Elea y Meliso de Samos.

Se suele presentar la concepción de la escuela Eleática como antitética de la Jónica y, muy especialmente, frente a la posición heracliteana, pero esto no es cierto del todo, puesto que hay una diferencia inicial y fundamental: la perspectiva diferente en que se sitúan. Precisamente por ser diferentes no son incompatibles.

Jenófanes, que expone su doctrina en forma de poemas, nos ofrece tres afirmaciones fundamentales: Sólo hay un dios (es la primera vez que esto se predica. Además, Jenófanes elimina el aspecto antropomórfico de la religión griega y dota a su dios de todas las perfecciones), dios es inmóvil (aquí encontramos el primer anuncio de lo que Aristóteles llamó “motor inmóvil”) y, por último, la verdadera formación es la sabiduría y su ideal es la moderación.

Es Parménides quien inicia la búsqueda de algo que no esté sometido al imperio del tiempo. Al contrario que Heráclito, que afirmaba que todo está en constante devenir, para Parménides no existe el cambio. Sólo conocemos una obra de Parménides, el “Poema”, en el que trata acerca de la naturaleza y considera a los sentidos como fuentes de error, mera ilusión. Se divide en dos partes: la vía de la verdad ( en ella afirma que el ser es y el no ser no es. Que el ser es, es tan evidente que no necesita demostrarse. No es posible pensar que el ser no sea, pues “lo mismo es pensar que ser”. La nada no es y ni siquiera puede ser pensada) y la vía de la opinión (es el mundo de la apariencia, contrapuesta a la verdad, pero posibilita el conocimiento, ya que basándose en lo físico se descubre lo metafísico).

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El ser es, pues, inmutable. Contra Heráclito, rechaza Parménides todo devenir y desaparecer: el ser no puede devenir, porque si es, no necesita hacerse. Tampoco de la nada puede surgir, pues de ella no nace nada. Niega el movimiento, pues éste exige un espacio vacío y tal espacio vacío es nada y, por lo tanto, no existe. En definitiva, hay un solo ser, único, indivisible, igual y eterno, que tiene la forma de una esfera, que es la figura perfecta para los griegos, porque no tiene aristas. Y estas características del ser son las que luego Platón retomará para aplicarlas a las Ideas.

El sistema de Parménides es el primer ejemplo en la filosofía de un argumento sobre el pensamiento y el lenguaje con referencia al mundo y lo que la filosofía posterior aceptó de este filósofo no fue la imposibilidad del cambio, que era una paradoja evidente en exceso, sino la indestructibilidad de la sustancia.

Su discípulo Zenón de Elea (considerado por Aristóteles “padre de la dialéctica”), dedicó su obra a probar las tesis de su maestro, para lo que elaboró una serie de aporías con las que trató de demostrar que el movimiento no existe. Entre ellas, la aporía de Aquiles el veloz (la más conocida), la de la flecha y la de los corredores en el estadio, en las que está planteado el problema del cálculo infinitesimal así como el esbozo de la teoría de Einstein acerca de la validez relativa de la medición del tiempo.

El último representante de la Escuela de Elea es Meliso de Samos, llamado “el Consumador”. Meliso se dedica a eliminar de las tesis de Parménides y Zenón todo lo que es insostenible, por lo que el ser deja de ser una esfera (es decir, una figura geométrica y, por lo tanto, limitada) para pasar a ser lo ilimitado. Es, además, incognoscible, pues de todos nuestros conocimientos sólo se nos revelan apariencias del ser, no el ser en sí.

La escuela Eleática desecha la mutabilidad natural de las cosas observable por los sentidos como algo irracional, puesto que la mutabilidad implica carencia de ser y sólo el ser es pensable y racional. El ser como sustancia una y única se convierte en el principio metafísico capaz de dar coherencia racional a una realidad que, por otra parte, está alejada del testimonio de los sentidos. Es la razón la que determina cómo

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es el ser y no la observación directa de las cosas. Con ello, se inicia la metafísica en la cultura occidental.

La otra gran escuela de este periodo que hemos dado en llamar Filosofía Antigua, los Físicos Recientes, originarios o establecidos en Sicilia y Abdera, tratan de hallar una vía que concilie el cambio con la inmovilidad, es decir, un camino intermedio entre Heráclito y Parménides. De entre ellos destacamos tres figuras: Empédocles de Agrigento, Anaxágoras de Clazomene y Demócrito de Abdera. Todos ellos quieren explicar la realidad mediante una pluralidad de elementos cohesionados por principios dinámicos.

La originalidad de Empédocles consiste en su exposición de la doctrina de los cuatro elementos y en el empleo de dos principios, el Amor y la Lucha para explicar el cambio. Asimismo, rechazó el monismo y consideró el curso de la naturaleza regulado por la casualidad y la necesidad y no por un plan. En este respecto, su filosofía es más científica que las de Parménides, Platón y Aristóteles, aunque en otros no está exenta de supersticiones, especialmente en materia religiosa.

Su contribución a la ciencia fue muy valiosa: descubrió que el aire era una sustancia aparte y fue el fundador de la escuela italiana de medicina. Su sistema tuvo una gran influencia en Aristóteles, en particular en lo que respecta al establecimiento de los cuatros elementos (tierra, agua, aire y fuego) todos ellos duraderos pero que podían mezclarse en distintas proporciones y producir de esta manera las sustancias complejas cambiantes que en el mundo encontramos. Por el Amor se unían y por la Lucha se separaban. En este punto observamos cierta analogía con Heráclito, pero sólo de una forma débil, pues no es la Lucha sola, sino ésta y el Amor juntos quienes producen el cambio. Es también el precursor de la teoría atomista.

En cuanto a Anaxágoras, difiere de Empédocles pues para explicar el mundo no le bastan los cuatro elementos, sino que supone la existencia de tantos elementos como materias fundamentales, entendiendo este filósofo por elemento lo mismo exactamente que el químico actual. Todos los elementos se presentan mezclados, aunque a la

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mezcla la llamamos por el elemento que domina en cada caso. Sólo hay uno que no se presenta mezclado: la mente o espíritu, que Anaxágoras llama nous, que es aquello que lo conoce y lo mueve todo, el pensamiento que regula el cosmos y lo conduce a la unidad.

Respecto a la estructura del universo, dice que está constituído de homeomerías o partículas semejantes que son los principios de todas las cosas de este mundo, que se producen por agregación de homeomerías y se destruyen por su disgregación.

Y por último, el mayor genio presocrático, Demócrito. Fue matemático, naturalista, astrónomo y lingüista. Su aportación a la Filosofía es el atomismo.

Su explicación del mundo es como sigue: todo ser real consta de un número infinito de partículas pequeñísimas, que no son visibles ni divisibles y a las que llamó átomos (lo indivisible en griego). Son también estas partículas eternas, inmutables e indestructibles, todas ellas iguales, formándose los diferentes cuerpos atendiendo al número de átomos que los forman. Como consecuencia, basta un solo elemento para explicar la naturaleza.

Pero Demócrito afirma también la existencia del espacio vacío, al que considera tan real como a los átomos, y que es lo que posibilita el movimiento y la vida. Se le conoce con el sobrenombre de filósofo de la risa pues propone la euthymía (bienestar del alma) para mantener a ésta en alegría permanente, pero también es el creador del primer sistema filosófico completo, que abarca todos los sentidos de la vida: el mundo, el alma, los dioses y la ética.

Todos estos pensadores son generalmente llamados “presocráticos” aun cuando algunos de ellos son contemporáneos de Sócrates e incluso de Platón, como en el caso de Demócrito. Sin embargo, su planteamiento de la Filosofía los aproxima más a las antiguas escuelas que a los pensadores del siglo IV.

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Hemos tratado de un grupo de filósofos a los que no conviene mitificar, como tampoco a la sociedad en la que vivieron o que contribuyeron a crear, pero si se tiene en cuenta que lo que hemos recibido de ellos es, en la mayoría de los casos, o bien fragmentos aislados o bien el resultado de sus polémicas con otros autores o bien la explicación de sus sistemas dadas por terceros, será fácil considerarlos admirables, pues aun habiendo salvado esta carrera de obstáculos siguen resultándonos grandes.

BIBLIOGRAFÍA

ARISTÓTELES: Política. Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela. Caracas 1982. FARRINGTON, Benjamín: Ciencia y política en el mundo antiguo. Editorial Ayuso. Madrid, 1979. FRAZER, J. G.: La rama dorada. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 1986. GRIMAL, Pierre: Diccionario de mitología griega y romana. Paidós. Barcelona, 1989. JAEGER, Werner: La teología de los primeros filósofos griegos. Fondo de Cultura Económica. México, 1977. PLATÓN: Teeteto. Gredos. Madrid, 1983. RUSSELL, Bertrand: Historia de la Filosofía occidental. Espasa Calpe. Madrid, 1982

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