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Segovia se ha convertido en una provincia turística castellana puntera, con el acueducto romano como imagen emblemática de su capital, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Erigida sobre un estratégico peñón calizo en la confluencia de los ríos Eresma y Clamores, a tan sólo 10 kilómetros de la sierra de Guadarrama, la ciudad de Segovia es, por antonomasia, la ciudad del acueducto. Sin embargo, el rastro dejado en ella por la civilización romana es relativamente escaso, sobre todo si se compara con otros muchos vestigios de distintas épocas –iglesias románicas, palacetes y casonas nobles– que salpican el laberinto de sus calles y que le han valido, con toda justicia, ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Muy cerca de la capital, en la ladera de la sierra, se encuentran La Granja de San Ildefonso y Riofrío, sitios doblemente favorecidos por la naturaleza y por la realeza. También a los pies del Guadarrama, por la carretera que lleva a Soria, se suceden los bonitos pueblos serranos, favorecidos en su caso por los turistas de fin de semana, que acuden atraídos por la belleza del románico
rural, por sus bosques de sabinas, robles y pinos albares, y por la vieja sabiduría con que aún se asa el cordero en sus hornos de leña. Al noreste de la capital, en una zona de transición entre la sierra y la meseta, se alzan Pedraza, Sepúlveda y Turégano, villas que tienen en común una larguísima historia, una cuidada monumentalidad y un tipismo inalterado e inalterable, del que son el mejor ejemplo sus plazas mayores. Otros lugares dignos de mención son la sierra de Ayllón –en el extremo oriental de la provincia, donde nace el río Riaza, el mismo que hacia el norte, cerca ya del Duero, surca las hoces más profundas y solitarias de Segovia–; y, en el noroeste, casi en la linde con Valladolid, las villas de Coca y Cuéllar, que poseen dos de los castillos más hermosos de España. Ciudad de Segovia El acueducto de Segovia, que fue iniciado probablemente por Domiciano en el año 90 y quizá parcialmente reconstruido en tiempos de Trajano, es el mejor ejemplo de arquitectura civil romana en España. Aunque el agua se traía desde la sierra por un canal de 12 kilómetros, el acueducto elevado, el visible, mide 728 metros y alcanza una altura de más de 28. Tiene 166 arcos y está levantado en piedra granítica puesta en seco, sin usar argamasa. Otros ejemplos notables de arquitectura civil en Segovia son la casa de los Picos, así llamada por las piedras talladas como diamantes que embellecen su fachada del siglo XVI, el palacio del Marqués del Arco (siglo XVI) y el torreón de Lozoya (siglo XIV). En la plaza Mayor se alza el Ayuntamiento, de estilo herreriano (1610-1630). Y en la plaza de la Merced arranca la calle de la Judería Nueva, que atraviesa el antiguo barrio hebreo y lleva a la puerta de San Andrés y al alcázar. Fruto de sucesivas reformas y ampliaciones acometidas –la mayoría, por los Trastámaras y los Reyes Católicos, en el siglo XV– sobre la vieja alcazaba árabe, el alcázar de Segovia es un soberbio edificio que surge en forma de proa sobre la confluencia de los ríos Eresma y Clamores, erizado de pináculos y en el que sobresale la torre de Juan II. Entre los siglos XI y XII se levantaron en la ciudad numerosos templos románicos, de los que alrededor de 20 han llegado hasta nuestros días en aceptable estado. Tres de las más representativas son la iglesia de San Martín (siglo XII), que presenta un atrio porticado en tres de sus frentes, San Millán (siglo XII), que se distingue por su hermoso pórtico y su torre prerrománica de estilo mudéjar, y San Esteban (siglo XII), con su majestuosa torre de 50 m de altura. Mención aparte merecen la de San Juan de los
Caballeros, que fue comprada por el artista Daniel Zuloaga para instalar sus hornos de cerámica y su vivienda, y que en la actualidad se halla habilitada como Museo Zuloaga, y la Iglesia de la Veracruz, construida en 1208 en recuerdo de la del Santo Sepulcro de Jerusalén por la Orden del Temple La catedral, erigida en el siglo XVI por Juan y Rodrigo Gil de Hontañón, es de admirar por su delicada volumetría y por constituir una curiosa pervivencia del gótico en época tan tardía. El Museo Catedralicio alberga códices de gran valor y obras de arte de los siglos XVI y XVII. Un gran atractivo de la ciudad es disfrutar de hermosos paseos en plena naturaleza y de su tranquilidad a escasos metros del casco histórico. La Alameda del Parral, junto al río Eresma, conduce a lugares de gran belleza como el Monasterio de Santa Mª del Parral (siglo XV), y la Real Casa de Moneda (siglo XVI), uno de los ejemplos más antiguos e importantes del patrimonio industrial construido por el arquitecto Juan de Herrera para el rey Felipe II. Cerca de la Alameda, encontramos el santuario de la Virgen de la Fuencisla, patrona de Segovia, y el monasterio de los Carmelitas Descalzos, fundado por San Juan de la Cruz en 1586. En la oferta museística de la ciudad sobresalen el museo de Segovia, el museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente –dedicado al único pintor español que perteneció a la escuela de Nueva York–, la casa-museo de Antonio Machado, el museo Diocesano, sito en el palacio Episcopal, el Centro Didáctico de la Judería y la puerta de San Andrés, con toda la información precisa sobre el recinto amurallado. Segovia es también punto de encuentro de uno de los festivales de títeres más importantes del mundo. Titirimundi lleva 29 años mostrando las culturas de diferentes países a través de un arte, el de la marioneta, que impregna durante varios días las calles, plazas, patios, teatros e iglesias de la ciudad. La Granja de San Ildefonso La Granja de San Ildefonso (a 11 kilómetros de Segovia) debe su nombre a una antigua granja de recreo que los monjes jerónimos del monasterio segoviano del Parral tenían junto a una ermita consagrada a San Ildefonso, al pie de Peñalara, máxima altura de la sierra de Guadarrama (2.428 metros). En 1720, Felipe V compró la granja-ermita a la comunidad de monjes del Parral con la idea de abdicar cuanto antes y retirarse a tan apartado lugar, para lo cual mandó arrasar medio monte y encargó
al arquitecto René Carlier el trazado de unos grandes jardines al estilo francés: un paraíso artificial de parterres geométricos, rías, cascadas y 26 fuentes monumentales, debidas en su mayoría a los escultores dieciochescos René Fremin y Jean Thierry, que corren contados días en grupos de cuatro –domingos a las 13:00 horas y sábados y miércoles a las 17:30 horas, desde Semana Santa hasta mediados de agosto, siempre que no haya problemas de agua– porque no hay manera humana de proveer los 637.048 litros que surten funcionando todas juntas en un solo minuto. En tres fechas señaladas, 30 de mayo, 25 de julio y 25 de agosto, manan las 8 fuentes más emblemáticas de los jardines: La Carrera de Caballos, La Cascada, Los Vientos, El Canastillo, Las Ocho Calles, Las Ranas, Los Baños de Diana y La Fama. En la parte baja del jardín se alza el palacio, obra de Procaccini y Juavarra (1724-1740) sobre un diseño inicial de Ardemans (1720). Las paredes de los salones están revestidas con mármol o terciopelo carmesí. De los techos, pintados al fresco o cubiertos de estucos dorados, cuelgan soberbias lámparas realizadas en la Real Fábrica de Cristales de La Granja. En el primer piso, el Museo de Tapices expone, entre otros, varios ejemplares realizados en Flandes en el siglo XVI. En una capilla de la Colegiata están enterrados Felipe V y su segunda mujer, Isabel de Farnesio. Entre las innumerables excursiones que pueden hacerse por los bosques y montañas que rodean La Granja, destaca por su espectacularidad y fácil acceso la cascada del Chorro, un salto de agua de casi 100 metros a sólo 45 minutos de paseo desde la esquina septentrional de la tapia de los jardines, por el camino que nace en la urbanización Seo de Urgel. Para los más andarines, en cambio, está reservada la ruta de las Pesquerías Reales, una larga caminata junto al río Eresma siguiendo la senda enlosada que mandó hacer Carlos III para pescar a sus anchas, desde el embalse del Pontón hasta el puente de la Cantina (10 kilómetros y 4 horas, sólo ida). Palacio y bosque de Riofrío El Real Sitio de Riofrío (a 10 kilómetros al sur de la capital por la SG724) es uno de los enclaves más hermosos de Segovia, con su bosque mediterráneo casi intacto y su rosa fábrica palaciega erigida al arrimo de la legendaria sierra de la Mujer Muerta. En 1751, al poco de enviudar de Felipe V, Isabel de Farnesio se gastó 783.331 reales para comprar este coto de caza, sobre el que mandó construir un palacio de estilo italiano, cuadrado, de 84 metros de lado y tres plantas de altura.
Durante la visita guiada se recorren 18 habitaciones reales y las salas del museo de Caza, llenas éstas de regias escopetas, cornamentas y animales preparados por el taxidermista Benedito. Alrededor del palacio se extiende un encinar de 700 hectáreas, que está acotado por una muralla de 12 kilómetros y es atravesado por una carretera rectilínea de 3 kilómetros desde la que se pueden observar grandes manadas de ciervos y gamos, así como los milanos, las águilas y los buitres que tienen en este bosque carroña segura. Pueblos serranos Una de las rutas más interesantes que pueden hacerse en coche por la provincia es la que sigue desde la capital la N-110 (dirección Soria) bordeando la sierra de Guadarrama. Esta carretera corre paralela a la Cañada Real de la Vera de la Sierra, por donde antaño iban y venían buscando los mejores pastos las ovejas de media España, de ahí que a lo largo de la ruta –unos 50 kilómetros– abunden los viejos ranchos de esquileo y los pueblos que ofrecen el cordero asado a la antigua usanza. El primer pueblo que atraviesa la N-110, a 10 kilómetros de Segovia, es Torrecaballeros, donde abren sus puertas numerosos asadores y tiendas de mueble rústico y antiguo. Muy cerca de aquí, en dirección a La Granja, se puede admirar el rancho de esquileo de Cabanillas del Monte, el único de la sierra de Guadarrama que conserva en pie todas sus dependencias, desde el encerradero donde guardaban turno las lanudas ovejas que venían de pasar el invierno en Extremadura, hasta la nave donde eran rapadas, cubierto éste por una imponente armadura de madera y comunicado visualmente con el oratorio para que los 120 operarios que allí cabían no pararan de trasquilar mientras cumplían con el precepto de la misa. A 8 kilómetros de Torrecaballeros, de nuevo por la N-110, se halla Sotosalbos, cuya iglesia románica es la más bella de la comarca y quizá de toda la provincia. Particularmente hermoso es su pórtico, con sus nueve columnas geminadas y otros tantos capiteles donde los canteros del siglo XIII resumieron con maestría, simbólicamente, la historia de la Salvación. En el siguiente pueblo, Collado Hermoso, merece la pena apearse del coche y caminar dos kilómetros por la pista de tierra que arranca junto a la iglesia para contemplar los restos del monasterio de Santa María de la Sierra, cuya fundación se remonta a 1116; de la ruina total, sólo se ha librado la fachada occidental, con su portada de arquivoltas apuntadas con molduras de sierra, y su gran rosetón
de tracería perdida, cuyo bostezo monumental se funde con el zumbido de unos colmenares y con el canto de las chicharras entre las ortigas en una escena de indecible melancolía. La ruta pasa en otros 10 kilómetros por Navafría, donde se encuentran el pinar más bello y mejor ordenado de la sierra del Guadarrama, la espectacular cascada del Chorro (15 minutos a pie desde el área recreativa del mismo nombre) y el martinete de batir cobre que la familia Abán ha sabido conservar en perfecto estado desde 1850 a la vera del río Cega. Más adelante, entre Arcones y Prádena, la carretera atraviesa un bosque de majestuosas sabinas. En este último pueblo concluye la ruta, no sin antes visitar su acebeda, la mejor conservada de la sierra, y la cueva de los Enebralejos, que tiene tres grandes salas y galerías escalonadas en diversos niveles con estalactitas y estalagmitas de bellísimo colorido. Pedraza, Sepúlveda y Turégano Erigida sobre un escarpe calizo en las vecindades del río Cega, a 36 kilómetros de Segovia, la villa amurallada de Pedraza conserva intacto su aire medieval, como lo demuestran el excepcional conjunto de fachadas blasonadas y la hermosa plaza Mayor, en la que aún perduran añejas tabernas. Nada más penetrar en el recinto amurallado –por la única puerta que lo permite–, se halla la antigua cárcel, edificio rehabilitado que constituye una buena muestra de prisión medieval. La iglesia de San Juan, de torre románica, guarda una pila bautismal del siglo XII. El sobrio castillo de los Velasco, edificado en el siglo XVI, fue propiedad del pintor Ignacio de Zuloaga, que lo dotó con una buena colección pictórica. Destacan asimismo la Casa de Pilatos, con su balcón esquinero en forma ojival, y justo enfrente, el caserón de los Marqueses de la Floresta, adornado con una singular balconada. En la actualidad, la villa se consagra casi por entero a atender al numeroso turismo de fin de semana, y rara es la casona que no alberga un horno de asar o una tienda de artesanía o antigüedades. A 30 kilómetros al norte de Pedraza se alza Sepúlveda, la Septem Pública a la que dieron nombre las siete puertas de su muralla, que es villa de vieja historia, plaza Mayor pintoresca –Solana y Zuloaga, de hecho, la pintaron– y mucho arte románico. De ese estilo son la iglesia de El Salvador (1093) y la de la Virgen de la Peña, asomada ésta desde 1144 al hondo tajo que el río Duratón surca al norte de la villa. En el aparcamiento situado cerca de este templo, arranca el camino que lleva hacia una de aquellas siete puertas, la de la
Fuerza, que es la única que, haciendo honor a su título, se mantiene en pie después de tanta historia; es el mismo camino que luego baja al río Duratón y prosigue durante 12 kilómetros al pie de altísimos acantilados atiborrados de buitres. Esta excursión por las hoces del Duratón, la más famosa de Segovia, supone cuatro horas de paseo llano y fácil hasta el puente de Villaseca y otras tantas de vuelta. A medio camino entre Sepúlveda y la capital segoviana, se encuentra Turégano. Al igual que ocurre en Pedraza y Sepúlveda, el enclave más característico de esta villa es la plaza Mayor: un hermoso cuadro de soportales, fachadas esgrafiadas y, al fondo, la silueta almenada y rosa de su castillo, que en realidad no es tal castillo, sino la suma desordenada de las torres de calicanto de un antiquísimo castrum, la iglesia románica de San Miguel, la fortaleza de los obispos de Segovia –señores de esta villa desde 1123– y, como guinda, una espadaña barroca. De las muchas utilidades que ha tenido este edificio –templo, fortaleza, residencia señorial, hotel de reyes…–, la más famosa fue la de “cárcel para custodia y pena de los que grave y atrozmente delinquen”. Y de sus muchos reclusos, el más infame, aquel prevaricador y homicida secretario de Felipe II, Antonio Pérez, que ingresó el 3 de marzo de 1586 como si fuera el propio rey, bien acompañado de su mujer y sus hijos, su administrador y su paje, y aun así, intentó huir a los pocos días, por lo que fue trasladado a un calabozo sin luz y sin puerta al que sólo se podía acceder descolgándose por una cuerda.
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