Santo Toribio y la Nueva Evangelización

Santo Toribio y la Nueva Evangelización + Augusto Vargas Alzadora, SJ - Arzobispo de Lima- INDICE I. INTRODUCCIÓN 3 1. La llegada del Evangelio. 3

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Santo Toribio y la Nueva Evangelización + Augusto Vargas Alzadora, SJ - Arzobispo de Lima-

INDICE I. INTRODUCCIÓN

3

1. La llegada del Evangelio.

3

2. La Evangelización Constituyente.

6

II. SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO

8

1. Primeros pasos hasta la designación episcopal

8

2. Granada y nombramiento a Lima.

13

3. En el Perú.

14

4. Tercer Concilio Limense

16

5. Visitas Pastorales 6. Testimonio de caridad

21 22

7. Promoción social y defensa de los derechos de los indios.

23

8. Final del camino.

26

I. INTRODUCCION 1. La llegada del Evangelio. En 1492 se cierra en España una época. Tras siete siglos de paciente combate es destronado Boabdil en Granada, el último baluarte de la dominación musulmana. Ese mismo año, con el descubrimiento de las “Indias”, se inicia una nueva era, tanto para el naciente Imperio español, como para la Iglesia Católica. Hecho providencial, calificado por el Papa León XIII como el “hecho de por sí más grande y maravilloso entre los hechos humanos”. Las aventuras de los primeros navegantes y las conquistas de los grandes capitanes, constituyen hitos pasajeros. Junto con las picas y las espadas, van la cruz del misionero, el libro y el arado del civilizador. La tarea evangelizadora adquiere caracteres epopéyicos, pero la península estaba preparada. La preocupación misionera, conmocionada por la Reconquista, sacude el alma ibérica. Todo un pueblo se pone en marcha en esta tarea corporativa. En los palacios y en las universidades se discuten apasionadamente los problemas teológicos y jurídicos planteados por los descubrimientos. Los conventos y seminarios se vacían de sus mejores hombres, dispuestos a “pasar a las Indias” para evangelizar a los pobladores del Nuevo Mundo. No todos lograron poner pie en las Indias. Entre los que no pueden lograr este anhelo están San Juan de Ávila, Fray Luís de Granada y San Juan de la Cruz. El fuerte acento misional que subyace a la presencia de España en el Nuevo Mundo no puede ser ocultado. Para la Corona española la cristianización de las Indias no era un aspecto secundario. La misión política se entrelaza con la defensa y extensión del cristianismo. Como señalaba el Papa: “la cultura que España promocionó en América estuvo impregnada de principios y sentimientos cristianos, dando lugar a un estilo de vida inspirado en ideales de justicia, de fraternidad y de amor. Todo ello tuvo muchas y felices realizaciones en la actividad teológica, jurídica, educativa y de promoción social”1. El cometido encomendado entonces por el Papa a los Reyes católicos refuerza esta postura. Deben emprender la evangelización de los moradores de las tierras recién descubiertas. En este sentido está orientado el legado póstumo de la Reina Isabel la Católica a sus súbditos: “Nuestra principal intención fue -expresa en su testamento- al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI... que nos hizo la dicha concesión de procurar inducir y traer a los pueblos a la fe católica, y enviar a las dichas Islas y tierra firme, prelados, religiosos, clérigos y otras personas devotas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas a la fe católica y los doctrinar y enseñar buenas costumbres... Que así lo hagan y cumplan, y que éste sea su principal fin”2. La Iglesia “no quiere desconocer la interdependencia que hubo entre la cruz y la espada en la fase de la primera penetración misionera. Pero tampoco quiere desconocer que la expansión de la cristiandad ibérica trajo a los nuevos pueblos el don que estaba en los orígenes y gestación de Europa -la fe cristiana- con su poder de humanidad y salvación, de dignidad y fraternidad, de justicia y amor para el Nuevo Mundo”3.

Como se ve, se asocian estrechamente los conceptos de evangelización y civilización, de conversión y promoción humana. A la vez de predicar la Buena Nueva, el misionero promueve la elevación del poblador americano y su cultura. Esta evangelización se proyectará en consecuencia hacia toda la cultura. La evangelización constituyente, como se puede ver, se llevó a cabo con una clara preocupación por toda la vida de los pobladores del Nuevo Mundo, generándose así una intensa creación de nuevas síntesis culturales4. Esto abarcó también un decidido compromiso en la promoción humana, manifestada por ejemplo en la defensa de la dignidad de los indígenas. Como señalaba Juan Pablo II: “los mismos concilios y sínodos locales contienen a veces, junto con sus prescripciones de carácter eclesial, interesantes cláusulas de tipo cultural y de promoción humana”5. Al tiempo de anunciar a Jesucristo a todo el Nuevo Mundo, se ofrece a los naturales lo más alto que podía ofrecer la cultura hispana. Aparecen los colegios y las universidades, transformándose en centros de difusión cultural. No solamente se estudian la lengua y la cultura de España, sino la fe y creencia de los cristianos. Las lenguas indígenas son rescatadas y las gramáticas de las mismas se multiplican a lo largo y ancho del continente. Una de las primeras consecuencias de este punto de vista cristiano objetivo fue que se puso más empeño en la enseñanza de las lenguas naturales que en el castellano. Estas manifestaciones de evangelización e inculturación contrastan muchas veces con las bajas pasiones mostradas por inmigrantes dispuestos a enriquecerse rápidamente a costa de los indios. Sin embargo, la codicia y crueldad de los conquistadores no debe inducir a considerar la Conquista como “una simple empresa económica”, opinión centrada en una menguada concepción materialista de la historia6. Pero más allá de estas consideraciones, la Iglesia, a través de sus misioneros, no se cansó de protestar con toda energía desde los inicios mismos por los muchos abusos que se cometieron. Como precisó en Santo Domingo el Santo Padre “A pesar de la excesiva cercanía o confusión entre las esferas laica y religiosa propias de aquella época, no hubo identificación o sometimiento”7. En la misma ocasión mencionada el Papa Juan Pablo II señaló: “En el seno de una sociedad propensa a ver los beneficios materiales que podía lograr con la esclavitud o explotación de los indios, surge la protesta inequívoca desde la conciencia crítica del Evangelio, que denuncia la inobservancia de las exigencias de dignidad y fraternidad humanas, fundadas en la creación y en la filiación divina de todos los hombres. ¡Cuántos no fueron los misioneros y obispos que lucharon por la justicia y contra los abusos de conquistadores y encomenderos”8. 2. La Evangelización Constituyente. Al prepararse el Continente Americano a conmemorar el V centenario de la llegada del Evangelio, los cristianos estamos llamados a meditar en lo que constituye “uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia”9. Más allá de los diversos problemas y debilidades humanas no podemos dejar de alegrarnos, pues, si bien es cierto que es un proceso que estuvo lleno de luces y sombras, no podemos dejar de considerar que

fueron “más luces que sombras, si pensamos en los frutos duraderos de fe y de vida cristiana en el Continente”10. Uno de los capítulos de esta Gesta Evangelizadora más importantes y aleccionadores para nosotros fue el protagonizado por un intrépido Obispo y Misionero: Santo Toribio de Mogrovejo. La vida y obra del segundo Arzobispo de Lima se desarrolla en pleno proceso de lo que la Conferencia Episcopal de Puebla llamó acertadamente “Evangelización constituyente”11. Hace casi quinientos años dos culturas se encontraron para forjar en esta confluencia, “a veces dolorosa... un nuevo mestizaje de etnias y formas de existencia y pensamiento que permitió la gestación de una nueva raza12. Estas no se yuxtaponen simplemente, se van fusionando guiadas por las enseñanzas de la Buena Nueva en una nueva síntesis. La Evangelización constituyente echará “las bases de la cultura latinoamericana y de su real sustrato católico”13. La consecuencia será la gestación de una “síntesis cultural mestiza”14, según el decir del Papa Juan Pablo II. Los misioneros de la primera evangelización llevaron acabo un fecundo trabajo de promoción social y cultural que hoy es orgullo y patrimonio del Perú y de todo el continente. No obstante, el reto planteado a los primeros misioneros de América permanece vivo aún. A pesar de los impresionantes alcances del proceso evangelizador, debemos enfrentar un hecho ineludible: nuestra sociedad no ofrece signos de estar suficientemente impregnada por el Evangelio. Por ello el Papa Juan Pablo II llamaba a conmemorar el V Centenario iniciando una nueva evangelización. “Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”. En suma “una evangelización que continúe y complete la obra de los primeros evangelizadores”15. Esta “Nueva Evangelización” debe inspirarse en el testimonio de innumerables misioneros, tanto religiosos como laicos que, junto a pastores como Santo Toribio, contribuyeron al surgimiento de los nuevos pueblos de América Latina predicando la Buena Nueva, denunciando las injusticias y promoviendo la dignidad de los hombres. Antonio Valdivieso, Pedro Claver, Luis Beltrán, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Julián Garcés y Antonio Vieira, son algunos de los nombres que pueblan las páginas de la historia de la Evangelización. Nuestra reflexión histórica no debe guiarse por sentimientos nostálgicos o intereses académicos, sino como dice el Santo Padre: “Para lograr una firme identidad propia, para alimentarse en la corriente viva de misión y santidad que impulsó su camino, para comprender mejor los problemas del presente y proyectarse más realísticamente hacia el futuro”16.

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO 1. Primeros pasos hasta la designación episcopal Toribio de Mogrovejo nació en un otoñal día de noviembre de 1538 en la Villa Leonesa de Mayorga. Descendía de una familia de “hijosdalgo y de solar”. Su principal biógrafo, Antonio de León Pinelo, sigue la línea familiar del Santo hasta un caballero mozárabe que combatió en las primeras batallas de la reconquista.

Sus padres fueron Luis Mogrovejo, un hidalgo dedicado a la carrera de las leyes y Ana de Robles, mujer de desacostumbrada energía y carácter17. Muy poco se sabe de los primeros años de Toribio, salvo que desde pequeño dio muestras de especial virtud y sensibilidad religiosa. Un testigo privilegiado de esta etapa fue su cuñado y fiel confidente Francisco de Quiñones, con quien Toribio compartió la niñez en Mayorga. “La santidad del Arzobispo es muy antigua en él, así de su niñez, como de colegial que fue en Salamanca... en todas partes hallará Vuestra Majestad gran relación de santidad” 18 , testimoniaba Francisco en una carta fechada en Lima en 1587. Luis y Ana se esforzaron en procurar para Toribio la mejor educación académica, complementando la sólida formación cristiana recibida en la casona de los Mogrovejo. Impresionado León Pinelo con el temple que mostraría más tarde ante las duras pruebas que le deparó su vida de pastor misionero, el biógrafo resaltaba cómo “sus padres como nobles y virtuosos procurarían que sus 9hijos supiesen primero. el camino del cielo, que las veredas de la tierra” l9. Como era costumbre en la época, los hijos segundones -en este caso "tercerón" -como Toribio, debían dedicarse a las "letras" o a la guerra. El primer camino estaba más de acuerdo con las aspiraciones del adolescente. Los medios económicos de Don Luis, como jurisconsulto y pequeño terrateniente, le permitieron adquirir para su hijo una prolija formación literaria. Las estrecheces vendrían más tarde. A los 13 ó 15 años Toribio inició sus estudios de gramática y humanidades en Valladolid20. En la segunda mitad del siglo XVI la urbe vallisoletana, asiento de la Corona y dcl Real Consejo de Indias, constituía el centro político y administrativo del naciente imperio hispano. Mientras el joven estudiante pasaba sus días en las aulas de humanidades de la famosa universidad sin siquiera sospechar el futuro que le deparaban las “Indias”, Valladolid bullía con la organización dc nuevas expediciones a las tierras americanas, mientras sus edificios públicos cobijaban a los juristas, canonistas y teólogos que estaban dando forma a la legislación de Indias. Otras vigorosas fuerzas, en este caso espirituales, confluyeron en Valladolid abriéndose paso por toda la España del “Siglo de Oro” 21. Probablemente conoció Toribio en esta villa los frutos de la reforma franciscana de El Abrojo, cuna de abnegados misioneros como cl Arzobispo de México, Juan de Zumárraga, privilegiado con el episodio de la Virgen de Guadalupe. Santo Toribio llamaría a los franciscanos a fundar en el Perú en 1589. Con los franciscanos de Villacreces, Valladolid cobijaba otra renovación fundamental para la espiritualidad dcl “Siglo de Oro”. Su cuna fue el monasterio de San Benito, fundado en 1390 para vivir la auténtica observancia. En él se practicaba la oración metódica. Los testimonios recogidos sobre la piadosa vida del Arzobispo misionero, podrían sugerir la práctica constante de la oración metódica. Aunque fue un hombre activísimo llamado por uno de sus principales críticos, el Marqués de Cañete, “una rueda en movimiento continuo” -conservaba la mejor parte del día para la oración mental. Se levantaba al alba. Oraba en la soledad de su aposento sus devociones particulares, celebraba la misa o escuchaba alguna otra. Recogido, se retiraba a algún lugar solitario

de su capilla “y se estaba de rodillas dos horas sin que le inquiete cosa alguna”. Por la tarde, al toque de la plegaria, volvía a retirarse para pasar otras dos horas en oración. Toribio pasó de Valladolid a Salamanca en 1562. E1 primer dato concreto sobre su educación superior proviene de los archivos de la universidad salmantina: “Toribio Alfonso de Mogrovejo, natural de Mayorga, diócesis de León, matriculado en Cánones”22. Salamanca dejaría una huella profunda en el colegial leonés. Estudiar en las aulas salmantinas fue un privilegio providencial para Toribio. Su estancia allí coincide con uno de los momentos de mayor gloria para la cultura española: La “Edad de Oro” de la Escolástica, y en particular para la llamada “Escuela de Salamanca”. El mayor esfuerzo de los maestros de Salamanca estuvo centrado en conducir a la teología, como ciencia rectora, a las fuentes y al hombre concreto para cuya salvación Dios se ha humanado. “Salamanca humaniza la teología aplicándola al derecho, a la economía, a la vida, desde la consideración del hombre como imagen de Dios. Aquí basamenta la dignidad e igualdad de todos los hombres y la universalidad de la ley natural”23. Tanto Salamanca, como las otras tres grandes universidades ibéricas, Valladolid, Alcalá y Coimbra, lideraban el mundo intelectual europeo. De Salamanca, confirmada por el Rey Fernando III en 1244, surgió la renovación escolástica, llevando esta universidad, a través del dominico Francisco de Vitoria, una de las “voces cantantes” en el Concilio de Trento24. Tan sólo habían transcurrido dieciséis años desde la muerte del “gigante salmantino”, cuando el joven Mogrovejo llegó a Salamanca. A6n se escucharían los ecos de las apasionadas discusiones presididas por Vitoria sobre los problemas éticos y jurídicos generados por la conquista americana. Fueron estas oposiciones las que motivaron el moderno “derecho de gentes”25. Junto a Vitoria brillaba en Salamanca el recuerdo del apasionado dominico Melchor Cano (+ 1560). Durante el segundo año de la estancia de Toribio en la universidad se publicó la obra fundamental de Cano, “De locis theologicis”, por la que el dominico fue reconocido como “fundador del método teológico”. La designación de Santo Tomás como Doctor de la Iglesia por San Pío Ven 1567 recibió decisivo impulso desde las cátedras salmantinas. No menos significativa fue la presencia en Salamanca del jurista Martín Azpilcueta, el “Doctor Navarrus”, bajo cuya dirección Toribio estudió Cánones y quien le dispensara su amistad y protección. Este auténtico humanista cristiano, importante miembro de esta “escuela teológica”, era consultado por reyes y papas, pasando varios años en Roma como consejero de San Pío V. Más tarde acudiría a Coimbra, la “Atenas portuguesa”, invitado a su universidad por el Rey Juan III. Autor de eminentes obras jurídicas como el “Tratado de las Rentas”, el austero intelectual cultivó la vida interior publicando escritos sobre la oración mental. Toribio de Mogrovejo se distinguió como alumno en Salamanca. Su sabiduría y dedicación le ayudaron a dominar los complicados vericuetos de oposiciones, concursos y controversias que abigarraban el programa de los colegiales salmantinos. Un compañero del futuro apóstol americano, el canónigo Lope Flores Osorio, lo recuerda como “hombre de muy buena condición y muy buen entendimiento, y muy estudioso”, mientras que su secretario limeño, Bartolomé de Menacho, relataba en su extenso testimonio para la canonización, cómo el Arzobispo fue “hombre de muy aventajadas y

grandes letras... siempre ocupado en los libros, y así estaba en todas las materias muy señor”26. Esta dedicación a los estudios, complementada por una sobria piedad, le ayudaron a obtener una importante beca en el Colegio San Salvador de Oviedo. La beca vino en buen momento porque, desde la muerte de su padre pasaba apuros económicos, apenas mitigados por la venta de unos libros recibidos en herencia. Llevar una vida limpia y virtuosa en el ambiente juvenil universitario no era empresa fácil, aun en la austera y religiosa España del siglo XVI. Tras algunos incidentes y burlas iniciales, la generosa personalidad y la naturalidad con que el estudiante Mogrovejo vivía su compromiso religioso, fueron granjeándole la admiración de sus maestros y condiscípulos, si bien es verdad que el Rector del Colegio Diego de Monreal debió intervenir para moderar los excesos ascéticos del estudiante leonés. Uno de los colegiales de San Salvador en quien más honda impresión causó el templo y la nobleza de Toribio fue Diego de Zúñiga. Llamado a servir en importantes cargos del reino, Zúñiga siguió de cerca los pasos dados por el austero escolar hasta que, como Oidor de Granada, intervino en el nombramiento de Mogrovejo como inquisidor de esa provincia. Más tarde, como Presidente del Colegio de Castilla, intercedió ante el Rey para designar a Toribio, un jurista laico, Arzobispo de Lima. Con otro entrañable amigo de Oviedo, Francisco de Contreras, tomó el bordón, la calabaza y las conchas cosidas al vestido, para seguir el camino de peregrino a Santiago dc Compostela. Agotados de tanto trajinar, los amigos se detuvieron bajo la sombra del arco de una iglesia. Cuando dormitaban se les acercó una morena esclava con la intención de ofrecerles limosna. Emocionado por la sensibilidad de la sencilla mujer, Toribio rechazó el obsequio: “Dios os lo pague, señora, que aquí llevamos para pasar nuestra romería”. Quienes compartieron sus años como Arzobispo relatan que nunca olvidó a la buena mujer. Todos los días le encomendaba una oración durante el Oficio. Ya en Lima tomó especial cuidado de los complejos problemas que acarreaba la evangelización de los negros, erigiendo curatos especiales para ellos. “Nunca llamaba ni consentía llamar -relata el fiel mayordomo Sancho Dávila -a los negros, negros, sino por su nombre de bautismo, u hombre moreno”. 2. Granada y nombramiento a Lima En el mes de diciembre de 1573 una comunicación urgente de la Cancillería Real interrumpió bruscamente los estudios doctorales de Toribio en el colegio salmantino. Se re nombraba inquisidor en Granada. Este territorio constituía un caso único en la península ibérica. En sus estrechas calles se reunía el último vestigio de la cultura mora en España guardando en esas circunstancias una gran similitud con las tierras americanas: ambos lugares eran territorios de misión. ¿Se manifestaba la Providencia, forjando el espíritu de Toribio para sus futuras responsabilidades? Aún estaba fresco entre los moriscos del Albaicín, el recuerdo del gran misionero Fernando de Talavera. Entre el futuro Arzobispo de Lima y el gran apóstol granadino existieron sorprendentes semejanzas. Los tres años transcurridos por Santo Toribio en Granada son prácticamente desconocidos. Entre las informaciones fragmentarias consta una “visita” oficial al tribunal, efectuada por un inspector, y tras la cual, salvo Mogrovejo, todos sus miembros fueron removidos. Mientras se desempeñaba como inquisidor, falleció el

Arzobispo de Lima, Jerónimo de Loayza. Para reemplazarlo, Felipe II había tomado una decisión fundamental: el cargo debía ir a un hombre joven y virtuoso, dispuesto a entregarse a los mayores rigores con el fin de aportar una organización definitiva al colosal esfuerzo evangelizador. Don Diego de Zúñiga, ahora miembro del Consejo de Indias, sugirió el nombre de Toribio de Mogrovejo al Rey. La iniciativa del amigo y protector del Santo fue inusitada. Toribio era un jurista laico, con solo treinta y nueve años acuestas y sin ninguna experiencia apostólica. Tras serias vacilaciones, acepta. “Si bien es un peso que supera mis fuerzas -escribió a Gregorio XIII -, temible aun para los ángeles ya pesar de verme indigno de tan alto cargo, no he diferido más aceptarlo”. El jurista, convertido de la noche a la mañana en Apóstol del Perú, fue ordenado sacerdote en Granada y obispo en Sevilla. Mientras aguardaba la partida de la flota, aprovechó para prepararse espiritual e intelectualmente para la empresa venidera de ir “a trabajar, ya padecer ya convertir almas”. Aparecen ante él los primeros retos que planteaba la evangelización constituyente a la misionología. Seguramente conoció durante la visita que hiciera a Felipe II la relación enviada por el Oidor Cuenca sobre las misiones de Trujillo. En su informe al Rey se queja de los escasos resultados alcanzados por la evangelización, entre otras causas por la falta de doctrineros hábiles en las lenguas nativas. “Ningún indio se confiesa, ni entiende lo que se les enseña en la doctrina, por no entender los sacerdotes la lengua”, denunciaba el visitador Cuenca27. Varios tratadistas habían opinado sobre la necesidad de predicar en los dialectos del lugar. Ya el Virrey Toledo observó en sus visitas peruanas cómo a los indios se les intentaba enseñar el catecismo en castellano y latín, “sin saber lo que dicen, como papagayos”. El arduo problema lingüístico del Perú fue enfrentado con un criterio que condensa muy bien el cronista Solórzano: “No se les puede quitar su lengua a los indios. Es mejor y más conforme a razón, que nosotros aprendamos las suyas”. El Virrey Toledo deja una cátedra de quechua “obligatoria” para “doctrinantes” en la Universidad San Marcos. Mogrovejo establece como condición para sus sacerdotes el aprendizaje de alguna lengua nativa para obtener una doctrina. Sus primeros estudios del quechua parece haberlos iniciado precisamente en Sevilla. Toribio extrajo excelente provecho del “Arte y Vocabulario Quechua” porque ya establecido en la Arquidiócesis, predicaba "a los indios y españoles a cada uno en su lengua". El Arzobispo, transformado en hábil quechuista, da testimonio al Consejo de Indias sobre sus catequesis a los indios: “El tiempo que estoy en esta ciudad hago lo propio predicándoles en la lengua”28. 3. En el Perú Las quejas del Oidor Cuenca, unidas a las profundas reflexiones suscitadas por los viajes del Virrey Toledo al interior del territorio, las opiniones del misionólogo José de Acosta y del cronista Juan Polo de Ondegardo, no hacen sino confirmar el desolador panorama en que se hallaba la acción evangelizadora cuando el nuevo Arzobispo llegó al Perú en 1581. Las disposiciones dictadas por el antecesor de Santo Toribio, Jerónimo de Loayza y los dos Concilios de Lima habían sido desatendidas. “Lástima grande que aquella legislación, tan bien concebida y trabajada, quedase relegada muy pronto al olvido, sin eficacia práctica”, se lamentaba el jesuita José de Acosta. Debilitado por los achaques de la edad, Loayza había solicitado al Rey que lo sucediese un hombre joven porque el arzobispado tenía “más necesidad de ser visitado que las iglesias y pueblos de

España. Yo me hallo ya muy cansado, así de la edad, que tengo cincuenta y ocho años, como de los trabajos pesados, y no puedo cumplir con la carga y oficio que tengo” 29. Entre las principales dificultades estaba la falta de uniformidad en los métodos evangelizadores y en la doctrina enseñada. “Los indios -denunciaba el III Concilio Límense- por su poco discurso, muchos de ellos han imaginado y platicado entre sí... que es diversa ley y diverso Evangelio”30. Toribio de Mogrovejo realizó su entrada a Lima el 11 de mayo de 1581, haciéndose cargo de una Arquidiócesis tan grande como todo el territorio español existente en aquella época en la península ibérica. Las fronteras arquidiocesanas se iniciaban en Jayanca y concluían en Nazca, nueve grados de longitud más al sur .Las diócesis sufragáneas de Lima comprendían toda la América española, salvo México, el Caribe y la Florida. Su primer contacto con la realidad indiana ocurre cuando realiza la primera visita pastoral a las serranías del norte y centro del Perú. Santo Toribio considera que debe enfrentar diversos problemas: escasos eran los misioneros que conocían las lenguas indígenas; no existía un texto único de catecismo; mientras en Lima se concentraban demasiados clérigos, hacían falta misioneros en las doctrinas alejadas; la codicia de innumerables encomenderos, quienes al no atender las necesidades elementales de los indios, violaban sus derechos garantizados por la Corona y entorpecían su evangelización. En los próximos 21 años se dedicará a establecer una organización duradera para la naciente Iglesia. No obstante, ya pesar de las dificultades, el proceso evangelizador progresaba y se consolidaba ya para 1581. Con Santo Toribio se iniciará un período de evangelización intensiva. Se publicará el catecismo trilingüe y se celebrarán diez sínodos diocesanos y tres concilios provinciales, entre ellos el tercer límense que estableció la base pastoral de la Iglesia hispanohablante de América del Sur. Las acciones pacificadoras de la Corona superaron las crisis ocasionadas por las sangrientas guerras civiles. En el plano político el Virrey Francisco de Toledo otorgó al Virreinato una organización definitiva. Adelantándose a Santo Toribio, recorrió el nuevo territorio durante cuatro años partiendo de Quito y llegando hasta Charcas31. La acción de Toledo no se restringió al plano social y económico, a partir de la prerrogativa que le otorgaba el “Patronato Regio”, intervino también en la organización directa de la Iglesia. Quizá la contribución más polémica de Toledo para la evangelización fue su insistencia en reducir a los indios en poblados o “doctrinas”. Las reducciones, establecidas en el Perú bajo el gobierno del pacificador La Gasca, y adoptadas por la Iglesia en el segundo Concilio Límense (1567-68), obedecieron a un fin práctico: el reunir a los indios para posibilitar su evangelización “sin necesidad de ir a civilizarlos por los valles y los montes”, que hacía casi imposible la acción catequística del agente pastoral. Mediante este sistema los misioneros realizarían una “labor de proyección comunitaria, no restringida a un bohío concreto o aislado o a una tribu más o menos reducida”. En estas “doctrinas” se tendía ala concentración poblacional para facilitar la labor evangelizadora. No obstante, no todos estuvieron de acuerdo con este sistema. Muchas veces la mudanza obligada de los indígenas a los nuevos poblados implicaba un desarraigo y ofensas a su dignidad humana.

Por otro lado el sistema permitía los graves abusos de los encomenderos cuando éstos no cumplían con sus obligaciones de cuidar y proteger a los indios, procurándoles lo necesario para su justo sustento y evangelización. En un anónimo del siglo XVI se denunciaba que el traslado de los naturales a un nuevo lugar era desterrar los dc su tierra e incluso obligarlos a cambiar de clima cuando se les conducía de la sierra a los llanos costeños. Santo Toribio no se opuso directamente a este sistema, aunque conocía sus riesgos y peligros. Más bien dirigió todas sus fatigas a mejorarlo, denunciando enérgicamente a los malos encomenderos, organizando y dotando alas “doctrinasparroquia” de sacerdotes probos y preparados en las lenguas indígenas. Las autoridades reales y eclesiásticas eran plenamente conscientes de que el sacerdote fue el más efectivo civilizador y educador del aborigen. Para el misionero, preocupado por integrar al indígena en el curso de la cultura hispano-cristiana, la costumbre general y civilizada era vivir en poblados. Se creía que el aislamiento de los indios en las quebradas inhóspitas y las breñas inalcanzables acentuaba en ellos el carácter de “fiereza e inhumanidad”. 4. Tercer Concilio Límense El primer despacho que Toribio de Mogrovejo recibió en su nueva sede peruana fue una apremiante Cédula Real donde Felipe II expresaba su deseo de llamar a concilio, advirtiéndole que “ninguna excusa es suficiente ni se le ha de admitir”. El propósito del encuentro de los obispos sería el de “reformar y poner en orden las cosas tocantes al buen gobierno espiritual de esas partes y tratar del bien de las almas de esos naturales su doctrina conversión y buen enseñamiento y otras cosas muy convenientes y necesarias a la propagación del Evangelio y bien de la religión”32. El nuevo Virrey, Martín Enríquez de Almansa, un hombre muy afecto al Arzobispo, recibió otra carta en términos similares. Ambos, Virrey y Arzobispo unirían fuerzas para el buen éxito de la empresa, sin romper la comunión aun en los momentos más críticos del concilio. Toribio de Mogrovejo no requería de ninguna orientación real para darse cuenta de la urgente falta que hacía un sínodo general en estas partes del reino. Como Toledo, prefirió conocer por sí mismo la realidad. Desembarcó en Paita, haciendo a lomo de bestia el penoso camino a Lima a través de los arenales. A pocos meses de su estadía en la ciudad de los Reyes, el andariego pastor emprendió una visita a Nazca “para tomar claridad y lumbre de las cosas que en el Concilio se debían de tratar”33. Siguió otra a Huanuco, en el oriente peruano, adonde nunca antes había entrado prelado alguno. La convocatoria debía reunir en Lima a los nueve obispos sufragáneos: los de Quito, Popayán, Cuzco, La Plata, Tucumán, Santiago de Chile, La Imperial, Panamá y Paraguay. La sede de Nicaragua estaba vacante. Entre la convocatoria y la inauguración pasó un año en el transcurso del cual fueron arribando a Lima los prelados, sus procuradores y los superiores de las órdenes misioneras, dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios y jesuitas. Entre los teólogos del concilio destacaban algunos misionólogos de notable experiencia como los padres Bartolomé de Ledesma, Juan del Campo, Luis López y el jesuita José de Acosta. Todo hacía prever el desarrollo de sesiones pacíficas, dedicadas a la reflexión y la profundización pastoral. Pero un hecho totalmente ajeno al concilio vino a perturbar el encuentro episcopal, colocando en

peligro su desarrollo y probando el temple y la santidad del Arzobispo. Gracias a su firmeza y tesón, Toribio mantuvo la colegialidad entre sus hermanos obispos34. El cabildo del Cuzco junto a ciertos vecinos presentó a consideración de los padres conciliares una acusación contra su Obispo, Sebastián Lartaún. Desde ese momento los obispos se dividieron en dos facciones, pronunciándose a favor o en contra de Lartaún. Las sesiones se paralizaron, dedicándose los prelados a estériles y apasionadas discusiones. Santo Toribio, que se mantenía neutral en el conflicto, intentó poner paz y retomar a los asuntos propios de la reunión. El tacto de Mogrovejo fue confundido con debilidad. Sin poder ocultar su pesimismo y desazón, el Virrey Enríquez escribe al Rey criticando a los prelados ya su amigo el Arzobispo: “Esto no es estar en reformación sino en exceso de codicia, que no digo ya en prelados, pero aún en hombres particulares era muy gran exceso”. “El Arzobispo es muy noble hombre, mas tiene poca resolución por ocasión de sus escrúpulos”35. Se equivocaba el Virrey. Como hombre de leyes, Toribio deseaba que se agoten las instancias legales, pero estaba dispuesto allegar a las últimas consecuencias con el fin de sacar adelante el concilio. Para el 23 de marzo de 1583 el Arzobispo había, al parecer, aguardado .demasiado. El mismo relata lo acontecido: “Fui... al Concilio, llevando conmigo los religiosos más graves que hay en esta ciudad... Después de haber tratado de otros negocios, dije al obispo del Cuzco que se saliese de la sala, porque sobre los suyos no tenía que tratar. El cual no lo quiso hacer ni salirse... No hice más instancia con él... Le respondí, que pues no quería, delante de él lo trataría... Y enderezando la plática a los obispos, les dije que notorios eran los inconvenientes que los negocios del dicho obispo causaban en el dicho Concilio, y las disensiones que movía cada día, y el mucho tiempo que había que estaban en la celebración... sin haber hecho decretos... Y que fuera ya justo que el Concilio se acabara... Y que por evitar los dichos inconvenientes y por muchas razones de que daría noticia a Vuestra Majestad e información a Su Santidad, remitía las causas del... obispo a Su Santidad... Con eso di punto al dicho Concilio por la fiesta de la Pascua, y mandé se saliesen de la sala... Les di las buenas Pascuas... Y yo me levanté, y conmigo el obispo más antiguo (el de La Imperial)... Me fui a mi casa como otras veces, y en mi compañía todos los prelados de las Ordenes”36. Lejos de concluir, este pleito inútil continuó dividiendo a los conciliares. Santo Toribio se ve obligado a excomulgar a los obispos declarados en rebeldía37. Pero más conseguirá con la caridad. El Arzobispo levantó, sin rencores ni resentimientos, la excomunión, retirando los impedimentos para continuar las sesiones conciliares. La muerte de Lartaún el 9 de octubre de 1583 aligeró las pasiones. Mientras tanto se fueron dando forma a los futuros decretos. “Se nos encargó formar los decretos... y, para las necesidades extremas de esta tierra se ordenaron por los prelados decretos tan santos y tan acertados, que no se podría desear más, y así todas las personas de celo cristiano estaban muy consoladas con el fin y promulgación de este santo concilio”, narraba el padre Acosta en una carta al General jesuita Claudio Aquaviva38. La segunda sesión estuvo caracterizada por el celo en la reforma del clero y la pastoral indígena. “Nada nuevo hemos mandado”, relataba Santo Toribio al Papa Gregorio XIII. “Sino lo que la Iglesia Romana tenía establecido para la conservación de la disciplina eclesiástica contra el juego, y contra el comercio de los clérigos”.

Una de las decisiones que iba a tener particular trascendencia en la Evangelización constituyente fue la decisión de redactar un “catecismo” en tres lenguas, quechua, aymará y castellano. Este texto único debía responder al desorden ya la falta de uniformidad existentes hasta ese momento en la pastoral misionera. La primera evangelización de los naturales fue improvisada. Las guerras civiles paralizaron el quehacer misionero de los sacerdotes y agentes de pastoral. Existen varios urgentes apremios en ese respecto: “Son muy raros los indios que están bien catequizados”, describía uno; “De los indios...que la mayor parte se están como los moros de Granada”, se quejaba otro. En esas circunstancias fue imposible controlar lo enseñado. “Mientras lo permitieron las efímeras treguas del chasquido de las armas, misionaba el religioso, misionaba el cura y misionaba hasta el soldado”39. En su momento el Arzobispo Loayza había denunciado la anárquica enseñanza de la doctrina, “o por mejor decir, no había doctrina, sino barbaridad y confusión” 40. En el tercer capítulo el Concilio Límense manda que estando los indios “aún muy faltos de doctrina cristiana sean en ella mejor instruidos y haya una misma forma de doctrinarlos”. Para ello se toma como ejemplo al Concilio de Trento y manda “hacer un catecismo para toda la provincia, por el cual sean enseñados todos los indios...Manda que todos los curas de indios, en virtud de santa obediencia y so pena de excomunión, que tengan y usen este catecismo que con su autoridad se publica, dejados todos los demás”41. La edición del “Catecismo de Santo Toribio” estuvo ala par de otro acontecimiento trascendental para la evangelización de la cultura: la introducción de la imprenta en América del Sur. La composición de la “doctrina cristiana” fue encargada a los jesuitas del Colegio San Pablo. Uno de sus principales redactores. El Concilio obtuvo, después de largas y difíciles instancias, el permiso de la autoridad local, representada entonces por la Audiencia, para imprimir el catecismo, aún antes de que llegue el permiso real solicitado. El padre Acosta fue uno de los grandes impulsores de esta edición. Con un buen criterio pastoral se dividió el catecismo en dos partes, uno breve para los “rudos y ocupados” y otra de mayor extensión para los más capaces y los colegiales. Al concluir su redacción se entregó a tres hábiles lingüistas, los padres Bartolomé de Santiago, Alonso de Barzana y BIas Valera, quienes lo tradujeron a la lengua del Cuzco y al aymará. Cuando se intentó imprimir el catecismo, los jesuitas dieron con la respuesta. Desde 1581 había sentado sus reales en Lima el impresor piamontés Antonio Ricardo o Ricardi. Atraído por las riquezas del Per6, Ricardo intentó establecer un taller de impresiones en Lima. A pesar del apoyo recibido por la Compañía de Jesús y la Universidad de San Marcos, no consigue que la Corona levante la prohibición de imprimir libros en tierras peruanas. El ansiado permiso arribó finalmente y la ansiada “Doctrina Cristiana y Catecismo para Instrucción de los Indios”, salió a la luz en el taller de Ricardo en 1584. Fue el primer libro impreso en América del Sur. El proyecto para la creación de un seminario venía dilatándose desde los días de Toledo. Con la experiencia apostólica acumulada, Santo Toribio comprendía la urgente necesidad de un centro de estudios apto para la “reformación del clero”. Los obispos reunidos en el Concilio Límense acogieron con beneplácito esta idea porque “ninguna Iglesia ni provincia tiene tanta necesidad de este saludable remedio como esta nueva Iglesia de las Indias”. Recién en 1591 el Arzobispo pudo concretar tan ansiado

proyecto. Compró de su propio peculio una casona alojando un primer grupo de 28 jóvenes. El seminario adoptó todas las normas dispuestas en Trento y modeló sus costumbres en su amado colegio de San Salvador de Oviedo. El pacífico desempeño del seminario duró apenas dos meses. El Arzobispo hizo esculpir en el frontis de la entrada su escudo arzobispal. El quisquilloso Virrey Hurtado de Mendoza lo tomó como una ofensa al Patronato Regio y mandó retirar la enseña. En el fondo de las intenciones de Hurtado estaba su deseo de inmiscuirse en el nombramiento del rector del seminario y en su funcionamiento. El tacto y la caridad consiguen mejores efectos que las amenazas del Virrey. Santo Toribio obtiene el apoyo necesario de la corona y el seminario puede continuar con las clases, preparando “tantas y tan buenas plantas para la doctrina de los naturales y españoles y demás personas”42. 5. Visitas Pastorales En sus continuas visitas a la extensa arquidiócesis (aproximadamente 3,300 kilómetros de circunferencia) Santo Toribio de Mogrovejo escribió algunas de las páginas de mayor heroísmo en la historia de la evangelización constituyente. En palabras de León Pinelo, sus andanzas fueron “un milagro continuado” donde se juntaron sus infinitas virtudes. Para el Arzobispo la Arquidiócesis no se circunscribió a la ciudad de Lima. Apremiado por el ansia apostólica quiso ver con sus propios ojos la realidad pastoral en que habitaban sus ovejas. Realizó hasta cuatro visitas importantes y varias "salidas" cortas, siempre por caminos inaccesibles. El padre Acosta, empedernido viajero también, se refiere a los caminos de estas tierras, “más bien para los gamos y las cabras que para los hombres”. Las cabañas donde usualmente establecía morada el Arzobispo “más son corrales de ovejas y establos que moradas dignas de la especie humana” La primera visita la inicia en 1581, con anterioridad al Concilio, como para tomarle el pulso a las cosas. Se dirige a Huánuco, donde, como ya se dijo, nunca antes había entrado prelado alguno. De sus observaciones extrae una serie de propuestas pastorales, enviándoselas a Felipe II en un extenso memorial. Explica al monarca que ya ha visitado una extensa porción del territorio peruano. Comprueba la urgente necesidad de adoctrinar a los indios, quienes carecen de sacerdotes preparados en la catequesis indiana. En otros casos éstos tienen a su cargo demasiadas doctrinas separadas por extensas distancias. Ello motivaba que muriesen “de ordinario los indios sin confesión y bautismo y demás sacramentos”43. Las consecuencias inmediatas de este abandono fueron la idolatría y las borracheras. Santo Toribio propone al Rey que se dote a cada pueblo de indios con sacerdotes y salarios suficientes. No faltaban clérigos en Lima: “pues hay hartos...que pueden ir a las doctrinas”44. La segunda visita la emprende en 1584 demorando casi siete años. Recorre Ancash, Chachapoyas, Checras y Cajatambo. La tercera, en 1592, lo conduce a Lambayeque, Trujillo, Cajamarca, Chachapoyas y Moyobamba. En la cuarta hallará la muerte. Parte en 1601. Llega a Ica, al sur de Lima. Regresa a la capital, deteniéndose por un corto tiempo. Emprende viaje al norte, hasta Lambayeque. Fallece en Saña, rendido por los esfuerzos y privaciones, el 23 de marzo de 1606.

Santo Toribio solía viajar acompañado de una modesta comitiva de cinco o seis familiares y criados. Nunca montaba a caballo. Solamente en mula. y cuando el camino

se hacía demasiado agreste, solía caminar calzado de unas alpargatas y apoyado en un bastón. Aún le era necesario pasar a gatas por los pasos peligrosos. Si estaba en sus posibilidades, nunca dejaba a nadie sin sacramentos. Relatan sus acompañantes cómo, para acudir a un pueblo de indios, atravesó el Santa, río de inmenso caudal. Como no había otro medio se ató el cuerpo con cuerdas sujetas a su vez a una más gruesa que cruzaba de lado a lado el río. Colgado de esta manera se hizo arrastrar a la otra margen. El mismo relata en una carta al Papa Clemente VIII sus afanes y aventuras, caminando “más de cinco mil doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos y ríos rompiendo por todas las dificultades y careciendo algunas veces yo y mi séquito de cama y comida; entrando en partes remotas de indios cristianos que, de ordinario traían guerra con los infieles a donde ningún prelado o visitador había llegado”. A veces el camino era tan dificultoso que decidía hacerlo a pie, acompañado solamente por los nativos. Durante una entrada en las selvas de Moyobamba se desplomó por el agotamiento. Había recorrido treinta leguas, escalando montañas y atravesando pantanos. En la senda fue abandonando sus vestidos y alpargatas porque con las aguas aumentaban su peso. Al creerlo muerto, los indios improvisaron una camilla con mantas llevándolo donde sus compañeros. Tras prolongados esfuerzos lograron reanimarlo. Ellos mismos habían perdido todas sus vituallas en una tormenta y solamente le pudieron ofrecer una cobija sobre el suelo empapado por la lluvia. 6. Testimonio de caridad Santo Toribio manifestó durante toda su vida un amor de predilección por los pobres. Consumía sus rentas en caridades. Cuando le faltaba dinero cogía lo que tenía cerca, un mueble del palacio, su servicio de cubiertos, o sus propios vestidos. Debía enfrentar las pacientes quejas de su hermana Grimanesa, a cargo de la casa episcopal. Cuando echaba de menos algún adorno, su hermano le respondía invariablemente: “No lo busquéis que no está perdido, ahí lo dimos aun pobre de Cristo”. “Renunció a las riquezas,” narraba su secretario Diego de Morales. "Como varón prudentísimo guardó perfectamente hasta el último cuadrante el ser limosnero y dar todo lo que tenía hasta desnudarse sus propios vestidos y darles de limosna; y este testigo vio que llegó un sacerdote pobre y le pidió limosna para ayuda a una sotana, y se quitó la que traía puesta el dicho señor Arzobispo de paño y se la dio y quedó con su roquete solamente hasta que este testigo le trajo otra que se puso...; ninguno llegó a pedirle limosna que no llevase y como no tenía ni poseía dineros ni plata daba la ropa de su vestir y camisas, porque era pobrísimo y no tenía otra cosa en su aposento y cuadros... Alegrábase cuando venía algún pobre a horas de comer a su casa especialmente siendo indios a los cuales daba de comer del mismo plato”45. 7. Promoción social y defensa de los derechos de los indios Santo Toribio no permaneció indiferente ante los atropellos a la dignidad y derechos de los indígenas. Su gran amor lo lleva a denunciar incansablemente la situación miserable en que se encontraban muchas veces éstos herma- nos humildes. La falta de fondos hacía imposible que pudieran costear el sostenimiento de los sacerdotes: “no lo podrán sufrir por ser tan miserables y pobres y estar tan cargados de tributos”,46. Los encomenderos habían propuesto agrupar los caseríos dispersos en poblaciones de mayor envergadura. Toribio muestra su desacuerdo con esta alternativa: “Reducir unos pueblos en otros no se puede hacer en todas partes por no haber comodidad para poderlo hacer.

Ancí por el peligro de muerte que hay en mudarlos de unos pueblos a otros de climas diferentes y haberse de deshacer sus haciendas y chacras y quedar perdidos y por ello muy pobres”,47. Fiel al lema impreso en su escudo episcopal, “Pauperes evangelizantur”, da el ejemplo protegiendo a los indios. Santo Toribio toma contacto con la realidad de los más pobres en sus largas visitas. Comparte sus chozas, sus alimentos y alcanza a conocer bien sus costumbres. De su propio peculio costeó la construcción de templos y hospitales, de escuelas y de nuevas reducciones-doctrina (como en Moyobamba y Lambayeque). Cuando una violenta peste de viruela acechó Lima, no dudó en actuar de enfermero, visitando las chozas de los apestados. Pero fue en el III Concilio Limense donde dejó una duradera y clara legislación, favorable a los indios: “No hay cosa que en estas provincias de las Indias devan los prelados y los demás ministros eclesiásticos como seglares tener por más encargada y encomendada por Cristo Nuestro Señor -manifiestan los obispos en la sesión del 22 de setiembre de 1583...que tener y mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas y tiernas plantas de la Iglesia... Y, ciertamente, la mansedumbre de esta gente y el perpetuo trabajo con que sirven y su obediencia y sujeción natural podrían con mayor razón mover a qualesquiera hombres por ásperos y fieros que fuesen, para que holgasen antes de amparar y defender a los indios, que no perseguirlos y dejarlos despojar de los malos y atrevidos. y así, doliéndose grandemente este santo sínodo de que no solamente en tiempos pasados se les hayan hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino también el día de hoy muchos procuran hacer lo mismo; ruega por Jesucristo y amonesta a todas las justicias y gobernadores, que se muestren piadosos con los indios y entrenen la insolencia de sus ministros cuando es menester, y que se traten a estos indios no como a esclavos sino como a hombres libres y vasallos de la Majestad Real... Ya los curas y otros ministros eclesiásticos manda muy de veras que se acuerden que son pastores y no carniceros, y que como a hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana. y si alguno por alguna manera hiriendo o afrentando de palabra o por otra vía maltratare a algún indio, los obispos y sus visitadores hagan diligente pesquisa y castíguenlo con rigor, porque cierto es cosa muy fea que los ministros de Dios se hagan verdugos de los indios”48. Desde los primeros albores de la conquista, la corona española realizó serios esfuerzos por precisar la condición jurídica de los indios. Por la Bula “Inter Coetera” los Reyes Católicos recibieron del Papa Alejandro VI el encargo de “adoctrinar” a los indígenas y moradores del Nuevo Mundo en la fe católica, añadiendo el Pontífice la responsabilidad de traerlos ala civilización. Ya en 1494 la Reina Isabel II sometió a consulta a una comisión de teólogos y juristas si el indio era o no sujeto a esclavitud. La junta dictaminó que no podían ser vendidos como esclavos. Fernando el Católico sometió este dictamen, junto al derecho legal de España a conquistar los nuevos territorios, al jurista de la corte llamado Palacios Rubios. Dicho letrado real opinó que los indios eran libres por naturaleza y que los españoles no tenían derecho a privarlos de sus bienes. La legislación era clara y justa. Hacerla cumplir significó para Toribio continuas y dramáticas disputas con los encomenderos. Su copiosa correspondencia con los reyes Felipe II y Felipe III abunda en denuncias y sugerencias concretas para. Mientras visitaba Jauja narra al Rey cómo le trajeron "mucha cantidad de indios enfermos que

habían venido de las minas de Huancavelica representándome muchos daños corporales que de aquella idea se les requerían y el mucho número de indios que habían muerto. Los frailes pidieron muy encarecidamente diese de ello noticia a V.M.”49. En esa misma provincia monta en profética cólera al enterarse cómo el corregidor Martín de Mendoza tomaba para sí lo que Santo Toribio llamaba el “sudor de los indios”. Estaba estipulado en el Patronato que los encomenderos debían administrar en favor de los indios las llamadas “cajas comunales”. Estos fondos provenían del tributo de los pobres y se debían al sostenimiento de los hospitales y la catequesis. Pero la realidad solía ser distinta. Con el rostro bañado por las lágrimas, tanto por la indignación como por la tristeza, escucha el testimonio de un doctrinero: “El cáliz con que celebro tengo quebrado, como vuestra Señoría vido... solo un ornamento viejo que ésta mi doctrina tiene, aunque Pascuas, domingos y todos los días del año se dice la misa, es de color negro, que declara y significa tristeza cristiana con que todo esto se debe sentir”. Al pedirle cuentas de la caja comunal, solamente se enfrenta con las negativas del corregidor Mendoza. Por lo que Santo Toribio lo declara públicamente excomulgado, mandando colocar su nombre en las puertas de los templos50. Al percatarse que no se atienden las necesidades de los enfermos a pesar del tributo de “un tomín” pagado por los indios para sostener los hospitales, el valeroso Arzobispo solicita a Felipe II la conversión en hospitales de las casas abandonadas por los corregidores. Otra fuente de abusos fueron los obrajes. El trabajo en estas industrias textiles estaba cuidadosamente normado por la legislación de Indias. No obstante, los obrajes dieron pie a abusos y corrupciones. La vida en estos obrajes era muy dura para el indígena. La labor empezaba al alba. Se hilaba y tejía en lugares cerrados, con escasa ventilación. La interrupción para el descanso era corta, cuando ingresaban las mujeres al recinto repartiendo la pobre comida. El penoso trabajo continuaba hasta el anochecer. Quienes no concluían con sus cuotas, eran objeto de crueles castigos. Acompañando al Arzobispo en una visita a la provincia de Huaylas, Francisco de Quiñones fue testigo de los abusos en uno de estos obrajes. Remecido, escribe al Rey, en 1587, cómo vieron “gran cantidad de indios e indias cargados con lana que a mi parecer sería dos arrobas lo que llevaba cada persona y por unos caminos tan ásperos que de verlos ir a pie aunque no llevaran cargas eran de harta compasión. Al Arzobispo le puso gran admiración el agravio que a estos pobres se les hacía; preguntó que adonde llevaban aquella lana y respondieron que de donde se trasquilaba el ganado a los obrajes”. Al alcanzar la fábrica se acercó un indígena. Su hijo de doce años había sido obligado a trabajar en este lugar. Entre lamentos le ofrece al niño “para la Iglesia” con tal que lo saque de allí. Indignado, “porque era negocio de mucha compasión”, Santo Toribio determina que todos los obreros se marchen a su casa 51. El Arzobispo no se opone al justo trabajo de los indios. Para los pastores y juristas el trabajo constituía una forma concreta de civilización (“policía”), promoción humana y evangelización52. Más bien propone una osada “reforma empresarial”. La manera más concreta de promover socialmente a los indios era capacitarlos y darles las riendas de las empresas. Se harían cargo de su administración y explotación “sustituyendo el régimen de asalariados por una forma de acceso a la propiedad ya la dirección de la empresa, bien en sistema cooperativo o simplemente de reparto de beneficios”. Incluso alcanza a exponer su proyecto al Rey, solicitándole el retiro de los administradores de las haciendas y obrajes, para entregarlos a los indígenas para que “gozasen de lo que fuese suyo cada uno a como le cupiese”53.

8. Final del camino. La última prueba la enfrentó Santo Toribio en el poblado de Saña. Hacía más de un año que había abandonado Lima para visitar las provincias del norte. Llega a Saña gravemente enfermo. Presagiando el final, es más pródigo con sus limosnas a los pobres. Al abandonarle sus fuerzas debe recluirse en la casa del párroco. Su capellán Juan de Robles le explica la gravedad de su estado, diagnosticado por un médico del lugar. Recogido ante lo inevitable, le contesta con las palabras del Salmo 121: “Me alegré con lo que me dijeron; vamos a la casa del Señor”. Pidió el viático. Ya agonizante, quiere acudir a la morada de su Señor, porque se sentía indigno de que Dios le fuese a visitar. Entre sus sirvientes improvisan unas angarillas, llevándolo a la iglesia. Solamente quedaba aguardar. Repite con voz apenas perceptible las palabras de Pablo en Filipenses: “Deseo ser desatado y estar contigo”. Manda llamar a un fraile agustino, hábil con el arpa. ¿Acaso este ansiado encuentro con el Salvador, tras tantas fatigas, debía ser penoso? Le pide al hermano que entone, acompañado del arpa, el Salmo 115, “Preciosa a los ojos de Dios la muerte de sus justos”. Y añadió: “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Mientras el canto lo arrullaba se efectuó el tránsito hacia la casa del Padre. Eran las tres y cuarto de la tarde, un 23 de marzo, Jueves Santo de 1606.

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Juan Pablo II, Discurso a los fieles congregados en el aeropuerto Benjamín Matienzo de Tucumán, Argentina, 8 de abril de 1987, 5. 2

Citado por Sierra, Vicente, El sentido misional de la conquista de América, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1980, p. 26. 3

Loc. cit.

4

«En efecto, desde los primeros años, a través de sus misioneros, la Iglesia comenzó a transmitir a los aborígenes, junto con la revelación del Evangelio, el conocimiento de las cosas. Este consistía, indudablemente, en la instrucción y en la alfabetización; pero no es menos de apreciar el esfuerzo por aprovechar los elementos básicos de la cultura indígena, sin deformarlos ni adulterarlos» (Juan Pablo II, Discurso los hombres de la cultura, Río de Janeiro, 1 de julio de 1980, 5). 5

Juan Pablo II, Discurso a los obispos del CELAM, Santo Domingo, 12 de octubre de 1984, II, 4.

6

“La Conquista es un hecho de la más profunda complejidad humana”, manifiesta el peruanista Belaunde. “Hay que contemplarla desde muchos puntos de vista. El primero que se destaca es el relativo al individualismo español. Aunque apoyada por el Estado, la Conquista es obra del hombre español. En este sentido, la Conquista es afirmación de la personalidad, voluntad de poder, sed de aventura, sentimiento heroico de la vida y embriaguez de paisaje. La Conquista debe explicarse por factores vitales, estéticos y espirituales y no simplemente económicos” (Belaúnde, Víctor Andrés, Peruanidad, Ediciones Librería Studium, Lima, 1957, p. 49). 7

Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Santo Domingo, 12 de octubre de 1984, II, 3.

8

Loc. cit.

9

Puebla, 6. Juan Pablo II, Carta apostólica a los religiosos y religiosas de América Latina con motivo del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo, 29 de junio de 1990, 8.

10

11 12

Puebla, 6. Id., 3.

13

Id., 412.

14

Juan Pablo II, Mensaje al mundo de 1a cultura y de los empresarios, Lima; 15 de mayo de 1988, 2.

15

Juan Pablo II, Discurso a los obispos del CELAM, Santo Domingo, 12 de octubre de 1984, I, 1.

16

Juan Pablo II, Discurso a los obispos del CELAM, Santo Domingo, 12 de octubre de 1984, II, 1.

17

Estos rasgos resaltarán cuando en 1568 fallece Don Luis, dejando a Ana en una situación económica difícil. Gracias al tesón de su madre, Toribio obtendrá una importante beca en el Colegio de Oviedo. Con este subsidio podrá concluir su educación superior.

18

Lissón, Emilio, La Iglesia de España en el Perú, Colección de documentos para la historia de la Iglesia en el Perú, III, Sevilla, 1944, doc. n. 610. Quiñones, casado con su hermana Grimanesa, acompañó a Toribio a Lima llevando consigo a su familia. Entre otros cargos fue Oidor del Consejo de Lima y tuvo una heroica actuación en las guerras en Chile, de donde fue Gobernador. El santo lo nombró "limosnero", ayudando al Arzobispo en su auxilio a los más necesitados con su propia fortuna. Al testimonio del cuñado se suma el de Diego de Morales, fiel secretario de Toribio. Morales, quien desde joven entró a servir en la casa del Arzobispo en lima, había escuchado de los familiares cómo desde niño Toribio "dio muestras de lo que debía de ser, de su pureza y de la excelencia de su vida y santidad... fue tan casto y limpio desde su niñez, que en su presencia no había lugar de decirse palabra descompuesta ni deshonesta". Citado por Rodríguez Valencia, Vicente, Santo Toribio de Mogrovejo, Organizador y Apóstol de Sur-América, t. I, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Santo Toribio de Mogrovejo, Madrid, 1956, pp. 89-90.

19

León Pinelo, Op. cit., p. 44.

20

Cf. Vargas Ugarte SJ, Rubén, Vida de Santo Toribio, Lima, 1971, p. 14.

21

En los principales trabajos críticos y biográficos sobre el Santo Arzobispo de Lima apenas se insinúan aspectos de su formación y su vida interior, auténtica motivación de su abnegada acción misionera. El siglo de Santo Toribio se caracteriza por un período de intensa reforma espiritual en España. En esta etapa, conocida como el “Siglo de Oro”, el resto de Europa vuelve sus ojos a la península ibérica buscando renovación espiritual y cultural. 22

Rodríguez Valencia, Vicente, Op. cit., t. I, p. 71.

23

De esta fuente bebió Santo Toribio su preocupación por el hombre concreto que debía pastorear como obispo. De allí su insistencia sobre todo en el trato justo para el sector má5 débil de su grey, los indios. Cf. Andrés, Melquíades, Op. cit., t. II, pp. 371-381.

24

“Entre los 66 doctores de Salamanca, que tomaron parte en el concilio de Trento, había muchos obispos y teólogos que se habían sentado a los pies de Vitoria” (Jedin, Hubert, Manual de Historia de la Iglesia, t. Y., Editorial Herder, Barcelona, 1972, p. 734).

25

Juan Pablo II nos dice que la evangelización constituyente suscitó “un vasto debate teológico-jurídico, que con Francisco de Vitoria y su escuela de Salamanca analizó a fondo los aspectos éticos de la conquista y colonización. Esto provoco la publicación de leyes de tutela de los indios e hizo nacer los grandes principios del derecho internacional de gentes” (Juan Pablo II, Discurso a los obispos del CELAM, Santo Domingo, 12 de octubre de 1984, II, 4).

26

Rodríguez Valencia, Vicente, Op. cit., t. II, pp. 482-489.

27

Cf. Rodríguez Valencia, Vicente, Op. cit.. t. I, pp. 348-349.

28

García Irigoyen, Carlos, Santo Toribio, t. I, Imprenta y Librería de San Pedro, Lima, 1906, p. 97.

29

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. Ir, pp. 71-72.

30

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. I, p. 215.

31

Al igual que el Arzobispo de Lima, Toledo consideraba como tarea inaplazable el tomar contacto con la realidad peruana. Para ello propuso al Rey una “visita general”. “Hay otros muchos útiles que resultan de esta visita que por no cansar a Vuestra Majestad no los referiré aquí -escribía Toledo B Felipe II-; y es la noticia que resultará a vuestro Virrey de conocer las personas del reino, de entender de talentos e inclinaciones, de verificar por su persona los hechos de las cosas para poder mejor acertar a gobernar el reino y servir mejor a Dios ya Vuestra Majestad”. (Cf. Tasa de la visita general. Francisco de Toledo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1975, p. X). 32

Carta de Felipe II fechada en Badajoz el 19 de setiembre de 1580. Cf. Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. 111, p. 8.

33

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. 111, pp. 286-287.

34

Cf. Vargas Ugarte SJ, Rubén, Concilios Límenses (1551-1772), t. 3, Lima, 1954.

35

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. III, pp. 40-41.

36

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. III, pp. 49 y 291.

37

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. III, p. 50.

38

Citado por Cologan SJ, Tomás, De la Inquisición de Granada al Arzobispado de Lima. Santo Toribio de Mogrovejo, Granada, 1953, p. 21.

39

Cf. Rodríguez Valencia, Vicente, Op. cit., t. I, pp. 329-331.

40

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. I, pp. 4 y 215.

41

III Tercer Concilio Límense, cap. 3; Ed. de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, Lima, 1982, p. 61. 42

Carta de Santo Toribio al Papa, en Vargas Ugarte SJ, Rubén, Vida de Santo Toribio, Lima, 1971, p. 53.

43

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. III, pp. 36-40.

44

Loc. cit.

45

Testimonio de Don Diego de Morales. Cf. Rodríguez Valencia, Vicente, Op. cit., t.lI, p.494.

46

Loc. cit. 47 Loc. cit.

48

Tercer Concilio Límense, 1582-1583, Decretos, tercera acción, cap. 3; Op. cit, pp. 87-88.

49

Lissón, Emilio, Op. cit. Vol. IV, p. 435.

50

Sobre este caso cf. Vargas Ugarte, Rubén SJ, Historia de la Iglesia en el Perú, t. III, Burgo. c, 1959, pp. 101-102. 51

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. III, pp. 460-463.

52

El concepto de “policía” había sido definido por el Tercer Concilio Límense como un sistema de vida “más humano y político”. Influyentes juristas como el laico Juan de Matienzo concebían la “policía” como la adopción por los indios de costumbres como “la limpieza de sus personas, comidas y viviendas y, en el plano económico, en que los varones supieran labrar la tierra con bueyes, así como aprovecharse de los caballos y demás medios de trabajo de los españoles”. Los “civilizadores” debían respetar “la forma de vivir de los indios, policía y disposición en los mantenimientos” según cédula real de 1530 (cr. Borges, Pedro, Misión y civilización en América, Alambra, Madrid, 1987, pp. 59-71). 53

Lissón, Emilio, Op. cit., Vol. IV, pp. 459-460.

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