Señor Vicerrector Ejecutivo, doctor Miguel Ángel Navarro Navarro,

1 Discurso del Dr. Héctor Raúl Solís Gadea, al asumir el cargo de Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales, de la Universidad de Guadalaja

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1 Discurso del Dr. Héctor Raúl Solís Gadea, al asumir el cargo de Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales, de la Universidad de Guadalajara. Auditorio Salvador Allende, Guadalajara, Jalisco, 7 de mayo de 2013.

Señor Rector General, maestro Tonatiuh Bravo Padilla, Señor Vicerrector Ejecutivo, doctor Miguel Ángel Navarro Navarro, Señor Secretario General, maestro Alfredo Peña Ramos, Demás distinguidos miembros del Honorable Presidium, Señores consejeros, Señores profesores, Queridos estudiantes, Compañeros empleados y trabajadores, Invitados especiales, Señoras y señores: Muchas gracias a todos por su presencia. Con sentimientos de obligación, orgullo y lealtad hacia la Universidad de Guadalajara, asumo el cargo de Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. Quiero dar las gracias más sinceras al Honorable Consejo del Centro por su decisión de incluirme en la terna que fue presentada a la Rectoría General. Interpreto este hecho como un generoso reconocimiento a mi trabajo, y por ello me siento comprometido. Al maestro Tonatiuh Bravo Padilla, nuestro Rector General, le expreso mi profunda gratitud, pues al depositar su confianza en mi persona me ha conferido un doble honor: el de encabezar los trabajos de esta brillante comunidad académica y el de pertenecer al Consejo de Rectores que él dignamente preside. Quiero agradecer también las muestras de apoyo que he recibido de profesores, estudiantes y empleados de nuestra casa de estudios. Su buena disposición me fortalece y me hace sentir optimista con respecto a lo que juntos podemos lograr. Hoy termina un ciclo y empieza otro. Pero no se trata de un corte en la historia de este plantel, sino de un acto que da continuidad a las tareas de nuestra institución..

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Hago un reconocimiento al Rector Pablo Arredondo Ramírez y su equipo, por su esforzada labor y su sentido de responsabilidad. Recibo de él la estafeta con la intención de llevarla a nuevos puertos. Antes de emprender el camino es necesario meditar sobre nuestra circunstancia global y reconocer la misión de las ciencias sociales y las humanidades. La época presente ha puesto sobre nuestra generación responsabilidades que no podemos eludir. Oscuramente o con lucidez, haciendo algo al respecto o evadiéndonos en el disimulo, todos sabemos que vivimos tiempos complicados, muy diferentes a los que les tocaron a nuestros padres cuando eran jóvenes, e incluso cuando alcanzaron la mediana edad. Sobre todo los universitarios, sabemos de cierto que está en quiebra el proyecto de civilización que nos legó el pasado. Ese hecho es el verdadero desafío que enfrentamos. Durante las últimas décadas, la vida social ha cambiado radicalmente. Llegó a su fin el orden histórico de relativa estabilidad y bienestar colectivo forjado tras la Segunda Guerra Mundial. En su lugar, advino un interregno que se nos presenta como crisis económicas constantes, riesgos de nuevas y devastadoras guerras, terrorismo, criminalidad, desigualdad y depauperación de enormes masas de población, intensificación de las migraciones forzadas, explotación de niños, opresión de género, erosión de los Estados asistencialistas, desprestigio de la política y pérdida de la capacidad de los gobiernos para dirigir y armonizar a sus sociedades. Esas patologías sociales son una expresión paradójica, pues la época también contiene aspectos luminosos como el impresionante desarrollo de la ciencia y la técnica. Nunca como ahora, había sido tan sencillo transferir datos, imágenes y sonido, jamás la innovación tecnológica se había generado de manera tan rápida, y tampoco se había incrementado tanto nuestra capacidad para educar, investigar, tratar y curar enfermedades, producir bienes y servicios, transportarnos y desarrollar la creatividad estética. Además, hoy tenemos muchos más regímenes democráticos que antaño, y ya muy pocos defienden ideologías totalitarias. ¿Por qué, entonces, si hemos aumentado nuestro dominio técnico-científico sobre el mundo, cargamos con estas paradojas y contradicciones? ¿Por qué junto a las

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oportunidades que nos ofrece la modernidad nos avasalla el descontento colectivo e individual? Creo que las respuestas a estas preguntas residen en el hecho de que la sociedad de nuestros días, en su comprensible búsqueda de libertad, conjuró fuerzas que no atina a controlar y que ahogan a los seres humanos. Hoy tenemos más prerrogativas para modificar las instituciones, las tradiciones y las costumbres. Estas cambian constantemente, a veces en cosa de días, y eso nos provoca una sensación de melancolía y ruptura con el ayer al que vemos alejarse sin posibilidades de regresar. Así, una persona del siglo veintiuno se ve obligada a cambiar varias veces de profesión u oficio, y también puede cambiar de religión, ciudad o país, nacionalidad, familia, pareja, ideología política, y hasta de sexo o género. En el ámbito del trabajo, las habilidades laborales que una persona aprendió en la escuela, en la universidad o en el taller, se pueden vuelven obsoletas en unos cuantos años. En el plano de las costumbres, la moral adquirida en la familia y las creencias inculcadas por la parroquia pueden dejar de ser creíbles en un abrir y cerrar de ojos. Todo muda y nos impregna una percepción de volatilidad o liquidez, como diría el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. La aceleración de la vida nos transmite la impresión de que todo lo sólido se desvanece en el aire, como lo escribiera hace más de ciento cincuenta años Karl Marx, y lo repitiera hace pocos lustros Marshall Berman. Esta vorágine tiende a corroer el carácter de las personas y a deteriorar su sentido de compromiso mutuo. Hoy el capitalismo corre desbocado por el globo: el dinero transita, pero no necesariamente hacia donde puede producir más y distribuir mayor bienestar, sino hacia donde tiene más oportunidades de rendimiento como resultado de la especulación financiera; con ello se acumula capital, pero no se crea riqueza verdadera, y tampoco empleos estables y bien remunerados. El poder del dinero pone de rodillas a los gobiernos, lo que desalienta a los movimientos sociales y a las fuerzas políticas que buscan disciplinar al capitalismo. Los medios de violencia están al alcance de muchos grupos sociales, y con ello perdemos la tranquilidad y la paz.

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En medio de estas transformaciones sin rumbo, a los hombres y las mujeres de hoy se nos dificulta reconocernos a nosotros mismos. Nuestros vínculos son abstractos: nos relacionamos a través del dinero o por medio de las imágenes o textos transmitidos por una computadora. La eficiencia de las organizaciones contemporáneas no ha traído consigo un orden social más justo. Ahora el hombre puede más como especie, tiene más herramientas tecnológicas a su alcance, pero los individuos no tienen claridad acerca de los fines que persiguen, y tampoco se logran poner de acuerdo sobre cómo alcanzar valores esenciales como el bien, la justicia, la solidaridad, la libertad y la equidad. No sabemos qué pueden significar estas palabras en un régimen social en el que cada quien persigue la felicidad a su manera. El asunto es cuánto tiempo podemos seguir así, y qué costo humano tendremos que pagar por nuestra situación de bancarrota moral. Algunos seres humanos se preguntan quiénes son y qué valor tiene la forma en que vivimos; pero la mayoría prefiere evadir los cuestionamientos y refugiarse en el consumismo privado, o en las diversiones frívolas que procuran los medios de comunicación y la cultura de masas. Otros más caen en la depresión, las adicciones o el suicidio. Ciertos sectores sociales, no pocos, por cierto, en un esfuerzo por sentir de nuevo el calor de la comunidad, tratan de regresar al pasado y reavivan los fundamentalismos y los extremismos. Muchos desesperan de la política y permiten que el desencanto les provoque el desprecio de las utopías. Con ello se instala el nihilismo y dejamos de cultivar los valores sobre los que se funda el proyecto de civilización que nos legó la historia. En otras palabras, los cambios de la época nos están llevando a la negación de los ideales y a la generalización de la barbarie. Pero hay otros seres humanos que no desesperan y aún confían en las posibilidades del pensamiento y la razón ilustrada, todavía creen en la función de la crítica, en la imaginación histórica, en la creatividad literaria y en la acción política. Los más de ellos son jóvenes que buscan las respuestas a los desafíos de la época en las facultades y las escuelas de humanidades, trabajo social, derecho, sociología y ciencias políticas, literatura y antropología, así como en los institutos y centros de investigación histórica y cultural.

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Son nuestros jóvenes, herederos de la tradición intelectual universal, particularmente de Occidente y Mesoamérica, los que se preguntan cómo el hombre ha llegado hasta aquí y qué debe hacer para mantener viva la promesa de la civilización, qué alternativas existen para salvaguardar la dignidad del ser humano, la búsqueda del bien y la justicia, el progreso moral, la distribución generalizada del progreso material, el ejercicio de la libertad y la práctica de la curiosidad intelectual sin ataduras políticas ni prejuicios ideológicos. Son ellos los que pueblan nuestras aulas. Con esos jóvenes tenemos nuestro principal compromiso los profesores y directivos de la Universidad de Guadalajara. Las humanidades y las ciencias sociales les deben a ellos las respuestas que buscan. La juventud es quien puede llevar adelante la tarea de custodiar la cultura y la civilización, la encomienda de mantener viva la memoria histórica, la misión de expandir el conocimiento, el trabajo de pensar nuevas ideas y creencias que sirvan como presupuestos intelectuales para mejorar al país. La cultura, la alta cultura, y la cultura de los pueblos que transmite los valores de la civilización, son el recurso para conservar la esperanza en que otro mundo es posible. Las ciencias sociales y los estudios humanísticos son un aspecto decisivo de la cultura que necesitamos custodiar. No quiero decir que los saberes de las humanidades y las ciencias sociales sean una panacea, pero sí que ellas poseen tesoros del pensamiento y la creatividad que deben ser rescatados y revalorados. Para eso estamos aquí. Esa es la responsabilidad que tiene nuestra generación de profesores y que no podemos eludir. Los más de 10 mil estudiantes que acuden a diario a nuestras aulas esperan de nosotros todo nuestro cuidado, nuestra consideración por sus inquietudes morales e intelectuales, y nuestra atención a sus dificultades cotidianas. No es fácil inculcar en los alumnos el amor por el estudio. La sociedad de la información pone al alcance de todos muchos datos que extravían el espíritu. Los teléfonos celulares roban al profesor la atención de sus alumnos. Además, están de moda muchos pseudo-saberes que desorientan el sentido humano, desde la astrología hasta los libros corrientes de autoayuda, y demás expresiones de la cultura chatarra. Por eso, nuestra misión es hacer que nuestros estudiantes cultiven su propia capacidad de conocer, evaluar y juzgar. El amor por el conocimiento es, en el fondo, un acto de confianza en la propia capacidad de razonar y descubrir. El estudiante es el sujeto del conocimiento, y los profesores debemos preguntarnos si lo que les ofrecemos es acorde con sus necesidades pedagógicas.

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Los profesores e investigadores debemos confiar en nosotros mismos y en la institución que nos respalda. Hay que tomar ejemplo en quienes nos antecedieron, muchos de ellos grandes egresados y grandes profesores de la Universidad de Guadalajara. Pienso, por ejemplo, en Mariano Otero, jurista y también destacado sociólogo y pensador político. Pienso en Ignacio L. Vallarta, y además, ya mucho más cercanos a nosotros, en profesores como Arturo Rivas Sáinz, Adalberto Navarro Sánchez, Manuel Rodríguez Lapuente, Osvaldo Ardiles, Andrés Orrego Matte, Luz Rosalía Acosta, César López Cuadras y un largo etcétera de maestros que dejaron huella entre nosotros. El Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades tiene un gran destino por delante. Se ha significado como un espacio destacado en el occidente de México para el cultivo de las ciencias sociales en muchas de sus áreas. Ahora está en condiciones de convertirse en un sitio de referencia para todo México y para América Latina. Ese debe ser nuestro objetivo: hacer de nuestro Centro un espacio por el que transiten profesores y estudiantes de muchas latitudes, y en el que se discutan y estudien no sólo los tópicos locales, sino los de cualquier parte del mundo. Somos contemporáneos de todos los hombres, escribió Octavio Paz, en las páginas finales de El Laberinto de la Soledad. Debemos asumir que aquí, en nuestro medio, podemos dar un impulso fundamental a las ciencias sociales y las humanidades. En la Universidad de Guadalajara hacemos estudios empíricos sobre temas específicos, pero necesitamos hacer recapitulaciones lúcidas que nos ayuden a relacionar los fenómenos concretos con el destino de la humanidad en su conjunto. El desprestigio del marxismo y de otras grandes teorías nos llevó a desdeñar el pensamiento conceptual y filosófico-social. Por conocer los árboles dejamos de percibir el bosque. Es imperativo, entonces, que nuestros profesores escriban obras, ensayos y narraciones que sean referencia para la comunidad intelectual nacional e internacional, y también para el público general. La verdadera prueba de la calidad es la trascendencia: que nuestros estudiantes encuentren en nuestros textos y en nuestras cátedras alguna idea interesante para compartir y discutir, y que los ciudadanos ilustrados hallen en nuestros trabajos iluminaciones para sus vidas. Que la opinión pública y la agenda gubernamental se nutra con los puntos de vista de nuestros investigadores y profesores.

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Pero nuestra misión fundamental es educar. Educar es enseñar el valor de la lectura y la escritura, pues leer y escribir son las actividades intelectuales por antonomasia. En última instancia, educar es dirigirnos a los estudiantes con respeto y contribuir a la formación de su inteligencia; educar y hacer de los estudiantes individuos autónomos es una manera privilegiada de justificar nuestras vidas. Señor Rector General, Compañeros universitarios: Muchas son las tareas que es necesario impulsar para cumplir la encomienda del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. No podría aquí enumerar todas y cada una de las acciones que en su momento pondré a consideración de nuestras comunidades académicas. Sin embargo, quiero resaltar que, ante todo, respaldaremos al Rector General, Tonatiuh Bravo Padilla, en las metas que ha propuesto para su gestión. Particularmente, quiero enfatizar dos aspectos. Primero, su preocupación por los jóvenes, pues sintetiza toda una forma de comprensión del quehacer institucional que incluye no sólo ampliar la cobertura sino también garantizar una mayor libertad de trayectoria curricular, con lo que se hará más efectivo el acuerdo de flexibilidad que ya existe y que ahora permite una mayor movilidad estudiantil, y la posibilidad de que los alumnos tengan una formación más amplia y diversa. En segundo lugar, también asumimos como nuestros los objetivos que se ha propuesto el Rector General en materia de financiamiento a la Universidad de Guadalajara, y en lo que respecta a la mejora salarial y de las condiciones de trabajo de nuestros profesores y empleados. Propongo, sin ser limitativas, las siguientes orientaciones de trabajo para la gestión que ahora comienza: 

Primero. Mejoramiento de la calidad y pertinencia de los servicios académicos. Esto integra un conjunto de medidas que se interrelacionan y que van desde la didáctica cotidiana vivida en el aula, hasta el valor de lo que se investiga, y lo que se publica. Aquí cabe la política editorial y la pertinencia de los planes de estudios, el funcionamiento de las bibliotecas, las capacidades para vincularnos con el sector social y productivo, el funcionamiento de las tutorías, la enseñanza de las lenguas extranjeras, la expansión de las cátedras nacionales, la existencia de seminarios de

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importancia nacional, la ampliación y diversificación de la oferta educativa, y la creación de institutos en colaboración con otros centros universitarios, entre otras acciones. 

Segundo. Eficiencia administrativa para fortalecer el trabajo escolar y de investigación. La infraestructura física, el mantenimiento, y los procesos administrativos cotidianos deben funcionar con eficiencia y eficacia. Esa será una tarea fundamental que vamos a emprender y para ello convocaré, con un trato de consideración respetuosa, a nuestros trabajadores administrativos y operativos.



Tercero. Resonancia nacional e internacional del Centro Universitario y fortalecimiento de su presencia en la esfera pública local, nacional y global. Lo anterior implica propiciar que nuestros académicos tengan mejores condiciones para dar a conocer sus hallazgos en México y en el extranjero, contar con más profesores visitantes y propiciar que muchos más estudiantes y académicos nuestros realicen estancias en otras instituciones.



Y, finalmente, transparencia y modernización de las formas de evaluación y rendición de cuentas. Para saber cómo estamos y dónde vamos es necesario afinar nuestros instrumentos de diagnóstico e ir más allá de los indicadores tradicionales.

Me siento orgulloso de pertenecer a esta comunidad de pensamiento y estudio. Invito a profesores, directivos, estudiantes y empleados a entablar un diálogo permanente, que nos permita identificar juntos nuestros propósitos, conocer nuestros problemas y encontrar los caminos adecuados para tratarlos y superarlos. En todo momento, impulsaré el trabajo colegiado y la generación de acuerdos y consensos, así como el respeto a la diferencia, de manera que podamos avanzar en un proyecto incluyente y plural para el engrandecimiento de la Universidad de Guadalajara. Quiero terminar esta intervención recordando lo que dije al principio: que nuestra época nos ha impuesto responsabilidades que no podemos eludir. Pero no mencioné esas palabras para provocar desánimo en ustedes, sino para despertar su capacidad de apasionamiento y motivar su voluntad.

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En mayo de 1895, en la Universidad de Friburgo, el sociólogo Max Weber pronunció una lección inaugural. A manera de exhorto, quiero parafrasear algunas de aquellas palabras con que terminó su alocución: No es el peso de los siglos de una historia gloriosa lo que hace envejecer a una gran universidad. Ella permanece joven si tiene la capacidad y el coraje de seguir siendo fiel a sí misma, y a los grandes principios que le han sido legados. Seamos fieles a los principios y valores de la Universidad de Guadalajara. Muchas gracias.

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