Simeón, Jaime, Armando, Charlie y Danilo

“Bola De Nieve” Simeón, Jaime, Armando, Charlie y Danilo Autor: Danilo Callejas B. Miami, Florida 15 de Mayo 2012 Page 1 of 11 “Bola de Nieve” Y

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“Bola De Nieve”

Simeón, Jaime, Armando, Charlie y Danilo

Autor: Danilo Callejas B. Miami, Florida 15 de Mayo 2012

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“Bola de Nieve” Y Confesión Sexual. Historia Colegial

Autor: Danilo Callejas B. La acción de esta historia se desarrolló en el Colegio Centroamérica de Granada, Nicaragua, aproximadamente en el año 1957. El nuevo maestrillo estaba recién llegado al colegio a cumplir con sus dos años de docencia que les eran exigidos por sus superiores a quienes pretendían engrosar las filas de la Compañía de Jesús. Antes de continuar con sus estudios sacerdotales debían cumplir con ese requisito hasta que culminasen sus estudios y fuesen ordenados como sacerdotes jesuitas. Los alumnos siempre estábamos pendientes y atentos a esos cambios de maestrillos, porque eso significaba que ya otro había cumplido su período magisterial y había partido recientemente. Para nosotros era importante conocerlos, porque serían dos años los que tendríamos que compartir con ellos, y se suponía que, en alguna forma, estaríamos bajo su autoridad, y a expensas de sus formas de proceder de acuerdo a sus caracteres personales. El recién llegado era una persona bastante obesa, diríamos: gordito; muy bajo de estatura, quizá ligeramente por encima de los cinco pies, diríamos: chaparro; de tez muy oscura, casi un carbón ennegrecido, entonces diríamos: negrito; de cara redonda y voluminosa, cabe entonces decir: cachetón. En general con talante y facciones indígenas, dígase: un indio. Si resumimos su descripción concluiremos diciendo que era un indio, negrito, gordito, chaparro y cachetón. Esas características corporales no hacían daño a nadie, pero dieron paso para que nuestros compañeros, los especialistas en poner sobrenombres, conectaran rápidamente sus neuronas en busca del apodo con el que lo bautizarían. Además, a nosotros no nos interesaban tanto sus Page 2 of 11

rasgos físicos, como su carácter personal, que en definitiva sería con el que nos enfrentaríamos en el diario devenir en el colegio. Por de pronto, nuestros sabios y atinados maestros del apodo, ya habían encontrado el más apropiado con el que le designaríamos. Quedó como anillo al dedo: “Bola de Nieve”, sería el mote con el que nos referiríamos a él en el futuro. ¿Bola de Nieve? Pero, ¿Qué era esa barbaridad? Si blanca no era pero ni su saliva….y después de tratarlo y conocerlo por algunos días, nos dimos cuenta que no tenía blancura ni siquiera en el alma. Era el Padre González, que luego, luego, fue nombrado “vigilante” de la “Sección Mediana” de los alumnos internos. A esa sección pertenecíamos quienes oscilábamos entre los once años de edad, los menores; y los catorce o quince, los mayorcitos. Pero, entre ellos teníamos valiosas fichas, muy amigos de la indisciplina y el relajito, unos más que otros, pero por ahí andaban José Roberto “Goyito” Ordóñez, Alberto Choisseul, Gilberto “El Negro” Morales, Jaime “El Zorrillo” Morice, Roberto “Querubín” Fajardo y tantos otros como Simeón “El Virrey” Rizo y Tomás “Peluca” Delaney. Como antes dije, unos indisciplinados en mayor grado, y otros en menor. ¿Estaría yo, Danilo Callejas, en ese gremio? Pues, si todavía no lo estaba, al menos ya había puesto mi solicitud para ser admitido en él. ¿Quién sería el presidente de esa asociación que daría el visto bueno para mi aceptación? Tal vez era el mismo presidente de la Academia Literaria que no nos aceptaba en ella. Seguramente era el judío Carlos Manuel “Mercho” Siles. Al final, reunidos en cónclave secreto los “jodedores”, creo que por unanimidad, me permitieron la entrada en tan selecto gremio. Así pues, había que aprender cómo se “jodía” o molestaba con gracia, impertinencia e insistencia. Lo malo sería que fuese a resultar un alumno aventajado en el ramo, lo que supondría que sería castigado a quedarme “sin cine” muy frecuentemente. ¡Pobre Danilo! ¿Qué le esperaría? Poco a poco nos fuimos familiarizando con el susodicho “Bola de Nieve”. Era un tipo que no era “fácil de pelar”. Tenía un carácter más agrio que un limón, además de que por lo visto “se le corría el tejado”, puesto que sus acciones colindaban con el “fuera de sus casillas”, el trastornado que ameritaba urgentemente un intensivo tratamiento de parte del psiquiatra. O sea, que en su Page 3 of 11

descripción inicial, faltó agregar que era un loco, un desquiciado mental. Sus demostraciones de locura no tardaron en salir a flote.

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Era una tarde en la que estábamos en hora de estudio. Los maestros y los aprendices de irrumpir con nuestras necedades y distractores de la concentración necesaria para estudiar, no nos hacíamos esperar para exhibir nuestros progresos en contra de la disciplina. Habíamos comenzado lo que primero sólo era un rumor, un pequeño ruido, pero que poco a poco se transformaba en un alboroto inaceptable. Bola de Nieve que era el vigilante en esa tarde, paró las orejas y se puso en guardia y a la defensiva. Sus facciones se transformaron y no tuvieron rubor…. ¿De dónde si su sangre no era roja? Creo que en sus venas corría café negro o alquitrán, porque en vez de ponerse colorado, sus facciones adquirieron un intenso color morado, tan intenso, como el de un caimito re-maduro. Ya el termómetro de su ira había alcanzado los cien grados de efervescencia, pero conteniéndose cuanto pudo simuló mansedumbre y llamó: -“Choisseul haga el favor, venga adelante”. Él obedeció y llegó al frente del aula. El cura González, “El Bola de Nieve’, enseguida ordenó: -“¡Arrodíllese!”. El alumno no rechistó, y obedientemente, así lo hizo. Una vez que Choisseul estuvo de rodillas, el cura loco se le fue encima y, a puño cerrado e inmisericordemente, lo cargó a golpes. Choisseul tenía mal carácter y no sé cómo se aguantó para no responder con otros golpes, la furiosa agresión de que estaba siendo objeto. El cura se dio gusto tirando toda clase de puñetazos. Parecía que le estaba dando a un saco de práctica de los que usan los boxeadores en sus entrenamientos. Choisseul sólo se cubría el rostro con ambas manos tratando de no ser alcanzado con los furiosos e incontrolables golpes de su enloquecido agresor. Page 4 of 11

Al fin, el Bola de Nieve se agotó y cesó en su agresión. Estaba jadeante y respiraba con dificultad, Alberto, el agredido, regresó a su asiento, molido por los golpes. Bola de Nieve acababa de dar muestras de ser un salvaje energúmeno, que no me explico cómo había sido aceptado como un candidato a ser en el futuro un sacerdote jesuita. El hombre era de cuidado, había que meditar sobre su conducta y agresividad.

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Pasaron los días. Otro episodio de salvaje agresión, no tardó en presentarse. Esta vez la víctima fue Gilberto Morales que por algún motivo, no sé cuál, no se bachilleró con nosotros en la Promoción del Sesenta. Él era hermano de José Antonio “El Gordo Morales” que sí se graduó con nosotros en ese año. Ambos jugaban como porteros en los equipos de fútbol. José Antonio llegó a ser el portero titular del equipo mayor de fútbol representativo del colegio. -“¡Morales, Gilberto, venga al frente!”, tronó ese día Bola de Nieve. Allá fue Gilberto, sin sospechar apenas la paliza que le esperaba. -“¡Arrodíllese!”, repitió el loco vigilante. Morales obedeció. Igual que a Choisseul, Bola de Nieve, lo atacó furibundo, fuera de sí, poseído por el mismo demonio. Le disparaba un recto de derecha a la cara y gancho de izquierda al hígado. Practicaba dos “jabs” continuos. Se retiraba dos pasos y atacaba de nuevo, etc. Morales sólo se cubría la cara. Ante tanta lluvia de gaznatones, Gilberto perdió el equilibrio y cayó al piso. Al verlo en el suelo, el cura demoníaco practicó su puntera de derecha, asestándole, como asno, una violenta patada en las costillas. Morales se retorció de dolor y se revolcó en el piso, alejándose rápidamente del agresor. Recobró la verticalidad, y al ponerse en pie, dejó de ser atacado.

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Había sido la segunda demostración del desequilibrio mental que atenazaba el cerebro del desquiciado demente. Había que poner nuestras bardas en remojo. ¡Cuidado con esa fiera salvaje! *************************************** Yo había sido un buen aprendiz en las clases de indisciplina que me dictaban Goyito Ordóñez y asesores. Ocupábamos pupitres muy cercanos en el aula de estudio. El arte estaba en saber molestar y pasar desapercibidos. Nuestra excusa solía ser que obteníamos buenas calificaciones y, por consiguiente, no podía ser posible que se nos acusara de ser promotores de mal comportamiento. En nuestra defensa solíamos alegar vehementemente: -“Pero Padre, ¿Cómo cree usted que seamos nosotros los que hacemos el relajito? Nuestras calificaciones indican que no tenemos tiempo para esas revoltosas actividades, y que ocupamos todo nuestro tiempo para dedicarnos totalmente al estudio intensivo”. -“¿No le parece a usted así?”, le preguntábamos a Roberto “Chorega” Cardenal, otro padre vigilante muy querido por nosotros, cuando nunca faltábamos en su lista de castigados sin derecho a ir al cine. Él nos respondía plenamente convencido: -“Es cierto lo de sus buenas calificaciones, pero también es cierto que ustedes se suman a los que les gusta molestar”.

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Confesión Sexual. El aula de estudio estaba en silencio. Se podía escuchar el vuelo de una mosca. Parecía mentira. ¡Qué muchachos tan bien portados! Éramos ejemplo de buena disciplina. ¡Increíble! ¿Sería que no estaban presentes en el estudio gente de la calaña de Goyito, Danilo Callejas o Jaime Morice? Tanta quietud era conmovedora, sospechosa y reveladora. Page 6 of 11

¿Quién era el padre vigilante ese día? ¡Ah, era el ya famoso y temido Bola de Nieve! ¿Sería que ya los revoltosos le habían cogido miedo? ¿Ya la Bola, más bien de alquitrán, les había domado? ¿Qué estaría pasando? ¿Sería que iba a haber terremoto o alguna otra desgracia natural? No sé. En medio de tanto silencio, allá al frente del aula, sentado en su sillón sobre una alta tarima de madera, desde la cual dominaba con su visión todo el ambiente del salón se encontraba, aparentemente también tranquilo, el Bola de Nieve. Ya hacía muchos días que no había llamado a nadie al frente para propinarle otra golpiza. Era raro. Era una situación fuera de lo común. Cualquier cosa podía esperarse. De pronto, un compañero de estudio se acercó a mi pupitre, y en voz silenciosa, como para no alterar la paz del ambiente, me dijo: -“Dice Bola de Nieve que vayas al frente, porque quiere darte unos consejos”. Realmente que sólo rarezas estaban sucediendo. ¿Bola de Nieve vestido con piel de oveja, o con el atuendo de San Francisco de Asís impartiendo consejos? Bien, habría que ir, cruzar los dedos, poner en alerta a todos los sentidos, y encomendarse a Dios. ¿Qué querría? ¿Qué consejos me daría? Al fin, con oír nada se perdería…. y allá fui….. Cuando llegué a su lado, con actitud tranquila, pero misteriosa, me pidió que me acercara. Así lo hice. Solicitó que me acercara más. Yo estaba en alerta máxima. Finalmente, fue él quien acercó más su rostro al mío y, como si me hablara en secreto, me preguntó: -“Danilo, ¿Tienes confianza en mí?” ¿Confianza yo en él? ¿De dónde? Si en ese tiempo yo era desconfiado por naturaleza, hombre de pocas palabras y ensimismado en mis pensamientos. Dudaba hasta de mi sombra. Y ahora, éste me preguntaba que si confiaba en él. ¿Qué pretendía? ¿Qué se traía entre manos? Si le hubiese sido sincero, tendría que haberle dicho que no, que desconfiaba, no sólo de su persona, sino también de sus actitudes y reacciones demoníacas. Preferí callar. No respondí. Notando mi incertidumbre, él insistió y volvió a preguntar: Page 7 of 11

-“¿Pero cómo; es que desconfías de mí?” Y enseguida continuó: -“Mira Danilo, sólo quiero hacerte una pregunta, pero es necesario que seas absolutamente sincero conmigo. No temas, yo no voy a hacerte daño. Anda hombre, confía en mí, sólo quiero aconsejarte”. Yo le oía, pero confianza no me despertaba ninguna. Sin embargo, le expresé: -“Diga usted”. -“Dime Danilo, espero que me digas la verdad.” Estaba dando muchos rodeos. “¿Qué diantres es lo que quería?”, pensé.

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Al fin, soltó la pregunta, clara, directa, tajante, y por supuesto, inmensamente atrevida: -“¿Cuántas veces a la semana te masturbas tú?” Me quedé de una pieza, sorprendido e inquieto…. y pensé: “¡Pero qué pregunta era esa!” ¡Qué le podía importar a él si lo hacía o no! Por supuesto que no le iba a responder. Él no era siquiera un sacerdote ordenado que pudiera ejercer el sacramento de la confesión. Además, que la confesión se ejerce de manera voluntaria, y yo no era en el colegio un muchacho de confesión o comunión frecuente. ¿A cuenta de qué le iba a contar yo mis intimidades o debilidades sexuales a este atrevido, despistado, y demente maestrillo? Guardé silencio. Eso le decepcionó. Pero no desistió en su empeño investigativo. Supuso que yo sí lo hacía y dándose aires de gran magnanimidad, y endulzando la voz, como la de un comprensivo confesor, continuó: -“Está bien. Te apena decirlo. No te preocupes. Si lo has estado haciendo, digamos….cuatro veces por semana, de hoy en adelante, sólo hazlo dos veces, ¿okay?” Page 8 of 11

No respondí absolutamente nada. Me sentía incómodo e indispuesto ante esa estúpida invasión a mi privacidad. Si yo hubiese querido un consejo habría buscado al Padre Espiritual de nuestra sección, el Padre Otazu, pero no a este monigote que pretendía ser San Benito. -“Bien hijo, ya puedes retirarte, pero no olvides mi consejo.” Igual que llegué, igual me retiré: en absoluto silencio. Cuando iba de regreso hacia mi pupitre, tiré la mirada a un costado del aula de estudio. Por ahí estaban cuchicheando y sonriendo los matagalpinos Tirso Celedón y Edgar “Gando” Argüello. Seguramente ya ellos habían pasado por la misma entrevista y habían salido con su alma purificada que les permitía sonreír. ¿Habrían sido ellos quienes le estaban presentando al atrevido Bola de Nieve los posibles candidatos a ser entrevistados? Es posible que así fuera. Ahora entenderán porqué he afirmado que a este individuo se le corría el tejado. Esas entrevistas conformaban una más de sus estúpidas locuras. Me imagino que otros compañeros, que tenían más confianza con el Padre Espiritual, le habrán denunciado, pues no supe más que sus ilícitas confesiones, relativas a la masturbación, continuaran. ¿Pasó alguno de ustedes a esa misma entrevista confesional? ¿O a ustedes no les vio cara de “pajistas”?

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A mí también se me llegó el día en que a González, el Bola de Nieve, a quien más bien debíamos haberle llamado “El Zopilote Demente”, consideró que su “punching bag”, su saco de golpeteo debía de ser yo. ¿Sería por venganza porque no logró arrancarme ninguna confesión masturbadora? Yo no me acuerdo de mis travesuras o malas conductas. Tengo el privilegio de que mi cerebro, el mentiroso, de acuerdo con el psiquiatra Simeón, borra y olvida muchos episodios desagradables de mi vida. Page 9 of 11

Si Bola de Nieve, tuvo o no razón para pretender practicar su boxeo conmigo, no lo recuerdo. No obstante, sí me acuerdo que ese día me llamó al altar del sacrificio, delante del aula. Mi cerebro repasaba aceleradamente las golpizas recibidas por Choisseul y Morales. Con gran desconfianza caminé hacia allá. Llegué. La fatídica orden también llegó clara a mis oídos: -“¡Arrodíllese!”. “Que se arrodille tu madre”, fue la grosera y muda respuesta de mi cerebro. Sin embargo, mis músculos pretendieron traicionarme y desobedecer al cerebro, e iniciaron el movimiento de flexión de las rodillas. El cerebro emitió inmediatamente otra orden más drástica y enérgica, y los músculos se detuvieron. Ya la blanca Bola había iniciado su rodar hacia su víctima. Yo no le perdía movimiento. Mis pestañas no parpadeaban como las de Octaviano “El Semáforo” César. Estaban fijas, con mis pupilas bien concentradas en la horrible bola que se me venía encima como una tromba o como un alud de nieve arrolladora.

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Yo tenía en máxima alerta todos mis sentidos. El Bola, avanzó lentamente, como para no ahuyentar la presa, como fiero tigre al acecho. Lo dejé acercarse hasta unos dos metros, siempre atento al menor intento del primer zarpazo de ataque. En efecto, cuando tomó el primer impulso hacia mí, no esperé más. “Patitas para qué te quiero”, a mí no me iba a demoler a golpes, y con toda la energía de mis quince años emprendí veloz carrera, como alma que se la lleva el viento, hacia el exterior del aula de estudio. Él corrió tras de mí, pero yo, en cinco o seis zancadas ya había cruzado el corredor exterior al aula y ganado la yerba del patio de recreo aledaño. Imposible que me diera alcance: él, gordito, chaparro y sotanudo; yo, delgado y ágil. Enseguida desistió de la persecución, convencido de que su esfuerzo sería en vano Page 10 of 11

y regresó cansado al aula de estudio. Su presa se le había escapado de entre las manos. Fue un intento de agresión fallido que a los ojos del estudiantado, y para él fue como una afrenta, y como una derrota para su ego personal. Pasada la inminencia del peligro, siempre con la alerta en su máxima expresión, regresé al aula de estudio entrando por las puertas laterales traseras. Bola de Nieve sabía que otro intento de agresión sería igualmente fallido y no lo intentó de nuevo. Recuerdo que esbozó una sonrisa: ¡ja, ja, ja, ja!, e intentando restarle importancia al asunto, tratando de ser gracioso, pero en realidad disimulando su fracaso, dijo: -“Se asustó el muchacho. ¿Verdad?” En lo sucesivo, mis compañeros aprendieron la lección. Cuando el monstruo de los puñetazos les llamaba al frente del aula, ya no le obedecían. No recuerdo que haya habido otra víctima. La Bola agresiva dejó de rodar. Nunca supe si hubo alguna queja dirigida a las instancias superiores de la jerarquía de las autoridades del colegio. Pero sé que en el país que ahora vivo, E.E.U.U., ese agresor de menores jóvenes estudiantes, hubiese terminado tras las rejas. En nuestro colegio, por nosotros tan querido, los buenos profesores que los hubo a montones, también nos enseñaron a saber perdonar. El odio y el rencor emponzoñan y enferman el alma y no permiten madurar hacia un estado de verdadera felicidad. Bola de Nieve quedó en nuestros recuerdos como un equivocado demente que, al evocarle, sólo nos inspira compasión. Fue perdonado por nosotros, deseándole lo mejor. Sin embargo, no creo que ese mal aspirante a sacerdote jesuita, haya completado su ilusión, si es que alguna vez la tuvo, de ser un soldado más a las órdenes de San Ignacio de Loyola, fundador de la Orden Sacerdotal conocida como: La Compañía de Jesús. F I N Danilo Callejas B. Miami, 13 de Mayo de 2012. Page 11 of 11

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