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Sinopsis D
eacon tiene una fea historia, una historia que lo rompió, dejándolo convertido en el fantasma de un hombre. Por necesidad, dejó el mundo normal para descender en el mundo criminal y encontró que encajaba. Así que se quedó. Frío como el hielo y viviendo fuera de la red, Deacon no tiene intención de conectar, no con nadie. Entonces vuelve a unas remotas cabañas en las montañas de Colorado y encuentra que tienen nuevos dueños. Uno de ellos es Cassidy Swallow, una joven dispuesta a trabajar duro para vivir su sueño tranquilo en una casa cercana a un río rodeado de álamos y pinos. De repente, Deacon encuentra que está en guerra. El jalón de Cassidy para conectar con él es fuerte. Él lucha, pero pierde, siempre vuelve por más. Pero cuando lo hace, él no le da nada. Desde la primera vez que lo ve, Cassidy sabe que Deacon está muerto por dentro. Sabe que es el tipo de hombre que podría destruir a una mujer. Pero una noche, cuando resbala el control de Deacon, Cassidy toma una oportunidad.
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Podría romperla. También podría ser su sueño hecho realidad.
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Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Epílogo Sebring Kristen Ashley
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Contenido
1 No Realmente Traducido por Vicky., Debs y nelshia Corregido por Debs
—C
assidy, ¿estás bromeando? —Tenemos que actualizar las unidades,
Grant. —¿Once microondas?
Miré a mi novio, el amor de mi vida, el hombre que dejó su casa en Oklahoma hace seis semanas para acompañarme a Colorado a cumplir mi sueño. El que nació cuando tenía trece, y mamá y papá me llevaron a esquiar. El sueño, se nutría cada vez que les pedía que fuéramos de vuelta y me decían que no. El sueño de sentir siempre lo que sentí al minuto que pisaba la montaña. El sentimiento de estar en el preciso lugar que debía, en las montañas, viviendo una vida tranquila en el medio de pura belleza. Y por supuesto, vivir ese sueño sumado a todo el snowboarding.
Mi papá también lo sabía. Estaba preocupado. Trató de ocultármelo, pero no lo consiguió. Mi madre no estaba preocupada. Estaba silenciosamente aterrorizada de que estuviera desperdiciando mis ahorros, algo que había estado guardando cuidadosamente desde que tenía trece años, en un montón de cabañas desglosadas en el medio de la nada, en las Montañas Rocosas. Haciéndolo
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Éramos jóvenes y nos comportábamos como tal, embarcarnos en una aventura de gran escala era posiblemente estúpido. Lo sabía.
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Había encontrado las cabañas a la venta en Internet y convencí a Grant para que viniera conmigo, para arreglarlas, cuidar de ellas y de los clientes que harían uso de ellas, para pasar su tiempo en el río, en el medio de la montaña, los pinos, los álamos, los lirios silvestres, y el glaciar Lily.
prácticamente al haber acabado de salir de la universidad. Solo con veinticuatro (aunque, Grant tenía veintiséis). Eso no significaba que mamá y papá no nos dieran sus bendiciones. Lo hicieron. Además, con papá dándome veinte mil dólares. —Una inversión —había dicho—. Me puedes pagar cuando hagas prosperar esas cabañas.
Cuando hagas prosperar esas cabañas. Cuándo. No sí. Ese era mi papá. Creyó en mí. Estaba preocupado. Sabía que era arriesgado. Pero hizo lo que siempre hacía. Hizo una declaración, esta vez una grande, él creía que podía hacer cualquier cosa. Incluso tomar un montón de cabañas destartaladas, la casa aún más destartalada que ellas, y hacerlas "prosperar". —Desde que estoy comprando tantos, estoy tomando una oferta escandalosa en esos microondas, Grant —le informé de algo que ya le había dicho antes—. El cuarenta por ciento de descuento y envío gratis. —Esas cabañas no necesitan nuevos microondas, Cassidy. Lo miré de nuevo, ya que él sabía que lo hacían. Los que funcionaban, (y de las once cabañas que poseíamos, solo ocho microondas estaban funcionando) eran viejos, crujientes, y asquerosos. Ni siquiera haría palomitas de maíz en uno de ellos. —Tres de ellos no funcionan —le recordé.
—Cariño, en serio, ya pasamos por esto. Todo esto. Escribí ese plan de negocios, lo leíste, y… —Jesús, a la mierda. —Me interrumpió con exasperación, y alzando sus manos, hizo comillas en el aire—. Tu maldito plan de negocios. Si escucho una vez más sobre ese maldito plan de negocios otra maldita vez, voy a dispararme. —Había dejado caer sus manos, pero siguió—: Joder, Cassidy, no necesitas un título en negocios de una universidad de Podunk en Oklahoma para escribir un
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Negué con la cabeza.
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—La gente puede vivir sin microondas —replicó.
documento estúpido que nos diga qué debemos hacer en este maldito lugar, no necesitamos microondas. —Se inclinó hacia mí—. Necesitamos alquilar las cabañas. Lo miré de nuevo, ya que nunca había hablado conmigo de esa manera. Habíamos empezado discutiendo estas últimas semanas pero nunca me había dicho algo tan mezquino. Y mientras me quedaba mirándolo, traté de detener el dolor que sus palabras perforaban a través de mí. Dolor que no había infligido cuando estábamos en Oklahoma, y era un buen novio. El chico que estaba de acuerdo con la aventura. El chico que me escuchó en las noches, después de hacerme el amor, mientras le susurraba mis sueños. El chico que me dijo que era todo para él. Estaba allí para mí. También creyó en mí y quería vivir el sueño. Me compuse para hacer esto, mientras me las arreglaba para responder tranquilamente, y con forzada calma. —Sí, Grant, pero para alquilarlas a los precios en los que deben estar, con el fin de vivir de ellas, tenemos que arreglarlas. —Podemos arreglarlas cuando tengamos algún jodido dinero en el banco. Fue entonces cuando supe de dónde venía todo. Porque yo compré las cabañas. Yo tenía la hipoteca. Yo tenía el resto del dinero, el que había ahorrado, y no invertido en la compra de la propiedad, y el dinero de papá aparte.
Esto se tradujo en amigos locales para beber, cazar y pescar. —No vas a comprar esos microondas —me informó. —Lo voy a hacer —devolví—. Y tú vas a instalarlos. Después, por supuesto, de que termines los gabinetes y de que instales las nuevas encimeras.
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En las seis semanas que habíamos estado allí, había pintado paredes. Tres de ellas. Luego había pasado mucho tiempo "conociendo a los lugareños" con el fin de "obtener referencias”.
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Grant no tenía mucho de nada, excepto de experiencia como electricista y un cuerpo fabuloso. Esperaba que lo usaría para ayudarme a pintar las paredes, y pisos.
Su rostro se contrajo en una manera que nunca había visto antes. También era una forma que no me gustó mucho. —Yo no estoy haciendo una mierda con algo en lo que no estuve de acuerdo en comprar. —Ya que no es tu dinero, no es para que estés de acuerdo o no —le respondí maliciosamente. Su rostro se contrajo aún más y no me gustó la forma en que se torció, por lo que me incliné lejos de él. —Maldita perra —contestó, alzando la voz. Sentí que mis ojos se abrían mientras mi corazón se retorcía con sus palabras. Palabras que nadie en mi vida me había dicho, sobre todo no Grant. No había manera de que pudiera detener el dolor que pasó a través de mí. Dolía mucho, solo pude susurrar: —Grant. —Sabía que jodidamente me tirarás todo en la cara, y no perdiste el tiempo. Hemos estado aquí semanas, y ya estás tirándome esa mierda en mi cara. —No creo que me estés escuchando —apunté con cuidado, porque estaba en lo cierto. Lo que dije fue un golpe bajo. Sabía que no tenía mucho dinero. Había sido sincero con eso.
Me quedé mirando a mi guapo, pensativo, considerado novio, y pensando, ¿de dónde ha salido eso?
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—Te estoy escuchando —replicó, su voz todavía levantada—. Parece que todo lo que jodidamente hago es escucharte. Graduada de la universidad de Hotshot cuyo papá piensa que caga rosas. Nena, tienes un problema si piensas que voy a gatear por tu culo y te voy a tratar como una puta princesa como lo hace tu jodido padre.
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Por otra parte, había estado al frente con ello, pero me dijo que iba a contribuir, ayudando con las cabañas. Aun así, no debería haber dicho lo que dije. Y ahora necesitaba calmar todo, y luchar por hacer mi camino de regreso a la carretera.
No tuve la oportunidad de preguntar. Hubo un golpe en la puerta, y como estábamos peleando en el vestíbulo, Grant estaba más cerca de la puerta, de espaldas a ella, se volvió, agarró el pomo y la abrió de golpe. »¿Qué? —gritó, con enojo y no muy educado. Pero vi al hombre que estaba en la puerta, y di un paso automático hacia atrás. No hice esto porque fuera guapo, y los hombres guapos me asustaran. Los chicos guapos como Grant, no lo hacían. Grant podría llamar la atención. A pesar de que no era alto, con su cuerpo delgado y definido, su desordenado cabello rubio oscuro, y ojos azules claros, tenían más de su parte de atención. Pero Grant, no era como el chico de la puerta. El chico de la puerta no era guapo. El chico de la puerta era magnífico. Asombroso. Alto. De cabello oscuro. Su gran torso bien construido y sólido. Parecía el modelo que una empresa de colonia elegiría cuando decidieron irrumpir en el difícil mercado de tratar de convencer a los motociclistas de que deben oler bien. Pero no di un paso atrás por eso. Lo hice porque era aterrador.
Además, sabía con una mirada, que él no estaba ahí. No había nada allí. Estaba de pie. Su sangre corría por sus venas. Estaba respirando. Pero eso era todo. Él existía. No vivía. No sentía. No sonreía. No se reía.
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Enorme. Oscuro. Su rostro una máscara sin emociones, frío. Su escalofrío recorrió el vestíbulo, provocando que uno se deslizara sobre mi piel, aunque era un día soleado en agosto, cálido, y no tuviéramos aire acondicionado.
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Absolutamente.
En otras palabras, era el hombre al que una empresa de colonia se acercaría cuando decidieran irrumpir en el difícil trabajo de tratar de convencer a los motociclistas que debían oler bien. También era el chico que escuchaba esto, y luego extraía la cabeza de la persona que sugirió tal absurdo. Tuve todo esto de una mirada, y como me quedé mirando, sabía con toda seguridad que tenía razón. Y me asustaba completamente.
Él me asustaba completamente. Pero esto era solo parte de la razón por la que me asustaba. La otra parte, la parte más grande, incluso sentía todo eso, tuve un impulso casi abrumador de ir hacia él y envolver mis brazos alrededor de él. Fuertemente. Y tal vez nunca dejarlo ir. Por la eternidad. Sí, estar de pie en mi pasillo de entrada con mi novio, mirando a ese hombre, y pensando en estos pensamientos, me asustó. Su profunda voz retumbó a través de la sala, y tan profunda como era, no había calidez en la misma. Ni siquiera era benigna. Incluso diciendo palabras cotidianas, era ominosa e invernal. —¿Tienen alguna cabaña abierta?
La número once era la cabaña de la colina, casi totalmente rodeada por el bosque, alejada de las otras cabañas. Aislada. Me quedé allí, mirándolo fijamente, pensando que no quería que él alquilara una cabaña. No lo quería en mi propiedad. Él no era una amenaza y,
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—La cabaña once —declaró el hombre al instante y yo no estaba sorprendida por su elección, aunque estaba nerviosa porque sabía qué cabaña escoger. O había estado allí antes, o había buscado la disposición de la tierra, antes de que se acercara a nosotros.
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—Tenemos once cabañas abiertas —respondió Grant, señaló con una mano hacia la puerta para indicar las cabañas por el camino—. Haga su elección, hombre.
sin embargo, una parte de mí sabía que lo era. No creo que nos hiciera daño a mí o a Grant. No era como si tuviera un aire asesino en serie saliendo de él (no es que no hubiera tal cosa). Era solo que su amenaza provenía de otra cosa. El dolor que podría prodigar sería del tipo del que nunca te recuperarías. El tipo de dolor que no causaba cicatrices en la piel, pero seguía siendo el tipo de daño que te destruiría. El problema con eso, era que Grant no estaba del todo equivocado. Teníamos dinero limitado, que no se extendería para siempre, especialmente teniendo en cuenta lo mucho que había que hacerle a las cabañas. Teníamos que alquilarlas, incluso en su estado actual. Debido a esto, me adelanté y dije: —Las cabañas están a cuarenta dólares por noche. Sus ojos se fijaron en mí, hermosos ojos castaños, y mi estómago di un vuelco. Dio un vuelco, porque no quería su atención. También se retorció porque si esos ojos fueran cálidos, sonrientes, cariñosos, alegres, eran ojos en los que podías ver y sentir de inmediato lo que querían hacer que sintieras. Todas esas cosas. La calidez. La sonrisa. El amor. La alegría. Perderse en ellos. Perderse en él. Al igual que en ese mismo momento, con la mirada fija en los ojos con sus puntiagudas pestañas oscuras, sentí exactamente lo que él quería que sintiera.
»Solo necesitamos que usted firme el registro. Nombre. Dirección. Teléfono. Y necesito ver su identificación para aceptar su tarjeta de crédito. Él entró, sacando su billetera, sus ojos, por suerte, ahora en el libro de registro. Pero sus labios diciendo: —Efectivo.
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Tomó esfuerzo, pero obligué a mis labios para inclinarse hacia arriba, me detuve junto a la mesa donde teníamos nuestro libro de registro, y le dije:
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Frío hasta los huesos.
Miré a Grant, quien estaba admitiendo al hombre, algo que no hizo antes. Estaba a punto de explicar por qué necesitamos una tarjeta de crédito, cuando Grant dijo: —Efectivo estará bien, ¿cuánto se quedará? El hombre había recogido la lapicera, que estaba situada en la parte superior del libro de registro, y no miró a Grant cuando le respondió: —Tres días. Tal vez cuatro. —Nos viene bien —murmuró Grant. Lo miré intensamente. Él estrechó su mirada en mí, una indicación de mantener la boca cerrada. Yo no quería mantener mi boca cerrada, pero tampoco quería decir algo sin que Grant me respaldara, algo que estaba dejando en claro que no haría. No me importaba alguien pagando en efectivo. Me importaba que él interrumpiera su inscripción cuando le entregó a Grant su identificación, sin tarjeta de crédito, y doscientos dólares. No había estado en el negocio por mucho tiempo pero estaba segura de que esto no decía cosas buenas. Las tarjetas de crédito eran algo importante por una variedad de razones, incluyendo el hecho de que verificaban el documento de identidad. Terminó de firmar su ingreso y Grant se trasladó al armario cerrado, donde guardaba las llaves de las cabañas, diciendo:
Eso tampoco augura nada bueno. Si se quedaba cuatro días, el coste de su cabaña era de 160 dólares y el impuesto sobre eso no era del cuarenta por ciento. Ahora, ¿quién tenía cuarenta dólares extra para tirar por ahí? Más importante aún, ¿por qué iban a tirarlos en una cabaña por debajo del promedio en el medio de la nada?
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—No. Lo que tienes debería cubrir los impuestos. Estamos bien —respondió el hombre.
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»Voy a traerle el cambio.
No pude pensar en esto demasiado tiempo, porque vi a Grant guardando el dinero en su bolsillo, mientras le pasaba su llave al hombre. Fue entonces, que dejé de pensar que no estábamos haciendo una buena decisión sobre alquilarle la cabaña a este chico, y empecé a pensar que tal vez no había tomado una buena decisión sobre Grant. El hombre tomó la llave y volvió a salir. Esto me llevó a dar un paso hacia él, y decir en voz alta: —¿Necesita un recibo? Me miró por encima del hombro. Justo a mí. Justo a mis ojos. Y al instante, me dio otro escalofrío. Él no me dio una mirada de la cabeza a los pies. Ni siquiera me dio ninguna indicación de que entendía que era un ser humano, mucho menos una mujer. Esto, también, fue desconcertante.
Eso y mis labios, que eran muy gruesos, cerca de parecer hinchados, y eran todos míos, no de mi mamá. Mi hermana que no tenía mis labios, me informó que era algo que lamentaba. Ella tenía los ojos de mamá también. Pero no consiguió mis labios (o yo no he conseguí los suyos, ya que ella era mayor).
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Pero tuve la suerte de conseguir los ojos de mi madre, inusuales marrones cálidos, que no eran de un color marrón oscuro o claro, sino algo en el medio. Afilados en las esquinas interiores y agrandándose, con largas pestañas que, si usara máscara en ellas, haría que mis ojos parecieran enormes. Siempre pensé que eran exóticos, hermosos, y sentía que podía decirlo porque eran de mi madre, no los míos, solo un regalo que me había dado. Pero también lo pensaba, porque todos mis novios dijeron que mis ojos fueron los que hicieron que se fijaran en mí.
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No podría decir que me pareciera a una reina de belleza, pero no era del todo fea. Tenía todas las piezas correctas, en proporciones relativas en todos los lugares correctos. No era escultural y llamativa. Medía un metro sesenta y cinco. Tenía el cabello negro. Era largo y grueso, aunque realmente no se podía decir, ya que en ese momento lo tenía en un desordenado moño, en la parte superior trasera de mi cabeza.
Por último, tenía una copa C y en mi experiencia la mayoría de los hombres aprecian una copa C. Este hombre no lo hizo. No. En cambio, hizo contacto con mis ojos, movió la cabeza negando, se volvió y salió de la casa. Grant cerró la puerta tras él. Miré a mi novio para compartir que no estaba del todo cómoda con todo lo que acababa de ocurrir, pero no tuve la oportunidad de decir una palabra. Alzó la mano y me señaló con el dedo. —Ningún maldito microondas, Cassidy. Tú compras esa cosa, tú la instalas. Ahora me voy a ir a la ciudad y a conseguir una maldita bebida. Fue entonces, cuando me paré en la desteñida, raída (pero aún bastante linda) alfombra circular en mi vestíbulo, en mi pequeña casa cerca del río, en las montañas de Colorado, y vi como mi hombre hacía exactamente eso. Agarró las llaves de su camioneta y salió por la puerta. Justo en el medio de una discusión acerca de nuestra empresa, que era una gran parte de nuestras vidas. Agarró las llaves y salió por la puerta directamente después de que un enorme hombre aterrador, se registrara en la cabaña once, dejándome sola en nuestra propiedad con dicho enorme hombre aterrador. Un enorme hombre aterrador, que incluso Grant, no pudo obviar lo enorme y aterrador que era. Aun así me dejó.
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Me quedé mirando la puerta, mi estómago se hundió, porque sabía que había tomado un riesgo enorme, poniendo mis ahorros en estas cabañas. Cabañas que sus dueños estaban tan desesperados por deshacerse de ellas, el precio estaba bien, como en barato, como en aterradoramente barato. Estaban tan desesperados por irse, que dejaron todos los muebles, cada alfombra, cada cuadro en la pared, en las cabañas y la casa. Cabañas que tomé, mudándome a otro Estado donde no conocía a nadie. Teniendo que arreglarlas, sabiendo cómo pintar una habitación, pero no mucho más que eso.
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Sola.
Pero lo que me estaba dando cuenta, demasiado tarde, era el mayor riesgo que tomé, el riesgo que parecía sería un fracaso, era el riesgo que tomé con Grant.
Más tarde esa noche, me senté en mi porche lateral, con mis pies sobre la barandilla superior, con una cerveza en la mano, los sonidos del río que corrían a lo largo de las rocas a mi izquierda, el fresco aire de la noche en mi piel, mis ojos pasando a través de los gruesos árboles, a la tenue luz que apenas podía ver venir desde la cabaña once. Era tarde y Grant no había vuelto. Pero el hombre aterrador estaba despierto y haciendo algo en la cabaña de once. Solo esperaba que no estuviera construyendo una bomba o planificando derrocar al gobierno, con lo cual (de nuevo con suerte) fracasaría espectacularmente, pero sería arrastrada frente a las cámaras como la dueña de la cabaña que estúpidamente le alquiló, para planificar su cuartel general y llevar a cabo sus crueles actos. Con ese pensamiento infeliz, uno de los billones que había tenido desde que Grant se fue, saqué mis pies de la barandilla y me trasladé a la casa. Ya era hora de acostarse. Algo que había estado haciendo sola, con mucha más frecuencia el último par de semanas.
Estaba oscuro. Estaba sola. Y por más que trataba (y lo intenté), no podía detener el persistente dolor en mi corazón, las indicaciones eran muy claras, de que no podría solucionar las cosas con Grant. Habíamos estado juntos más de
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Lo hice, tratando de pensar en todas las formas en que tenía la intención de arreglarla (con el tiempo). Algo que iba a encontrar emocionante. Un proyecto en el que estaba con muchas ganas de asumir (después de arreglar las cabañas, por supuesto). Algo en lo que he preferido pensar, en lugar de Grant siendo un idiota, o el chico de la cabaña once que me asusta como la mierda.
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Caminé por la tranquila casa. Mi tranquila casa. Una vieja, estrecha, pero de alguna manera amplia, de dos pisos, tres dormitorios, dos baños y medio, de campo victoriana que estaba un poco por encima de estar en ruinas, pero arreglada sería sublime.
un año. Estaba segura de él. Si no lo estuviera, no lo habría arrastrado a Colorado. Ni siquiera se lo hubiera pedido. Me habría ido sola. Tal vez no, a los veinticuatro años, sin tener idea de lo que estaba haciendo, pero con el tiempo… Había prometido ayudar. Había dicho que estaba dentro. Para hacerme sentir mejor (en otras palabras, para excusar a Grant), me dije que todo esto era nuevo. Era un cambio. Solo habíamos estado allí seis semanas. Los dos estábamos todavía acostumbrándonos a nuestro nuevo hogar, nuestro nuevo negocio, nuestras nuevas vidas, e incluso a nosotros mismos, ya que no habíamos vivido juntos en casa. Tal vez Grant se convirtió en un idiota cuando estuvo en una situación desconocida, y cuando las cosas se tranquilizaran de nuevo, volvería a ser mi dulce, cariñoso, amoroso e impresionante novio Grant. Caminé por la casa, apagando las luces, cerrando, pero cuando fui al vestíbulo para encender la luz para darle la bienvenida a casa a Grant (si eligiera volver a casa) mis ojos atraparon el registro. Era nuevo. Mamá lo había comprado para mí y me lo dio cinco minutos antes de que Grant y yo nos subiéramos al auto ya embalado, y nos transportáramos hacia Colorado. Cuando me lo dio, mamá me había hecho reír y abrazarla, y solo cuando ya estaba en mi auto, siguiendo a Grant en su camioneta, me permití llorar. Vi desde cuatro metros de distancia, que todavía estábamos en la primera página y no había muchos nombres. Me acerqué y miré el nombre en la última línea.
El nombre le venía bien a un cotidiano chico de Hollywood, escandalosamente guapo, fuera de control, con el carácter de tipo vengativo. En el mundo real, parecía falso. Lo que tampoco auguraba nada bueno.
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John Priest.
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En negro, con la escritura bruscamente inclinada a la derecha y en punta, vi su nombre.
Pero Grant tuvo sus doscientos dólares para beber y ser el gran hombre, con sus nuevos amigos en la ciudad. Y esperaba que John Priest no estuviese construyendo una bomba o torturando a un inocente en la cabaña once. Esperaba que todo fuera a estar bien. Esperaba que todo se tranquilizara, el trabajo se hiciera, las peleas se detuvieran, Grant pudiera volver a ser Grant, y él y yo pudiéramos empezar a vivir el sueño. Me fui a la cama con estas esperanzas en mente. Me fui a la cama pero me tomó mucho tiempo llegar a dormirme, porque mi mente sabía que eran solo eso. Esperanzas. Solo esperanzas. E incluso a mi edad, después de haber crecido en un gran rancho en Oklahoma, con un gran padre, una madre maravillosa, una hermana mayor que nunca había sido taimada, celosa o mala, sino dulce, comprensiva y asombrosa, un hermano menor que actuaba como el más antiguo de los protectores, y cariñoso, en otras palabras, había vivido una buena vida, todavía sabía que las esperanzas eran eso. Solo esperanzas. No realidad.
No necesitaba esto. No otra vez. Había tenido ocho meses de lo mismo. Había terminado.
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Miré de mi escritorio a Grant, que estaba de pie junto a las enormes bolsas esparcidas por el estudio lleno de edredones, sábanas, almohadas y almohadas decorativas. Tenía en la mano lo que pensé que era una dulce almohada, pero él me estaba mirando a mí.
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—¿Almohadas decorativas?
—Es hora de decorar las cabañas, Grant —le dije algo que él sabría si me estuviese hablando de manera normal. Algo que no estaba haciendo ya que no estaba mucho alrededor para hablar, sobre todo porque estaba de caza, de pesca, bebiendo, y durante los meses de invierno había estado esquiando. Todo con mi dinero. Su dinero se había acabado hace dos meses. Tuvo que pedir. Por suerte, fui lo suficientemente inteligente, en la pesadilla que se había convertido mi vida, como para empezar esta aventura con cuentas separadas. El pedir dinero era algo que no le hacía feliz. Era algo que me hacía menos feliz. Y era algo que significaba que peleábamos y lo hacíamos que todo se pusiera feo. Tan feo que lo callaba dándole dinero. Tan repetido, que era algo que me estaba realmente enfermando hacer. Todo eso. El dinero. Y sobre todo las peleas. »Estoy armando una página web —continué—. Necesitamos fotos de las cabañas para poner allí. Fotos que se vean bien. Fotos que harán que la gente quiera quedarse aquí. —Cassidy, por el amor de Dios, no podemos permitirnos almohadas, viendo como acabas de reemplazar todos los calentadores de agua.
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—El calentador se apagó en la cabaña ocho. Cuando se hizo la inspección, el inspector dijo que todos los calentadores de agua eran viejos y trabajaban, lo que supuso era, por milagro. No necesitamos tener gente en una cabaña y que sus calentadores de agua se descompongan. Lo sé porque teníamos gente en una cabaña, su calentador de agua se rompió, y no les gustó mucho. Lo entiendo. No me gustaría mucho tampoco. De hecho, no me gusta mucho. No dice cosas buenas. No dice referidos o repetición de negocios. Dice salir enseguida, no mirar atrás, y diles a tus amigos acerca de tu experiencia de pesadilla en las cabañas de mierda, que encontraste en las montañas de Colorado.
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Me giré completamente hacia él, pero me mantuve sentada, mirándolo y tirando toda la paciencia que tenía (que ciertamente no era mucha) para explicar:
—Eso tiene sentido si consiguiéramos el maldito dinero para hacerlo —regresó. —Nosotros lo hacemos —le respondí, y lo hicimos. Pero por poco. —Nosotros no lo hacemos —espetó. —Mantengo los libros, Grant, y absolutamente lo hacemos —repliqué. —Veo los libros, Cassidy, y eso es una mierda. —Tienes razón. Lo es —le contesté—. Si uno de nosotros no estuviese bebiendo en la ciudad, en la pista de esquí, y comprando licencias de caza y pesca; si uno de nosotros dejara de hacer eso, tendríamos mucho más qué hacer, mucho más, entonces quizás haríamos mucho más. Él se apoyó hacia atrás con la cara desencajada, pero no tuve ninguna reacción a ello esta vez. Había visto mucho esa mirada en su rostro en los últimos ocho meses. Basta decir, que Grant no estaba asentándose en nuestra vida en las Montañas Rocosas. Grant todavía estaba siendo el Cretino Grant en una manera que me imaginé que el Cretino Grant fue todo lo que quedó de Grant.
Su expresión se deterioró mientras preguntaba: —¿Qué significa eso? Fue entonces cuando me puse de pie. Llevaba jeans, un suéter, y tenía los pies descalzos. Pero incluso con Grant alcanzando un metro con setenta y siete centímetros, él todavía se alzaba sobre mí.
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—Sí, aquí voy de nuevo, porque tú nunca estás aquí —le espeté—. Nunca ayudas. He tenido esos artefactos de iluminación por cinco meses, te he pedido tantas veces que los pongas, estoy diciendo esa mierda hasta en mis sueños. Y ahí se quedan. —Levanté un brazo hacia la esquina del estudio donde las cajas estaban apiladas, cuatro de altura y tres de profundidad—. Así que discúlpame si no me encanta escucharte quejarte de tirar almohadas cuando apenas has movido un dedo desde que llegamos aquí. Este es mi negocio. Lo estoy haciendo mi negocio y no escuchando tu mierda. Quieres salir, estás fuera.
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—Aquí va ella otra vez con esta mierda —murmuró.
—Significa que estoy harta de esto —le susurré—. Estoy harta de pelear. Estoy harta de hacer todo yo misma. Estoy harta de trabajar todo el día y de estar agotada toda la noche, y dormir en una cama vacía. Estoy harta de llevar los libros... sola. De limpiar las cabañas... sola. De lavar las sabanas... sola. Y de alguna manera en todo eso de yo sola, todavía estoy logrando estar harta de —clavé un dedo en su dirección—, ti. Se llevó las manos a las caderas. —Y yo estoy harto de ti preocupándote más por pulir un montón de jodidos pisos y estar sobre mi culo todo el tiempo sobre los malditos artefactos de iluminación. —Era su turno para balancear un brazo hacia las cajas—. Quejándote todo el tiempo acerca de cómo no ayudo, de cómo nunca estoy aquí. Cada minuto que pasa es sobre esas cabañas, Cassidy, y ninguno es acerca de dar una sola mierda sobre tu hombre. —Dime —me eché hacia atrás y crucé mis brazos sobre mi pecho—, ¿cómo es exactamente qué quieres que de una mierda por ti, Grant? Él respondió inmediatamente. Simplemente no fue una buena respuesta. —Una mamada en la luna azul sería apreciada. Mis ojos se abrieron enormes y mi voz se elevó. —No puedes estar hablando en serio.
—Lo siento, cariño, cuando te dejas caer a las tres de la mañana y me despiertas porque estás con ganas y yo estoy agotada de tener un martillo o una brocha o una llave en la mano todo el día, de estar arriba de una escalera, o con mi espalda debajo de un fregadero, o en la ciudad gastando dinero en calentadores de agua cuando mi hombre está en las laderas derramando
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Descrucé mis brazos para que pudiera imitar su postura, poniendo mis manos en mis caderas.
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—No he venido hasta aquí para romperme los huevos cortando y colocando encimeras, y parchando techos, y sintiendo a mi mujer agitar el látigo. Vine aquí para vivir una buena vida y, noticia de última hora, nena, para un hombre una buena vida significa que recibe una mamada en más que raras ocasiones.
dinero, viviendo —me incliné hacia él y grité—; ¡la buena vida, no tengo en mí el chupar tu polla! —Eso es lo que estoy diciendo —señaló, alzando la voz. —Oh, te estoy escuchando —repliqué, mi voz ya elevada—. Y, por cierto —seguí gritando—, para llegar a la buena vida, tú trabajas por la buena vida. Y no ignorabas que eso era exactamente lo que ambos estaríamos haciendo cuando hicimos nuestro camino hasta aquí. Es simplemente que solo he sido yo la que he estado trabajando para ello y solo has sido tú quien ha estado viviéndolo. —¡Tú nunca tomas un jodido descanso! —gritó. —¡Eso es porque no puedo! —le grité—. ¡Grant, tenemos que tener estas cabañas listas! Necesitamos alquilarlas por el doble de lo que dejaban destartaladas para que podamos pagar los boletos de conciertos y noches en la ciudad escuchando música en vivo y un colchón decente que no esté lleno de bultos. —Sí, nena, eso es otra cosa. Cada cabaña tiene un jodido colchón mejor que en el que dormimos Alcé las manos con exasperación y grité: —¡La gente no va a volver por colchones con bultos! Medio segundo después de haber terminado de gritar, los dos oímos que llamaban a la puerta principal, y Grant, siendo Grant, se alejó de su novia enojada con el fin de responder.
Él no me miró. Sus ojos estaban clavados en Grant. No había vuelto desde su última estancia, pero no había cambiado. Excepto para ser más aterrador (si eso podría ser creíble, pero ahí estaba, justo ante mí). También sabía que había oído todo y tuve la sensación de que había oído más que solo a mí gritando sobre colchones con bultos. —¿Cabaña once? —preguntó, su voz retumbante pero hueca llenando el vestíbulo.
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Esto se debió a que John Priest estaba de pie en la puerta.
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Lo seguí detrás, el estudio justo al lado del vestíbulo, y me detuve el instante en que puse un pie ahí.
Grant se volvió hacia mí. —Parece que a este chico no le importa una mierda los colchones con bultos. Tenía que estar bromeando. En una furia, sin pensar, sin preocuparme, tan alterada que podía gritar, miré a nuestro primer cliente en volver y compartí: —Estará encantado de saber que no solo va a tener un nuevo microondas en su cabaña, que está recién pintada, tiene un nuevo calentador de agua, y colchón firme de una alta calidad, para proporcionar excelente descanso al tiempo que ofrece excelente soporte lumbar. Sin perder un latido, John Priest respondió: —¿Puedo tomar eso para entender que las cabañas ya no son a 40 por noche? Asentí con la cabeza. —Son sesenta. Él miró a Grant. —Cinco noches. Efectivo. —Luego se estiró por su cartera. Grant se trasladó al gabinete con llave. Miré a mi novio mientras lo hacía y se dirigía hacia la puerta, diciendo: —Me temo que vamos a requerir que se registre de nuevo.
La cabeza de Priest se inclinó hacia el libro pero se giró minuciosamente por lo que sus ojos podían deslizarse hacia mí. Eso hizo, pero no dijo nada. Simplemente agachó la barbilla y se fue de nuevo al libro. —Eres un perra —siseó Grant y lo miré.
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»Y puede entregarme el dinero en efectivo —terminé.
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John Priest me miró y me detuve muy por debajo de la puerta para darle, a él y la mole de su gran cuerpo, espacio para llegar al libro de registro.
—Incorrecto. Soy la dueña de lo que pronto serán sorprendentes y espectaculares cabañas, que estarán llenas cada noche con una lista de espera porque la gente no puede esperar a volver. Miré a John Priest para ver que se había enderezado y nos observaba pelear con una expresión vacía en su rostro. Seguí hablando, o más chasqueando (pero, lo que sea). »Me gustaría pedir retroalimentación, pero incluso los lugares de entrega de pizza piden retroalimentación en estos días y es supremamente molesto. Pero si espero que usted disfrute de su visita lo suficiente como para volver una vez más, decirles a todos sus amigos sobre nosotros, y si tiene cualquier nota que compartir, halago o de lo contrario, estoy abierta a escucharlo. Él sostuvo mi mirada mientras parloteaba y en el instante en que terminé de hablar, él gruñó: —Llave. El Sr. Personalidad. Me volví, agarré la llave de la mano de Grant, y se la di a John Priest. A cambio me entregó varios billetes de cien dólares que iba a encontrar más tarde que eran cuatro, diciendo: —Estamos bien, lo que significa que puede mantener el cambio.
Conseguí una mirada por encima de su hombro de sus ojos hermosos pero insondables, luego desapareció. Me acerqué a la puerta, la cerré y me volví hacia Grant. —Tienes dos días —declaré—. Dos días para empacar tus cosas e irte. Su cabeza se sacudió, su rostro palideció, y sus labios se movieron para cerrarse.
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—¡Tenga una estancia encantadora y recuerde… —llamé después de él mientras se movía para salir y metía el dinero en mi bolsillo—… siempre estoy aquí si necesita algo!
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Excelente.
—No puedes hablar jodidamente en serio. —Mortalmente —le susurré, mi corazón latiendo, mi cabeza con dolor, parte de mi alma muriendo, pero mi boca seguía hablando—. Te amaba. Confiaba en ti. Creía en ti. Creía que creías en mí. Me decepcionaste. Luego lo hiciste de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. He terminado. Estoy cortando por lo sano y siguiendo adelante. —Pasé dos años contigo —declaró como que estaba haciendo tiempo en la cárcel, no pasándolo con la mujer que amaba. —Y yo tuve nueve no muy buenos meses contigo —repliqué. —¿Podrías escoger un montón de cabañas por encima de mí? —rechinó. Y con eso, lo supe. Supe lo peor que una mujer podía saber sobre su hombre. Él no lo entendía. Y fue entonces cuando esa parte de mi alma murió. Y dolía tanto, que no tenía más remedio que informarlo de ese hecho. —No lo entiendes, Grant —dije, de repente tranquila, mi voz triste, derrotada, y él lo oyó. Lo sintió. Lo supe cuando vi su cuerpo ponerse tenso—. No se trata de las cabañas. Se trata de compartir contigo lo que quería de la vida, de ti estando de acuerdo, de nosotros tomando la vida juntos, y tú abandonándome. Estabas alrededor, pero me has abandonado prácticamente al momento en que llegamos aquí. Se acercó a mí, pero di un paso atrás.
—Podríamos pero no podíamos hacerlo de la manera que querías hacerlo, Grant. Nosotros no tenemos el dinero. Y voy a repetir lo que he estado tratando de hacer que entiendas durante meses, pensé que nosotros trabajando lado a lado sería un buen momento. No teniendo bebidas, riendo y poniéndonos juguetones, ese tipo de buen tiempo. Sino el tipo de diversión de la construcción de una vida en común que llevaba a las otras cosas no sería bueno. Sería mejor que bueno, porque nos lo hemos ganado.
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—Nena, la vida no se trata de trabajo. Pensé que habíamos llegado hasta aquí y tomado estas cabañas, pero hacerlo pasando un buen momento.
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Dejó de acercarse, su voz era tranquila también, y considerada.
—Hablas como tu padre —dijo, y no era del todo acusatorio. Tampoco no era del todo halagador. Por otra parte, Grant había crecido en la ciudad donde Obadiah Swallow era bien conocido y muy respetado, porque trabajaba el rancho que heredó, que era un rancho que su padre había heredado, y él suyo antes de él, y amaba a su familia. El primero fue un trabajo duro. El segundo fue fácil, pero no había muchos hombres como papá que encontraran fácil dejar que se demostrara como lo hizo. Había hombres que respetaban a hombres así y lo mostraban. Había hombres, como Grant que lo habían escondido al principio, pero salían más y más, que salían con las hijas de Obadiah Swallow y encontraban el espectro de un padre sumamente cariñoso, el hombre apreciado y una sombra de la que no era fácil escapar. Y yo estaba aprendiendo de la manera difícil que el problema de Grant era que él no entendía que no tenía que escapar de ella. Solo tenía que hacer lo que fuera que tuviera qué hacer a su propia manera para crear su paraguas de protección sobre la chica de Obadiah, haciéndola su chica. Por lo tanto, no quiso decir lo que dijo como un cumplido. Pero lo tomé como uno. —Eso es porque soy su hija. Y yo era la hija de Obadiah. Podría haber sido la mujer de Grant. Quería serlo. Lo reclamé como mi hombre y él estaba aparentemente de acuerdo con eso.
—No estoy dispuesto a tirar la toalla, Cassidy. —Y yo no estoy dispuesta a vivir de la manera que hemos estado viviendo. Si te pones manos a la obra, podemos trabajar en nosotros. Si sigues como lo has estado haciendo, Grant, te mostraré la puerta. —Un ultimátum —murmuró, mirándome.
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Grant respiró antes de que declarara:
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Solo que él no me reclamó de vuelta.
—Sí, pero es uno necesario —le contesté en voz baja. Nos quedamos allí, ninguno de los dos moviéndonos, ambos sosteniendo la mirada del otro. Grant rompió el silencio, y cuando lo hizo, experimenté una resurrección. —Voy a instalar las luces mañana. Sentí mis hombros desplomarse era, tal el alivio, y Grant se dio cuenta de eso también. Lo supe cuando su cara se suavizó y se movió hacia mí. Esta vez, no me alejé así que estaba justo allí cuando llegó. Y cuando llegó allí, envolvió sus brazos alrededor de mí. —No estoy seguro de lo que haría, al despertar y no ver primero esos ojos. Me encantaba eso. Me encantó. Ese era mi viejo Grant. Me incliné y deslicé mis brazos alrededor de él. —No estoy segura de lo que haría, al despertarme y no tener tus brazos alrededor de mí. Tocó su nariz en la mía y murmuró: —No he sido bueno en los últimos tiempos, apapachando a mi chica. No lo había hecho. Y eso, tal vez más que todo el resto, dolía.
—He extrañado un montón de cosas sobre ti, Cassidy. Me apoyé más profundo en él, inclinando la cabeza hacia atrás. Grant me presionó contra la puerta y aceptó mi invitación. Cuando lo hizo, la esperanza de nuevo llenó mi corazón.
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Vi la mirada en sus ojos cambiar y susurró de vuelta,
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—He extrañado eso, cariño —le susurré.
Pero encontraría de una variedad de formas, todas ellas duras, que era yo. Una y otra vez, ni uno de ellas inteligente, dejé a la esperanza llenar mi corazón. Y mi cabeza. Y mis entrañas. Tanta esperanza, que se filtró por mis poros. Sí. Lo hice. Todo el tiempo.
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Yo era un caso perdido.
2 Pastel Traducido por mikiliin, vanehz y Silvia Carstairs Corregido por Debs
—¡H
ola! —gritó una voz masculina desde la otra habitación. Yo estaba en el dormitorio, sacando sábanas.
Dejé la cama a medio deshacer y caminé a la sala de estar. Cuando lo hice, vi a John Priest de pie en la puerta principal de la cabaña cuatro. Habían pasado cinco meses desde su última visita. Cinco meses y nada había cambiado.
De hecho, todas las impresiones en la cabaña eran de búfalos. Este era el por qué pensaba en la cabaña cuatro como la “Cabaña Búfalo”. Lo que no vi, pero sabía que estaba allí, era la fabulosa cocina detrás de mí. Ya que las cocinas de las cabañas no tenían extensas encimeras, había sido capaz de hacer un trato con un contratista local, para comprar sus restos. Eso significaba que ninguna de las cocinas era iguales. Algunas de ellas tenían
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—Hola, Sr. Priest —saludé, moviéndome a través de la sala de estar, la cual, tenía que decir incluso aunque estuviese alardeando, se veía fantas-joditástica, con paredes de cálido color champiñón, grandes y gruesos tapetes trenzados, en tonos apagados, cubriendo los relucientes pisos de madera, y las impresionantes impresiones de búfalos en las paredes.
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Excepto por el hecho de que Grant estaba en Oklahoma y yo todavía estaba aquí.
encimeras de madera maciza. Algunas tenían azulejos. Unas cuantas incluso tenían maravillosas losas de granito. La encimera en la cabaña once, sin embargo, era de un brillante cemento tratado. Me gustaba el aspecto áspero de ella. En realidad, la totalidad de la cabaña once era áspera y masculina, la única cabaña que no estaba equipada en un cálido y acogedor genero neutral. No me dejaba pensar a mí misma acerca de por qué hice la once de esa manera. Yo solo la hice. Grant había estado alrededor para poner las instalaciones de luz, así que eso significaba que eran tranquilas, pero con atractivos ventiladores de techo con luces por encima de todas las salas de estar de las cabañas, sensacionales luces rectas pendientes, colgando sobre la porción de barra de la cocina, y atractivas luces de pared fijadas junto a las camas para la máxima lectura y potencial relajante. Eso fue más o menos todo lo que Grant consiguió hacer antes de que le diera una patada en el culo. —¿La once está abierta? —preguntó Priest sin saludar. La once, por cierto, se había convertido en la Cabaña de Pinto, ya que todas las impresiones en las paredes eran de caballos pinto1. No ofrecí esta información a John Priest.
Pero otra vez, había perdido una tonelada de peso.
1 Caballo pinto: Tiene un pelaje de color que consiste en grandes manchas de color blanco y de cualquier otro color. 2 Verano Indio: Un período de clima cálido y seco después de la primera helada del otoño.
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Como siempre, no me miró de arriba a abajo, no es que hubiera mucho qué ver. Aún, estábamos teniendo un caliente verano Indio2 así que estaba con unos shorts cortados, una camiseta, y mis sandalias. Mis shorts no eran Daisy Dukes ni nada, pero me imaginaba que me quedaban. Mis piernas estaban bronceadas, sin embargo, y todos sabían que cualquiera se veía mejor bronceado.
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—En efecto, lo está —le contesté, deteniéndome frente a él.
No significaba que para hacerlo, había dado con un plan de dieta infalible. Desafortunadamente, eso incluía descubrir que el amor de mi vida, no era el amor de mi vida sino un tipo cuya mayor habilidad era romper promesas. Esto provoca a una mujer a arrojarse en su trabajo, una cosa que da miedo cuando ella ya se arrojó en su trabajo, y por lo tanto se olvidó de comer. Además, cuando no estaba trabajando, estaba abatida e iba sobre cada momento del año pasado que podía recordar, tratando de descubrir dónde estuvo mal, lo cual fue emocionalmente agotador y absolutamente inútil. Aun así, fue un excelente supresor del apetito. Ella sí, sin embargo, bebió toneladas de vino a través de esto. Y tequila. También descubrió que tenía un gusto por el bourbon. Priest me sacó de estos pensamientos cuando miró más allá de mí a la cabaña, luego torció el cuello para mirar por encima del hombro por el sendero hacia mi casa. Finalmente, sus ojos volviendo a mí. —¿Necesita que vuelva a registrarme? —ofreció. Sacudí mi cabeza. —Voy a subir y conseguirle su llave. Puedo terminar aquí después. Él no dijo nada y la única manera en que supe que me había escuchado fue que se había desplazado fuera de la puerta.
Cayó en el escalón a mi lado. No era de sorprender, él no hablaba. Así que, yo lo hice. »Tenemos un sitio web ahora. No sé si se dio cuenta cuando entraba, pero tuve que poner el nuevo cartel en la parte superior de la carretera así la
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Sorprendentemente, cuando llegué al final de los escalones, John Priest no fue hacia su camioneta, una colosal, Suburban negra que tenía lodo contra sus lados, y más apelmazado en los huecos de las ruedas.
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Me fui de la cabaña, cerrando la puerta detrás de mí, y dirigiéndome hacia los escalones que conducían fuera del porche frontal.
gente puede verlo desde la calle. Finalmente me decidí sobre cómo llamar al lugar. Cabañas Glaciar Lily. Esa también es nuestra dirección web. Hay un número de teléfono y un correo electrónico en el sitio si desea ponerse en contacto conmigo con tiempo anticipado para asegurarse que la once está abierta. No estamos llenos muy a menudo pero estamos más ocupados. Mientras estaba hablando, puse un pie delante del otro. También lo hizo él. Deje de hablar. Él no comenzó. Así que seguí adelante. »No puedo aceptar reservas en línea todavía pero eso con suerte está llegando. Es solo un poco más complicado lograr cosas como esas. Puedo hacer el diseño web pero esa clase de cosas requiere un profesional. O, al menos para mí lo hace. Pero un correo electrónico es lo mismo, si la cabaña está libre. No hizo ningún comentario. Yo ya no tenía nada más que decir. Llegamos a mi casa y lo sentí moverse de una manera que no era caminando así que miré hacia arriba para verlo escaneando el área fuera de la casa. »Grant se fue —compartí, tratando de adivinar lo que estaba buscando, y sus ojos se inclinaron abajo hacia mí—. No funcionó. —No es una sorpresa —declaró Priest—. Era un idiota. Parpadeé.
—¿La once? —me incitó cuando no dije nada. Salí de mi sorprendido estupor, asentí con la cabeza, y troté los escalones arriba hacia mi casa. El me siguió, entró, e hizo la cosa de registrarse mientras conseguía su llave. Cuando terminó, se giró hacia mí.
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—Yo… —comencé pero me fui apagando, conmocionada no solo de que él se diera cuenta, sino que tuviera algo que decir al respecto, y además, que lo dijera.
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»Un perezoso —continúo.
»¿Todavía sesenta? —preguntó, y sacudí la cabeza. —Setenta. No dijo nada, solo sacó su cartera, sacó unos billetes, y me entregó cinco. Cuatro de ellos de cien. El quinto, uno de cincuenta. —Cinco días —declaró. —Correcto —murmuré, sin siquiera molestarme en ofrecerle el cambio. Conocía el método. Un método que incluía empujar la llave a través de la ranura del correo en mi puerta frontal como sus medios de registro de salida. —¿Quieres mi identificación? Le sonreí. —Creo que estamos bien con eso. No miró mi boca para ver mi sonrisa. Así mismo no habló más. Se estiró tomó la llave de mi mano, y salió por la puerta. Salí detrás de él, de pie en mi porche delantero, y lo vi bajando por el sendero. Él no era agraciado, era demasiado grande para ser bien parecido, pero era atlético. Los hombres caminaban de la forma en que caminaban cuando se acercaban al lugar en que habían de lanzar una jabalina o cuando se posicionaban en la línea de golpeo o se trasladaban a la parte superior de la cancha de tenis antes de servir.
También era caliente. Y como todas las cosas con John Priest, era un poco aterrador. Puse a John Priest, mi principal mecenas y aun siendo mi único cliente que regresaba, fuera de mi cabeza, me volví a mi puerta, la cerré, y luego caminé a través de mi porche. Salté hacia abajo los escalones y me dirigí a la cabaña cuatro para terminar de sacar las sabanas.
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Alerta pero a gusto. Era extraño.
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Suelto pero preparado.
—¡Voy! —grité desde la cocina después de oír el golpe en la puerta delantera. Me apresuré al vestíbulo tenuemente iluminado, yendo directamente a la puerta. Vi la corpulenta figura sombreada y delineada por las luces de afuera a través de las vaporosas cortinas que cubrían la ventana en la puerta y supe quién era inmediatamente. Desbloqueé los seguros, quité la cadena y miré hacia arriba hacia el distante y apuesto rostro de John Priest. —Hola —saludé. —Hola —replicó. —Vamos, sal del frío —lo invité, haciéndome a un lado para que hiciera justamente eso. Lo hizo y capté un atisbo de su Suburban, completamente negra contra los copos blancos de nieve, en enero, en las montañas de Colorado. Cerré la puerta contra el frío y me giré en dirección a la cocina. »Galletitas —expliqué la esencia en el aire mientras rodeaba y sus ojos se desviaban hacia abajo, hacia mí—. Estoy de humor. La navidad me hace eso. Soy una pastelera extrema en navidad y no se detendrá hasta después del día de San Valentín. No dijo nada. No mostró nada. Solo me miró.
Levantó su barbilla y entonces se volvió hacia el libro. Seguí hablando. »Tenemos nuevos televisores de pantalla plana con reproductores Bluray. Y cable. Él siguió garabateando. Seguí parloteando.
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»Estamos bastante llenos pero la once está disponible.
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Me fundí en el silencio.
»Y averigüé cómo hacer reservaciones en línea. Lo hice todo por mi cuenta. ¡Es genial! Sonaba emocionada porque lo estaba. Había jugado con eso por como malditamente siempre. Tanto tiempo que pensé que sería mi muerte. Pero al final funcionó magníficamente. Él bajó el bolígrafo y vino directamente hacia mí. No paré de parlotear. »Además tenemos una colección de DVDs. Hay un catálogo en su cabaña, si quiere revisarlo. Usualmente requerimos tarjeta de crédito por ese servicio, pero nos saltaremos esa parte viendo que es usted un cliente antiguo, así que supongo que puedo confiar en que no se vaya con mi copia de La Casa del Lago. Eso me dio algo. Sus llenos y atractivos labios se curvaron con disgusto. —¿No es fan de Sandra Bullok? —pregunté. Me sorprendió respondiendo: —Keanu Reeves. Le sonreí. —Esa es la diferencia entre hombres y mujeres. Muchos hombres no soportan al señor Reeves. Luego me incliné y terminé en forma conspiratoria. »Todas las mujeres absolutamente lo hacen.
Sin embargo, preguntó: —Entiendo que ya no son setenta. Sacudí mi cabeza. —Lo siento. Y es temporada alta así que son cien por noche. Y eran cien dólares la noche y añadía diez dólares por persona si fueran más de una.
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humor.
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Él no hizo comentarios y no mostró ni sombra de entendimiento o
Tenía ocho de once cabañas llenas, con Priest, serían nueve. Eso significaba que lo estaba logrando.
Finalmente. Los servicios y el cable eran agobiantes. Sin mencionar los impuestos. El trabajo a tiempo completo era constante y aún había mucho qué hacer para poner las cabañas como quería que estuvieran. No estaba envuelta en eso y podría apreciar algo de ayuda, como alguien que me ayudara a limpiar y hacer la lavandería. Pero lo estaba logrando. Podría no ser capaz de pagarle a papá con intereses a corto plazo, lo que, con todas las cosas que necesitaba hacer en la casa, sin mencionar el hecho de que dos inviernos en Colorado, llevando mi negocio con mi auto, eran dos inviernos excesivos sin un camión o una Suburban, así que tenía que ponerme a ello, pronto. Pero lo estaba consiguiendo. Finalmente. John Priest tomó su billetera, sacó algunos billetes, y me dio trescientos diciendo: —Dos noches. —¿Solo dos noches esta vez? —pregunté. Su mirada se dirigió hacia mí pero no dijo nada. No tenía idea de cómo leer esto, excepto pensar que no era un gran partidario de que vigilara cuánto tiempo se quedaba.
Y por lo tanto, totalmente John Priest. Un hombre que había visto repetidamente. Un hombre que no veía para nada cuando estaba en una de mis habitaciones, excepto cuando veía su Suburban acercarse y alejarse a mi entrada cuando llegaba y se iba. Y una vez lo vi llevar sus compras a la cabaña once. Eso era todo.
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Y daba miedo.
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Lo cual era raro.
Por lo tanto, era un hombre que no conocía. Ni siquiera un poquito. Excepto por el hecho de que estaba bastante segura de que su nombre no era John Priest, y desde que me daba un nombre falso y pagaba en efectivo, era probable que no fuera un ciudadano honrado. »De acuerdo, solo dos —murmuré. —Llave —solicitó y mi cuerpo dio una ligera sacudida en respuesta, viendo cómo había olvidado totalmente la llave. En su mayoría porque él no estaba allí a menudo, con meses de por medio, pero era el único que regresaba una y otra vez, y se sentía extrañamente como si debiera tener su propia llave. Me moví al gabinete, conseguí su llave y regresé, tendiéndosela. Él la tomó mientras se la ofrecía. —¿Le gustaría llevar algunas galletitas? Tengo muchas. Me dio una mirada afilada otra vez y me sorprendió respondiendo de forma firme y extremadamente ruda. —Absolutamente no. —Yo… uh, está bien —tartamudeé—. No le gustan las galletitas. No confirmó este hecho. Bajó la barbilla, se giró hacia la puerta, la abrió y desapareció a través de ella, cerrando la puerta tras él.
John Priest se había ido a la once a hacer lo que sea que hacía en mi cabaña que no era para nada mi asunto. Así que me dirigí a mi cocina a terminar de hornear. Así que eso fue lo que hice.
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No estaba la Suburban.
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La miré por un momento antes de moverme hacia ella y pasar los tres cerrojos otra vez. Cuando miré hacia fuera por mis vaporosas cortinas, no vi nada excepto el porche siendo iluminado por las luces del exterior, los montículos grises de nieve más allá y la oscuridad de la noche.
Cinco meses más tarde, abrí de golpe la puerta delantera, miré hacia arriba al atemorizante y hermoso rostro de John Priest y declaré: —En caso de que esté catalogando las mejoras amigo, ¡tenemos Wi-Fi! No dijo nada pero se movió dando un paso hacia adentro, así que no tuve más elección que dar uno hacia atrás. Hice esto dirigiéndome hacia el aparador de llaves. Él se dirigió hacia el libro de registros. También se movió sin hablar. Regresé el favor. »La clave para conseguirlo es snookums321. Pero viendo que si sus rudos dedos podrían explosionar si tratara de escribir la palabra “snookums” puede dejarlo pasar por esta noche porque mañana es el día en que normalmente la cambio. Estoy pensando en “Iloverocknroll999” Eso sería “and” como en “n” sin guiones ni apóstrofes —le expliqué, agarrando la llave y girando para verlo inclinado sobre el libro. No dijo nada. Solo siguió garabateando. Me moví para pararme a su lado. —También debería decirle que tuvimos un pequeño incidente.
Sin embargo, en todo lo que podía pensar era lo que podía hacer con esas manos tan grandes. Fuertes. Y obviamente poderosas. Dudaba que su toque fuera gentil. Y eso no era malo. Mi sequía había durado desde Grant hasta no tener esperanza en el horizonte de que acabara.
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Normalmente, sus ojos se enfocaban en mí, de esa forma intensa que me convertía en una idiota babeante de miedo por la seguridad de mí… algo.
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Siguió inclinado sobre el libro pero sus largos dedos, que estaban envueltos en mi lapicero, dedos unidos a grandes manos que no había notado hasta ese momento que eran grandes, se quedaron quietos y se deslizaron sobre mí.
Era claro que necesitaba acostarme. Además necesitaba dejar de mirar boquiabierta a Priest, pensando en sus manos y en vez de eso seguir hablando. Así que lo hice. »Nosotros, uh… bien, tenía una, uhm… cliente que se estaba quedando. Aparentemente estaba en alguna clase de problemas y sus problemas la siguieron aquí. Él la asaltó en su cabaña. Fue de alguna forma… bien, desagradable considerando que no era placentero, pero entonces lo mataron de un disparo unos días después. No fue ella y no fue aquí —me apresuré a decir cuando su atemorizante mirada se volvió simplemente aterradora sin que hubiera movido siquiera un músculo, solo siguió mirándome. »Por otro chico que no tenía nada que hacer con este chico, pero aparentemente esta mujer era un imán para los problemas así que una vez que el primer chico la asaltó y la raptó, el segundo chico mató al primero y volvió a raptarla, uh… por así decirlo. Mientras terminaba (sin convicción), Priest se dirigió hacia mí y lo hizo sin quitar sus ojos de mí. Fue entonces que noté algo que ya sabía pero lo noté de una forma completamente diferente. Él era realmente alto. Y realmente grande. Como en realmente.
Entonces seguí dándole la información que necesitaba. »Desafortunadamente, era propensa a ser atacada porque no encendió las luces externas de la cabaña. Además, el área de estacionamiento estaba oscura. Encontré esto molesto así que instalé luces en el lugar. No son demasiado brillantes ni nada —le aseguré rápidamente—. Pero alejan la noche. Y todas las cabañas tienen nuevos sensores de movimiento fuera. Puede resultar muy molesto, viendo cómo parecen criaturas allá afuera puestas en el camino —admití—. Pero si se vuelven muy molestas, puede apagarlas. Solo
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Tragué.
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En ambos casos.
pensé que querría saber, uh… que había iluminado el área de estacionamiento. Ya sabe, solo en caso que necesitara cerrar sus cortinas o algo, para mantener la luz fuera. —Una mujer fue asaltada —dijo lentamente cuando finalmente dejé de hablar. —Uh… sí. —En una de tus cabañas —continuó. —Uh… sí —confirmé. —¿Estabas aquí? —Uhm… sí. —¿Cuán mal herida resultó? —preguntó. —Norm y Gladys me dijeron que estaba golpeada, pero bien. La vieron al día siguiente. Lo reportó a la policía pero Norm y Gladys fueron quienes me lo reportaron a mí. Eso fue, hasta que la policía vino y me preguntó si había visto algo. —¿Norm y Gladys? Le sonreí. —Ellos y tú están en el club. Son mis clientes regulares. John Priest claramente no encontraba su afiliación en ese club en particular tan emocionante como yo lo hacía. Supe esto cuando su intensa mirada se transformó en un ceño.
Luego agregó su voz, que todavía estaba retumbando, pero ya no era glacial. Vibraba con algo que no podía interpretar, pero lo que podía descifrar era espantoso. —Una mujer fue asaltada en una de tus cabañas mientras estabas aquí, sola, en esta casa.
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Ceñudo, era absolutamente escalofriante.
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Él daba miedo todo el tiempo.
Decidí no repetir mi confirmación y estar quieta por una vez, principalmente porque estaba tomando mucho esfuerzo no hacerme pis en mis pantalones. Miró por encima de mi cabeza hacia el interior de mi casa. Dos segundos más tarde, con total fascinación, observé desvanecerse poco a poco el ceño de su cara, mientras la máscara de indiferencia se deslizaba sobre sus rasgos y su mirada volvía hacia mí. »Estaré aquí tres días. ¿Todavía cien? —preguntó como si nuestro muy reciente intercambio de palabras no hubiera ocurrido. —Si ―susurré. Fue por su billetera, me dio cuatro billetes de cien dólares, y le di su llave. —Que tengas una agradable estancia ―dije suavemente mientras él se giraba para irse. Me dirigió una mirada glacial sobre su hombro. Mi cuerpo entero tuvo un estremecimiento. Cerró la puerta detrás de él. Aspiré para tranquilizarme y no me moví con el fin de darle a ese tranquilizante aliento la oportunidad de funcionar. Cuando ya no estaba en peligro de gritar de terror, y salir huyendo de mi propiedad, me di cuenta que algo acababa de suceder. Ese algo era John Priest bajando la guardia conmigo.
Y llevaba repitiendo, si no me equivoco, esa reacción en la que él estaba supremamente señalando que yo había estado cerca del peligro. —Caray ―susurré a la puerta y escuché la gran Suburban de Priest moverse hacia la carretera.
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Casi dos años, y media docena de visitas, prácticamente cero conversaciones, un montón de dinero intercambiado, y John Priest finalmente mostraba una reacción.
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Y cuando lo hizo, si no estaba perdiendo la razón, hizo esto porque estaba perturbado por la idea de que yo podría estar en peligro.
Esa noche me senté en mi lado del porche con los pies para arriba en la barandilla superior, mirando a duras penas a través de los árboles, las luces de la cabaña once. Desde que se había mostrado esa tarde, había estado pensando al respecto y ahí no había manera de evitarlo. El tipo me gustaba. Primero, continuaba volviendo, y al comienzo las cabañas no eran del todo lo que muchos encontraron al inicio por aquí y por allá. Ahora, necesitaban un mejor aislante y había diez docenas de otras cosas que quería hacer para mejorarlas. No eran de lujo. Eran definitivamente agradables, pero no eran terriblemente emocionantes. Pero él seguía volviendo. Había un montón de lugares para quedarse. No era como si Las Montañas de Colorado, fueran algo que la gente evitara. John Priest hospedado en el Glaciar Lily. Segundo, no se podía negar el control de hierro que tenía sobre sus emociones, que se deslizó ese día en mi vestíbulo. Y no estaba generalmente alterado acerca del estado, de un mundo donde las mujeres eran asaltadas al azar en las cabañas de la montaña. Estaba molesto porque yo estaba ahí, sola, sin protección, y la violencia había sido perpetrada en mi propiedad.
Rápidamente, mis pensamientos volvieron a las manos de Priest. Después de eso, pensé acerca del hecho de que mi vibrador estaba constantemente cargado, eso era por lo mucho que lo usaba. ¿Qué podía decir? Era una mujer de 26 años sin novio pero con una buena imaginación y un impulso sexual saludable. Ese tipo de cosas sucedían.
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No sabía qué hacer con eso.
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—Sí —susurré a la luz menguante—. El tipo me gusta.
Saqué mis pies de la barandilla, colocándolos en el piso, y me lancé a mí misma fuera de mi sillón, de madera de tablones anchos (que seriamente necesitaba lijarse y pintarse, sin mencionar una almohadilla, mi trasero dolía). Entré a la casa y fui al cuarto de baño del primer piso. Necesitaba renovarse. El papel pintado me daba dolor de cabeza, era tan floreado. El espejo oval sobre el lavabo había sido dorado una vez. Ahora se veía cursi. Y había manchas de óxido en el lavabo de un goteo que mi papá arregló por mí cuando me visitaron la navidad pasada. Un goteo, por esas manchas, que tuvo que haber estado funcionando tal vez por siglos. No tomé en cuenta nada de esto. Me miré en el espejo. Podía ver mi cabello. Sin volumen, con ondas, rizado salvajemente y más largo de la manera que solía llevarlo, ya que nunca tenía tiempo para cortes de cabello. No tenía siquiera un poco de maquillaje, y no podía recordar la última vez que había usado cosméticos. Tenían que ser meses. Podría ser más de un año.
También estaba vistiendo un par de pantalones cortos de mezclilla. Eran desgastados y modernos, e imaginaba que me quedaban bastante bien, con un poco más del peso que perdí después de que Grant el Idiota aceleró su retirada debido a que lo eché. Cuando miré a mis pies, vi que no estaba usando ningún zapato. Tenía una razonable, más bien, buena pedicura aunque, púrpura brillante casi neón.
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Amaba esa camiseta.
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Y estaba vistiendo una camiseta, de un rosa claro y un rosa fuerte en el frente que decía: “Lo Carnal es para los Motociclistas”. Sobre eso estaba lo que podía ser descrito como un esqueleto adherido a un hombre en una motocicleta con una enorme, rara, cara esquelética con una salvaje mueca. Era de un pueblo de motociclistas que estaba cerca, a una hora de distancia. La había comprado en una de mis raras excursiones alrededor del área, una que hizo una doble función, colocando folletos del Glaciar Lily, y plantando prospectos en los tablones de anuncios.
Me la había hecho yo misma. Y los resultados me gustaron. Me agradaba bastante, todo me gustaba bastante, salí y fui a la cocina, dirigiéndome directamente al refrigerador. Sacando el pastel de crema de chocolate casero. Lo puse ahí esta mañana. Agarré un cuchillo. Cuando estaba cerca de cortarlo, me moví tres centímetros más y rebané un enorme pedazo. Lo deslicé en un plato cubierto de un papel transparente, y fui a la puerta de atrás. Me deslicé en mis zapatos rosa metálico, con delgadas correas hawaianas con una única cubierta en gris, blanco, y flores turquesas, luego me dirigí a la puerta del frente. Antes de poder pensarlo mejor, agarré mi llave, caminé fuera, cerré, y caminé hacia el camino. Luego me dirigí directo a la cabaña once. Las luces estaban encendidas. Caminé por las escaleras, atravesando el porche, y al frente de la puerta. Aspiré una bocanada. Luego levanté mi mano y toqué. Un nanosegundo después, se abrió tan rápidamente, que jadeé y di un paso atrás. —¿Estás bien? —preguntó John Priest. Oh hombre. El tipo… totalmente… ¡me gustaba!
Rápidamente, empecé: »Lo hice hoy. Pensé que tú podrías… Su mirada se estrelló con la mía y me cortó. —Ve a casa. —Yo…
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Vi sus ojos a través de la cortina de la puerta, caer sobre el pastel.
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—Uh… si —contesté.
—Ve a casa. —John… No dije nada más porque ante la mera pronunciación de su nombre, algo siniestro golpeó a través de la cortina, directo hacia mí, aporreándome a tales extremos, que era un milagro que no cayera de rodillas. —Mujer —gruñó, la impaciencia se abrió abundantemente a través de esa palabra―. Ve… a la jodida… casa. Y luego que me cerró la puerta. Me quedé en su puerta por un largo instante. Luego fui a casa. Cuando llegué ahí, me comí el pastel. Hice esto a pesar de que cada mordida me hacía sentir enferma. Como toda buena mujer quién solo quería humillarse a sí misma, ignoré ese sentimiento y me mantuve comiendo.
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Más tarde, cuando me metí en la cama, no pude dormir.
3 Movimiento de Guerra Traducido por leogranda y âmenoire90 Corregido por Debs
—E
stamos preocupados. —No se preocupen. —Nadie debería estar solo en Navidad.
Era la víspera de Navidad. Estaba hablando con mi madre. Yo estaba en mi casa en Colorado mientras que todos, incluyendo a mi hermana, su marido, su bebé recién nacido, mi hermano y su nueva prometida, mi tío favorito, y toda su familia, estaban en el rancho en Oklahoma. Pero todas las cabañas estaban llenas y todos ellas con más de una persona. Demonios, una familia estaba ocupando cuatro cabañas por su cuenta para una gran escapada de vacaciones en familia en Colorado.
Y cada cabaña tenía un gran envase de galletas caseras de Navidad situadas en el mostrador junto a una flor de pascua real para dar la bienvenida
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Sin mencionar, que todas las cabañas por fuera estaban decoradas con luces de Navidad. Me tomó dos días completos solo poner esas luces brillantes, pero al final, el esfuerzo valió la pena. Se veía fenomenal. Además, las grandes macetas que tenía por todas partes que se llenaban de flores en la primavera, verano y otoño estaban sembradas con abetos bebés también iluminados con alegres, luces parpadeantes.
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Y que escapada de vacaciones en Colorado les estaba dando. Cada cabaña tenía un festivo árbol de navidad decorado en su totalidad. Había un montón de guirnaldas con cosas de madera pintadas, botas de vaquero, muñecos de nieve usando pañuelos y sombreros de vaquero, sillas de montar, herraduras, y adornos de estrellas de hojalata (y similares).
a mis clientes después de que se registraran y entraran en sus cabañas para experimentar la alegría de la navidad estilo Glaciar Lily. Mamá, papá y mi hermano Titus, habían venido la Navidad pasada. Esta Navidad, todos estaban en casa, pero yo no podía irme. Ni siquiera por dos días. Necesitaba el dinero. Y eso apestaba. —Tengo amigos en la ciudad que están teniendo conmigo una cena mañana —mentí a mi mamá, porque tenía amigos en la ciudad, pero estaba demasiado ocupada para gastar el tiempo en que fueran verdaderos amigos quienes me invitaran para la cena de Navidad. Así que me estaba haciendo pechuga de pato, patatas dauphenois y espárragos, con panecillos caseros, terminando con pastel endiablado con crema helada casera. También tenía una carga esparcida de bocadillos. Y me había comprado (y para el menú de DVD de las cabañas) seis nuevos DVDs. Iba a comer durante la Navidad. Comer y ver películas románticas, lamentando mi solitaria vida, la distancia de mi familia, el hecho de no había practicado snowboard una sola vez desde que llegué a Colorado, y por lo tanto, no estaba viviendo un sueño. Estaba atrapada en la realidad. Y eso apestaba también. —Tu padre y yo haremos planes, para visitarte el próximo mes. Toma tu casa de huéspedes —dijo mamá.
—Bien. —¿Y tienes planes para esta noche? —preguntó. Tenía planes.
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—Estamos a punto de ir a la iglesia —me dijo—. Pero vamos a llamar mañana después del alboroto. Puedes tener una buena charla con todo el mundo.
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—Eso sería increíble, mamá —le contesté en voz baja, y lo sería, sin duda la casa de huéspedes, pero sobre todo a mamá y papá estando conmigo.
Incluían comer sola en una adormecida pre-Navidad, mientras me adentraba en el alcohol, y veía a Keanu Reeves y Sandra Bullock perdiéndose uno al otro repetida y desgarradoramente hasta que el universo los uniera de nuevo. Después de eso, iba a continuar en mi Bullock-maraton viendo Vientos de Esperanza y recordándome a mí misma que nunca es demasiado tarde para encontrar la felicidad, mientras esperaba que alguien como Harry Connick, Jr. apareciera en mi cabaña en algún momento en el futuro cercano. Podría ser alguien como el real quien sería bueno, atractivo, podría cantar y tocar el piano o podría ser de la talla de su personaje en esa película, podría ser caliente, honesto, tomarme a mí y a toda mi mierda. Si cualquiera de las dos oportunidades se me concediera, no iba a discutir. Mañana, estallarían los nuevos DVD’s para más tortura romántica. —Tengo planes para esta noche —confirmé a mi mamá, forzando un tono alegre en mi voz y no haciéndolo del todo mal. —Está bien, cariño. Llamaremos mañana. —Estaré esperándolo. —Ten una buena noche. —No dejes que papá interrumpa el coro este año. Ella se echó a reír y compartió: —Aún no le he permitido el ponche de huevo. —Buena decisión —murmuré. Todavía había humor en su voz cuando dijo en voz baja:
Ella colgó y miré mi teléfono. Entonces salté cuando sonó. La pantalla decía bloqueado, pero ya que no solo era mi celular, sino también el número de negocios de las cabañas, tomé la llamada. —¡Feliz Navidad! —saludé, alegremente forzado.
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—Yo también te quiero, mamá.
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—Te quiero, cara de ángel.
—Mujer. Con esa palabra supe quién era. »¿Estás ahí? —preguntó. —Sí —le respondí. —¿Abres? —Sí. —Te veo en treinta. Entonces escuché la desconexión. Fue un minuto más tarde, cuando finalmente saqué el teléfono de mi oreja que me di cuenta de que acababa de tener mi primera conversación telefónica con John Priest, que venía a Glaciar Lily, y por primera vez desde que empezó a venir, la cabaña once no estaba abierta. Ninguna cabaña estaba abierta. —Oh hombre —le susurré a mi teléfono. Y fue entonces que me di cuenta que ya estaba en pijama. Así que volé del sofá y corrí a mi habitación para ponerme algo de ropa.
Una hora más tarde, abrí la puerta, miré a John Priest de pie allí, observé los copos de nieve sobre sus anchos hombros y su cabello oscuro, entonces vi lo que estaba sucediendo detrás de él.
—¡Santo cielo! —grité—. ¡Está nevando! —Mucho. Las carreteras son una mierda —contestó Priest, moviéndose, y retrocedí. —¿Cómo mierda? —le pregunté mientras cerraba la puerta detrás de él.
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Enormemente.
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Estaba nevando.
—Apenas llegué aquí y me dieron una especie de camión de nieve de mierda. Oh hombre. —Yo, eh... bueno, Jo... quiero decir, señor Priest, la once no está abierta —le dije. —Tomo lo que tengas —me dijo, ya en el libro de registro. —No tengo nada —dije en voz baja—. Estoy llena. Se enderezó y se volvió hacia mí. —¿No me digas? Negué con la cabeza. —Nop. Se lo hubiera dicho antes pero colgó la llamada antes de que pudiera compartir esa información. Miró más allá de mí, con una expresión vaga, sus pensamientos en otro lugar, probablemente en dónde podía encontrar un lugar para dormir en la víspera de Navidad en medio de una cegadora tormenta de nieve, pero aun así logró murmurar: —Mierda. Por la expresión de su rostro, las luces parpadeantes en el árbol en mi sala de estar que podían verse desde el vestíbulo, la nieve cayendo pesada y suave fuera de la ventana, y sabiendo que Priest, al igual que yo, estaba solo en un día de fiesta importante, hablé de repente:
—¿Estás loca? —preguntó. Negué con la cabeza, deje ir mis labios, y declaré: —Está nevando. —Lo está, mujer, pero tú no me conoces. —¿Vas a hacerme daño? —le pregunté.
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Se centró en mí, y cuando lo hizo, chupé mis labios entre los dientes.
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—Puedes quedarte aquí. Tengo un cuarto de huéspedes. En realidad, tengo dos.
—Mierda no —respondió inflexible. Bueno, eso era bueno. —También es la víspera de Navidad, señalé. Él no respondió a eso. »Y yo, bueno... tengo suficiente comida para dos. Aunque, tengo películas para ver en su mayoría románticas, pero todos los otros DVD’s no han sido verificados y podría haber algo que quieras ver. No dijo nada. »O puedes estar por tu cuenta —ofrecí—. Estar en tu habitación y arroparte, o dormir todo el camino. Solo no puedes construir bombas en ella o planear apoderarte del gobierno. Sus cejas se movieron ligeramente. —¿Apoderarme del gobierno? —Estoy siendo divertida —le expliqué. Él no confirmó o negó que estuviera de acuerdo con que era divertido. Siguió mirándome. Enderecé mis hombros, sostuve su mirada, y declaré:
—¿Crees que estás viviendo una de esas películas románticas? —Estoy totalmente, cien por ciento a ciencia cierta segura que no estoy viviendo una de esas películas románticas —respondí inmediatamente y con decisión. Entonces señalé—: Estoy sola en Navidad, Priest. ¿Qué tan romántico es eso? Su rostro cambió, lo juro, cambió, así como, se suavizó por un instante antes de que dijera en voz baja:
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La cabeza de este viajero cansado en particular un poco inclinada hacia un lado y su mirada en mí era aguda, incluso si algo vacía, cuando preguntó:
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—Eres bienvenido. Es Navidad y estoy sola. Será bueno tener a alguien cerca, incluso alguien que no conozco. Y será bueno hacer algo bueno por alguien en Navidad, como dar un a un viajero cansado un lugar para poner su cabeza y alimentos para llenar su estómago.
—Pastel. No era un recuerdo divertido. Pero... lo que sea. Saqué una mano y la agité delante de mi cara en un gesto “Bah”. —Estaba siendo agradable. Eres inmune a agradable. No voy a intentarlo de nuevo, pero, solo estoy diciendo, la advertencia es que es Navidad y tú no puedes ser agradable en Navidad, así que vas a tener que aguantar y aceptar lo agradable. Aun si soy yo colocando un sándwich junto a la puerta de tu habitación mientras te quedas en ella, de malas y melancólico. —No estoy melancólico —indicó y miré a su hombro antes de murmurar un abiertamente incrédulo: —De acuerdo. Fue entonces cuando preguntó: —¿Qué hay para cenar? —Y mis ojos se dispararon hacia la suyos, algo burbujeando dentro de mí con sus palabras, palabras que significaban que se estaba quedando. Era algo peligroso. Algo que yo sabía que no debía sentir. Algo que de inmediato me negué que sentiría. —Ya cené —le dije—. Pero estaba a punto de romper las almendras cubiertas de chocolate. Y la lata de nueces de macadamia. Y ya era hora de organizar las galletas de Navidad para fácil acceso. Tengo cinco variedades. Y podría juntar un poco de mi crema de queso, salsa de maíz y abrir una bolsa de nachos de tortilla.
—Mujer —me llamó y lo miré—. Ningún guiso. Tu jodido chile verde puede permanecer en el menú de mañana. Nada con salchicha en ello porque
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»O podría hacer el queso, chile verde, salsa de frijoles negros que había planeado para el almuerzo de mañana. Esta caliente. O podría preparar algo de bolas de salchichas parmesanas. Con esos ajos, chorizo y cosas de queso en sus usuales envolturas, aunque eso toma un poco de preparación y cocción. También podría descongelar algo del caldo de res que hice la semana pasada. —Mis ojos se alejaron—. Pero eso tomará tiempo ya que voy a tener que hacer albóndigas frescas así que tendrán que hervir a fuego lento un rato.
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—Jesús —murmuró, pero no había terminado así que hablé sobre él.
yo tengo hambre y no quiero esperar por nada para cocinar u hornear. Pero todo lo demás no debería esperar. Le sonreí, algo dentro de mí burbujeó fuertemente. Tan fuerte, que tuve que agarrarme a la negación así no estallaría dentro de mí como un géiser3. —Ve y agarra tus cosas —pedí y seguí mandando—. Luego quítate el abrigo. Siéntete como en casa. —Comencé a lanzarme a la cocina y me detuve, volviéndome atrás—. Tu habitación es la primera a la izquierda en la parte superior de las escaleras. Podrías elegir la otra pero esa es tu mejor apuesta. Es menos femenina. Aunque, advierto, los antiguos propietarios de esta casa tenían una afinidad psicótica con estampados y flores por lo que es solo un poco menos femenina. Reanudé mi arranque, me paré, y de nuevo me volví. »El baño está al otro lado del pasillo. Para tu información, tengo mi propio cuarto de baño. Entonces reanudé mi carrera, terminando de arrastrarme en el piso de la cocina en mis gruesos, calcetines de lana, preguntándome dónde estaba mi pequeño baño cálido. Y desde que estaba en la cocina, y antes de estar balbuceando y no prestando atención, no vi a John Priest mirarme a través de todo el asunto, inmóvil. Tampoco lo vi quedarse allí después de que desaparecí desde el vestíbulo.
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Geiser: Fuente termal.
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Temprano a la mañana siguiente, me senté en mi porche lateral, en jeans, camisa térmica rosa con pequeñas flores azules y verdes sobre una blusa de mezclilla estilo occidental con botones de perla, una suave bufanda de lana alrededor de mi cuello, mis pies envueltos en gruesos calcetines de lana puestos en la barandilla superior. Tenía un gorro de lana azul oscuro hacia abajo en mi cabello y mis guantes sin dedos, los difusos guantes de lana se envolvían alrededor de una enorme taza de café humeante.
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Por último, no vi sus grandes manos apretadas en puños y su mandíbula volverse dura antes de que se volteara a la puerta.
Me quedé mirando el paisaje, los árboles rodeando mi cabaña, árboles de hojas perenne, penachos en la nieve, álamos sin hojas doradas con ellos. A la izquierda, el río corría sobre su roca roja, comenzando a brillar en el sol naciente. A la derecha a través de los árboles, mi camino ondulante que por un lado llevaba a las cabañas, y por el otro a la calle. Habíamos tenido un vertedero de nieve. Necesitaba conseguir el pequeño tractor con la pala afuera y limpiar la calle y el estacionamiento en caso de que alguno de mis clientes quisiera tomar una excursión de día de Navidad. Pero me quedé sentada allí, decidiendo hacerlo más adelante. Nadie en su sano juicio deja su casa temprano en la mañana de Navidad. Con ese pensamiento, oí la puerta abrirse detrás de mí y me retorcí en mi silla, manteniendo mis pies donde estaban, y vi salir a John Priest. También él llevaba gruesos calcetines de lana pero los suyos eran de un gris graso y negro, mientras que los míos eran de un ligero verde menta. Estaba también en jeans, una térmica blanca bajo una camisa de franela acolchada azul marino, el azul marino hacía de alguna manera que sus ojos castaños se tornaran de un atractivo color ámbar. Tenía una barba espesa. Lo que era caliente. Y por último, su cabello era un desastre como si incluso no hubiera corrido su mano a través de él para domarlo después de rodar fuera de la cama.
Sentí el tirón de su grandeza, inmediatamente negué la atracción, y le sonreí. Él solo me miró y luego miró la silla a mi lado, una silla en la que nadie se había sentado excepto el idiota de Grant, y no se había sentado en ella a menudo. Luego se dirigió allí. Miré hacia otro lado mientras se sentaba pero no me perdí sus pies subiendo en la barandilla superior, a medio metro de los míos.
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Sostenía una pesada taza de barro de color caramelo para mi café en su puño carnoso.
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Eso era más caliente.
Mis piernas estaban dobladas. Sus largas piernas estaban rectas y las cruzó en sus tobillos. Sentada a su lado en silencio, algo se instaló en mí. Algo tan bueno y justo como sabía que era malo y equivocado. Traté de ignorarlo. Era difícil de ignorar. Lo logré, llevé la taza de café a mis labios, y dije suavemente: —Feliz Navidad, Priest. Me sorprendió al responder en un suave murmullo: —Feliz Navidad, Cassidy. Dijo mi nombre. Él lo sabía y lo dijo. Sonreí en mi café antes de tomar un sorbo.
Apreté el botón de apagado del control remoto y me volví hacia Priest. —¿Y bien? —le pregunté. —Eso apestó —respondió.
La expresión del Priest siguió siendo la misma. —Esta lo hace. Puse mis ojos en blanco. —Eres imposible.
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—¿Apestó? ¿Apestó? ¡Realmente Amor no apesta! —Me levanté en un antebrazo en el sofá y mi mirada hacia él se volvió una furia—. Es la visión de la Navidad perfecta. Tiene Navidad, tiene romance y tiene a Alan Rickman. Cualquier cosa con Alan Rickman... no... apesta.
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Sentí que mis ojos se abrieron redondos.
Dio un leve encogimiento de hombros indicando que no le importaba nada lo que pensara qué era. No estaba ofendida. Este era Priest. »Bueno. Esta vez, tú escoge —dije, dejando el control remoto en mi mesa de café. Entonces lo miré de nuevo—. ¿O quieres que empiece a hacer la cena? Sus cejas se unieron un centímetro antes de que me recordara: —Tuvimos salsa de chile verde durante la última película. —¿Y? —le pregunté. —Así que, te detuviste de llenarte la cara de esa mierda hace una hora. Eso era muy cierto. De hecho, tuve que pararme de lamer el tazón para limpiarlo y solo lo hice porque el recipiente estaba caliente y podía quemar mi lengua. —Es Navidad, Priest. Es un imperativo moral comer constante y copiosamente, manteniendo un estado de estupor alimenticio a fin de caer en el último estupor, que es un coma de comida después de la cena. Esto dura exactamente uno punto cinco horas, con lo cual te levantas y comes el postre de Navidad. —¿Qué tal si te comes otras quince galletas mientras me tomo un tiempo para hacer un agujero en mi estómago para adaptarme a la cena mientras vemos otra película? —sugirió.
—Jesús —murmuró en respuesta. Lo miré de nuevo. —Ve. Escoge la Película. Se levantó de mi sillón y se acercó a mis estantes que contenían mi biblioteca de DVD’s. »No tiene que ser romántica —ofrecí.
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—Funciona para mí.
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Mis ojos cayeron hacia las latas de galletas abiertas que cubrían la mesa de café, galletas que noté que no había tocado (ni una), mientras murmuraba:
—Mierda, gracias —murmuró y sonreí. Se puso de pie, con las manos plantadas en sus estrechas caderas y estudió los estantes. Eso tomó un tiempo. El tiempo suficiente para impacientarme. —¿Qué hay de Thor? Miró por encima de su hombro y me comunicó de manera no verbal que Thor estaba definitivamente fuera. Al parecer, los chicos malos no ven películas de superhéroes. Tan anotado. Miró de nuevo a los estantes. »¿Qué tal Red? —sugerí—. Tiene a Bruce Willis en ella. Te tiene que gustar Bruce Willis. A todo el mundo le gusta Bruce Willis, especialmente a los chicos malos. Y es impresionante. Y divertida. Y tiene a Morgan Freeman y Morgan Freeman hace todo mejor. Y Karl Urban, que no es difícil de ver. No es que te pongas en a pensar eso. Pero funciona para mí. Extendió una mano y sacó una caja de DVD’s. Vi que era Red. Así que sonreí de nuevo. Se dirigió hacia el reproductor y mientras expulsaba la última película, preguntó: —¿Van bien las cosas con tu familia?
Parte del tiempo en que lo hizo, observé desde el porche del costado, escuchando a mi familia, felices y juntos y celebrando y tratando de arrastrarme hacia ese sentimiento a larga distancia y lo hice con ese algo que estaba negando y que estaba sintiendo burbujeando dentro de mí.
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Luego se había ausentado. La llamada duró una hora y media. Una llamada durante la cual, John Priest había ido al gran cobertizo que contenía un montón de basura, incluyendo mi pequeño tractor y limpió la nieve de mi acera y la zona de estacionamiento.
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Me imaginé que preguntaba eso porque habíamos estado lavando los platos del desayuno cuando mi familia llamó.
Era una cosa súper impresionante que lo hiciera. Dándome tiempo con mi familia. Dándome un descanso del trabajo constante. Cuando regresó, le di las gracias. Su respuesta fue: »Salsa de chile. Tomé eso como que los chicos malos no se llevaban bien con la gratitud. También había tomado nota de eso. —Las cosas están bien con la familia —le aseguré mientras ponía Realmente Amor en su caja y la arrojaba sobre la base del televisor. Fue entonces cuando me sorprendió haciendo otra pregunta, esta vez más personal que la primera. —¿Por qué no estás allá? —Mis cabañas están rentadas. Terminó de empujar Red en el reproductor, se volvió, y niveló sus ojos con los míos. —¿Por qué no estás allá? Suspiré. Entonces expliqué: —Tengo una Suburban que comprar. Su cabeza se inclinó hacia un lado.
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—Tengo una Suburban que comprar —repetí—. Y estoy ahorrando para pagarle a mi padre por darme dinero para comprar este lugar. Estoy haciéndolo con intereses por lo que está tomando algún tiempo. Y estoy comprando mi Suburban con efectivo porque no quiero financiarla. Las cabañas se están llenando y casi siempre tengo varias de ellas rentadas, pero no es como si fuera constante y no he estado aquí el tiempo suficiente y las cabañas no se han estado alquilando suficientemente constante para evaluar cómo van las rentas y poder tener una idea de qué tipo de ingreso voy a tener. Así que estoy siendo cautelosa. Y necesito el dinero.
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—¿Qué?
Se movió hacia su silla, ya sin mirarme y dobló su cuerpo en ella. Lo que no hizo fue responder. Alcancé el control remoto. Fue entonces cuando volvió a hablar. —¿Por qué no vienen aquí? —Mi hogar es más cerca, mamá y papá tienen una casa enorme. Sentí su mirada así que lo miré. —Tienes once cabañas —señaló. —El hogar es el hogar, Priest, y mi hermana acaba de tener a su primer nieto. Mi mamá y papá viven en el rancho en Oklahoma donde mi papá creció, su papá creció, mi hermano, hermana y yo crecimos. Con Lacey teniendo su primer bebé, el rancho está donde la Navidad tenía que estar. —¿Has conocido a su hijo? —preguntó. Negué con la cabeza. Miró hacia la televisión en blanco. Lo tomé como una señal de que era el momento de encender la película, así que lo hice. Pasaron diez minutos antes de que Priest dijera en voz baja:
Realmente debería haberlo hecho. También me quedé sin aliento porque esas palabras salieron de él y fueron sorprendentes, viendo que estaba aquí conmigo, una extraña para él como él lo era para mí.
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Sus palabras me hicieron contener el aliento, sobre todo porque tenía razón. Debería haber tomado el golpe financiero, cerrado Glaciar Lily, y tomado unos días para conducir y pasar la Navidad con mi familia, conocer a mi sobrino, conocer mejor a mi casi cuñada, conversar con mi querido tío.
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»Nada es más importante que la familia.
Lo que significaba que, o bien no tenía familia o sabía cuán ciertas eran esas palabras porque perdió a la suya en algún lugar del camino. Ninguna de las opciones, por cierto, se sentía bien conmigo. Pero en el fondo, no podía negar que me gustaba profundamente que se sintiera de esa manera. Era mi turno de no responder y no lo hice. Solo alcancé una lata de galletas, me acomodé, y vi la película.
—Así que, los chicos malos beben chocolate caliente —comenté. —Síp —confirmó John Priest. Sonreí al vapor saliendo de mi taza y me acurruqué más en la manta que había envuelto a mí alrededor antes de sentarme en la silla de Adirondack en el porche lateral, con Priest a mi lado. Tenía mis ojos preparados a través de los árboles hacia las brillantes luces de Navidad luchando a través de la oscuridad para dar una sensación suave pero sin embargo alegre ante Priest y yo sentados en el frío y la nieve, bebiendo chocolate a altas horas de la noche después de un montón de películas, buena comida, una cena que Priest comió, su primer bocado de pato cambió su cara momentáneamente, mostrándome que le gustaba, haciéndome darle más de lo era saludable de eso.
Y lo sabía porque estábamos sentados en un cómodo silencio, roto solo de vez en cuando por mí, diciendo algo estúpido, solo porque tenía la sensación de que le gustaba siendo una idiota. Todo eso fue agradable para él.
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Pero eso no significaba que no fuera buena compañía. Eso no quería decir que a su propia y única manera no se comunicara sin palabras o incluso pareciera que apreciaba estar allí. Mi compañía. Mi comida. Mis torpezas. Solo estando en un sitio bonito con una persona decente en un día festivo. Eso significaba algo para él y me lo comunicaba.
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Ahora la Navidad casi había terminado y no era un buen día. Era un excelente día. No era una compañía habladora. No era cariñoso. No era amistoso. Ni siquiera había sonreído.
Escuchaba el caudal del río, permitiendo que la quietud de la noche me cubriera, caliente en mi manta con chocolate caliente en mi vientre, y definitivamente caliente en la compañía del hombre a mi lado. Suspiré en silencio y me relajé más profundamente en la hermosa tranquilidad. »Nosotros no cambiamos. Eso vino de Priest y vino tranquilo. No feo. No frío. No malo. Pero firme. Y el burbujeo dentro de mí dejó de gorgotear. —Está bien —le susurré. —Aprecio la bondad —prosiguió. —Bien —dije en voz baja. —Eres una buena mujer, Cassidy. Cerré los ojos, los abrí y murmuré: —Gracias. —Pero nosotros no cambiamos. —Lo entiendo. No dijo nada más. Lamí mis labios y tomé un sorbo de chocolate.
Así que era siniestro. Así que era rudo. Así que se cerraba de una manera en que había dejado claro más de una vez que nunca se iba a abrir. No me importaba. Tenía esta única oportunidad, la única que sabía que jamás conseguiría, por lo que la iba a tomar.
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Tomé un sorbo de mi chocolate y llegué al fondo de la taza, haciendo que tomara una decisión.
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Aun así la noche no fue menos. La vista no fue menos hermosa. Pero la tranquilidad se había ido.
No daría nada, eso lo sabía. Tampoco me preocupaba por eso. Iba a hacer lo que tenía que hacer. No. Iba a tomar lo que necesitaba y darle lo que quería. Por lo tanto, dije: —Voy a llamarlo una noche. —Mientras me desenvolvía y me ponía de pie. Tiré la manta sobre mi brazo e hice por moverme entre nuestras sillas mientras Priest permanecía en silencio. Me detuve en su silla y lo miré mientras miraba hacia los árboles. »Sé que no quieres oír esto —empecé en silencio—. Sé que no eres amigable. Pero no me importa. Todavía es Navidad y todavía puedo ser amable y vas a tomarlo. No se movió y no habló. Yo lo hice. »Fue una buena Navidad, John. No lo vi tensarse pero estoy segura como el infierno que lo sentí.
Antes de perder los nervios, me incliné hacia él, mis labios a su oreja. Tan cerca que podía oler su aroma. Y era el suyo. No colonia. No loción de después de afeitar. Todo Priest. Celestial.
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»Iba a ser una mierda, pero llegaste y eso la hizo buena. La recordaré siempre, el año que el extraño que no era un desconocido me salvó de un solitario día de fiesta.
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Eso no me detuvo.
»Significó mucho —le susurré—. Así que te doy las gracias por eso, John Priest. Moví mi cabeza, mis labios ahora en su sien mientras permanecía quieto como piedra. »Feliz Navidad —terminé con suavidad, rozando mis labios contra el cabello oscuro más allá de su sien y rápidamente, antes de que pudiera rechazarme y quitarle todo el bien que me había dado, corrí a la puerta y la atravesé. Me aseguré de que la casa estuviera cerrada (todo excepto la puerta lateral de la cocina, así Priest podría entrar, por supuesto), pero mantuve algunas luces para guiar el camino de Priest a la cama. Me metí en la mía y me quedé allí por un largo tiempo, escuchando. No vino por años. Revisé mi despertador y era más de una hora. Solo cuando oí cerrase la puerta en el pasillo mis ojos finalmente se cerraron a la deriva para que pudiera dormir. Y dormí no sabiendo que el hombre en mi habitación estuvo sentado fuera durante más de una hora, en silencio, sin moverse, sin dejar de estar en guerra. Ganó. Pero perdió.
Y dos meses más tarde, cuando regresó, la Navidad no lo había cambiado. Rentó la cabaña once. Pagó en efectivo. Habló algunas palabras. Después de que se registró, apenas lo vi. Y cuando salió, empujó la llave a través de la ranura de correo de mi puerta. Tres meses después de eso, más de lo mismo. Seis meses después de eso, lo mismo. Eso duró cuatro años.
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Porque al día siguiente, antes de que me levantara, se había ido, pero dejó detrás trescientos dólares en billetes dentro de mi libro de registro, quitándole la amabilidad que le había dado, viendo que pagó por ella.
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Y yo también.
Cuatro. Me dije a mi misma que no lo estaba haciendo, pero seguí manteniendo la cabaña once abierta lo mejor que pude, por si acaso. Siempre era la última cabaña que rentaba cuando estaba lleno. Y así lo hice cada vez que venía, no constante pero consistente, la única cosa que tenía para darle estaba abierta para dársela.
Esa fue la forma en que fue. Y esa fue la forma en que se mantuvo. Hasta esa noche. Esa noche que sería la mejor noche y por mucho, en toda mi vida.
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Una noche en la que también fue la peor cosa que me ha pasado.
4 Cariño Traducido por Tanza, Itorres y marcelaclau Corregido por Debs
M
is ojos se abrieron al instante en que oí el comienzo de la música a todo volumen. Lo sabía.
Sabía por el aspecto de la familia, que iba a haber problemas. Tres niños, todos de la misma edad, obviamente, no hermanos y que no podían tener un día más de dieciocho años.
Eso es lo que malditamente querían. Hasta ahora había ido, todo bien. Tres días y en su mayoría no se notaron sus existencias. No hubo ruido. La Suburban no estaba. Lo más probable es que fueron a otras pistas a embriagarse a otra parte. Yo había ido a la cama y lo había hecho después de comprobar el estacionamiento.
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Se registraron y los dejaron en sus vacaciones de primavera para hacer lo que esos chicos claramente, por sus automóviles, ropas, tablas de esquí y actitudes, se sentían con derecho a hacer.
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Dos padres en un lujoso Escalade, los chicos en un no tan sofisticado Navigator. Dos padres que registraron la cabaña y no los había visto desde entonces. Se registraron en ellas porque sabían que no hay manera en el infierno que la propietaria de las cabañas de las montañas de Colorado dejaría que tres chicos menores de edad se quedaran solos, durante las divertidas vacaciones de primavera, en una de sus cabañas. Se registraron y se fueron, probablemente, para registrarse en su propio condominio de lujo cerca de las pistas.
Cuando lo hice, ya no estaban. Ahora sabía que estaban de vuelta. Aparté las mantas y me vestí rápidamente. Jeans. Sujetador. Camiseta térmica. Calcetines. Botas. Agarré el bate de béisbol que mantenía junto a mi cama desde que esa mujer fue agredida en una de mis cabañas, y Priest se enojó. Al salir, también atrapé mi linterna. Salí con las luces encendidas en el vestíbulo, las luces del sensor de movimiento de la entrada apagadas. Cerré detrás de mí, encendí la linterna y me dirigí rápidamente por el camino hacia las cabañas donde emanaba la fuerte música. Fue a finales de marzo, siendo temporada alta, y ahora la temporada de vacaciones de primavera. En los últimos años, al país lo había golpeado una recesión, pero de alguna manera yo había sobrevivido. Los alquileres bajaron ocasionalmente, pero siempre tenía clientes en más de tres cabañas, lo que funcionaba para mí. Las cosas estaban mejorando para la economía y mis alquileres subieron. En ese momento, tenía nueve cabañas alquiladas. Mientras caminaba por la calle, mi cabeza giró a la derecha, hacia la cabaña once, que también estaba alquilada. Priest estaba allí. Llevaba dos días. Lo registré y después, como de costumbre, no le había vuelto a ver.
Interesante. Había estado allí cuando había verificado el estacionamiento a las diez en punto. No tenía idea de que se hubiera ido y se quedara hasta tarde, sobre todo porque había hecho un hábito de prestar atención. Era interesante, pero no asunto mío. Seguí caminando, pensando en los últimos cuatro años que había cambiado su Suburban. Todavía estaba cubierta por barro la mayoría de las
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Él estaba en otra parte.
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Sin embargo, en ese preciso momento, su cabaña estaba oscura y no estaba la Suburban negra estacionada fuera de ella.
veces que él llegaba para quedarse, pero era más nueva. Simplemente parecía no importarle el que fuera más nueva. Tomaba el mismo cuidado que con la anterior. Él no estaba solo buscando conseguir un nuevo vehículo. Hace tres años, me compré un Range Rover de un color verde oscuro. Mi bebé. Jodidamente me encantaba. Mucho mejor que mi auto. Sobre todo cuando tenía que ir a Costco4 y cargar jabón de lavar de forma masiva. También en los últimos cuatro años, un montón había pasado. Yo había tenido que re-aislar todas las cabañas, por ejemplo. Había instalado swamp coolers5. Había mejorado los hornos. Había atado cajas de flores a todas las ventanas de las cabañas que estuvieran enfrente de la zona, y en unas semanas, las llenaría de flores brillantes y vegetación exuberante. Había luces de colores permanentemente enrolladas alrededor de una serie de álamos por el estacionamiento y salpicadas por el bosque para agregar más luz a la noche y hacerlo de una manera que era atractivo, peculiar y acogedor. Estaban temporizadas. Se encendían cuando estaba a punto de anochecer, se apagaban a las once y treinta para dejar que cinco tenues luces hicieran el trabajo de la iluminación del espacio.
También tenía el baño principal de mi casa renovado, algo, que por suerte, no hice yo misma. Me había deshecho de todo el empapelado floreado y
Costco: Costco Wholesale Corporation es la cadena tipo Club de precios más grande en el mundo basada en ventas al mayoreo. También es la quinta distribuidora minorista en los Estados Unidos. 5 Swamp cooler: Sistema de aire acondicionado 4
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Además, mientras la nieve se derretía, las flores silvestres vendrían. Al azar y regularmente, arrojaba semillas y plantaba bulbos en donde quiera que golpeara mi imaginación. Entre los árboles, alrededor de las cabañas, alrededor de mi casa, pero concentrándome de arriba a abajo, en las orillas del río. Algunos de ellos no florecieron así que lo hice varias veces (y lo estaría haciendo pronto de nuevo con las semillas de los bulbos, ya que los bulbos se plantan en otoño) y cada año me daban más flores, el color estallaba a través de los meses de verano, lo que hacia la totalidad de mi propiedad aún más hermosa.
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Esto significaba que ahora, estaban apagadas.
había pintado las paredes como me gustaba. Había barnizado todos los pisos (algo que realmente hice, agotador, pero valió la pena). Además había podido deshacerme de unos muebles floreados, sustituirlos con piezas de mi gusto, y reemplazarlos con piezas que me convenían. Piezas peculiares. Piezas cómodas. Las cosas que me gustaba ver que se hacían en mi casa, mes a mes, centímetro a centímetro, todo sobre mí. También contraté a Milagros para ayudar con las cabañas. Ella limpiaba y cambiaba las sábanas cuando un cliente se iba. De vez en cuando, también se encargaba de mi casa con su marido Manuel, con el fin de estar a disposición de los clientes cada vez que necesitaba un cambio de aire. Me ayudaba increíblemente. Eso significaba que podía ir de embarque, cosa que hice. Eso significaba que podía tomar excursiones de todo el condado y los colindantes en más ocasiones. Y no solo para dejar folletos y panfletos de primera necesidad en los tablones de anuncios, sino para explorar, ir de compras, ir de excursión, tener el tipo de mini-aventuras que hacen la vida más interesante. Tener a Milagros también significaba que podía ir a las fiestas locales. Eso significaba que podía ir a la ciudad, tomar una copa, hacer algunos amigos que definitivamente ahora eran amigos y conocidos amistosos. Podría salir y escuchar en vivo música en el bar de la ciudad o en Gnaw Bone, que no era demasiado lejos. Podría tener una vida. Realmente podría vivir el sueño. Y tenía una vida.
Faltaba algo. No sabía lo que era. Incluso había salido (y conseguido establecerme). Por desgracia, ninguno de esos hombres funcionó, y no era como si yo siempre tuviera un chico. Pero al menos tenía algo de compañía, lo que era más pasar el rato
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Lo supe.
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No estaba viviendo el sueño.
charlando con Milagros, ir a su casa para la cena cuando me preguntaba, o salir con mis chicas fuera de la ciudad. Por lo que sabía, y no sabía mucho, porque no lo conocía en absoluto, nada había cambiado para John Priest, excepto que tenía una Suburban nueva. Me pregunté, vagamente, que era la única manera en que me permitía preguntarme antes de apagarlo, dónde estaba después de la una de la mañana. Entonces me concentré en las cabañas, la de los chicos que se iluminaban como un faro, pero peor, las cabañas en cada lado de ella y tres más, tenían las luces encendidas. Luces que sabía que habían encendido porque era probable que ahora mismo estuvieran llamando a mi celular para decirme que hiciera algo con esta mierda. Sentí un aumento en mí presión arterial cuando apreté mi agarre en el bate y fui pisando fuerte por las escaleras a la cabaña seis. Cabaña Horizonte. La cabaña pintada con los colores azul, gris y morado de una montaña rocosa con garabatos de horizonte a horizonte que se podían observar en la pared. La Navigator estaba al frente, así como otra Suburban. Caminé hasta la puerta y llamé. En voz alta. La música se apagó rápidamente. Mucho más rápido de lo que se abrió la puerta. De hecho, la puerta no se abrió en absoluto. Golpeé en la puerta, gritando: —¡Abran!
En su lugar, amenacé, —¡Abre inmediatamente o llamaré a la policía! Varios segundos pasaron antes de que abriera la puerta. Pero no muy lejos. Alcancé a ver el espacio más allá lleno de envoltorios de comida, latas de cerveza (de hecho, en la mesa de centro había latas de cervezas apiñadas en forma de pirámide y no era muy pequeña, ¿cómo era que a los jóvenes de
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No contesté a eso porque él sabía quién era.
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—¿Quién es? —gritó un niño-hombre.
Estados Unidos se le ocurrió hacer una mierda estúpida como esa?) y el sofá estaba cubierto de cuerpos. Dos para ser precisos. Un chico en la parte superior. Una chica en la parte inferior. Y otra chica que no estaba en el sofá, pero en sí parada. Desapareció de mi vista un momento después de que la puerta se abriera. En lo que tomé, más precisamente, por la forma en que la niña estaba acostada allí, una sensación de temor se movió a través de mí cuando el alto, bastante musculoso y muy en forma, que supuse era el hijo de los padres registrados, llenó el estrecho espacio que había dejado la puerta al abrirse. —¿Qué necesitas? —preguntó. —Abre la puerta y déjame entrar —exigí. No abrió la puerta. Él dijo: —Lo siento por la música. No la encenderemos otra vez. Mantuve los ojos en él y le informé: —Necesito hablar con tus padres. Se movió fuera del espacio, no totalmente, pero no podía ver su rostro. Luego caminó hacia atrás de nuevo y dijo: —Están dormidos.
—Tal vez usted pueda hablar con ellos en la mañana. —sugirió. Ugh. Qué ridículo. Puse la mano con la linterna en la puerta y empujé. El chico se jaló hacia atrás.
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—Tengo que hablar con ellos en este momento.
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¿En serio pensaba que era tan estúpida?
—¿Tus padres están aquí? —le pregunté. —Se lo dije. —Él estaba perdiendo la paciencia y lo mostraba. Sin duda, un mocoso—. Están durmiendo. —Hijo, no vamos a jugar a este juego —le dije—. Tus padres no están aquí. —Lo están —afirmó obstinadamente. Negué con la cabeza, terminé con él. —Abre esta puerta —dije bajo y tranquilo—. Inmediatamente. Sus ojos se movieron hacia un lado, luego de nuevo a mí y levantó su barbilla. —No estoy seguro que usted pueda venir aquí a menos que esté invitada. —No soy un vampiro, niño. No tengo que ser invitada. Pero incluso si fuera el no-muerto, soy dueña de esta propiedad. Ahora, abre la maldita puerta. Ahora. Empujó con más fuerza contra mí empujando más duro la puerta y ordenó: —Vuelva mañana. —Abre o yo…
Pero no caí. Esto se debió a un brazo enganchado alrededor de mi cintura que me arrastró hasta estabilizarme en mis pies. El brazo se quedó allí, férreo, encerrado alrededor de mi vientre, obligando a mi espalda a ajustarse a un marco duro y mi corazón dio un vuelco cuando oí el gruñido de Priest: —Jódeme.
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Perdí el control sobre mi bate y linterna ya que estaba a punto de caer en mis rodillas y tenía que estirar mis manos para amortiguar mi caída.
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No terminé mi declaración. Los ojos del chico se movieron hacia arriba, se abrieron al instante con miedo, y luego la puerta se abrió tan rápido que el chico se tambaleó hacia atrás y lo sentí caer.
Me tomó un segundo recuperarme de la sorpresa de él de repente estando allí. Entonces todo lo que estaba viendo, y oliendo, se estrelló en mí. Los tres chicos estaban allí, otros dos además, todos grandes y voluminosos. Había latas de cerveza por todas partes, también Jack Daniels y Absolut, varias botellas de ambos, algunas ladeadas escurriendo en mis bonitas mantas trenzadas y en mis fabulosos pisos, por no hablar de las latas de cerveza de la misma manera. El aire olía a vómito, cerveza, licores, cigarrillos, y marihuana. De hecho, había una nube de humo colgando en la sala y había ceniceros improvisados, estos hechos a partir de latas de cerveza rotas. Ellos no funcionaban muy bien, Lo sabía porque había quemaduras en mi mesa de centro. También había una chica en jeans, un suéter y botas sentada sobre su culo en la esquina, uno de los chicos inútilmente tratando de ocultarla con su cuerpo. Estaba en su culo en la esquina, hasta las rodillas, enroscada sobre sí misma, su cara metida en sus piernas, sollozando. Y había otra chica que otro chico removió cuando Priest y yo forzamos nuestra entrada (bueno, Priest lo hizo, yo tropecé). Era la única en el sofá, claramente inconsciente, su torcida ropa, el suéter empujado hacia arriba y podía ver su sujetador. La presión se acumuló en mi cabeza y estaba a punto de estallar, pero no lo hice porque descubriría en ese instante que tenía un problema mucho más grande en mis manos. Ese problema siendo Priest.
—Mis padres nos compraron el alcohol —respondió el chico, no respondiendo a su pregunta, su barbilla, su cuerpo alerta, con los ojos asustados. —¿La... lastimaron? —repitió Priest y giré mi cuello para mirarlo. Oh, sí.
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Su voz llegó baja, profunda, tranquila y mortal.
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—¿La lastimaron?
Tenía un problema mucho más grande en mis manos. —Ellos saben que estamos aquí. Están bien con todo esto —respondió el chico. De repente, no estaba siendo sostenida contra Priest. De repente, estaba de pie sobre mis propios pies, Priest estaba al otro lado de la habitación, el chico clavado en la pared por Priest sosteniéndose a sí mismo a dos centímetros de distancia, su barbilla baja, su cara frente a frente, el chico sin moverse, supuse, debido a la pura fuerza de la aterradora presencia de Priest. Movió un brazo detrás de él señalando a la chica todavía en su culo y sollozando. —¿Ustedes... jodidamente... la lastimaron? —gruñó. —La marihuana estaba mezclada con algo —respondió el chico rápidamente, con los ojos enormes, su cuerpo tembloroso y el miedo flotando fuera de él en oleadas—. No lo sabíamos. Ella fumó y se puso extraña así que ninguno de nosotros tomó más. Nadie la tocó. Ella ha estado llorando por cómo una hora o algo así. —La chica en el sofá —espetó Priest.
Gimió, se movió y luego se aflojó. Estaba completamente vestida, incluso tenía sus zapatos, lo que tomé como una buena señal. —Si dejas esta cabaña, rompo tus piernas antes de romperte el cuello. Eso vino de Priest y mis ojos se dispararon a él para ver que aún estaba cara a cara con el chico así que no estaba hablando con él. Por lo tanto,
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Ante esto, decidí dejar a Priest hacer lo suyo, lo cual pudo ser por miedo, pero tenía que priorizar. Así que corrí hacia la chica en el sofá, jalé su suéter hacia abajo, y tomé la manta que dejé para que los clientes se acurrucaran con ella frente a sus televisores o fuera en sus porches y la arrojé sobre ella.
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—Ella... ella... —comenzó el chico y se detuvo, probablemente así podría concentrarse en no ensuciarse a sí mismo, que era lo que su rostro estaba compartiendo que estaba haciendo, o cerca de eso.
miré la puerta para ver al chico que había estado encima de la chica en el sofá tratando de escapar. Ante las palabras de Priest, el chico se detuvo y se quedó completamente inmóvil, su manzana de Adán balanceándose, su mirada pegada a la espalda de Priest. Y esto fue la indicación a los idiotas de que los tenía vigilados y los mocosos de preparatoria no eran completamente estúpidos, porque no podía estar segura, pero tenía una idea de que la amenaza de Priest no era del todo vacía. »¿Quieren policías? Esto también vino de Priest y nadie respondió, principalmente porque los chicos obviamente no querían a los policías y no sabía por qué les estaba dando la elección. Volteó su cabeza y me miró con el ceño fruncido. »Cassidy —solicitó en un rugido furioso. Abrí la boca, pero no dije ni una palabra antes de que la voz rota de una chica llorara: —¡Estaremos en problemas! ¡Estaremos en problemas! ¡No puede llamar a la policía! ¡Perderé mi beca y los padres de Peyton enloquecerán totalmente! Estaba mirándola así que cuando se detuvo, dije suavemente: —¿Te lastimaron, cariño? Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
Ella negó con la cabeza. —No. Yo estaba... estaba... antes de que llegaras aquí, lo estaba quitando de encima de ella. No llegó muy lejos. —¿Estás segura? —pregunté.
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—¿Lastimaron a Peyton? —pregunté, agitando la mano para indicar a la chica en el sofá.
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—No. No. Solo estábamos de fiesta.
Ella asintió, moviendo la cabeza arriba y abajo rápidamente. Me acerqué a ella y me agaché cerca, sus ojos siguiéndome todo el camino. Seguí sosteniéndolos mientras decía en voz baja: »No le haces ningún favor a ella, no diciéndome la verdad en este momento. Sacudió la cabeza de nuevo. —Estaba sacándonos de aquí. Lo estaba. Lo prometo. Lo juro. No dejaría que eso suceda. La... la... la cosa que fumé se estaba disipando. Y Peyton tiene un novio en casa. Si algo pasaba, él enloquecería y rompería con ella y nunca lo superaría. —Prométemelo —susurré. —Él fue... fue... es un idiota —susurró, con los ojos como dardos más allá de mí a donde el chico que estaba encima de Peyton estaba de pie—. Pero no llegó muy lejos. —No le estabas ayudando cuando entramos. —Porque no estabas dejando que él te cerrara la puerta y sabía que estaban atrapados. Tú entrarías. La ayudarías y luego la puerta se abrió de golpe y salí del camino.
»Quiero salir de aquí —susurró. —¿Tienes un auto? —pregunté. Sacudió la cabeza de nuevo. —Vinimos con ellos. Iba a caminar con Peyton hasta la carretera y luego llamar a un taxi. —¿Dónde se están quedando?
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Levantó la mirada hacia mí, sosteniendo mi mirada, la suya mojada y asustada, pero inquebrantable.
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Revisé las facciones de una chica, alta, alcoholizada, aterrorizada y que no conocía, para tratar de averiguar si lo peor que podría suceder pasó en mi cabaña.
—Condominios Vista Real, por las laderas. Asentí en reconocimiento, me enderecé y me volteé hacia Priest. —Estoy llevando a las chicas a casa. Priest me miró fijamente, pero alzó su barbilla. —Trata con ellas, yo me encargo de esto —afirmó. No sabía lo que "esto" era o cómo tenía la intención de tratar con ello y no me importaba. Solo me importaba una cosa. Así que caminé a través de la cabaña y me acerqué a él. —Quiero que este lugar se limpie y quiero sus culos fuera de aquí, Priest. Aseado y malditamente limpio y que se vayan —susurré. —Será hecho —respondió secamente. Lo miré a los ojos, asintió, y me volteé. —Iré por mi auto. Tú despierta a Peyton. ¿Sí? —dije a la chica. Ella estaba empujándose a sí misma de pie y limpiando su cara pero aun así se las arregló para decir: —Sí.
Su rostro palideció y su garganta se convulsionó.
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—Un día —dije, mi voz suave, mi tono feo—, tendrás bebés. Un día, vas a tener hijas que vas a amar más que a nada en el mundo. Y luego, pasarán los días, las semanas, los meses, los malditos años —me incliné hacia él, mi voz degenerándose—, despertarás acostado, recordando esta noche. Recordando lo que le hiciste a esa chica. Asustado hasta la maldita muerte de que un idiota cabrón le esté haciendo esto a una de tus niñas. Sabiendo que podría suceder porque tú sabes, siendo esa clase de idiota, que hay un montón de idiotas por ahí como tú.
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Me acerqué a la puerta, me detuve en ella, y forcé mis ojos en el chico de pie allí.
—Ruega a Dios que lo que hiciste esta noche nunca te suceda con los bebés que vas a tener —dije en voz baja—. Pero estoy malditamente encantada de que vas a vivir con el terror de eso. Dicho eso, salí pisoteando para conseguir mi camioneta. Para el momento en que llegué con Annabelle (quien me dijo su nombre en mi Rover) y Peytin a Vista Real, conseguí dejar sus traseros en su condominio (también sin padres, ¿qué estaban pensando éstas personas?) y me ocupé de Peyton vomitando por una hora, después de eso les leí las cartas mientras Peyton estaba lloriqueando en el sofá, acurrucada contra Annabelle, quien la estaba acunando, la mecía, y me dirigí a casa, eran bien pasadas las cuatro de la mañana. Conduje directamente a la cabaña seis. No estaba la Navigator. La otra camioneta se había ido también. Estaba oscuro, al igual que en todas las cabañas, incluyendo la once, donde la Suburban de Priest estaba estacionada afuera. Aparentemente, Priest había cumplido con su deber y luego se había acostado. Encontré esto molesto. Lo sabía, lo sentía, pero no dejé afianzarse esa sensación. Este era Priest y tenía que aceptarlo. No tenía otra opción.
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Aplané el interruptor de luz y vi que estaba limpio como nuevo. El olor persistía en el aire, lo que significaba que probablemente tendría que usar champú en las alfombras y ventilar el lugar, pero no había nada que indicara que había sido destrozado tres horas antes, fuera de las quemaduras de cigarrillos en la mesa de café. Incluso caminé a través de los dormitorios, y el baño, y encontré que lo habían limpiado. Ni un par de ropa interior que dijera que esos perdedores alguna vez habían estado en la residencia.
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Aun así, salí de mi Rover, subí a la cabaña, y usé mi llave maestra para abrir la puerta.
Sintiéndome un poco mejor acerca de esto (un poco), agarré mi bate y la linterna que Priest había dejado acomodada en el sofá para mí, salí, cerré, y manejé mi Rover a casa. Entré sosteniendo mi linterna y el bate, dejándolos asentados en el hermoso, tallado y antiguo perchero que era una de las pocas cosas que los exdueños dejaron, que tenía la intención de mantener. Dejé la luz brillando intensamente en el vestíbulo, pero me dirigí directamente a la cocina a oscuras. Lo hice porque era donde estaba el bourbon. Caminé al armario donde guardaba mi bebida y estaba llegando a ella cuando la voz sonó detrás de mí. —¿Por qué no tienes un hombre? Salté, giré y me quedé mirando a la descomunal sombra sentada en mi mesa de la cocina (mi mesa, no de los ex-propietarios, la suya se había ido, estaba en buenas condiciones, de roble, sillas con respaldo inclinado, con una gruesa, robusta, tallada, magnífica pierna sosteniendo la mesa; la encontré en la Lista de Craig local y con una oferta escandalosa). Me quedé mirando a Priest, encontrando difícil hablar porque mi respiración se había vuelto pesada. »¿Por qué no tienes un hombre? —repitió. —Yo…
Pero fueron sus palabras las que me hicieron dejar de respirar. »¿Cómo es que una mujer que luce como tú no tiene un maldito hombre? —preguntó. —John —me obligué a decir.
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—Eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi jodida vida —dijo, su voz baja pero palpitante de una manera que me asustó de muerte.
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Escuché su silla raspar en el suelo de madera y mi cuerpo se puso recto mientras permanecía de pie, su presencia en las sombras una amenaza, incluso a través de la habitación.
—Ese no es mi nombre —respondió, su repentina furia cubrió la habitación—. Tú sabes que ese no es mi nombre, Cassidy. —Está bien, Priest —intenté de nuevo. Él se inclinó hacia mí amenazadoramente. —Ese tampoco es mi maldito nombre y tú sabes eso también —me espetó—. Lo sabes, mujer. Malditamente lo sabes. Entonces, ¿por qué carajos me rentaste una cabaña? No respondí porque no había respuesta a eso. Los dos lo sabíamos. Los dos sabíamos que no tenía por qué rentarle una cabaña. Los dos lo sabíamos. »Cada vez que vengo, rezo a Dios para que haya otra camioneta afuera de tu casa, un hombre en tu cama. Cada vez que vengo, nada. Estás sola. No tengo una maldita idea de por qué. Tú, de la manera que eres, graciosa, dulce, buena trabajadora. Feliz de sentarte afuera en el porche y sentarte calladamente, haciendo nada más que estar y escuchar el sonido del río. ¿La manera en la que luces y sin un hombre? ―Lo vi sacudir su cabeza con incredulidad―. No tiene sentido. Entonces me rentas una cabaña sabiendo que tendrías que mostrarme el camino y eso tiene incluso menos sentido. —Tú necesitas un lugar en el que quedarte y yo necesito el dinero. —Me atreví a señalar. —Tú necesitabas el dinero, Cassidy —replicó con rapidez—. Esa fue tu excusa al principio. No lo necesitas más, así que ambos sabemos que eso es mentira.
—Quiero saber por qué no tienes un hombre —dijo de regreso inmediatamente—. Y desde que no tienes un hombre, por qué no tienes un perro. Y un maldito Taser. Y una maldita lata de gas pimienta. —Yo… —¿Estuviste en una situación como aquella con una lámpara y un bate? —preguntó, estirando un largo brazo, molesto, señalando las cabañas de una forma que me hizo caminar hacia atrás y golpear la encimera—. Le restas a un
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—No sé qué es lo que quieres que diga.
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Levanté mis manos, en parte confundida, en parte suplicando.
chico como yo y entras en una situación como esa, estás malditamente demente. —Eran solo niños. Sabía eso. —Estaban borrachos, drogados; fuertes chicos de preparatoria con un anhelo por coños y sin escrúpulos acerca de cómo conseguirlos. Chupé mi labio entre mis dientes porque tenía razón. »¿Tienes un coño Cassidy? —preguntó deliberadamente. No le di una respuesta a esa pregunta porque sabía la respuesta. Desde que lo sabía, continuó contra mí. »Eres hermosa, mides un metro sesenta y cinco, con tetas y trasero, no importa que seas mayor que ellos, están de humor, ellos tomarían a esa hermosa mujer. La tomarán. La usarán. Malditamente la destruirán. —Yo… —Necesitas un maldito hombre —escupió. Decidí en ese momento no hablar, sobre todo porque no me estaba dejando decir nada, en parte porque me asustaba de muerte, y por último porque podría despotricar por siempre. Eventualmente se cansaría y se iría. Él siempre se iba. Venía. Se iba.
Ese miedo de que sin importar quien fuera él, cualquier cosa que hiciera, que pasara esa noche, hizo muy claro de cierta forma que no podía continuar ignorando que significaba algo para él, y estando conmigo, incluso si no estaba nunca realmente conmigo, me traía peligro. Así que él nunca vendría de nuevo. El peligro que podría traer no me asustaba.
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Pero ese pensamiento me dio un nuevo miedo, un miedo más grande que cualquiera que hubiera tenido en mi vida.
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Y nunca cambiábamos.
La idea de perderlo, sin embargo… No tenía idea de por qué, pero eso me petrificaba. Mi cuerpo se sentía apretado cuando su voz sonó de nuevo, esta vez tan gutural, era una tortura. »¿Por qué no tienes un maldito hombre? Su obvio dolor me atravesaba, mis labios se movieron, y cuando lo hicieron fue para susurrar: »Cariño. Y entonces ya no estaba al otro lado de la habitación. Él estaba justo allí, sus brazos encadenados a mi alrededor, una mano en mi cabello tirándolo hacia atrás y no gentilmente, su boca estrellándose con la mía. No lo dudé ni un segundo. Abrí mis labios. Él introdujo su lengua con un gruñido salvaje que me atravesó, directamente, hasta el fondo, detonándose entre mis piernas. Y estaba de pie, pegada contra él pero moviéndome con rapidez. Entonces estaba abajo, mi espalda en la mesa de la cocina, Priest (o quien fuera que fuese) se inclinó sobre mí, su lengua tomando, sus grandes manos moviéndose sobre mí justo como si supiera cómo deberían hacerlo. Lejos de ser gentiles.
Demandante. Increíble. Estaba lista. Su lengua en mi boca, su esencia en mi nariz, su gran cuerpo inclinado sobre mí, esas manos en mí, estaba lista. No tenía nada que ver con no tener un amante por meses.
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Codicioso.
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Duro.
Tenía todo que ver con el hombre que se llamaba a sí mismo John Priest. Así que enrosqué mis dedos en su térmica y la levanté. Él alejo su boca de la mía instantáneamente, arqueando su espalda. Sus manos fueron detrás de su cuello, se la arrancó y la tiró a un lado. Entonces movió sus brazos de nuevo a mí alrededor, pero sus dedos tirando de mi térmica. De inmediato levante mis brazos en el aire, la arrancó y la tiró lejos. En un aliento, sentí mí sujetador desabrocharse en la espalda, su dedo arañando entre mis senos, jalando, los tirantes arañando mis brazos que fueron forzados al frente para acomodarme a su lanzamiento. Entonces estaba inclinado sobre mí y estaba forzada de nuevo contra la mesa, su mano trazando un camino desde mi cuello hacia abajo. Se aferró a mi pezón y lo tomó, duro y afilado. Grité, mis dedos se sumergieron en su cabello. —Nombre —respiré. Él succionó más fuerte. Me retorcí debajo de él. —¡Nombre! —exigí. Él soltó mi pezón y su boca vino a la mía. —Deacon —retumbó contra mis labios. —Deacon —suspiré y entonces estaba besándome de nuevo.
De repente perdí su boca pero no me importó (mucho) porque mis jeans y bragas fueron arrastradas debajo de mis piernas. Los sentí a mis pies y se había ido una bota y un calcetín. Luego el otro. Finalmente estaba desnuda en la mesa, mis piernas abiertas con grandes manos agarrando mis muslos y los lados de mis rodillas, y él estaba abajo.
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Sentí sus manos en mis jeans y sabía lo que significaba. Quería lo que significaba. Entonces mis manos fueron allí. Nuestros dedos chocaron, tuve el botón, él bajó la cremallera.
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Mis dedos todavía en su cabello, lo mantuve hacia mí y respondí el beso, dándole todo, tomando todo lo que podía.
Como en abajo. Sobre sus rodillas en el piso, su boca entre mis piernas. Alimentándose. Dios. No alimentándose. Comiendo. Mi espalda dejó la mesa. Mis piernas tenían espasmos contra su agarre, las puso sobre sus hombros, ahuecó mi culo en sus manos, y me jaló más profundo contra su boca. Enterré mis talones en su espalda, mi propia espalda arqueándose más alto, mientras un chillido escapaba de mis labios y mi clímax pasaba a través de mí, partiéndome, destrozándome. En el buen sentido. De la manera en la que tenía que ser. Antes de que estuviera cerca de calmarme, Deacon estaba sobre mí. Sentí la punta de su polla deslizándose a través de la humedad, él captó donde tenía que estar y penetró, llenándome. —Cariño —respiré, envolviendo mis brazos aparentando a su alrededor, levantando mis rodillas más alto, presionando mis muslos a su lado mientras se introducía en mí. »Mierda. Años —gruñó contra mi cuello, impulsando profundo.
Él había esperado, conteniéndose, queriendo, tal vez esperando. Justo como yo. —Años —susurré. —Mucho tiempo —gruñó.
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Dios.
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Oh Dios.
—Demasiado tiempo —accedí, bajando de mi clímax, introduciéndome en otro mientras tomaba su polla y sentía sus dientes en mi lóbulo. —Hermosa —dijo entre dientes. —Encajas. Perfecto. —Estrecha. Tan mojada. Joder —gruñó, golpeando dentro de mí. —Se está construyendo de nuevo —le dije, mi voz entrecortada y aguda, el placer amplificándose. —Móntala, Cassie. Cassie. Oh, hombre. Él era el correcto. Esto era correcto. Nosotros estábamos bien. Hermoso. Me sostuve con fuerza y luego con fuerza mientras levantaba la cabeza, y metía mi rostro en su cuello, y gemía mi segundo orgasmo en su piel. Él empujó duro y rápido entre mis piernas, luego con un gruñido que se convirtió en un largo gemido, se me unió.
La sensación de él dentro de mí. Moviendo mis manos para tomar la suave piel sobre el musculo apretado en su espalda. Atrayéndolo a través de mi nariz para memorizar la esencia de su cabello haciéndome cosquillas en la nariz. Sabiendo que finalmente habíamos cambiado. Sabiendo que esto se estaba acabando.
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Pero mientras lo hacía, el pánico se apoderó de mí y traté de aferrarme a ello incluso mientras peleaba contra la desesperación que se apoderaba de mí. Memoricé con claridad que significaba que nunca perdería los recuerdos.
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Me mantuve descendiendo y luego me aferré a escucharlo más fuerte haciéndolo.
Lo poco que tuvimos, las minucias que me había dado, acabado. Él iba a tomar esto, darlo, sin permitir que ninguno de los dos tuviera más, dejarlo y nunca volver. Él permaneció enterrado, su rostro en mi cuello, su respiración volviéndose más regular, pero incluso si no era la posición más cómoda en el mundo para él cuando no lo estaba haciendo, no se movía. Tal vez él también lo estaba memorizando. Y fue glorioso. Todo acerca de él. Todo lo que acabábamos de compartir. Todo lo que me hacía sentir cuando me dijo que era la mujer más hermosa que había visto. Cuando me dijo en su particular manera qué tan lejos estaba bajo su piel. Cuando me besó con una ferocidad que era vertiginosa, me tocó con desesperación, me dio dos orgasmos en la mesa de mi cocina. Teniendo todo eso y sabiendo que no podía mantenerlo, tenía que acabar esto. Ahora. E hice esto preguntando suavemente, mi voz tan asustada como me sentía, mis palabras chorreando miedo y tristeza. —¿Ahora hemos cambiado? Un sonido bajo arrancado de su garganta mientras metía su cabeza más hondo en mi cuello y sus manos empujando debajo de mí, sus brazos bloqueados a mí alrededor. —¿Deacon?
Pero era la única que sabía que tendría. Tragué saliva. Deacon sacó su rostro de mi cuello, un brazo de mí alrededor, y puso su gran mano al lado de mi cabeza mientras respiraba a la distancia. »Hemos cambiado —dijo gentilmente.
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Esa no era la respuesta que quería escuchar.
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—Joder, me estas matando —murmuró en mi piel.
Cerré mis ojos y giré lejos mi cabeza. Deacon se salió y me moví para girar por mi lado y bajarme de la mesa, y tomar mis prendas lo más rápido que pude. Hice el giro a mi lado antes de que dejara un pequeño chillido porque estaba arriba en sus brazos y él se estaba moviendo fuera de la cocina. —¿Qué-Qué estás haciendo? —pregunté, levantando mi cabeza para quedarme mirando su perfil en las sombras. No dijo nada pero entró en el color mientras que caminaba por el vestíbulo a las escaleras. No dije nada tampoco mientras él nos movía escaleras arriba. Entramos a mi habitación mientras me llevaba directamente a la cama. Me empujaba mientras me abrazaba y tiraba las sabanas. Entonces estaba en la cama y las sabanas estaban sobre mí pero él se inclinaba en mí, un puño en la cama a cada lado, su rostro demasiado cerca. —Voy a cerrar la casa. Volveré. Él iba a cerrar la casa. Y luego iba a regresar. Él iba a cerrar la casa y volvería. No quería que cambiara de idea. Entonces dije:
Así que él podía tocar gentilmente. Estaba fuera de mí con alegría de que tenía ese conocimiento. Junto a mí con alegría. Lo que significaba que por primera vez desde que John Priest/Deacon quien fuera, apareció en mi puerta, estaba realmente feliz.
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Sentí su dedo pasar suavemente por mi clavícula antes de que se alejara de la cama.
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—Está bien.
Sabía que esto estaba mal.
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Pero permanecí allí esperando a que volviera, e intentaba como podía, no dejar de sentirme nada más que bien.
5 Hasta mis Huesos Traducido por Oriale165, HeythereDelilah1007 y Debs Corregido por Debs
U
n golpeteo sonó en la puerta de la planta baja y desperté sobresaltada, atontada sintiendo un cuerpo duro debajo de mí, el cual estaba cubriendo parcialmente, en parte cayendo de
costado.
Levanté la mejilla de la cálida piel y giré mi cuello, mis ojos somnolientos encontrando a Priest… no, al oscuro Deacon, su cabeza despeinada descansando en mis almohadas, sus somnolientos ojos ámbar dirigidos hacia mí.
El enojado golpeteo que no cesó, pinchó mis pensamientos y parpadeé. Me enfoqué en Deacon y susurré: —Los padres de ese chico. Ante mis palabras, instantáneamente envolvió ambos brazos a mí alrededor, rodé en mi espalda, me dejó ir y rodó hacia el otro lado, fuera de la cama.
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Puesto que hizo eso, y probablemente agotada después de todo el drama, por no mencionar los dos orgasmos, lo hice también.
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Ante la vista de él, olvidé cada cosa excepto todo lo que lo involucraba. Lo que pasó anoche (o temprano esta mañana). Lo qué pasó cuando vino a mi habitación, se quitó su ropa, se acostó en la cama, me acunó en sus brazos, y no hizo el amor conmigo de nuevo, sino que cayó dormido como si me hubiera sostenido cerca cada noche de su vida por una década. Y cuando se quedó dormido, lo hizo profundamente, al igual que durmió el sueño de un hombre satisfecho, que tenía todo lo que necesitaba.
Vi el firme, bien redondeado sin obstáculos-a-la-vista-culo masculino y parpadeé mientras una inyección se disparaba entre mis piernas. Entonces lo vi desdoblar y jalar sus pantalones. Hizo esto con furia. Oh hombre. Me di la vuelta para el otro lado, pero él estuvo fuera de la puerta antes de que llegara al armario. Me puse unos pantalones (sin ropa interior), una camiseta térmica (también sin ropa interior, pero encima un top, si eso pudiera decirse sin ropa interior), e hice esto rápidamente, saltando, y en el extremo opuesto de la habitación, en el pasillo y al bajar las escaleras. —Tiene suerte de que no hemos llamado a la policía. —Oí decir a la voz de un hombre iracundo y apresuré mis últimos pasos para ver a Deacon, en su térmica de anoche, sus pantalones puestos, descalzo, restringiendo la entrada. Era tan grande que no podía ver más allá de él, pero no lo necesitaba. Sabía quién era. La amenaza dicha, Deacon, siendo Deacon no importaba como lo llamaras, como era de esperar no respondió. —¡Usted puso sus manos sobre mi hijo! —espetó el hombre.
No sabía qué hacer con esa maniobra excepto pensar que se sentía adorable. Incluso siendo bajita (más o menos) y él siendo alto, estando con él así, se sentía increíble, como si encajáramos juntos a la perfección. Desafortunadamente, no me pude dar un momento para disfrutar de esa sensación.
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—Yo estuve allí —afirmé mientras Deacon se movía pero solo para envolver un brazo alrededor de mis hombros y me presionó firmemente a su lado.
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Llegué a la escena de esta ridícula acusación y no dudé en presionarme en el costado de Deacon, empujándome bajo el brazo que tenía una mano en su cadera. Me sorprendió vagamente cuando no trató de sujetarme de vuelta. Pero cuando tuve mi posición, me enderecé y vi a los padres, al hombre al frente, la mujer tras él mirando con enojo a Deacon, ambos dando la cara.
Tuve que mantenerme hablando. —Él no tocó a su hijo. El hombre movió su enojada mirada hacia mí. —Eso no es lo que dice mi hijo. —Podría importarme lo que su hijo dice si usted hubiese criado a un chico con una pizca de decencia —respondí—. Puesto que no lo hizo, no me importa. El hombre se echó atrás, pero la mujer se inclinó hacia adelante. —¡Cómo se atreve! —siseó. —Interrumpimos un intento de violación —anuncié. Ambos se echaron hacia atrás. —Síp —afirmé—. También dañaron mi propiedad. Estaré cargándolo a su tarjeta de crédito. Por desgracia, no hay ningún cargo por asustar a un par de chicas adolescentes casi hasta la muerte y enseñarles la dura lección de que hay idiotas extremos en el mundo o le cobraría por eso también, concédales eso, y fomentar una seria juerga. —¡No me cobrarán un centavo extra! —gritó el hombre. —Absolutamente lo haré —espeté. Él avanzó, apuntando sobre todo hacia mí, en otras palabras cometiendo un gran error, haciéndolo al decir:
El hombre retrocedió pero lo hizo hablando. —Usted no puede… Deacon lo interrumpió:
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—Retroceda —gruñó Deacon, mientras se movía minúscula pero significativamente. El hombre se estremeció y volteó su mirada hacia la de Deacon—. Ahora —finalizó.
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—No pienses…
—Puedo hacer cualquier mierda que quiera. Está en una propiedad que no le pertenece, hijo de puta. Retroceda maldita sea, cálmese de una puta vez, y dese cuenta que no está tratando con malditos idiotas. —Su lenguaje no es necesario… Deacon lo interrumpió. —Tomé fotos, imbécil. La cabeza del hombre se sacudió. —Sí —continuó Deacon—. Fotos del desastre y de esos chicos limpiando ese desastre. Vomito. Borrachera. Drogas. Cigarrillos. El daño que causaron. No toqué a ninguno de ellos, pero ellos tocaron a dos chicas y mi mujer sabe dónde están esas chicas. Piense, ella las salvó de la mierda que esos chicos estaban repartiendo anoche, la respaldarían si ella se los pide, usted está jodidamente mal. Ellas saben que lograron librarse de un mundo de dolor que podría perseguirlas por el resto de sus jodidas vidas, dolor que su jodido-hijo de puta estaba dispuesto a servirles. Tuvo suerte. Ellas quisieron dejarlo atrás y seguir adelante. Usted los arrastra a esto, no enseñe a su hijo la lección que se merece, no pague por el daño que él y sus amigos causaron, usted es un jodido-hijo de puta igual que él. Estaba aturdida de que Deacon pudiera usar tantas palabras a la vez. También pensé que Deacon llamando a ese chico, y a su padre, unos “jodidos-hijos de puta”, fue bastante gracioso.
El hombre negó con la cabeza lentamente, como si fuera una mujer cepillando su cabello en sus hombros. –Obviamente, no tenía idea de lo que pasó. —Acabamos de decirles —respondió Deacon—. Recibirá una carta con una factura pero en su tarjeta van a cobrar unos miles de dólares extra. Entienda. Y no decline el cobro. Y nunca vuelvan a Glaciar Lily. ¿Está conmigo?
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—Hombre —Deacon se inclinó hacia el tipo, llevándome con él, y con prudencia, el tipo se echó hacia atrás—, anoche, cuando entramos uno de los amigos de su chico estaba tratando de violar a una chica adolescente, ¿y piensa que no es necesario ser insultante?
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—Es casi innecesario ser insultante —dijo el hombre entre dientes.
—Como si alguna vez quisiera volver a este lugar —contestó el hombre con sarcasmo. —Bien que se sienta de esa manera —murmuró Deacon antes de que nos moviera hacía atrás y cerrara la puerta en la cara del hombre. Levanté la vista hacia él para decirle cuan maravilloso había sido, cuan maravilloso era, y probar mi suerte saltando a sus huesos en mi recibidor. No tuve ni una palabra porque vi la mirada en el rostro de Deacon y las palabras murieron en mi garganta. Esa mirada estando en blanco. Vacía. Sin emociones. Acabábamos de tener una escena con dos padres. Había pasado la noche conmigo, metida a su lado en mi cama. Habíamos tenido sexo en la mesa de mi cocina. Me había dicho cómo se sentía acerca de mí (o algo así). Y estábamos de vuelta a esto. Entonces levantó sus dos manos, deslizando sus dedos a lo largo de mi mandíbula y acunándola en sus palmas, sus manos tan grandes, dedos tan largos, las puntas de sus dedos se deslizaron en mi cabello, y los presionó en mi cuero cabelludo. Contuve mi respiración mientras miraba sus ojos. Ojos que viajaban a través de mis rasgos, aun vacíos, aun sin emociones, pero tomándome. No me moví, no hablé. Sentí que él estaba tomando ese momento, haciendo una decisión. Y quería que él viniera con la correcta.
Me encantó eso. Malditamente me encantó. Pero aun cuando ese sentimiento se disparó a través de mí, podría encontrar que estaba equivocada. Lo supe cuando me dejó ir. Giré rígidamente para verlo deambular hacia las escaleras y subirlas.
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—La mujer más hermosa que jodidamente he visto.
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Creo que lo hizo cuando murmuró:
Me quedé allí, con los ojos pegados a las escaleras, así que estaba inmóvil en el mismo lugar exacto cuando regresó, esta vez usando sus botas. Fue entonces cuando supe que tenía razón para entrar en pánico anoche. Lo había perdido. Me había dado algo. Algo precioso. No haciéndome sentir como una puta estúpida que dejó que un extraño la follara en la mesa de la cocina, entonces lo quitó y salió, e hizo esto pasando la noche conmigo, sosteniéndome en sus brazos. Pero eso era por mucho todo lo que tenía para dar. ¿Honestamente? Me sorprendió que tuviera eso en él. Me alegré de todos modos. Dicho esto, no me hizo sentir en lo más mínimo un poco mejor. Vino hacia mí e hizo lo mismo que había hecho antes, excepto que solo una de sus manos acunó mi mandíbula, las yemas de sus dedos presionando mi cuero cabelludo.
Dejé de pensar esto cuando la yema de su pulgar susurró a través de mis labios. Fue cuando las lágrimas pincharon mis ojos. Porque sabía que entonces él me dejaría ir.
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Fue mi turno de dejar a mis ojos viajar a través de sus rasgos. Tomando su belleza masculina. Memorizándolo. Sabiendo que, tan loco como sonaba, nunca lo olvidaría. Por razones que desconocía y que nunca tendría la oportunidad de entender, siempre habría una parte de mí que sería para él. Siempre habría pensamientos en el fondo de mi mente, azotándome, persiguiéndome, haciéndome preguntarme, si él me dejaría entrar, aunque fuera solo un poco, cómo habría sido.
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Tomé su toque, queriendo más, mucho, mucho más, y lo miré, sabiendo que ya había conseguido más de lo que Deacon estaba dispuesto a dar. Lo hice sabiendo también, que no había manera que me dejara ser codiciosa.
Para siempre. Sin registros de entrada. Sin una Suburban en la cabaña once. Sin John Priest. Ningún hombre llamado Deacon. Estaba en lo correcto esta vez. Sin una palabra, su mano cayó de mí, se volteó, y se fue por la puerta.
Más tarde esa mañana, después de haber hecho las rondas con los inquilinos que todavía estaban en sus cabañas para pedir disculpas por los ruidos de anoche, Milagros y yo nos quedamos en la cabaña seis con las ventanas y puertas abiertas. Inspeccionamos el espacio. —Tomaré la manta junto con las sábanas para lavarlas —murmuré. —Necesitaré champú para el sofá, así como también para las alfombras para sacar ese olor —murmuró ella en respuesta. Ella lo haría. El hedor era persistente. Podríamos ventilar la cabaña por un año y seguiría oliendo a vómito, marihuana, cigarrillos y cerveza.
Me miró. —Manuel puede lijarla y repintarla. Moví mi mirada hacia la mesa de café. Me gustaba esa mesa de centro. De hecho, la había encontrado en la tienda de antigüedades en Chantelle y di gracias a mi buena suerte, era tan genial, en tan buen estado, y tan barata.
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Ella era unos centímetros más baja que yo. Tenía siete años más que yo. Y era discutible (yo argumentando que ella lo tenía, ella argumentando que no lo tenía) que tenía mejor cabello que yo.
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—Veré en Craig’s List, pero tal vez este fin de semana, ¿es posible que quieras ir conmigo a ese lugar de antigüedades en Chantelle a buscar una nueva mesa de centro? —pregunté y miré hacia ella a mi lado.
Sin mencionar, que Manuel no me cobraría miles de dólares reparándola y así podría ahorrar el resto y eso no sería un asco. Miré de nuevo a Milagros. —Eso sería increíble. Sonrío y respondió: —Le pediré que venga después del trabajo y lo haga esta noche. Pero podría tomarle el fin de semana para regresártela. Eso funcionaba para mí y así se lo dije. —Está bien. Esta cabaña está reservada hasta la próxima semana, pero si él no la ha terminado, traeré mi mesa de centro para que funcione como sustituto. Asintió y me sonrió. Le di una mini-sonrisa (lo cual era todo lo que tenía en mí, después de los acontecimientos de anoche y esta mañana), y trasladé la pila de sábanas del sofá que habíamos quitado de las camas. Las fundas de los edredones estaban en otra pila. Vendría después por ellas para así lavarlas con una carga de suavizante, con la esperanza de quitarles el olor a humo. Ella se dirigía a la lavadora de alfombras mientras yo me dirigía hacia la puerta diciendo: »Ven a la casa por una copa antes de irte.
»¿Estás bien? —preguntó. Milagros. Madre de cinco niños, esposa amorosa de un buen hombre, ambos indicadores de que podía leer fácilmente a las personas. Y me podía leer, porque yo no lo estaba. Tenía el corazón roto por culpa de un extraño. No sabía cómo había pasado. Solo sabía que lo tenía.
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Me detuve en la puerta y la miré para encontrar su mirada sobre mí, amable pero evaluadora.
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—¿Cassidy? —preguntó como respuesta.
Realmente no sabía cómo es que me estaba moviendo, estando de pie, y respirando, en vez de estar acostada en mi cama sollozando. Pero dado que lo estaba, iba a seguir con ello. Podría derrumbarme esta noche, cuando estuviera sola en mi cama (otra vez) y no fuera necesario hacer nada hasta mañana. —Solo estoy cansada —respondí, con suerte la verdad. Simplemente no toda la verdad—. Hubo mucho drama anoche y simplemente no dormí mucho. Ella asintió y luego me dijo: —Manuel se preocupa, tú estás aquí sola. Él, aparentemente, no era el único, y eso no solo incluía a John Priest/Deacon Quien sea, sino, por la mirada en su rostro, a Milagros. —He estado haciendo esto durante seis años cariño —le recordé. Ella me dejó tener eso cuando respondió calmadamente: —Nosotros simplemente nos preocupamos. —Estaré bien. —Forcé una sonrisa—. Soy una chica ruda. Me sonrió de vuelta pero sabía que no estaba metida en ello, justo como yo.
Entonces ella dijo: —Necesitas tomarte una noche. Manuel y yo vendremos; tú sal con tus chicas. Ella tenía razón. Necesitaba tomarme una noche libre, llamar a algunas amigas y planear algo que no se relacionara con Glaciar Lily.
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Para Milagros, a ella no le gustaba lo que había sucedido la noche anterior y Manuel, siendo un hombre con tres hijas y dos hijos con los que compartía durante mis frecuentes comidas en su casa, que hubiese pateado por ahí por un tiempo solo para que supiera como el mundo podría joderte (aunque él no usaba esas palabras), le gustaría menos.
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Para mí, yo tenía el corazón roto.
Sin embargo, ese algo no tendría la charla de chicas que debería incluir, o sea, tu historia sobre el hombre que por alguna manera logro escabullirse hasta tu corazón y luego lo había roto en una noche. De hecho, nunca les diría sobre Deacon. Nunca le diría a nadie acerca de Deacon. No solo porque no sabría qué decir, porque no podía entender por qué estaba sintiendo esto, pero porque sabía profundamente en mi alma que él no querría que yo susurrara una palabra sobre él a quien fuera. Esa era la última cosa que tenía para darle, y se la iba a dar. —Te lo haré saber —le dije a Milagros. —Eso estará bien —me respondió. Arrastré las sabanas más cerca y le di un pequeño gesto de despedida con la mano. Se despidió de vuelta y se dio la vuelta hacia la lavadora. Llevé las sabanas hasta mi cobertizo, donde había una gran lavadora industrial y una secadora que yo usaba para hacer la lavandería de las cabañas. Metí las sabanas dentro, llené los recipientes de detergente y suavizante de telas al máximo, vertí el gel blanqueador, y la puse en marcha. Entonces fui a mi casa, aspirando profundamente y manteniendo adentro el aire mientras abría mi puerta, mis ojos en el piso, segura de que vería ahí la llave de la cabaña once.
Él me había dicho cuándo se había registrado que iba a estar aquí durante cinco días. No podría querer quedarse toda la visita después de todo lo que había pasado. ¿O si podría?
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Mi aliento salió en un suave borbotón cuando vi que no había llaves.
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La Suburban de Deacon se había ido cuando yo había caminado hacia las cabañas, lo que significaba que Deacon se había ido. Pero no se iría sin devolverme mi llave. Y si yo fuera él, me evitaría el hacerlo, como al esperar hasta que dejara la casa antes de deslizarla por la abertura debajo de la puerta y luego desaparecería para siempre.
Y si lo había hecho, ¿eso significaría que en un mes, o tres, u ocho él regresaría y nos llevaría de vuelta a dónde estábamos? ¿Lo vería en el registro, y deslizaría su llave por la abertura mientras iba de salida? Él había dicho que habíamos cambiado. Ahora me estaba preguntando qué significaba eso. Pero no podía pensar en eso. Pensar en eso me volvería loca. O al bourbon. O a la cama a sollozar hasta el olvido y yo tenía cosas que hacer y fundas de edredones que lavar. Tenía que pensar en otras cosas y con suerte llevaría a cabo mis propios asuntos para así tener un millón de otras cosas en las que pensar. Lidié con alrededor de cinco de esos, dichosos correos electrónicos de registro, confirmando reservas que acababan de entrar, manejando mi calendario, lidiando con las cancelaciones, y buscando el número de teléfono de los Condóminos Vista Real. Llamé y pedí pasar a través del de Annabelle y Peyton, solo para ver si ellas estaban bien. La recepción me transfirió pero no hubo ninguna respuesta. Desconecté, decidida a no dejar un mensaje de voz y en lugar de eso montarme en mi Rover y manejar para ver cómo estaban en persona. Tomé esa decisión cuando escuché un toque en la puerta. Miré hacia el vestíbulo.
Me saqué a mí misma de la silla, caminé hacia el vestíbulo y me detuve en seco. Esto era porque podía ver el gran cuerpo de Deacon por la ventana de mi alcoba principal silueteado por el sol de tarde detrás de él y parcialmente oscurecido por mis cortinas transparentes.
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Tal vez era otro arrendatario o alguien que vio el anuncio y se acercó, pensando correctamente: una noche en Glaciar Lily era simplemente lo que necesitaba. Esto no pasaba muy a menudo, yo mayormente rentaba por reservación, pero pasaba.
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No podía ser Milagros. Lavar alfombras y muebles tomaba para siempre y la mujer era una loca perfeccionista. Aunque los chicos hubieran limpiado la cabaña, ella iría de nuevo ahí hasta que pudieras comer del piso.
Mi corazón latía fuerte en mi pecho y mi mente estaba combatiendo entre estar molesta porque él estuviera arrastrando sus porquerías fuera (y no lo conocía pero eso no parecía muy… suyo) y estar regocijándome por poder verlo una última vez. Déjaselo a Deacon para pagar la cuenta e irse en persona la única vez no querría que lo hiciera. Me obligué a guardar la compostura, caminé hacia la puerta, le quité el seguro, la abrí, y miré hacia su impasible, pero imposiblemente apuesto rostro, deseando en ese segundo que me tomara en la mesa, con las luces prendidas, para que así pudiera observarlo hacerlo. Lo que hice fue abrir mi boca para decir algo. Y otra vez, nada salió. Él se movió hacia mí y me vi forzada a moverme para atrás. La cosa era, él se seguía moviendo. No se detuvo, gruñó algo y me entregó mi llave, luego salió del establecimiento inmediatamente (esto siendo lo que me había imaginado sería la forma que tenía Deacon de despedirse). Me di la vuelta para verlo moverse y vi que tenía una bolsa de papel marrón, la parte superior enrollada e inmovilizada en su puño, y él se dirigía hacia mi cocina. Aturdida en silencio por esto, cerré la puerta y lo seguí. Me detuve a dos pasos de mi cocina para verlo en la mesa, la mesa en donde me había follado.
Lo observé preguntándome qué sucedía. ¿Había comprado comida? Su cabeza se giró ligeramente, no completamente, para que así fueran solamente sus ojos los que se deslizaban hacia mí.
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Al igual que él (aunque sin lo de estar aturdido) pero no lo hizo inmóvil. Estaba desenrollando la parte superior de la bolsa que había puesto sobre mi mesa.
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Verlo parado ahí, el sol entrando por las ventanas interrumpido por los árboles que rodeaban mi casa, como si lo hubiera hecho miles de veces antes, me hizo quedarme aturdida en silencio.
—Cassidy, aquí. ¿Aquí? ¿Me estaba llamando? Estaba demasiado aturdida por lo que estaba pasando para retroceder. En lugar de eso, mis pies se movieron suavemente y fui hasta allá. Me detuve a dos pies de distancia. Él estaba alcanzando la bolsa. Sacó una lata negra que se veía como repelente para insectos pero tenía un gatillo mucho más grande. »Gas pimienta —declaró y mis ojos salieron disparados a los suyos—. Guárdalo en algún lugar donde no te estorbe, pero en el que lo puedas alcanzar. Sacúdelo para traerlo a la vida. Apunta. Dispara. No lo hagas en un espacio cerrado o en contra del viento. No incapacitará a alguien pero si los volverá más lentos. Dispáralo, y malditamente aléjate. Lo miré fijamente pero él no me miró. Escuché la lata golpear la mesa y estaba de vuelta escarbando en la bolsa. Mis ojos se deslizaron hacia abajo y lo vi sacar tres latas pequeñas que eran plateadas y tenían tapas negras. Las alineó en la mesa junto a la otra gran lata negra. —La misma cosa —declaró y volví a mirarlo—. Más pequeñas. Una para tu turno de noche. Una para tu bolso. Una para algún lugar dentro de la casa. Estás se vencen en un año. Cuando lo hagan, deséchalas cuidadosamente y luego reemplázalas.
Sacó una caja. —Taser —dijo—. Mantenla cargada. Mantenla en un alcance fácil pero también fuera del camino. Dos descargas serán suficientes, ambas te mandarán una sacudida, pero si solo una alcanza a tu objetivo, puede que lo detenga pero no lo dejará inmóvil. Llega a él, mantén tus dedos en el gatillo durante tres segundos y luego suelta el arma y huye.
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Él elevó agudamente la barbilla para reconocer mi convenio y volvió a la bolsa.
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—Yo… ehm… —balbuceé—. Está bien.
No dije ni una palabra mientras dejaba la caja sobre la mesa, volvía a la bolsa y sacaba otra caja, sosteniéndola como la anterior y dándose la vuelta de nuevo hacia mí. »Arma paralizante. El Taser no te sirve para un rango largo, pero si para algunos metros. Este es de corto rango. Por esto me refiero a que el hombre esté lo suficientemente cerca para alcanzarlo. Actívalo y luego tócalo con eso, otra vez, tres segundos. Esto lo inmovilizará. Entonces te vas. Tienes una situación, agarras el gas, el arma paralizante, el Taser y tu teléfono. Tu teléfono es lo más importante. Cuando los retrases o los incapacites, tú te apresuras a volver a la casa y lo haces mientras llamas a la policía. —Correcto —susurré, no completamente segura sobre lo que estaba sucediendo excepto por el hecho de que Deacon quería mucho, mucho, que yo estuviera preparada si otra situación pasara en mis cabañas. No tuve la oportunidad de compartir con él que en seis años, solo había tenido dos, y solo había estado involucrada en una de esas (y nunca compartiría eso con él, eso no significaba que no tuviera gente molesta, grosera o deshonesta que hubieran intentado una gran variedad de situaciones en las que quisieran embaucarme). No tuve ni una oportunidad cuando él lanzó la caja del arma paralizante sobre la mesa, su mano salió disparada y se envolvió apretadamente alrededor de la mía.
Lo observé con cierta fascinación mientras entraba al buscador de mi página web y empezaba a escribir. No me sorprendió que escribiera usando solamente sus dos carnosos índices en el teclado. Lo que si fue sorprendente fue que él no iba lento y seguro. Iba rápido.
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Fuimos directamente al estudio, derecho hasta mi computadora, donde nos detuvo y me dejó ir. Entonces metió su mano en su bolsillo y sacó un pedazo de papel arrugado. Lo alisó superficialmente y lo lanzó sobre mi escritorio mientras sacaba mi silla del camino y se inclinaba hacia mi computadora.
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Tampoco tuve ninguna oportunidad para procesar el sentimiento de su gran guante envuelto alrededor de mi mano, y en cómo de maravilloso se sentía. Esto se debió al hecho de que lo estaba siguiendo fuera de la cocina, mayormente porque él me estaba arrastrando.
Presionó ENTRAR y luego se enderezó. —Llámalos —declaró, señalando la pantalla de la computadora—. El criadero más cercano tiene una camada en camino. Se espera que queden alrededor de dos semanas para el parto, vas a tener que esperar seis semanas después de eso. Ellos ya tenían tres personas que ya habían puesto un depósito por adelantado pero los convencí de que te dejaran escoger primero. Mañana, iremos allá y les daremos lo que les prometí para así convencerlos de que te dejen hacer eso. Parpadeé hacia la página web que era sobre pastores alemanes, las palabras de Deacon volando a través de mí porque había dicho que tendríamos que manejar hasta allá mañana para poner un depósito para tener un perro. Y la mejor parte de ese revoloteo era la palabra nosotros. Está bien… ¿Qué estaba sucediendo? Dificultosamente mi mirada se levantó hacia la suya y él continuó sorprendiéndome mientras seguía hablando.
La abrí de nuevo y la cerré. Miré hacia abajo en la página web, una gran foto en el inicio, de una manada de absolutamente adorables cachorros de pastor alemán, que quería agarrar y abrazar. Los cinco de ellos. Al mismo tiempo. Miré de nuevo a Deacon, abrí mi boca, de nuevo, y le pregunté: ―¿Qué está pasando?
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Abrí la boca y la cerré.
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»Pensé en un Rottweiler o un Doberman. Con tu negocio, no necesitas un perro que vaya por ahí asustando a tu clientela. Son perros geniales, gran compañía, pero no podrían ser tan buenos para los negocios. Los Pastores Alemanes son leales, protectores, pero también amigables y menos amenazantes. Así que vas a tener un Pastor Alemán. Macho o hembra, no importa, ambos son fuertes, inteligentes, cariñosos, y ambos pueden ser feroces. Si necesitas encontrar a alguien para que cuide del lugar mañana, encuéntralo. Los criaderos están a ciento veinte kilómetros de aquí, con carreteras del campo, tomará su tiempo.
Sus cejas se juntaron (ligeramente) y declaró: —Te estoy consiguiendo un perro. Negué con la cabeza y repetí: —¿Qué está pasando? Algo cambió en su rostro, tan rápido que no entendí, antes de que él declarara: —Hemos cambiado. No dijo nada más. Así que presioné: —¿Cómo hemos cambiado? —No lo sé. Calculo que lo averiguaremos. ¿Estaba loco? —¿No lo sabes? ¿Te parece que solo tendremos que averiguarlo? —Eso es lo que dije. Mi voz se estaba alzando más alta cuando le pregunté: —¿Qué significa eso?
Luego otra vez me sacudió cuando me preguntó de repente: »¿Cuántos hombres has tenido? —¿Qué? —respiré. —¿Cuántos hombres has tomado?
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Mantuve la boca cerrada, para no dejar escapar lo que quería que el cambio fuera. Siendo él nunca yéndose, así no volvería a verlo irse, y saber lo que iba a suceder.
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—Después de la última noche, cambiamos —respondió de inmediato—. Y el cambio puede ir en dos direcciones. O me alejo manejando y nunca nos vemos de nuevo o no lo hago y nos enteramos de lo que el cambio va a significar. Mira bien adentro, mujer, y hazlo ahora. ¿En qué dirección quieres que sea el cambio?
Sabía lo que quería decir, pero pedí una aclaración de todos modos. —¿Te refieres a amantes? —Sí —confirmó con indiferencia. —Yo... tú... eh... —tartamudeé, luego me compuse—. ¿Por qué lo preguntas? ―Solo tienes que responder. Enderecé mis hombros y le pregunté: —¿Cuántas mujeres has tenido? —Treinta y ocho. Parpadeé. —De vuelta a la mía —ordenó. —Cinco —le susurré. Él asintió con la cabeza, como si ya supiese la respuesta. —Correcto. Cinco. Solo cinco. Eso significa que una mujer como tú, no separa las piernas para un hombre como yo, si ella no quisiera la polla que estaba tomando. Con esto, quiero decir, que una mujer como tú, no abre las piernas para un hombre como yo, si no quisiera saber lo que el hombre pudiera significar. Y tú, separaste las piernas para mí. Mis ojos cayeron a su garganta mientras murmuraba: —En realidad, como que fuiste tú el que las separó.
—No. —Por lo tanto, mira bien adentro, Cassidy, ¿en qué forma quieres que sea el cambio? Retrocedí necesariamente. —¿Qué quieres decir con un hombre como tú?
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Lo miré de nuevo, y acepté en voz baja:
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—No luchaste contra mí.
—Sabes exactamente lo que quiero decir. Bueno, tuve que admitir, que tenía razón. Sabía exactamente lo que quería decir. Bueno, no exactamente, exactamente, pero me daba la esencia. Mantuve la boca cerrada de nuevo. Me miró, sin expresión, distante, y no solo por los tres metros que nos separaban físicamente. Eso no quería decir que no sintiera su intensidad. Lo hice totalmente. Mi vientre se apretó, cuando su voz se acercó de nuevo, no formal, no casual, no al mando, sino tranquila y llena de significado. »Quieres que me vaya, me voy. Él no quiso decir irse. Se refería a desaparecer. Así que, ahí fue cuando espeté: —No lo hagas. Por Favor. Y fue entonces cuando sentí realmente su intensidad, la fuerza de lo que me mantenía abajo, por lo que era difícil respirar. Y su voz era tranquila y llena de significado cuando preguntó:
La oportunidad de entrar. Estos pensamientos eran fugaces y era bueno, porque solo tenía tiempo para pensamientos fugaces.
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—Sí —dije inmediata, loca, y completamente, sabía, tontamente, con suerte, y por último... inevitablemente. Porque sabía bien dentro de mí, que la sensación que había estado reprimiendo toda la mañana, eventualmente, se liberaría y me destriparía. Al igual que sabía bien dentro de mí, que no podía soportar una vida de anhelarlo, preguntándome cómo podría haber sido si él me diera lo que estaba ofreciendo justo en ese momento.
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—¿Vamos mañana a poner un depósito para un perro?
Apenas terminé mi "sí", antes de que sus manos estuviesen en mi mandíbula como si fuera más temprano esa mañana, inclinando la cabeza hacia atrás. Pero el cambio fue que su boca se prendió de la mía. Separé mis labios y su lengua se deslizó dentro. Fue entonces cuando un gemido flotó hasta mi garganta, y boca, cuando levanté mis manos, enroscándolas en su camisa, a los lados de su cintura, aferrándome mientras me besaba con una ferocidad que me mareaba. Traté de devolverle el beso de la misma manera, pero no estaba segura de lograrlo, antes de que arrancara su boca de la mía, pero no la soltó. Él no retrocedió. No se retiró. Se quedó allí, mis ojos se abrieron, viendo su ardor en mí, y mantuvo mi mirada, mientras apoyaba su frente contra la mía. Eso fue dulce. Increíblemente dulce. Insoportablemente dulce de parte de John Priest/ Deacon Quien quiera que sea, y siendo yo, lo procesé de una vez. Me permití sentir la plenitud de esa dulzura, ese cariño, esa belleza que me estaba dando, porque sabía bien dentro de mí, que no lo daba en otro lugar. Sabía hasta bien dentro de mí, que no tenía en él darlo, a menos que significara algo. Y sabía que bien dentro mío, que nada significaba algo para John Priest/ Deacon Quien quiera que sea. Excepto yo. »¿Quieres comer? —le susurré. Y al instante, me dio mucho más.
Y eso fue lo que sentí en ese momento, con los ojos de Deacon sonriendo a los míos. Como si nunca sintiera frío otra vez. Como si me sintiera cálida, correctamente, conectada y segura. Para siempre.
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Había estado en lo cierto hace tantos años. Sus ojos tenían el poder de hacerte sentir lo que estaba sintiendo. Fría hasta tu alma. O caliente, de una manera que nunca más puedes sentir un escalofrío.
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Vi de cerca, cuando sus ojos comenzaron a sonreír.
—Sí —me susurró. Empujé mi frente en la suya, lo que le obligó a permitir que me deslizara a un lado, bajar su mejilla, para que pudiera pararme en la punta de mis pies y meter mi cara en su cuello. Movió las manos mientras hacía esto, una para enrollarse en la parte de atrás de mi cuello, la otra acariciando mi cabello por la parte de atrás de mi cabeza. Simplemente seguí agarrada de su camisa. Y allí de pie, abrazados, sin hablar, como Deacon era propenso a ser, sellamos un acuerdo que me puso eufórica y aterrorizada. Con ese pensamiento, alguien llamó a la puerta y el cuerpo de Deacon se tensó, mientras mis manos se apoderaban de su camisa con más fuerza. Ahora, esa podría ser Milagros, pero solo si se sintiera con ganas de tomar un descanso. No movió sus manos, incluso mientras dejaba que inclinara mi cabeza hacia atrás para atrapar su mirada. —Esa podría ser Milagros, la señora que me ayuda. Si tuviera una conjetura, me habría imaginado que iba a asentir con la cabeza y aléjarse, permanecer en el estudio o ausentarse de alguna manera. Mantenerse en las sombras, incluso en un día soleado. Él no hizo eso. De hecho, me soltó y se dirigió directo hacia fuera del estudio.
—No es tu chica —murmuró y miró rápidamente hacia la puerta, para ver que parecía que había un número de personas de pie fuera en el porche. —Oh hombre —murmuré. Deacon abrió la puerta.
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Fue entonces que lo sentí, el estado de alerta viniendo de él y que llenaba el vestíbulo, y mis ojos pasaron de la espalda que se retorcía, a su cara que se volvió hacia mí.
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Lo seguí y lo vi irse a la puerta.
Corrí a su lado y mi estómago dio un salto, cuando vi quién estaba allí. Dos de las personas eran Annabelle y Peyton. Uno de ellos era un joven, mayor que Annabelle, pero definitivamente estaba emparentado con ella. Y completando el lote, dos adultos que podrían ser nadie más que los padres de Annabelle. Ninguno de ellos se veía feliz. —¿Les puedo ayudar? —preguntó Deacon. —¿Es usted el señor Swallow? —preguntó el padre. —Soy el señor Priest. Esta es la señora Swallow —respondió Deacon, inclinando la cabeza para indicarme, su reanudación con el nombre Priest, me mareó por un segundo, algo que no tuve la oportunidad de procesar antes de que él siguiera adelante—. Ahora, ¿podemos ayudarle? —Estaban ambos allí anoche —declaró el padre. Tragué saliva y miré a Peyton y Annabelle. Ambas tenían los ojos rojos como si hubieran estado llorando, pero no parecían asustadas. Eché un vistazo a la mamá. Se veía como si su mundo se hubiera terminado. Volví mi atención al joven. Se veía devastado.
—Lo estábamos confirmó Deacon. El padre se volvió al que yo estaba adivinando era su hijo. —Duck —comenzó—. Ahora. El chico dio un paso adelante, su mirada en Deacon.
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¿Qué estaba ocurriendo?
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Nadie parecía enfadado. El papá no parecía feliz, pero él no estaba enojado.
—Fue mi culpa. Yo tenía que cuidar de mi hermana y de Peyton. Nos encontramos con algunos chicos. Mamá y papá nos dijeron que podíamos juntarnos con ellos. Dejé que las chicas bebieran. Entonces conocí a alguien y no cuidé de mi hermana. Hizo sus decisiones, pero prometí que cuidaría de ella. No lo hice. —Se detuvo bruscamente, con la garganta convulsionando, y su voz era gruesa, cuando continuó—: Lo siento, lo que pasó con ellas. Y siento lo que tuvieran que hacer la noche anterior. Pero me alegro de que estuvieran alrededor para hacerlo. Caray. Eso no era lo que esperaba. Era mucho mejor. —Es culpa nuestra, Jayden —dijo Annabelle dócilmente—. No deberíamos haber ido con ellos y no decirte a dónde íbamos. El chico se volvió hacia ella. —Se suponía que cuidaría de ustedes, Belly.
Abrí la boca para decir algo, invitarlos a un café, pero Deacon llegó allí antes que yo. —No vuelvas a hacer eso otra vez. —Ante su tono firme, un tono tan firme que era de granito, mis ojos se dispararon hacia él para ver su mirada fija en Jayden—. Tu hermana, tus amigos, tu madre, la mujer que vas a reclamar,
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—Estamos aquí de vacaciones —declaró el padre y yo lo miré a él—. Los chicos tienen su propia unidad, nosotros tenemos la nuestra. Mi hijo está en la universidad y ha demostrado un cierto nivel de madurez, así que confiamos en ellos con eso y su propio vehículo para que pudieran hacer sus cosas. Pensamos que eran lo suficientemente mayores como para pasar un buen rato sin su mamá y papá dando vueltas. También confiamos en Jayden para cuidar de su hermana. Él no lo hizo. Mi sospecha es que, si él consiguiera la oportunidad de nuevo, lo haría. Pero queríamos que supieran que Annabelle compartió con su madre lo que pasó anoche. Hemos hablado con Annabelle y Peyton. Hemos hablado con Jayden. Y ahora queríamos venir a pedir disculpas, por tener que participar y expresar nuestra gratitud por lo que hiciste.
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Aspiré por entre mis labios porque fue dulce.
nada es más importante. Ni una sola cosa. Lo sabes ahora. No vuelvas a olvidarlo. Mi corazón latía raramente, mientras apartaba mi mirada de Deacon y veía al chico sacudir la cabeza y tragar antes de decir: —No lo haré. Miré de nuevo a Deacon darle un tirón a la barbilla del chico. Fue entonces cuando solté: —¿Alguien quiere venir a tomar una bebida o algo así? —Yo creo que hemos tenido nuestra parte de su amabilidad, señora Swallow —respondió la madre. —Si hay algún daño hecho, estamos dispuestos a pagar —dijo el padre. Negué con la cabeza. —No es necesario. Los inquilinos han sido acusados por el daño. El hombre asintió con la cabeza bruscamente. Él estaba molesto por lo ocurrido y decepcionado de sus hijos. Y yo sospechaba que quería seguir adelante. »Agradecemos que hayan venido —le dije con el fin de hacerles saber que estaban libres de culpa.
Tuve otro pequeño cabeceo del padre, luego utilizó su cabeza para indicar a los demás que tenían que irse. La mamá le sonrió a Deacon, pero se detuvo en mí, me miró a los ojos, comunicando todo lo que había que decir (y no había mucho) mientras tomaba mi mano y le daba un apretón antes de alejarse.
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—Ya está hecho y todo está bien —dije en voz baja.
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—Y apreciamos que se hicieran cargo de nuestras chicas cuando no estábamos —declaró el hombre, secamente y sabía que él también estaba pateándose a sí mismo, lo que me hizo sentir triste por él, pero feliz de que Annabelle tuviera un padre que se parecía mucho al mío.
El chico evitó mis ojos mientras me asentía, pero no le dio a Deacon un apretón de manos. Las dos chicas se detuvieron y me dieron un abrazo, Annabelle susurrando en mi oreja: —Eres asombrosa, Cassidy. Y queremos que sepas que estamos bien. Gracias a ti. —Ella me dejó ir rápidamente, sin dejarme decir nada, y corrió hacia la camioneta. El padre estrechó la mano de Deacon y me asintió con la cabeza con respeto, antes de caminar con rigidez a su camioneta. Los vimos hacer esto, antes de que Deacon me tirara suavemente hacia la puerta y la cerrara. Lo miré, tachando viaje a Vista Real, en mi lista de cosas por hacer, y contenta por ello. No porque no estuviera exactamente cerca, sino porque podía sentir que esas dos chicas estaban siendo atendidas. Así pues, con mí tarde (algo así como) libre, mientras veía sus ojos, le pregunté: —¿Te gusta el pavo? Él me miró, en blanco, y no me dio nada. Por solo un latido. Entonces me dio todo.
Ni siquiera un poco. Era una locura, una tontería, pero sabía bien dentro de mí, que habría sido feliz si la última visión que tuviera antes de que todo se volviera oscuro era Deacon Quien quiera que sea, sonriéndome.
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Incorporando eso, estaba cegada por la belleza. Pero no me importaba.
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Lo hizo lenta, sorprendente, magníficamente sonriendo. Sus labios magníficamente subieron, surcos profundos, presionándose en los lados de su boca e irradiaban los lados de sus gloriosos ojos leonados, con puntiagudas pestañas.
6 Eso es lo que Quieres Traducido por Jadasa Youngblood, Debs y Rivery Corregido por Debs
O
jos mirando fijamente a los míos, Deacon se movió en mi interior, caricia lenta, dulce y suave. Haciéndome el amor.
Increíble.
Sacó, movió sus caderas, se deslizó de vuelta y eso se sentía tan bien, mis labios se separaron. Él los observó separarse e hizo un ruido bajo. Lo sentí retumbar en su pecho incluso cuando lo escuchaba y sabía que vio mi reacción. Y me gustó. Y me gustó eso. Sacó, movió sus caderas, y acarició. Mis uñas se curvaron en la piel de su espalda.
Su mano se deslizó de mi cadera, hacia arriba, entre nosotros, y se curvó alrededor de mi pecho, donde con su pulgar hizo rodar mi pezón lenta y tiernamente. Sí, sus manos podían ser suaves. Y sí, de nuevo me encontraba fuera de mí de alegría (esta vez, de otro tipo).
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Luego se quedó junto a mí, acariciando lenta y dulcemente, sus ojos en los míos, haciéndome el amor silenciosamente, hermosamente. La manera en que lo hacía, no necesitaba palabras, solo sus ojos, su cuerpo, nuestra conexión.
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Dejó caer sus labios sobre los míos.
Envolví mis piernas alrededor de su trasero y susurré: ―Deacon, más rápido. Fue más rápido, pero no menos suave. No menos dulce. Mis manos deambularon por su espalda, lo apreté fuertemente con mis piernas, y levanté mis caderas para conseguir más de él, jadeando suavemente contra sus labios. Fue más rápido. »Sí ―suspiré, sosteniéndolo más fuerte con mis piernas, una mano deslizándose por su espalda y su cabello. Deslizó hacia fuera su lengua y saboreó mis labios. Traté de capturarla en mi boca, pero él la alejó. »Deacon. ―Su nombre salió como una súplica. No respondió. Simplemente acarició mi nariz con la suya antes de que enterrara su cara en mi cuello y fuera más rápido, más duro, impulsándose profundamente, su respiración era desigual, el sonido y la sensación aumentaban aún más mi emoción, la excitación atravesándome.
Levantó su cabeza y vi lo que me perdí anoche. No era inexpresivo. Sin máscara. Me estaba entregando todo. Su rostro oscuro, sus ojos intensos, sobre mí toda su concentración, lo que tomaba, lo que entregaba, lo que me daba, cómo se sentía sobre ello, todo escrito en su expresión. ―Joder, estoy follando a una belleza ―gruñó. Oh Dios, me gustó eso.
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Su mano de repente dejó mi pecho, acariciando mi piel hacia abajo, y luego su pulgar se encontraba en mi clítoris mientras comenzaba a empujar más fuerte, más rápido, la potencia llevándome con él, la cama se sacudía debajo de nosotros.
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Me encantó lo que me había dado antes, pero necesitaba lo que ahora me daba. Mucho, giré mi cabeza y mi suave respiración entrecortada se volvió irregular raspando contra la piel de su cuello. Mi mano dejó de vagar así podía curvar mi brazo a su alrededor y aferrarme mientras mis dedos en su cabello se cerraban en puños, sujetándolo junto mí.
―Deacon. Embistió con fuerza, siguió tomando, y metiéndose mientras su pulgar presionaba en mi clítoris. Enloquecedoramente increíble. ―Enterrado dentro de una belleza ―gruñó. ―Cariño. Dejé escapar la palabra, entonces tomó mi boca en un beso húmedo, áspero, y agarré su polla dirigiéndolo rápido, duro y profundo. Me lo dio antes de tomarlo, y podría haberme tomado duro, pero lo que me dio fue dulce. Después de que bajamos me sorprendió acercándose, acariciándome. Amándome. Deacon. Este nuevo hombre al que conocí por años me estaba acariciando. Acariciándome. Amándome. No tuve más opción que devolverle el favor.
No le conté sobre Deacon. Sobre todo porque aún no había nada que decir. Pero también porque no sabía si alguna vez sería capaz de contarle sobre Deacon. Tenía que admitir, esto me preocupaba, pero no lo suficiente como para disuadirme de la elección que hice.
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Era temprano en la noche. Nos hice un sándwich para Deacon y para mí, y después de que los comimos, mientras a petición mía, movía sus cosas desde la cabaña once a mi casa, fui a la cabaña seis para traer edredones y contarle a Milagros que la cabaña once necesitaba ser limpiada y que la necesitaba para que mañana pasara y revisara las cosas mientras estaba fuera por unas horas. También le conté que tenía algo que hacer así que no podía tomar una taza de café con ella cuando terminara.
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No era difícil.
Estábamos cambiando. Eso era todo lo que necesitaba. Por ahora. Descubriríamos a dónde íbamos. Afortunadamente, a menudo tenía algo qué hacer así que Milagros no parpadeó sobre que no podía tomar una taza de café. Tampoco le importaba acercarse mañana para asegurarse de que todo se hallaba bien en Glaciar Lily mientras Deacon y yo nos íbamos a dejar un depósito para un cachorro. Me ocupé de la lavandería y cuando regresé, Deacon me dijo que tenía algo con lo que lidiar. No me contó qué. Tampoco me contó que lo que fuera, requería de su completa atención, igual que su presencia. Lo descubrí después de que ahuecó mi mentón y me dijo que tenía algo con lo que lidiar y luego salió de mi casa. Regresó para la cena, algo que tenía preparado con la esperanza de que estaría de vuelta. Comimos sin mucho escándalo y desorden, tomándonos el tiempo, o una conversación. Me ayudó a lavar los platos al igual que en Navidad (esto era sorprendente, entonces y ahora, pero había tenido un montón de sorpresas ese día así que me adapté y seguí). Luego agarró de nuevo mi mano y me llevó arriba. Lo que me trajo a estar aquí, desnuda recostada en mi cama con un Deacon desnudo sobre mí, aún en mi interior, acercándose y acariciándome después del sexo.
Así que decidí que era hora de darle una oportunidad. Por lo que le pregunté: —¿Cuántos años tienes? —Treinta y ocho.
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Estábamos empezando.
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Era suave. Yo era suave. La decisión fue tomada por los dos.
Su respuesta quemó a través de mí de una manera feliz, cuando entró y con la facilidad con la que entró. Levantó la cabeza y me miró. —¿Tú? —Treinta. Sonrió. Lo vi y me quedé inmóvil. Completamente. Tomando su magnificencia, me preguntaba cómo pude haber estado asustada de este hombre. —Solo eres una bebé —dijo en voz baja. —No, no lo soy. —No estaba de acuerdo. —Sí, lo eres. —No estaba de acuerdo conmigo. —Eres apenas mayor que yo. Levantó una mano, enmarcó el lado de mi cara, y comenzó a acariciar mi mejilla con el pulgar, pero no respondió. Deslicé una mano por su pecho, encontrándome con cada curva, firme y flexibles, y el cosquilleo de su cabello oscuro a lo largo de sus pectorales, que se dispersaban a la perfección. »¿Cuál es tu apellido? —le pregunté en voz baja.
—¿Cuál es tu primer nombre? —Deacon. Me le quedé mirando. —¿Tus padres te llamaron Deacon Deacon? Eso hizo que me regalara otra sonrisa, pero esta no llegó a sus ojos.
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Moví mi cabeza hacia un costado.
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—Deacon.
—No, Cassidy. Era un hombre. Ya no soy ese hombre, nunca más. Ahora solo soy Deacon. Eso no tenía sentido, o no, un buen sentido. Simplemente uno malo. —¿Tus padres te dieron el nombre Deacon, en una u otra manera? —Sí. —Así que eres tú. —Sí. —Y siempre lo has sido, en cierto modo —presioné y él acercó su cara a la mía. —No, cariño. El hombre que soy no es el hombre que era. Esto me confundió. —No lo entiendo. No me lo explicó. Su pulgar barrió mi boca, se deslizó al otro lado de mi labio inferior, y luego rodó, pero no salió, teniéndonos juntos en la nueva posición, él de espaldas, yo encima. Parecía que iba a decir algo, pero antes que lo hiciera, recogió el cabello de cada lado de mi cara y me miró, mi estómago se fusionó, ya que perdió la pista de lo que estaba haciendo cuando quedó fascinado con mi cabello, mirándolo, sintiéndolo.
Durante mucho, mucho tiempo. Eso me hizo feliz. No lo suficientemente feliz como para presionar sobre su nombre, en lugar de darle su momento con mi cabello y hacer que fuera muy largo.
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Me había querido.
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Sabía por la forma en que lo hizo, que había querido hacerlo. Había querido esto.
Entonces decidí tomar mi propio momento y deslicé una mano por su pecho hasta el cuello, para poder deslizar las puntas de mis dedos a lo largo de su mandíbula, dejando que la barba raspara mi piel. Vi mi mano y luego deslicé mis ojos, para verle mirándome. —Todavía no puedo creer que estés aquí —le susurré. Él no contestó, pero esta vez no tuvo que hacerlo. La calidez en sus ojos, me calentaba, diciendo todo lo que necesitaba decir. —¿Vas a quedarte? —le pregunté. —Durante dos días más. Eso no me hizo feliz. Mis ojos se posaron en la almohada junto a su cabeza y dejé de acariciar su mandíbula. Mi cabello fu soltado, cayendo, como una cortina sobre nuestras caras, y esto sucedió, para que Deacon pudiera envolver sus brazos alrededor de mí. Lo miré de nuevo. »Voy a estar de vuelta —dijo en voz baja. —¿Cuándo? —Tengo un trabajo. Hago el trabajo, y voy a estar de vuelta. Mis ojos se alejaron de nuevo, pero regresaron cuando uno de sus brazos me dio un apretón, y la otra mano se movió hacia arriba y otra vez sacó mi cabello a un costado de mi cara,.
Esa era una mejor noticia, así que le di una pequeña sonrisa. Su brazo alrededor de mí se movió hacia abajo, para que pudiera rastrear patrones al azar, en la piel justo por encima de la cadera. Eso se sintió celestial. Aun así, en el interior, me sentí rara.
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»No en tres meses, no en ocho. Cuando el trabajo esté hecho. Podrían ser unos días, unas semanas, tal vez un mes. Pero cuando esté hecho, voy a volver.
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Luego siguió hablando.
Bien y mal. Cómoda. Saciada. Y torpe. —No sé qué puedo pedir —espeté—. Qué puedo decir. Qué hacer. Él juntó mi cabello en la parte de atrás de mi cuello. —¿Sabes lo que sientes? —Sí —le susurré. —Ve con eso, Cassie. Cassie. Mi familia me llamaba así, algunos amigos de casa. Me gustaba mucho. Se sentía desleal, pero nunca me gustó más que las dos veces que vino de Deacon. Sí, totalmente sabía qué sentir. —No pareces sentirte extraño sobre lo que está pasando —observé. —No lo hago, porque no estoy tomando el riesgo. Tú lo haces. —¿Es un riesgo? —le pregunté con cautela. Sus ojos se suavizaron y su mano se extendió por mi cadera, mientras respondía suavemente: —Cariño, tienes que dejar de hacer preguntas de las que ya sabes la respuesta.
Sin decir una palabra, me giró sobre mi espalda, poniéndose encima de mí, y me soltó antes de salir de la cama por el lado más cercano al baño. Tiré de la sábana sobre mí mientras lo observaba entrar, pero para darle privacidad, dejé de mirar cuando entró y pude verlo porque no cerró la puerta. Estaba deshaciéndose del condón que se había colocado antes de correrse, algo que no se había puesto la noche anterior.
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No me gustaba más que Cassie, pero funcionó.
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Cariño.
Yo estaba tomando la píldora, por lo eso no era una preocupación. Él acostándose con treinta y ocho mujeres lo era. Lo oí bajarle al tanque del inodoro, el grifo abrirse y cerrarse, y no mucho tiempo después, estaba de vuelta conmigo. Estando sobre su costado, con el codo en la almohada y su cabeza en la mano, arrastró la otra mano por mi cuerpo, llevándose la sábana con él, sus ojos observando cómo se iba, exponiéndome. Sentí su mirada como una caricia en mi piel, algo que disfruté inmensamente. Pero por mucho que me gustara y me alegrara de que tuviéramos una luz encendida y pudiera ver todo de él (y había mucho, y todo ello era tan hermoso como parecía que sería), no estaba del todo contenta con él viéndolo todo de mí cuando me tenía jadeando. Por eso, rodé hasta él, presionándome cerca, envolviendo un brazo a su alrededor, y acariciando su pecho con mi cara. Arrastró una mano por mi espalda y comenzó trazar patrones al azar de nuevo, pero esta vez sobre la piel de mi culo. Eso se sintió mejor, lo suficiente como para que me estremeciera. —Un buen culo —murmuró como si estuviera hablando consigo mismo—. Durante seis años, lo vi cubierto con pantalones cortos. Me gusta más así. Él era un chico. Claro que lo haría. Por otra parte, yo era una chica y compartía ese sentimiento sobre él.
Los suyos sonreían. Y de nuevo, todo estaba bien en el mundo. —En seis años, nunca te vi sonreír —le dije. Fue lo peor que pude decir ya que la sonrisa murió. —¿Deacon?
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Se dejó caer de espaldas para poder envolver sus brazos a mí alrededor, me tiró sobre su pecho, y me miró a los ojos.
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—Lo mismo contigo —le dije a su pecho.
—No es fácil, luchar contra tu atracción. Querer estar justo aquí. Saber que no era bueno para ti. Rezar por que consiguieras a un hombre para que cuando volviera tuviera una razón para permanecer alejado. Sus palabras, palabras que me gustaban y al mismo tiempo no tanto, me hicieron deslizar una mano por su pecho, su cuello, y por parte de su cabello demasiado largo, donde jugueteé con las puntas. —¿Sonríes cuando no estás aquí? —No. Lo sabía. Me había dado cuenta en el momento en que había puesto los ojos en él. Pero el peso de aquello como una realidad cayó sobre mí, haciendo que mi cabeza se inclinara más cerca de la suya como si ya no pudiera sostenerla. —Así que, ¿no eres feliz allí? —pregunté. —No, Cassie. Le sostuve la mirada. —¿Nunca? —insistí. No contestó pero él no necesitaba hacerlo. La mirada en sus ojos no era lúgubre pero había una sombra de ello que me permitió ver. Entonces le hice la gran pregunta. »¿Vas a dejarme que te haga feliz?
No sabía si esto era para evitar la comunicación no verbal, para ocultarlo. Pero era importante, así que no podía dejarlo pasar. »No me has contestado —dije, mi pregunta dirigida a su hombro.
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Pero hizo todo eso sin responderme otra vez.
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Llevó su mano a un lado de mi cara mientras su brazo me bajaba de nuevo sobre su pecho para poder meter mi mejilla en la base de su garganta. Dejó su mano allí cuando me tuvo ahí.
—Mujer, estás desnuda sobre mí en tu cama. Solo te tengo a ti en esta cama. Eso significa que no estoy en la cabaña once. Un lugar que durante seis años fue cámara de tortura pero seguí regresando porque no podía permanecer alejado. Ahora dime, ¿cómo vas a hacerme feliz cuando ya has logrado esa hazaña? Dios. Él acababa de darme eso. La verdad, sin evasivas, me dio esa maravilla. Cerré los ojos y me acurruqué aún más, preguntando: —De acuerdo, ¿vas a dejarme que te haga más feliz? —Si quieres tomar ese reto, no voy a detenerte. Abrí los ojos y sonreí. Empezó a jugar con mi cabello detrás de mí oreja. Se sintió bien también, enviando la excitación desde mi oreja a mi cuero cabelludo. Habría preferido estar tumbada allí simplemente, manteniéndolo cerca, dejando que Deacon me excitara con apenas una caricia, pero inhalé profundamente y decidí acabar con las reglas del juego. —Eres John Priest cuando estás aquí, pero no en esta casa. —Fue una declaración que también era una suposición. Dejó de jugar con sus dedos y los envolvió alrededor de mi cuello, su pulgar acariciando mi mandíbula, y lo confirmó, —Soy John Priest cuando estoy contigo y no estoy en esta casa.
—Sí. Su pulgar dejó de acariciar y se presionó en la articulación de la mandíbula. —Es importante, Cassie. —Lo recordaré —susurré, sintiendo una piedra asentarse en mi vientre, pero arreglándomelas tratándose de mí.
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—¿Vas a ser capaz de recordar eso? —preguntó.
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—Está bien —susurré y me dio un apretón en el cuello.
Así era, esperando que un día él me ayudara a resolverlo para que no me pesara allí, desmoralizándome, dejándome famélica. Decidí seguir adelante. »No usaste condón la última noche, Deacon. —Lo sé, nena. Las cosas se nos fueron de las manos. ¿Estás tomando la píldora? —Sí. Y he sido cuidadosa. Pero has tenido práctica, así que tendremos que tener más cuidado con eso. —No te preocupes por mí sin usar un condón. No he follado con nadie en siete años. Sentí mis labios separarse y mis ojos parpadear. Dos veces. Rápidamente. Entonces susurré: —¿En serio? —Sip —dijo sin rodeos, como si los tipos duros confesaran a las nuevas mujeres en sus vidas todos los días que habían sido célibes durante años cuando estaba anonadada de que los tipos duros en realidad pudieran pasar años sin tener sexo.
—Follar contigo en la mesa fue excitante, pero me corrí rápido. El hombre que tiene sexo con regularidad, no se corre tan rápido, incluso tan excitante como fue. Yo no tenía mucha experiencia pero me imaginé que era cierto. »Puede que no vaya al médico con regularidad —continuó—. Pero en aquel entonces supe que estaba limpio y no puedes contagiarte esa mierda por aire.
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—¿No has tenido sexo en siete años? —Eso fue pronunciado como si no lo creyera, lo que por supuesto, era así.
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Levanté la cabeza para mirarlo y cuando lo hice, inclinó la barbilla para atrapar mi mirada.
Sabía que eso era cierto. —Yo... bueno, parece que tuviste un montón de experiencia en un corto período de tiempo —señalé. No dijo nada sobre todo porque con el número de parejas que había tenido, no había nada que decir salvo confirmarlo. »Entonces, ¿nada en siete años? —insistí. —Creo que entendiste que follé un montón por ahí —respondió. Asentí porque definitivamente eso fue lo que entendí. »Buscar algo —continuó—, hacerlo; descubrí que si no significa nada, no tiene sentido. El sexo sin sentido es solo eso y no hago muchas cosas que sean sin sentido, definitivamente no algo importante como conectar con el cuerpo de una mujer. También descubrí que no es difícil pasar sin ello cuando hacerlo no funciona para mí. —Pero... eres un tipo duro —observé. —¿Y? —señaló, frunciendo las cejas, aparentemente bien consciente de que era un tipo duro. —Los machotes necesitan follarse algo —expliqué. —Los tipos duros saben lo que quieren, definitivamente saben lo que necesitan, y no se conforman con nada menos. Eso probablemente era muy cierto.
—¿De verdad no funciona para ti si no tiene sentido? —Biológicamente, cualquier cosa funcionaría. Un coño es un coño —afirmó sin rodeos—. Metes la polla dentro, cierras los ojos y te correrás. Pero el sexo no se trata de eso. No debería tratarse de eso para nadie. No tiene que ser por la emoción, pero tiene que ser por algo. Si no respeto a la mujer unida al coño que estoy follando, no puedo mirarla a los ojos y estar del todo sobre ello con ella, no solo sobre el momento en que me corro, no tiene sentido. Y no hay razón para hacer algo sin sentido.
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Deslicé mis dedos hacia atrás para jugar con las puntas de su cabello y mi voz fue suave cuando pregunté:
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También era una muy buena respuesta.
Tenía razón en eso también. —Estoy de acuerdo —dije en voz baja. —Le añade emoción —continuó, su pulgar acariciando mi garganta ahora—. Ahí es donde está. Ahora no podía tener más razón. Ahí era donde estaba. —Sí —concordé. Su mirada se cruzó con la mía y vi la intensidad en la suya antes de que pronunciara: —Y ahí es donde está contigo. El peso de aquello me golpeó, en siete años, nadie, y ahí estaba yo, seis años peleando y ahora estábamos aquí. Y él era feliz. No estaba aullando de la risa, bromeando, juguetón, o despreocupado. Pero sentí su satisfacción. Había visto cómo estaba él con mi cabello. Sabía lo que significaba para él estar allí conmigo. Ahora lo sabía aún más. Y sabiéndolo, de nuevo, su peso me golpeó y dejé caer la cabeza como si no pudiera sostenerla y esta vez planté la cara en su garganta. Lo sentí moverse, luego lo sentí besar la parte superior de mi cabeza.
»Por esta noche, mujer —continuó en voz baja—. Tuviste unas tres horas de sueño anoche. Estoy agotado. Necesito dormir. —Entonces, si eso es lo que necesitas, tengo lo que necesito de ti —contesté, pero terminé—: por esta noche.
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No contesté la pregunta porque no podía creer que lo hubiera preguntado considerando que la respuesta era no. Ni de lejos.
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»Exacto, Cassie, ¿tienes lo que necesitas de mí?
Sus dedos aún en mi cuello me dieron un apretón luego nos giró, él rodando sobre mí, por lo que estaba en el otro lado de la cama, donde la luz estaba encendida, el lado de la cama que había reclamado ayer por la noche. Extendió la mano y apagó la luz mientras yo me agachaba y tiraba de las cobijas. Cuando las levanté y estaba preparándome para acomodarme, él lo hizo por mí, acurrucándome en su costado donde no tuve más opción que apoyar mi mejilla en su pecho, al igual que la noche anterior. Me relajé en su cálida solidez, como hice la noche anterior. Como si no lo hubiera hecho dos noches seguidas, si no como si lo hiciera cada noche durante décadas. Sintiéndome segura, cómoda y contenta, mi cuerpo pegado al suyo, su brazo envuelto a mi alrededor. Tratándose de Deacon, él no dijo buenas noches. Estaba aprendiendo que cuando él tenía algo que decir, lo decía, pero tenía una gran variedad de formas de comunicarse y simplemente no venían de su boca. Entre ellas sus ojos, sus expresiones y sus acciones. También estaba aprendiendo que eso funcionaba para mí. Por lo tanto, Deacon dando sus buenas noches fue apagando la luz y acurrucándome en él, con mi mejilla sobre su corazón, mi mano apoyada en su pecho, lo sentí exhalar y supe, justo como la noche anterior, que estaba quedándose dormido fácilmente. Así que dije lo que tenía que decir. Lo que él tenía que saber. Lo que tenía que llevar con él todo el tiempo, cuando estuviera aquí y cuando estuviera lejos de mí. Dije lo que tenía que confiarle para asumir el reto de hacerle aún más
Sabía que no había caído dormido, porque cuando le susurré esas palabras, su cuerpo se tensó contra el mío, su mano apoyada en mi cintura se enroscó, sus dedos clavándose en mi carne solo un poco de forma dolorosa. Permaneció así varios latidos antes de relajarse, su brazo me dio un ligero pero breve apretón, y en unos instantes, su respiración se estabilizó. Y ahí estaba otra vez.
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»Me alegro de que no tuviera un hombre, cariño.
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feliz.
Yo tenía razón. Deacon podía comunicar todo sin decir una palabra.
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Y eso funcionaba para mí.
7 Es por Eso Traducido por Itorres, Pandora Rosso, vanehz y Silvia Carstairs Corregido por Debs
M
is ojos se abrieron y vi piel. Elegante piel oliva cubriendo definido músculo. Deacon. Más precisamente, la espalda de Deacon.
Estaba en mi lado, Deacon estaba en el suyo, y yo estaba metida fuertemente a su espalda. Viendo lo que vi, oliendo nada más que la esencia que era puro Deacon, teniéndolo ahí, por la segunda mañana, después de negar que lo deseaba por lo que se sintió como una eternidad, inmediatamente me mojé con ganas de más de él. Por desgracia, al mismo tiempo recordaba que él había dicho la noche anterior que estaba aniquilado.
Por lo tanto, con cuidado, me di la vuelta lejos de él, moviendo cautelosamente las sábanas, así no iba a molestarlo demasiado o darle un golpe de frío mientras salía de la cama. No lo logré.
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Así que, por mucho que quería poner mis manos sobre él, despertarlo, convencerlo de hacer el amor conmigo, tenía que dejarlo dormir.
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Yo era madrugadora y ni siquiera tenía que mirar el reloj, solo tener en cuenta que el amanecer apenas estaba tocando el cielo, y aunque nos fuimos a la cama digamos que temprano, también ahora era temprano.
Deacon rodó también, y su brazo salió, enganchándome alrededor de mi vientre y arrastrándome de vuelta a su lado. —¿A dónde vas? —gruñó, adormilado, en la parte posterior de mi cabello. —Estoy dejándote dormir, viejo —contesté, esperando que entendiera con la última parte, que le estaba tomando el pelo. Él lo entendió. Lo supe con su respuesta no ofendida: —No necesito dormir. También comunicó lo que necesitaba, haciéndolo presionando sus caderas en mi culo y sentí que al menos una parte de él estaba muy despierta. —¿Tienes mierda que hacer? —preguntó, empujando su otra mano debajo de mí, mientras el brazo ya a mi alrededor se movía, su mano arrastrándose hasta mi vientre. Siempre he tenido mierda que hacer, pero la verdad, una vez que las cabañas estaban de la manera que yo quería, independiente de la limpieza, ya que no proporcionaba servicio de limpieza diario, manejar once cabañas de alquiler no era tan exigente. —En realidad no —contesté.
Su mano entre mis piernas empujó más profundo, sus dedos deslizándose a través de los pliegues húmedos, y mis labios se abrieron en una suave respiración mientras mis caderas se sacudían ligeramente. —Mierda. Lista —gruñó y siguió haciéndolo—. ¿Estás de acuerdo en sin protección? Estaba bien con cualquier cosa que quisiera hacerme. No dije eso.
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Eso me gustó. Me gustó el olor de él. Me gustaba su calor. Me gustó que estuviera allí conmigo. Me gustaba tanto todo, presioné mi cadera hacia atrás en la suya.
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—Bueno —murmuró mientras sus manos llegaban a su destino, una curvándose alrededor de mi pecho, la otra acunándome entre mis piernas.
Le dije: —Sí, cariño. Su índice y el pulgar en mi pecho rodaron mi pezón mientras sentía su cuerpo girar, para posicionarse. Sabía lo que estaba haciendo, me gustaba lo que estaba haciendo, todo de ello, así que incliné mis caderas para darle lo que necesitaba. Su polla se deslizó a través de mi humedad, la punta atrapada, y se metió, rápido, duro, profundo, llenándome. Mi cabeza fue hacia atrás y gemí. Tiró con fuerza de mi pezón, entonces su mano se deslizó hasta mi garganta. —Me vas a tomar con fuerza, Cassie —advirtió. Yo lo tomaría duro. Tomaría cualquier cosa que quisiera darme. —Está bien —dije sin aliento. —Está bien —susurró, y luego enterró su cara en la parte posterior de mi cabello e hizo lo que dijo que iba a hacer.
Y lo hice hasta que hundió sus dientes en mi cuello antes de que condujera su polla dentro en lo profundo de mí y gimiera su clímax en mi carne.
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Fue solo entonces cuando levantó la cabeza y enterró su cara en mi cuello, su mano entre mis piernas convirtiéndose en un brazo envuelto con fuerza alrededor de mi vientre. Su mano en mi garganta cambiando para convertirse en un brazo sobre mi pecho, dedos curvados en mi hombro. Y me sostuvo un poco apretada mientras lo tomaba aún más duro. Desacelerando, pero aun vanagloriándose en la brutalidad de terciopelo, emocionándose ante cada gruñido que explotaba en contra de mi piel.
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Tocando mi clítoris, su otra mano se curvó suavemente en mi garganta, me folló duro, golpeando profundo, sosteniéndome firmemente para tomarlo mientras empujaba mis caderas hacia él para conseguir más, jadeó, gimió y finalmente se puso tenso. Mis manos envolvieron sus muñecas, gemí largo y entrecortado mientras la embriagadora liberación quemaba a través de mí,
Él no podría haber llegado, ni siquiera empezado a recuperarse antes de que su voz viniera a mí, rugosa y gruesa. —Aquí —dijo, quitando su rostro de mi cuello. No sabía lo que eso significaba ya que yo ya estaba seriamente en el aquí. Volteé la cabeza para preguntar y sin querer le di lo que quería. Tomó mi boca, el beso largo y lánguido, húmedo y dulce. Lo acabó dejando ir mi boca al mismo tiempo que empujaba su cadera en la mía una vez más, recordándome nuestra conexión, lo que significaba que terminara con un gemido mío. Cuando mis ojos se abrieron lentamente, me di cuenta de que no se había movido muy lejos. Y en el instante en que él tomó mi mirada, dijo en voz baja: —Buenos días, Cassie. Buenos días, en efecto. —Buenos días, Deacon. Me sonrió. Y sí. Era una buena mañana.
Volví la cabeza hacia la izquierda ante la pregunta de Deacon. Estábamos arriba, duchados, vestidos y listos para cargar en su camioneta y salir a la carretera a poner dinero en un cachorro. Me tomó un tiempo procesar que estaba en la Suburban llena de barro apelmazado de Deacon, un vehículo que había visto durante seis años (bueno, no este particularmente, pero aun así) y allí estaba... en él.
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—¿Frijoles saltarines Mexicanos?
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En efecto.
Con Deacon. Esta genialidad se tomó su tiempo para moverse a través de mí y solo se asentó cuando estábamos casi por la ciudad y el letrero de mi cafetería favorita me llamó la atención. Por lo tanto, le pedí a Deacon que entráramos (bueno, no lo pedí, reboté en mi asiento emocionada y considerándolo, pensé que no era un hombre que bebía lujoso café, le rogué). No tuve que rogar. No dudó en entrar. Estacionó delante y ahora estaba mirando a través del parabrisas, leyendo el anuncio, mientras abría mi cinturón de seguridad. —Es dirigido y manejado por una familia de tercera generación de estadounidenses de origen mexicano —le compartí y su cabeza se giró hacia mí—. Obviamente —continué, ya que por el nombre era obvio, sin la parte de la tercera generación y añadiendo el frijol saltarín—. Tienen café normal. Y café de lujo. Y café mexicano, que lleva canela y… —me incliné hacia él—, es divino. Me miró a los ojos, y luego a los labios, sus labios se torcieron y se movió para soltar su cinturón de seguridad. Le vi hacer esto, porque al parecer él sentía que tenía que ir conmigo, entonces estiré mi mano y la envolví alrededor de su muñeca. Me miró de nuevo. —No tienes que ir —le dije—. Voy por los cafés y salgo. Sus ojos se movieron sobre mi rostro, su expresión no revelando nada, hasta que de pronto torció su muñeca liberándose de mí, pero solo para que pudiera tomar mi mano, levantarla y jalar. Lo hizo lo suficiente para traerme más cerca de él, no lo suficiente para causar ningún dolor.
Para ser el ambiente de ir a tomar un café antes de un viaje por carretera, de repente se puso sorprendentemente pesado. Y bienvenido. —Está bien —estuve de acuerdo.
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—Yo nunca haría nada para hacerte daño y nunca haría nada para ponerte en peligro —declaró.
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Cuando me incliné a través de la cabina, se inclinó hacia mí.
Y añadió: —La única mentira que vives es llamarme Priest. Eso ya es pedir demasiado. No voy a pedir más. Eso significa que no me escondes. No me proteges. Lo quieres, encontramos nuestro camino, yo soy tu hombre. En tu vida. Cuando estoy aquí, estoy a tu lado. Sin secretos. Pero esa es tu elección. Si no quieres que camine adentro contigo, me sentaré en la camioneta. Si quieres trabajar en nosotros encontrando una manera para que yo sea parte de tu vida, entro contigo. —Quiero que vayas conmigo —le contesté de inmediato y en seguida me soltó la mano. Pero lo hizo solo para poder tocarme, sus dedos rozaron mi mandíbula mientras se movían de nuevo a mi cabello. Él los enroscó ahí, ejerciendo presión, tirando de mí hacia él mientras se inclinaba hacia mí, y cuando él me llevó a donde quería, me besó hasta marearme. Empecé a parpadear cuando liberó mi boca, gastando esfuerzos para centrarme en él mientras trataba de superar el beso y más, lo que había dicho antes de él. —Entonces vamos a conseguirle a mi Cassie un café —murmuró, dejándome ir y volviéndose a su puerta. Mi Cassie. En serio, me preguntaba quien realmente había tomado el reto.
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Lo que significaba que tenía que intensificar mi juego.
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Debido a que podría no ser grande y magnífico, lleno de palabras, flores, orquestas, polvo de hadas filtrándose a través del aire, pero encontraba sus maneras tranquilas pero espectaculares para hacerme más feliz. Lo hizo en varias ocasiones. Y lo hizo con éxito.
Estaba a medio camino a través de mi perfecto e impresionante café mexicano con canela y lo que fuera a un cuarto del camino (en silencio, hasta ahora) de nuestro destino, cuando me di cuenta. Ayer por la noche, lo pinché suavemente.
Y si Deacon no quería responder, no lo hacía. Él no lo hizo significativo. No me bloqueó (bueno, no de una manera abierta). No se enojó. Simplemente no respondió. Así que me volví hacia él y dije: —Bien, Deacon Deacon, dime algo. Ante mi Deacon Deacon, vi los surcos formarse a un lado de su boca, sus ojos se arrugaron, y eso me reconfortó. Cuando terminé de hablar, él invitó: —Dispara. —Lo estoy tomando como que la identificación que me diste era falsa. —Sí —respondió, con facilidad. —¿Es la única? —le pregunté. —Nop. Tengo ocho. Me quedé mirando, pero lo hice con mis labios en movimiento. —¿Ocho? —Sí. Interesante. Tomé un sorbo de café, experimenté su bondad, y seguí. —¿Dónde está tu hogar?
—A donde iba cuando no estaba trabajando era la cabaña once, en Glaciar Lily. Sentí que mi cuerpo se relajaba. Caray. Eso no podía ser.
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—Hogar, tu casa. A dónde vas cuando no estás trabajando.
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—¿Hogar?
—¿En serio? —le pregunté. Me miró y de regreso a la carretera. —Sí. —Yo... tú... —Negué con la cabeza—. Vienes a la cabaña con bastante poca frecuencia. —Eso sería porque trabajo mucho, Cassidy. Me giré hacia adelante, pero me recliné en mi asiento, tratando de procesar esta información. Era imposible procesar esa información así que cambié de tema. —¿Me puedes decir la diferencia entre Deacon y John Priest? Hubo un momento de silencio antes de que él respondiera. —Un puñado de gente me conoce como Deacon. No dijo nada más, así que lo miré y utilicé la palabra: —Bien. Me miró de nuevo, luego de regreso a la carretera antes de proseguir: —En cada uno de ellos confío con mi vida. En cada uno de ellos confío con tu vida. —Hizo una pausa antes de preguntar—: ¿Entiendes eso Cassidy? Lo entiendo. Me gusta. Incluso si era un poco espeluznante, pero también era una especie de tierno. —Sí —le respondí.
Así que pregunté (aunque lo hice con cautela): —¿Eres un criminal? No dudó en su respuesta. —No pago impuestos.
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Dicho esto, no quería particularmente llegar a ello, pero era la hora.
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No dijo nada más, pero decidí que era hora de ponerme a ello.
Sentí mi cabeza dar un ligero tirón ante esta informativamente poco reveladora (pero aún atemorizante) respuesta —¿Disculpa? —Tengo trabajo. Puedo ganar dinero. Me pagan en efectivo. Y el gobierno no sabe que existo. Sí. Yo no quería llegar a esto. Aun así, estábamos aquí y él contestaba así que seguí en ello. —¿Y lo que haces por dinero es ilegal? Mantuvo los ojos de la carretera, incluso mientras tomaba su café. Lo vi tomar un sorbo, lo devolvió al posavasos, y luego volvió a hablar. Esta vez su tono era suave, aunque las palabras no lo eran. —Te voy a decir esto, si sabías desde el principio hasta ahora lo que hago, como empezó, por qué lo hago, y has tenido un problema con eso, pensaría directamente que eres una perra juiciosa. Entonces saldré por la puerta y no me volverías a ver. En ese momento, hice un parpadeo lento. Pero él no había terminado.
—Lo hace para mí y eso es todo lo que necesitas saber. Eso no era suave, pero firme e inflexible. En otras palabras, él no tenía la intención de darme nada. —Esa es la parte que hace el menor sentido —respondí, sin dejar de hablar en voz baja.
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—No estoy segura de que algo de eso tenga sentido —dije en voz baja, diciendo eso en lugar de decir que él estaba hablando, pero él realmente no me estaba dando nada.
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»Soy bueno en lo que hago. Hay una razón por la que lo hago. Yo creo en eso. Pero eso no significa que yo no sea parte de ese mundo, si me convierto en una parte de tu vida de una manera que sea duradera, es importante que escuches esto, mujer, eso nunca te alcanzará.
—Esa es la parte en la que tienes que dar un salto de fe con esto, creer en lo que sentiste cuando hiciste tu elección ayer, tienes que creer en mí. —Apenas te conozco —señalé. —Apenas me conocías y me trajiste pastel —respondió. Aspiré una bocanada de aire. De nuevo con el pastel. El hombre, en serio. Apestaba que supiera el significado de ese pastel. »Apenas me conocías y te quedaste desnuda sobre la mesa para mí —continuó. Miré a través del parabrisas, y antes de tomar otro sorbo, murmuré: —Hiciste tu punto, Deacon. —No estoy seguro de que lo hiciera. Ahora que estaba hablando en voz baja, con un tono tan cambiado, mi mirada se dirigió de nuevo a él. Debió de sentir mis ojos porque siguió. »Todo esto es tu elección. —Sé que lo es —le contesté. —En cualquier momento, puedes arrepentirte de esa elección. Succioné mis labios entre mis dientes, no gustándome esa idea y encontrando que quería que Deacon volviera a la comunicación no verbal.
—Eso se siente dulce y al mismo tiempo, no tanto —admití. —Sí —murmuró para el parabrisas, de nuevo hablando como si estuviera hablando consigo mismo—. En tu mundo, un hombre se apodera de ti, y te deja ir, es un tonto. Sus palabras me hicieron suspirar.
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»Cambias de opinión —continuó—. No me gustará, pero lo aceptaré.
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O al silencio.
Me miró y terminó. »Yo no vivo en tu mundo. —Entonces sus ojos volvieron a la carretera. Ya sabía esto, pero confirmarlo, despertar mirando su espalda, estando en su Suburban, me golpeó con una claridad que nunca antes había tenido porque lo había aceptado en mi vida. Un hombre que existía la mayor parte de su tiempo en un mundo que nunca compartiríamos, y tuve la sensación de que no me gustaría, pero incluso si lo hiciera, él no me dejaría (lo que me hizo saber que yo tenía razón acerca de ese sentimiento). Y esa claridad es lo que significaría para mí, no solo en ese momento, pero si sucedía que llegaba a ser una parte más grande de mi vida, mi mundo, al igual que él había mencionado con frecuencia. Si llegara a ser mi hombre. Si, cuando estaba conmigo, estaba a mi lado. Si conoce a mis amigos. Mi familia. Si llegara el momento en que la vida necesita ser vivida. Compromiso. Los bebés. Esto me hizo preguntar:
Eso me hizo sentir mejor. —Así que, ¿Cuándo…? —No lo sé —me interrumpió para responder a mi pregunta no formulada—. Solo sé que por primera vez en diez años, tengo un incentivo para encontrar la puerta de salida de ese mundo y utilizarla.
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—No, nena —dijo al instante, su mano moviéndose a enroscarse alrededor de mi muslo, un gesto de afecto y conexión que me daba cuando no estábamos en la cama, haciendo que cada uno le diera más significado. Pero en ese momento me alegré de que se lo dio porque era lo que realmente necesitaba—. No vives en este mundo para siempre. Encuentras tu camino en él, mientras sea saludable y entonces te largas como la mierda.
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—¿Por siempre y para siempre?
Había mucho allí, incluso cuando no había muchas palabras. La mayor parte era bueno, esa parte siendo que estaba claro que era su incentivo. Los diez años, sin embargo, eran intrigante. »Estar en este mundo, Cassie —continuó—. Tienes que saber, incluso cuando encuentre esa puerta, de alguna manera, va a ser siempre conmigo. —Estoy contigo ahora —señalé—. Y estoy contigo ahora sabiéndolo. Entonces, ¿por qué me importará si te quedas conmigo? Sus dedos apretaron con fuerza mi muslo, pero no dijo nada. Volviendo a la comunicación no verbal. Di una respiración y la solté. Entonces pregunté, »¿Diez años? Su mano izquierda fue de mi muslo a su café. Tomó un sorbo, lo puso de nuevo en el soporte, y puso su mano de nuevo en el volante. Está bien, él no iba a contestar. Miré a la carretera y tomé mi propio sorbo de café. No hay música, no hay palabras, nos sentamos en silencio. Yo no sabía lo que estaba pensando. Me preguntaba si estaba loca, sabiendo que lo estaba totalmente y sin importarme ni siquiera un poco.
Lo miré de nuevo. —¿Disculpa? —La forma en que te plantaste frente a ese imbécil afuera de esa cabaña. Joder, tan condenadamente magnífica, si yo no hubiese estado peleando con el impulso de rasgar cinco estúpidas gargantas adolescentes, habría aplaudido. Le sonreí, sintiendo la pesadez en el aire disiparse con ese flujo.
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—Magnífica —dijo Deacon, esto en un murmullo, rompiendo el silencio.
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Esto, por supuesto, me hacía más loca.
—Eso fue bueno, ¿no? —No. —No estaba de acuerdo—. Fue magnífico. Seguí sonriendo pero lo hice hacia el parabrisas. —Me parece divertido que los llames imbéciles. Por no mencionar oportuno. —¿Oportuno? —Encaja —le expliqué. —Sé lo que significa, mujer, pero no conozco una sola persona que lo usaría. —Estoy llena de sorpresas. Hubo un delgado hilo de humor en su voz cuando murmuró: —Miro hacia adelante a eso. Me gustó el hilo de humor. Incluso delgado, no me importaba. Fue allí. Y yo se lo di. »Fue eso —afirmó confusamente y me miró de nuevo. —¿Qué? —Eso y los ojos. Yo no dije nada, solo lo vi conducir. Dijo alg:
Mi beso de Navidad. Recordaba mi beso de Navidad. —Deacon —susurré. —Y un centenar de otras cosas —declaró. Me quedé de nuevo en silencio. Él siguió hablando.
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Dios mío.
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»Y tu beso de Navidad.
»Es por eso que estoy siendo un imbécil. Por eso no te dejé en esa mesa y me fui, como debería. Por eso seguí viniendo, cuando sabía, que no debería, cada vez que mi control se deslizaba terminando en el lugar que me gustaría estar, donde las cosas se salieron de control y puse tu espalda sobre la mesa. Por eso la cabaña once fue mi hogar por pocos días cada año, el único hogar que tenía, porque tú estabas allí. —Vas a hacerme llorar —le advertí en un susurro, mi voz ya obstruida con lágrimas, sintiendo esa emoción al mismo tiempo que estaba molesta porque él estaba haciéndolo mucho mejor en hacerme más y más feliz. No me miró. Dijo a la carretera: —Tienes que saberlo. —Alcanzó a su taza, bebió un sorbo, y terminó en un murmullo—: Ahora ya lo sabes. —Ahora lo sé —le contesté, todavía susurrando. Finalmente se quedó en silencio. Puse mi café en mi portavaso, desabroché el cinturón de seguridad, y me incliné sobre la cabina donde besé el borde de su mandíbula y luego le dije al oído: »Gracias por decirme. —Tienes que saber algo más, Cassie —dijo a la carretera. Dejé caer mi frente en su hombro.
Mi mano se lanzó a su muslo y se enroscó con fuerza mientras lágrimas pinchaban mis ojos. »Ahora, nena, siéntate y ponte el cinturón ¿sí? —ordenó suavemente. —Sí —le dije a su hombro, desplazándome para tocar mi boca en su cuello, luego me senté y abroché mi cinturón. Miré a la carretera.
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—Cualquier cosa. Si lo quieres, lo tengo en mí para dártelo, lo obtendrás todo de mí.
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—¿Qué?
Deacon conducía. En silencio.
—Entonces, los chicos rudos juegan con los pies —señalé, mi trasero en la almohadilla de mi pulida y repintada silla Adirondack, mis pies con calcetines en la barandilla, enredados con los de Deacon. —Ajá —respondió Deacon despreocupadamente y miré en su dirección para ver su mirada puesta en los árboles, sus manos envueltas en una copa de mi mejor bourbon de Kentucky, su perfil suave y pacífico. Me gustaba esa mirada así que seguí bromeando. —Y se derriten cuando enfrentan a una Pastor Alemán embarazada. Acababa de hacer justo eso. Los chicos rudos llamados Deacon se derretían justo delante de mis ojos. Lo vi y casi tengo un orgasmo, al mismo tiempo que me preguntaba si puedes enamorarte en un instante. Tomó una copa de su bourbon antes de responder: —Solo a un hombre que no fuera un hombre en absoluto, no le gustarían los perros. Empecé a reír. Me miró. »¿No estás de acuerdo?
Deacon volvió a mirar a los árboles, preguntando: —Entonces, ¿por qué estoy conduciendo para comprarte un perro luego de seis años? Había hecho también eso. Comprar un perro para mí.
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—Creo que a la gente le gusta lo que quieren que les guste. Sin embargo, no entiendo a las personas a las que no les gustan los perros. O los gatos. Realmente, todos los animales.
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Paré de reír y respondí:
Los perros de raza no eran baratos. Los perros de raza con un incentivo para estar en lo alto de la lista y por recoger, costaban quince billetes de cien dólares. Quince. Cuando vi el efectivo, había envuelto una mano en el antebrazo de Deacon y abierto mi boca para protestar. Pero en el segundo en que lo toqué, bajó su barbilla hacia mí y me dio una mirada que no necesitaba palabras y asunto cerrado. Así que no dije nada. En ese momento. Lo traje a colación en la Suburban. Su respuesta fue: —Está hecho, mujer. No hablas de ello. Eso era verdad. Y era falso. Seguí con el lado falso, continué mi protesta y obtuve una respuesta diferente. »Bien. Lo que quiero decir con que no hablas de ello es que no hablaremos de ello. Y entonces no habló más de ello. Para nada. Incuso a pesar de que yo lo hice.
—No tengo tiempo para un perro —le dije. —¿Las cabañas necesitan un montón de mantenimiento? —No realmente. Las tengo de la forma en que las quiero. Es más andar por los alrededores, arreglando el espacio, haciéndolo acogedor. Un lugar al que las personas conducen porque inmediatamente les hace sentir que hicieron
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Quería comprarme un perro, le dejaba hacerlo, en parte porque era dulce, pero en su mayoría porque no tenía elección.
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Lo que significaba que no tenía más oportunidad que parar.
la elección correcta. Y Milagros ayuda un montón. Es simplemente eso, una vez que conseguí que las cabañas estuvieran como quería, empecé a trabajar en la casa. —La casa es hermosa, Cassie —dijo suavemente. Me alegraba que se sintiera de esa forma. Realmente, estaba alegre porque lo notara. —Gracias, cariño —respondí suavemente. Entonces suspiré y dije—: Supongo que lo que estoy diciendo es que no creo que tenga tiempo. Pero ahora que he recogido la basura, el tiempo está bien. El no respondió. Simplemente tomó otro sorbo de bourbon. También lo hice. Caímos en silencio. Lo rompí. —Desde que tenía trece, esto fue todo lo que quise. Sentí sus ojos en mí, pero mantuve los míos en los árboles y seguí hablando. —Mi propio negocio en Colorado. Mis padres nos trajeron aquí cuando tenía trece y porque les rogué, siguieron trayéndonos. Me enamoré y supe que era aquí donde viviría mi vida, haría algo que disfrutaba, cerca de las laderas, así podría esquiar. Pero en su mayoría, esto, el día en que lo hice, tomando la carga, rodeada de esta belleza. —¿Trece? —preguntó y lo miré.
—Yo no era una niña común —compartí. Volvió a mirar a los árboles, murmurando: —No eres una mujer común. Volví mi atención a los árboles, murmurando en respuesta. ―Tomaré eso como un cumplido.
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—No es lo que suelen soñar las niñas comunes ―notó.
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—Trece.
―Esa era la intención. Sonreí a mi copa y tomé un sorbo. Entonces seguí hablando. ―Mucha gente creería que estoy loca, pero esto es todo lo que quiero. Estar sentada justo aquí cuando tenga ochenta, escuchando el río, mirando los árboles. —No hay nada loco acerca de ello. Oh, hombre. Me alegraba que pensara eso. Tomé una profunda respiración y la dejé salir, preguntando: —¿Dónde querrías estar cuando tengas ochenta? —No jodas y arruines mi visión, sentado sobre mi trasero en una silla que me alegra ahora que tenga un cojín, junto a una mujer decente con ojos hermosos, labios que fueron hechos para ser besados y un cabello fenomenal, escuchando el río y mirando algunos árboles. Sí. Estaba loca. Absolutamente. Porque estaba llena de júbilo porque quisiera eso.
Lo miré, sonriendo. —El lugar donde van las toallas es súper importante, Deacon. No dijo nada pero en la tenue luz viniendo de la cocina iluminada, vi sus ojos arrugarse. »El uso de los posavasos lo es también —seguí.
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»Sin embargo —continuó—. Solo si ella no se vuelve una perra loca que pierda la cabeza si no pongo mi toalla en el toallero de la forma exacta en que quiere que esté.
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Sin mencionar las duces cosas que me decía.
Las arrugas de sus ojos se quedaron dónde estaban, incluso mientras tomaba un sorbo de bourbon. »Sin mencionar, el cuidado apropiado y limpieza de tu vehículo. Tuvo algo que decir sobre eso. —Una camioneta que no está sucia, no es una camioneta. Es un vagón afeminado. Estallé en risas. —No estoy bromeando —dijo por encima de mi risa, lo cual me hizo reír más fuerte. También me hizo levantarme, poner mi copa en la baranda y caminar hacia él. Vi su cabeza echarse hacia atrás, mirarme, pero no se movió un centímetro mientras maniobraba sobre él, apoyando una rodilla en el asiento y levantando la pierna para colocarme sobre él. Cuando puse mi trasero en sus piernas, puse ambas manos en su pecho y me incliné hacia adelante. Puso su mano que no sostenía la copa en mi trasero, descansando su cabeza hacia atrás en el asiento, y me dejó. —Decoré la once para ti —susurré después de acomodarme. Su mano apretó mi trasero y las arrugas en sus ojos se desvanecieron. »Quería que tuvieras un lugar donde te sintieras cómodo le dije. —Las encimeras de cemento son un buen toque, nena —me dijo.
Mantuvo sus ojos en mí y sentí mi sonrisa irse cuando le dije: —Heriste mis sentimientos cuando me pagaste en navidad. —Necesitaba dar un mensaje, Cassie. —Lo sé, pero aun así dolió.
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Su mano se deslizó por mi columna.
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Era tan genial que notara las encimeras, así que me acerqué y sonreí.
Su mano rodeó mis hombros y sostuvo un lado de mi cuello cuando susurró: —Lo siento nena. —Hazlo por mí. Déjame pagarte por el perro. Deslizó su mano en mi cabello y me tiró más cerca de su rostro. —Para futuras referencias, este juego que estás jugando para salirte con la tuya, no va a funcionar por mucho tiempo. Cuando se trate de darte algo que haga algo por mí, como darme paz mental, para hacer lo que pueda para mantenerte segura cuando no estoy aquí, es un juego que vas a perder. Ahí estaba. Más felicidad. E incluso se las había arreglado para hacerlo, negándome algo que quería. Definitivamente tenía que mejorar mi juego. —No es justo —dije tranquilamente—. No puedes darme una razón que me hace sentir toda cálida y blanda cuando no me estás dejándome salirme con la mía. Oí ese trazo de humor en su voz y no era ni de cerca tan fino cuando preguntó: —¿Cálida y blanda? Me acerqué más, deslizando mis labios por su mejilla hacia su oído mientras rodaba mis caderas en su regazo y susurraba: —Blanda.
—Entiendo que es tiempo de ir a la cama —señalé mientras él nos llevaba a la puerta de la cocina. —Ajá.
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Un latido más tarde, su vaso aterrizaba en el brazo de la silla con un golpe sordo, y un latido después de ese, estábamos fuera de la silla, uno de sus brazos bajo mi trasero, sosteniéndome envuelta alrededor de él, la otra en mi nuca, sosteniéndome apretada contra él.
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Su cabeza se movió y giré la mía a tiempo para verle tomar de golpe su bourbon.
Me sumergí de nuevo y dije contra su cuello. —Yupiii. Sus brazos me dieron un apretón mientras nos llevaba dentro de la casa. Entonces me cargó hasta la cama.
Deslicé la polla de Deacon fuera de mi boca, lamí la punta, y lo llamé: —¿Deacon? —No tenía que llamarlo. Me acurruqué entre sus piernas, sus rodillas ladeadas, hombros en la cabecera, y estaba observándome. —¿Qué? —gruñó, el sonido viniendo desde lo profundo, como si fuera arrancado de él. Lamí la punta de nuevo y dije: —No sé por qué. —¿Qué? —repitió. Lo lamí de la base a la punta, mis ojos pegados a los suyos, luego giré la cabeza con mi lengua moviéndose, viendo su rostro ponerse oscuro y más oscuro, su mandíbula más y más dura, sus piernas más tensas mientras me observaba. Hice todo esto, luchando con el impulso de retorcer o trepar encima y montarlo hasta dárselo. Y a mí. Envolví mi puño alrededor de él, estirando su polla de donde estaba tendida sobre su estómago, y dije:
Lo acaricié con mi mano y susurré: —Solo sé que eres tú. Su rostro se oscureció y supe que esto no era solo por lo que estaba haciendo con mi mano. Seguí susurrando cuando compartí: »Porque me haces feliz.
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—Jesús, mujer, ¿quieres compartir esto conmigo ahora?
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—No sé porque eres tú.
Perdí agarre sobre su polla cuando se dobló sobre sus abdominales y me agarró por debajo de los brazos. De un tirón, estaba arriba y moviéndome suavemente, reposando sobre mi vientre en la cama. Sentí las rodillas de Deacon empujando mis piernas, separándolas mientras se posicionaba, sus manos sobre mis caderas arrastrándome hacia arriba. Apenas tuve mis rodillas debajo de mí, antes de que se empujara dentro, tirando de mis caderas hacia atrás, perforándome. Y yo estaba aún más feliz. —Cariño —gemí. Luego, sin otra manera para ponerlo, aunque ya me había montado más o menos, terminó por curvar su cuerpo sobre el mío, colocando un antebrazo en la cama a mí lado, montándome. Sacó mi cabello fuera de mi cara, y colocó sus labios cerca de mi oído. —Futuro —gruñó, todavía impulsándose profundamente—. Ese juego que acabas de jugar, juégalo de nuevo, tú vas a ganar, pero voy a escoger como obtengas el premio. —Está bien —dije sin aliento, decidiendo jugar este juego mucho, como en un montón. Y de nuevo estaba arriba porque envolvió ambos brazos a mí alrededor, y me arrastró para terminar de vuelta en frente de él, empalada con su polla. Dios. Celestial.
—Mujer, mírame. Me concentré en él sobre mí, sin soltar mis rodillas en lo alto y muy abiertas, todavía golpeando dentro de mí.
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Finalmente, se salió, me puso de nuevo de espalda, empujó mis piernas arriba con sus manos detrás de mis rodillas, y me montó de nuevo. Me tomó de ese modo hasta que exploté debajo de él, tensándome contra su agarre, sacudiéndome contra sus embestidas, y gritando su nombre. Siguió empujando pero me dio tiempo antes de ordenar:
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Me abrazó y me tuvo de esa manera por un tiempo, antes de inclinarse de nuevo, tener mi culo en el aire y seguir de ese modo un rato más.
—Mira lo que me haces —gruñó. Podía hacer eso. Podría tanto hacer eso. —Lo que tú quieras, cariño. Entonces le di lo que quería y miré lo que le hacía a él, haciéndolo alegremente. Hice esto a través de todo el camino, para cuando empezó a dar sacudidas entre mis piernas, todo magnifico, un puñado de músculos en su cuerpo destacándose en un espléndido desahogo, y su cabeza disparándose de nuevo mientras se vertía dentro de mí. Segundos más tarde, liberó mis piernas y cayó sobre mí, tomando un mínimo de su considerable peso en un antebrazo al lado mío. No me importaba sostener su peso. Me gustó. Pero, todavía. Estaba furiosa. —No es justo —dije al techo, sonando tan irritada como estaba. Sentí su cuerpo tirante, levantó su cabeza para mirarme. Él, también, lucía furioso. —¿Me estás jodiendo? —preguntó.
—Eso no es acerca de lo que estoy hablando. Estoy hablando acerca de cómo te mantienes superando la apuesta de la felicidad. Sus cejas se alzaron sin más. —¿La apuesta de la felicidad? —Se supone que estoy haciéndote feliz, no a la inversa.
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—Tienes mi polla en tu boca, la primera vez en siete años, estás trabajando tu maldita magia, paras, para tener una charla cordial, tomo revancha, y ¿piensas que no es justo? —preguntó.
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—No —espeté, un tanto entrecortada, ya que él era pesado, pero principalmente porque estaba todavía montando en lo alto de un buen sexo, y estando con Deacon. Sus cejas se dispararon juntas, y hace unos días, esto podría haber sido más que un poco desalentador. En este momento, no lo era.
El ceño fruncido, que tenía, se desvaneció mientras me miraba. Luego me dio todo su peso, aplastándome en la cama cuando se echó a reír. El sonido llenó el cuarto, llenando mis sentidos. La sensación me sacudió y no solo físicamente. Emocionalmente, en maneras que sabía que nunca olvidaría esa sensación por lo que me queda de vida. Todo eso, la riqueza empapada de belleza dentro de mi piel, y cuando lo hizo, supe que el hombre riendo encima de mí era él. El único. El mundo. El hombre hecho para mí. El hombre del que estaba enamorándome. El único hombre que realmente amo. Lo era porque había hecho mi elección. Lo era porque lo lamentaría por él si decidiera dejarme. Lo era porque sabía que podría atormentarme. No preguntándome cómo podría haber sido, sabiendo, que había perdido todo, si no me daba oportunidad para hacerlo reír justo como lo estaba haciendo. Y ahí estaba de nuevo. Solo por reír, me superaba de nuevo. »Puaj, estás haciéndolo de nuevo —anuncié airadamente. Se movió ligeramente a mi lado levantándose sobre un antebrazo, pero permaneciendo conectado conmigo. —¿Cómo es eso? —preguntó, todavía riendo. —Tienes una gran risa —contesté exasperadamente. Paró de reír, pero se mantuvo sonriendo (¡más locamente feliz!) mientras ahuecaba mi mandíbula y sumergía su cara cerca.
—Nena, me hiciste reír. Oh Dios. Miré sus ojos y recordé lo que él había dicho la noche anterior, recordé lo que me había comunicado la primera vez que lo vi. Oh Dios. No debe hacer eso nunca.
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—No puedo perder eso, Deacon. —Su pulgar barrió mi mejilla y paró de sonreír.
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—Cassie, me haces reír.
—Ahora estás haciéndome llorar —le informé, mi voz subrayando mis palabras. El humor vaciló en sus ojos mientras murmuraba: —Jesús, eres demasiado mujer, eres más mujer que cualquiera que haya conocido. Empecé a sentirme furiosa de nuevo. —Dices eso como si fuera malo —contesté bruscamente. —Espera, Cassidy, todavía estoy ajustándome a tu último cambio de humor. Lo miré y vi las arrugas en sus ojos. Estaba burlándose. —No seas juguetón cuando me siento emocional —le pedí. Para esto, extrañamente respondió: —Entiendes que soy un chico malo. —Difícil de olvidarlo, Deacon —regresé. —Entonces no me digas cuándo ser juguetón. A los chicos malos no les gusta esa mierda. Sus palabras eran tan ridículas, aunque sin duda, ciertas, no podía parar de reír. Atrapó mi sonrisa y requirió: »¿Podemos mantener este estado de ánimo por cinco minutos?
—Gracias —musitó, las arrugas todavía irradiando de sus ojos. Coloqué mis manos por sus músculos abdominales y las deslicé hacia su pecho. Acarició mi mejilla y cayó más cerca. »¿Quieres limpiarte? —preguntó tranquilamente.
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—Seguro.
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Me encogí de hombros.
—Sí —contesté tranquilamente también. —Entonces cierra los ojos o ¿quieres sentarte en mi cara? Parpadeé. Luego me retorcí. Su mirada se calentaba mientras murmuraba: »Sentada sobre mi cara. —Ahí está —murmuré de vuelta—. Más felicidad. Vi la luz en sus ojos mientras se dejaba caer aún más cerca. —Nena, ese coño en mi boca, tu trasero en mis manos, los ruidos que haces llenando el cuarto, astutamente obtengo una conducción profunda en tú húmedo, y apretado coño, mientras estás todavía gimiendo por mí. Entonces después de dártelo, y tú me lo vas a dar, consigo tenerte en la cama con tus pliegues apretados. Tú no crees que eso me hace feliz, estás jodidamente loca. Me retorcí un poco más, pero esta vez no era solamente un retorcido desviado. Era un retorcido feliz. Él lo sintió y me dio otra sonrisa antes de darme otra orden. »Ve, a limpiarte. —Está bien, cariño. Tocó su boca en la mía, estirándola, y se dio la vuelta. Di la vuelta para el otro lado y me precipité al baño.
Mi cabello se veía sexy así, incluso tuve que decirlo. Mis ojos se veían increíbles. Mi piel enrojecida me daba apariencia vibrante y viva. Me veía como si me hubieran jodido duro.
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Pero cuando llegue ahí, me miré en el espejo y vi mi largo cabello salvaje, mis ojos suaves y saciados, mi piel enrojecida.
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Cerré la puerta.
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Y nunca me había visto más feliz.
8 Tendré Pay Traducido por Vicky., nelshia y leogranda Corregido por Debs
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eis semanas después estaba sentada en una reposera en mi entrada, con las piernas hacia el cielo y los ojos en las gotas que caían suaves y firmes sobre las hojas de los árboles. Mi corazón estaba pesado a pesar de tener el teléfono en el oído escuchando a mi madre hablar sobre el cabello desprolijo intencionalmente que había llevado a una reunión familiar. —En agosto, Cassidy, cinco de las cabañas las habrás pagado. No se discute. Dijo “no se discute” porque me había parido. Me conocía. Incluso antes de haber nacido, me contaba (y a cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar) la cantidad de patadas que le había dado. Así que no se sorprendió de que naciera llorando. Sabía que le iba a discutir.
—Titus no lo pagará. Lo haremos tu padre y yo. Ante esto, mis ojos se agrandaron y mi voz se afinó. —¿Mamá, estás loca? Titus perdera todo su orgullo si le pagan la cabaña. —Lo superará.
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—Mamá, primero, tengo dos habitaciones de huéspedes en mi casa así que Titus no tendrá que pagar. Él y Bessie pueden quedarse aquí. Sé que las cosas están un poco tensas desde que la despidieron.
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Y estaba en lo cierto.
Así era. Ella estaba loca. Mi hermano nunca lo superaría. Y así, las Navidades, Navidades que últimamente mi familia pasaba conmigo en el Glaciar Lily (consecuencia de haberlo hablado con Deacon hacía unos años, no una carga para mi familia porque mis cabañas eran impresionantes), sería un dolor en el trasero porque mi hermano menor lo mostraría. Lo mostraría porque me ama, ama a mi hermana y se embobaba con los niños de Lacey. Así que lo mostraría. Pero lo haría cabizbajo. Y Titus cabizbajo no era divertido. —¿Y cómo es esto para un compromiso? —comencé—. Titus y Bessie se quedarían contigo en tu cabaña. De esa manera solo pagan la mitad. —Cariño, algún día, esperemos, tendrás tu propio hijo. Y entonces, esperemos, te alegrarás cada día por décadas de la hermosura que creaste. Linda, si es un niño, no querrás escucharlo disfrutar de su esposa en la habitación continua. Y, al caso, viceversa si es tu hija con un hombre. Instantáneamente mi boca se abrió y se cerró ante el pensamiento de mi hermanito follándose a su esposa. Algo que sabía qué hacía con frecuencia. Esto no solo porque las personas casadas lo hacen, sino que también porque hacía dos años, mamá y papá los habían invitado a hacer una prueba de ensayo en el rancho y papá los encontró haciéndolo en el baño de arriba. Esto por el alarido de Bessie, el grito de Titus, y papá saliendo de casa de un portazo murmurando que se iría a alimentar a los caballos cuando definitivamente no tenía que alimentarlos en la mitad de la cena de ensayo de mi hermano. Según Lacey, papá no miró a Bessie a los ojos por años.
—Entiendo tu punto. —Estoy segura que si —respondió—. Ahora, cinco cabañas. Una para tus padres. Otra para Lacey, Matt y los niños. Otra para el tío Gideon y la tía Mellie. Otra para la tía Rachel. Y la última para Titus y Bessie.
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Luego de acordarme de esto, contesté:
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Afortunadamente, estaba superado.
—Ma, has estado aquí antes. Las cabañas tienen dos cuartos. No debes pagar tanto para que la gente duerma. Y no estoy hablando de que se queden con Titus. Pero la tía Rachel podría estar contigo y papá. —¿Tendrás esas cabañas habilitadas para Agosto? —preguntó. No tenía idea. Tenía un montón de reservas hechas, pero no sabía si para después de mayo. Me moví hacia la laptop que estaba en la silla al lado mío. —Dame fechas, me fijaré. Ella me las dijo mientras abría la computadora. Me fijé. Anoté en el libro las cinco reservas de mamá. —Gracias, cielo —agradeció cuando comenté lo que acababa de hacer. —En cualquier caso —contesté—, pueden quedarse por el dinero que papá me prestó. Lo dije aunque sabía que era para perder el aliento. Esto porque papá y mamá siempre pagabon las cabañas cuando nos íbamos. —Tu padre está de buen humor, así que ni siquiera se lo sugeriré. —Como sea —murmuré y oí como se rio entre dientes. —¿Deseando no vernos? —preguntó a pesar de ser una pregunta estúpida.
—Estamos uno a uno —replicó. —¿Ahora puedes dejar de fastidiarme? —requerí. —Soy tu madre. Es mi deber molestarte. —Bien, eres buena en eso. Oí más risitas cuando dijo:
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—No preguntes cosas tontas —respondí—. Estoy de mal humor y es molesto.
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Pero estaba de mal humor. El mismo que había tenido por semanas. Un mal humor que probablemente no cambiaría en toda la eternidad.
—Es la noche en la que tu padre va a la ciudad a juntarse con sus amiguitos. Así que es mi noche de meterme en la bañera hasta convertirme en una pasa, cosa que no me importará porque estaré absorta en una novela de romance. Yo solía leer romance porque ella me había enseñado a hacerlo, considerando que tenía tropecientas novelas de romance en la mano todo el tiempo (en su iPad, no literalmente). Amaba el romance. Había mucho amor, pero especialmente en los finales felices. Ahora sabía que más allá de una sombra de dudas, se encontraba una bolsa llena de mentiras, así que estaba considerando quemar todas mis novelas románticas en la chimenea. Añadiría también mis DVD. —Disfruta —dije en voz baja. —Lo haré, Cassie. Hablamos pronto, cariño. Te quiero. —Yo a ti, ma. La escuché desconectarse e hice lo mismo, dejando a la laptop y el teléfono en la silla a mi lado, aprovechando la oportunidad de probar la copa de vino que estaba allí. Otra vez posé la vista en el bosque, tomando un sorbo, mirando y escuchando el suave sonido de la lluvia, concentrándome en ello, aclarando mi mente, e impidiendo que los pensamientos que estuvieron en mi cabeza las últimas tres semanas me fastidiaran. Un esfuerzo infructuoso.
No me lo dijo. Simplemente me di cuenta. No sé cómo pasó. Simplemente sé que pasó. Y estaba sentada, escuchando la lluvia, bebiendo vino, intentando no demostrarle que me había destruido. El tiempo que tuvimos fue genial. Fue corto, pero asombroso.
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Y eso fue porque Deacon y yo lo habíamos hecho. Ni siquiera habíamos empezado y ya estaba terminado.
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Fastidiaron, como hacían siempre.
El sexo que tuvimos fue culminante, incuestionablemente. Incluso con siete años de abstinencia, fue como andar en bicicleta, porque Deacon estaba lejos de estar oxidado. Pero fue el resto del tiempo el que me hizo desear estúpidamente vivir dentro de esa burbuja por siempre. Todo porque Deacon era dulce. Siempre. No era que nada lo podría hacer enojar, pero estaba segura que no podría seguir enojado. En este caso, no conduciría su Suburban maldiciendo al que lo cortara o fuera demasiado lento, algo que pasaba más de una vez (algo que yo haría, y seguramente cada persona en la tierra que respirara). No reaccionaba. Solo conducía. Además, no se enfureció cuando lo presioné sobre el pago del perro. No le pasaba nada. Era Deacon. Estaba listo. Tranquilo. Todo de una manera que se comunicaba conmigo y me hacía sentir así. Además de dulce, era atento, comunicativo (a su manera) y más que nada, presente. Muy presente. No sé cómo lo hizo, pero estuvo conmigo en la manera que nadie había estado. De una manera que sabía que estaba conmigo. Incluso aunque no me tocara, hablara o cualquier cosa, seguía conmigo. Y me hacía saber, a su manera, que le gustaba estar ahí. Conmigo. No hace falta decir que fue fácil adaptarse a eso. Muy fácil, me llevó dos días para que se sintiera real. Para que se sintiera que estábamos cavando raíces para crecer con fuerza.
De nuevo, no pudo decirme cuando volvería a Glaciar Lily, que lo haría cuando pudiera.
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Me dijo que tenía una o dos semanas para estar conmigo. Pero recibió una llamada a los dos días que me dijo que le dijeron que, aparentemente frustrado (más o menos) y decepcionado (completamente, aunque no lo conociera tan bien, así que en las siguientes semanas me convencí de que lo leí mal) tenía que llevar a un amigo.
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Se fue, hizo su trabajo y volvió en una semana, lo que fue asombroso. Volvimos a estar de la misma manera que antes que se fuera.
La primera vez que volvió, me dio un número de teléfono. Lo llamaba y a veces me contestaba, otras veces no y me llamaba luego. Si no contestaba, decía que no tenía el correo de voz, pero era historia porque siempre me devolvía las llamadas. No hablábamos por horas, pero nos conectábamos. No era tan bueno como tenerlo, pero no estaba mal. Especialmente cuando hablábamos por horas (o a veces una). Esta vez le dije mi preocupación por no estar en temporada: terminábamos invierno, las vacaciones de primavera terminaban y la temporada de verano comenzaba. Con los álamos volviéndose dorados y el clima seco durante el día, el frío por las noches, el otoño era popular en las Montañas de Colorado Fines de primavera, principios de verano, no había tanto. Fue difícil. Difícil hacerle hacer cosas a Milagros porque ella necesitaba trabajar por el dinero. Difícil mantenerla a ella y mantenerme a mí. Alquilé las cabañas constantemente cómodamente, pero lejos de los lujos.
y
me
sirvió
para
vivir
No quería lujo, nunca lo hice. Tal vez algún día lo conseguiría (o algo parecido), y pediría una nueva hipoteca para mejorar la casa y las cabañas, y aun así seguiría debiéndole a papá. Así que la primavera siempre era una perra.
—¿Qué? —pregunté. —Están demasiado baratas, Cassidy. Son buenas. Sube los precios. Estaba sintiendo la acogedora emoción de cuando dijo son buenas, pero igual me las arreglé para continuar. —¿Crees que podría con ello?
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—Sube los precios —dijo cuando dejé de balbucear.
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Y eso le decía a Deacon (excepto la parte de la segunda hipoteca, solo quejarme de las cosas de la temporada baja). Lo hice sintiendo la contradicción entre raro y un poco miedosa de no haber llegado al lugar donde vivir con él y finalmente pasar el resto de nuestras vidas juntos.
—Hace un año, dos, no. La economía era mala. No importaba cuan buenas eran, tenías que dejarlas así para que se rentaran. Ahora, tienes el negocio que tienes porque la gente está haciendo un trato. Lo saben. Subes la noche a diez, veinte dólares, semanalmente por cincuenta, y seguirán rentándolas, porque no tendrían un trato, pero seguirían estando buenas. Haces eso y sobrevives en tiempos malos. —De hecho, es una buena idea —le dije, porque así era. Podía hacer eso. Tendría que honrar a las reservas que tenían la tarifa cuando las habían rentado, pero era muy fácil cambiarlas en la página web. —No el espantapájaros. Las palabras bizarras de Deacon me sacudieron de la risa y dije: —¿Qué? —Tengo cerebro dentro de la cabeza, Cassidy. Su profunda voz radiaba humor, no era un insulto, y eso fue bueno. Aun así. —No dije que no tuvieras —contesté. —Mujer, eso fue una oferta. De nuevo, estaba confundida. —Tengo cerebro, lo uso —contestó—. Haces lo que haces día a día. Es tu vida. Estás hasta el cuello con ello. Te casarías con eso, sin embargo no tienes a quien patear con tus ideas. Como tengo cerebro, yo soy ese quien.
—Sí, cariño —comenté y seguí con ello—. Gracias por la oferta. La tomaré. Solo espero ser lo suficientemente buena como para que no te arrepientas. —¿Qué podría pasar? —preguntó sonando genuinamente perplejo, lo que encontré increíblemente dulce. Pero aun así.
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»Mujer, ¿estás ahí? —llamó.
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La sensación de calidez fue abrumadora. Tanto que no pude hablar.
—¿Te acuerdas de Grant? —requerí. —¿Quién? —Mi novio, de la primera vez que, uhm, te vi. —Jodido vago —empezó, paró, y antes de que pudiera decir algo, terminó—: Jodido estúpido. —Sí —afirmé—. Él. —Lo recuerdo. —Bueno, mi sueño, el sueño que se transformó en realidad cuando vi las cabañas, no era estar haciendo esto sola. En realidad imaginé que la mejor parte sería divertirnos aquí, cuidando las cabañas, haciendo esto con Grant. Él no estaba de acuerdo. Su diversión era otra cosa. Él liberando peso de trabajo, y yo terminando demasiado. —Cassie —dijo tranquilo—. Te respeto, pero ambos eran demasiado jóvenes. Los hombres a esa edad son de emborracharse y encontrar a alguien que se la chupe hasta encontrarse satisfecho. Que verdad. »Diciendo esto —continuó Deacon—, todo lo que un hombre tiene que hacer es mirarte, a cualquier edad, para saber que eres un eslabón de oro y que tendrá que juntar toda su mierda para mantenerte brillante, pero aún más, para conservarte. Pero él no te miró, no te conoció, y por eso, no tiene escusas de haber sido así.
—Realmente me gustaría que estuvieras aquí, ahora —dije sin pensar, y era verdad, quería tenerlo ahí para besarlo y hacerlo duro. Fue cuando Deacon no dijo nada. Eso duró un tiempo, así que lo llamé. »¿Deacon?
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»Lo que digo es —Deacon seguía tranquilo—, que no eres un peso. Las cabañas tampoco. La vida no. Es lo que es. Es parte de vivir. Es la parte de estar juntos. Si importa, si es bueno, no hay peso que cuente.
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La calidez de sus palabras me llegó tan profundo que podría andar por semanas en el Ártico sin ninguna manta.
—El mismo aquí, Cassie. Él deseaba estar conmigo. Y eso también se sentía acogedor. No hacía falta decirlo, después de esa conversación, pensé que podríamos hacerlo, Deacon yéndose, yo en casa, conectándonos desde la distancia, aprendiendo sobre nosotros, ayudándonos a crecer, haciéndolo bien, y luego conectándonos cuando estuviera de vuelta. Así fue, hasta que se volvió a ir. Y así fue, no contestaba mis llamadas, y devolvía solo un par. Eran llamadas cortas que duraban menos de un minuto, y lo que más me decía era que estaba ocupado, pero que llamaría cuando pudiera. Pero nunca lo hizo. Y se empezó a sentir extraño, yo llamándolo un par de veces al día para que viera mi numero entre sus mensajes y sabiendo que pensaba en él, que quería hablarle, queriendo conectarme, pero él nunca conectaba. Entonces no se sintió extraño, se sintió humillante, como si yo fuera la chica que el chico eligió, con la que pasó un buen momento, pensó que podría valer la pena trabajar en ella, y luego descubrió que ella estaba necesitada y avariciosa. Llamando todo el tiempo. Queriendo conectar. Pensando demasiado en él, como en asquerosamente-mucho. Todo esto hasta que ya fue hora de terminarla y sacarla porque era una espeluznante y enferma acosadora. Eso no se sentía bien, así que dejé de llamar, esperando que si lo hacía, él llamaría.
No conocía muy bien a Deacon pero en las veces que estuve con él, el Deacon que pensé que estaba llegando a conocer no me dejaría esperando durante tres semanas. A menos que él fuera a dejarme colgando por siempre. Lo qué no tenía más remedio que asumir que él estaba haciendo. Tres semanas era mucho tiempo. Su último "trabajo" solo duró una semana. Este era
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Él se había ido por casi cinco semanas. Y de esas cinco semanas, no había oído hablar de él en cuatro, y no lo había llamado por teléfono en tres.
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Él no lo hizo.
de cinco. Tuvo que haber terminado con el trabajo por ahora y seguido adelante. Seguido adelante. No podía creer que él lo que estaba haciendo. No sin decir algo. Él no tenía que venir al Glaciar Lily y exponerlo para mí. De hecho, me alegré de que no lo hizo. ¿Pero dejarme esperando? ¿Para siempre? Eso no parecía muy Deacon. Lo cual era otro recordatorio de que yo no conocía a Deacon. No sabía lo que hacía para ganarse la vida. No sabía su nombre completo. No sabía de dónde venía ni cómo llegó a ser el hombre que era. Sabía que él tenía treinta y ocho años, había dormido con la misma cantidad de mujeres, (bueno, conmigo, una más), él era gentil, no hablaba mucho, era genial en la cama, le gustaba mi comida... Y eso era todo lo que sabía. Esto me puso de mal humor. El mal humor donde me sentaba en mi porche bajo la lluvia (aunque me gustaba hacer eso de todos modos) mirando a los árboles, tratando de no hacer una gran cosa de esto. Un chico sexy, buen sexo, un sentimiento de esperanza que era el comienzo de algo hermoso, algo que podría ser para siempre, las mujeres tenían esa sensación todo el tiempo y descubrían que estaban equivocadas.
Estaba manteniendo a raya un corazón roto... otra vez. Haciéndolo con la inminente adopción oficial del perro que Deacon compró para mí. Tenía fotos. Los criadores me las enviaban por correo electrónico semanalmente, de los cachorros rodando, alimentándose de su mamá, creciendo y jugando. Estaba enamorada de todos ellos y no tenía idea de cómo iba a elegir cuando el tiempo llegara en dos semanas a partir de ahora, cuando tendría que hacerlo.
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Pero sabía que no era tan simple.
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Traté de hacerlo así de simple.
También no tenía ni idea de cómo iba a reclamar y cuidar a un perro que siempre me recordaría a Deacon. Cerré los ojos con fuerza ante ese pensamiento, luchando contra los sentimientos que amenazaban con abrumarme, y no de una manera cálida. En una manera devastadora, soy-una-idiota, escogí-el-tipo-incorrecto, cuándovoy-a-va-aprender. Pero los abrí cuando oí el rugido de un motor a través del golpeteo de la lluvia. Giré la cabeza justo para ver quién estaba allí, y cuando vi la lluvia deslizarse por una Suburban negra a través del atardecer gris, dejé de respirar. Empecé de nuevo, pero solo para hacerlo de forma errática mientras miraba la puerta del lado del conductor abrirse y a Deacon desdoblar su largo cuerpo del asiento. Oí el golpe de la puerta y me quedé quieta, mis ojos en él, regateando los árboles al lado de mi casa mientras se dirigía hacia el porche. Mi respiración se detuvo de nuevo cuando llegó al porche y pude ver sus ojos clavados en mí, su cara en blanco, la máscara volvió (no una buena señal), pero no había forma de escapar de la pesadez que descendió de lo que fuera que estaba emanando de él. Esto podría haber sido por lo que no podía moverme. Deacon se podía mover. Colocó sus manos en la barandilla del porche, y aunque el porche (y sin duda la barandilla) se elevaba varios metros del suelo, él se impulsó hacia arriba y tiró de su cuerpo encima de la barandilla, sus botas golpeando en el piso con un golpe definitivo.
Pero él lo estaba. Y no entendía eso. Aunque tal vez lo hice. Tal vez estaba en lo correcto. Tal vez era tiempo de que Deacon dijera adiós, cara a cara.
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No tenía idea de lo que estaba haciendo allí, y aunque su expresión no me estaba dando nada, todavía entendí en algún lugar profundo que él no quería estar allí.
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En este milagroso despliegue de la fuerza superior del cuerpo, me tragué un jadeo.
De repente, deseé que me hubiera dejado esperando. Él me miró fijamente y seguí sin moverme. Solo tenía mi cuello torcido con la cabeza inclinada hacia atrás, porque sus ojos insondables estaban bloqueados en los míos de una manera que no podía escapar. —Pensé que eras más mujer que cualquier mujer que había conocido —declaró, en voz baja, pero fría, una voz que él tuvo por seis años. Una voz que pensé se había ido para siempre. Una voz que era un golpe que dolía como una perra tener de vuelta. También era una entrada extraña. —¿Perdón? —le pregunté. —Una mujer que es una mujer en absoluto, que quiere romper con un hombre, tiene las agallas para decirle. Me le quedé mirando con incredulidad. ¿Qué acaba de decir? ¿Romper con un hombre? Antes de que pudiera preguntar, Deacon siguió hablando »Tú no tienes eso y yo debería dejarte hacer esa jugada. Pero lo que me diste, Cassidy, no te voy a dejar hacer esa jugada. Así que quieres romper conmigo, estoy parado aquí. Ahora di las palabras. —¿Estás loco? —le susurré, sabiendo que lo estaba porque no había manera en el infierno en que pudiera pensar que estaba rompiendo con él.
Por supuesto que no. —Dejaste de llamar —afirmó. Finalmente me moví, girando en mi asiento y manteniendo mis ojos pegados a los suyos. —Tú también lo hiciste.
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Yo rompiendo con él...
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Él rompiendo conmigo, sí.
—Yo estaba trabajando —cortó. Sentí mis cejas dispararse hacia arriba. —¿Por semanas, sin un momento para llamar solo para decir hola? —Por semanas, sin un momento para llamar y decir hola —confirmó, sus palabras todavía lacónicas. —¿En serio? —le pregunté. —En serio —respondió secamente y continuó—: La situación no era buena. Fue intenso. Y había gente que no conocía, no me gustaba, y yo no confiaba. De ninguna manera de mierda voy a tomar una llamada y exponer una mierda a esos hijos de puta. Y de ninguna manera podría tomar una llamada tuya y no exponer que significas algo para mí. Ya que estaba con ellos prácticamente 24/7 de mierda, no tomé la llamada y no hice una llamada. Te lo dije, yo no te pondría en peligro. Ese mundo en que vivo, Cassidy, no existe para ti y con esto quiero decir que tú no conoces ese mundo y ese mundo no te conoce. Esto tuvo algo de sentido, y parte de ello era muy dulce. Sin embargo. —Entonces, ¿qué significa eso, Deacon? —le pregunté—. ¿Incomunicado durante semanas sin la menor idea de cuándo terminará esa clausura? —Joder no —devolvió—. Significa que me llamas por teléfono, para así saber que estás bien y estás pensando en mí.
—Consigues saber que es bueno para mí que sé que estoy en tu mente. Tuve que admitir, que sería una buena cosa para dar. Pero cuando hay un dar, debería haber un recibir. —¿Y qué obtengo?
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—¿Así que me siento en casa y te doy eso y no consigo nada? —presioné.
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De repente, estaba encima de mi sorpresa porque él estaba allí y esto fue porque estaba enojada.
—Mujer, si no sabes ya que has estado en mi mente todos los días durante los últimos seis años, no tengo ni idea de cómo comunicártelo. Ahora que te he tenido, esa mierda no ha cambiado. Solo se volvió peor. Mi espalda se enderezó y empecé flagrante: —¿Peor? —Peor —confirmó con un tirón hacia abajo de su barbilla—. Ahora no es todos los días. Es cada hora. No lo combato, cada minuto. Joder, cada segundo, no lo compruebo. Cada segundo, estoy pensando en ti, pensando de tener la mierda terminada, pero solo para que pueda volver a ti. Eso era muy, muy dulce. Todavía estaba enojada. ¡Y esto fue porque no conseguí nada de él, ni una cosa de un mes! —No me dijiste eso, Deacon. —Jodidamente lo hice, Cassidy. —¿Cuándo? —le espeté. Se inclinó hacia mí y disparó de vuelta. —Cada momento que estuve contigo Inhalé una respiración afilada.
Oh Dios mío. —Deacon —susurré, pero no pude seguir porque él continuó: —Pero no puedo saber que ella está haciendo eso, si ella no —se inclinó hacia mí otra vez—, me llama.
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—Eres una vulnerabilidad —dijo entre dientes—. Mi vulnerabilidad. No tengo vulnerabilidades. Pasé años raspando hasta la última de mí así que no había quedado nada. Ahora tengo una, una grande, y yo no doy una mierda, siempre y cuando ella esté en Colorado, sentada en su porche, esperando a que vuelva.
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Porque en ese instante, supe que él tenía razón.
—¿Qué pasa si te necesito? —le pregunté en voz baja, sus palabras quitándome lo enojada. —Entonces me llamas por teléfono. Cuelgas. Me llamas de nuevo. Cuelgas. Y llamas por teléfono de nuevo. Sigues llamando, Cassidy, sabré que no estoy solo en tu mente, que me necesitas. Y te llamaré de vuelta. Pero lo voy a hacer de camino hacia ti. Oh, sí. Ya no estaba enojada, para nada. Fue entonces cuando me puse de pie y lo enfrenté, diciendo con voz tranquilizadora. —Yo no podía saber esto, cariño. —Correcto. Entonces te educaré —regresó, sus palabras aun cortadas, mostrando que definitivamente seguía molesto—. Esos cinco hombres que tuviste, ni uno de ellos era un hombre como yo. Un hombre como yo, Cassidy, no se sienta en una jodida silla en un jodido porche cerca de un jodido río en las jodidas montañas de Colorado y le dice a una mujer que quiere estar sentado allí a su lado cuando él tenga ochenta años si no quiere decir esa mierda. Sentí mi barbilla alzarse en mi cuello mientras le sostenía la mirada, haciendo esto para contraatacar la emoción que sus palabras dispararon a través de mí. Una vez que lo logré, sugerí:
—¿No estas rompiendo? —Por supuesto que no —le contesté—. Yo solo... no llamaste de nuevo, así que pensé que rompiste conmigo. —Aquí —gruñó y parpadeé. —Deacon, no soy una gran fan de…
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La máscara se deslizó pero solo por su cara para oscurecerse en sus palabras.
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—Tal vez deberíamos tener un sistema puesto.
—Futuro —me interrumpió—. Afirma tu feminismo cuando no esté a tres segundos de follarte en tu porche. Vengo a ti, eso va a pasar. Tú vienes a mí, tal vez no lo hará. ¿Tal vez? No pregunté eso. Pregunté: —¿Así que lo consigues a tu manera y yo vengo a ti, puedes controlar milagrosamente tus bajos instintos? ¿Su respuesta? —Uno. Mi cuerpo se sacudió y mis cejas se dispararon juntas mientras el significado de esa palabra me golpeaba. —¿Estas contando…? —Dos. Planté mis manos en mis caderas. —¡Lo estás! —grité con rabia—. Estás contando… —A la mierda —murmuró, dio dos zancadas, y yo estaba en sus brazos. No solo en sus brazos, sino su boca estaba sobre la mía y su lengua estaba barriendo el interior.
Deacon lo terminó al empujar su cara en mi cuello, su mano ahuecando la parte posterior de mi cabeza, guiando mi cara a su cuello, el otro brazo sosteniéndome apretada a su cuerpo. En cuanto a mí, tenía un brazo alrededor de sus hombros, con los dedos en su cabello, un brazo alrededor de él, con el antebrazo en ángulo por su espalda. Lo sostuve apretado también.
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El beso fue duro, caliente, hambriento, largo, y hermoso.
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Eso fue cuando él estuvo en mis brazos, ya que los había envuelto alrededor de sus hombros.
—Te extrañé —susurré en su piel. Deacon no respondió, pero lo hizo. Y lo hizo apretándome con tanta fuerza, con sus dedos clavándose en mi cuero cabelludo, encontrando difícil respirar. Él liberó la presión, pero aún me sostuvo ceñida a su cuerpo. Volví la cabeza y pregunté contra la unión de su mandíbula. »¿Cenaste? —Nena —respondió, y mi interior se derritió y eso fue incluso antes de llegar a la parte buena—. ¿Piensas, que terminé ese trabajo, y me detuve a comer en mi camino a ti? Era mi turno para responder de manera no verbal e hice esto al agarrarlo incluso con más fuerza. »Aliméntame —ordenó en mi cuello—. Luego voy a follarte. Eso era sin duda un trato. Antes de que pudiera compartir eso con él, su cabeza subió de golpe, su cuello torciéndose. Miré su perfil y vi sus ojos entrecerrados. Luego me miró. —Compañía.
—Ella hace esto, aparece por aquí —le dije—. Se preocupa por mí. Así como también Manuel. Deacon no dijo nada de esto, solo me observó decirlo, sin hundir su mentón o inclinar su cabeza para compartir que lo oyó. Sin embargo, yo sabía que lo oyó. Entonces, extrañamente, su mirada cambió a lo alto, pero hacia los árboles, sin embargo, sabía que no hacia los árboles. Estaban enfocados pero
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»Tu chica —dijo Deacon, obviamente habiendo tomado nota del auto que Milagros conducía.
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Lo miré fijamente durante un latido antes de mirar alrededor, con Deacon girando ligeramente, y vi la nariz de la Suburban de Milagros y Manuel dirigiéndose hacia mi casa.
desenfocados. Era extraño, me di cuenta de que estaba tomando nota de algo, no sabía de qué. No tuve la oportunidad de preguntar antes de escuchar a Esteban, el chico más grande de Milagros y Manuel, gritar: ─¡Tía Cassidy! ¡Tenemos chocolate fundido! Me quedé quieta, dejando a Deacon guiar esto. Otra cosa que se me ocurrió en ese momento que sabía de él era que él era observador. Tenía que saber que Milagros y yo éramos cercanas. Así que tenía que tomar la decisión de lo que vendría después. Él lo hizo. Y a mi modo de ver, era la correcta. Me dejó ir, envolvió su gran mano alrededor de la mía (y cuando lo hizo, mi corazón se aferró porque extrañaba sentir su mano alrededor de la mía), y me empujó hacia la puerta, a través de ella, de la cocina y en el vestíbulo. Fue él quien abrió la puerta principal pero lo hizo arrastrándome a su lado, su mano aún en la mía. Quería reírme de lo que sucedió después, realmente lo hice. Pero me gustaban mucho Milagros y Manuel para hacerlo. Esto se debía a que, en el minuto que Deacon abrió la puerta, la cabeza de Milagros se sacudió visiblemente y luego su cuerpo se disparó recto como una tabla, con los ojos en Deacon. Manuel parpadeó y su boca se abrió, sus ojos también en Deacon.
Gerardo, el más joven, pasó directamente a través de Deacon y mis piernas en su camino a atender sus asuntos en el cuarto de baño. Esteban se movió hacia nuestro lado, lo que significaba que Deacon me movió hacia atrás mientras él nos giraba hacia el niño que estaba sosteniendo un recipiente con una tapa de plástico que contenía un helado con chocolate fundido.
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—¡Tía Cassidy! ¡Chocolate fundido! Y ¡Tengo que ir al baño!
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En cuanto a los niños, tres de ellos gritaron variando cosas incluyendo:
—Mamá dijo que estabas triste, así que trajimos esto para ti —declaró, empujando el helado hacia mí. —Papá siempre me da un helado cuando me siento triste —dijo Araceli, su segunda hija mayor (tercera hija mayor, con Silvia, de doce siendo la primera; Esteban, de diez años en segundo lugar; Margarita, con seis la cuarta; Gerardo, de cuatro años y medio, siendo el ultimo). »Siempre me hace sentir feliz. —Bueno, eso es impresionante y dulce —le contesté, porque lo era y no me sorprendió que mi estado de ánimo hubiera sido leído por mi amiga. Saqué mi mano de la de Deacon con el fin de tomar el helado. —Tienes que comerlo, como ahora mismo, o estará todo derretido —advirtió Margarita. —Voy a ponerlo en el congelador. Dea... eh, John no ha cenado. Vamos a compartirlo cuando lo haga. Ahora, todo el mundo adentro —invité, agarrándome a la muñeca de Deacon y tirando de él para dar la invitación también físicamente. —Dea-eh-John, es un nombre extraño —declaró Margarita, tomando dos pasos saltando con su manera de deambular por todas partes. No estaba segura de haberle visto alguna vez dar un paso normal. —Rita —chasqueó Milagros. Inclinó la cabeza ante su madre entrando.
Estiró una mano hacia Manuel. Manuel la miró y luego la tomó. —Manuel Cabrera. —Se separaron y Manuel puso su mano sobre el hombro de Milagros—. Mi esposa, Milagros. Deacon ofreció su mano a Milagros, diciendo: —Cassie ha tenido muchas cosas buenas que decir de ti.
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—Mi nombre es solo John —dijo Deacon y le di un vistazo para verlo mirando a Manuel—. John Priest.
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—Bueno, lo es.
Milagros tomó la mano de Deacon pero sus ojos estaban puestos en mí cuando respondió: —¿Cassie? —Yo... uh, sí. Cassie —dije—. Priest, quiero decir, John y yo somos... uh, bueno… Deacon me salvó pero lamentablemente lo hizo ordenando: —Mujer, pon el helado en el congelador. Levanté la vista hacia él, con los ojos entrecerrados. —¿Cómo Jefe? —¿Quieres helado derretido? —regresó. —Tal vez —le respondí. —Bueno, yo no —replicó. —Ellos no lo trajeron para ti —señalé. —¿Vas a comerlo delante de mí? —preguntó. —Por supuesto que no —le espeté. —Entonces ponlo en el congelador. Le hice una mueca. Sonrió.
—Ustedes son divertidos —declaró Araceli cuando lo hicimos. —Te ayudaré a poner el helado en la nevera —ofreció Milagros innecesariamente, pero no me dio la oportunidad de declinar. Su mano salió disparada, sujeta a mí alrededor y me arrastró a través del vestíbulo y dentro de la cocina.
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Manuel se aclaró la garganta. Deacon y yo dejamos de discutir y miramos a la familia Cabrera.
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Dejé de hacer una mueca y mi corazón saltó mientras mi vagina palpitaba.
Una vez allí, fue directo al congelador, lo abrió, arrebató el helado, lo metió adentro, cerró la puerta del congelador, y directamente invadió mí espacio. —¿Quién es él? —exigió saber en voz baja, pero fuerte. —Milagros. —¿Es él por qué tus ojos están muertos? Bueno, al parecer Milagros no había leído mi estado de ánimo. Hice una nota mental para no hacer una estrecha amistad con ninguna madre mexico-americana de cinco cuando abrí la boca para responder, pero no me dejó hablar. »Ya no están muertos. Supuse que no lo estaban. —Cariño —intenté de nuevo, pero no conseguí nada porque Milagros empezó a dispararme una ráfaga de preguntas. —¿Quién es él? ¿Qué hace? ¿Dónde ha estado? No lo he visto en la ciudad, ¿vive en Carnal? Luce como si viviera en Carnal. ¿Tiene una moto? Porque si lo hace, Manuel se preocupará aún más. Y si lo hace, y paseas en ella con él, espero que estés usando un casco. ¿Estás usando un casco? Era muy duro y un poco doloroso, retener mi risa, pero me las arreglé, aunque mi voz vibraba cuando contesté: —No tiene una moto.
—Cassidy, ¿quién es él? —susurró. Tomé su mano, la sostuve, y me acerqué. —Su nombre es John Priest y estamos viéndonos. —¿Desde cuándo?
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Aunque, ahora me tenía y tenía un gran cobertizo. Dejaría totalmente a Deacon almacenar una motocicleta allí si quería conseguir una.
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No sabía esto como un hecho, pero teniendo en cuenta que no tenía casa, no podía imaginarlo teniendo una moto almacenada en alguna parte.
—Desde hace unas semanas. —Él es once —afirmó en un susurro acusatorio y contuve la respiración. Cabaña once. Ella sabía exactamente quién era. Un poco. Dejé salir, susurrando: —Él es once. —¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Qué hace? —contraatacó y ambas saltamos cuando la voz de Deacon llegó por la puerta. —Viajo por trabajo —dijo, y fue en ese momento que me hice una nota mental de que Deacon tenía una audición sobrehumana. Manuel lo seguía, dándole con los ojos un gran ”cállate”, a su esposa. En cuanto a los niños, estaban dispersos, Esteban yendo directamente a la nevera, que él sabía tenía mi invitación abierta para asaltar (a pesar de que no tenía permiso abierto de sus padres, era el tipo de chico que empujaba los límites, divertidamente, a mi forma de pensar, pero yo no era su madre). Las chicas se dirigieron a la puerta trasera. Les gustaba mi porche tanto como a mí. Gerardo deambulaba, aun ajustándose los jeans. —¿Qué haces? —preguntó Milagros. —Adquisiciones —respondió Deacon, a mi modo de pensar, de manera interesante.
Esto se debió a que el imbécil se derritió ante la cara de la Pastor Alemán embarazada. Solo la dulzura que se apoderaba de las facciones de Deacon cuando dirigía su mirada hacia ella era una visión tan magnífica que era casi, pero no del todo, dolorosa a la vista, tal era su belleza.
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Fue entonces cuando se demostró que podrías enamorarte en un instante.
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—¿Qué es eso? —embistió Gerardo y Deacon lo miró.
Sabía que también Milagros había visto y sentido lo mismo que yo. Lo sabía porque ella se apoyó en mí y lo hizo profundamente, como si no pudiera soportar su propio peso. —Consigo cosas para la gente —explicó Deacon. —Soy Gerardo —compartió Gerardo. —Soy John —mintió Deacon. —Hola, John. Deacon sonrió. —Dios mío —dijo Milagros sin aliento. Es bueno saber que yo no era la única. —Mi amor, es tarde. Debemos dejar que John tenga su cena —llamó Manuel a su esposa. —¡No! —gritó Esteban y vi que tenía su mirada en la porción de la ranura que se abría de la puerta de la nevera, la única cosa que podía conseguir con Milagros y yo paradas en su camino—. Tía Cassidy tiene pastel de limón con esa cosa esponjosa en la parte superior. Sentí que el temor abandonaba a Milagros cuando se enderezó para dejar suelto a su hijo, pero no llegó a tiempo. Su marido lo hizo.
—Está bien —le contesté con una sonrisa. Entonces le dije a la espalda de Esteban—: voy a guardar algo para ti. —Gracias, Tía Cassidy —murmuró.
—¡Mis hijas! —gritó Milagros—. ¡Nos vamos! ¡Ándele!
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—Lo siento, Cassidy —murmuró Manuel.
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Así que siguió una ola de español donde atrapé solo unas pocas palabras, todas ellas paternales de una manera aterradora, entonces escuché la puerta de la nevera cerrarse y vi cómo un niño de diez años, arrastraba los pies hacia su padre con la cabeza inclinada.
Caos sobrevino cuando las chicas se apresuraron desde el porche. No se molestaron en tratar de tomar turnos para darme un abrazo, ellas casi chocaron conmigo, me apretaron, y salieron corriendo, saludando con indiferencia a Deacon (con Silvia, me di cuenta, evitando los ojos del tipo caliente con una dulce, tímida manera de niña). Esteban y Gerardo no se molestaron con abrazos, solo gritaron sus despedidas, Gerardo dando lindas agitadas, y corrieron tras sus hermanas. —Deberíamos haber llamado —dijo Manuel cuando escuché la puerta principal abrirse. —Son bienvenidos en cualquier momento —le contesté, moviéndome de su camino—. Lo sabes. Sus ojos se deslizaron a Deacon. Ellos no estaban cuestionando, estaban evaluando. Sentí a Milagros venir a mi lado. —Deberíamos tener una cena. ¿Estarás aquí un tiempo? Tomó esfuerzo no gritar de alegría cuando Deacon respondió: —Tengo un descanso. Voy a estar aquí tres, cuatro semanas. —Entonces vamos a tener tiempo —declaró Milagros, tendiéndole una mano. —Encantada de conocerte. —Igual —respondió Deacon, tomando su mano y estrechándola antes de dejarla ir.
—Lo espero con ansias. Le di a Manuel un beso en la mejilla, también a Milagros con un abrazo, y nos dirigimos hacia la puerta. Nos paramos en el marco con Milagros y Manuel juntando a sus hijos, que estaban esperando en el pórtico delantero, y subiéndolos en su Suburban.
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Deacon la tomó y contestó:
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—Nos veremos de nuevo —dijo Manuel, ofreciendo su propia mano.
Continuamos parados allí, yo agitando la mano, cuando condujeron hacia las cabañas con el fin de dar la vuelta. No esperamos a que condujeran de vuelta a la carretera. Deacon me movió, cerró la puerta, con llave, y me miró. —¿Tienes pastel de merengue de limón? —preguntó. Sonreí. —Sí. —Puedes tener el helado. Voy a tener el pastel. Él tendría pastel. Él tendría pastel. No sabía cómo expresar lo feliz que me hizo, y no quería porque si lo hiciera, él probablemente pensaría que estaba loca. En su lugar, tomando una llamado de su reserva, compartí lo que necesitaba decir inclinándome tan lejos de él como podía, le estaba dando la mayor parte de mi peso, haciéndome inclinar la cabeza hacia atrás y sonriéndole. Tomó mi peso y lo apoyó rodeándome con sus brazos. También bajó su cara cerca a la mía, hizo esto mientras disfrutaba de mi sonrisa, antes de decir: —Cambio de planes. Follamos luego me das de comer. Eso provocó un cosquilleo.
Luego bajó más la cabeza y me besó. Después de eso, me levantó en sus brazos y me llevó a la cama.
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Deacon sonrió.
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—Estoy de acuerdo con eso —le susurré.
Mucho más tarde, en parte cubierta, parte debajo del costado de Deacon, mi mejilla contra su pecho, cuando escuché su respiración comenzar a igualarse diciéndome que estaba cerca de dormir, le susurré en la oscuridad: —¿Te gustó el pastel? No obtuve palabras, pero el brazo que había curvado a mí alrededor me apretó con fuerza. Le gustó el pastel. Sonreí contra su pecho, apreté mi brazo sobre su estómago, y seguí susurrando: »Me alegro de que estés de vuelta. Su cuerpo se tensó por un momento antes de que se relajara y murmurara: —Duerme, nena. Suspiré. Entonces dije: —Está bien. Buenas noches, Deacon. —Buenas noches, Cassie. Sonreí de nuevo contra su pecho.
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Entonces cerré los ojos.
9 Antes Traducido por GodSatan, Debs y Silvia Carstairs Corregido por Debs
A
l siguiente día, estaba caminando por Home Depot, tratando de evitar que mi cabeza explotara.
Se debía a que había estado comprando en el centro de jardinería. Había estado tomando bandejas de plástico con flores que iba a plantar en la jardinera de mi ventana y plantadores y balbuceaba mis grandes planes de llevar belleza floral a Glaciar Lily. Estaba deseando en voz alta que no tuviéramos nieve atrasada en primavera pues significaría que gasté cientos de dólares en plantas que morirían y tendría que hacerlo otra vez (algo que ya me había pasado antes y no me hizo feliz). Finalmente dejé de seleccionar plantas y farfullar, y busqué a Deacon (que había ido conmigo) porque había desaparecido.
La fiesta continuó en la mañana con más sexo luego tocino, huevos y tocino, donde le dije a Deacon que mi plan de ese día era ir a Home Depot para preparar y embellecer floralmente a Glaciar Lily. Deacon sonrió (la anotación número dos de la mañana, la puntuación número uno fue el orgasmo despertador). Luego dijo que vendría conmigo (anotación número tres).
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La pequeña fiesta de bienvenida de la noche anterior había sido genial. Fue simple: sexo, después Deacon comió pastel de carne recalentado y puré de papa, luego más sexo y, finalmente, Deacon se durmió porque condujo hasta mí sin comer y sin dormir, y el viaje había sido de dos días. Me preocupó pero él ya era un hombre de treinta y ocho años. Tal vez necesitara una mujer, pero no una madre. Por lo tanto no dije nada.
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Me había dejado hablando sola.
Tuve imágenes esperanzadoras y felices de ir de compras con Deacon (algo que deseaba que pasara de una forma que para algunos podría resultarles raro, pero no para mí ya que había estado sola por años), llegar a casa y que Deacon me ayudara con las flores. Esto tenía un propósito doble. Que sería plantar las flores más rápido, por lo tanto tener un descanso con Deacon y también trabajar a su lado. Había tenido la esperanza, que con sus comentarios sobre que Grant era flojo, él no lo fuera. Que su afirmación de que si las cosas entre nosotros funcionaban y él tuviera ochenta y se sentara a mí lado en una silla de jardín, significaba que no tenía intención de tenerme los siguientes cuarenta y dos años cocinando, limpiando, cuidando las cabañas, y él haciendo… lo que sea que hiciera hasta que dejara de hacerlo y terminara haciendo nada. Básicamente, sabía que era su día libre. O al menos era su tiempo libre después de estar en un jodido 24/7 por un mes. Pero aún creía que trabajar juntos sería divertido. Y si no era divertido, al menos estaríamos juntos y eso ya era bueno. Siguió anotando durante la mañana con otro orgasmo que Deacon me dio mientras nos bañábamos juntos y recibí otra sonrisa cuando estuve lista unos cinco minutos después de que le dije esto. —¿Ya estás lista? —preguntó, sin esconder la sorpresa en su tono, recargó un hombro contra el marco de la puerta de mi habitación, donde estaba parado. —Síp —respondí. —¿No te vas a maquillar?
—No. Lo dijo rápido y firme, así que me relajé. —Entonces sí estoy lista. —Tu cabello no se ha secado —señaló Deacon.
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—¿Necesito maquillarme? —pregunté.
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De repente no estaba tan segura de si estaba lista.
—No estamos a 100% de humedad, Deacon Deacon. —Sus labios comenzaron a curvarse hacia arriba y continué—: Las montañas son áridas. Se secará pronto. —¿Así que se seca tan hermoso como es cuando haces eso? La calidez que solo Deacon podía darme cuando era encantador a su manera, regresó. Se sentía muy bien. Así que simplemente asentí. Ahí fue cuando recibí la sonrisa antes de que dijera: »Entonces vámonos, Cassie. Todo salió bien a partir de ahí. Estaba de vuelta en su Suburban. Deacon se balanceó en Los Frijoles Saltarines Mexicanos sin que yo se lo pidiera. Estaba relajado y calmado mientras manejaba, incluso cuando un chico se le atravesó para girar a la derecha, obligándolo a frenar cuando no tenía que haberlo hecho si el chico no hubiese sido un idiota. Ahora nada estaba bien. Ahora tenía que dejar mi carrito que tenía mi bandeja de plantas cuidadosamente seleccionadas y las plantas puntiagudas sin raíz que habrían ido perfecto con la idea que tenía de la belleza floral de Glaciar Lily en el jardín porque no tenía idea de dónde estaba mi hombre y era imposible empujar por toda la tienda el gran y pesado carrito que tenía. Alguien iba a robarme mis plantas, lo sabía. ¿Y dónde podría estar Deacon? Busqué por todos los pasillos de jardinería (tres veces).
Me apresuré por la enorme tienda, yendo hacia los pasillos del fondo y lo hice otra vez, lo vi parado en el último pasillo, viendo las escaleras. Escaleras. ¿Qué demonios? —Dea… Priest —llamé. Él me vio pero no dijo nada.
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Le llamé a su celular pero no contestó (como siempre).
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Había desaparecido sin más.
Me detuve a medio metro de distancia. »Me dejaste en la sección de jardinería —le dije, algo que él ya sabía muy bien. —Necesito una escalera —replicó. Me le quedé viendo, luego a las escaleras y de regreso a él. —Tengo una escalera. —No es lo suficientemente alta —señaló. Sentí que mi ceño se fruncía. —¿Para qué? —Tengo que limpiar tus canaletas —declaró—. Tal vez tendré que remplazar algunas. La escalera de tu tejado no alcanzará. —No necesito limpiar mis canaletas. Tengo perennes alrededor de mi casa. Se giró por completo hacia mí.
Seguía sin pensar en limpiar mis canaletas. Pero Deacon sí y esto explicaba por qué veía a lo que pensé eran los árboles. Pero no veía los árboles. Veía la lluvia cayendo de mis canaletas. No estaba segura de cómo tomarme esta conversación así que decidí que lo mejor sería ser precavida. —¿Vas a limpiar mis canaletas? —pregunté.
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Había notado eso pero no se me había ocurrido que las canaletas necesitaban limpiarse, principalmente porque me gustaba que la lluvia cayera de ese modo. Claro que no cuando estaba lloviendo a cantaros, ese tipo de lluvia me asustaba mucho.
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—Tiran espinas, mujer. Y tienes álamos, algunos son altos, sin mencionar esos tres grandes abedules al frente de tu casa y los olmos cerca del río. —Me costaba procesar el conocimiento que tenía Deacon sobre mis árboles mientras él seguía hablando—. La lluvia de anoche se caía por los lados, no se iba por donde se supone que tenía que irse. Eso significa que probablemente las canaletas estaban posiblemente obstruidas.
—No compro una escalera para que mi mujer lo haga. De acuerdo, sabía cómo tomar eso, como si me gustara mucho. Ahora la parte dura. —¿Tal vez se te pasó por la mente decirme que ibas a limpiar mis canaletas y que necesitabas una escalera para hacerlo antes de que te largaras y me dejaras hablando sola? —pregunté. —Cuando me fui, no estabas hablando. Me resultó difícil creerle, aunque necesité tomar un respiro así que tal vez escapó cuando lo hice. —Aun así —dije quedamente. —No conduje hasta Wyoming, Cassidy —señaló. —No sabía dónde estabas. —Mi voz se hizo más baja—. Y diré que te marqué y no contestaste otra vez. Su respuesta fue: —Mi celular está en la mesita de noche. Pestañeé. ¿Quién deja su celular en la mesita de noche? Continuó:
No ahondé en eso. Me quedé con el problema actual. —Lo necesitas cuando te vas en una tienda que es tan grande como tres almacenes y sé dónde estás. Inclinó su cabeza ligeramente y juntó sus cejas un poco antes de que preguntara:
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Había mucho en esa declaración, incluyendo los sentimientos contradictorios de estar feliz porque él estaba demostrando otra vez que estaba conmigo como conmigo y quería estarlo sin ninguna distracción y el molesto sentimiento que podría significar que él no tenía nadie con quien hablar, no que no quisiera hablar con nadie.
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»No necesito uno cuando estoy contigo.
—¿Vamos a tener esta conversación? En otras palabras, él pensaba que la conversación era ridícula. No estaba de acuerdo. Levanté mis manos y las dejé caer diciendo: —Deacon, te fuiste y no sabía dónde estabas. —¿Se te ocurrió que regresaría? —replicó. —En realidad no —disparé de vuelta, y sabía que me tenía porque su cara cambió de pronto. —Cassie —dijo suavemente. —Está bien —dije rápidamente para cubrir la vulnerabilidad que acababa de exponer—. Soy la mujer en tu vida, no tu madre, así que diré que esto no ocurrirá tan seguido pero ocurrirá en este momento. La suavidad en su rostro desapareció, contrajo sus labios, y no me gustaba eso (bueno, sí, pero no en ese momento) pero continué aun así. »Es lindo, condujiste demasiado para llegar a mí pero no lo vuelvas a hacer. Necesitas dormir y comer —ordené y seguí hablando para que él no pudiera decir nada que arruinara mi precario humor, algo que sabía que podría pasar porque sus labios seguían contraídos y ahora temblaban—. Además, si estamos en una tienda, una enorme, una normal o en un puesto de fruta al lado de la carretera, no te irás si no me dices a dónde vas.
—Maldición, qué bueno que solo es “a punto” —murmuró, aun burlándose. —Solo digo que cuando regrese a mi carrito y aunque sea un solo pensamiento6 de los que seleccioné, ha sido tomado por otro cliente, “a punto” será historia.
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Pensamientos: Plantas
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—No te burles de mí cuando estoy a punto de enojarme.
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—¿Un puesto de fruta? —preguntó y ahí estaba. El sonido que me gustaba mucho. El toque de humor resonando en su tono.
—¿Podrías hacer eso sin que yo esté a tu lado para que pueda tomar una escalera? Sabía que seguía bromeando, podía notarlo por el destello de sus ojos que lo hacía casi tierno, si es que eso podría creerse. Todavía no me gustaba (bueno sí, solo que no en ese momento). —¿Vas a presionar a una mujer que pasó tres semanas pensando que habíamos terminado, y no le agradaba mucho eso, al límite en una tienda para la reformación doméstica? —exigí saber, poniendo mis manos sobre mis caderas. Medio segundo después, mis manos ya no estaban en mis caderas. Mis manos estaban en el abdomen plano de Deacon porque se movió, inclinándose hacia mí, enganchó la parte posterior de mi cabeza, halándome hacia él, así que tuve que poner mis manos para frenar el impacto. Mi cabeza estaba inclinada hacia atrás y él bajó la suya, estaba tan cerca que su nariz rozaba la mía, solo podía ver sus ojos y sentía su respiración en mis labios. —No —susurró. Eso fue todo.
Había dicho todo eso con su no. Pero principalmente lo dijo en la forma de halarme hacia él para susurrarme esa única palabra. Por lo tanto, me incliné hacia él para compartir cómo me hacía sentir y lo hice sin decir siquiera una palabra.
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No, no iba a presionarme al límite en una tienda para la reformación doméstica después de que pasé tres semanas herida porque pensé que habíamos terminado. No, no lo iba a hacer porque Deacon simplemente no haría eso, pero también porque él se arrepentía de que hubiera pasado tiempo lastimándome. Y no, no lo iba a hacer porque tampoco quería que nosotros termináramos y pensó que lo habíamos hecho y él había pasado ese tiempo lastimándome.
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No.
Imaginé que me tenía porque estaba aprendiendo que Deacon era bueno en eso. Él siguió susurrando: »Si esto va mal, Cassi, lo hablaremos. No te dejaré preguntándote y nunca te dejaré colgando. —Bien —susurré en respuesta. —¿Regresarás el favor? —Espero que esto no vaya mal —respondí y vi que sus ojos se iluminaron, mostrándome que él también deseaba eso, algo que me gustaba más que estar parada cerca de él en un pasillo de una tienda para la reformación doméstica, lo que era decir mucho—. Pero si va mal, definitivamente regresaré el favor, cariño. Me sujetó cerca, viendo mis ojos por varios minutos antes de murmurar: —Bien. —Rozó su boca contra la mía y me soltó. Me tambaleé ligeramente y cuando recuperé el equilibrio, su atención había regresado a las escaleras. Vi las escaleras y noté que había muchas, pero solo dos eran lo suficientemente altas para alcanzar mis canaletas. Volví a verlo y pregunté: —¿Cuánto te vas a tardar en escoger una escalera? Él me miró. —Lo que sea necesario.
—Ya has dicho lo que tenías que decir, mujer, así que también lo haré yo —declaró—. Eres una mujer que se preocupa porque su hombre coma y duerma, y quiere que le avise cuando algo se le metió a la cabeza y tiene que hacerlo aun cuando eso signifique dejarla. También tienes que convertirte en una mujer que le da a su hombre el tiempo que se necesite para escoger una escalera, sin importar cuánto sea.
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—Solo tengo que tomar algo de tierra para sembrar y semillas. En otras palabras, casi acabo. ¿Podrías darme un mejor tiempo estimado?
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Mis cejas se alzaron.
Sentí que mis propios labios se contraían e intenté esconderlo al levantar mi mano y darle un saludo antes de decir de forma inteligente: —A la orden, capitán. Esto me dio la visión de los surcos alrededor de su boca y las arrugas alrededor de sus ojos antes de que dijera: —Y lo harás sin hacerte la inteligente o la próxima vez que tu hombre tenga tu trasero desnudo, lo azotará. Logró que me mordiera el labio, no me lo mordía porque la idea no me atraía, sino porque sí lo hacía. Mucho. Demasiado. Los ojos de Deacon cayeron a mi boca y sabía que él sabía lo que sentía cuando su mirada se calentó antes de volver a la mía, el calor se aclaró y sonrió. »Ve por tu tierra para plantar, linda —ordenó gentilmente. —Está bien, cariño —repliqué quedamente. Esperé un segundo para que él viniera a mí, me tocara, bajara su cabeza y rozara su boca contra la mía otra vez, pero no lo hizo. Su atención estaba de regreso en las escaleras. Así que yo lo hice con determinación aun si a él no le gustaban las demostraciones públicas de afecto, a mí sí. Así que me moví hacia él, puse una mano sobre sus bíceps, me puse de puntillas y toqué la esquina de su mandíbula con mis labios.
Luego le sonreí antes de ir por mi tierra para plantar y, con suerte, encontrarme con que ningún pensamiento fuera reclamado en mi ausencia.
Me paré en medio de la gran zona del estacionamiento, cubierto de grava, alrededor de las cabañas y miré alrededor.
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Lo anoté para el futuro.
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Mientras estaba volviendo a ponerme sobre mis pies, su cuello giró y sus ojos bajaron hacia los míos y vi que no le molestaban las demostraciones públicas de afecto.
Era nueva, pero la belleza floral, que le había dado a Glaciar Lily la rompía. Sonreí para mis adentros, mientras me decidía si esta belleza necesitaba ser compartida. Así que me di la vuelta y moví rápidamente por el sendero a la casa donde Deacon estaba trabajando en las canaletas. Basta decir, que Deacon no era perezoso. Esto se demostraba, no solo por el hecho de que en ese momento estaba limpiando las canaletas, sino, que también me sacó del camino, para cargar los componentes florales en su Suburban, antes de equilibrar la escalera arriba. Por no hablar, que de nuevo me sacó fuera del camino, con el fin de descargar los componentes florales en las cabañas cuando llegamos a casa. Ya era media tarde. Ambos habíamos estado trabajando todo el día, tomando un breve descanso en el almuerzo para descansar. Ahora, después que mirara el esplendor que había creado en las cabañas, podría ayudarle a terminar las canaletas, aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo, solo sabía lo haría. Cuando llegué a la casa, fui a lavarme las manos, antes de volver a buscarlo en cualquier lado de la casa en el que estaba trabajando. Pero me lo encontré en la cocina lavándose las manos. —Hola —llamé, entrando en la cocina y haciendo contacto con sus ojos—. ¿Lo has terminado? —Necesitas nuevas canaletas, mujer. Me detuve, mi alegría recibió un golpe por esta noticia. —Al igual que, ¿en todas partes?
—Mierda —murmuré, moviéndome hacia él para llegar al grifo, Deacon se movió fuera de mi camino cuando lo hice.
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—No. Aunque el diez por ciento que aún está bueno no vale la pena que se quede, sobre todo porque es el diez por ciento y no vale la pena trabajar sobre él.
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Cerró los grifos y agarró un paño de cocina.
—Los limpié, pero van a filtrarse, porque los fondos están corroídos —señaló mientras me lavaba las manos—. Voy a volver a la tienda a conseguir reemplazos mañana. Tanto para nosotros tener un tiempo de inactividad, siendo mis planes para mañana, que no había compartido con él. Planes que incluyeran su elección, de ir a un lugar de excursión (los chicos malos deben ser muy buenos en eso), ir a Gnaw Bone a pasear por las tiendas y almorzar (en el improbable caso de que los chicos malos compraran, aunque sabía que almorzaban), o quedarnos en casa y tener un maratón de sexo, algo que pensaba que los chicos malos harían, cosa que era buena ya que era mi primera opción. —Voy a ir contigo —le dije, cerré el grifo, tomando el paño de cocina que me estaba ofreciendo, y decidiendo centrarme en cosas felices, no el golpe que mi cuenta bancaria sufriría por la compra de nuevas canaletas. Miré hacia arriba a su hermoso rostro—. ¿Quieres ver el esplendor floral que he creado en las cabañas? Sus ojos se arrugaron y respondió: —Por supuesto. Le sonreí, tiré el paño de cocina en la encimera, y extendí una mano para agarrar la suya. No lo dejé ir, incluso después de que estuviésemos fuera de la casa y en el carretera. Hicimos el corto viaje en silencio, pero lo hicimos de la mano, así que fue un viaje que disfruté más de lo habitual. Lo detuve en medio de la zona del estacionamiento.
Yo hice lo mismo. Estaba en lo cierto. Se veía muy bien. Me estaba volviendo buena en estas cosas. En un mes, dos, los jardines y las macetas estarían llenas de color y vegetación. Le apreté la mano y lo miré, al verle bajar la punta de su barbilla para mirarme.
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—Se ve muy bien, Cassie —respondió, con la cabeza inclinada, asimilándolo todo.
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—¿Qué te parece? —le pregunté.
—Este es el lugar más increíble en el universo —le susurré cuando vi sus ojos. Su mano en la mía tiró ligeramente, así que me acercó a él, algo que hice. Pero cuando llegué, eso fue todo. No bajó para besarme. No dejó caer mi mano para deslizar su brazo alrededor de mis hombros. Él solo estuvo de acuerdo: —Sí, lo es. Había tomado eso, sobre todo desde que sus ojos me mostraban que lo decía en serio. Me incliné hacia él, descansando un poco mi peso contra su brazo. —¿Terminaste? —preguntó sobre mi interrogatorio anterior. —Sí —respondí, porque lo hice, por entonces. Solía ir con las flores de la casa después de terminar de arreglar las cabañas. —Bien —murmuró y se movió. Tirando de mi mano para moverme con él, nos dirigió hacia la carretera. Al parecer, Deacon había terminado de beber el esplendor floral en Glaciar Lily. Bueno, al menos caminaba conmigo y compartía su aprobación. Eso era algo que Grant no habría hecho en un millón de años.
Tuve una extraña sensación sobre esto. Extraña como en buena. —Deacon —empecé. Él me interrumpió,
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Mis ojos se levantaron a Deacon, que caminaba a un paso delante de mí, así que solo vi su perfil, pero su mirada estaba fija en la cabaña que había sido su "casa" durante seis años.
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Estos fueron mis pensamientos, al sentir en mi mano un tirón de nuevo, llevándome fuera de mi camino hacia la casa y al camino que conducía a la cabaña once.
—Tranquila, Cassie. Me callé. Deacon nos subió por los escalones, a través del porche, y hasta la puerta. Allí, dejó mi mano para meterla en el bolsillo y sacar la llave de la cabaña once, algo que claramente robó desde que lo dejé en las canaletas. Abrió la puerta, agarró mi mano de nuevo, me tiró dentro, y cerró la puerta detrás de nosotros, bloqueándola. Se metió la llave en el bolsillo mientras me arrastraba a través de la sala de estar por el corto pasillo y luego en el dormitorio principal. Mi corazón latía con fuerza mientras seguía moviéndose, directamente a la cama. Una cama que sabía, desde que había limpiado esa cabaña después de que se fue, era la cama que usaba cuando se había quedado. Se sentó en el borde de la cama, con su mano en la mía para moverme, así que estaba de pie entre sus piernas abiertas. Fue entonces cuando mi respiración empezó incrementarse. No se volvió mejor, cuando me soltó la mano y miré sus manos extenderse por mis caderas sobre mis jeans. Me quedé inmóvil, los brazos a los costados, con palpitaciones, con una respiración irregular, con los jos en él mientras parecía perdido en esto por un largo momento, sus manos y sus ojos en mis caderas. Finalmente, levantó su mirada a la mía. »Seis años —susurró.
—Deacon —comencé, pero me interrumpió de nuevo. —Te quería aquí. Me encantó, porque quería lo mismo. Aunque, lo quería en mi casa, pero era lo mismo. Le puse la mano en la mandíbula y me incliné hacia él.
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Mi interior se derritió.
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Oh Dios.
—Bueno, aquí estoy. Me miró a los ojos, su hablar, palabras y sentimientos se vertieron fuera de esos profundos leonados, moviéndose sobre mi piel, y me pregunté cómo podría pensar que este hombre había terminado conmigo. Él no había terminado conmigo. Quería estar sentado a mi lado en una silla Adirondack cuando tuviera ochenta años. Me encantaba eso más que nada. Deslicé un dedo a lo largo de su mejilla sin afeitar, y le dije en voz baja: —Cariño. —Te voy a follar aquí, Cassie. —Está bien —acepté de buena gana, un hormigueo se deslizó por la parte interna de mis muslos. —El resto del día, estarás desnuda en la cama conmigo. Maratón de sexo sería, solo que un día antes. —Está bien —repetí, levantando la otra mano para curvarla alrededor de un lado de su cuello. —Vas a dormir a mi lado en la cama esta noche. Mis piernas temblando ahora, tenía que concentrarme en estar de pie, así que me limité a asentir.
Estaba más que allí, inclinándome profundamente. Cayó hacia atrás y caí sobre él en el preciso momento en que apreté mis labios en los suyos. Está abierto, mi lengua se deslizó en su interior, y él me rodó. Luego nos besamos. Manos paseando, lenguas bailando, labios bebiendo, cuerpos apretándose, dedos deslizándose por el cabello, besándonos de esa manera, como si fuera todo lo que nunca íbamos a llegar a hacer y estaba bien para los dos.
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Yo ya estaba allí.
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»Aquí —ordenó.
Hasta que ya no era aceptable para Deacon. Supe esto, cuando deslizó sus dedos en mi camiseta y empezó a tirarla para arriba. Levanté mis brazos. Salió de encima de mí y tiró de la camiseta. No volvió arriba de mí. Y no volvió a mi boca. Se inclinó hacia mi pecho. Y comenzó. No era follar. No. Lejos de ello. Me estaba adorando. Yo adoraba a Deacon, pero más que nada, Deacon me adoraba. Desvistiéndome de mis ropas como si estuviera desenvolviendo un regalo, que sabía que era valioso y quería prolongar la anticipación. Tocándome en todas partes. Degustándome en todas partes. Siguiendo, frotando, lamiendo, picoteando... todo. Y dando, dando con las sensaciones que causaba y el sentimiento detrás de ellas, y ofreciéndome la oportunidad de hacer lo mismo.
—Cariño Bebé —respiré, levantando las rodillas y tomando más de él, con ganas de todo, todo lo que pudiera conseguir de Deacon, necesitándolo. —Estás aquí —susurró. Dios, que él quisiera eso, y si pudiera creerlo, él lo quería más que yo.
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Y Deacon continuó dando, sus brillantes ojos en los míos, mostrando que sentía la misma necesidad, la mano se deslizaba en mi cabello, todo esto, mientras deslizaba su polla dentro de mí lentamente y seguro, directamente, llenándome.
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En el momento en que me puso de espaldas, separó mis piernas, y sus caderas cayeron en el medio, yo lo necesitaba con una necesidad que era como la necesidad de alimentarse. De oxígeno. El calor en invierno. El agua en el desierto.
—Estoy aquí —le susurré. —Estoy dentro. Oh, sí, él había querido esto. Mucho. Levanté la mano hacia su mandíbula, emociones diferentes pero aún vitales, surgieron a través de mí, y asentí. —Tú estás dentro, cariño. Él bajó la cabeza por lo que su rostro estaba cerca, empezó a moverse dentro y fuera lentamente, y lo hizo hablando. —Estoy lejos, Cassie, nunca dudes que es aquí precisamente donde preferiría estar. No quería que me preocupara. No quería hacerme daño. Quería que supiese que quería esto, lo había deseado durante seis años, y que estaba feliz de tenerlo. Dios. Estaba en lo cierto acerca de tomar una oportunidad con Deacon y sabiendo que se sentiría genial. Levanté más alto mis rodillas, deslicé mi mano de su mandíbula a su cabello, y respondí:
—Situado bien dentro tuyo, escuchándote vociferar mientras escoges plantas, sentado a tu lado en el porche, sin importar, si se trata de ti, es donde quiero estar. Me gustó... mucho, pero la necesidad que se había construido estaba creciendo con sus movimientos, empujando todo lo demás a la distancia, salvo la demanda para saciarla.
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Se mantuvo en movimiento, lento y constante, dándomelo, pero manteniéndolo lejos de mí, todavía hablando.
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—Está bien, Deacon.
—Más rápido, cariño —jadeé, balanceando mis piernas en su espalda. Fue rápido, no mucho, todavía estable. —¿Me escuchaste? —preguntó. —Sí. —Me quedé sin aliento cuando incluso fue más rápido, su mano se deslizó hacia abajo para enroscarse alrededor de mi pecho, con el pulgar rodeando el pezón. Mis caderas se sacudieron y mis labios rogaron—: Más rápido, cariño. —Joder, te gusta mi polla —gruñó con aprobación. —Sí —gemí, mi otra mano deslizándose por su espalda, oprimiendo su culo apretado―. Me gusta todo de ti. —Joder —gruñó de nuevo, el sonido salía de su interior, retumbando en mi sexo, y un gemido se deslizó por mi garganta. —Más fuerte, Deacon. Sus labios llegaron a los míos. —Lo tienes, Cassie.
Sabía cuándo terminó para Deacon, porque cuando lo hizo, me dio más. —Un sueño hecho realidad, dentro de ti en esta cama. Cerré los ojos con fuerza y ordené: —Ya basta. Tengo un paisaje floral y canaletas limpias pero decrépitas, y acabo de tener un orgasmo fantástico. No estoy de humor para llorar.
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Perdí esa belleza cuando dejó caer la cabeza para presionar su frente en mi cuello, pero lo sostuve cerca mientras nos tranquilizábamos, tomándonos nuestro tiempo, manteniéndonos conectados, mientras nos dejábamos a la deriva.
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Luego me besó y me lo dio duro, más rápido, chocando contra mí, hasta que grité mi orgasmo contra su lengua. Soltó mi boca y me dejó montarlo, mientras me empalaba, su cara ahora, presionada en mi cuello hasta que su cabeza dio un tirón hacia atrás, su polla enterrada, y él gruñó su liberación, mientras veía con nebulosa y fascinada satisfacción, mientras se movían sus hermosos y llamativos rasgos duros.
Levantó la cabeza, mantuvo algo de su peso en un antebrazo, mientras que enmarcaba un lado de mi cara con su gran mano. Sabía por la mirada en sus ojos, que no estaba en un estado de ánimo para burlas o bromas. —Seis años, acostado en esta cama, en la casa, queriendo esto. —Apreté los labios y miré sus ojos—. Un sueño hecho realidad. —Está bien —me obligué a decir, la palabra sonó ahogada, porque lo estaba—. Ahora estoy llorando. Y lo estaba. Sentí que las lágrimas se deslizaban por la comisura de mi ojo, justo cuando sentí a Deacon atraparlas con la yema de su dedo índice. —Me importa un carajo si son tres semanas o trece —declaró—. Si no tiene noticias de mí, ni se te ocurra dudar dónde quiero estar. Dios, esperaba que nunca fueran trece semanas. No comparto eso. Le dije: —Lo mismo va para ti. Se me quedó mirando, justo en los ojos, algo pasaba, que era parte de lo que me estaba dando, y una parte de algo que no entendía. Esperé. No compartió más. Solo se inclinó para tocar su boca con la mía, salió, rodó de arriba de mí, moviéndome con él, así que acabé en la parte superior.
Sus brazos se curvaron alrededor de mí y me apretaron. —Voy a ir a la casa. Negué con la cabeza.
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—Sí —dije y era ronca, así que tomé una respiración estremeciéndome consiguiendo tranquilizarme—. Pero no proporciono toallas, solo sábanas. Así que voy a tener que ir a la casa a buscar una toalla. Y también no ofrezco papel higiénico, así que voy a conseguir algo de eso también.
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—¿Quieres limpiarte? —preguntó cuándo nos dejó en nuestra nueva posición, las dos manos ahora en mi cabeza, los dedos se movieron contra mis sienes para secar la humedad allí.
—No, está bien. Voy a agarrar algunos tentempiés y el cargador del celular, ya que el residente ha decretado que vamos a pasar la noche en la cabaña once, y mi batería está baja. Los surcos alrededor de su boca profundizaron pero sus brazos no se aflojaron. —Traeré la comida y el cargador también. —Está bien, Deacon. —¿He dicho que estarías desnuda en la cama por el resto del día? Contuve una sonrisa y respondí: —Sí. —Entonces, ¿quién va a ir hasta la casa? La sonrisa se abrió paso. —Tú. Me dio otro apretón: —Sí. Yo. Incliné mi cabeza para besarlo suavemente luego la levanté, murmurando estúpidamente: »Repensando mi decisión de proporcionar toallas. —No. Molestia innecesaria para ti. Eso, su asesoramiento rápido y firme, consiguió que sonriera.
Inclinó la cabeza ligeramente en la almohada y me preguntó: —¿Eso sucede mucho? Me encogí de hombros, levantando una mano para que pudiera acariciar su mandíbula con el pulgar, sobre todo porque no podía parar de tocarlo, y alegrándome porque no tenía que intentarlo.
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—Para que lo sepas, tengo que mantener mi teléfono cerca, cariño, por si acaso uno de mis clientes me necesia.
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Esa sonrisa se desvaneció cuando le informé:
—En la actualidad, no tengo ningún inquilino exigente. Pero no es inusual. —¿Y esas demandas son? —solicitó cuando no le di detalle. Me serené más plenamente y compartí: —Bien, usualmente es cuando no leen los términos y condiciones y piensan que hay toallas, papel higiénico, servicio de limpieza diario, lavandería en el sitio, mierda como esa. Y eso solo sucede cuando ellos llegan primero aquí y descubren que las cosas no son proporcionadas. —Mis ojos vagaron a la almohada y seguí—. Aunque, el siguiente paso para Glaciar Lily, va a ser construir un anexo y tener una lavadora de monedas y secadora así no tengo que lidiar con esa parte. Cuando esté hecho, voy a construir mi mirador. —¿Mirador? —preguntó y lo mire de vuelta. —El último gran sueño para Glaciar Lily. Un gran mirador por el río con sillas en él para que la gente se siente, relaje y tome la vista. —¿Puedes permitirte ese lujo? —Voy a refinanciar la propiedad —contesté—. Rodar la segunda hipoteca con dinero para pagarle a mi papá y… —No dije más porque me encontré bruscamente de modo sorprendente sobre mi espalda con Deacon apareciendo sobre mí. —¿No le has pagado a tu papá? Sentí mis cejas unirse, recordando que le platiqué acerca de eso pero confundida en cuanto a por qué tenía repentinamente una mirada oscura sobre toda su cara.
—Bien, si, Deacon —le contesté—. Todo el trabajo que hice en las cabañas cuesta un poco de dinero. —Y tienes un préstamo del banco para pagar eso. Me quedé mirándolo y repetí lentamente: —Bien… sí.
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—¿Y tienes un préstamo del banco?
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—No. No aceptó pagos y...
—Mujer, no hagas eso de nuevo. Eso fue rápido y firme también, fue además sorprendente. —¿Por qué? —Los bancos absorben. —Tal vez —permití—, pero son un mal necesario. Y de todos modos, no les prometo mí hijo primogénito —señalé. De nuevo, Deacon no estaba de humor para bromas o burlas. —Cassidy, escúchame, la economía ha estado en el inodoro por años. Tan mal, que cada vez que venía aquí, lo hice incómodo, esperando estuvieras todavía en el negocio, no fue montando una ola por el resto del país y manteniendo tu cabeza por encima del agua. Dios. Deacon Me pregunté si alguna vez iba a dejar de venir a mí, sus momentos de dulzura y la profundidad con que corren. Me pregunté, pero esperaba no lo hiciera. »Directo al milagro que hiciste —continuó—. No lo hiciste, llegas a zonas profundas con el banco y tú mierda se complica, pueden tomarlo todo y tú alejarte sin nada.
—¿Eso te sucedió? —pregunté cautelosamente. —¿Qué? —preguntó de vuelta. —¿Perdiste algo con el banco? Inclinó su cabeza a un lado.
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—No puedes creerlo hasta que sucede —afirmó y sus palabras me hicieron estar todavía más por debajo de él—. Trabajaste demasiado malditamente duro en este lugar para no disfrutar lo mejor de tu creación. No pongas eso en peligro.
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—Eso no sucederá.
—Joder no. Nunca poseí propiedades en mi vida y definitivamente nunca tuve un préstamo. Eso era intrigante, pero no tenía tiempo para entrar en eso, él no había terminado de hablar. »Solo sé que mierda cae y apesta. Pero si esa mierda te sucediera con lo que he visto has puesto en este lugar los últimos seis años, sería hacer más que apestar. No estaba equivocado. También todavía no había terminado. »Refinancias solo si estás obteniendo una mejor tasa, ruedas la segunda hipoteca en esto pero no pides más prestado para construir la lavandería o un mirador. No debes hacer todo eso hasta que tengas el efectivo para pagarlo o una buena cantidad de tiempo en Glaciar Lily para ponerlos por ti. De nuevo, no había mucho ahí, todo lo que teníamos que recorrer, y decidí empezar con la parte que más me interesaba. —¿Vas a ponerlos por mí? —Sí. —Uh, ¿cómo vas a lograr hacer eso, Deacon? No estamos hablando de limpiar los desagües aquí. Vi un velo deslizarse sobre sus rasgos. Él no se cerró, pero todavía me excluía. Hizo esto más que simplemente responder, —Tengo las habilidades.
—La lavandería sería un muy agradable servicio adicional —le dije—. Esa es probablemente la mayor solicitud que tuve. Hay una lavandería en el pueblo, pero a la gente no le gusta arrastrar sus cosas al pueblo. Y estas máquinas de pago costarán por usarse. Se pagaría por sí mismo.
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En ese momento vi su expresión permanecer encubierta y acabábamos de compartir algo hermoso. No quería hacer algo para estropear eso, como presionarlo cuando no estaba listo. Por tanto lo dejé ir.
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Tomé un momento para decidir si presionar en eso o no.
—Esto podría también comenzar a pagarse por sí mismo cuando puedas meter esa mierda, no contigo ganando de vuelta lo que pusiste en ello, regalándola, tomando más tiempo para hacer eso desde que estas pagando interés sobre lo que pediste prestado. De nuevo no estaba equivocado y eso sonaba familiar. —Mi papá diría eso —le dije. —Ves, tu papá no es un espantapájaros cualquiera —respondió y sonreí. —No, no lo es. —No incrementes tu préstamo, Cassidy —ordenó. —Estás siendo mandón de nuevo, Deacon —regresé, mi sonrisa muriendo, mi decisión de no estropear este hermoso momento en la cabaña once de pronto olvidado—. Incluso si me haces el enorme favor de construirla para mí, tengo que pagarte algo y comprar materiales. —¿Pagarme? —preguntó, su tono extrañamente incrédulo. —Si —contesté, mi tono comprensiblemente determinado. —Pagarme —repitió, pero no era una pregunta esta vez. Era una oportunidad para que yo tomara de vuelta lo que dijo. —Sí, Deacon. No estarías limpiando los desagües; estarías construyendo un edificio. Sin más, miró a la almohada y dijo:
—Podemos hacer eso cuando no estés desnuda con mi semen saliendo de ti en mi cama en la cabaña once —regresó. Suspiré porque él estaba en lo justo. Deacon decidió que era tiempo para seguir adelante.
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—Debemos tener esto en orden —señalé, porque debemos. Relaciones se estrellaron y quemaron después de discutir sobre dinero y no quiero eso para nosotros.
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—Ella está desnuda en mi cama en la cabaña once, mi semen saliendo de ella. —Sus ojos volvieron a los míos—. Así que termina esta conversación aquí.
—¿Qué comida quieres que te traiga? —El Red Hot Blues y la pasta —contesté inmediatamente y sus labios comenzaron a curvarse—. Y una botella de vino tinto. Y copas Y lo que sea que tú quieras para tomar, aunque eres bienvenida al vino. Y el resto del pastel. Usaremos los tenedores y platos en la cocina. —Mira voy a estar haciendo más que un viaje—murmuró. —Podría ayudarte —agregué. Presionó más adentro de mí. —Podrías. No lo harás. Vas a estar acostada porque, mujer, créeme, vas a necesitar tu energía. Me retorcí bajo él ante esa promesa, y confirmé al instante. —Estaré aquí. Sus labios se curvaron de nuevo y respondió: —Buena idea. —Aunque, tengo poca hambre y también estoy goteando. —Correcto —murmuró, tomando mi insinuación. Se inclinó, tocó su boca con la mía, luego dijo—, iré. Luego que se fue, me deslicé rodando fuera de la cama. Cambié posiciones para seguir bajo las colchas.
Mantuvo su perfil hacia mí, sus manos cerrándose los botones de sus jeans, pero deslizó sus ojos hacia mí. —¿Si? —Apresúrate. Con mi palabra, su cara oscureció y se volvió hacia mí, agachándose. Colocando un puño en la cama y una mano en mi mejilla, se inclinó más y tomó
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—¿Cariño?
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Cuando tuve las colchas. sobre mis pechos y Deacon se estiró para alcanzar su ropa, lo llamé:
mi boca en un largo, caliente, beso húmedo. Cuando liberó mi boca, tocó mi frente con sus labios en un corto, y dulce beso. Entonces se apartó, se puso la camiseta, sentado en el lado de la cama dio un tirón en sus botas, y se fue. Y por la cantidad de tiempo que le tomó volver, supe que no desperdició nada.
Deacon
H
oras más tarde, en la oscura tranquilidad, Deacon se sentó en la cama que había permanecido muchas veces antes, esta vez haciéndolo sentir el suave cuerpo de Cassie escondido a su lado, su brazo cubierto sobre su estómago, su mejilla presionada a su pecho, escuchándola respirar. Todas estas veces antes, y más cuando estaba en la carretera y lejos de Glaciar Lily, había soñado con esto también.
Espero que sepas lo que estás haciendo, estúpido, pensó. Pero sabía que no tenía ni una pista Solo sabía que no podía parar de hacerlo.
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Sobre ese pensamiento, la estiró más cerca y cerró sus ojos.
10 Los Chicos Rudos Pueden Comprometerse Traducido por vanhez, mikiliin, Tanza y Oriale165 Corregido por Debs
—S
on mis canaletas, Deacon. —Pagaste por las escaleras, Cassidy. —Entonces, son mis escaleras también. ¿O vas a llevártelas contigo cuando consigas un
nuevo trabajo?
Era la mañana siguiente, después del sexo en la cabaña once, una ducha en la cabaña once (algo más que hizo que los sueños de Deacon y los míos se volvieran realidad en formas espectaculares, sin embargo, estos no terminaban en lágrimas, solo gemidos… yo, y gruñidos… Deacon) y regresar a casa a tomar el desayuno (huevos y tocino para Deacon, hecho por mí, pero para mí, avena).
Me dijo que debía. Más palabras fueron dichas. Esto nos trajo a este momento. —Estamos teniendo unas palabras, mujer, no hagas a las tuyas sarcásticas —respondió Deacon, su voz volviéndose más ronca y no en buena forma.
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Le dije que no debía.
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Estábamos vestidos y casi fuera de la puerta cuando Deacon revisó su billetera, entonces dijo que necesitaba ir escaleras arriba para conseguir algo de dinero.
Pero estaba en lo cierto. No había necesidad de esto, nunca. —Tienes razón —acepté—. Pero el punto es aún válido. —Estoy comiendo tu comida, durmiendo bajo tu techo, y comprando tus canaletas —declaró. Entendía su punto. Simplemente no estaba de acuerdo con este. —También vas a colocarlas. —Sip. También estoy haciendo eso —confirmó. —Deacon… Me cortó para preguntar: —Joder, ¿puedes discutir por todo? La respuesta a esa pregunta era sí. No le di esa respuesta. Pregunté: —¿No puedes ver a dónde quiero llegar? Estableció lo obvio. —No. Me moví más cerca de él, dejando atrás el metro y medio que nos separaba en mi vestíbulo.
Me eché hacia atrás con sorpresa. —Pongo mi grano de arena —terminó Deacon. —Tu grano de arena es demasiado grande. —¿Qué hay con decidir cuál es mi grano de arena y no mi mujer decidiéndolo por mí?
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—No son tan caras —respondió—. Y me siento incómodo con que una mujer me mantenga.
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—Me siento incómoda con permitirte pagar por algo tan caro.
Se me ocurrió justo entonces que habíamos golpeado la zona de chicos rudos, una que no era simplemente en la que normalmente estaba con Deacon. Era una que necesitaba capitalización. Una zona en la que nunca había estado. Una zona en la que me daba cuenta tardíamente, debía tratar cuidadosamente. Así que lo hice. —En una escala del uno al diez, ¿cuán importante es esto? —requerí. —¿Yo poniendo mi grano de arena para no sentir que me estás manteniendo? — preguntó. —Sí —respondí. —Ochenta y cinco. Tomé una respiración profunda y la dejé ir suavemente. —¿Qué hay con que pagues por la comida cuando vayamos a la tienda? Sus cejas se juntaron de golpe, en una forma en que nunca las había visto antes. Era una forma un poco atemorizante. —¿Estás jodiéndome? —soltó. —Uh… —Mi voz se apagó, pensando que la respuesta a eso era sí, incluso cuando era no. —Cuando tome otro trabajo, y después de que esté hecho, ¿vendré de regreso aquí? —demandó saber. —Eso espero —respondí
—Aquí —respondí. —¿Aquí en la cabaña once, conmigo pagando por estar aquí, o aquí en esta casa contigo? Mi tono se suavizó. —Obviamente aquí en esta casa, cariño.
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Su punto estaba mostrándose para mí.
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—Y cuando tome otro trabajo después de ese, ¿dónde quieres que vaya cuando acabe?
—Ahora, ¿ves a dónde quiero llegar? —presionó. —¿Qué tal si vamos a medias? —sugerí. Deacon miró hacia el cielo. Tomé eso como un no. »Solo era una sugerencia —murmuré. Me miró otra vez. —Quieres diamantes y perlas, los tendrás. Quieres volar a París, tengo que conseguir un pasaporte, pero lo haré y lo tendrás también. Quieres cualquier cosa y la conseguiré para dártela, te la daré. Pero no esto. Esto es el día a día, dar y recibir, yo cuidando de ti, tú cuidando de mí. Entiendo que puedes cuidar de ti misma. Me lo has mostrado por seis años. Lo que tienes que entender es que, si queremos que esto funcione, tienes que ceder en esto y darme mi oportunidad de hacerlo porque soy el tipo de hombre que soy y no hay otra forma en la que pueda ser. Sus palabras me hacían sentir cálida y blanda, pero esta conversación era demasiado importante para dejarla ir con eso. —Puedo hacerlo —admití—. Pero tiene que ser un compromiso. —Sí, apesto cocinando, mayormente porque odio esa mierda. Tú eres jodidamente genial en ello. Entiende que, luego de años de comida rápida, estaré eternamente agradecido y pondré nuevas canaletas en cada jodida cabaña de Glaciar Lily. —Parece que consigo más que tú con eso.
Y otra vez, Deacon no compartió más. No lo presioné. Lo entendía. —Todo bien. Tú pagas por las canaletas, pero solo si me dejas ayudarte a ponerlas y con la condición adicional de que si algo como esto vuelve a
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Esto era, otra vez, intrigante.
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—Obviamente no has comido basura por diez años.
suceder, lo discutiremos. No me catapultes en la zona de chicos rudos, acabes y tomes decisiones por los dos. —¿Zona de chicos rudos? —Una zona en la que vives constantemente. Una zona en la que vivo cuando estoy contigo. Se congrega y la visito cuando estableces límites de hombres rudos, así que es la zona en la que estamos justo ahora. Una sonrisa se propagó en su rostro incluso mientras sus labios ordenaban: —Aquí. —¿Ves? —afirmé, levantando una mano para señalar su boca—. Zona de chicos rudos. Cruzó sus brazos sobre su pecho. »Solo decía —continué, dejando caer mi mano—. No soy solo argumentativa, soy intratable y terca. Si quieres establecer un punto muerto de chico rudo, debo advertirte, tan rudo como eres, aún hay una muy buena oportunidad de que pierdas. Terminé mi declaración con un grito, porque Deacon arremetió, atrapó mi mano y dio un paso hacia atrás, enviándome hacia él. Aún estaba lidiando con colisionar contra su grande y dura figura, cuando sus brazos se envolvieron alrededor de mí y su boca se aplastó contra la mía. Me besó con su lengua y lo hizo profundamente. Cuando levantó su cabeza, murmuró:
—Está bien Milagros —dije en el teléfono—. Te veo luego. —Hasta luego, Cassidy —dijo de vuelta y luego la oí colgar. Puse el teléfono abajo en el brazo de mi silla Adirondack y enredé mis pies con los de Deacon en la barandilla.
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Y otra vez, no estaba equivocado.
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—Divertido, se siente como ganar.
Deacon no objetó. Luché contra la sonrisa que se formó y pregunté: »¿Estás bien con cenar mañana con Milagros y Manuel? —Dije que lo estaba cuando me preguntaste cuando hablabas con ella —señaló Deacon. —Sí, pero le estaba hablando cuando pregunté —le contesté—. Ahora es tu oportunidad de salirte mientras puedas. —Será bueno, Cassie. Tenía la sensación de que lo sería. También tenía la sensación de que no lo haría. Eso fue porque todo con Deacon estaba resultando bien. Pero Milagros y Manuel significaban el mundo para mí y no había manera que Deacon pudiera sentarse a su mesa y ser Deacon. Sabía esto cuando se presentó como Priest. Y tú no mientes a tus amigos. Resueltamente girando mi mente desde eso al lado brillante, tenía razón, pasmosamente correcto, alegremente correcto. Trabajar al lado de tu hombre era divertido. Está bien, no divertido pero seguía siendo asombroso.
—Advertencia —declaró, sacándome de mis pensamientos—. Llegará un momento, y pronto, cuando estarás entrando en la zona de chico rudo otra vez. Será así cuando te hable acerca del estado de tus tejas. Agarré mi cerveza, la llevé hasta mi boca, y antes de tomar un sorbo, murmure:
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No hablaba mientras trabajaba, tampoco lo hacía yo, pero trabajando codo a codo consiguiendo algo que necesitaba ser hecho, terminarlo, se sentía bien.
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Sabía esto porque, había ayudado a Deacon a instalar mis canaletas. No estaba terminado pero teníamos tres lados de la casa completos.
—Anotado. —¿Tienes fugas? —preguntó. —No que yo sepa —contesté. —Milagro —murmuró. Sonreí hacia los arboles mientras ponía mi cerveza de regreso en el brazo de la silla. —¿Quieres cenar? —pregunté. —Podría comer —respondió. Desenredé mis pies de los suyos, los puse en el piso, me empujé fuera de la silla, y me moví al lado de la suya. Me doblé sobre él, y el único movimiento que hizo fue inclinar su cabeza hacia atrás para atrapar mis ojos. —Entonces vas a comer —dije en voz baja antes de inclinarme más abajo y tocar mi boca con la suya. Sus ojos estaban calientes cuando me aparté. Mis entrañas estaban calientes cuando fui adentro para comenzar la cena.
Me vine duro y ruidosa, gritando:
Finalmente, comenzó a moverse en mí. Me levanté en mis codos para mirar hacia abajo para ver la tercer visión más caliente que había visto en mi vida, la primera fue Deacon viniéndose, la segunda fue Deacon respirando. Haciendo a Deacon apoyarse en un antebrazo entre mis piernas, cara caliente, ojos hambrientos, dedos follándome, mis piernas todavía sobre sus anchos, y musculosos hombros.
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Todavía viniéndome, sentí su boca dejarme pero inmediatamente lo sentí empujar dos dedos dentro. Mi sexo espontáneamente se aferró a sus dedos mientras seguía empujando y me seguía corriendo.
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—Oh mi Dios. —Mientras quemaba a través de mí, haciendo esto, clavando mis talones en la espalda de Deacon.
—No ha terminado. Te quiero de nuevo, Cassie. Estás dispuesta a ello, vas a tomarlo. Si no lo estás, dilo ahora —rugió. —Yo, uh… ¿vas a bajar sobre mí? —le pregunté por una aclaración a través de respiraciones jadeantes. —Sí. —Yo… uh… —Dilo ahora. —Uh… —Se acabó el tiempo —gruñó, luego lo vi sumergir su cara de regreso en mí, esto tomando instantáneamente el lugar de la tercer visión que he tenido, pero solo conseguí un segundo antes de que su boca me golpeara incluso mientras seguía empujando con sus dedos. Mi cabeza cayó hacia atrás. Clavé mis talones y mis caderas se dispararon a su boca. —Si —respiré. Sus dedos empujaron más duro y su boca se aferró sobre mi clítoris y succionó profundo. La respuesta a su pregunta era si, estaba dispuesta a ello. Pero se lo dije en su lenguaje. Sin palabras.
—Mierda. —¡Deacon! —grité, golpeando sobre él y moliendo dentro del mismo modo que el corcoveaba sus caderas, sus dedos clavándose en la carne de mis caderas, sosteniéndome hacia él mientras cavaba su cabeza en la almohada y yo tiraba la mía hacia atrás, aferrándome rápidamente a sus muñecas así no podía caerme hacia atrás y perderlo mientras mi orgasmo me abrumaba.
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—Deacon.
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—Mierda.
—Monta mi semen —gruñó a través de su clímax, sus dedos seguían clavándose pero empujándome hacia arriba. No creí que lo tuviera en mí, pero volví a moverme sobre él, tomándolo rápido y profundo—. Mierda. Siii —gimió mientras yo montaba su polla. Lo estaba perdiendo, dejándome llevar por las sensaciones, cuando su gruesa voz regresó: »Detente, nena. Me deslicé hacia abajo hasta que el me llenó y caí hacia adelante, dándole todo mi peso, presionando mi frente en su cuello. Deslizó una mano a mi culo, envolviendo el otro brazo alrededor de mi espalda. No hicimos nada más que respirar por un tiempo. —El mejor polvo, sin excepción —declaró, su voz aún ronca. Con la competencia, eso era todo un cumplido. —Tú también —respiré en su cuello, aún no recuperada totalmente. —No solo te monté hasta que tu coño explotó. Tú le hiciste eso a mí polla también. Joder, ver toda esa belleza volverse salvaje, tomando mi polla, lo suficiente como para deshacer a un hombre. Agrega ese coño tan mojado y apretado… Jesús. Me encantaron sus palabras. No eran floreadas, pero decían un montón de parte de un hombre como Deacon.
Trasladó una mano por mi espalda antes de dejarme para que pudiera cernir sus dedos en un lado de mi cabello, y lo utilizó para tirar de mi más cerca. —Me he mirado en un espejo, Cassie. Sé que no soy feo. Pero tú podrías estar en revistas. —Deacon —susurré, sin saber que más decir porque lo que él dijo era tan dulce, no había forma de devolver esa dulzura.
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—Sabes, tú también eres hermoso.
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Aun así, levanté mi cabeza para mirarlo, deslizando mi mano hasta la curva donde su cuello se unía a su hombro, y le dije tranquilamente:
Solo sentirla. —No me jodas —declaró. —Soy demasiado pequeña para ser una modelo —remarqué por ninguna razón más que decir algo. —Entonces son unos malditos estúpidos y yo soy un afortunado viendo que eso significa que estas sentada en mi polla, tus tetas presionando en mi pecho, tu belleza en mi cara, no estas todo así con alguna estrella de cine. Me presioné incluso más cerca mientras le exigí: —Deja de ser dulce. La mano en mi cabello le dio a mi cuero cabelludo un apretón mientras sus ojos se iluminaban y murmuraba: —Lo intentaré. Eso fue cuando recibí una sonrisa, una sonrisa que me dijo que estaba totalmente mintiendo. Escondí mi sonrisa feliz dejando caer mi cabeza y besando la base de su garganta. Cuando lo hice, el mantuvo mi cara allí, deslizando su mano en la parte posterior de mi cabeza y presionando. —¿Quieres limpiarte tú o quieres que yo lo haga? —preguntó suavemente. —Yo —le contesté de igual manera.
Eso puedo hacerlo. Me levanté de nuevo, toqué mi boca con la suya, y luego fui y volví con él, pero agarré del suelo la camiseta que él se había puesto después de la ducha cuando terminamos con las canaletas. Me la puse, y después me deslicé en la cama a su lado.
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Vuelve a mí.
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—Ve y vuelve a mí.
Deacon inmediatamente curvó un brazo alrededor de mí y me posicionó donde siempre me posicionaba cuando estábamos acomodándonos para ir a dormir, metida a su lado. Así fue como empezamos la noche. Podríamos despertar en cualquier posición, él acurrucado en mi espalda, y yo acurrucada a su alrededor, presionado en mi costado, su brazo apoyado en mi vientre, con sus respiraciones revolviendo el cabello en mi sien. Era algo, que estaba descubriendo, me hacía esperar a la mañana, despertar y ver cómo gravitábamos entre nosotros, inconscientemente, siempre cerca, juntos. Me preguntaba lo que la mañana traería, Deacon me llevó a donde me quería, se estiró, y apagó la luz. Al parecer, ya era hora de ir a dormir. Después de tres magníficos orgasmos, estaba de acuerdo con eso. Pero mientras yacía junto a Deacon, escuchando su respiración y sabiendo por experiencia, cada vez mayor, que caería rápidamente en el sueño, de repente, me puse tensa. Y del mismo modo repentinamente, solté: —Estoy preocupada por la cena con Milagros y Manuel. Sentí su brazo apretar alrededor de mi espalda, me desplacé más en su cuerpo y me levanté, así que estuvimos cara a cara en la oscuridad. —Háblame —instó.
—¿Por qué? —preguntó y mi cabeza se sacudió—. No les he mentido, no tienes que hacerlo mañana. Esto me sorprendió. —¿No? —No. —Pero les dijiste que eras John Priest.
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—Tienes que mentirles. Así que yo también —compartí.
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Me acomodé en él, sus palabras resolvieron algo en mí porque estaba descubriendo que la respuesta era una Deacon pura.
—Si lo ves de cierta manera, lo soy. Estaba confundida de nuevo. —¿Qué forma es esa? —Es inventado, pero todavía soy yo. Creo que lo entiendo Aunque. —Eso es demasiado, Deacon —dije en voz baja. —No lo es, viendo, que si esto funciona, llegará un momento en que voy a ser él. Eso no se me había ocurrido. —¿En serio? —Sí, Cassie. Dejé esa vida atrás, dejé a Deacon detrás. —¿Así que debo simplemente llamarte Priest? —Por supuesto que no. Su tono era tan grave que sentí que mi cuerpo se tensaba en respuesta. Deacon también lo sintió, rodó y me dejó en mi espalda, con él sobre mí. —Necesito darte a Deacon —dijo, su voz gentil —Está bien —dije, otra vez sin entenderlo.
—No, porque no lo entiendo tampoco. Estaba frustrada. Era hora de una nueva táctica. —¿Estás en adquisiciones? —le pregunté. —Sí.
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—¿Puedes explicarme eso? —pedí.
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—Estás siendo dulce, estás siendo intratable, y estás sentándote en mi polla, lo estás haciendo con Deacon.
—Está bien, ahora ¿vas a explicarme eso? —Nena —dijo suavemente, trayendo su cara más cerca, por lo tanto la podía ver a la luz de la luna, su mano descansando contra el costado de su cabeza—. Como he dicho, el mudo en el que vivo no te toca. Eso incluye el saber jodidamente todo sobre ese mundo. —Pero quiero conocerte. —Me conoces —declaró. Sacudí mi cabeza. —No lo hago y seguirá así si no me cuentas más. —¿Esas lágrimas que salieron de tus ojos en mi cama en la cabaña once fueron por un hombre que no conocías? Dios. Era molesto. Porque estaba otra vez en lo cierto. Decidí no responder. Sabía de todos modos mi respuesta y continuó: »Me conoces, Cassie. Crees en mí. No estarías aquí usando mi camiseta si no lo hicieras. Otra vez tenía razón. Otra vez no dije nada.
Esto no sonaba bien en absoluto. Aun así, formaba parte de él y lo quería. Todo de él.
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»Te dije que creo en lo que hago. Eso es parte de tu fe en mí, creo en lo que voy a hacer, qué tengo que hacer. Pero, nena… —Se acercó aún más, su voz más baja—. No quiero que sepas lo que cae en el mundo. Quiero que vivas en el esplendor de Glaciar Lily, que te preocupes por las canaletas y las pérgolas, y que no estés contaminada con esa mierda.
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Deacon seguía hablando.
Así que le dije: —Puedo soportarlo. —No puedes —me dijo. —Puedo —reiteré. De repente, su estado de ánimo se volvió pesado y su voz se endureció. —No puedes, Cassidy. Eso no sonaba bien, tampoco. Para nada. Y estaba percibiendo que era hora de pisar de nuevo con cautela. Dicho esto, aún tenía que pisar. Mi futuro con el hombre del que me estaba enamorando dependía de ello. —Aún vas a tener que compartir más de ti —dije con cuidado. —Lo haré. —A partir de ahora —le advertí. —Dámelo —invitó. —Bien, ¿Cuándo es tu cumpleaños? —Si estás en esa mierda y quieres celebrar, escoge un mes, tal vez otoño y estará bien. ¿Estaba hablando en serio?
Estaba hablando en serio, y la forma en que lo hacía no me gustaba mucho. —Entonces, si no lo dices, nunca voy a conocerte. —El hombre del que quieres saber está muerto —me regresó bruscamente—. A un hombre que está muerto, no sirve de nada conocerlo.
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—Pueden rastrear a un hombre con un nombre y una fecha de nacimiento, mujer.
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—¿No vas a decirme?
—Bien, ¿vas a explicar eso? No habló. Era seguro que mi humor relajado post-tres-orgasmos se escapaba. »Pero quieres que tenga a Deacon —señalé—. Y ese eres tú. —Tú Deacon no es el Deacon que solía ser. Él es solo tuyo, de nadie más. Algo de eso me asustó. —Supongo que no vas a explicarme —observé. —No hay nada que explicar, lo que he dicho es todo lo que necesitas saber —dijo. —No me gusta eso —compartí. —¿Te gusta mi boca entre tus piernas? —preguntó. Mi cuerpo se apretó y le devolví agudamente: —Ese no es el punto. —Responde. —Lo sabes. —Mi voz acelerándose. —¿Te gusta trabajar junto a mí en tu casa? No dije nada, pero sabía que me leía.
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»Tienes que hacer un pastel, lo comeré. Hazlo para el 14 de septiembre. Aceptaré una mamada como regalo pero nada más, solo necesito despertar contigo en la mañana y acostarme en la cama contigo en la noche. Y no estoy diciendo mierda acerca de ello, preparándote para molestar porque no me compraste algo. Las ocasiones especiales son acerca de aquellas personas con las que pasas tu tiempo, no se trata de la mierda que puede salir de ellos. Y mientras estoy diciendo esto, lo mismo va para la Navidad. Lejos de lo que a mí respecta, conseguí otra oportunidad de estar la Navidad contigo, o con suerte y consigo cincuenta de ellas, cada una puede ser como la única que hemos tenido, excepto dormir a tu lado, follando al despertar y follándote otra vez antes de irnos a dormir.
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Lo hizo y así lo mantuvo.
Dios, hizo difícil que me molestará con él. »Quieres conocer el hombre que soy, te diré. —Siguió con eso—. Soy el hombre que tomará tu mierda pero el mejor en ello, así que puedo al menos reemplazar unos cinco metros cuadrados de tejas de tu techo. Pero si estoy en mi juego, voy a ser el hombre que reemplace todo tu techo. —Deacon… —Y soy el hombre que va a trabajar la próxima semana a tu lado limpiando las cunetas de tus cabañas, porque si tú no pensaste hacer eso en tu casa, tú no pensaste hacerlo a tus cabañas, y ellas probablemente están jodidas también. —Dea… —Y soy el hombre que se va a sentar a tu lado en la casa de tus amigos mañana en la noche y me va a gustar estar “ahí” porque no he estado rodeado de mucha gente buena los últimos diez años. Conteo rápido, tres. Más que no es bueno. Él continúo. »Así que me voy a sentar en la mesa con gente que trae a una mujer que quiere decir algo a los que traen helado con chocolate caliente porque están preocupados y tratan de hacerte feliz. Levanté una mano hasta su mandíbula.
Se me ocurrió que él estaba hablando y haciendo demasiado, así que decidí callarme y escuchar porque él no solo estaba hablando demasiado, él estaba diciendo demasiado. »También soy el hombre que eventualmente va a tener que tomar un trabajo pero voy a hacerlo pensando en cuándo pueda volver a ti, y cuándo esté hecho, mi culo va a recurrir de nuevo a ti. Y probablemente no dormiré o comeré mientras lo estoy haciendo así que tú vas a tener que aguantar, me alimentarás
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—Y si la comida se está acabando, voy a ser el hombre que paga en el supermercado cuando vamos a la tienda y no me importa una mierda si discutes conmigo en la caja registradora. Voy a pagar. Tú puedes pagar la próxima vez.
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—Cariño…
cuando vuelva, y me follarás duro como lo acabas de hacer, y me dejarás dormir. Tenía algo que decir acerca de ello. —No quiero que te metas en un accidente. En ese momento, él acercó tanto su cara a mí que pude sentir su aliento en mis labios. —Nena, si esa mierda pasa, mi fantasma vendría a ti. Oh Dios mío. Sí, oh sí. Él estaba diciendo demasiado. —Ahora, ¿entiendes la clase de hombre que soy? —preguntó. —Sí —suspiré. —¿Y entiendes la clase de hombre que soy para ti? Había una gran diferencia pero él no necesitaba explicármelo. Lo entendía. —Sí, cariño. —Correcto. Ahora, ¿puedo ir a dormir? —Sí, Deacon.
Deacon no lo hizo, él solo me acurrucó más cerca cuando lo hice y aflojó su agarre. Una muestra de apoyo. Estaba allí conmigo. Sabía que era mucho para que tomara y me estaba diciendo que estaba allí. Sí, sabía la clase de hombre que era para mí. Escuché su respiración aun. Hice esto por un tiempo. Entonces comencé.
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Tomé un profundo suspiro.
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Con eso, me besó, con la boca cerrada y dura, entonces me enrolló otra vez, moviéndome con él y manteniéndome a su lado.
—Todavía no quiero que te metas en un accidente. No estoy segura que los fantasmas tengan la cabeza en su sitio. Deacon se echó a reír. Aun me encantaba ese sonido y fui yo quien se lo dio a él. Levanté mi cara para ver la suya a la luz de la luna, mirando su alegría. —Soy solo del tipo divertido. De nuevo me puso sobre su pecho, así que estábamos cara a cara. —Este es el trato —comenzó mientras su risa disminuía—. Cuando haya terminado con un trabajo, pararé a dormir y comer. No será mucho de sueño y será una rápida comida de mierda que podré comer en el camino. ¿Feliz? —Así que los chicos rudos pueden comprometerse. —Jesús, estoy aniquilado y ahora tengo que azotarte —le dijo al techo. —No tienes que hacer eso —respondí rápidamente, aunque solo porque estaba cansada también y estaba bastante segura que otro orgasmo podría matarme. Sus ojos fueron hacía mí. —¿Qué dije acerca de ser una sabelotodo? —Es una parte de mí —señalé. —Es una parte de ti que te va a conseguir un culo rojo. —Por favor, no. Pienso que otro orgasmo esta noche podría matarme.
—¿Lo siento? —No hemos jugado, ni siquiera hemos discutido jugando, y tú sabes que hago esa mierda para ti, y viene con un orgasmo. Otra vez. Estaba en lo cierto.
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—Ahí está Cassidy, me conoces —dijo, su voz cargada de significado.
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Di un grito ahogado cuando su mano salió disparada, alrededor de la parte de atrás de mi cabeza, y me llevó a unos centímetros de su rostro.
Joder. —Cállate, déjame ir y ve a dormir —balbuceé. —Y te conozco, porque sé que estás siendo mandona, ahora mismo no porque eres mi jefa Cassie, lo cual eres, sino porque tengo razón y no estás contenta con conceder porque eres jodidamente terca. —Creo que prefiero el silencio, habla con tus ojos y acciones Deacon. —Dame un beso de despedida, nena, y no seas perra. Abriste las compuertas. —Ugh —gruñí—. Es hora de construir una máquina del tiempo. —Deja de molestarme y acomódate, mujer. Tenemos canaletas que atender mañana. Teníamos. ¿Por qué eso me hacía feliz? No lo solté. Murmuré: —Oh, está bien —callé, y me acomodé. Cuando lo hice, el brazo de Deacon a mí alrededor me dio un apretón de nuevo. Tenía razón. Lo conocía. Porque sabía que ese apretón venía con Deacon sonriendo. Eso también me hizo feliz.
Escuché la cabeza de Deacon moverse en la almohada y sabía que lo estaba cavilando para poder decirlo hacia la cabecera. —Jesús. —Solo decía —murmuré.
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—Ahora, estoy asustada acerca de nosotros discutiendo jugando —dije a la habitación.
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Otra vez, no lo solté.
—¿Crees que alguna vez haría cualquier cosa que no te gustara? —preguntó. Era una idiota. —No. —No tienes nada de qué preocuparte. —Bueno… —Ahora ve a dormir. —Sus deseos son órdenes. Eso consiguió otro apretón, leí este como divertido y molesto. También dijo otro: —Jesús. Tenía razón. Lo escuché en su tono. Divertido y molesto. Sonreí en su pecho. —Buenas noches, Deacon. Su cuerpo se relajó. —Buenas noches, Cassie. Me acurruqué más cerca.
Caí dormida pensando que iba a lanzar un ataque al cajero cuando fuéramos al supermercado. Pero solo para comprar sus chuletas. Luego iba a dejarlo pagar por los alimentos. Dicho esto, no hay manera en el infierno que estuviera comprando las tejas.
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Se quedó dormido delante de mí.
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El brazo de Deacon me apretó con más fuerza.
11 Cada Día Mejor Traducido por Debs, veroonoel, Itorres y rihano Corregido por Debs
—¡M
ujer! Esto fue gritado por Deacon a través de la puerta del baño.
Y supongo que estaba gritando porque estaba harto de esperar mientras me arreglaba. Esto era algo en lo que estaba poniendo un poco de esfuerzodespués de estar en el techo la mayor parte del día ayudando a Deacon con mis canaletas. Luego lo ayudé con las canaletas de las cabañas. Todo esto antes de ir a la casa a arreglarnos para ir a cenar a lo de Milagros y Manuel.
No solo lo estaba haciendo porque me sentía con ganas de hacerlo, sino también porque esto era Deacony mi primera cita (formal) y sentía que la ocasión lo requería. Lo que no me admití era que lo estaba haciendo porque Deacon pensaba que era hermosa tal cual era, y me preguntaba cómo se sentiría cuando pusiera un poco de esfuerzo detrás de ello. —Estaré diez minutos —respondí.
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También podría enloquecer a Deacon (aunque dudaba que se asustara mucho).
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Mis esfuerzos los iban a enloquecer. No pensaba que me hubieran visto con maquillaje, y ahora tenía una cara que no estaba pasada con este, pero le había dado una luzcon un brillo a mis mejillas, sombra acentuando mis ojos, rímel y delineador. También tenía en mi cabello con grandes rulos que eventualmente le darían ondas y cuerpo (o, más cuerpo y ondas).
—Jesús —lo oí murmurar. Sonreí al espejo y me puse más colorete en mis mejillas para darme más color. —Si necesitas hacer algo, ¡desempaca! —grité—. Vas a estar aquí un tiempo, no sirve de nada vivir de un bolso en el suelo. Esa fue mi manera de decir que su bolso en mi piso de la habitación no era algo que me importaba. No era monstruosamente ordenada, pero me había enredado mi pie y tropezado con un par de sus jeans cuando me había dirigido al baño antes del amanecer y no me había gustado mucho. —¿Desempacar? —gritó en respuesta, como si la idea fuera ajena a él. Por otra parte, era probable que lo fuera. —¡Sí! —le contesté con un grito—. Al igual que, ya sabes, quitar la ropa de tu bolso, colgar lo que necesita ser colgado, guardar en un cajón lo que necesita ser guardado, y poner en la lavandería la ropa que no está limpia. —Los chicos malos no desempacan —gritó de regreso. Sonreí en el espejo de nuevo y empecé a guardar mi maquillaje. —Bien, entonces tira la ropa sucia en la lavandería, y arrastra la otra mierda en el armario, y déjala allí en el suelo. —En una escala del uno al diez, ¿qué importancia tiene esto para ti? — preguntó a través de la puerta. Otra sonrisa y…
Me tomé los diez minutos que le dije a Deacon que me tomaría sacando los ruleros y aligerando algunas partes de mi cabello, que se suponía se iban a separar y mantenerse, que me sorprendió que hubiera quedado así por los dos años desde que los había utilizado. Hice algunos toqueteos, algunas vueltas, y algo más de spray. Los resultados fueron buenos, por lo que estaba sonriendo de nuevocuando mepuse perfume, eché un vistazo hacia el espejo, y me miré completamente.
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Escuché su risa, me gustó su risa, y levanté mis manos hacia los rulos.
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—¡Ochenta y cinco!
No exageré con el maquillaje (aunque sí con el cabello). Tampoco exageré con mi ropa. Pero de nuevo hice un esfuerzo. No estaba segura de que Deacon me hubiese visto con algo que no fueran camisetas, pantalones cortos, suéteres y jeans. Esto no era un gran cambio de eso, pero ahora llevaba una camiseta semi lujosa de manga larga. Era de un verde oliva fantástico que hacía lucir bien a mis ojos. Era como una blusa en la parte superior y tenía un gran escote que bajaba de un hombro, exponiendo el tirante del sujetador de encaje negro que estaba debajo (ponerme uno de los pocos pares buenos de ropa interior que tenía era otro esfuerzo que había hecho; la alusión al tirante del sujetador, una indicación de lo que vendría más tarde para Deacon). El resto de la camisa se ajustaba perfectamente a mis pechos, costillas y cintura, el bajo dobladillo cubriéndome hasta la mitad de mi cadera. La camisa era de hace cinco años. Siempre me había encantado, pero no me la había puesto en años. Había combinado esto con unos jeans, mucho menos desteñidos que los otros. Y cuando salí del baño, iba a añadir joyas. Tenía algunos pares de tacones, ninguno de los cuales hubieran estado fuera de sus cajas durante tanto tiempo que podrían haberse desintegrado, aunque tenía miedo de comprobar. Pero a fin de no dar a Milagros y Manuel ataques cardíacos, iba a llevar unas chatas. Sin embargo, las chatas que iba a usareran las que llevaba a veces a la ciudad, que son las que tienen las imitaciones de diamantes en estas. Satisfecha con mis esfuerzos, salí del baño y vi a Deacon desde el rabillo de mi ojo, de pie fuera del closet. Me volví hacia él y me detuve en seco.
Segura de que mi hermano me había robado uno de mis discos favoritos, busqué en su habitación y encontré algunas revistas bajo la cama. Fue en ellas que vi la imagen. Una imagen que me afectó de una manera que me asusté en el momento, pero no la solté. Una imagen que se quedó conmigo hasta ser una adulta, cuando pude procesarlo y mentalizarme para explorarla.
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Pero estaba con las cuerdas de terciopelo que había comprado en un momento de debilidad años atrás, cuando estaba con Grant. Un momento de debilidad que nació hace años, cuando tenía diecisiete.
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Esto fue porque de hecho estaba de pie fuera del closet.
Una imagen que me empujó a comprar esas cuerdas en internet y acercarme a Grant con mi idea, con resultados desastrosos. Y eran las cuerdas que veía ahora, que debería haber tirado porque Deacon las había encontrado donde las había dejado en el suelo en la esquina de mi vestidor y las había olvidado. Y ahora estaba allí de pie, con las manos frente a él, las cuerdas envueltas alrededor de estas. Supe sin sabercómo que él sabía lo que eran esas cuerdas. Y ahora sabía que había una buena posibilidad de que pensara que era una loca pervertida. Su rostro estaba en blanco. Completamente. Sentí mi rostro sonrojarse y mi garganta cerrarse, mi mirada fija en la suya. Habló primero y lo hizo en voz baja, su voz sin revelar nada, al igual que su expresión. —¿Te gusta ser atada, Cassidy? Oh Dios. Tenía razón. Sabía lo que eran y pensó que era una loca pervertida. Sentí que se me revolvía el estómago y me obligué a hablar, pero mi voz era débil cuando salió. —Las compré cuando estaba con Grant. —¿Tú las compraste? —preguntó.
Tragué saliva y sacudí mi cabeza. La habitación se llenó de algo que no entendía pero me asustó. —¿Para ti? —presionó Deacon. —Sí —susurré. Su tono tenía un borde áspero que no pude leer cuando repitió:
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—Para él.
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—Sí.
—¿Te gusta ser atada? No le respondí. En su lugar, le informé: —No funcionó. Su cabeza se inclinó ligeramente hacia un lado, pero su rostro aún no revelaba nada. —No funcionó. —Nosotros solo, um… lo intentamos una vez y Grant no sabía lo que estaba haciendo. Dolió. Se asustó, luego se enojó y fue… bueno, no fue agradable. Más mal llenó el aire cuando preguntó: —¿Dolió? Asentí. »Te lastimó —afirmó rotundamente. —No sabía lo que estaba haciendo —repetí. —¿Cómo te ató? Oh Dios. Esto era un desastre. —¿Tenemos que hacer esto? —pregunté—. Solo fueron usadas una vez. Fue solo una decisión repentina que tuve. Debería haberlas tirado. —¿Cómo te ató, Cassidy?
Algo se movió en sus rasgos que, de nuevo, no pude leer. —¿Cómo te ató, Cassidy? Me rendí.
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—Se ha ido y cuando lo intentó, no me dolió mucho tiempo. Me desató y nunca lo intentamos de nuevo. No hay necesidad de enojarse con él. No quiso lastimarme, y de todas maneras, hemos terminado hace muchos años.
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Sacudí mi cabeza, imaginando lo que había detrás de su línea de preguntas.
—Como le pedí —dije en voz baja—. Um… en mis rodillas, con la cabeza hacia abajo y las manos en los pies. Fue entonces cuando me dio algo. Su mandíbula se tensó. »Deacon, fue mi idea —le dije rápidamente—. Fue una aventura. Algo que se me metió en la cabeza. —Dios, ¿podía ser más vergonzoso?—. No fue culpa de Grant no saber cómo hacerlo. —Te ata a la cama —declaró y parpadeé. —¿Perdón? —No comienzas con algo complicado —explicó—. Atas a tu mujer inmovilizada en la cama, ves si soporta eso, ves si lo disfruta, ves cuánto placer siente. Se viene duro para ti, ahí es cuando exploras. Oh Dios mío. —¿Has… —comencé. —Cuatro mujeres, no funcionó con ninguna, no para mí, porque no me importaban una mierda. Pero funcionó para ellas.
Oh Dios mío. Sentí que mis pezones comenzaban a cosquillear. Deacon siguió hablando. »Estás lista, estás acostumbrada a tomar vainilla de mí, confías en mí, tú tomas la decisión. Te ato a la cama y espero que te vengas jodidamente duro para mí.
Lo deseo salvajemente. Mi clítoris palpitaba. —¿A esto te referías con jugar? —pregunté. —Una parte de eso.
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—Sí, aunque nunca lo hice con alguien que me importara, así que hacerlo contigo, lo deseo salvajemente.
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—Te gusta —dije suavemente.
¿Solo una parte? —¿Cuáles son las otras partes? —Hay un montón de otras partes. ¿Podías tener un orgasmo completamente vestida de pie a dos metros de tu hombre? Tenía la sensación de que estaba a punto de descubrirlo. —Dame un ejemplo —exigí. —Te gustan las cuerdas, te ato. Muñecas a los pies como te gusta, culo al aire para jugar con él, comerte, follar tu coño, tomar tu agujero, todo eso y sin que puedas moverte. Tragué saliva y cerré mis piernas para no venirme. Leyó mi expresión a dos metros de distancia. Lo supe cuando susurró: —Quieres eso. No podía estar de acuerdo verbalmente, pero sabía que mi expresión me delataría. »¿Jugar con tu culo? —presionó. Tragué de nuevo.
»Joder, ¿puedes ponerte mejor? Dios, eso se sintió bien. —No sé —respondí. —Yo sí —respondió—. Rostro maquillado, el cabello así, un sostén que quiero ver, cada día se pone jodidamente mejor.
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Deacon me miró, la máscara deslizándose, sus ojos cada vez más calientes, su rostro oscureciéndose, y finalmente habló.
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Con Grant también habíamos intentado eso. Tampoco había funcionado. No porque no me gustara, me gustó. Mucho. Sino porque se excitó tanto que se corrió en la segunda penetración. Había estado humillado y no lo intentamos de nuevo, ni siquiera lo mencionaba. Ya que lo mortificaba, yo tampoco quería.
Un sentimiento tan hermoso me recorrió, cerré mis ojos para poder concentrarme en sus exquisiteces. »Aquí —ordenó Deacon. Abrí mis ojos. —No puedo. Aún estoy asustada sobre lo que significa jugar al mismo tiempo que estoy procesando lo magnífico que eres. Fue entonces cuando su infranqueable y cruda máscara bañó su rostro. No maldad cruda.
Bondad cruda. Le di eso a él. Yo. Toda esa bondad que hay para mí leída en su rostro, fui yo la que le dio eso a él. Mi corazón dio un vuelco. —Aquí —gruñó. Mi corazón dejó de saltar y mis labios giraron hacia abajo. —En serio, tendrás que dejar de hacer eso. Tú me quieres, estoy justo aquí. Dije las palabras y luego Deacon estaba justo allí. Había tirado las cuerdas a la cama y cuando se acercó a mí, su mano se apretó en mi cabello levantándolo, su otro brazo a mi alrededor sosteniéndome ceñida a su cuerpo, la cara a un centímetro de la mía.
—El punto. —Estás desordenando mi cabello. —Otro ejemplo de ello. —¿Vas a besarme o simplemente estar allí de pie, desordenando mi cabello y molestándome?
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—Lo mismo digo, el líder supremo de los Idiotas.
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—Malditamente hermosa, pero un dolor en el maldito trasero — murmuró.
Me miró a los ojos y cambió de tema. —Una mujer en el planeta que no necesita maquillaje, eres tú. Me estremecí de alegría ante el cumplido, pero aun así puse lo ojos en blanco hacia el techo y le dije: —Ahora él está arruinando mi cabello y siendo dulce. —No lo necesitas, sin embargo te ves bien con él—afirmó. Merece totalmente la pena el tiempo para emperifollarme. Lo miré de nuevo y le demandé: —Detente. Ya casi tuve un orgasmo espontáneo y asustaré a Milagros y a Manuel porque nunca me han visto con maquillaje, o con un tipo para el caso, salvo el otro día, por supuesto. Lo cual, en caso de que te lo perdieras, les asustó. Ahora me estoy poniendo toda caliente y blanda. Son mexicanos. Son católicos. No maldicen y nunca he visto a Milagros mostrar siquiera un indicio de escote, y mucho menos un tirante del sujetador. Tenemos que practicar el decoro. —Podemos hacer eso en el camión de camino. —Está bien, entonces necesitas obtener un pase en la práctica del nodecoro para T Sus labios se arquearon. —¿Orgasmo espontáneo? —Como si no supieras.
—Dios, ayúdame. Él no me escucha. —¿Cassie? Lo miré de nuevo. —¿Qué?
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Puse los ojos en blanco hacia el techo de nuevo, a pesar de que eso causó que un temblor me llenara.
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—Te amarraré a la cama esta noche, mujer.
—El mejor sexo, sin excepción. La perra más divertida, sin excepción. La mujer mejor formada, sin excepción. Y todo eso mejora cada día. Sus palabras hicieron que agachara mi cabeza y plantara mi cara en su camisa porque no podía sostenerlo más. Añadí mi peso porque no podía soportarlo por mi cuenta. Deacon deslizó su mano hacia abajo para curvarla alrededor de la parte de atrás de mi cuello. —No te puedo besar con tu cara en mi pecho —señaló. —No se debe llamar a las mujeres perras —susurré. Su cuerpo se estremeció con sus risas, sacudiéndome con eso. Se sintió hermoso. Seguí susurrando cuando remarqué: »Te estoy haciendo feliz. Sentí su palabra remover la parte superior de mi cabello mientras respondió: —Sí. Cerré los ojos. Ahora, eso se sintióbien. —Tenemos que ponernos en camino, nena —dijo en mi cabello—. Dame un beso.
Cuando Deacon lo rompió, me puse unos aretes, abroché un collar, me deslicé un par de anillos y me puse mis chatas. Después de eso, Deacon tomó mi mano y nos fuimos a cenar con mis amigos.
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Y le di un beso. Fue húmedo y dulce, y sabía que iba a recordarlo toda mi vida.
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Tomé una respiración profunda antes de mover mi cabeza hacia atrás y ponerme de puntillas.
—¿Juegas fútbol? —No. —¿Lo hiciste? —¿Lo haces? —Todavía no. Papá dice que puedo participar en la Liga Júnior de Fútbol el año que viene. —¿Qué posición quieres? —Mariscal de campo. —Bien. Me senté junto a Deacon en el sofá de Milagros y Manuel, viendo este intercambio entre él y Esteban, pensando que en realidad era el líder supremo de los extraordinarios. Esto era principalmente porque, cuando llegamos hace quince minutos, Esteban comenzó su inquisición y no había amainado; y Deacon había contestado a todas las preguntas, pero la mitad de estas respondió sin responder. —Cállate, Estito, contigo haciendo tantas preguntas, el Señor Priest ni siquiera ha sido capaz de tomar un sorbo de su cerveza —protestó Silvia. No estaba equivocada. —Sé agradable, mija —la reprendió Manuel suavemente. Sus mejillas se pusieron de color rosa, sus ojos se deslizaron hacia Deacon, se pusieron más rosa, y miró a su regazo.
—John. —La voz profunda de Deacon llenó la habitación y Silvia miró de nuevo hacia él—. Si tus padres están de acuerdo con esto, chica, puedes llamarme John. Los ojos de Silvia fueron a su padre. También lo hicieron los míos. Manuel sonrió y bajó su barbilla. Silvia volvió a mirar a Deacon y dijo tímidamente:
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No era de extrañar.
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Silvia tenía un enamoramiento con mi hombre.
—Está bien, John. Deacon le sonrió. Sus ojos se pusieron enormes y luego cayeron de nuevo a su regazo. Me tragué una risita. —Cassidy —dijo Milagros como si estuviera a punto de hacer un anuncio. Levantándose del sofá frente a nosotros en el que ella y Manuel estaban sentados, terminó con una orden—. Ayúdame en la cocina. No necesitaba ayuda en la cocina. Tenía que dar a su amiga/empleadora una charla sobre este asunto del novio-inesperado, viendo como todo el tiempo que ella había pasado en las cabañas desde que Deacon regresó fue tiempo que estuve con Deacon, así que no tuvo tiempo para hacerlo antes. Vi con grandes ojos a Deacon, los suyos iluminados con humor, y dejé ir su mano (una mano que yo agarré; él estaba de vuelta en un modo de sin muestra de afecto en público, aunque se sentó cerca de mí en el sofá, pero esto podría haber sido porque Esteban se metió junto a Deacon). Apreté su muslo, luego me levanté y seguí a Milagros, quien ya se estaba dirigiendo a su pequeña cocina.
Pero el pago tenía que ser jodidamente impresionante para cuidar de una casa y cinco niños. Decente significaba que cada centavo tenía que estirarse.
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A pesar de que le daba trabajo y era uno en el que era buena, le gustaba porque podía hacerlo en su horario, ellos estaban lejos de balancearlo mientras su encantadora pero pequeña (y en especial pequeña para siete personas) casa lo atestiguaba. Manuel trabajaba en mantenimiento para algunos edificios de oficinas en Chantelle a unos cuarenta y ocho kilómetros de distancia. La paga era decente, pero el viaje era una perra en tiempo y combustible.
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Milagros limpiaba mis cabañas y tenía otras dos casas en la ciudad que también limpiaba. Había tenido un negocio que iba bastante bien, le permitía trabajar y traer el dinero necesario mientras los niños estaban en la escuela, estando en su casa cuando ellos salían. Entonces la recesión golpeó y perdió cinco clientes. Fue cuando salió en busca de trabajo y la tomé.
No se quejaban. Solo trabajaban, haciendo todo lo posible con lo que tenían, amaban a sus hijos y el uno al otro, y eran buenos amigos míos. En otras palabras, eran la bomba y fui afortunada de que Milagros condujera en mi dirección en busca de trabajo, y no porque que ella lo hiciera me dejara tiempo libre. Lo que no sabía en ese momento era que, en su cocina, iba a probar que ese pensamiento era absolutamente correcto. Se detuvo bien lejos de la puerta y vine a detenerme a un metro delante de ella. Abrí la boca para hablar, pero ella llegó allí antes que yo. —Se queda contigo.—Esta fue una acusación. —Ah… sí. —Querida, no están casados. Saqué todos mis treinta años en el rostro de una mujer que era solo unos pocos años mayor que yo, pero me recordaba a mi madre en más de una ocasión, excepto que más aterradora. —No, no lo estamos—le respondí con firmeza. Sostuvo mi mirada y asintió bruscamente, dejando pasar eso, y diciendo: —Eres muy hermosa y él se está quedando contigo. Lo que significa que no tiene que pagar por una cabaña.
—No te toca. Joder, se daba cuenta de todo. —No es muy fan de las MPA. —Le expliqué. —¿MPA? —Muestras públicas de afecto.
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—Crees que se está aprovechando de mí.
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Luché contra una sonrisa.
Su cabeza se inclinó hacia un lado, mientras señalaba: —Eso es extraño para un hombre como él. —Acabas de decirlo, Manuel no está en eso contigo tampoco —señalé. —Por supuesto que no, soy la madre de sus hijos—dijo, y estuve sorprendida de que hiciera eso sin jadear por la conmoción de que hubiera sugerido tal cosa en voz alta. Una vez más, luché con una sonrisa. —¿Estabas con lo del MPA cuando lo conociste? Se inclinó hacia mí, sosteniendo mi mirada. —John Priest no es Manuel Cabrera. Podía decir eso de nuevo. No era que Manuel no fuera atractivo y dulce, solo que él no era un enorme, caliente y extraordinario tipo. Miró hacia la puerta y luego a mí, y no me gustó la expresión de su rostro cuando recuperé su mirada. —Tengo un mal presentimiento sobre esto, Cassidy. No me gustaba eso, tampoco. —Milagros… —comencé, pero ella negó con la cabeza. —Es muy guapo. Es bueno con los niños. Es respetuoso. Pero hay algo…— Se detuvo, tomó una respiración, y terminó—, raro sobre él.
—Cariño, es un buen tipo. —Pareces segura. —Esto fue dicho en una manera que compartía que ella no lo estaba. —Lo estoy. —¿Cómo? —exigió saber. —Porque reparó mis canaletas.
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Me acerqué a ella.
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En ese momento me prometí que mi mejor siguiente amiga iba a ser ciega, sorda y lenta en aprendizaje.
Se echó hacia atrás. Entendió eso. Había estado haciéndolo sola durante mucho tiempo, pero más que eso, ella sabía que no habían muchos hombres que fijarían las canaletas de su nueva novia. »Y él cree que soy la mujer más hermosa que jamás haya visto, y me ha dicho eso—continué—. A menudo —subrayé—. Le gusta mi cocina. Cuando estuvo fuera la última vez, no comió o durmió en su camino de regreso y le tomó dos días llegar a mí. Tomó una respiración suave ante eso, pero yo no había terminado. —Porque le gusta sentarse en mi porche conmigo. Porque me escucha cuando balbuceo y cuando digo eso, quiero decir que me escucha. Porque cuando hablo con él acerca de las cabañasme da buenos consejos. Porquecuando tengo un problema en Glaciar Lily; estuvo allí durante lo que pasó hace un par de meses, cariño; está presente pero no se hace cargo. Me deja dirigir mi negocio y se remite a mí. Porque sabe que puedo cuidar de mí misma, pero ha dejado en claro que yo tengo que ceder en eso porque a causa del hombre que él es, no puede no cuidar de mí. Porque es hermoso. Y porque siento como que conquisté el mundo cuando lo hago sonreír, pero cuando lo hago reír, me siento como si pudiera hacer cualquier cosa. —Estás enamorándote —dijo ella en voz baja. —Sí—le contesté en voz baja. Sostuvo mi mirada, luego hizo la señal de la cruz, puso sus dedos en sus labios, miró al techo, y comenzó a hablarle a Dios en español. Puesto que Dios era polígloto, la dejé entregar su mensaje, de pie allí en silencio mientras lo hacía.
Suficiente decir que no estaba enamorándome de Milagros. Me había enamorado, por completo. Su preocupación que estaba basada en el amor y el afectoera una de las muchas razones del por qué. Me acerqué, tomé su mano y tiré de esta entre nosotras. —Él hace lo que hace y tengo que dejarlo hacerlo. Puedo cuidar de mí misma cuando está lejos y sé que te preocupas, pero puedo. Lo he hecho durante
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—Si él viaja, ¿cómo puede estar allí para cuidar de ti en las cabañas?
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Por último, dejó de hablar con Dios y me miró de nuevo.
seis años. Pero es bueno saber que él va a estar de vuelta para ayudarme con las canaletas. No he tenido eso, Milagros, nunca. Y realmente, realmente me gusta ahora que sé lo bien que se siente. —Y, ¿esto está bien para él? —preguntó ella—. ¿Dejándote que cuides de ti misma? —No, es por eso que me compró spray pimienta, cuatro latas, una Taser, un arma de aturdimiento, y un perro. Sus ojos se abrieron ante eso. —¿Te compró el perro? Ella sabía lo del perro. Yo solo no le había dicho que Deacon lo consiguió para mí. —Pagó una fortuna por una raza pura, no me dejó pagarle porque dice que esto es algo que tiene que hacer para sentirse mejor acerca de que yo esté segura cuando me deja, tengo que dejarlo hacerlo. Su mirada se desvió hacia la puerta de nuevo. —Tal vez estoy equivocada acerca de él. Tenía la esperanza de que lo estuviera. —Me hace feliz —le dije con un apretón de manos y ella me miró de nuevo—. Me hace feliz en una forma que no sabía que podía serlo, y solo estamos empezando. Ahora lo único que me queda es preguntar cuánto mejor puede ponerse, y confía en mí, Milagros, eso es lo que me pregunto porque él no me ha dado absolutamente ninguna indicación de que va a ir para otro lado.
Esperaba hacerlo también. Le sonreí y suavemente lo terminé. —No necesitas ninguna ayuda en la cocina, ¿verdad? Sus cejas se apretaron en afrenta.
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—Espero que lo averigües, Cassidy.
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Tomó mi mano rápidamente.
—Por supuesto que no. Todo estaba listo treinta minutos antes de que llamaras a la puerta. —¿Puedo poner la mesa?—le pedí. —Ya está hecho —negó. —¿Llenar los vasos de agua? —Silvia y Esteban harán eso. —¿Fregar el suelo de tu cocina? —bromeé. —¿Qué crees que hice en esos treinta minutos antes de que llamaras a la puerta? —preguntó. La miré fijamente con sorpresa. —¿En serio? —Tú no tienes huéspedes con el piso de la cocina sucio. Ahí fue entonces cuando le sonreí. —Eres tan firme, quiero ser como tú cuando sea grande. —Creo que estás creciendo muy bien siendo tú. Sí. Me había enamorado de Milagros. Por completo.
—No estoy segura de cómo Dios se siente acerca de las damas maquilladas. Le preguntaré al Padre en la misa del domingo. —Evítame ese rollo. Puso los ojos en blanco. De nuevo apreté su mano. —Tienes que alimentarme o voy a desmayarme.
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Su mirada se movió sobre mi cara.
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—Bien, ahora me vas a hacer llorar y eso estaría bien normalmente, pero estoy usando máscara de pestañas.
Sus ojos se pusieron en blanco solo para rodar de nuevo. —Tan dramática. —No, en serio—mentí. Soltó mi mano y declaró: —Puedes hacer algo por mí. Ve. Diles que vayan a la mesa. La cena está siendo servida. —Lo tienes —murmuré y me dirigí hacia la puerta. Había dado dos pasos antes de escuchar: —¿Cassidy? Miré a mi amiga. »Pase lo que pase, Manuel y yo siempre estamos aquí. Sentí mi cara suavizarse mientras mis labios se elevaban. —¿He dicho que eres firme? —pregunté. —Lo has hecho—respondió ella. —Bueno, lo eres —susurré. Fue entonces cuando su cara se suavizó. Luego, se dirigió al horno.
Por un lado, estaba encantada de saber que Deacon estaba en lo cierto. Fuera de mi conversación con Milagros en la cocina, el resto de la noche había sido genial. Manuel parecía encantado con Deacon, probablemente porque Deacon tenía todo el tiempo del mundo para darle atención a los niños, que todos parecían fascinados con él. Después de nuestra conversación, Milagros decidió darle a Deacon el beneficio de la duda, o mejoró en ocultarlas. Los
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Cuando llegamos de vuelta de la cena en casa de Milagros y Manuel, estaba experimentando esas intensas emociones conflictivas que estuve sorprendida de que no me dividieran por la mitad.
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Caminé hacia la puerta.
chicos solo pensaban que Deacon era genial. Ya que la comida fue estupenda y la conversación fluida, la noche fue un éxito. Por otro lado, antes de salir para la cena, había sido revelada como alguien que quería probar el bondage y Deacon había dicho directamente que estaba dispuesto a ello, intimidada de que fuera bueno en eso, y eso significaba que el sexo iba a volverse aún más interesante. No podía creer que eso fuera posible. Él también había dicho que iba a atarme a la cama esa noche. Estaba emocionada y totalmente aterrorizada. Así que al momento en que entramos por las escaleras de mi casa juntos, tomados de la mano (esta vez Deacon tomó mi mano), la cena con mis amigos no estaba en mi mente. Que Deacon me inmovilizara y ver cuán duro podía hacerme venir estaba en mi mente. Con mis pensamientos consumidos por esto, fui tomada por sorpresa cuando nos dejé entrar y Deacon cerró la puerta, agarró mi bolso y las llaves, las tiró sobre el libro de registro, y me hizo retroceder directo hacia la pared. Entonces, en la tenue luz que dejamos brillando en el vestíbulo, inclinó su cara hacia la mía. —Vainilla. —¿Disculpa?
»Hacemos tu vainilla —afirmó—. Estás lista para jugar, lo dices o encuentras una manera de comunicarlo, entonces jugamos. Pero voy a decir esto ahora, cuando eso suceda, puede que tú seas la que esté tomando lo que yo tengo para dar, pero también serás la que lo dirija. ¿Me entiendes? Lo entiendo. Y lo que dijo me hizo sentir mucho menos aterrorizada.
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Me quedé mirándolo.
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—Mujer, estás comportándote tan tensa, que es un milagro que no saltes y rebotes por toda la habitación.
Por otra parte, esa era la manera de Deacon. —Sí. —Así que esta noche, vainilla. Duermes pensando en lo que dije. Encuentra tu tiempo. Dilo. O no. Conseguí lo que busco de ti desnuda, estoy feliz de cualquier manera. Estaba pensando que se volvía mejor cada día también y estaba a punto de decírselo cuando habló de nuevo. »¿Estás bien con eso? Asentí. »Correcto —murmuró—. Es hora de ver si ese sujetador tiene bragas a juego. Entonces las quitamos. Antes de que pudiera pronunciar un ruido (o, más acertadamente, la completa experiencia del temblor en mis partes bajas), él se apartó, pero se agachó, golpeándome en el estómago con su hombro, me levantó, y me llevó por las escaleras. Una hora y media, y tres orgasmos más tarde, tuve una prueba más de que “vainilla” con Deacon era magnífico.
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Todavía estaba con ganas de “jugar”.
12 La Vida Era Dulce Traducido por Itorres, Oriale165, veroonoel, âmenoire90 y Crazy_mofos168 Corregido por Debs
A
l día siguiente, por la tarde, después del trabajo en las canaletas de las cabañas durante todo el día (por suerte, los dueños anteriores tomaron un mejor cuidado de sus cabañas que de su casa, lo que significaba que las canaletas se habían limpiado en algún momento en la última década; lamentablemente, algunos de ellas estaban en un estado lamentable y necesitaron cambiarse), estaba de pie en el pasillo de los cereales en la tienda de comestibles con Deacon. Había agarrado mi avena y estaba viendo las otras opciones, aburrida con mi avena y esperando dar un poco de emoción a mis mañanas, por no mencionar darle tiempo a Deacon para recoger todo lo que quisiera, cuando me pregunté: —¿Por qué el cereal es tan malditamente caro?
Todavía miraba en su dirección, o lo que pensaba era su dirección, excepto que cuando miré a ese pasillo él no estaba allí. Giré la cabeza hacia otro lado para ver si había vuelto hacia el pasillo. No. No estaba en el pasillo conmigo. ¡Maldito el hombre!
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Por otra parte, eso no tenía respuesta ya que Deacon probablemente no lo sabía.
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No recibí respuesta.
Con los dientes apretados, puse mis manos cobre el carrito, empujé, giré en el pasillo, y lo encontré a cuatro metros en el siguiente. Empujé el carrito, me detuve, planté mis manos en mis caderas, y mientras su cabeza se volteaba hacia mí, declaré: —Estante de frutas. Sonrió, grande y blanco, los surcos alrededor de su boca profundos, las arrugas en sus ojos ampliándose. —No me vengas con esa sonrisa de chico caliente, estoy más que encantada de ser capaz de dártelo, Deacon Deacon —espeté—. Tuvimos un idiota/problema de joven intratable. —Estaba a un pasillo de distancia, mujer —señaló. —Estante de fruta —regresé. —¿Quieres que haga la única comida que sé cómo hacer que está buena? —preguntó. —Un descanso de la cocina sería bienvenido —dije a modo de respuesta. —Entonces tengo que estar en este pasillo para conseguir la mierda. —¿Es tu receta un secreto que tendrás que matarme si descubro los ingredientes, por lo tanto no puedo estar contigo mientras los consigues? No contestó, pero sonrió de nuevo.
Su sonrisa se desvaneció y dijo en voz baja: —Punto anotado, Cassie. —Bueno. Ahora, ¿hay algún cereal que quieras en la casa? Negó con la cabeza. —Correcto —continué—. Dame tus comestibles.
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—No tomes esto como siendo una novia psicópata pegajosa. No soy una novia psicópata pegajosa. Soy una parlanchina. Hablo. Mucho. Y me hace sentir estúpida cuando digo algo y descubro que se lo estoy diciendo a nadie.
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Seguí adelante.
Empujé el carrito a su alrededor, pero no llegué a pasarlo cuando un brazo se enganchó alrededor de mi vientre y fui detenida. Podía sentir el calor de Deacon en mi espalda y sus labios en mi oreja, donde preguntó: —¿Eres mi novia? —Sí, pero no de la variedad psicótica pegajosa, aunque soy de la variedad obstinada intratable —contesté, y solo lo dejé cuando su brazo me dio un fuerte apretón. Le gustaba eso (bueno, le gustaba la parte de mí siendo su novia, aunque tenía la sensación de que también le gustaba las partes de intratable y obstinada). No lo dijo en voz alta, pero lo dijo. Me soltó y se volteó hacia los estantes. Pero me gustó lo que dijo, pero no dijo. Así que me dirigí a donde tenía que estar, a cinco metros de distancia, donde se encontraban los chiles picados en lata, y lo hice sonriendo.
Me senté con cerveza en mano apoyada en el brazo de la silla Adirondack, Deacon a mi lado, nuestros pies descalzos en la barandilla y enredados, los únicos sonidos en la creciente oscuridad aquellos del río corriendo.
—Te dije que era bueno —respondió. —Dijiste eso, pero no dijiste que eran geniales. —Giré mi cabeza en su dirección para ver que estaba mirando a los árboles también—. ¿Cómo conseguiste las tortillas para hacer eso? Miró en mi dirección. —Mujer, me viste friéndolas.
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—En serio, nunca he comido tacos así de deliciosos —comenté a los árboles.
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En otras palabras, la vida era dulce.
Lo hice, de hecho. —Sí, pero he tenido tortillas fritas y ninguna de ellas estuvo así de impresionante. Sus labios se curvaron. —¿Qué le hiciste a la carne? —pregunté. Volteó su atención a los árboles. —Usé tus chiles, añadí más comino al paquete de especias, el resto, tendría que matarte si te digo. Apunté mis ojos a los árboles también, pero lo hice sonriendo. —Creo que les inyectaste idiota bondad de alguna manera. No respondió, pero en realidad sentí humor saliendo de él. Esto me hizo feliz. Tomé un sorbo de mi cerveza y encontré que estaba en las sobras, la parte de la cerveza que me negaba a consumir. Dejé caer mi mano y volteé hacia Deacon. —Necesito otra, cariño. ¿Quieres una? —Sí, pero yo voy por ellas —dijo, con las manos yendo a los brazos de su silla, empujándose a sí mismo. —Voy por ellas. Me miró.
Canaletas limpias. Alguien para ir de compras. Una comida de vez en cuando que yo no tenía que cocinar (y que era buena). Gran sexo de forma másque-regular. El despertar no estando sola, sino acurrucada cerca de alguien que significaba algo para mí. Y cuando necesitaba una cerveza, no tener que arrastrar mi trasero a la casa para conseguirla. Oh, sí, la vida era dulce.
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Sonreí hacia él, aún más feliz.
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—Voy por ellas, Cassie.
Deacon entró en la casa y regresó con unas frías. Luego se sentó a mi lado, levantó sus pies, y los enredó en los míos. Definitivamente. La vida era dulce.
—En serio, no —dije bajo. —¿Es que esto va a suceder cada maldita vez? —preguntó Deacon de nuevo, abiertamente molesto. —No, porque vamos a aclarar esto ahora. Las canaletas se hicieron en todas las cabañas, se limpiaron, y las áreas que necesitaban reemplazarse fueron reemplazadas. Ahora, Deacon quería empezar a trabajar en mi techo. Y tenía la intención de comprar las tejas. Yo opinaba diferente. Por lo tanto, nos encontrábamos en mi vestíbulo, frente a frente de nuevo. Le dejé comprar los comestibles, sin argumentar, ni siquiera lo molesté porque había tenido mis palabras acerca de él yéndose de nuevo, así que pensé que era suficiente para un día. Pero compró las canaletas, incluidos los materiales de reemplazo que necesitábamos para las cabañas.
—Tengo dinero —contesté. —Esa no fue mi pregunta. —No, pero sabes que ni siquiera sabía que necesitaba tejas. Pero eso no importa. Claramente, estás preocupado por el estado de mi tejado, y no me importa que tengas este impulso por cuidar de eso si esa preocupación no fuera válida. Y prefiero tener un problema arreglado antes de que se convierta en un
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—¿Tienes presupuesto para tejas? —preguntó.
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Yo iba a conseguir las tejas.
verdadero problema. Tomas cuidado de los problemas, incluso si necesitan dinero. Lo cual, como ya he dicho, no tengo. Papá no me deja pagarle y eso es en parte el por qué quiere que tenga ahorros para un día lluvioso. Esto es literalmente eso: cuidar de algo para un día de lluvia. Sus ojos se estrecharon ligeramente antes de que hiciera una pregunta extraña. —¿Le compraste su parte a tu ex? —¿Disculpa? —Ese tipo lo excluiste, ¿le compraste su parte de este negocio? —Él no compró nada. Siempre ha sido todo mío. Él asintió. —Bien, si esto funciona con nosotros, ¿esto va a permanecer de esa manera? Cerré mi boca de golpe porque no había pensado en eso. —Cassidy, tengo trabajo que hacer para salir de la vida que llevo detrás. Ni siquiera he comenzado eso porque necesitaba llegar a donde tú estabas en esto. Con nosotros. Somos nuevos. Estamos bien. Nos va bien, ese trabajo comienza a suceder. Y cuando esa vida esté terminada para mí, ¿qué quieres que haga? No entendí la pregunta.
Eso hizo que mi boca cayera abierta. La cerré solo para abrirla de nuevo para decir: —¿En serio? —El trabajo que hago paga un poco. La vida que llevo no tiene un montón de gastos. He estado haciendo esta mierda desde hace tiempo. Tengo suficiente dinero para vivir bien, no tanto, pero cómodo. Dicho esto, no soy un
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—Sí. Quieres que trabaje a tu lado o encuentre alguna otra cosa que tome mi tiempo, porque, por lo que sabes, no necesito el dinero de una manera que gastaré hasta que muera.
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—¿Qué es lo que quiero que hagas?
hombre para poner los pies en alto y sospecho que se entiende que nunca seré ese hombre. Me quieres a tu lado y trabajando en este negocio contigo, estoy de acuerdo con eso, y compro las tejas como parte de ese negocio que vamos a discutir plenamente cuando estemos en eso. No estás de acuerdo con eso, quieres que esto sea tuyo y que no tenga parte en ello regresando a ti después de que mi día esté terminado, lo que sea que estaré haciendo, tu compras las tejas. —Esta es una gran decisión que tomar en esta coyuntura, Deacon —dije con cuidado. —Te entiendo —respondió—. Pero tienes razón. El estado de tu techo, no me gusta. Mierda podría suceder y esa mierda puede ocurrir cuando no estoy contigo para ayudarte con el problema. Así que quiero que se arregle. Así que esta decisión tiene que ser hecha ahora. —Estas cabañas… —Hice una pausa, respiré hondo y expliqué—: Estas cabañas significan mucho para mí, cariño. He puesto todo en estas cabañas. Me encantan estas cabañas. —Correcto —murmuró, sus ojos entrecerrados. —Pero —dije con rapidez—, no sé lo que traerá el futuro. Para mí no estamos bien, estamos muy bien. Me encanta tenerte aquí. Me hace feliz. Te está haciendo feliz. Así que cuando llegue ese momento en el que sepamos que somos sólidos y hayas dejado esa vida, entonces podemos hablar de tu parte de compra. Pero ahora es demasiado pronto y necesito tejas.
Los chicos duros podían comprometerse. Mi corazón se hinchó mientras le dije: —Puedo hacer eso. Sostuvo mi mirada. —¿Segura?
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Y había más pruebas.
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—Entonces paga por las tejas, Cassidy, pero yo pago en el supermercado mientras estoy aquí. Lo que comes, lo que como, todo. Mi forma de patear en esto, es importante para mí hacer eso, así que déjame tener eso y no seas una perra o pelees conmigo.
Fue entonces cuando que vi que sus ojos ya no estaban entrecerrados. Estaban abiertos. Me estaba tomando el pelo. Dios, amaba cuando Deacon bromeaba. No había manera de que jamás hubiese imaginado que podría bromear cuando lo conocí solo como John Priest. Pero me encantó que lo hiciera. —Puede causar un dolor debilitante, pero trataré con eso —me burlé de vuelta. —Y ella se hace la listilla. —Como ya he dicho, es lo que soy. Su voz fue dulce cuando dijo: —Sí. Le gustaba quien era. Regresaba ese sentimiento. Se lo dije en su lenguaje moviéndome hacia él, poniendo una mano sobre su abdomen, poniendo mis dedos en puntillas para acercarme, y decir: —Vamos a conseguir tejas.
Esto no era una sorpresa. Había dejado a Deacon en el techo para poder pasar el rato en la casa y esperar por él y su familia, porque sabía que estaban entrando ese día. Entraron y fue hosco cuando lo hicieron. Nadie era maleducado cuando ellos estaban ingresando en las fabulosas cabañas por el río en las Montañas de Colorado. Nadie, a excepción de alguien que siempre era maleducado.
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Dejé el vaso de agua helada a un lado y me trasladé a la puerta principal, abriéndola para encontrar a mi nuevo inquilino luciendo infeliz.
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Dos días después, estaba en la cocina preparándole a Deacon, que estaba martillando en el techo bajo el sol caliente, una bebida fría cuando oí que llamaban a mi puerta.
—Hola, Sr. Snyder, ¿cómo puedo ayudarle? —Esto es inaceptable. —¿Qué es inaceptable? —le pregunté —No hay toallas —respondió. Asentí con la cabeza en confirmación, explicando. —Se dice claramente en mis términos y condiciones, los cuales se pide que revise antes de la reserva, que no proveo toallas. —Nadie lee los términos y condiciones —replicó. Que idiota. —Lo siento si no lo hizo, Sr. Snyder, pero está escrito ahí. También se nota lo mismo en las descripciones de las cabañas en mi página web, que usted revisó. —Acabo de ver las fotos —me dijo—. Y ahora tengo una esposa, dos hijos, y yo mismo, una semana en esa cabaña y sin toallas. ¿Qué se supone que hagamos cuando tomemos una ducha? —Esto ha pasado antes, por supuesto, así que tengo toallas que usted puede alquilar para la semana. Alzó sus cejas. —¿Alquilar? ¿Adicional? —Sí, cinco dólares una toalla.
—Eso es una barbaridad. No lo era en absoluto. —Lamento que lo sienta de esa manera. Pero hay una tienda en el centro que lleva ropa de cama. Tienen toallas. —¿Así que gasto un dinero ridículo en toallas que no necesito en casa? —preguntó.
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—Tengo varias, pero aun así son cinco dólares por toalla.
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—Necesitaremos cada uno más de una, estando aquí una semana.
—No sé qué decirle. Usted aceptó los términos cuando reservó. Puede alquilar las toallas o puede ir al centro y comprarlas. De cualquier manera, vale la pena un viaje a la ciudad. Hay un par de tiendas encantadoras, una fantástica cafetería y algunos buenos restaurantes. —No he venido hasta aquí para que usted juegue a guía turística — espetó desagradablemente. Fue cuando lo sentí. Lo sentí antes de verlo. Mis ojos se movieron más allá del Sr. Snyder a mi puerta, al pasillo en las escaleras para ver a Deacon de pie desde arriba, sus brazos cruzados a lo ancho de su pecho, las puntas de su cabello húmedo con sudor del trabajo que estaba haciendo, luciendo hermoso y aterrador. —¿Tenemos un problema aquí? —preguntó y Snyder volteó hacia él. —¿Quién es usted? —demandó saber. —Soy el hombre de la Sra. Swallow —respondió Deacon—. Ahora, ¿tenemos un problema aquí? —No hay toallas en la cabaña, lo cual es inaceptable. Deacon me miró. —Le expliqué los términos y condiciones, que el Sr. Snyder ha aceptado —le dije. Deacon miró al señor Snyder, pero no dijo una palabra.
—Es usted bienvenido a hacer eso, pero una cancelación en esta fecha tardía significará que aún le cobraré por toda la estancia. —Los ojos de Snyder se deslizaron hacia mí y estaban muy molestos—. Lo cual está explicado en mis términos y condiciones —finalicé. —¡Eso es increíble! —exclamó Snyder, alzando la voz. —Lamento que se sienta de esa manera, Sr. Snyder, pero esa no es exactamente una condición inusual en este negocio. Usted ha reservado una
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Deacon lo observo hablar, entonces sus ojos se volvieron hacia mí.
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—Si no consigo toallas para mi familia —Snyder miró hacia mí—, gratis —Miró de nuevo a Deacon—, vamos a salir y entrar en un hotel que ofrezca toallas.
cabaña que no pude alquilar a otros debido a mi compromiso de que esté disponible. Usted cancela sin previo aviso, se paga toda la semana. —¿Está lleno? —Su capacidad no es asunto suyo —dijo Deacon mientras tomaba el último paso y se unía a Snyder en el porche—. La Sra. Swallow le ha explicado su situación. Puede alquilarle las toallas a ella, comprarlas en la ciudad o ir a un hotel, pero pagará por su semana. Decida. —No necesito ser atacado físicamente por usted —escupió Snyder. —Hombre, estoy a un metro y medio de distancia de usted, reiterando las políticas de Glaciar Lily. Eso no es atacar físicamente —devolvió Deacon. —Está bien —forjé, dando un paso a través de la puerta para unirme a los hombres en mi porche. Miré a Snyder—. Lo siento, no está satisfecho con la situación, pero aun así no puedo hacer una excepción con usted. Si lo hiciera, tendría que hacer una excepción para todo el mundo, y estoy segura que puede entender que el desgaste de la ropa de cama, por no hablar de dinero, es un costo para mí. Por lo tanto, no puedo ofrecerlo de forma gratuita. Si desea irse de Glaciar Lily, será decepcionante para su familia porque es encantador, pacífico, y tranquilo aquí. Pero lo entenderé. También estaré encantada de correr y conseguirle algunas toallas. Pero realmente no podemos pasar más tiempo discutiendo esto. Sus opciones se le han comunicado y temo decir que, sin importar su argumento, no van a cambiar.
—Esa es su prerrogativa —murmuré. —Ciertamente lo es —replicó, se volvió y pisoteó cerca de Deacon al bajar las escaleras. Con Deacon lo vimos irse. Cuando estaba fuera de la vista, se volvió a mí. —¿Estás bien?
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Eso ha pasado antes con personas como él. El primero que vi me cortó profundo. El segundo no se sentía mucho mejor. El tercero solo picó. Ahora lo había superado, sobre todo por la forma en que fueron escritos, incluso un imbécil podía leer que ellos eran idiotas, no Glaciar Lily.
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—Compraré las toallas en la ciudad —replicó—. No le daré ni un centavo más. Y puede esperar una pobre reseña on-line.
—No es ni la primera ni última vez, cariño. Asintió. —¿Necesitas beber algo? —pregunté. —Sip —respondió. Sonreí y caminé hacia la casa. Deacon me siguió, fue directamente por un vaso en el mostrador, y se bebió un trago. Cuando lo puso de nuevo en el mostrador, me dio su mirada. —Puedo lidiar con eso —dije en voz baja—. Lo he hecho antes, lo haré de nuevo. Pero eso no significa que no se sintió súper impresionante, que lo hayas escuchado abajo, bajaras del techo, y cubrieras mi espalda. No see movió hacia mí, tomó mi mano, acunó mi mandíbula, entró en mi espacio, pero no necesitaba hacerlo. Sus ojos decían lo que necesitaban decir. —También se siente súper impresionante que dejes claro que cubres mi espalda, pero me dejas lidiar y no nos catapultaste en la zona de chico rudo y asumieras el control. Sus ojos se mantuvieron comunicados, pero esta vez sus labios también lo hicieron. —En cualquier momento, Cassie. Asentí.
—Gracias —susurré. —Te besaría y te sentiría, pero tengo mierda en mis manos. Sonreí y balbuceé. —Bien, entonces ve a arreglar mi techo.
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Dios, eso se sentía bien, porque le creía, sobre todo porque me lo estaba probando.
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»Cualquier cosa, nena —continuó.
Fue entonces cuando se movió hacia mí, se inclinó, apenas rozó sus labios en mi frente, volteó y se alejó.
Una semana después, mi techo estaba arreglado. Las macetas que cubrían mi porche delantero y los escalones que llevaban hasta allí estaban rebosantes de flores y vegetación. Y el Sr. Snyder y su familia se habían ido. Con el tiempo de inactividad finalmente en nuestras manos, había descubierto que Deacon no iba de excursión. También había descubierto que preparaba el almuerzo, algo que hicimos en Gnaw Bone en un gran lugar llamado La Marca. Había aprendido que no tenía una motocicleta. También había aprendido, cuando lo mencioné, que no se oponía a la idea. En consecuencia, habíamos ido a Carnal a ver algunas Harleys restauradas que un hombre llamado Wood tenía para la venta. Tomamos para una prueba de conducción, yo en la parte de atrás, presionada contra Deacon, quien no sorprendentemente sabía manejar. Y la vida se volvió más dulce. No se compró una motocicleta porque una era roja, la otra era plateada, y Deacon quería una negra. Pero le dimos mi número a Wood para que pudiera llamar si alguna vez tenía una negra.
Mañana íbamos a ir al criador a traer a mi perrito. Y la vida sería más dulce. —Tenías razón —dijo mamá en mi oído—. Titus perdió los estribos. No se lo refregué. Por una vez, permanecí en silencio. —Dice que va a venir, pero te hará una llamada. Él y Bessie se quedarán en la casa contigo.
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Aún no había sacado la cazuela para Deacon porque era un poco difícil de hacer. Pero sabía que le iba a encantar. Sabía esto porque también había aprendido que mi hombre era un hombre de carne y patatas.
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Ahora, estaba en la cocina con mi teléfono en mi oreja, mi mamá hablándome, mi otra mano equilibrando cuidadosamente un gran plato con mi cargada cazuela de patatas que estaba tratando de meter en el horno al mismo tiempo que escuchaba a mi madre.
—Esto es bueno, mamá —le dije—. Tenía una reserva para esa semana que tuve que rechazar hoy porque estoy completa. Ahora puedo enviarles un correo electrónico y van a poder experimentar la gloria del Glaciar Lily. Oí que reía. Luego la oí decir: —Suenas bien. Sonreí mientras acomodaba con éxito el plato de la cazuela en la parrilla del horno. —Estoy bien. Hubo un momento de silencio antes de que dijera: —No, Cassie, suenas bien. Me enderecé y cerré la puerta del horno con mi pie y luego miré el suelo, sin saber cómo jugar esto. Levanté mis ojos y los volví hacia las ventanas de la cocina. A través de ellas, vi a Deacon en su silla, con los pies en la barandilla, los ojos en los árboles. Y al instante supe cómo jugar esto. Mi mirada se volvió a mis pies. —Conocí a un hombre. Mamá no dijo nada.
—Se está quedando conmigo —compartí—. Viaja para ganarse la vida pero tiene algún tiempo de inactividad y se está quedando conmigo. Eso no recibió ninguna respuesta. »Limpió mis canaletas —dije suavemente. No respondió así que continué—: Se dio cuenta que la lluvia rebosaba y las limpió. Encontró que
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—¿Y eso sería? —preguntó mamá cuando no dije nada más.
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—Nos conocimos hace tiempo. Es… es un buen hombre, mamá —le dije— . Es, bueno, no hay otra manera de decirlo, es increíblemente apuesto. Muy alto. Un tipo grande. Yo… nosotros, bueno, nos hemos movido al siguiente nivel.
estaban en mal estado así que las reemplazó. Luego de eso, se encargó de las que están en las cabañas. Lo ayudé, y me dejó, pero hizo la mayoría del trabajo. Mamá no dijo una palabra. »Haciendo eso, vio el estado de mi techo, así que lo arregló también. En su tiempo de inactividad, sin trabajar, pasó dos días trabajando en la casa y las cabañas para mí. Todavía no habló. »Yo… yo —tartamudeé y luego susurré—: Mamá, cree que soy hermosa. Dijo algo respecto a eso. —Eres hermosa, Cassidy. —Es el hombre más hermoso que he visto, mamá, y me dijo que siente lo mismo por mí. Me dijo que podría estar en revistas. Me dijo que soy la mejor mujer que ha conocido. Eso significa mucho ya que, además de papá, es el mejor hombre que he conocido. —Eso tampoco es una sorpresa, cara de ángel, porque lo eres. Tendría que ser muy torpe para perderse eso. Sentí que mi rostro se suavizaba, mis labios se alzaban, y me moví para apoyar una cadera en el mostrador. —Realmente espero que las cosas sigan así, mamá, porque realmente quiero que tú y papá lo conozcan. Papá lo adoraría. Cuida de mí como lo hace papá, dejándome ser pero estando allí para apoyarme para dejarme ser. —¿Así que ya ves un futuro con este hombre?
Cerré mis ojos con fuerza mientras la única oscuridad en un horizonte que incluía a Deacon ennegrecía mi estado de ánimo. —John Priest. —Un nombre fuerte —remarcó. No estaba equivocada.
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—¿Este hombre tiene un nombre?
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—Sí —dije tranquilamente.
Me gustaba más Deacon. »Estoy feliz por ti. —Mamá continuó, ahora su voz estaba tranquila—. Estoy feliz porque suenas feliz. Y espero que esto funcione para ti, también, cariño, así llegaré a conocerlo, pero entonces tendrás a alguien con quien compartir tu tiempo entre la gloria de Glaciar Lily. Sonreí en el teléfono. —Te quiero, mamá. —Te quiero mucho más, cara de ángel. —Eso es discutible. —No vamos a debatirlo, porque conociendo a mi hija, podría tomar diez años y no tengo ese tiempo. La cena está casi terminada y tengo que alimentar a tu padre. —Bien, te dejaré ir. —Está bien, Cassie, te hablaré más tarde, nos vemos pronto, y de nuevo, tan feliz que encontraste a alguien que te gusta y que le gustas. —Gracias, mamá. —Adiós, Cassidy. —Adiós. Colgamos, y cuando lo hicimos, quité mi teléfono de mi oreja y lo miré. Entonces me puse a un lado, tomé una respiración profunda, y salí de la cocina. No fui a mi silla.
Apoyó sus manos en mi culo, sus ojos nunca dejando los míos. —Ella quiere algo —murmuró como si estuviera hablando consigo mismo. —Acabo de hablar por teléfono con mi mamá —compartí.
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Su cabeza se inclinó hacia atrás cuando lo hice y puso su cerveza en el brazo de la silla cuando puse una rodilla en el asiento cerca de su cadera. Levanté mi otra pierna por encima y me acomodé a horcajadas sobre él.
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Fui a la de Deacon.
No respondió, no verbalmente, no físicamente, solo siguió mirándome, esperando a que continuara. Lo tomé como algo bueno. Podría haberse cerrado. Podría haberse tensado. Podría haber dado algún indicio de que lo que fuera que iba a compartir con mi familia que incluyera acercarme más era algo de lo que no estaba listo para ser parte. »Vendrán en agosto. Todo el mundo. Mamá, papá, mi hermana y su familia, mi hermano y su esposa. Mis tías y tío. —Bien —apuntó cuando no dije más. Me acerqué más, mi corazón apretándose mientras se lo daba. —Realmente me gustaría que resolvieras tus trabajos para que pudieras estar aquí cuando ellos lo estén. —Entonces ahí es donde estaré. Me senté inmóvil encima de él, mirando su hermoso rostro, sorprendida pero llena de alegría de que esa no fuera solo su respuesta, sino que también viniera rápidamente. —No estás… —Negué con la cabeza—. ¿Eso no te asusta? —¿Vienen contigo? —preguntó. —Por supuesto. La piel alrededor de sus ojos se suavizó y sus dedos se clavaron en mi culo.
—Le gustarás a papá —le susurré. —Sí. Tuviera una hija en medio de la nada, a estados de distancia, y un chico trabajara en su techo en el calor para que eventualmente no ceda, me gustaría también. Sonreí, derrumbando la idea de Deacon teniendo una hija.
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Oh Dios. Me estaba enamorando tanto de este hombre.
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—Creo que he dejado bastante claro que te quiero, mujer. Vienen contigo, quiero eso también.
Y cómo conseguiría una. »Sin embargo —prosiguió—, eso solo sería hasta que me recordaran que
está durmiendo con ella. Entonces regresaría a querer dispararle. Fue entonces cuando me eché a reír. Mientras lo hacía, Deacon deslizó una mano por mi espalda hasta que la tuvo curvada alrededor de la parte de atrás de mi cuello. Y cuando dejé de reír, me di cuenta de que no estaba compartiendo mi diversión. Cuando habló, supe por qué. »Significa mucho, bebé, que quieras que conozca a tu familia.
Me incliné más cerca de él. —Sí —estuve de acuerdo. —Dame las fechas, me aseguraré de estar libre. —Está bien. Deslizó su mano a un lado de mi cuello, las yemas de sus dedos en mi cabello, sus ojos moviéndose por mi rostro. Lo dejé. Tenía estos momentos ocasionalmente, cuando estaba sintiendo algo, algo hermoso y grande, algo sobre mí, y ya que era eso, quería que los tuviera. Cuando movió su pulgar para rozar mi labio inferior, sabía que lo estaba dejando, así que dije:
—Necesitas una parrilla. Estaba en lo correcto. —¿Puedes hacer una parrillada? —¿Tengo una polla? Sonreí de nuevo.
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Sus ojos fueron de mis labios a mí.
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»Tengo que ponerme a freír las chuletas.
—Pelearemos por quién pagará eso mañana, en el camino de regreso de recoger al perro. Seguí sonriendo. —Estás dentro. Sus ojos se arrugaron. Me incliné y lo besé. Se suponía que sería un toque, pero su mano fuertemente agarrada a mi cuello, su otro brazo alrededor mío, lo convirtió en mucho más. Esto significaba que estaba respirando fuertemente cuando me bajé de él y fui a la cocina a empezar a hacer las chuletas.
Horas después, luego de la cena (no estuvo mal, Deacon amó la cazuela; incluso dijo eso, algo parecido, mientras la empujaba en su boca. “Esta mierda es la mierda, Cassidy”), y abrazándonos en el sofá viendo una película, Deacon puso las noticias. Incliné mi barbilla para atraer sus ojos. Los sintió y me miró. —Me voy a la cama. —Veré las noticias y luego iré arriba. —Está bien.
Cuando llegué a mi habitación, cerré la puerta, me incliné sobre ella, suspiré, y me apoderé de la habitación. Después de remodelar el baño, esta era la primera habitación que había terminado. Los suelos de madera estaban relucientes. Las desgastadas alfombras habían sido removidas y bajo la cama había una grande, gruesa, atractiva en beige claro con un débil verde pastel, azul, amarillo, y remolinos rosas en esta.
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Me levanté del sillón y subí.
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Inclinó la cabeza para posar sus labios en los míos y dejarme ir.
Ambos tocadores eran un confuso desastre que había hallado con descuento en una tienda de antigüedades, la ligera madera estaba maltratada, pero la pulieron de una manera que me parecía hermosa. Mesitas de noche a juego, de hierro, con cajones que estaban desalineados pero con encantadoras luces en ellos. Había viejas piezas de flores bordadas enmarcadas y desteñidas, pero asombrosas, que había comprado por cinco dólares en las paredes. Paredes en las que había pintado una cálida, suave ostra. Un año atrás, había comprado un nuevo colchón. En este había un edredón de plumas con un femenino diseño que tenía un fondo crema y verde apagado, amarillo, y azul. Fundas a juego. Sábanas color crema. Pero mínimos cojines ya que terminaban con el aspecto de la cama, pero eran un dolor en el culo de arreglar cada día. Y mi cama tenía una cabecera y estribo. Observándola, mordí mi labio inferior. Me acerqué a las mesitas de noche y encendí ambas luces. Después de eso, fui al clóset, saqué las cuerdas, las llevé a la cama, y las dejé caer en el medio. Con eso hecho, fui a mi vestidor y saqué los únicos tres camisones sexys que tenía. Un numerito rojo hecho completamente de encaje. También saqué las bragas de satín a juego. Las llevé al baño, me cambié, lavé mi rostro, cepillé mis dientes, bajé el asiento del inodoro y me senté en él, tratando de no hiperventilar. Y allí me senté. Esperando. Y simplemente como yo, lo hice esperando.
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Porque tenía un fuerte presentimiento de que lo quería tan terriblemente, estaba a punto de serme dado.
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Pero (tal vez por primera vez en mi vida), no tenía que esperar.
13 Dar Las Gracias Traducido por Verae, Pidge e Itorres Corregido por Debs
E
scuché que la puerta de la habitación se abría y las fibras de mi cuerpo se tensaron. Esperé.
Esperé un poco más. Entonces tomé una enorme respiración, me levanté y caminé hacia la puerta. La abrí, salí y me detuve, fijando mis ojos en Deacon. Estaba de pie junto a mi cama, sus ojos sobre mí y era un milagro que no me incineraran en el lugar. —Buenas noches, cariño —dijo en voz baja—. Lo disfrutaré otro día. Ahora, quítatelo, bebé.
—Bragas —ordenó, su voz volviéndose más áspera. Solo ese sonido hacía cosas buenas en mi cuerpo, enganché mis pulgares a ambos lados de mis bragas y las empujé hacia abajo hasta que cayeron al piso. Salí de ellas. »Aquí —demandó, con su voz ahora ronca. No dudé y no repliqué.
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Mi corazón dio un vuelco en mi pecho y me sostuvo la mirada mientras daba dos pasos hacia la cama, se detenía y ponía mis manos debajo de mi camisón. Seguí sosteniendo su mirada, levanté mis brazos, tirando de eset.
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Había visto las cuerdas.
Me acerqué a él. Tampoco dudó. Puso ambas manos en mis caderas y las deslizó de vuelta a mi trasero, inclinándose sobre mí para hacerlo. »¿Estás segura de que estás lista? —preguntó, con un tono todavía ronco, pero ahora también dulce. —Sí —respondí, y lo estaba. Aunque tampoco lo estaba. Tenía miedo. Pero era mayor la excitación anticipada. —Te toco, me hablas. No permitas mierda que no quieres porque pienses que lo quiero. Si vamos a un lugar que no te gusta, lo dices, se termina. De inmediato. Eso era lo que necesitaba, justo lo que necesitaba, para hacer retroceder el miedo. Me incliné hacia él, poniendo mis manos sobre su pecho. —Está bien, cariño. —Sube a la cama, Cassie. Te ataré primero y después juego. Oh Dios. Me mojé inmediatamente. Sí, no había más miedo. Me metí en la cama.
Y entonces ató mi muñeca a la cabecera. Tenía mis piernas cerradas, mis caderas ligeramente curvadas se volvieron hacia un lado, y pasó una mano por mi pecho, mi vientre, y hasta mi cadera, donde presionó con suavidad pero no me obligó a moverme. Miró de mi cadera a mi rostro.
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Dicho esto, lo hizo lento. Hubo caricias, como cuando levantó mi brazo en lo alto y ancho, deslizó sus dedos por el interior, un toque delicado y suave que definitivamente era efectivo.
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Sorprendiéndome, Deacon no tardó en atarme abajo. Con esto quiero decir que no se quitó la ropa antes de hacerlo.
—Confía en mí. —Lo hago. —Entonces ábrete para mí, Cassie. Sostuve su mirada, cayó en mi cadera, sin flexionar mis piernas, y me extendí para él. Bajó la vista hacia mi cuerpo y la palabra "Joder" vino de él, sonando desgarrada. Eso también era efectivo. Su mano se deslizó desde mi cadera, abajo y adentro, las yemas de sus dedos vagaron a través de la humedad entre mis piernas, y sus ojos volvieron a los míos. —Mojada —gruñó. —Sí —acordé. Deslizó un dedo dentro de mí y cerré mis ojos, mi espalda arqueándose ligeramente. —Mi Cassie —susurró, deslizando el dedo hacia fuera. Sentí su mano arrastrarse por el interior de mi muslo, más abajo, y la cama se movió, así que lo busqué para verlo al final. Levantó mi pierna y besó el interior de mi tobillo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y se convirtió en un estremecimiento cuando puso mi pierna en la cama, enredando después la cuerda alrededor de mi tobillo.
Me humedecí más. —¿Sabes lo que esto significa para mí? —preguntó, y me miró a la cara.
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Estaba temblando, sintiéndome rara, encendida, vulnerable, expuesta, segura y aun así insegura, confiada y asustada, emocionada, con ganas, y ansiosa cuando Deacon terminó con mi otro tobillo. Se levantó de la cama y lo observé quitarse su ropa, sus ojos no estaban en mi cuerpo. Estaban mirando dentro de mí. Mis ojos se movieron, pero solo para llevarlos a su gran polla de hombre que era tan hermosa como el resto de su cuerpo, gruesa, larga, y en ese mismo momento muy dura.
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Lo ató al estribo.
—Creo que sí —murmuré con voz temblorosa. —Que estás confiándome esto, piensa en ello. Estuviera atado a la cama por ti, ¿cómo te haría sentir eso? Mis entrañas se derritieron de una manera diferente, la ternura hacia él y la excitación de la idea misma de Deacon haciendo eso por mí. Me leyó. Lo sabía cuando dijo: —Sí. Eso es lo que estoy sintiendo en este momento, excepto tal vez más. —Puso una rodilla en la cama, su mano separó mis piernas, su cara en la mía—. Porque estás ahí, dando todo por mí. —Cariño. Sus labios bajaron a los míos mientras su mano se deslizaba hacia abajo. —Ahora, devuelvo. Temblé. Deslizó su mano dentro, dedos rozando fuerte mi clítoris para que mis caderas se sacudieran. Introdujo dos. Mis extremidades se tensaron contra las restricciones, los ojos cerrados, y mi cabeza clavada en las almohadas, mientras que ese canto me atravesaba. Dejó sus dedos enterrados y ejerciendo presión sobre mi clítoris con el pulgar, pero no se movió. —¿Estás bien?
—¿Estás lista? —preguntó. —Totalmente. Vi sus ojos sonreír. Luego desapareció porque puso sus labios en mi garganta.
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—Sí —suspiré.
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Abrí los ojos e incliné mi barbilla para mirarlo.
Y Deacon comenzó a retribuir, mucho, mucho más de lo que le estaba dando. Absolutamente. Besaba. Lamía. Chupaba. Mordisqueaba. Me follaba con los dedos. Trabajaba mi clítoris. Durante todo esto me retorcía. Me tensaba. Mi cuerpo se tensaba, y si sus dedos estaban en mi interior, mi sexo se aferraba más profundamente a ellos. Cada vez que pasaba conseguía su gruñido de aprobación, cada uno atravesándome. Cada tirón de las cuerdas enviaba rayos de calor por todas partes cuando mi respuesta automática era frustrada, recordándome que esto era para hacer lo que quisiera y no tenía nada para dar pero todo, él tenía todo para tomar, y mucho que darme. Era simple belleza. Y estaba disfrutando cada segundo. Por último, se trasladó por completo entre mis piernas y apretó su boca sobre mí, chupando profundamente.
Levanté la cabeza para verlo todavía entre mis piernas. —Bebé —le supliqué. Deslizó sus dedos hacia fuera y hacia abajo, húmedos conmigo, uno haciendo círculos en mi ano. Mi cuerpo se tensó, mis rodillas involuntariamente intentando inclinarse y calmándose cuando mi movimiento fue impedido, la cama tirando
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Comía, chupaba y me follaba con su lengua. Cuando me retorcí en la cama, luchando contra las cuerdas, tan cerca de explotar, retiró su boca de mí, llevó dos dedos dentro, y todo mi cuerpo se resistió, la cama se movió con él.
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—¡Dios! —grité, subiendo tan lejos como pude, la euforia corriendo a través de mí mientras me replegaba contra mis huesos, el mayor placer indescriptible porque no podía alzar mis rodillas en lo alto, lanzarlas sobre sus hombros. Solo podía estar allí y tomar lo que me estaba dando.
de nuevo mientras todas mis extremidades se tensaban, e hice lo que pude para presionar su dedo. »Sí —suspiré y miré vagamente mientras la cara de Deacon se volvía aún más oscura. Se subió sobre mí, pero dejó su dedo donde estaba. »Por favor —suspiré. Deslizó su dedo dentro. Volví la cabeza hacia un lado, mi cuerpo temblaba, esperando, anticipando. Deacon puso sus labios en mi oído. —Siguiente trabajo, voy a ir de compras y en el camino de regreso — susurró allí, moviendo suavemente su dedo en círculos pequeños dentro de mí y mis piernas tensándose contra las cuerdas, por acto reflejo tratando de abrirse aún más para él—. Le conseguiré a mi chica algunos juguetes. Volveré con ella, conectaré con su culo, comeré su coño, mientras está atada con mi polla en su boca. Moví la cabeza, mi sexo palpitaba profundamente con necesidad. Levantó su cabeza cuando lo hice y atrapé su mirada. —Fóllame. —¿Necesitas mi polla, nena? —Sí —le susurré. Deslizó su pulgar áspero a través de mi humedad y presionó duro en mi
—Pídelo dulcemente —ordenó. Oh Dios, esto era caliente. Era genial. Era jodidamente increíble. —Por favor, cariño —le supliqué—. Por favor, fóllame. —¿Quieres que sea duro? —Sí.
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Mi cuerpo subió apretadamente contra las cuerdas.
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clítoris.
—¿Quieres que te folle la boca primero? Sí, lo quería. Pero en ese momento lo necesitaba dentro y no dentro de mi boca. —Sí, pero no —jadeé, su pulgar en mi clítoris, su dedo todavía en mi culo torturándome en el buen sentido—. Te necesito dentro. Ahora, Deacon. —Eso no fue dulce, bebé. —Por favor —le supliqué inmediatamente. —¿Vas a aceptar tu tapón cuando lo traiga? Oh Dios. Tan jodidamente caliente. —Sí —dije, y esa sola sílaba salió como una confesión lo tomaría en ese momento si lo tuviera. Lo leyó. Deacon podría tener demencia y aun así me leería. —Llenar tu culo, comer tu coño. —Voy a chupar tu polla. —Me quedé sin aliento. —No, dulce Cassie. Vas a estar atada, no serás capaz de mover tu cabeza. Solo vas a sostenerla en tu boca. Me estaba matando. Me tense hacia él, casi deshaciéndome cuando no pude completar esa acción.
—¿Tuviste suficiente? —Sí —casi grité. —Entonces prepárate para que te monte, cariño. Estaba preparada. No podía estar más preparada. Lo único que me preocupaba era que el orgasmo que estaba a punto de tener podría matarme.
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Incluso con sus ojos calientes y hambrientos, sus labios sonreían.
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—Deacon, por favor.
Deslizó su dedo de mi culo, su pulgar lejos de mi clítoris, y se posicionó. Su mano en la cama, el brazo recto, sosteniéndolo por encima de mí, lo sentí mover la punta de su polla a través de mi humedad mientras intentaba y fallaba en obtener más de él.
—Bebé, por favor. Se disparó en el interior. Mi espalda se arqueó de la cama, mi cabeza se enterró en las almohadas, las cuatro extremidades sacudiéndose contra las cuerdas. Entonces folló, duro, áspero, sosteniendo su cuerpo lejos del mío. Bajé mi barbilla, vi sus ojos en mí, y gemí. Le gustaba esto. Follarme apenas tocándome, solo su polla conduciéndose profundo y rápido, viéndome tomar sus embestidas, mi cuerpo sacudiéndose con cada una, mis cuerdas apretadas, dejándome inmóvil. Podría haber salido malo. Podría haberse sentido lejano. Como si me utilizara. Como si fuera nada salvo un coño mojado, un recipiente para recibir su semilla. No era eso. No con la forma en que me miraba, tomando mi rostro, su mirada vagando caliente en mi cuerpo. —Jodidamente hermoso —gruñó. —Más fuerte —le supliqué. Golpeó más fuerte.
—Mírame. Abrí los ojos. —Mírame follarte, bebé, hasta que no puedes ver más. —Bueno.
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»Sí.
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Cerré los ojos.
Mis rodillas se sacudieron hacia arriba mientras veía a Deacon, su enorme y magnífico cuerpo, tenso y endurecido, los músculos contrayéndose, definido, su fuerte y hermosa carne, conduciéndose en mí. Luego se movió profunda y aterradoramente en una advertencia de su poder. »Deacon —jadeé. —¿Te vas a venir duro para mí? —gruñó. —Bebé. —Respiré y sucedió, golpeando a través de mí mientras se conducía en mi interior, limpiando todo, excepto la quemadura, su polla, la visión de él empujando quemaba la parte de atrás de mis párpados. Grité, ya que me envolvía, me llevaba, mis brazos y piernas sacudiéndose contra mis ataduras, teniendo las sensaciones más profundas, formando ampollas, anotando tan profundo que nunca olvidaría la exquisitez que estaba experimentando. —Mírame. Sus palabras penetraron, pero estaba perdida en los sentimientos, no podía hacer nada. Deacon latía en mi interior. »Joder, mírame. Obligué a mis ojos a abrirse, justo a tiempo para ver aturdida su cabeza echarse hacia atrás bruscamente, los músculos de su cuello destacarse, y oírlo gemir mientras seguía golpeando dentro y se corría por mí.
Luché para calmar mi respiración. Deacon mantuvo la cabeza baja y continuó tomándome, lenta y tiernamente. »Podría quedarme duro un año, viento tu coño tomar mi polla.
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Sabía que comenzaba a bajar cuando se movió de nuevo, deslizándose suavemente dentro y fuera.
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Solo había comenzado a bajar cuando se estrelló profundamente, tierra adentro, y dejaba caer la cabeza.
Mis brazos se sacudieron contra las cuerdas con sus palabras, el anhelo de tocarlo, agarrarme a él, sostenerlo y al mismo tiempo amando no poder hacerlo y lo único que podía darle era mi coño. Levantó la cabeza, sosteniendo mi mirada, y se deslizó hasta la empuñadura. »Jodidamente hermosa —susurró. Me quedé mirándolo, en toda su gran magnificencia masculina, se cernió sobre mí, dándome lo que él me daba, tomando mi confianza y lo que era tan digno de él que no era divertido, siguió conectado a mí, pensando que pudiera decir eso de nuevo. —Tú vas a verte tomarme la próxima vez que tengas mi polla —ordenó, su voz todavía densa del sexo. —Está bien, cariño. Se dejó caer sobre un antebrazo, la otra mano la puso en mi costado deslizándola hacia arriba y adentro, ahuecando mi pecho y sosteniéndome allí. Mi cuerpo se relajó debajo de él. —¿Estás bien? —preguntó. Asentí con la cabeza, sintiendo mis labios ya curvándose. Inclinó la cabeza, pasó su nariz a lo largo de mi mandíbula, y pasándola de nuevo. »¿Cómoda?
—Uh-huh —murmuré. Fue entonces cuando sus labios se curvaron. —Funciono para mí. Lo entendía, a lo grande. No tenía nada en mí decir.
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»Eso funcionó para ti —señaló.
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Asentí con la cabeza de nuevo, todavía sonriendo serenamente.
»¿Te das cuenta ahora? ¿Cómo significa algo si la mujer en la que estás conduciendo tu polla importa? Lo entendí antes, pero realmente lo entendí luego de lo que me dio, lo que tomó, y la expresión de su rostro que dijo exactamente lo que sentía acerca de eso. Asentí con la cabeza. »Te gusta así, Cassie, que te ate a la cama, te haga dormir de esa manera. Te despierte y juegue cuando me dé la gana. Mis brazos se movieron, tirando de mis ataduras, enviando una onda residual a través de mí que se sentía tan bien, mi sexo se apretó alrededor de su polla. Presionó sus caderas contra las mías. »Ella quiere eso. —Creo que podría querer lo que quieres hacerme —admití, mi voz tranquila, pero no desde el miedo o nervios a lo que le estaba dando. Porque estaba tan repleta, no pude hablar más alto. Bajó la cabeza, rozó sus labios contra los míos, y dijo: —Entonces te lo daré. —¡Yupi! —le susurré y vi sus ojos sonreír—. ¿Voy a poder atarte? —le pregunté. —Por supuesto.
Levantó la cabeza un centímetro. —Oh sí, Cassie. Me imagino que si te doy lo suficiente, obtendrás buenas ideas. Moverás mi mundo. Dios mío. Impresionante.
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—¿En serio?
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Sentí mis ojos abrirse, pensando que declinaría. Gentilmente, por supuesto, pero que lo haría.
»No juego de culo —declaró—. Me gusta el culo, me gusta tomar el tuyo. Taponarlo. Follarlo. Pero eso es algo que no haré a cambio, pero creo que eso es lo único. ¿La única cosa? Oh. Dios. Mío.
Impresionante. —¿Tu, uh… has intentado eso antes? Quiero decir, con tu culo. —Hubo una mujer dándome con su dedo mientras estaba follándola. No hay problema con eso. Se vino con eso y no me importó. Quieres hacerlo, creo que si me haces eso, probablemente me gustará. Más que eso, no estoy interesado. Hice una nota mental de eso. —Veo que lo estás planeando —murmuró, sus ojos bailando. —Puede ser. Bajó la cabeza de nuevo para darme otra pincelada en los labios y dijo contra mi boca: —Mira hacia el futuro de eso. Le sonreí, pero vi su cara ponerse seria y su voz era baja cuando preguntó: »¿Alguna cosa que hice que no te gustara? —Nada —respondí de inmediato.
—Lo sé. Confié en ti, confía en mí. Honestamente, ¿crees que no te lo diría? —Me di cuenta que no tienes problemas diciendo lo que piensas. Sonreí de nuevo. —No.
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Apreté mi cuerpo hacia él lo mejor que pude mientras decía:
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—No escondas esa mierda, Cassie. Es importante que sepa.
—También me di cuenta que todavía estás atada todavía, bebé, y no me has pedido que te desate. La forma en que dijo eso sonaba como que era importante. —Yo… —Estás bien allí —declaró. —Bueno, no me importaría tocarte, pero estás acostado sobre mí, así que supongo que estoy bien. Comenzó a reírse, dándome su humor en una variedad de formas sensoriales, todo lo cual jodidamente adoraba. Se acercó otra vez, pero acarició mis labios. —Ajusta tu atadura, Cassie. Quiero que me des eso, expuesta y atada para mí mientras me ocupo de tu coño. Luego te desato y podemos dormir. —Te daré eso, cariño. Me miró a los ojos y tuve la sensación de que eso era aún más importante, no sabía cuánto, porque lo único que dijo fue: —Sí. Entonces tocó con su boca la mía, deslizó su polla, y se movió por mi cuerpo, tocando sus labios en mi esternón, estómago, ombligo, el vello entre mis piernas, y dentro de cada muslo.
Deacon comenzó a reposicionarme bajo las sábanas, rodándonos de un lado y apagando las luces de ambos. Esto fue algo que le dejé hacer sin chistar, ya que podría apagar mi propia luz. Estaba saboreando poder envolver mis brazos alrededor de él. Luego nos acomodó en nuestra posición de costumbre para ir a dormir.
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Me retorcí un poco, mis labios entreabiertos, sus ojos se oscurecieron, pero después de que él “se hizo cargo de mi coño”, regresó al cuarto de baño. Solo entonces volvió a la cama y me desató.
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Una vez hecho esto, dejándome con la calidez de la ternura que me dio, salió de la cama, volvió con un paño caliente, y me miró a los ojos mientras limpiaba suavemente entre mis piernas.
Escuchaba su respiración tranquila y estaba relajado, totalmente. Feliz, completamente. Satisfecho, sin lugar a dudas. Pero yo todavía podía hablar. —Me encantó eso. —Me di cuenta ya que te viniste duro y fuerte, casi inclinando la cabecera. Sonreí contra su pecho. Mi sonrisa murió y me apreté, volteando mi cabeza y besando su piel. —Gracias por dármelo —le susurré allí. Su brazo alrededor de mí se tensó en esa forma que hacía cuando sentía profundamente y quería comunicármelo. Tan apretado que casi sentí dolor. Pero esta vez, agregó palabras. —El día que me tengas atado a esta cama, Cassie, será el día en que entiendas que soy el que debe estar agradecido. Eso me gustó tanto que, para comunicarlo, apreté mi cara en su pecho. Deslizó su mano hasta envolverla alrededor de la parte de atrás de mi cuello. —Duerme —ordenó en voz baja. Volteé mi cabeza para descansar mi mejilla contra su pecho. —Buenas noches, Deacon.
Esa era yo. La Cassie de Deacon. Cerré mis ojos. Deacon movió su mano de mi cuello para envolver su brazo alrededor de mi espalda. Solo entonces me dormí.
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Mi Cassie.
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—Buenas noches, mi Cassie.
Al día siguiente, me dejé caer. Al día siguiente, caí, aterricé, y supe en lo profundo de mi corazón con un aterrizaje tan suave y dulce que se sentía como si hubiera estado envuelta por una nube, había aterrizado justo donde tenía que estar. En otras palabras, el día siguiente era el día en que me di cuenta que estaba enamorada de Deacon. Podría haber ocurrido la noche anterior con la forma en que me hizo el amor. Y no se equivoquen, él podría haberme follado duro y áspero, mientras estaba atada a la cama, pero me estaba haciendo el amor. Sin embargo, estaba demasiado abrumada por la experiencia para procesarlo en ese momento. Estaba mucho más alerta al día siguiente cuando entramos en la casa del criador de perros, el hombre abrió una puerta, y cinco pastores alemanes bebés saltaron. Corrieron directamente a Deacon y a mí, pero cambiaron camino rápidamente porque fue Deacon quien se agachó primero. Miré, de pie todavía, la atención fija completamente, ya que parecía que mi hombre estaba tratando de acariciar a los cinco a la vez con sus grandes manos.
—Boss Lady. —Oí murmurar a Deacon mientras me agachaba tardíamente también. El resto de los cachorros galopó en mi dirección cuando las manos de Deacon se envolvieron alrededor de la cachorra y la levantó a su pecho. Hice todo lo posible para acariciar y rascar a la manada de cachorros que estaban subiendo por mis piernas, pero lo hice con mis ojos en Deacon, viendo a la perra lamer su mandíbula y sin detenerse.
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Una pequeña cachorra se enfureció, comenzó a pegar con el hocico a sus hermanos y hermanas, ladrándoles, haciendo mejor trabajo de cachorro para empujar a donde ella los quería, milagrosamente consiguió su apertura, y saltó, arañando los jeans de Deacon en su rodilla.
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Entonces sucedió.
Me miró. —Esta —decretó. Absolutamente. Esa. »Boss Lady —indicó. Absolutamente. Ese era su nombre. Hubo intensidad en sus ojos que apretó mi estómago como la que uno siente justo antes de irse sobre la cresta de una subida muy alta en una montaña rusa, adorando donde estás, entusiasmado con eso, pero no puedes esperar para ver qué sucede después. —Boss Lady para mi jefa Cassie —finalizó. —Está bien, cariño —susurré, incapaz de hacer audible mi voz. La cachorra dejó de lamer y comenzó a ladrar. Deacon se enderezó. Ella dejó de ladrar. Esto se debió a que consiguió lo que quería. Supe eso cuando empezó a lamerlo de nuevo. Deacon no la detuvo.
No quiero que termine. Nunca. Él lo terminó. —Estaré de vuelta lo más pronto que pueda —dijo suavemente. —Está bien, cariño.
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Dos semanas más tarde, me puse de pie en la parte superior de los escalones de mi porche, Bossy en mis brazos retorciéndose, Deacon un escalón abajo, con los brazos rodeándonos a las dos, haciéndolo conmigo.
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Y esa dulce y suave nube, envolvió más cerca, rodeándome.
—Bien. Tocó su frente con la mía y movió una mano a mi cuello, sus dedos en la espalda y en mi cabello, entonces me dio un apretón. Solté el aliento. Me dejó ir, rascó la cabeza de Bossy, y ella ladró. Sonrió. Dejé escapar mi aliento. Sus ojos fueron a los míos y sonreí. Seguí sonriendo mientras caminaba por las escaleras y se metía en su Suburban. Con Bossy nos quedamos allí mientras la ponía en marcha y se dirigía por el camino, despidiéndose, Bossy ladrando. Deacon giró a la derecha en la parte superior del camino. Solo entonces mi sonrisa se desvaneció. Caminé dentro de la casa con Bossy, cerrando la puerta detrás de nosotras. Puse a mi cachorra en el suelo y Bossy ladró. —Regresará, cariño. Ladró otra vez, infeliz. No estaba sola.
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Y un día, que esperaba fuera pronto, estaría de vuelta de una manera que nunca se iría.
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Pero él regresaría.
14 Milagro Traducido por Mikiliin, Tanza y veroonoel Corregido por Debs
—E
stá aquí—susurré, mis ojos en la ventana, mirando las luces delanteras brillar a través de la oscuridad en mi carril. Bossy ladró.
Corrí hacia la puerta principal, me detuve, y toqué con la punta del pie a mi bebé. —Voy a tener mi reencuentro primero. Ella protestó al tratar de atacar la correa de mis chatas. Me defendí suavemente y me deslicé rápidamente a través de la puerta. Me acerqué a la parte superior de las escaleras y me detuve, mi corazón latiendo fuerte mientras observaba a Deacon bajarse desde el asiento del conductor. Luego lo observé caminar hacia mí.
Sus ojos estaban en los míos. Entonces otra vez, había sido así desde que salió de su camioneta. —Eres bienvenida a comprobar el auto luego de que me folles duro y me estrelle, mujer. Bolsas de patatas y mierda por todas partes. Evidentemente. Se detuvo un escalón debajo de mí. —Lo comprendo, tu necesidad de estrellarte, no dormiste —señalé.
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—¿Has comido?
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Cuando estuve en la parte inferior de las escaleras, le pregunté:
Me sonrió. No durmió. Lo que sea. Salté a sus brazos. Sus manos en mi trasero, mis brazos y piernas alrededor de él, nos besamos mientras nos llevaba dentro de la casa. Una semana y media, nada más que llamadas telefónicas, Deacon las regresaba si no respondía inmediatamente. Luego la llamada, la buena llamada que decía que estaba en camino a casa. Usó su bota para cerrar la puerta y las demandas de cachorro emocionado de Bossy llegaron rápidas y furiosas. Deacon rompió nuestro abrazo para mirar a nuestro perra. —Oye, Boss Lady. Bossy ladró. Sus dedos se presionaron en mi culo y tomé eso como una señal para dejarlo ir. Cuando me puso sobre mis pies, se inclinó, recogió a Bossy, y le dio un abrazo. Sonreí con alegría. Bossy lamió su mandíbula alegremente. Eso me dio más alegría. Sus ojos vinieron a mí.
—Ahora, Cassie —ordenó suavemente. Asentí con la cabeza, me giré, y me lancé por las escaleras. Estaba desnuda para el momento que Deacon se unió a mí. Boss Lady no tuvo una gran noche, encerrada en su jaula con Papi en casa. Pero Deacon estaba de regreso.
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Dejé de sonreír cuando mis muslos comenzaron a temblar.
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—La pongo en su jaula; tú ve arriba y desnúdate.
Así que la mía fue asombrosa.
—No estoy disponible —dijo Deacon a su teléfono la mañana siguiente mientras se paraba en el horno, revolviendo tocino en una sartén, Bossy atacando el dobladillo de sus jeans—. Al menos por tres semanas. Al menos por tres semanas. Yupi. Estaba sirviendo cereal y escuchando, mayormente porque Deacon no estaba escondiendo esta llamada, como no ocultó la llamada que lo alejó de mí hace una semana y media. Me gustaba esto. Esto era abierto, no encubierto, manteniendo las cosas de mí. No, este era Deacon dándose a mí.
ocultando,
Sí, me gustaba esto. Puse la caja de cereal de regreso y fui por la leche. —Necesitas a alguien, llama a Raid y su equipo —continuó.
¿Raid? Me serví la leche. »Te lo dije antes, son sólidos. Necesitas esto hecho, llámalos. No tengo nada más para ti. Tengo algo sucediendo por eso es prioritario.
Prioritario.
—¿Te tengo por tres semanas? —pregunté, regresando la leche. —Por lo menos —respondió. Me aparté de la nevera y sonreí abiertamente hacia él. Surcos golpearon los lados de su boca y miró hacia abajo a la sartén.
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»Tienes su número. —Deacon había terminado, cortado, y lanzado su teléfono al mostrador—. Tengo que enterrar eso en un cajón —murmuró como si estuviera hablando consigo mismo.
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Eso me hizo sentir cálida y blandita.
Bossy comenzó a gruñir. La miré y vi que había encontrado un agarre en el jean de Deacon y estaba tirando con perversidad de cachorrito. Deacon no le hizo caso. Más cálida y blandita. Agarré una cuchara, recogí mi plato, puse la cadera en el mostrador, y empecé a comer. Luego de morder tres veces, mientras Deacon estaba transfiriendo el tocino a un plato cubierto con toallas de papel, pregunté: —¿Quién es Raid? Me puse más cálida y blandita cuando la respuesta de Deacon fue inmediata. —Colega. Amigo. —Sus ojos vinieron a mí—. Una de las tres personas decentes con las cuales he pasado tiempo en la última década. Uno de los pocos que confío para que te conozca. Eso me sorprendió. —¿Conozca? —Cuando deje esa vida, Raid es uno de los tres que no voy a dejar atrás. Oh mi Dios. ¡Podría conocer a sus amigos! Comprimí mi emoción a eso y remarqué casualmente. —Un amigo cercano.
—¿Quiénes son los otros dos? De nuevo, Deacon respondió inmediatamente. —Knight Sebring. Marcus Sloan. —Movió su atención a la sartén donde sus huevos estaban esperando y murmuró—: Y tal vez Tucker y Sylvie Creed. —¿Tucker y Sylvie? —repliqué. Deslizó sus huevos en un plato y me miró.
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Respiré para darme coraje para tomar el riego. Luego lo tomé.
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—Un buen hombre, y sí, un amigo cercano.
—No los conozco bien, conozco mejor a Sylvie, nos veíamos mientras trabajaba con Knight antes de que se enganchara con Creed, pero hizo un trabajo con ellos un tiempo atrás, y por lo que sé, parecen sólidos. Asentí con la cabeza y con cautela ofrecí: —Todos ellos son bienvenidos en Glaciar Lily. Arrojó su tocino en el plato, atrapó el tenedor esperando, y se volvió hacia mí, cadera al mostrador, sonriéndome. —¿Alguien que no lo sea? —Los violadores. Asesinos. Racistas. Fanáticos. Hitler… —Me detuve cuando Deacon estalló en carcajadas. Bossy comenzó a ladrar. Sonreí hacia mis cereales, escuchando a Deacon reír, haciendo esto tal vez por primera vez desde que era una pequeña niña sintiéndome completa y absolutamente feliz, pero más, contenta, segura, y totalmente en paz. Deacon dejo de reír y señaló: —Tienes suerte de que ese último esté muerto, Cassie. Significa que no vas a tener que toparte contra él cuando intenten alquilar una cabaña. —Mi hombre es un tipo duro, no tendría ninguna oportunidad. Me dio su sonrisa y sus arrugas de los ojos y me puse más cálida y blanda cuando respondió:
Antes de que pudiera moverme, Deacon lo hizo, poniendo su plato abajo y murmurando: »Lo tengo. Y anoté otra en la larga lista de kilómetros de cosas buenas que venían con tener a Deacon. Eran grandes y pequeñas. Una pequeña siendo que podía comer mi cereal mientras él abría la puerta.
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Me estaba preparando para saltar sobre él con el fin de compartir mis sentimientos cuando llamaron a la puerta.
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—Y una mierda, ambos sabemos que solo tendría que pararme ahí mientras tú te encargas del negocio.
Bossy, por supuesto, siguió a su papá. A ella le gustaba su mamá, pero era definitivamente una niña de papi. Lo entendía ya que yo también lo era, ahora en más de un sentido. —John, hola. Cassidy dijo que habías vuelto. Es tan bueno verte escuché a Milagros decir desde el vestíbulo y sentí mis cejas juntarse.
—
Teníamos dos cabañas —una con una persona solo por la noche, otra con una estancia corta—, ambas con registro de salida y que necesitaban limpieza. Milagros sabía eso pero cuando venía, tenía una llave maestra y por lo general se ponía manos a la obra, viniendo a mí a decir hola o compartir un café cuando necesitaba un descanso. No venía a mi casa primero. Puse mi cereal a un lado y me dirigí hacia la puerta de la cocina. Estaba a mitad de camino cuando me di de lleno con Milagros y Araceli, Deacon arrastrando con Bossy escondida en el hueco de su brazo. Pero me detuve con una mirada a Araceli. —Cariño, ¿estás bien? —pregunté. —No me siento bien, Tía Cassidy —murmuró. Podía decir eso de nuevo. Se veía pálida, pero sus mejillas estaban enrojecidas y el rosa intenso era preocupante. —Tiene un poco de fiebre —explicó Milagros—. Dolor de vientre. Sé que John acaba de regresar, Cassidy, y lamento preguntarte, pero… —Antes de que pudiera terminar, o yo poder decir una palabra, Deacon declaró: —La cuidaremos.
—La cuidaremos —repitió Deacon. Dios, me encantaba vivir en mi cálida, dulce y esponjosa nube. Deacon se agachó delante de Araceli. »¿Quieres ver películas?
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—Tengo un nuevo cliente y limpio su casa luego de las cabañas. Van a ser horas —dijo Milagros.
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Mis ojos se abrieron hacia él.
Bossy ladró su aprobación a esa sugerencia. Y la nube se hizo más esponjosa y dulce. Araceli asintió. »¿Te gusta la Sprite? —prosiguió. Ella asintió de nuevo. »Está bien, muchacha. Tú y Bossy vayan a acostarse en el sofá. Cassie les pondrá en marcha una película. Yo iré a la tienda y te conseguiré algo de Sprite. ¿Te gustan las galletas de vainilla? Me quedé mirándolo, tan cálida y blanda, que era un milagro que no me hubiera hecho algo pegajoso en el suelo, preguntándome si él era de verdad. —Me gustan las “nilla wafers” —susurró. —Voy a conseguirte algunas de esas también —le dijo Deacon—. ¿Algo más? Ella sacudió su cabeza. —Bien, entonces ve al sofá, muchacha —terminó Deacon. —¿También puedo y Deacon miró hacia mí.
llamar
Cassie
a
Tía
Cassidy?
—preguntó,
Mis ojos fueron a Milagros. —Tengo esto, cariño. Ve a hacer lo que tengas que hacer, tómate tu tiempo. Estaremos aquí cuando hayas terminado. Sus ojos destacaron las palabras que dijo. —Gracias, Cassidy. —Miró a Deacon—. A ti también, John. —No es un problema —gruñó.
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Deacon se movió fuera del camino mientras ponía una mano en el hombro de Araceli y suavemente se volvía hacia la puerta.
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—Por supuesto que puedes —dije, avanzando mientras Deacon se ponía de pie—. Vamos a instalarte.
Lancé una sonrisa sobre mi hombro a Milagros y guié a Araceli a mi sala de estar. Nos habíamos decidido por una película para el momento en que Deacon salió con Milagros, fue arriba para obtener las llaves y la billetera, y vino hacia nosotras. —¿Necesitas algo, mujer? —me preguntó. Tiré una manta sobre Araceli, mis sobre ojos él. —No, cariño. Asintió con la cabeza, dio media vuelta y se fue. Bossy intentó y falló al intentar saltar al sofá, así que la ayudé. Cuando llegó adonde quería estar, hizo su mejor esfuerzo para animar a Araceli. Esto lo hacía saltando cerca de su cara y lamiéndole la mejilla. Araceli rio. Sonreí. Mi pequeña Boss Lady sabía lo que estaba haciendo. Me incliné, besé la sien de Araceli, y le dije: —Tengo que ir a la cocina para limpiar, bebé. Si necesitas algo, gritas. —Está bien, Tía Cassie. Le sonreí, apreté su brazo y vi a mi perra acurrucarse en la manta sobre su vientre mientras Araceli le rascaba.
Cuando la vida te ofrece todo lo que siempre quisiste, lo saboreas. Era justo lo que saboreé al acabar con los cereales y lavar los platos.
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¿Por qué no habría de hacerlo?
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Luego me fui a la cocina y lo hice sin siquiera intentar detenerme a recordar todo lo bueno que llegó a mi camino esta mañana.
Más tarde esa noche, acurrucada con Deacon en el sofá mi espalda en su pecho su brazo a mí alrededor sosteniéndome cerca, utilizando el mando a distancia para encender las noticias, giré el cuello para atrapar su mirada. Su cabeza apoyada en su mano, el codo en el sofá, sintió mi mirada y se inclinó hacia mí. —Fuiste bueno con Araceli —noté, y así fue. No merodeó. Pero si la vio, le trajo Sprite, sacó a Bossy cuando se puso demasiado molesta, y por un rato incluso se sentó en el sillón y vio una película de Disney para hacerle compañía. Fue impresionante. —Me gustan los niños —contestó. Alegremente feliz. Lamí mis labios. Observó, luego sus ojos fueron a los míos y sé que me leyó de nuevo. »Quiero niños, mujer. Dos, sin duda, tal vez tres. Oh, sí.
Alegremente feliz. —¿Sí? —le susurré. —Sí —susurró. Me giré en su brazo y me acercó más. Deacon correspondió el gesto, llevándome a mi espalda, su longitud sobre mí.
—Milagro. Eso me confundió. —¿Qué? —Algo sobre lo que Boss Cassie no va a pelear. Sonreí y golpeé de una forma lamentable su brazo.
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Sus ojos se iluminaron y me apretó más.
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—También quiero dos, tal vez tres.
Inclinó la cabeza y rozó sus labios con los míos antes de levantarse y preguntarme: —¿Vas a ver las noticias conmigo? —No veo las noticias, Deacon, porque no son noticia. Es depresión en televisión. Se rio entre dientes. —No, en serio —le dije. —Correcto —respondió, sin dejar de reír—. Entonces ve para arriba. Solo voy a verlo por arriba y estaré contigo. —Bien. Me dio otro beso en los labios antes de que sacara su peso de mí. Rodé del sofá y caminé hacia la puerta. Me detuve, incapaz de ver a Deacon donde él estaba recostado en el sofá. No importaba. No necesitaba verlo. Me imaginé que me oiría. —¿Bebé? —lo llamé. —Estoy aquí —respondió su voz profunda. Sí que lo estaba. Gracias a Dios. Mi voz salió baja cuando le dije:
Ahora que había tenido un buen descanso y un día nada exigente, solo cuidando de un niño enfermo. Quería explorar. El aire de la habitación estaba pesado en el buen sentido, pero simplemente ordenó:
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Anoche me había dado vainilla. O, más acertadamente, yo se lo había dado después que lo montara hasta que se corriera (después de otras cosas, por supuesto, y también me corriera, sin duda).
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—Cuando llegues arriba, ¿jugarás conmigo?
—Mantente desnuda cuando llegue allí, Cassie. —Lo haré —dije en voz baja. Deacon no respondió. No lo necesitaba. Ya iba en mi camino hacia arriba a desnudarme.
Sentí la punta del juguete contra mi apertura húmeda y me tensé. Estaba atada a la cama por Deacon, un maestro en esto. Un Deacon que, cuando se había ido, hizo lo que había prometido, me compró juguetes. Tenía cuerdas de terciopelo alrededor de mis rodillas, atadas ampliamente pero rápidas. También en los tobillos Más a lo largo de mi espalda, sujetándome. Y lo mejor, una en el cuello y los lazos unidos a un pañuelo que sostenía mi cabeza hacia abajo e inmóvil, me mantenía completamente inmóvil. A excepción de la cosa de la cabeza (y la posición de Deacon, lo que hizo aún mejor), así era exactamente como estaba atada la mujer en la imagen que vi cuando comenzó mi anhelo. Y esta era la posición en la que Grant me había hecho daño. No me estaba haciendo daño ahora.
—Boca alrededor de mi polla, Boss Cassie. Tomé su polla en mi boca y al instante sentí el movimiento de la cama mientras de alguna manera apretaba los lazos para que no hubiera elasticidad. Estaba a su merced. Fue mientras jugaba conmigo que me calenté, antes de que me lubricara, y sentí el juguete.
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Luego gruñó entre mis piernas:
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Gracias a su completo dominio, no había espacio para moverme, no mucho, hasta que posicionó su gran cuerpo bajo el mío, su polla dura en mi cara.
—Háblame —ordenó con brusquedad. No tenía idea de cómo iba a hacer eso, mi boca llena de su dura, gruesa y larga polla, mi cuerpo no tenía mi voluntad. Sentí la punta del juguete prensado en mi interior. Dios. Si. Empujé mis caderas hacia arriba lo mejor que pude para conseguir más. Me dio mucho más. »¿Bueno? —Su palabra retumbó en mi sexo y el interior de mis muslos se estremecieron. Envolví mi lengua alrededor de su polla. Me dio mucho más. Pero no lo suficiente. Ni de lejos. Estaba temblando contra él y para decirle lo que quería, lo chupé duro. »Jesús, bebé —gruñó, la aprobación y el humor en su tono. Otra vez hice lo que pude para levantar las caderas contra mis límites. Condujo el juguete dentro. Gemí profundamente contra su polla.
No tuve más remedio que dárselo. Y me encantó eso. Empecé a gemir contra su polla luego automáticamente a chupar. Perdí su boca.
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Lo tomé, incapaz de hacer otra cosa que mantener su polla en mi boca, mi culo lleno, su boca trabajando en mí, duro, áspero, codicioso, hambriento, exigiendo todo de mí.
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»Joder, mejor cada maldito día —gruñó, con las manos que estaban en mis caderas, levantó y empezó a comerme.
»No —me ordenó bruscamente, solo una palabra golpeando en mi sexo. No quería, pero quería su boca de nuevo así que dejé de chupar. Deacon siguió comiendo. No pude evitarlo, empecé a chupar de nuevo. Perdí su boca y sentí la palma de su mano en la parte exterior del muslo. Nunca nadie me había azotado y el aguijón me tensó contra el juguete y mi clítoris pulsó. »¿Quieres las consecuencias? —preguntó. Como que lo hacía. Lo lamí suavemente y le dejé hacer con eso lo que él quisiera. »Buena chica —murmuró, luego volvió a comerme. Se puso tan bueno que no pude evitarlo y de nuevo comencé a chupar su polla desesperadamente, empujando contra mis limitaciones, en un intento inútil de mover la cabeza arriba y abajo, todo mi cuerpo tenso, preparándose para la liberación que se estaba construyendo. Perdí su boca de nuevo y también perdí la polla mientras se deslizaba debajo de mí. —No —le susurré y luego sentí el movimiento de la cama y mi cuerpo se movió mientras tiraba de las cuerdas y gané cuando se puso debajo de mí. Otra vez estaba inmóvil. —Consecuencias —retumbó, luego sentí el crujido de su mano en mi
Llegó de nuevo, el juguete en el culo, haciendo mis nalgadas infinitamente mejor, fuego directamente a mi clítoris. Luego llegó una y otra vez, hasta que estuve bien enterada de cada increíble golpe. »A mi Cassie Boss le gusta un culo rojo —murmuró. —Sí.
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No podía saltar, pero podía gemir, y lo hice.
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culo.
Deslizó sus dedos entre mis piernas. —Sí —gruñó—. Goteando. —Más, bebé —le supliqué. —No, mujer, tú me tentaste, tomas mi polla ahora. No protesté. Lento y cuidadoso, deslizó el juguete y gemí cuando lo hizo. Estaba apenas afuera antes de que lo condujera dentro de mi coño. Gemí. Deacon me folló y lo hizo duro. Entonces sentí el sonido de su mano en mi muslo. —Aprieta mi polla —ordenó, aún empujando. Me apreté a su alrededor. —Eso es, Cassie —gimió, envolvió sus dedos alrededor de mis caderas y mantuvo mi cuerpo ya inmóvil más inmóvil mientras me penetraba. Me vine primero, gritando, mis manos haciéndose puños, mis dedos encrespándose, mi cuerpo temblando. Deacon se movió para montarme, enroscado alrededor de mi cuerpo, una mano sobre la cama, su otra mano se fue entre mis piernas, un dedo en mi clítoris. —De nuevo —exigió.
—Oh Dios, fóllame, Deacon. Más duro, nene. Si pudiera tener un pensamiento coherente, no me imaginaría que pudiera hacerlo. Lo hizo.
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Presionó y rodó y me folló hasta que estuve haciendo constantes maullidos de placer que ni siquiera podía comenzar a detener.
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—Está bien —jadeé, aún viniéndome.
Comencé a lamentarme. —Culo rojo, límite fijo, agujero aceitado, tomando mi polla, ¿lo mejor que has tenido, Cassie? —gruñó. —Lo mejor —gemí—, que he —seguí gimiendo—, tenido. —Respiré y luego me vine, tensándome tanto que pensé que me rompería. Deacon se levantó, golpeó mi muslo de nuevo, y exigió con voz rasposa: —Mierda, Cassie, aprieta mi polla. No tenía que intentar; mi coño lo estaba haciendo por mí. —Joder —gruñó, golpeando profundo, y luego escuché su incoherente gemido de liberación mientras me seguía tomando. Supe que se estaba corriendo cuando los empujes suavizaron. Supe que había terminado cuando se deslizó fuera. No dije nada cuando sentí que dejaba la cama. Solo me quedé donde estaba porque no tenía otra opción, temblando felizmente en las consecuencias. Regresó y me limpió suavemente con un paño caliente. Se fue de nuevo. Esperé. Volvió y sentí que sus labios rozaban mi culo y debajo de mi muslo. Se inclinó y besó mi sexo. Luego la otra mejilla de mi culo.
Suspiré. —¿Te gusta más esto que estar atada como águila extendida? —me preguntó en voz baja. —Sí —respondí en voz baja. —¿Me puedes decir por qué?
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Sentí que se posicionaba en sus rodillas entre mis piernas antes de sentir sus manos vagando por mi piel.
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Hice lo único que podía hacer, me quedé completamente quieta y me vanaglorié de su ternura.
—Vi una foto —susurré—. Cuando tenía diecisiete. Una mujer en una revista así. Sus manos siguieron moviéndose suave y dulcemente por mi piel —Te gustó. —Sí. —También me gusta, nena. Tú, así, para mí, magnífico. Mis entrañas se calentaron. »¿El juguete es suficiente? No entendí su pregunta. —¿Perdón? Deslizó sus manos por mis caderas, un pulgar moviéndose hasta apoyarse en mi ano. —Tomó tu coño al juguete como toma mi polla. Conseguí eso. Uno más grande. Mis muslos temblaron. O lo notó o temblaron visiblemente porque movió su mano, sus dedos acariciando entre mis piernas y maullé, se sentía tan caliente, agradable y dulce. »Quiere más —murmuró. De repente, y por primera vez, no me sentí bien.
Debió de haberse levantado porque su voz llegó desde detrás mientras su mano ahuecaba mi sexo y dijo: —Nada es raro. —Está bien —susurré.
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El aire en la habitación se detuvo antes de que la cama se moviera y sentí sus dientes hundirse en la tierna mejilla de mi culo.
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—No soy rara.
—Te gusta el culo lleno mientras juego, eso es lo que te gusta. Eso es. No es raro. —Está bien, Deacon. —Lo quieres, Cassie, te lo dije una y otra vez, te lo daré. —Gracias, cariño. —Me gustaría tenerte así, hacerte esperar, volver y jugar, pero quiero tus brazos alrededor de mí por un rato y luego quiero que chupes mi polla de vainilla. Eso hizo estremecer mi muslo de nuevo. »¿Lista para ser liberada? —Lo que quieras, cariño. Eso me consiguió otro roce de sus labios en la mejilla de mi culo antes de que se moviera para liberarme. Llevó un rato de trabajo soltarme, pero hice esto mientras Deacon ajustaba las sábanas debajo de nosotros. Seguí haciéndolo, estirándome y arqueándome, mientras me llevaba a sus brazos. Finalmente, envolví los míos a su alrededor. —¿Estás bien con que esté aquí tres semanas? —me preguntó cuando me instalé.
Se rio entre dientes. Me acomodé en el sonido. —¿Quieres saber todo lo que te compré? —continuó. ¿Me consiguió más cosas? No quería saber. Quería la sorpresa.
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—No hagas preguntas cuyas respuestas ya sabes, Deacon Deacon — respondí.
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Estaba bien con que estuviera allí para siempre. Puede que no supiera eso, pero supo por la sonrisa que le di esta mañana que estaba bien con las tres semanas.
—Sorpréndeme —le dije a su pecho. —Así será —murmuró, su mando deslizándose sobre mi cadera a mi aún caliente culo—. ¿Esto está bien? —Oh sí. Oí su sonrisa cuando dijo: —A mi Cassie le gusta que la azoten. Supuse que podía sentir mi sonrisa contra su pecho, pero no dije nada. Deacon se quedó en silencio. Me acurruqué más cerca. Su mano finalmente dejó mi culo y me acurrucó más cerca de él mientras me preguntaba en voz baja: »¿Esos dos, tres bebés? Mi cuerpo se tensó. —¿Sí? —Si esto sigue bien, mujer, quiero hacerlos contigo. Cerré mis ojos con fuerza. »Sé que es demasiado pronto. Tampoco me importa un carajo — continuó. —No es demasiado pronto —le respondí firmemente.
Eso sonó como un gemido y me encantó tanto esa emoción que me levanté y lo miré. —Esa soy yo —dije, aún más firme, totalmente inflexible—. Tu Cassie. Y eres mi Deacon. Su mano comenzó a deslizarse por mi lado mientras sus labios ordenaban:
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—Joder, mi Cassie.
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Hubo un momento de silencio y entonces:
—Tranquila. Nunca estaba tranquila. O, al menos, esa ocasión llegaba raramente. —Deberías saber, te estoy reclamando. —Tranquila, mujer —gruñó. —Solo digo, puedes irte, pero te quiero de vuelta. Puedes quedarte el tiempo que te quedes y te tomaré. Y espero que comiences a hacer ese trabajo para dejar esa vida que estás dirigiendo cuando no estás conmigo porque quiero que llegue un momento en el que pueda comer mi cereal mientras abres la puerta. Sus cejas se dispararon juntas. —¿Comer tu cereal mientras abro la puerta? —Cuando estés conmigo en una manera que no te vayas —expliqué. Sus cejas dejaron de fruncirse, pero su rostro se convirtió en una mueca. —Joder, mujer, cállate. —¿Demasiado, demasiado pronto? —pregunté, como si fuera un desafío. —Joder, no. —Está bien, entonces deja de quejarte. Me miró fijamente. Entonces sonrió.
—Como si no lo fueras antes. Mis ojos se deslizaron lejos. —Lo que sea. —Lo eras antes —murmuró. Lo ignoré.
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—Una chica tiene que serlo cuando su hombre es un tipo duro.
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—Jefa total.
»Cassie. Mis ojos se deslizaron de nuevo. El brazo izquierdo de Deacon me abandonó para poder enmarcar el lado de mi rostro. Esperé palabras, pero no dijo nada. Solo me miró, sus ojos moviéndose a mi cabello, mis labios, pero nunca me dejaron. Luego vinieron a los míos mientras su pulgar recorría mi mejilla y supe que había terminado con su momento. Así que pregunté: —¿Quieres esa mamada de vainilla ahora? Estalló en risas. Me acomodé en el sonido. Pero mientras todavía lo estaba haciendo, corrí las sábanas de nuestros cuerpos. Dejó de reír y gimió cuando comencé con mi mamada de vainilla. Deacon se corrió en mi boca. Me vine alrededor de sus dedos.
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Como siempre, fue glorioso.
15 Me Alegro Traducido por Jane. y âmenoire90 Corregido por Debs
U
na semana más tarde, entré en la casa desde el cobertizo, donde había estado lavando sábanas, doblándolas y colocándolas en el armario de ropa (aunque me había detenido a podar algunas de las flores en mis macetas en los escalones de mi porche). Acababa de cerrar la puerta cuando Bossy trotó fuera de los tocadores en la planta baja, se detuvo, me miró, y ladró. —¿Qué está pasando, nena? —pregunté. Ladró de nuevo.
Basta decir, aunque me deshice del feo papel y pinté la habitación de un verde, no había encontrado el dinero para cambiar el lavabo y espejo. —¿Qué demonios? —pregunté a la habitación, pero iba dirigido a Deacon. No hacía mucho tiempo, había estado tomando un café con Milagros en mi mesa de la cocina.
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Me detuve en la puerta y me quedé mirando a Deacon de espaldas en el suelo, con la cabeza y los hombros aprisionados entre las puertas abiertas del lavabo, una llave en la mano, un fregadero nuevo, que no estaba manchado de óxido, de bordes curvos y totalmente impresionante donde solía estar el viejo. Un nuevo espejo de aspecto caro, con bordes biselados, había reemplazado al viejo, feo, de mal gusto, con cantos dorados.
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Bossy no hablaba, aunque estaba aprendiendo, así que hice mi mejor esfuerzo para traducir y caminé hacia la puerta de los tocadores, Bossy sobre mis talones.
Deacon, quien nos daba espacio haciendo cosas de Deacon en lugares secretos de Deacon (esto no sucedía mucho; cuando se encontraba conmigo, él estaba conmigo en todas las formas que puedan suponer), caminó en la cocina y se detuvo. —Milagros —dijo, inclinando la barbilla hacia ella, y me miró—. Más tarde, mujer. Antes de que pudiera preguntar, salió por la puerta. Milagros había mirado en mi dirección y levantado las cejas. La miré y me encogí de hombros. Tuvimos nuestra conversación mientras terminábamos nuestro café y fuimos a terminar las cabañas. Bajé con ella y tomé las sábanas. Puse las cobijas anteriormente, así no me preocuparía por eso, además de organizar el espacio y tomar nota de lo que necesitaba para acorralar a Deacon e ir a Costco a comprar más detergente, suavizante de telas y rellenar el limpiacristales. Ahora estaba de vuelta. Y tenía un nuevo fregadero. Y espejo. Bossy hacía su mejor esfuerzo para meterse en la parte inferior del lavabo para hacerle compañía a Deacon mientras seguía trabajando y no respondía a mi pregunta. —Deacon —lo llamé bruscamente. —El fregadero era una mierda. Tienes un nuevo fregadero.
No estaba equivocado. Todavía. Tomé una respiración, y cuando lo hice, me di cuenta.
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—Podría decirse que más basura —respondió.
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—¿Y el espejo? —insistí.
—Así que, con el fin de evitar una discusión sobre quién pagaría el fregadero… y el espejo… simplemente no tocaste el tema en absoluto y lo hiciste a tu manera. —Sí —respondió con indiferencia. Apreté los dientes. Los solté para espetar: —Deacon… —Cassidy, ¿uso este fregadero? —No es el momento —le susurré. —¿Voy a usar este fregadero en repetidas ocasiones en un futuro inmediato? Lo haría, maldito fuera el hombre. —No es el momento tampoco. Tomó esfuerzo y lo vi hacerlo para sacar sus anchos hombros del lavabo, curvar sus abdominales para sentarse sobre su culo revestido de mezclilla sobre el piso del tocador, y llevar los ojos hacia mí. Bossy salió del lavabo y ladró. —Dame esto. —Dea… —Nena, lo necesito. Dámelo.
—Las manchas de óxido no son el fin del mundo —señalé. —Correcto. Entonces, ¿quieres que se sientan bien de que estés en un lugar que es agradable y se vuelve más agradable? ¿No deteriorado y que ellos se vayan, preocupados de cuándo serás capaz de hacer cosas buenas para que puedas construirte una casa?
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—Tu familia vendrá pronto. ¿Quieres darles un lugar agradable? — preguntó.
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Cerré mi boca.
Quería darle una patada (aunque no realmente). Esto se debía a que nada de esto era de lo que tenía que hablar, pero él tenía razón y no se equivocaba. Esto también era porque yo había tenido la conversación con mi padre cuatro veces cuando vino a visitarme, se ofreció a cambiar ese lavabo, y decliné, afirmando mi independencia (como siempre). Papá estaría extasiado al ver que el lavabo viejo se había ido. Mamá estaría extasiada al ver que el feo espejo era historia. Sin ninguna otra manera de guardar las apariencias, declaré: —Eres supremamente molesto. Sonrió. —Síp. Ese soy yo. —En caso de que esto siga siendo tan impresionante como es, avancemos y hagamos que esos bebés, si tenemos hijas comenzaré Cómo lidiar con Chicos Rudos cuando tengan cinco. Sus ojos se encendieron, pero su expresión era completamente cariñosa cuando me respondió: —Hacemos niños, reciben Cómo hacer frente a persistentes perras que discuten sin sentido a partir de los tres. —Una vez más, Deacon Deacon, a las mujeres no les gusta ser llamadas perras —repliqué.
O hijas. Deacon se cansó de la conversación y se metió bajo el lavabo. Bossy miró a Deacon, a mí y volvió a Deacon, decidiendo qué era más divertido. Supe esto cuando se empujó dentro del lavabo, poniéndose en su camino, y ladrándole órdenes. Salí del baño.
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Puse los ojos en blanco, incapaz de continuar pensando en darle hijos.
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—Esa va a ser parte de mi lección a los niños.
Quiero decir, ¿qué otra opción tenía? Maldito hombre.
Bien entrada la noche, tres días después, me desperté cuando Deacon pasó los dedos entre mis piernas. Adormecida, consciente de dónde estaba, cómo estaba, y lo que estaba sucediendo, me sentí humedecer y un cosquilleo agudo me asaltó. Esto se debía a que, antes de ir a dormir, Deacon me dejó atada a la cama, boca abajo, con los brazos hacia fuera pero no atados a la cabecera por encima de mi cabeza. Mis piernas estaban abiertas. Esto era para que pudiera dormir a mi lado y hacerlo enredando sus piernas pesadas con las mías quietas. Se podría pensar que no podía dormir de esa manera, pero después del orgasmo que me dio hace horas, no tuve ningún problema de caer directamente en tierra de los sueños. —Me desperté duro —susurró en mi oído. Con duro quería decir que estaba listo. Lamí mis labios. Su dedo rozó ligeramente mi clítoris y siguió haciéndolo. Apreté los labios para contener mi gemido. »Vas a tomarme, Cassie —me dijo.
—Está bien —repetí. —Escúchame, vas a tomarme, nena. No sabía lo que quería decir. Pero no me importaba. Me gustaba tomar todo lo que me daba y había demostrado eso en varias ocasiones, dormir atada fue una de las maneras en que lo hice.
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—Vas a tomarme con fuerza.
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—Bueno.
—Lo que quieras, cariño. —Sí —respondió con aprobación, besó mi cuello, hombro, luego se puso a hacer lo que quería. Esto incluyó toquetear mi clítoris hasta que estuve tensa, luchando contra mis ataduras, lloriqueando, y levantando mi culo para exigir más. Luego incluyó moverse sobre mí y follar mi coño hasta que gemí desesperadamente en las almohadas. Y, finalmente, incluyó aceitarme a mí y a él mismo en preparación antes de que me follara por el culo, un antebrazo en la cama, mano curvada alrededor de mi pecho, con el pulgar frotando mi pezón, su cuerpo sobre el mío, la otra mano debajo de mí excitando mi clítoris. Me vine duro con él en mi culo. Deacon se vino duro en mi culo. Nunca me había llevado allí. Jodidamente lo amé. Con él todavía dentro de mí, dejó de juguetear con mi pezón y solo sostuvo mi pecho, su respiración trabajosa pero lenta. —¿Mejor cada día? —susurré, mi voz ronca y saciada. Se presionó en mi culo. —No hagas preguntas de las que conoces la respuesta, bebé. Sonreí perezosamente.
—¿Dormiste bien? —preguntó en voz baja, acariciando la piel de mi cadera con sus dedos. —Definitivamente. No dijo nada por un momento antes de preguntar: —¿Te gusta?
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Me limpió atada, me desató, me dejó relajar la tortícolis, luego me coloqué metida en su costado.
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Deacon se deslizó suavemente.
—Sí, cariño. —Está bien, Cassie, luego es una mierda, pero no lo hice. Parpadeé hacia su pecho. »Sucederá otra vez porque me gustó despertarme listo para tomarte — estableció—. Pero te prefiero libre para que te acurruques en mí. Amaba tanto a este hombre. —Entonces no lo haremos de nuevo —dije. —Lo haremos, pero así. Te lo doy por un tiempo, luego te follo, entonces me das esto. Otro jodido compromiso. Me presioné más cerca. —Funciona para mí. Dejó de acariciar mi piel, deslizó su mano sobre la mejilla de mi culo y en la hendidura, donde su dedo medio se apoyó ligeramente contra mí. —¿Está bien? —Sí, cariño —le susurré. —¿Más fuerte y más duro o más suave y más lento? Cerré los ojos, disfrutando de la sensación de Deacon dándome algo. Abrí mis ojos.
Suspiré y respondí: —Podríamos intentar más fuerte y más duro, pero también me gustaría probar más suave y más lento. Deslizó su mano de nuevo hacia mi cadera, murmurando: —Lo tienes. —¿Deacon? —llamé.
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—Estoy en tu culo, Cassie, tiene que ser lo que tú quieras.
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—Lo que quieras.
—Sí, Cassie. —Gracias por dejarme ser yo. Su cuerpo se tensó y apretó su abrazo. —Yo, algunos chicos pensarían que… —Me detuve, tragué, y continué—. Dentro y fuera de la cama, mandona, independiente, intratable y lo que me gusta que me hagan, pensarían que… Me salvó, cortándome. —Entonces, qué bueno que no estás con algún tipo, Cassidy. Qué bueno que me encontraste a mí. Estaba tan en lo correcto. Volví la cabeza y besé su pecho. Deslizó su mano en mi cabello. —Sabes que va en ambos sentidos. Volví mi cabeza hacia atrás y apoyé mi mejilla a su piel caliente. —Cualquier chica sería afortunada de tenerte. Eso hizo que su cuerpo se tensara otra vez y sus dedos en mi cabello presionaron mi cuero cabelludo. Lo sentí relajarse antes que dijera: —Sabes que va en ambos sentidos, también. Lo amaba. Dios, lo amaba. Y quería decirle. Me dolía por decirle.
—Duerme, Deacon. —Solo si vas allí conmigo, Cassidy. Sonreí hacia su pecho. Deslizó su mano fuera de mi cabello, tomándose su tiempo, a continuación, envolvió su brazo alrededor de mí.
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Le ordené:
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No le dije.
Y juntos, nos quedamos dormidos.
A la tarde siguiente, apagué mi computadora después de tratar con facturas, correos electrónicos, reservaciones y revisar sitios web para ver si había más sitios de web donde debería registrar a Glaciar Lily. Me levanté, fui a la cocina y miré por las ventanas para ver a Deacon en el porche con los pies encima de la barandilla. Fui hacia la puerta, la abrí y Bossy, a quien permitía estar en el porche dado que los listones en las barandillas no eran suficientemente grandes para que se empujara a través de ellas, llegó corriendo hacia mí. Me incliné y rasqué a mi perro, llamando: —¿Necesitas una bebida, cariño? —Tengo una —respondió Deacon. Miré a Bossy y acaricié un poco su espalda, diciendo: —Estaré afuera en un segundo. Cerré la puerta, conseguí mi bebida fría, luego salí a unirme a Deacon en el porche. Me detuve en seco detrás de su silla al ver que tenía un cuaderno de espiral que había robado de mi escritorio apretado contra su muslo, un lápiz en la mano y dibujaba una glorieta.
—Yo… uh… —Por una vez en mi vida, estaba falta de palabras. Esto era debido a que la prueba estaba justo en frente de mí que Deacon podía dibujar y era bueno en ello. También era porque ambas glorietas eran hermosas. Mucho más espectaculares que cualquier cosa que hubiera soñado en mi cabeza. Una era redonda con magníficas láminas talladas en las barandillas y carpintería alrededor de toda la orilla del techo. La otra era un octágono, con diferentes pero aún magníficos listones tallados y bordes en el techo.
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—¿Quieres una como esta? —Pasó la página a otro boceto de glorieta. ¿O como esta?
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Sintió mi presencia. Lo supe cuando preguntó:
Ambos estarían hermosos en Glaciar Lily. Increíble. Fui hacia mi silla, apoyé mi botín en el brazo y lo miré. Estaba mirando hacia la libreta. —¿Puedes construir esas? —pregunté. Sus ojos vinieron hacia mí. —Sí. —¿En serio? —No es tan difícil, mujer. Estaba equivocado. No sabía nada de carpintería, pero sabía que estaba equivocado. Cambié el tema. —¿Puedes dibujar? —Cualquiera puede dibujar. —Yo no puedo dibujar. —No es un Miguel Ángel. —Todavía es impresionante. Su expresión cambió y lo sentí. Sentí la gloria de esto directo en mi corazón.
—Tus cabañas, Cassidy. Me incliné hacia él, sosteniendo sus ojos, repitiendo suave pero firme: —Cuando lleguemos a ese momento, bebé, quiero que construyas la que quieras construir.
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—Tenemos la oportunidad de llegar a ese momento, quiero que construyas el que quieras construir —dije.
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Pero no dijo nada.
Me entendió. Lo sabía. Lo supe cuando la almohadilla fue arrojada hacia la cubierta, mi bebida tomada de mi mano, puesta en la cubierta y fue aprehendida así Deacon podría tirar de mí hacia arriba, alrededor y por encima de él hasta que estuve en el asiento, montándolo, de culo en su regazo. Su mano estaba en mi cabello tirándome hacia abajo, la otra mano en mi culo. En ese momento, se comunicó a través de su beso, su profundidad, su magnificencia y su longitud. De hecho, nos besamos por años en el regazo de Deacon, en su silla Adirondack en mi porche cerca de un río en las montañas de Colorado. Y de nuevo, recordé que finalmente era una mujer que tenía todo lo que siempre había soñado. Y estaba alegremente feliz.
Dos días después, me paré junto a la nueva parrilla de lujo (que le compré a Deacon, ¡venganza, ja!), al final de mi porche, mis ojos concentrados en el río. Deacon estaba allí, Araceli, Esteban, y Gerardo todos de pie cerca, ojos embelesados con atención, observando a Deacon enseñándoles a poner el cebo en un gancho de una caña de pescar. Araceli tenía la larga cabeza de Bossy en su mano y Bossy tenía la nariz en la hierba, descubriendo.
Milagros se me acercó. —Mi hijo no es un fan de los gusanos, así que creí que apreciaría ver a uno torturado. Supongo que estaba equivocada. Miré hacia ella y sonreí. Miró hacia mí y no sonrió.
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—¡Eww! —gritó Gerardo y me sonrió.
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Silvia y Margarita estaban con su padre a tres metros de distancia, todos tenían sus cañas de pescar en el agua, pero los ojos de Silvia no estaban en su línea. Estaban en Deacon.
—Hubo algo más en lo que me equivoqué. —Su mirada se deslizó hacia un lado y supe que estaba buscando a Deacon. También supe lo que estaba diciendo. Miré de vuelta a Deacon y observé mientras movía suavemente al grupo para poder enseñarles cómo lanzar una línea. Mi hombre tenía muchos talentos, todos nuevos esperándome que no podía esperar por descubrir. —Sentí eso, con Manuel, lo que está en tus ojos —dijo suavemente. Otra vez supe lo que estaba diciendo. —Me alegro —le contesté en voz baja, y lo estaba. Amaba que mi amiga tuviera el esplendor que yo estaba sintiendo. —Lo siento cada vez que mira a uno de nuestros hijos, como si no pudiera creer que son reales. Amaba que tuviera eso también. Se merecía eso. También Manuel. Lo mismo los niños. Sentí lágrimas picar mi nariz. —A veces, me mira de esa manera —continuó—. Hasta el día de hoy. Me volví hacia ella, extendiendo la mano para estrechar la suya. Me miró. —Me alegro, cariño —susurré.
Y que lo hiciera me daba alegría. —Sí —contesté. Sus labios se inclinaron hacia arriba. —Me alegro, Cassidy. La dejé ir, pero solo para envolver mis brazos a su alrededor para darle un abrazo.
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Lo hacía.
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—Él te da eso —afirmó.
Me lo dio de regreso. Cuando terminamos, no nos dejamos ir. No del todo. Mantuvimos un brazo alrededor de la otra y nos volvimos hacia la escena del río, Deacon entregándole la caña de pescar a Gerardo, mientras Esteban y Araceli se reunían cerca. Estaba doblado hacia el chico y sabía que le estaba dando instrucciones. Iba a ser un gran papá. Sí. Deacon me daba alegría. Y lo hacía de una manera que nunca pensé que tomaría de mí. Solo creía que siempre la daría, libremente.
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Supongo que era así de estúpida.
16 Di Algo Traducido por Lizzie Wasserstein y Verae Corregido por Debs
E
staba arriba en el dormitorio. Deacon estaba abajo en el recibidor con Bossy. Estaban entrenando. Ella había dominado los comandos de “siéntate” y “abajo”, pero no estaba al día con “tranquila”.
Deacon estaba decidido a hacerla de esa manera. Era muy gracioso. También era lindo. Rudo contra Cachorrita mandona. No podía predecir un ganador, así que no lo intenté.
A la noche siguiente, íbamos a tener una gran fiesta. Más barbacoas, perros calientes, hamburguesas, papas fritas, pechugas de pollo. Milagros, Manuel, y los niños estaban llegando, así como algunos de mis amigos de la ciudad. Deacon no había vacilado en aprobar su encuentro con mis amigos. Lo hizo a través del teléfono mientras se dirigía a su trabajo.
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La casa necesitaba ser limpiada y teníamos que ir a la tienda de comestibles. Esto era porque íbamos a tener una gran comilona la noche que ellos llegaran. A petición de Deacon, mi cazuela cargada de patatas (y porque a papá también le gustaba) sería servida y Deacon iba a asar carne (otro talento que descubrí, mi hombre rudo podía hacer una parrillada).
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Después de su última impresionante estadía, Deacon había tomado un trabajo y vuelto. Eran tres días antes de que mi familia llegara y había mucho que hacer.
—Lo que sea que quieras, Cassie. Lo que sea que yo quisiera. Amaba tanto a Deacon Deacon. Y lo último por hacer antes de que mi familia descendiera, según mi hombre, era enseñar a nuestra perra a quedarse quieto. Así que les estaba dando tiempo y estaba arriba en el dormitorio, decidida a desempacar la bolsa de Deacon. Había dicho que esta estadía sería de un mes. También había dicho: “Voy a empezar a cortar lazos, Cassidy”. No lo explicó plenamente. No tenía por qué. Lo entendí. Se estaba preparando para estar conmigo. Siempre. Y yo me estaba preparando para tenerlo, haciendo esto al hacer un punto por desempacar su bolsa. Ya había limpiado un cajón y hecho espacio en el clóset. Hice esto como una declaración, pero también lo hice porque estaba harta de tropezarme con su mierda cuando estaba en el armario. Un ganar-ganar para mí. También iba a acorralar a Lacey para que fuera de compras conmigo. Deacon se veía bien en sus camisetas, camisas, jeans, y definitivamente con sus cinturones. Tenía cinturones patea traseros.
Casa. Conmigo. Sonreí. Había tirado sus cosas sucias en la lavandería, así que arrastré la bolsa fuera del clóset y la puse en la cama. Camisetas, calcetines y bóxers ajustados
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Iba a rectificar eso. Si él no quería llevarlos en carretera, estaba bien. Podían quedarse en casa.
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Pero no tenía mucha ropa.
en el cajón. Cinturones (dos de ellos, él tenía tres, uno que llevaba puesto) en los ganchos en la pared del clóset. Un par extra de botas en el suelo. Jeans (tres pares, todos deslavados; tan calientes como eran, sin duda necesitaba nuevos) y las camisas en perchas. Equipo anti-dopping en el baño, sin desempacar y puesto en un cajón. Luego estaban los tres gruesos rollos de cuentas, las cuentas en el exterior en denominaciones que iban desde veinte hasta cien sostenidas apretadas por bandas de goma que encontré, las ignoré (pero no lo hice, ya que tuve que tocarlas), y las puse con sus calcetines y calzoncillos. Y entonces sucedió. Estaba abajo en la parte inferior, sintiendo el cambio suelto, recibos olvidados, y la pelusa cepillándome los dedos en la bolsa, cuando golpeé lo que se sentía como papel. Papel lustroso. Cerré los dedos alrededor y lo saqué. Era un pedazo blanco de papel fotográfico y estaba en mal estado. Una esquina rasgada, el papel arrugado y doblado como si hubiera sido maltratado, pero hubiera suavizado consistentemente. Mis cejas se fruncieron. Lo volteé. Y dejé de respirar. La imagen en el papel grabada a fuego en mis ojos, el dolor inmenso, punzando en mi cerebro. Deacon en un esmoquin, una mujer rubia en la curva de su brazo. Ella estaba sosteniendo un ramo de flores y usando un vestido de novia.
Más joven, mucho más joven, lo escabroso aún no se había establecido en el rostro de Deacon. Pero seguro como la mierda era Deacon. Deacon casado.
Casado. Mis pulmones empezaron a arder y me obligué a respirar.
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Sonrientes y felices.
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Ambos estaban sonriendo.
Me quedé mirando la fotografía, incapaz de apartar los ojos, pensamientos estrellándose en mi cerebro. Conseguía trabajos. Trabajos lejos de mí. El teléfono que usaba cuando estaba a mi alrededor era uno desechable. Lo sabía, aunque nunca se lo pregunté para confirmarlo. Un teléfono plegable. Nadie seguía teniendo teléfonos plegables. Era barato y no tenía características especiales. Solo correo de voz y texto. Tenía otro teléfono. Tenía que tenerlo. Un smartphone. Había dicho antes, cuando tuvimos la situación con aquellos bravucones, que había tomado fotos y no había manera de que fuera a su cabaña para ir a buscar una cámara. Las tomó con su teléfono. Un teléfono del cual su esposa tenía el número, no yo. Si lo hiciera, ella podría verme llamando. Si lo hiciera, ella podría saber de mí. Y él no tomaba mis llamadas. No las tomaba a menos que estuviera en un lugar para tomarlas o llamarme, lo que era poco frecuente. La miré fijamente en la foto y no me dio ningún consuelo ver que era bonita. Mucho. Pero sabía que con los rasgos exóticos que mis padres me dieron, tenía eso sobre ella. Dijo que nunca sonrió antes de mí. Y ahí estaba él, sonriendo.
Incapaz de soportarlo más, aparté la bolsa de mi camino, arrojé la fotografía en la cama, y me senté en ella, como si sentarme en ella fuera a hacer que no fuera real. No sabía nada de él. Ni una jodida cosa.
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Casado.
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Feliz.
Nada por lo que pudiera rastrearlo. Nada que me llevaría a la vida que llevaba cuando estaba lejos de mí con otra mujer. La mujer que legalmente podía reclamarlo. La mujer que realmente era suya. No yo. Dios, me había hecho una infiel. ¡Dios! ¿Tenía hijos? —¡Mujer! Mis ojos se dispararon hacia la puerta y mi garganta se cerró. ¿La llamaba “mujer”? ¿La llamaba “nena”? »¡Cassidy! Se estaba acercando. No me moví. Tuve que usar toda mi energía para no vomitar en el suelo y lo hice estúpidamente, porque lo hice preguntándome qué le decía cuando venía conmigo, y eso me hizo sentir aún más enferma. Deacon, tan inteligente, ¿por qué iba llevar su fotografía con él? Era como si quisiera que la descubriera. Y tal vez lo hacía. Tal vez esa culpa por desearme lo carcomió todos esos años hasta que no pudo controlar más el impulso y eso lo hizo llevar esa foto. Llevarla con él cuando estaba conmigo. Traerla a mi casa.
»Cassie. Estaba en la puerta. —¿Cuál es tu apellido? —le pregunté, sorprendida de que mi voz fuera tan fuerte.
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Pero había dicho que estaba cortando lazos. ¿Quería decir que la estaba dejando? ¿Dejándola a ella y viniendo conmigo? ¿Haciéndome no solo una infiel, sino una destructora de hogares?
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Mi jodida casa.
Y tan vacía. Observé su cuerpo tenso, pero sus ojos se movieron a la bolsa y luego encontraron de nuevo mi mirada. Dio un paso y levanté mi mano. Se detuvo y su rostro se cerró. Totalmente. Vi esa máscara encajar en su lugar y había pasado tanto tiempo desde que me la había dado, que olvidé lo mucho que dolía cuando me la daba. »¿Cuál es tu primer nombre? —continué. No se movió y no habló, sus ojos fijos en los míos. Ni siquiera me lanzó mierda por invadir su privacidad al desempacar su bolsa. »¿Cuándo es tu cumpleaños? —Seguí mirándolo. Ni un músculo se movió. »¿Dónde creciste? ¿Cuáles son los nombres de tus padres? ¿Están vivos? ¿Jugaste deportes en la preparatoria? ¿Incluso fuiste a la preparatoria? —le disparé. No dijo nada. Me quedé mirando sus ojos leonados, sintiendo exactamente lo que quería que sintiera. Acabada y con frío. Y ese frío era frío. Tan frío que era un milagro que mis dientes no estuvieran castañeando. »¿Me amas? —le pregunté de repente.
Me amaba. Gilipolleces. Llegué al colchón, encontrando el borde de la foto, la tomé de un tirón y se la mostré. Sus ojos se dirigieron a ella.
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—Sí —dijo entrecortado.
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Se movió entonces, pero solo para hablar.
No hubo reacción. Ni. Una. Sola. ¿En serio? —¿La amas? Me miró, pero no dijo nada. »¿Tienen hijos? —No —espetó. Al menos no había eso. Papá no era un mujeriego. —¿Puede dártelos? Apretó la mandíbula. No podía. Quería niños. Dentro de mí. »¿Tienen un perro? No dijo nada. »¿Un gato? Nada. »¿Un jerbo?
Deacon no se movió. Tampoco yo. Nos miramos el uno al otro lado de la habitación, su fotografía entre nosotros. Esto duró toda una vida. »Di algo —le rogué en un susurro.
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Dejé de hablar.
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No me dio ni una cosa.
No dijo nada. »Di algo —repetí, mis ojos ardían ahora por una razón diferente, luchando contra las lágrimas a punto de desatarse. Deacon quedó mirándome. Su mirada cayó sobre la foto que sujetaba en su camino. Luego se volvió a mí. Y todavía nada. »Necesitas decir algo, Deacon. Tienes que darme algo, cualquier cosa. No habló. »Dijiste que me darías cualquier cosa —acusé. Un músculo palpitó en su mandíbula y por fin habló. —Te dije que lo daría si estaba en mí dártelo. No sacaste eso. Eso no tenía ningún sentido. —Estás casado —siseé. —Confía en mí. ¿Estaba loco? —¿Cómo? —grité, agitando mi brazo y tirando la foto a través de la habitación para hacer mi punto. Se agitó un par de metros y cayó boca abajo. —No la sacaste.
¿No la saqué?
—Eso no tiene ningún sentido, Deacon. —No la sacaste —repitió. Me incliné hacia él y le grité: —¡Eso no tiene ningún sentido! No dijo nada, nuevamente.
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Me levanté de la cama.
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¿Qué demonios significaba eso?
»Explícame —exigí. Se quedó allí, el cuerpo tenso y en alerta, la habitación se llenó con algo cruel, y… él… dijo… nada »Explícame —grité. Deacon no me lo explicó. »Di algo —le espeté—. Tienes que hacerlo. No sacaste eso, Deacon. — Señalé con el dedo a la foto en el suelo—. No obtuviste eso de mí. No traigas eso a mi casa. A mis cabañas. A mi cama. —Tomé aire y grité—: ¡Di algo! —Cassidy, tienes que creer en mí. —Al diablo con eso —le susurré—. Vete a la mierda. Me jode no saber tu nombre o tu cumpleaños o cualquier cosa sobre tu vida antes de mí y cuando estás lejos de mí. ¡Al diablo con eso! —Lo tienes todo de mí. No podía creerlo. —No tengo nada de ti, salvo lo que me das cuando me tomas, y sabes exactamente lo que quiero decir —le respondí maliciosamente. —Sabes que es mentira —agregó.
»Tienes que darme algo —exigí. —Tienes todo lo que necesitas —devolvió—. Busca bien, lo sabes, mujer. Busca bien. Estaba. Estaba demente. —No puedes hablar en serio —le espeté.
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Se quedó en silencio.
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—Yo… sé… —Me agaché—, nada. —Negué con la cabeza, enderezándome—. No puedo hacer esto. Pensé que podía porque me sentía tan jodidamente suficiente para ti. Sentí que era todo para ti. Desde el primer momento en que estuviste en mi puerta cuando Grant y yo estábamos peleando, lo sentí. No lo entiendo, pero lo sentí. Pero no puedo. No puedo hacerlo. Traté, pero no puedo. ¿Y sabes qué? No deberías pedírmelo.
—Busca bien. —Al diablo con eso, también —mordí. Se inclinó hacia mí y gruñó: —¡Busca jodidamente bien, Cassidy! —¡Al diablo con eso! —grité de regreso, terminando con esto, no podía con más—. Desempaqué tu mierda. Cajón del medio. Empaca y vete. Di fuertes pisotones hacia la puerta y se movió de una manera que supe que iba a detenerme, así que me sacudí de un tirón y lo miré con los ojos entrecerrados. »Tócame, pelearé hasta morir —susurré, y vi que hizo un gesto con su barbilla, pero eso fue todo lo que vi. Salí furiosa. Fui directamente a mi computadora. Hice lo que tenía que hacer allí, una última oportunidad. Una… última… jodida… oportunidad. Tiré de la memoria USB. Entonces di fuertes pisotones al subir las escaleras. Deacon no estaba en la habitación, pero sabía que estaba allí. Su bolso estaba en la cama, casi todo empacado. Estaba en el baño, agarrando sus porquerías.
Puso su bolso en su espalda y me dejó. No lo dejé pasar. No podía. Si lo hacía, me vendría abajo. Me quedé en la puerta y arrojé la unidad flash a través de la habitación. Aterrizó en la cama.
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Me estaba dejando.
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La fotografía ya no estaba en el suelo.
—Tienes una hora. La memoria USB en la cama. Escucha. Deacon, toma tu decisión. Después, déjame saber si te vas o vas a quedarte aquí, y saber lo que tienes para darme —grité a la habitación—: Me voy. Regreso en una hora. No esperé a que saliera del baño. Salí furiosa de la habitación, pero fui a la cocina, donde Deacon había encerrado a mi jodida perra y me la llevé conmigo cuando me fui. Si iba a dejarme, no iba a pensar que podía llevarse a mi perra. Manejamos alrededor de una hora, Bossy estaba pasándolo bien, su nariz olfateaba en la rendija de la ventana, mis ojos dolían por obligarlos a permanecer abiertos, mi cabeza dolía de tan concentrada en lo que estaba haciendo, y no en cualquier otra cosa, así no nos estrellaríamos. Después de una hora, volvimos a casa. La casa estaba vacía. No me sorprendió. Pero estaba devastada. Completamente. Absolutamente. En cierto modo sabía que nunca estaría bien otra vez. Nunca más. Hasta el día de mi muerte.
Los cachorros lamen las lágrimas. Y Boss Lady tenía un trabajo duro por hacer. Al final, me pareció que era buena en eso. No me hizo sentir mejor. No del todo.
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Y aprendí algo.
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Me derrumbé en el suelo de mi vestíbulo.
17 Déjala Ir Traducido por marcelaclau y rihano Corregido por Debs
Deacon
D
eacon Gates yacía en su espalda en la cama del cuarto de hotel, su computadora portátil abierta a su lado, el USB que Cassie le dio pegado a un lado, el iTunes encendido, el sonido del piano saliendo de los altavoces. A Great Big World y Christina Aguilera cantando Say Something. Las palabras comenzaron. Cortaron profundo. Ya no lo sentía. Había escuchado la canción cincuenta veces. No había un centímetro de él que no estuviera lacerado. La canción terminó y la puso de nuevo.
Cuando el hijo de puta terminó de hablar, Deacon dijo: —Estaré allí mañana. Cerró el teléfono y deslizó su dedo en la alfombrilla del ratón, poniendo la canción desde el comienzo.
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Pausó la canción, tomo la llamada, y escuchó al idiota, pedazo de mierda, escoria de la humanidad en el otro extremo de la línea pidiendo su ayuda.
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A mitad del camino, su teléfono sonó.
Escuchó. Otra vez. Y la repitió. No comió. Y temprano en la mañana se fue y condujo tres estados para ayudar a algún imbécil, pedazo de mierda, escoria de la humanidad a hacerse cargo de su mierda.
Estaba lloviendo cuando Deacon deslizó su camioneta hasta la casita en la calle llena de casitas ordenadas en Iowa. Los escalones para llegar a la casa estaban casi cubiertos con macetas llenas con flores, solo un estrecho claro estaba disponible para hacer un camino a la casa. Esa era su madre. Le gustaban sus flores. Como Cassie. Miró a la ventana y vio a su padre en un sofá, la televisión prendida mostrando un juego. Había renunciado a la granja. No había tenido otra opción. Se volvió viejo y su hijo no tenía interés en ella. Nunca lo hizo. Siempre siguió su propio camino.
Su padre agarró la bebida. Su madre se agachó para besar su mejilla. Se sentó en el sofá al lado de su esposo. Deacon continuó mirando mientras ponía la camioneta en marcha. Luego miró a la calle mientras se alejaba de la acera.
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Deacon miró a través de la lluvia por la ventana hasta que vio a su madre acercarse, dos vasos en sus manos, té helado para ella, sabía Deacon, y Arnold Palmer para su padre.
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Hasta que solo se fue.
Todavía estaba lloviendo el siguiente día cuando Deacon estuvo de pie en la tumba, ojos en la lápida.
Jeanine Ann Gates. Amada esposa e hija. Siempre recordada. Sus padres pusieron esa mierda sobre amada esposa. Ella lo fue. Entonces ya no lo fue. —Me rompiste —murmuró a la lápida. Si ella estuviera allí, habría empezado a llorar. Habría sentido esas lágrimas. Ella caía duro, cuando se dejaba a sí misma sentir, lo cual era el por qué ella hizo todo en su poder para dejar de sentir. Había tenido éxito. Espectacularmente. »Déjame ir. Cerró sus ojos y esperó. La vio en un taburete intentando no dejar que la atrapara mirándolo. La vio caminando por el pasillo, sonriéndole tan abiertamente, llorando ya lágrimas de felicidad y ella ni si quiera había llegado a su lado. La vio doblada junto al horno para sacar otra maldita bandeja de galletas.
»Déjame ir —repitió.
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La perra nunca lo hizo.
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Y la vio colgada del gancho, suspendida en el arnés, tomando la polla de otro hombre.
Deacon se sentó en un sucio restaurante, al lado de una vieja carretera, una taza de café negro frente a él, el lugar desierto porque eran las tres de la mañana, sus ojos afuera de la ventana, enfocados en el cielo oscuro.
Nunca sucedió así que no sabía por qué lo hizo entonces. No le importaba una mierda la música. No le importaba una mierda nada. Jeannie le enseñó eso justo como Cassie hizo todo lo que pudo para enseñarle algo más. Pero la canción que sonaba en el restaurante lo golpeó, cada palabra, apuñalándolo como un cuchillo en su pecho. No sabía por qué lo hizo pero levanto su teléfono, el real cuyo número nunca le dio a Cassie en especial porque lo iba a botar cuando dejara esa vida y consiguiera una nueva. Golpeó el botón de Shazam, una aplicación que nunca había usado. Una aplicación que la mujer de Raid, Hanna, le cargó, burlándose de él, “Todos tienen a Shazam, Deacon”. Shazam escuchó y le dijo que la canción era de Passenger, Let Her Go.
Déjala ir. Déjala. Déjala. Eso era lo que había hecho. Él lo había hecho. Había dejado ir a Cassie. Tomó un sorbo de su café, se inclinó hacia adelante, sacó su billetera, arrojó algunos billetes en la mesa que harían la noche de una camarera solitaria en su falda corta y su ridículo gorro, quien, por la forma en la que se veía, necesitaba haberse retirado veinte años atrás.
La escuchaba seguido, cada palabra lo definía en una manera que era problemática, como si el hombre que escribió esa canción leyera las palabras que estaban grabadas en su alma. Era una tortura. Pero era un descanso de la tortura de escuchar la canción de Cassie.
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Por alguna jodida razón que no entendía, en el minuto en el que llegó a algún lugar que tenía Wi-Fi, salió, compró una tarjeta de regalo de iTunes, y descargó Let Her Go.
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Dejó el restaurante, se metió en su camioneta, y condujo lejos.
Y él había tomado eso. Porque era todo lo que merecía.
K
Knight Sebring
night golpeó el contacto de Raid y puso el teléfono en su oreja. —Hola —respondió Raid.
—Hola, ¿está bien Hanna? —preguntó Knight y escuchó la risa ahogada de Raid.
—Sí, hombre, también yo, en caso de que te estuvieras preguntando. Knight no estaba de humor. —¿Has escuchado de Deacon? —preguntó. El humor se había ido y la voz de Raid estuvo en alerta cuando respondió: —No. —¿Nada? —Habla conmigo —dijo Raid entre dientes, ahora no solo alerta, sino inquieto.
—Deacon tenía límites y ambos sabemos eso. Ahora, pareciera que no los tuviera. —Nombres —demandó Raid, ahora cortante. Alarmado. Knight le dio los nombres. —Jesús —murmuró Raid.
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—Nombres de los participantes, Knight.
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—Escuché unas palabras, un par de fuentes, está manteniendo malas compañías.
Sí. Jesús. Mala compañía. —¿Quieres encontrarlo y hablar con su trasero, o lo hago yo? preguntó Knight.
—
—Tengo que hablar con Hanna, luego estaré en camino. Eso era bueno porque Knight podía permitirse lo mejor y lo mejor para encontrar personas eran Deacon y Raid, y si alguno de ellos no quería ser encontrado, no había ni una oportunidad en el infierno de encontrarlos. A menos que uno estuviera buscando al otro. —Si me necesitas, estoy aquí —dijo Knight. —Te tengo. Hablamos más tarde. Y, ¿Knight? —¿Sí? —Gracias. Raid colgó. Knight arrojó su teléfono en su escritorio y volvió al trabajo. Pero mientras lo hacía, estaba incómodo.
Cerró la puerta y Raid encendió la luz cerca de la silla en la que estaba sentado. —Joder, ¿en serio? ¿Drama? —gruñó.
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D
eacon debió haber sacado su arma solo para poner el temor de Dios en él cuando abrió la puerta de su cuarto de hotel, pero no lo hizo. No lo hizo, en parte porque Raid usó su propio vehículo, porque no estaba escondiendo mierda, y en parte porque habría tomado mucho más que un arma apuntándole para poner el miedo de Dios en Raid Miller.
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Deacon
—Escuché que no estás manteniendo buena compañía, Deacon —le devolvió Raid. Deacon cruzó sus brazos en su pecho. —Me estaba preguntando por qué estabas aquí. Ahora me pregunto cuándo pensaste que mi mierda era asunto tuyo. —No eres desordenado —apuntó Raid. —El dinero es mejor sucio —replicó Deacon. —¿Desde cuándo necesitas dinero? —preguntó Raid. —Desde que decidí comprar una isla y mudarme allí con mi pelota de voleibol —disparó Deacon en respuesta, miró los labios de su amigo contraerse, lo ignoró, y se movió en la habitación sacándose su abrigo y arrojándolo a la cama. —Estás fuera de alcance —dijo Raid, su voz de repente baja—. Entonces, escuché que no estabas fuera de alcance, que estuviste malditamente desaparecido. Semanas enteras. Su tiempo con Cassie. Deacon entrecerró sus ojos hacia él apenas girando su cabeza. Raid sabía por qué. —¿Cuál era su nombre? —preguntó suavemente. Deacon miró lejos, moviendo sus manos en sus bolsillos, arrojando las llaves y el cambio en la cómoda diciendo,
Entonces no se molestó en intentar. —¿Cuál es su nombre? —insistió Raid.
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Había cometido ese error años atrás. Había dejado entrar a Raid Miller. Comenzó a gustarle. Dejó que el hombre lo conociera. Escogió a un tipo que no era estúpido y llegó a conocer a Deacon. Ahora Deacon sabía que no podía esconder su mierda de Raid Miller.
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—No es de tu maldita incumbencia.
Deacon giró y se apoyó contra la cómoda, estirando sus piernas delante de él, cruzándolas en los tobillos, brazos cruzados en su pecho. Miró al hombre a sus ojos pero no dijo nada. —¿La mantuviste limpia? —preguntó Raid. —Está limpia. —¿Nadie sabe de ella? —Nadie. —¿Te quemó o tú la quemaste? —¿No estás entendiendo que no quiero hablar de esto? —preguntó Deacon. Raid lo estudió. Entonces remarcó: —Un hombre se quema por una mujer, sigue adelante. Quema a una buena mujer, patea su propio trasero hasta que encuentra a otra mujer y aprende a no hacer esa mierda. No había otra mujer para él. Ninguna. Deacon no dijo nada. »La manera en la que estás pateándote el trasero, Deacon, podría hacer que te mataran.
—¿Estás hablando jodidamente en serio? —demandó saber Raid. Deacon decidió continuar en silencio. »Eres uno de los mejores hombres que he conocido —le dijo Raid, y era bueno saberlo. Raid era un buen hombre y era bueno que fuera recíproco. No respondió. »Le gustas a Hanna —declaró Raid.
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El aire en la habitación se quedó estático.
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—¿Y eso importa cómo?
—No. Tu mujer te ama. Te ama tanto que no puede ver bien. A ella le gusto porque te caigo bien. A ella le gustaría Hitler si a ti te gustara. Cuando terminó de hablar, apretó su mandíbula, la referencia a Hitler cortaba cerca del hueso y se lo había hecho a sí mismo. —Si tú crees eso, estas demente —le respondió Raid. —Nunca dije que estuviera cuerdo, hermano. —¿Quién dijo que no podías ser feliz? —replicó Raid con un tono impaciente. —Soy veneno —le recordó Deacon. —Ella se lo hizo a sí misma. —No vi lo que estaba pasando. —Ella misma se lo hizo —repitió Raid. —No la protegí. —Ella misma se lo hizo —dijo Raid de nuevo y Deacon lo perdió. Descruzando los brazos y curvando los dedos alrededor del borde de la mesa, se inclinó hacia su amigo. —El culo en un cabestrillo, hermano, colgando de sus manos en un gancho, las piernas atadas muy abiertas, el coño ofrecido, tomando polla sin pensarlo. Y ellos estaban alineados para ella, Raiden, alineados para tomar su turno. Todo eso para que pudiera conseguir su droga. Raid se estremeció, murmurando:
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—Irrumpí allí, conseguí bajarla de ese gancho, me miró, no tenía ni idea de quién era. Ninguna maldita pista. Vendió los anillos que le di para comprar heroína, pero le di esos anillos, hombre. Caminó por el pasillo hacia mí llorando, estaba tan feliz, y no me conocía. Traté de sacarla de allí, conseguí la paliza de mi vida, la tomé, la combatí, a punto de morir por esto. Mientras tanto, ella vagó de regreso a ese maldito agujero infernal, siendo encadenada de nuevo, follada en el coño, en el culo, masturbada, mi esposa cubierta de docenas de esperma de hombres, esa mierda goteando por cada orificio que ellos pudieran alcanzar, sin sentir la mierda sino la subida o la necesidad de otra aguja llena de basura.
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—Deacon.
Su marido fuera, dejado en el callejón, casi muerto, y a ella no le importaba una mierda. —Eso es todo, hombre, a ella no le importaba una mierda. —Era mi esposa. Raid apoyó sus codos sobre las rodillas. —Para entonces, tu esposa estaba muerta. Esa pieza no era nada y ella misma se lo hizo. Deacon negó con la cabeza. —Ya hemos terminado de hablar de esto. —Tú dijiste que ella tenía buenos parientes. Todo eso estaba en ella. —¿Buenos parientes? —preguntó Deacon—. Joder, hombre, ellos ocultaron esa mierda de mí. Tres intentos de rehabilitación antes de que tuviera los veinte. No dijeron una mierda. Jeannie seguro como la mierda que no lo hizo. Puse esa piedra en su dedo, ellos rompieron el récord planeando nuestra boda, atándola a mí, así yo asumiría su mierda. Y no me dieron ni una pista de nada de eso. —¿Y ese es tu problema? —preguntó Raid—. Me dijiste que eran decentes. Eso no dice decente, Deacon. Eso dice que son unos mentirosos de mierda, al igual que ella lo era. Sabían que eras un buen hombre. Te ataron de manos. No sabías con lo que estabas tratando. ¿Cómo podías hacer alguna mierda por ella si no sabías que tenía un problema?
—Nunca debí haberte dicho nada de esto, mierda —dijo Deacon entre dientes. —Lo hiciste. Trata con eso y explícame lo que eso significa, ya que se lanzó en la boca del infierno, y tú tienes que vivir allí con ella, incluso cuando la perra está muerta. —Ella es mi esposa.
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—Y lo detuviste cuando te diste cuenta de eso, que estaba haciendo trucos antes de llegar demasiado profundo y vender su alma al diablo. O en su caso, su cuerpo.
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—El dinero desapareció.
—Era tu esposa. —La amaba —lo cortó Deacon—. Joder, la amaba. Visualiza a Hanna en un gancho, tomando polla que no sea la tuya, y dime que no asumirías eso, que ella estuviera contigo y tú fueras feliz, y que entonces estuviera en ese gancho y que no lo detendrías. Raid cerró su boca. Él había visualizado, y Deacon se odiaba a sí mismo por darle a su amigo eso, pero no tenía elección. Así que Deacon iba a informarle de todo esto para que se callara la boca. »¿Tú lo quieres todo? —preguntó Deacon, pero no le dejó responder—. Te dije lo que te dije, pero no te lo conté todo, hermano. Tienes aguante, pero ningún hombre tiene ese aguante, maldición yo lo sé. Así que te salvé de la pesadilla, pero aquí está. Tomó una bocanada de aire y sostuvo los ojos de Raid. »Volví. Dos veces. Intenté sacarla de nuevo. Dos veces. Una vez, conseguí que le dispararan a mi culo. Para el momento en que conseguí poder proteger mi espalda e hice un plan para sacarla, mi informante dentro me dijo que era demasiado tarde. Murió en ese gancho, Raid. Sobredosis. Calculan que tomó la polla de al menos dos tipos en su cadáver antes de que alguien lo descubriera y la bajaran. —Jesucristo —susurró Raid. —Sí. Un cuadro bonito, ¿no?
—Lo sé.
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—La limpiaron con el maldito blanqueador, la botaron en una zanja. Hecha la noticia. Mujer desaparecida encontrada muerta. La familia dolida aunque aliviados porque ahora tienen respuestas. Mierda. Sus padres estaban aliviados de que la pesadilla que hizo de sus vidas hubiera terminado. Mis padres estaban aliviados, esperando que la pesadilla que ella hizo de mi vida hubiera terminado. Yo no estaba aliviado. La enterré, y me alejé. Me alejé de sus padres, quienes no me dieron el conocimiento para encontrar las herramientas para ayudar a mi esposa. Me alejé de todo.
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—Hermano.
—Y ahí es donde tengo que estar. Raid sostuvo su mirada. Luego dijo: —Dime su nombre y dónde está ella. El pecho de Deacon empezó a arder. —Joder, hombre, no entiendes esto, pero vas a tener que hacerlo. No voy a facilitártelo, imbécil. —Ella está limpia, déjame y mis chicos se asegurarán de que lo esté. La comprobaré, nunca lo sabrá. Mantendré un ojo sobre ella. Me aseguraré de que nada de ti conduzca a ella. —¿Crees que dejaría que eso sucediera? —No. También creo que la amas y vas a darme su nombre y ubicación, así mis chicos y yo podemos cuidar de ella para que puedas asegurarte de que está cubierta incluso si tú sabes que no lo va a necesitar. —Cassidy Swallow, Cabañas Glaciar Lily, Antler, Colorado. —Mi patio trasero —murmuró Raid. —Sí. —La amas. Deacon apretó la mandíbula de nuevo. »¿Rompiste con ella? —preguntó Raid.
—¿Rompiste con ella? —presionó Raid. Cansado de esta mierda, Deacon cedió. —¿Oíste la canción Say something? Raid se estremeció de nuevo. La había oído.
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—Tú la vigilarás y no me vengas con tu mierda, Raid. Sé que vas a ser tú, no vas a enviar a uno de tus chicos. Vas a cuidarla personalmente. Así que la verás. Y cuando lo hagas, sabrás que ella encontrará a un hombre.
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Esa quemazón en su pecho se propagó.
»Sí —susurró Deacon. Él rompió con ella. No se quedó para volverse a mirar. Todavía sabía que lo hizo. Esa quemadura se extendió aún más. Raid se puso de pie, diciendo en voz baja: —Dame algo. Deacon no respondió. »Ven a quedarte conmigo y Hanna. Dale una oportunidad. Ver como es cuando un hombre siente que perdió todo lo bueno, tener una segunda oportunidad, y aprender que su futuro incluye mejorar. Deacon se mantuvo en silencio. »Puede suceder para ti si te lo permites. —Quieres que quedemos en nada el uno con el otro, Miller, tu tiempo de dejar de hablar es ahora. Lo dijo. Lo decía en serio. Raid lo sabía. Su amigo asintió. Sin decir una palabra, Raid caminó hacia la puerta.
—De acuerdo contigo, estaba equivocado la primera vez. —Lección uno de Deacon cuando él me enseñó todo lo que sé — contraatacó Raid—. Conseguiste una oportunidad para aprender de tus errores. Crees que tú me enseñaste eso, yo no sé, si tú nunca cometiste el mismo error
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—Te conozco desde hace mucho tiempo, nunca supe que estuvieras equivocado —comenzó—. Hasta ahora. Te mereces ser feliz. No crees que sí, pero estás tan malditamente equivocado, me duele estar en la misma habitación contigo. Pero incluso si tú no crees eso, sé en mis entrañas que no encontrarás a una mujer que no merezca eso también. Y es que tú tomaste eso de ella.
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Estaba de pie en esta cuando se volvió a mirar a Deacon, y porque era un maldito buen hombre, uno molesto, lo presionó.
dos veces, estás jodido de la cabeza. —Su voz bajó—. Pero sé que no lo estás. Sé que sabes que ella no es Jeannie. Y sé que esta vez, debes patear tu propio culo, que incluso tú insinuaras eso sobre la buena mujer que hizo que el corazón de un hombre muerto comenzara a latir de nuevo. Una mujer que tú rompiste. Con eso, cerró la puerta.
Raiden Miller
R
aid se situó en los árboles, binoculares en sus ojos, fijos en la morena haciendo algo a las jardineras en una de las cabañas esparcidas por el río y a través del bosque.
Lo entendió. Lo entendió por un montón de razones, no la menos de las cuales que ella era jodidamente hermosa. Increíble. Ni un toque de maquillaje y podría estar en la portada de Sports Illustrated en traje de baño. Si él no tuviera a una belleza calentando su cama, y haciendo su vida tan dulce que repelía las pesadillas que romperían a un hombre, querría estar allí. Pero entendió que tanta apreciación era todo lo que Cassidy Swallow conseguía. Ella se dio la vuelta y él se concentró, los binoculares de campo de alta potencia lo llevaron tan cerca que podía contar sus cabellos. Tomó aliento y dejó caer los prismáticos. Luego caminó en silencio por el bosque hasta su camioneta.
—Solo para confirmar, ella está a salvo. Ninguna respuesta. »Además de confirmar, que la rompiste. Está respirando, pero está destruida. Con eso, colgó.
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—Deacon.
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Entró, sacó su teléfono, e hizo la llamada.
Deacon
D
eacon se movió a través de su habitación de hotel, preparándose para salir e iniciar la extracción. The Passenger estaba sonando en su computadora
portátil.
Ella está respirando, pero está destruida. —Joder —soltó, se acercó a su laptop, detuvo la canción, movió su dedo al azar en la alfombrilla del ratón, y pulsó el botón. Y empezó. En cuarenta segundos, se paró en seco. Y escuchó. Cinco minutos más tarde, salió por la puerta. Hizo la extracción. Entregó el paquete. Le pagaron. Luego regresó a su habitación de hotel, empacó, revisó, y salió a la carretera.
—E
stoy fuera. Marcus se sentó en su silla en la oficina de Knight Sebring en su discoteca, Slade, Raiden Miller y Sebring sentados con él, su mirada sobre Deacon, su sorpresa al oír estas palabras
enmascaradas. —¿Fuera? —preguntó Knight.
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Marcus Sloan
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Dejó su foto de la boda en la cama.
—Fuera. Ya no más. Estoy aquí pidiéndote que corras la voz y cubras mis huellas. El hombre que trabajaba con su vida se ha ido. Marcus atrapó a Raiden sonriéndole a su regazo. —¿Fuera? —repitió Knight y Marcus lo miró. —Fuera —gruñó Deacon. Marcus volvió su atención a Deacon. —¿Cubrir tus huellas dónde? —Antler, Colorado. Tengo una guerra en mis manos. Si la gano, voy a estar ahí hasta que me muera —respondió Deacon. Con gran interés, Marcus Sloan estudió a un hombre sin alma resucitado. Y lo hizo con gusto. —¿Qué mierda hay en Antler, Colorado? —preguntó Knight. Deacon empujó su silla hacia atrás, se levantó, miró hacia abajo a Sebring, y respondió: —Una hermosa guerra. Con eso, salió de la habitación. La puerta se cerró en la sala insonorizada antes de que Raiden se echara
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a reír.
18 Hermosa Guerra Traducido por Verae, otravaga, IvanaTG y veroonoel Corregido por Debs
Cassidy
E
scuché los gritos desde la cocina y corrí a la puerta, con Bossy sobre mis talones.
Sostuve a mi niña grande atrás con mi pantorrilla, me deslicé por la puerta, haciendo clic detrás de mí y me paré en seco. Esto era el por qué, justo delante de mi casa, por el sendero, estaba la Suburban de Milagros en ángulo, obstruyendo a una Suburban negra. Mi respiración quemó mis pulmones. Milagros estaba fuera del auto. Así como lo estaba Deacon.
Deacon no decía nada, no porque no tuviera nada que decir, sino porque sus ojos estaban puestos en mí. Mis entrañas se expandieron tanto, que pensé que vagaban libres. Con la misma rapidez, se redujeron a nada. Esa fue la sensación a la que me había acostumbrado en los últimos seis meses, por lo que no me afectó.
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—¡No estás aquí! —gritó Milagros, golpeándolo con el dedo de una mujer méxico-americana enojada, es decir, incluso Deacon estaba jodido.
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Deacon.
—¡Vete! —exigió Milagros—. ¡Vete! ¡Has hecho lo suficiente! ¡No lo vas a volver a hacer! Deacon continuó mirándome durante un largo rato antes de llegar a su camioneta y cerrar la puerta. Era una cosa buena que mi interior estuviera encogido o ver eso me dañaría como a un perro. Me quedé allí y lo vi a través de su parabrisas mientras ponía la Suburban en marcha. En reversa. Entonces se detuvo, aceleró, y mi boca se abrió cuando condujo a lo largo de las rocas que se alineaban en el lado de la calle, probablemente destrozando su carrocería, su Suburban rebotando en la nieve mientras conducía hasta que se detuvo enfrente de mi casa. Me quitó el aliento la maniobra de las rocas y mi respiración se volvió áspera mientras Milagros maldecía bajando por la grava con nieve a sus pies. Deacon estaba afuera, con las asas de una bolsa de plástico en la mano, y acechando a su manera. Levantó una mano. —¡No des un paso más, John Priest! —gritó. —Mi nombre es Deacon Gates —respondió con calma y vi su cuerpo agitarse. En cuanto a mí, mis rodillas se doblaron y tuve que unirlas o me caería.
—Cassidy, métete —ordenó ella. Estaba mirando a los ojos de Deacon, inclinando mi cabeza hacia atrás para mantener la captura de ellos cuando se detuvo casi cara a cara conmigo. —¡Voy a llamar a Manuel! —amenazó, como si al menos los treinta y cinco kilos de peso menos que Deacon tenía sobre Manuel pudieran ayudar.
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Milagros se recuperó rápidamente y lo persiguió por las escaleras.
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La había sorprendido, así que se puso a su lado.
Pero lo intentaría. Y no podía dejar que eso sucediera. Quité mis ojos de Deacon y busqué a mi amiga. —Yo me encargo de esto. —Cassidy. —Cariño, vete a casa. Yo me encargo de esto y te llamo más tarde. —Este hombre, cualquiera que sea su nombre es u… —Yo me encargo de eso, Milagros —la interrumpí para decir—: Te quiero, agradezco el apoyo, pero por favor, cariño, ve. Anda. Vete a casa. Te llamaré más tarde. —Tomé aire y terminé—. Te lo prometo. Milagros me miró, conociéndome, sabía que era terca e intratable e incluso no me podía hacer cambiar de opinión si estaba decidida a hacer algo. Luego caminó dando fuertes pasos a nuestro lado, con los ojos en Deacon. —Si le haces más daño, solo Dios se apiadará de tu alma —le espetó, me miró de nuevo, lo hizo bastante tiempo, luego se marchó sobre sus pasos. Se detuvo en la parte inferior y gritó hacia arriba—: ¡Llámame, Cassidy! Si no sé nada de ti, voy a regresar, ¡trayendo conmigo a cada hombre que conozco! Suspiré. Se subió a su auto. La vi entrar y conducir antes de mirar a Deacon. —Dame un minuto, después puedes entrar.
Nada había cambiado. Así que ¿por qué estaba aquí? No le pregunté.
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Era bueno en eso.
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No dijo nada, solo miraba mis ojos, el rostro impasible.
Me volví con dificultad ya que no había mucho espacio para moverme entre el gran cuerpo de Deacon y la puerta. Conseguí abrirla, me deslicé a través de ella, e inmediatamente acorralé a mi confundida y llorona perra. Bossy no iba a ver Deacon. Si ella lo recordaba, no quería que tuviera esperanzas. Pensaba que se había ido por un trabajo y que volvería. Eso la tuvo menos tiempo devastada mientras las semanas se convirtieron en meses y no se presentaba. Sentí su dolor. Por un tiempo. Ahora, no sentía nada. O, al menos, eso me decía a mí misma. La llevé a la cocina, le susurré: —Sé buena. Estate quieta. Y quédate aquí. —Me miró con sus dulces ojos marrones y se sentó en sus patas peludas. Mi Boss Lady. Cerré la puerta, afianzando mis defensas, y me quedé en mi recibidor con mis ojos en la puerta principal. Momentos más tarde, Deacon entró, cerrando la puerta al frío detrás de él. Bossy lo escuchó entrar y ladró, profunda y resonante, ya no era un cachorro (bueno, sigue siendo mi cachorro, pero sobre todo era una perra).
—¡Sé buena, Bossy! Paró de ladrar. Me puse en marcha de inmediato y su mirada se disparó de nuevo a la mía. —Creo que sabes que no hay nada que decir. Pero ya que estás aquí, imagino que lo hay. Con el fin de no molestar a Milagros, y tener a Manuel
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Grité:
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Los ojos de Deacon fueron a la puerta de la cocina.
involucrado, es que estás aquí. Pero ahora que se ha ido, te pido que hagas lo mismo. —Mi esposa está muerta. Ha estado muerta durante diez años. Luché por mantenerme de pie, sus palabras se sintieron como golpes, mirando fijamente su cara, sin ver nada, pero creí cada palabra que decía. Pero ¿por qué no lo había dicho antes? »Ella murió feo. No pude protegerla de eso. No la salvé de eso. La quise. Murió, pero ella no se fue. Te dejé, te rompí, y mi hombre Raid me pateó el culo, pero no lo entendía. —Metió la mano en su bolsillo, sacó su mano, y por puro reflejo levanté mis manos para tomar la memoria USB que me dio—. Esto lo hizo. Me enseñaste a dejarlo entrar. Escucha eso, Cassidy. Estaré arriba esperando. ¿Estaría arriba esperando? ¿Estaba drogado? Caminó hacia mí.
Estaba drogado. Me moví rápidamente para prohibirle subir las escaleras. Se detuvo frente a mí. —Vas por el camino equivocado —le informé—. Hay que usar la puerta principal, Deacon, o llamo a la policía, y los dos sabemos que no quieres eso. —Me importa un carajo si lo haces, excepto que vas a prolongar esto y hemos perdido bastante tiempo.
—Escucha lo que está en el USB, Cassidy. —No voy a escuchar nada. —Escuché la tuya. Un jodido millón de veces, la escuché. Puedes darme una vez. Escuchó la mía. ¿Un millón de veces?
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—Deacon —empecé.
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¿No le importaba que llamara a la policía?
No. No, él no estaba allí. —Me dejaste, Deacon, una y otra vez, me dejaste vacía, con el corazón roto, sola, y lo hiciste por siete años —le recordé—. Y sabes exactamente de lo que estoy hablando. —Escúchala. —No voy a dejar que lo hagas de nuevo. —Escúchala. Negué con la cabeza. —Dejaste que me acostumbrara a ti y a las canaletas limpias y a alguien trayéndome una cerveza e ir de compras con alguien y a dormir con alguien al lado en la noche, y es fácil, Deacon, tan jodidamente fácil acostumbrarse a eso. Pero es difícil, jodida e increíblemente difícil, acostumbrarse a perderlo. Ahora estoy acostumbrada a eso, por lo que necesitas irte. Había llegado ahí. Lo sabía porque hizo una mueca. No dejaría que entrara tampoco. »Lamento que tu esposa esté muerta pero está claro que estás jodido de una manera enorme y claramente no soy la mujer para arreglar eso. Bajó su rostro al mío. —Escúchala, Cassie —susurró.
Me esforcé por luchar contra ello. Siguió hablando antes de que pudiera ganar. »Escúchala, nena —siguió susurrando—. Luego encuéntrate conmigo arriba. No dijo nada más y no me dejó decir una palabra. Me rodeó lentamente y subió las escaleras.
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Ojos que me estaban haciendo sentir exactamente lo que quería que sintiera.
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Pero estaba atónita por la mirada que había entrado en sus ojos.
Me di la vuelta forzadamente y lo vi hacerlo, ordenándole a mi cuerpo que llegara hasta mi celular y llamara a la policía. Luego le rogué a mi cuerpo que lo hiciera. Pero en cambio, mi cabeza se inclinó, mi mano se levantó y mis dedos se abrieron. La memoria USB era plateada. La que yo le di era rosada. —Llama a la policía, Cassidy —susurraron mis labios. Mis ojos se dirigieron a las escaleras. Entonces mis estúpidos pies me llevaron a la oficina. Metí a empujones la memoria y solo por ser antipática (porque esa era yo), abrí el cajón de mi escritorio y agarré mis auriculares, conectándolos a la computadora para que cuando escuchara, él no pudiera oírme hacerlo. Cuando revisé la memoria, lo que sospechaba estaba allí. No entendía el nombre del archivo, pero sabía cuál sería la extensión.
BeautifulWar.mp3 Podía escucharla y luego llamar a la policía. O podía escucharla, subir las escaleras, y decirle que tenía que irse. Ya no significaba nada para mí. Habíamos terminado. No iba a aceptar más de su mierda. Si no se iba, entonces llamaría a la policía.
iTunes apareció y comenzó a reproducir la canción. Escuché. No llamé a la policía. Escuché de nuevo.
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—Maldito hombre —susurré e hice clic sobre el archivo.
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Me puse mis auriculares, blandí mi ratón, y me cerní sobre el archivo.
En la tercera oportunidad, fui a Google y busqué la letra de Beautiful
War. Era de Kings of Leon. La leí. Luego la escuché otra vez. Después de la quinta vez, saqué los auriculares de mis oídos y me enderecé en mi silla. Hice el mismo camino por las escaleras. Fui directamente a mi dormitorio. Deacon estaba de pie, sosteniendo las cortinas abiertas, mirando por la ventana. Me pregunté vagamente si Milagros había regresado y estaba montando guardia. No tuve la oportunidad de preguntar. Deacon se movió y me preparé. Se acercó a la cama donde estaba apoyada la bolsa de plástico que llevaba. Agarró las asas y se acercó a mí. No moví ni un músculo. Se detuvo a medio metro frente a mí y levantó la bolsa entre nosotros. —Cualquier cosa que quieras, te la daré. Mi corazón se detuvo. —No lo hagas —susurré.
»La escuchaste —afirmó y sacudió la bolsa hacia mí—. Cualquier cosa que quieras. Pruébame, Cassidy. Mi mano se levantó y no se lo ordené. Antes de que pudiera arrebatarla, Deacon enganchó las asas en mis dedos y se curvaron, agarrando la bolsa. Luego dio un paso hacia atrás, hacia la cama. »Mira en la bolsa y pruébame, Cassidy.
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No dije nada.
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—¿La escuchaste? —preguntó.
Mi cabeza se inclinó y miré en la bolsa. Contuve mi reacción en las variadas formas en que vino a mí (y las formas eran variadas) cuando vi las cuerdas de terciopelo en la bolsa. Lo miré para ver que se había quitado el abrigo, el cual yacía en el suelo, y se estaba desabrochando la camisa. »Son más fuertes que las tuyas, aguantan a un hombre como yo indicó él.
—
—No se puede curar cualquier cosa con sexo, Deacon —le conté. —¿Quieres apostar? —preguntó. —Síp —respondí. —Tú me curaste. Cerré mi boca, sorprendida, conmovida, y tratando de no dejar que eso último penetrara. »Me diste lo que estoy a punto de darte —continuó, apartando la camisa de sus hombros, dejando al descubierto su increíble pecho. Con todo eso, yo estaba tratando de no dejar que otras cosas penetraran, principalmente lo que estaba sintiendo entre mis piernas ante el conocimiento de lo que me estaba ofreciendo (sin mencionar la visión de su pecho).
—Y un espejo —continuó, sacándose las botas con los pies. —Yo… —No soy tan estúpido como para saber que ganaría cada pelea, pero me enseñaste que podía cuidar de una mujer de nuevo. Me enseñaste que podía ser de fiar para ella. Me enseñaste que podía hacerla reír y sonreír, y me devolviste cómo se siente, hacer eso por una mujer que amas.
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Parpadeé.
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»Confiaste en mí —insistió—. Confiaste en mí por completo, aceptándome a mí y a mi mierda y creyendo en mí. Pero demostraste qué tan profunda es esa confianza al confiar en mí con ese dulce cuerpecito tuyo, permitiéndome darte lo que necesitabas, dejándome abrir un mundo para ti. Me diste ese regalo. Luego me dejaste darte un lavabo.
No podía responder. Todo lo que podía hacer era dejar que la parte de mujer que amas penetrara profundamente, impotente para luchar contra eso y al mismo tiempo pensando, Dios, ¿qué le había hecho su esposa? Sus manos fueron a su cinturón. »Me demostraste que una mujer fuerte no necesita cuidados, pero de todos modos se siente bien cuidar de ella. Mejor, tienes que luchar por ese privilegio. Me enseñaste un montón de cosas, Cassidy —terminó y luego bajó sus jeans. Se enderezó y estaba duro, hermosamente grueso y duro, y mi boca se hizo agua. Mis ojos se dispararon desde su polla a él cuando susurró: »Pruébame, nena. —¿Quieres que te ate a la cama? —No. —Negó con la cabeza—. Quiero que hagas lo que quieras hacer. Me quedé mirándolo. Me había abandonado. Seis meses, nada, dejándome creer que estaba casado y yo era una adúltera inconsciente, pero una adúltera a pesar de todo. Sacó toda su magnificencia y me hizo sentir más sola de lo que nunca me había sentido en mi vida, sola de un modo que la sensación tensó cada músculo, cada tendón, haciéndolo difícil de mover, ocupándome de mi rutina diaria, todo el tiempo obligada a luchar contra eso solo para poder respirar.
Escuché la tuya. Un millón de malditas veces, escuché eso. Se quedó allí, Deacon, desnudo y erecto frente a mí.
Hermosa guerra. Mi voz se movió a través de la habitación. —Quiero atarte a la cama.
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más.
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Debería decirle que quería que se marchara y que no volviera nunca
Sin perder un segundo, se giró y se metió en la cama. Mis rodillas se debilitaron. Vi con sorpresa, el asombro, la calidez y el entusiasmo mientras el jodido Deacon se acomodaba de espaldas y volvía sus ojos a mí. —Lo que quieras, cariño —dijo suavemente. Dios, ¿estaba haciendo esto? Me acerqué a la cama. Estaba haciendo esto. Me puse de pie a un lado y tiré de las cuerdas. No sabía lo que hacía. Me encontraba demasiado concentrada en otras cosas para prestar atención cuando lo hizo para mí, pero me metí en la cama. Al instante me ofreció su brazo. Mis entrañas empezaron a expandirse. Tomé su muñeca y lo até a la cama lo mejor que pude, tirándole con fuerza cuando lo sujeté. El nudo no se movió. Sin caricias, ni besos, mis ojos nunca alcanzaron su rostro, hice lo mismo con su otra muñeca y sus tobillos hasta que estuvo amarrado, extendido ante mí. Contemplándolo, su poder y su belleza atada allí para mí, experimenté el temblor que ponía fin a todos los temblores, pero luché por eso también.
—Me has hecho daño —susurré. —Lo sé, Cassie —susurró de nuevo. —Puedo hacerte daño ahora —dije, apretando mi puño sobre su polla. Apretó sus dientes con mi agarre, pero retuvo mi mirada y relajó su mandíbula para responder:
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Me incliné sobre él, mi cabello ocultándonos.
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Moví mis rodillas a su lado y contuvo el aliento antes de agarrar su polla mecánicamente, escuché su gruñido, y finalmente miré a su rostro.
—No lo harás. —¿Estás seguro? —Amor es confianza, Cassie, tú me enseñaste eso. Mis entrañas se expandieron, justo cuando mi corazón comenzaba a sangrar. —¿Ella no lo hizo? —pregunté en voz baja. —Ella me enseñó al revés. Me quedé mirándolo, directo a los ojos, y entendí eso como verdad. Y el dolor de ese conocimiento era tan inmenso, me moví y mi cabeza cayó, poniéndose en su pecho porque no podía sostenerla. Él la amaba. Ella lo rompió. Y luego me encontró. Luchó contra eso. Me dejó porque ella no lo dejaría ir. Así que encontró una manera de dejarla ir y regresó. Tomé mi decisión. Lo solté y salí de la cama. Me quité la ropa mientras observaba.
Gruñó. Chupé, lamí, deslicé, tirando de él dentro y fuera, dándole todo. —Joder, Cassie —gimió. Deslicé su polla dentro y fuera de mi boca y miré su cuerpo.
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Cuando su cuerpo se tensó, sus ruidos hambrientos, me coloqué entre sus piernas, envolví mi puño alrededor de su polla, y lo llevé a mi boca.
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Luego me uní a él de nuevo en la cama y comencé a darle lo que me dio. Todo lo que podía alcanzar. Besando. Lamiendo. Chupando. Mordiendo. Acariciando.
Tenía su cabeza levantada así podía ver. Sus brazos extendidos, sus bíceps abultados, las venas de sus antebrazos latiendo, su rostro lleno de hambre. Miré a sus ojos.
Pruébame. —Si quiero algo, me lo darás —susurré. —Sí —dijo entre dientes. Lamí mis labios y luego moví mi lengua a la base de su hinchada polla, ahora apoyada en su estómago. Deslicé mi lengua hasta la punta. La cama se movió con sus sacudidas cuando terminé y el gruñido retumbó profundo, sonando como si viniera de sus entrañas. Sí. Quería algo; él me lo daría. Atado a la cama, que demostraba eso a mí. Puse un fino dedo contra su ano. —Quiero esto. —Tómalo —dijo inmediatamente. Negué con la cabeza, me incliné y lamí su polla ligeramente, una vez, dos veces, una vez más, y conseguí otro gruñido. Luché contra el pulso entre mis piernas y lo miré de nuevo. Luego fui por ello. —Penetrarte.
No dijo que no.
No dijo que no. Pruébame. Lo estaba probando. Y él se probaba a sí mismo por mí.
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Dios mío.
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—¿Vas a hacerme una mamada completa? —preguntó bruscamente.
—No, pero voy a chuparte —respondí con cautela. —Entonces móntame. —Ese era mi plan. —Lléname, Cassie, luego seguiremos adelante con eso. —Eres mandón para ser un hombre atado a una cama —señalé, haciéndolo con ligereza y milagrosamente, considerando que sentía el área entre mis piernas empapadas solo con la idea de tomar su culo. —¿Crees que en este momento no destrozaré tu cama para desatarme y enterrar mi polla en ti, lo que me has estado haciendo, seis meses sin tu cuerpo, seis meses sin ti, seis meses de nada, piensas mal. Penétrame. Chúpame. Y fóllame. Él no decía que no. Y no perdería esta oportunidad. —Lo tienes, cariño —susurré, luego acaricié su polla desde la base hasta la punta con mi lengua antes de moverme a la cama. No tenía idea de lo que hacía, excepto tomar lo que me hizo como una guía.
Dejé de rodearlo. »¿Listo? —Hazlo —espetó entre dientes. De repente, no estuvo segura. Dijo que haría cualquier cosa por mí; usaba esto para probarlo, para demostrar que tenía su confianza, para demostrar que significaba algo, para
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Regresé a la cama y chupé su polla mientras lo preparaba con lubricante. Cuando lo tuve listo, envolví mi mano alrededor de su polla, manteniéndolo en mi boca mientras rodeaba la punta con mi lengua y apretaba la punta del dilatador en su culo.
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Así que hice un trabajo rápido de conseguir lo que necesitaba (algo que había dejado cuando me dejó, pensé cruelmente; ahora me alegré de que no tuviera que correr a su camioneta, porque eso sería una mierda).
probar que mi confianza significaba algo para él, para demostrar que me amaba. ¿Pero era eso cualquier cosa en el sentido de hacer algo que él no quería? —¿Quieres esto? —Hazlo —retumbó. Apreté un poco. Su cabeza cayó hacia atrás, la cabecera se movió adelante y se estrelló contra la pared. Tal vez eso no era bueno. Lo saqué, llamándolo: —Deacon. Su cabeza se levantó, sus ojos ardían, su rostro lleno de necesidad. Ante la vista, mis pezones se tensaron y mi clítoris latía. —Penétrame, chúpame, y fóllame, Cassidy. Puse la punta en él de nuevo. —Dime cuando estés listo para más. —Empújalo. Parpadeé. »Empújalo, Cassidy. Lléname y chúpame.
—¿Estás seguro? La cama se movía con sus sacudidas. —Llena… me. Sostuve su mirada y lo empujé.
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Todo mi cuerpo se estremecía.
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Dios mío.
Su cabeza se disparó hacia atrás de nuevo y su gruñido resonó por toda la habitación mientras la cama se movía otra vez con la violencia de su reacción. —Dea… Su cabeza se impulsó hacia adelante. —Chúpame. Me incliné hacia él inmediatamente. Lo sentí tenso a mí alrededor, convencida de que la cama se rompería, todo su limitado poder luchando por ser desatado. Añadí una mano y lo acaricié duro mientras lo chupaba con fuerza, y cuando lo hice, conseguí un profundo gemido. Le gustaba esto. Disfrutaba de esto. Ese conocimiento me afectó tan profundamente que estuve a punto de poner mi mano entre mis piernas o renunciar y montarlo cuando su voz vino a mí, gutural. —Retuércelo. Levanté mi mirada hacia él pero continué trabajando en su polla. »El dilatador, Cassie, dame más. Mastúrbame, chúpame, y retuércelo. Mis regiones inferiores convulsionaron, pero hice lo que me pidió y observé caer su cabeza de nuevo. »Demonios, sí. Sigue haciendo esa mierda, nena. Joder.
Dios, ¿era esta belleza lo que sentía cuando él me hizo esto? Él dijo que lo era. Dijo que lo conseguiría cuando lo tuviese.
Así que lo conseguí. Lo observaba, lo escuchaba, lo chupaba, lo masturbaba, retorcía el dilatador, mi sexo ahora palpitando. Deacon a mi merced, Deacon tomando lo que le estaba dando, exigiéndolo, disfrutándolo.
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dando.
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Oh, sí, le gustaba mucho esto, disfrutaba totalmente de lo que le estaba
Tomé la oportunidad, saqué el dilatador, estirándolo alrededor de la parte bulbosa, luego empecé a acariciarlo suavemente con ello. La cama se movió de nuevo con sus sacudidas y su cabeza se levantó. Más necesidad. Más hambre. Dios.
Dios. Era un milagro que no me viniera con una sola mirada. —No… te detengas —gruñó, su voz áspera con las emociones en su rostro. Lo follé suave, mientras estimulaba y lo chupaba duro. Su cabeza cayó hacia atrás de nuevo y sus piernas se tensaron poderosamente contra las cuerdas de una manera que pensé que la cama se rompería. Lo estaba perdiendo, penetrándolo, hundiéndoselo, todo eso con más fuerza, más rápido, cuando su cabeza se levantó de nuevo. —Empújalo y móntate. Ahora, Cassie. Con cero vacilación, hice lo que dijo, y cuando me encontré en posición, bajé rápidamente, llevándolo profundo, mi cabeza cayendo hacia atrás en la magnificencia de lo que me llenaba. Dios, lo extrañaba. Todo. Todo de él.
De nuevo hice lo que me dijo, montándolo salvajemente, desistiendo, gimiendo, maullido, lloriqueando, una mano yendo a mi pecho para rodar mi pezón, el otro entre las piernas para trabajar mi clítoris. —Toma lo que necesitas, cariño, rápido como puedas para que te vengas.
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—Móntame salvajemente —ordenó.
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Cada centímetro.
Bajé la mirada hacia él, todo ese poder contenido en mí, todo lo que sabía que me había dado, y lo follé más fuerte. —Necesito que te vengas —dijo entre dientes apretados, todo su cuerpo se tensó de una manera que realmente podía verlo. —Entonces obtienes lo que necesitas —susurré, embistiendo sobre él, arqueó su espalda y se vino. Lo hice moviéndome en él. Le gustaba cuando montaba su semen y me daba lo que me gustaba cuando me encontraba unida a él. Le devolví el favor. Se había estado conteniendo. Supe esto cuando escuché su gruñido orgásmico mezclándose con mi lloroso gimoteo mientras ambos lo hallábamos al mismo tiempo. Y fue maravilloso. El mejor que he tenido. Pero, de nuevo, con Deacon, siempre lo era. Dejé caer mi cabeza hacia delante, apoyando una mano en su pecho y arrastrándola ligeramente a sus abdominales. Todavía me movía, lentamente, tomándolo y deslizándolo, viendo nuestra conexión. Había estado en lo cierto. Podría hacer esto por toda la eternidad, observándome mientras lo tomaba. Fue hermoso.
Fue un poco difícil retener su polla mientras liberaba sus tobillos, pero por un milagro, sucedió. Apenas conseguí soltar el último amarre antes de encontrarme de espaldas, Deacon sobre mí y aún dentro. —¿Sabes lo que acabo de darte? —preguntó, su voz todavía áspera del sexo.
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Levanté mi cabeza cuando escuché su voz y me moví inmediatamente a hacer lo que me pidió lo mejor que pude. Él nunca me dejaría atada si no lo quería, así que le di lo mismo.
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—Desátame ahora y hazlo sin perder mi polla.
Todas mis entrañas se apretaron. —No te gustó —dije y mi voz era frágil, con un hilo de temor. —Me encantó, jodidamente —dijo claramente. —Yo… uh… —tartamudeé, confundida por la intensidad de su estado de ánimo. —Aún estoy conectado por ti, Cassidy. Parpadeé. —Acostado sobre ti, sentado dentro de ti, mi culo lleno, por ti. Comprendí, mi cuerpo se relajó, y susurré: —Deacon. —Hago cualquier cosa por ti. Hago cualquier cosa por ti y me gusta. Hago cualquier cosa que quieras y casi suplicas por ello. Querías mi culo, te lo di. Te lo daría de nuevo. A nadie, mujer, a nadie le daría eso. Excepto a ti. —Yo… —Confié en ti y me lo diste bien. —Sí —acordé en silencio. —Confías en mí y te lo doy bien. Apreté mis labios pero asentí con mi cabeza una vez. —¿Quieres más? —preguntó.
—Tienes todo de mí, mujer. Acabas de tomar lo último que tenía para dar. He follado tu culo, y esencialmente, acabas de follar el mío. Ahora estoy acostado sobre ti, lleno con el tapón anal que condujiste profundamente porque eso es lo que querías y te lo di. Te viniste, jodidamente intenso. Hiciste que me corriera, sin dudas más intenso. ¿Vas a querer eso de nuevo? Absolutamente.
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Mi cabeza decidió por mí y asintió otra vez.
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No estaba segura lo que quería decir, pero aun así, no sabía si podía tomar más, fuera lo que fuera.
—Sí —dije con una exhalación. —Entonces te lo daré. Te lo daré y te encantará cada minuto. Sin límites. Esos somos nosotros, Cassidy. Eso es lo que somos. Eso es lo que ambos estábamos buscando. Eso es lo que me diste. Eso es lo que quieres de mí. Esa es la manera que tiene que ser. Eso es lo que comenzó en la mesa de tu cocina. Todo lo que estaba reprimiendo se soltó y te di Deacon en tu mesa y lo quisiste. Me quisiste a mí. Por eso necesitaba que me llamaras Deacon, porque me estaba aferrando a esto, aferrándome para dártelo a ti, libre de la basura que me estaba sofocando. De repente sintiéndome limpio con mi Cassie. Luego, al siguiente jodido día, la jodí, poniendo límites. Ahora se han ido. Oh Dios mío. ¿Estaba diciendo…? Levantó una de sus grandes manos y la apoyó en un lado de mi cabeza mientras bajaba su rostro hacia el mío. —En esta cama, fuera de ella. Desnuda o no. No hay límites. Todo se puede. Nada se contiene. —Presionó sus caderas entre mis piernas y respiró fuerte—. Eres toda mía, Cassidy, cada jodido centímetro. Y soy todo tuyo, de la misma manera. ¿Me entiendes? Esto era demasiado grande, demasiado increíble, demasiado precioso para procesar, pero se forzó en mi cabeza y se estableció allí de todos modos.
Mi nombre es Deacon Gates. Gates. No John Priest.
Todo se puede. Nada se contiene. Sin límites. Lo entendía. —Sí —repetí.
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Y se lo dio a Milagros.
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Me dio eso a mí.
—¿Estás de acuerdo conmigo? Sentí lágrimas picando en mis ojos mientras respondía: —Sí, cariño. —Eres mía. Asentí. »Soy tuyo. Asentí de nuevo. Apretó las yemas de sus dedos y bajó su cabeza aún más cerca. »Es una hermosa guerra, nena. —Bajó tan cerca que las puntas de nuestras narices se rozaban pero sus ojos nunca se apartaron de los míos—. Y… simplemente… gané. Mirándolo a los ojos mientras decía esas palabras, fue entonces cuando comencé a llorar. Se apartó unos centímetros y me dejó, su pulgar haciendo círculos en mi sien, capturando las lágrimas porque estaban allí, pero solo por eso. En su mayoría, solo las dejó caer. Yo también. Deacon me dejó llorar por un rato hasta que terminó con eso. Y supe que había terminado cuando preguntó: —¿Puedo tomar eso como una rendición?
—Entonces tomaré eso como tu rendición. Mis ojos se deslizaron hacia un lado en mi forma de decir “Lo que sea”. »¿Cassie? Lo miré de nuevo. »Nena, tienes trabajo que hacer —me informó.
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Sus labios se arquearon y respondió:
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—No se siente mucho como a rendirse —le dije en voz baja.
—¿Perdón? —Conmocionada como la mierda, se siente bien, pero se tiene que ir, y quiero tu boca envuelta alrededor de mi polla cuando la saques. Sus palabras hicieron que me retorciera debajo de él. »Joder, a ella le gusta por el culo de cualquier manera que pueda conseguirlo. Mis ojos se estrecharon. —Dijiste que también te gustó. Presionó mi cabeza con su mano hasta que la giró y luego puso sus labios en mi oreja. —Dejaré que me pongas el tapón antes de atarte y te trabajaré completa. ¿Estás dispuesta a eso? Me retorcí de nuevo. Deacon besó mi cuello y dijo: »Estás dispuesta a eso. —No estoy realmente de humor para bromas, Deacon —le informé a la almohada. —Bien —respondió, liberándome para que pudiera enderezar mi cabeza y ver sus ojos—. Porque estoy de humor para que mi Cassie envuelva su dulce boca alrededor de mi polla de nuevo, esta vez haciéndolo con mi culo sin un tapón, pero quiero que siga haciéndolo hasta que me corra.
—Entonces tienes trabajo que hacer, mujer. Pero haré que valga la pena, lo vas a hacer sentada en mi cara. Y sucedió de nuevo. Me retorcí. Deacon sonrió.
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—Acabas de correrte.
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Mis cejas se unieron.
Viéndolo así, no pude evitarlo. Lo extrañaba. Y allí estaba, de nuevo. Lo envolví con las cuatro extremidades. Sabía lo que eso significaba. Me lo dijo con sus ojos. Entonces bajó su cabeza y tomó mi boca, dándole a mi lengua una suave caricia con la suya antes de levantar su cabeza de nuevo. —Te quiero envuelta alrededor de mí, nena. Pero quiero tu boca y tu coño, así que muévete, ¿sí? Miré sus hermosos y leonados ojos, apreciándolos, sabiendo que nunca olvidaría la mirada en ellos, y sabiendo en ese momento por lo que estaban brillando, nunca tendría que hacerlo. Entonces dije: —Lo que sea. —¿Cassidy? —¿Qué? —espeté, pero no estaba emocionada. Estaba siendo intratable. —Con todo mi ser, entrañas y pelotas, te amo. No hay nadie a quien preferiría tener. No hasta que tenga ochenta. No hasta el día que muera. Seguí mirándolo antes de estallar en llanto otra vez, (aunque la última vez no estallé, esta vez definitivamente lo hice).
—¿Me amas también, mi Cassie?
Mi Cassie. —Con todo mi ser, vientre y útero, te amo también, Deacon. Con su mano en mi cabeza y su brazo alrededor de mí tan apretados, causaron dolor. No protesté.
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Cuando las lágrimas se tranquilizaron, pero no desaparecieron, sentí sus palabras revolviendo la parte superior de mi cabello.
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Deacon rodó a un lado, tomándome en sus brazos y sosteniendo mi rostro en su garganta mientras lo hacía.
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Había extrañado eso también.
19 Papi Estaba en Casa Traducido por veroonoel, Jane. y Lizzie Wasserstein Corregido por Debs
F
ue después de nuestra sesión arriba, nuestra ducha juntos, que nos habíamos vestido y le había dicho a Deacon que necesitaba llamar a Milagros para hacerle saber que estaba bien. Me había dicho que se mantendría ocupado para darme privacidad mientras hacía la llamada. Bajamos juntos y fui quien abrió la puerta de la cocina para dejar salir a Bossy. Inmediatamente vio a Deacon y comenzó a gruñirle. Entonces debe haber captado su olor porque se detuvo, comenzó a lloriquear, dejó caer su cabeza, y casi se arrastró hacia él. Mi nariz comenzó a picar con lágrimas nuevamente. Deacon se agachó al instante y lentamente le levantó una pata con su mano, murmurando:
Papi estaba en casa. Aparentemente los perros no olvidan. Boss Lady era tan parecida a mí. Corrí a la cocina para darles su momento. Está bien, lo hice para no chillar como un bebé de nuevo. Una vez allí, me puse a hacerle un aperitivo a Deacon.
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Olió su mano, su cola comenzó a moverse violentamente, y saltó sobre él, lamiendo su rostro.
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—Oye, Boss Lady.
Porque, por supuesto, me había dicho que había tomado su decisión de volver a mí, no perdió tiempo, por lo que en su camino no comió.
—Entonces, ¿su nombre es John Priest o Deacon Gates? —exigió saber Milagros a través del teléfono en mi oreja. Mientras Deacon estaba comiendo y estrechando lazos con Bossy, me había puesto una chaqueta, bufanda, y guantes, llevado mi colcha afuera, la había envuelto alrededor de mis piernas, y llamado a Milagros. Milagros no estaba muy feliz con mi explicación de que estaba bien, sobre todo porque venía con la inclusión del hecho de que Deacon y yo estábamos hablando (junto con otras cosas que no le dije) y resolviéndolo. —Su nombro es Deacon Gates —dije en el teléfono. —¿Y cómo es eso, Cassidy? —¿Puedo explicar esta parte después? —le pedí, ganando tiempo porque sabía que la explicación sería incómoda. Solo esperaba que no terminara con la pérdida de una amiga que era importante para mí porque le había mentido— . Y lo haré, lo prometo. Estuvo en silencio por un momento antes de decir: —Tenía un mal presentimiento sobre él y no dije nada cuando te dejó. No te recordé eso. No lo hice porque no necesitabas un recordatorio de que tomó toda la vida de ti y no quería que sufrieras más. Pero ahora, su regreso de la nada teniendo un nombre diferente no me hace sentir mejor, incluso si oigo en tu voz que tienes esa vida de nuevo.
—Sabía que su nombre era Deacon desde antes —admití vacilante. Esto solo trajo silencio. »Lo siento. Realmente lo siento —continué rápidamente—. Pero lo era para mí y vino con límites. Ahora no hay límites, al menos eso es lo que dice, de todos modos. Pero no nos hemos metido en eso y necesitamos hacerlo. Lo único
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Decidí ir por ello.
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Bueno, era bueno saberlo.
que puedo decirte ahora es que lo tuve, al verdadero él, y tú, Manuel y los niños también. Solo usaba un nombre diferente. Oí su suspiro antes de decir: —La gente hace muchas cosas por muchas razones, y esas razones son las razones correctas incluso si otra persona piensa que son equivocadas. Esa otra persona, no vive en sus zapatos. Dios, lo entendía. Me sentía extremadamente aliviada. Luego, desafortunadamente, continuó. »Pero con eso, mi amiga, haces esas cosas y no lastimas a la gente en el camino. Si lo haces, entonces no son correctas. Son equivocadas. —Te escucho. —Espero que hiciera lo que hizo por las razones correctas. —Su esposa tuvo una muerte horrible, Milagros. —Oí su suave jadeo ante esta noticia, pero continué—: Y se siente culpable por no salvarla. Estaba trabajando en ello. Mi opinión hasta ahora es que trabajó en ello y volvió a mí. —Dios mío —dijo suavemente.
Ella era totalmente genial. —Estoy haciéndolo. Lo haré. Lo prometo —le dije. —Está bien, querida. Te creo. Hasta pronto. —Hasta luego, Milagros.
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—Está bien, Cassidy. Pero debo dejarte con esto: la persona más importante en el mundo eres tú. Cualquier cosa que decidas, hazlo cuidando de ti.
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—Sí —acordé—. Ahora, lamento interrumpir esta breve charla porque sé que estás preocupada pero necesito volver a él. Está estrechando lazos con Bossy, y han pasado muchas cosas desde que se apareció, pero hay mucho que decir todavía. Tendremos un buen cotorreo pronto.
Apreté el botón en la pantalla y dejé mi teléfono, fijando la mirada en los árboles cubiertos de nieve. Ahora que la intensidad de la vuelta de Deacon había terminado y estaba sentada en el frío de mi porche —algo que había hecho sola por seis meses, algo que no me gustaba hacer sola por seis meses, ni mucho menos—, todo lo que había pasado, todo lo que me había dado, por gigantesco que fuera, se estaba disipando. Porque tenía razón. Todavía había mucho que decir. Tomé una página del libro de Deacon cuando escuché que se abría la puerta y no me di vuelta para mirar. Escuché sus botas en la superficie, así como las garras de Bossy. Luego vi una taza humeante puesta sobre el brazo de la silla mientras Bossy venía a mí y me olfateaba la mano. Le di algunas caricias y la rasqué, mirando la taza. Era chocolate. Chocolate con malvavisco derretido arriba. No me había olvidado cómo Deacon podía sorprenderme con pequeños actos de dulzura, como ser un tipo malo y poner malvavisco en el chocolate caliente (o hacerlo en absoluto). Pero no podía negar que se sentía locamente bien tenerlo de nuevo. —A la cama, nena —le ordené a Bossy, levantando la taza.
Tomé un sorbo de chocolate, el malvavisco volcándose en mi labio. Alejé la taza y lo lamí. —Sabe “siéntate”, “abajo”, “quédate”, “cama”, “ven”, “quieta”, “sé buena”, “baja las escaleras”, “sube las escaleras”, “hazte la muerta” y “trae” —compartí— . Es genial con el trae. Le encantan los discos voladores.
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—Está entrenada —oí a Deacon decir, sabiendo que estaba sentado detrás de mí.
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Fue a grandes zancadas hasta la gran cama para perro que tenía en el porche junto a la barandilla frente a las sillas sobre donde había arrojado una vieja manta de franela. Era su lugar en el frío cuando yo estaba afuera así podía estar conmigo.
No dijo nada y sentí la pesadez que vino con él, supongo, debido al hecho de que no estuvo allí para enseñarle todo eso conmigo. Di una respiración. Antes de que pudiera preguntarle, Deacon me lo dio. —Crecí en una granja en Iowa. Cerré mis ojos con fuerza, esas seis palabras lavándome, repeliendo el frío de enero. »Mi abuelo era un abogado —continuó, y abrí mis ojos—. Lo enojó mucho que mi papá no siguiera sus pasos. Pero papá quería ser un granjero así que compró una granja y se convirtió en un granjero. Encontró a una mujer que lo quisiera como viniera, pero a pesar de eso, a ella le encantaba la vida. Tomé otro sorbo de chocolate mientras Deacon hacía una pausa y sostuve mi taza frente a mí con mis dos manos enguantadas mientras continuaba. »No quería ser un granjero. Tenía una hermana menor, tampoco le importaba esa mierda. Papá estuvo decepcionado pero había sido un hijo que hizo su propio camino. También era un hombro que no empujaría a su hijo a hacer su camino porque había hecho lo mismo. Tenía una hermana.
Hizo una pausa. Esperé. Continuó.
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»Jugué al fútbol en la secundaria. Eso fue en los días donde no escogías un deporte y lo entrenabas todo el año, así que también tiraba discos y jabalinas en la pista y el campo. Cuando tenía dieciséis, conseguí un trabajo techando durante el verano. Lo hice cuando tenía diecisiete también. Me gustaba. Me gustaba ser parte de la construcción de algo. De arreglar algo. Ver mi trabajo hecho frente a mí al final del día. Entendí que era mi vocación incluso si, al mismo tiempo, no entendía realmente qué era una vocación.
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No dije nada. Solo tomé otro sorbo.
»El hombre que era dueño de la empresa constructora en la que trabajaba se encariñó conmigo. Me dio un trabajo fuera de la escuela. Si no me hacía cargo de la granja, papá quería que fuera a la universidad. Tampoco hice eso. No le gustaba pero entendía. Me gradué un sábado, fui a trabajar un lunes, me mudé de su casa al final del verano. Lo entendió. Tenía que ser mi propio hombre y no gastaba mi tiempo siéndolo, así que también lo respetaba. Eso era bastante sorprendente. Deacon no me dio la oportunidad de compartir eso. »El tipo para el que trabajaba —continuó—, tenía tres hijas, ningún hijo. Así que cuando dije que se encariñó conmigo, quise decir que me ayudó y protegió. Mirando hacia atrás, me estaba preparando para asumir el control de lo que había hecho. Me enseñó todo sobre la construcción: instalación eléctrica, fontanería, trabajos de cimentación, arquitectura. Aprendí todo en el trabajo, pero lo aprendí. Así fue como supo cómo poner las canaletas, que mi techo necesitaba tejas, y cómo esbozar un mirador, sin tener ningún problema en construirlo. Hubo un cambio feliz sucediendo dentro mientras todas las piezas de Deacon comenzaban a encajar. »Su nombre era Jeannie —dijo suavemente y ese cambio se detuvo mientras mi estómago se enrollaba. No habló por un momento y luego se lanzó de nuevo.
—¿Desapareció? Volvió sus ojos hacia mí. —Sí, Cassie. Despareció. —Dios mío —susurré. —No es una historia bonita. Ya había dicho eso y supe que tenía que serlo, con ella estando muerta.
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Conmocionada con sus palabras, mi cabeza se inclinó hacia un lado para mirarlo.
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»La conocí y todo era de la forma en que se suponía tenía que ser. Cada segundo. Hasta que desapareció.
Pero ahora parecía peor. No podía imaginarme que alguien que amara desapareciera. Me volvería loca. Sí, absolutamente, todas las piezas estaban encajando. Solo que ya no me gustaba la imagen que estaban formando. Miró de nuevo hacia los árboles. Hice lo mismo y tomé otro sorbo de chocolate, chupando el malvavisco derretido, haciéndolo súper dulce. Fue bueno que lo hiciera. No lo sabía entonces, pero necesitaría el dulce para pasar por el resto de lo que Deacon iba a compartir conmigo. »La conocí en el bar —me dijo Deacon—. Cliché, pero funcionó para nosotros. Era bonita, no hermosa como tú, pero definitivamente volteaba cabezas. Cada vez que la miraba, la atrapaba mirándome. Apartaba la mirada, pero sabía que estaba interesada. Pensé que sería bonito porque lo era, chica linda, chequeándome, tímida de que la atrapara haciéndolo. Hizo que me acercara, le dijera alguna vieja línea para conquistarla, se la tragó. La invité a salir. Dijo que sí. Comenzamos a salir. Nos hicimos exclusivos. Nos enamoramos. Le pedí que se casara conmigo. Tres meses después, nos casamos en una enorme boda. Lo mire de nuevo, sorprendida de mi tono. —¿Tres meses?
Apartó la mirada y levantó sus botas hacia la barandilla. Bossy levantó su cabeza cuando lo hizo, lo miró, olió el aire frío, y se recostó de nuevo. »Hice eso y tuvimos una buena vida —dijo pensativo—. Era bonita. Se vestía bien. Tenía un buen trabajo. Le gustaba divertirse. Le encantaba el sexo. Me hacía reír. Dejaba que la hiciera reír. Actuaba como si el mundo comenzara cuando pasaba por la puerta de noche. Actuaba como si el mundo acabara cuando me iba en la mañana. Veinticuatro años, tan jodidamente joven, lo
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—Sí. Tenía veinticuatro entonces, no sabía una mierda sobre bodas, no tenía idea de lo precipitado que era. Mi mamá sabía. Mirando hacia atrás, creo que la inquietó. En ese momento, no creía en nada salvo la luna de miel, traer a mi chica a casa, y construir una vida.
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Me miró.
único que sabía era que tenía una bonita, dulce y divertida chica con mi anillo en su dedo que sentía mucho por mí. Me sentía afortunado. Mi garganta estaba haciendo cosquillas pero luché con otro sorbo de chocolate. »Me hacía galletas. Mi cuerpo se quedó inmóvil con esas palabras. »Todo el tiempo, teníamos galletas caseras en la casa. Cada tipo que puedas imaginar. No las comía. Las hacía para mí porque me gustaban. A veces, si una construcción estaba cerca de su oficina, me traía el almuerzo con una lata de galletas para mí y los chicos del trabajo. Fue entonces que recordé cuando le había ofrecido galletas a Deacon.
Absoluta y jodidamente no, había dicho. Hice una nota mental de jamás hacerle galletas y pregunté: —¿Qué hacía? —Era recepcionista en un lugar donde subcontrataban la colocación de tuberías. Hacía dinero decente, para su edad, un año más joven que yo. Yo hacía dinero decente. Estábamos viviendo la vida. Un año luego de nuestro casamiento, pensé que era momento de dar el siguiente paso. Así que le dije que quería que pensara en hacer un bebé. La mirada de Deacon estaba en los árboles. Deslicé la mía allí también y bebí más chocolate.
»Vi nuestro futuro y supe cómo sería —dijo—. Quería cómo sería. Estaba dispuesto a trabajar para hacer que sucediera. Así que lo supe, si hacíamos un bebé teníamos que estar preparados. Vivíamos en un apartamento con dos dormitorios que no era lugar para criar una familia. Necesitábamos un hogar. Hablé con Jeannie, estuvo de acuerdo. Necesitábamos un pago inicial, y nuestros padres pagarían, lo sabíamos, pero no era ese hombre. Así que hablé
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Imaginé que no estaba equivocado, pero su voz decía que no estaba bien. Estaba contemplando de nuevo, pero esta vez, era lejano, como si hubiera algo más profundo en esas palabras, y me tensé ante el sonido de ellas.
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»No tuvo que pensarlo. Estaba dispuesta. Y fuimos por ello. Trabajamos en ello todo el tiempo. No era trabajo duro, tratar de hacer un bebé.
con mi jefe. Hice horas extra. Siempre horas extras en las construcciones disponibles. Me iba de casa a las siete, volvía a casa después de las ocho, a veces más tarde. Trabajaba los fines de semana. En aquel entonces, yo estaba trabajando, y cuando no estaba trabajando, estaba comiendo galletas, o follando a mi esposa. Buenos tiempos. Su voz no cambió, excepto por un hilo de sarcasmo en las últimas dos palabras, pero supe instintivamente que aquí era donde la historia se ponía fea. Me puse más inquieta y luché contra moverme en mi asiento. »Ella tenía tiempo y era buena en ello así que cuidaba de nuestras cuentas bancarias, balanceaba los talonarios de cheques, pagaba las cuentas. Yo nunca miraba nada de eso. Hasta que un día, vi un estado de cuenta bancaria metido en el tarro de la basura donde guardaba esa mierda. El balance no estaba ni cerca de donde debería estar. Le pregunté sobre esto, se asustó. Dijo que había hecho un préstamo a un amigo con problemas de dinero y no quería decírmelo porque pensó que diría que no o me enojaría si sabía que lo hizo sin preguntar. Dijo que iban a devolver el dinero. Estaba tan fuera de sí de pánico, le dije que si devolvían el dinero me importaba una mierda. Era así con sus amigos. Muy cercana. Haría eso por cualquiera de ellos. Un par de meses después, devolvieron el dinero. Dejé escapar el aliento que no sabía que estaba conteniendo.
No esperé mucho tiempo. »Meses después, estábamos cerca de tener dinero suficiente para el pago inicial de la casa, el trabajo era una locura así que no estaba llegando a casa hasta al menos las nueve la mayoría de las veces. Todavía no estaba embarazada y estaba listo para abordar el tema con ella. Me estaba analizando a mí mismo. Estaba sobre estimulada y apagada y sabía por qué. Un día que
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Quedó en silencio y no apresuré. Solo tomé otro sorbo de chocolate, tomando una suave nube de malvaviscos. Tragué y esperé.
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»Pero no se estaba quedando embarazada. En mi chequeo anual, le pregunté sobre ello a mi doctor, dijo que deberíamos intentar por un año antes de mirar. No había pasado un año así que no dije nada. No quería culparla. Estaba actuando malhumorada de todas formas e imaginé que era lo mismo para ella que para mí, que estaba inquieta sobre la razón por la que no habíamos hecho un bebé.
estaba volviendo a casa temprano para llevarla a cenar para tener esa plática, cuando llegué a mi casa, mi mujer se había ido. Volví la mirada hacia él pero no dije nada. »Se fue —dijo a los árboles—. Completamente, y por eso no me refiero a que se llevó su ropa y sus cosas. Dejó todo, incluso su bolso y teléfono. Solo Jeannie se había ido. Poco a poco, volvió la cabeza hacia mí. »Y enloquecí. También lo haría.
Cualquiera lo haría. —Por supuesto que sí, cariño —le dije suavemente. —Pensé que había sido secuestrada. Oh Dios. —Deacon. —Completamente aterrorizado. Nada se había roto en la casa y su auto se encontraba allí, cartera, teléfono. ¿Qué mujer se va sin su bolso? —Ninguna de nosotras —le contesté cuando dejó de hablar.
—Por supuesto —estuve de acuerdo. Me miró. —Hay una razón por la que no lo hacen, Cassidy. Apreté los labios.
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—Cerca de la medianoche, no apareció, había llamado a sus amigas, sus amigos, sus hermanas, su jefe, fui a la policía y les dije que ella se había ido. Me dijeron que tenía que haber desaparecido un rato más antes de que pudieran hacer algo. Creía que era jodidamente inútil. Un hombre conoce a su esposa, sabe que no está en el lugar donde se supone que debe estar, con alguien que ella conoce, deben cuidarla.
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Volvió a mirar a los árboles y no me respondió. Siguió contando su historia.
»Sabían que había un montón de malditas formas en que un hombre puede no conocer a su esposa. Los siguientes días, semanas, meses, descubrí que no sabía nada sobre Jeannie. —¿Qué fue? —susurré, sin querer saber, pero necesitando que él se sincerara. No porque sentía que era mi derecho a tenerlo. Debido a que tenía que dejarlo ir. Miró a los árboles. —Empezó a fumar cuando tenía doce años. Consumía ácido y éxtasis cuando tuvo catorce años. Inhalaba coca antes de estar en la preparatoria. Buena familia, dos hermanas que eran unidas, no sé por qué coño hacía esa mierda, solo sé que lo hizo. También sabía que podía ser frágil, sentía más profundamente que otras personas, y viendo las cosas más claras ahora, no era en una forma saludable. Tuvo tres intentos de rehabilitación entre los quince y diecinueve años. Ellos creyeron que el último funcionó. —Contuvo el aliento y terminó—: Estaban equivocados. —¿Usaba drogas? —pregunté estúpidamente y me devolvió la mirada. —No sé qué lo causó —dijo, sin contestarme porque mi pregunta no necesitaba respuesta—. No sé si fue por pedirle un bebé y que se diera cuenta que no le gustaba la idea. Pero volvió a la coca. Ese dinero que faltaba, era por su causa. Y Cassidy, aquí es donde se pone feo. ¿No era ya feo? Ne le pregunté eso. Insté:
Parpadeé.
¿Prostituyéndose? Como, ¿dormir con hombres por dinero? ¡Dios mío! No le pedí a Deacon que confirmara eso, pero todavía seguía hablando.
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—Ella recuperó ese dinero prostituyéndose.
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—Dime.
»Consumía coca delante de mis narices, y sin ningún jodido doble sentido. Para que no lo averiguara, pagaba por ello de la única manera que podía, chupando pollas y follando por dinero. Bueno, era seguro decir que era en serio horrible. —Cariño —susurré. —Sus amigos, obviamente, sabían que tenía un problema. Sus hermanas sabían. Me enteré cuando no fue a trabajar y no volvió a casa durante días y finalmente la policía se involucró. Nadie se sorprendió. Estaban tristes. Estaban preocupados por Jeannie. Lo lamentaban por mí. Pero nadie se sorprendió. Nadie más que sus jefes… y yo. —¿No te lo dijo? —No. —Sus padres, amigos, hermanas, ¿cuándo llamaste para decir que estaba perdida? Se inclinó un poco en mi dirección.
—Nadie me lo dijo. —Yo… no lo puedo creer. Eso es una locura. —Es una maldita locura —estuvo de acuerdo—. Los policías escucharon su historia, pasaron de buscar a no hacer el esfuerzo. Nada. Adicta perdida. Se lavaron las manos. —Volvió a mirar a los árboles—. Yo no lo hice.
Dios. Nunca debí haberle ofrecido galletas. »Así que fui a buscarla. Finalmente dejé mi trabajo. Mi jefe, buen hombre, puso mucho esfuerzo en mí. Estaba preocupado por mí, devastado, pensó que desperdiciaba mi vida por una mujer con un problema que no podía arreglar. Me dijo esa mierda. Le dije que se fuera a la mierda. Papá hizo lo
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»La amaba —dijo en voz baja, su voz ahora era melancólica, y mi corazón se apretó—. La quería, sin importarme un carajo que tuviera un problema, la echaba de menos, quería cuidarla. Quería arreglarla. Obsesionado con hacerlo. Cegado con esa necesidad. La quería de vuelta en mi cama. Su sonrisa. Hacerla. Hacerle malditas galletas.
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Oh Dios.
mismo. Él y mi madre estaban preocupados. Trataron de convencerme de lo contrario. Les dije que podían irse a la mierda también. Fui a buscarla. Hundido en un mundo que, en el lugar donde mi cabeza se encontraba, era bienvenido para mí, y me pasé años buscando a mi esposa. Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza. »La encontré, Cassie. Ante este nuevo tono, mis ojos se abrieron, y mi cabeza se levantó al ver que me estaba mirando. »La encontré. Y, nena, lo necesitas todo, te lo daré todo. Pero voy a decirte ahora, no quiero darte eso. No quiero que sepas que esos problemas tan extremos y feos existen en este mundo. Quiero que me dejes protegerte de eso. Te diré que estaba loca, pasó de coca a la heroína, llegó a un punto que no podía vivir sin ella por lo que haría cualquier cosa para conseguirla, y para poder tenerla, golpeó la parte más vulnerable de la parte más vulnerable. Traté de sacarla. Logré que me dieran una paliza, a punto de morir en un callejón. Tomé aliento. »Seguí tratando. Me dispararon. ¡Dios mío! —Deacon —susurré. —Seguí intentando. Tuvo una sobredosis. Murió. Ellos arrojaron su cuerpo y sus padres tuvieron que enterrarlo. Pero yo no estaba. Lo que vi, lo que había hecho, a quien había conocido, con la que hice promesas, me perdí en ese mundo, le pertenecía a ella, y ella murió, Cassie, pero nunca dejé ese mundo.
Me incliné hacia él. —No estabas perdido, Deacon. Te llevó con ella. Su mirada atrapó la mía y él asintió. Luego dijo:
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—Nena, lo estaba hasta hace unas tres horas.
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—No estabas perdido.
—Ella lo hizo. No lo entendí hasta que Raid me molestó al mostrármelo a la cara. No lo procesé y superé hasta que oí esa canción que te di. Pero, y es importante que entiendas esta parte, Cassie, pudo haberme arrastrado, pero fui yo quien se quedó allí. —En una escala de uno a diez, ¿cuán malo fue cuando la encontraste? —Siete millones seiscientos mil y veintitrés. Tragué saliva y supe por su rostro que no bromeaba. Ni siquiera cerca. Dios mío. Respiré y lo solté. —Tu mujer que te amaba y quería construir una vida y una familia teniendo un problema con las drogas desde antes de casarse, nunca te dijo de eso, comenzó a usarlas de nuevo, y no te lo dijo tampoco. Tuvo sexo por dinero para pagar su hábito, mientras aún vivía contigo, estaba casada contigo, y supuestamente trataba de tener un bebé contigo, todo esto mientras te encontrabas lejos de ella para ganar dinero para comprar una casa para tu familia que estaba por venir, algo con lo que estuvo de acuerdo. Entonces te dejó, eligiendo las drogas sobre ti. ¿Es eso cierto? No se perdió. Se fue. —Se fue —confirmó. —¿No dejó nota, ni siquiera señales de humo? —pregunté. Negó con la cabeza.
Volvió a mirar a los árboles. —No fue mi más brillante idea. —Eso es tan hermoso, quiero llorar de nuevo —declaré y el apartó los ojos para mí—. Pero no me dejaré hacerlo porque mis mejillas están frías y no quiero que se congelen.
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—Y aún con todo eso, pusiste tu vida en peligro para encontrarla y arreglarla, esto terminó contigo en extremo peligro y casi perdiendo la vida dos veces por hacer eso.
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—Nada.
—Cassidy… —Y ahora no puedo hacerte galletas, lo que es una mierda. Me gustan las galletas. —Mi voz se elevó y Bossy levantó la cabeza a causa de ello, por lo que tiré de la correa. —Cass… —Si ella estuviera viva, la mataría —anuncié. Su cabeza se sacudió y empezó: —Mujer… —Lo digo en serio, Deacon. —Veo eso, Cassidy. Pero no estás entendiéndome. Yo vivía en ese mundo. Hice cosas. Cosas que… —No me importa una mierda —le espeté y sus cejas se juntaron mientras su cabeza se sacudía—. Planeaste toda tu vida. Conociste a una chica bonita en un bar que te hizo feliz y lo comenzaste de inmediato, porque sabías lo que querías, igual que yo. Y ella lo odió. Y renunciaste a todo para recuperarla, dándoselo a ella, dándotelo a ti mismo. Lo que tenemos, esa es una hermosa guerra, Deacon. Lo que tenías con Jeannie era una fea guerra. Y en las guerras feas, las cosas se ponen feas. —Estamos hablando de mierda seria, Cassie. —Dijiste que crees en lo que haces —le recordé. —Lo hacía.
—Estoy fuera. Parpadeé. —¿Fuera? —Fuera. Me quedé mirándolo.
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—¿Lo hacías?
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Mi cuerpo se tensó de nuevo.
—Lo último que hice antes de venir fue cortar los lazos —me dijo. Todo dentro de mí, todo lo que yo era, se expandió tanto, que fue un milagro que no explotara el porche. —Nunca vas a irte —susurré. —No. Nunca —respondió con firmeza—. Incluso si te das cuenta del hombre en que me convertí y la compañía que manejo, voy a hacer que entiendas, creas en mí otra vez, y nunca querrás que me vaya. —Ya no quiero que te vayas. Cerró los ojos, la crudeza de sus rasgos se iluminaron por la luz de la ventana de la cocina. Fue una hermosa vista. Luego los abrió. —Lo arruiné, nena. —No me importa. —Quiero darte eso. Necesito que entiendas al hombre en tu cama y por qué ese hombre era yo. Me incliné hacia él sobre el brazo de la silla. —¿Es que no lo entiendes, Deacon? Ya lo entiendo. Y creo. El único momento en que dejé de creer fue cuando no me diste lo que necesitaba para seguir haciéndolo. Lo tengo ahora. Todo lo que necesito. No necesito nada más. —Aquí —gruñó, su expresión cambió de nuevo.
Esa era la manera más hermosa. Totalmente. No fui allí porque estaba saboreando la expresión de su rostro, analizándola a fondo, memorizando cada centímetro. Sin mencionar, que tenía su aquí de nuevo, y tan molesto como lo que era, había extrañado eso también.
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Fiereza con su amor por mí.
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Fiereza.
Deacon se impacientó y me agarró la mano, tirando con fuerza por lo que su tirón llevó mi silla a la suya. Bossy dio un ladrido suave, y con el fin de no dejar caer mi chocolate, lo dejé a un lado y me levanté de la silla. La manta cayó sobre la cubierta mientras me movía hacia él y él movía sus botas de la barandilla. Cuando los puso en la cubierta, coloqué una rodilla en el asiento junto a su cadera y giré la otra pierna, colocando mi trasero en su regazo. Ambas de sus manos se deslizaron por mi espalda, tirando de mí hacia él mientras llevaba las manos a sus hombros. —Era un cazador de recompensas —dijo cuándo me tuvo cerca. —Deacon, no tienes que… —No encontraba gente que se saltaba pagos. Encontraba los malos y los devolvía a chicos peores que me podían pagar en efectivo. Mantuve mi boca cerrada. »Conseguí esconder cuatro millones, quinientos setenta y cinco mil dólares, en efectivo, en lugares seguros en todo el país. Mi boca se abrió. »Le quité la vida a tres hombres —continuó y mis ojos se abrieron—. La caza salió mal, llegó a un punto en que eran ellos o yo, así que me escogí. —Escogería eso también —dije en voz baja.
—Confío en ti. Me quedó mirando un momento antes de murmurar: —Jesús. —Lo hago. Su mirada era más suave, como lo era su tono, cuando respondió:
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—No me gusta esa mierda que pasó, pero esos hombres no eran buenos. Es mucha confianza, pero me tienes que creer cuando digo que el mundo no es un lugar más pobre sin ellos.
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Era como si no hablara cuando él siguió hablando y sabía que tenía que sacar esto.
—Lo sé. Me incliné más cerca de él, levantando una mano, y curvándola alrededor del lado de su cuello. Deacon siguió. —Ese mundo necesita ser contenido, Cassie. Si no se contiene, mujeres como Jeannie son atrapadas por él. Es una guerra que no tiene fin, un trabajo que nunca conseguirá hacerse, un mundo que se escapa cada día, millones de veces al día, en la vida de las personas buenas. Pero hice mi granito de arena para mantener ese mundo contenido. —Lo entiendo, cariño —le dije suavemente. —Cacé una vez —continuó—, no fue por dinero. Mi hombre, Raid, tiene una mujer, buena mujer. Vivió su propia pesadilla, ella lo guió. Algunos hombres la hicieron y lo hicieron mal. Enloqueció. Tuve que contenerlo, tuve que contener la situación, tuve que ayudarlo a enviar un mensaje. Ella estaba fuera de los límites. Trabajando con Knight, Creed, y Sylvie, ese mensaje fue enviado. Asentí. Comprendí lo que decía. »Necesitas saber más. No quería más.
—Los hombres que hicieron lo que hicieron con Jeannie, ya no respiran. —Está bien —le susurré. —No lo hice. Ellos querían hacer daño, internarse en ese mundo para encontrarla, descubrí que tenía habilidades en ese mundo. Las tomé. Me volví malditamente bueno en eso. Por eso me convertí en lo que me convertí y lo hice por dinero. Pero ellos sabían quién era yo. Sabían mi nombre. Lo que le hicieron a Jeannie y ellos sabían quién era, de modo que mi camino en ese mundo
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Sus manos se movieron con el fin de curvar sus brazos alrededor de mí, me dio un apretón, y supe que solo con mis palabras ya le había dado lo que necesitaba.
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—Dame lo que necesitas —invité.
empezó y terminó conmigo, no se filtró a mis padres, mi hermana, tenían que hacerlo. Así que los puse en una guerra, sufrieron durante la guerra, y perdieron la vida en ella. Él decía que no llegarían a Glaciar Lily. —Habría hecho lo mismo —le contesté. Sus labios se arquearon. —Mentira. —Soy una chica fuerte —le recordé. Sacudió la cabeza, el humor iluminaba sus ojos, pero luego se puso serio. —Lo que tienes que tomar de esto es, que nadie me conoce como Deacon Gates. Nadie sabe por qué estaba en ese mundo excepto Raid. Deacon Gates murió con Jeannie y los hombres que trajeron su baja. Nadie siquiera me conocía como Deacon, excepto la familia en la que sabía en mis entrañas que podía confiar. Ellos nunca me decepcionaron. No lo harán. No lo hicieron antes porque elegí a las personas adecuadas para confiar en ellas. Ahora, tendrán un incentivo adicional de no hacerlo porque saben que si lo hacen, eso podría hacerte daño, y despertarían degollados. —Deacon —respiré. —No me malinterpretes. —Su voz ahora era firme pero dura—. Ese mundo no te toca y voy a hacer lo que sea, Cassidy, para asegurarme de que no lo hagan.
Eso era algo genial. —¿Por qué eras difícil de manejar? —le pregunté. —Porque era un muerto andante. Lo quedé mirando. Deacon siguió adelante.
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—Fantasma.
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—Está bien —le dije con dulzura. Entonces, para cambiar de tema, le pregunté—: La gente tenía que encontrarte, conocerte, y llamarte de alguna manera, así que, ¿cómo eras conocido?
»Yo era un frío hijo de puta, fuera de la red, sin vida, sin casa, sin vínculos, sin emociones, todo el mundo lo sabía. Hasta que volví a algunas ruinosas cabañas en las que había estado antes de que estuvieran fuera de funcionamiento. Un lugar perfecto para el mínimo tiempo de inactividad que me permití tener. Un lugar tranquilo. Un lugar en que nadie podía encontrarme. Pero cuando volví, una bella mujer con actitud, increíbles ojos, y labios que quería envueltos alrededor de mi polla estaba peleando con su novio. Qué suerte la mía, más tarde, encontré que era terca, intratable, divertida, fuerte, decía lo que pensaba, le gustaban los perros, estar atada, correrse con fuerza, ser tomada por el culo, y conseguir orgasmos que la lleven al límite. —Él levantó la cabeza de la silla de modo que su cara estaba a centímetros de la mía—. Y me resucitó. Dios.
Dios. La marca de dulzura de Deacon, esta vez amplificada más allá de la imaginación. Nunca me acostumbraría a ello. Porque no podía contenerme más, dejé caer mi cabeza para que mi cara estuviera en su cuello. Me aferré al otro lado de su cuello, empujando mi cara en él, susurrando: —Cariño. —Traté de estar muerto de nuevo cuando te dejé ir, Cassie. La muerte no duele. Intenté hacerlo jodidamente duro. Pero no pude. Vivías en mí.
»Pensaba que mi suerte se había agotado. Finalmente saqué mi cabeza de mi culo, me dirigí de regreso a librar una hermosa guerra, y justo en ese momento tu chica estaba acercándose por el carril mientras yo conducía por ahí. Abrí los ojos, levanté la cabeza y lo miré. —¿En serio?
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Deacon me dio un apretón con sus brazos y siguió hablando.
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Cerré los ojos con fuerza, me empujé más cerca, y me sostuve.
—Jodida mierda de Hollywood, ella corrió hacia mí, pensaba que iba a jugar a sacarme del carril. Frenó en el último momento, deteniéndome, salió de su camioneta y comenzó a gritar. Comencé a reír. Y luego conseguí que Deacon sonriera y sentí alegría. Extrañaba eso también. »Si no hubiera estado sorprendido como la mierda de que pudiera lograr eso sin dañar a cualquiera de los vehículos, y mi cabeza no estuviera llena con conseguirte, habría explotado mis intestinos riendo también, mujer. —En retrospectiva —dije, todavía riendo—. Es muy divertido. Continuó dándome surcos y arrugas mientras estaba de acuerdo: —Síp. Apartó un brazo para que pudiera acunar su mano en mi mandíbula, dedos en mi cabello, y sí, extrañaba eso también. »Se ha ido. Su tono era de nuevo serio, así que me puse seria también. —Lo sé, Deacon —le dije—. Pero Milagros está bastante confundida, no en el buen sentido, sobre…
—Bien. —Cassidy, lo que estoy diciendo es, quieres hacer galletas, las haces para ti y para mí. Joder, podía leerme tan bien. Prosiguió adelante.
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Asentí con la cabeza lentamente.
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—No me refiero a ella. Milagros, Manuel, los niños, voy a hacerlo bien de nuevo. Destrozando mi culo para hacerlo. Lo necesitas. Lo necesito. Son parte de ti, una parte de lo que me diste que me hizo sentir limpio de nuevo. Pero eso no es lo que quiero decir. Me refiero a Jeannie.
»Ella no me controla, ya no. Seguro como la mierda no te controla a ti, nunca más. Te dejé ir, me alejé. Podría haberte mantenido conmigo, pero dejé que la mierda sucediera. Raid me dijo que cuando un hombre arde por una mujer, se pone sobre ella y sigue adelante. Cuando arde por una buena mujer, no lo hace. Lo que no entendí es que ardí, y no por una buena mujer, por una con problemas que permití que me arrastrara hacia abajo. Y yo tenía que encontrar en mí el dejarla ir por eso. No tú. Me tomó un tiempo que eso penetrara, pero finalmente me di cuenta de que nunca sería capaz de dejarte ir, porque no eras lo que yo quería para una buena vida, como Jeannie. Eras lo que necesitaba. Oh por Dios. Tenía que detenerse. No se detuvo. »Pero yo podía dejarla ir. Yo tenía ese poder. Estaba muerta. Era yo el que le daba el poder para retenerme. Así que la dejé ir. Ahora vivimos nuestras vidas. Las vivimos bien. Las vivimos felices. Ella me arrastró por años. —Su mano me dio un apretón—. Ahora estoy de vuelta en la superficie, nena. Contigo. Y ella se ha ido. Mi sonrisa era inestable, pero feliz, cuando se la di, asintiendo con la cabeza. Me acarició la mejilla con el pulgar. —¿Tu familia está enojada conmigo? Mi sonrisa se desvaneció cuando me mantuve asintiendo.
Totalmente. —¿Puedo preguntarte algo? —solicité. —Cualquier cosa.
Cualquier cosa. Mi sonrisa regresó como una pequeña sonrisa. Entonces tomé una respiración profunda.
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Le creí.
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»Voy a arreglar eso también —murmuró.
—Las treinta y ocho mujeres… —dije, dudando. —Pocas antes de Jeannie, la mayoría de ellas después de que ella murió. Mirando atrás, yo estaba subconscientemente tratando de encontrar mi camino de regreso a lo limpio. Ninguna de ellas lo hizo por mí. Así que, como sabes, dejé de buscar. —Lo entiendo. —Bien —murmuró. —¿Y las no demostraciones públicas de afecto? —dije. —¿Qué? —No me tocas mucho en público, Deacon. Eres muy cariñoso, pero no cuando hay otras personas presentes. —¿Tú quieres eso? —Bueno… sí. Si está en ti el darlo. —Te lo daré a ti. —¿Pero no lo hacías porque…? —Yo no lo hacía porque, mis manos sobre ti, tendían a llevar a algo. Lo quedé mirando. —Estoy bastante segura de que puedes controlar tus instintos básicos.
—O cuando estoy caminando por el pasillo en una tienda de comestibles. Empecé a sonreír. Deacon vio mi boca, murmurando: »Veo que ella me entiende. —Yo te entiendo.
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—Oh —murmuré, entendiéndolo.
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—Puedo. Pero mi polla tiene mente propia a tu alrededor. Necesita luchar para no estar dura mientras un niño de diez años me interroga sobre mi vida.
Sus ojos fueron a los míos. —Lo superaré, mujer, me acostumbré a ti. Él estaba bromeando. —Entonces voy a tener que seguir dándotelo bien así no te acostumbras —le repliqué. Su pulgar se deslizó sobre mis labios de nuevo con sus ojos mirándome mientras decía: —Le gusta duro. —Absolutamente. Sus ojos volvieron a los míos y estaban bailando. Me incliné y toqué mis labios con los suyos. Cuando me retiré, pregunté: —¿Cuándo es tu cumpleaños? —30 de septiembre —respondió al instante. Eso se habría apoderado de mí también, de una manera feliz, pero no fue así (bueno, lo hizo, solo que estaba sorprendida). —¿En serio? Sus cejas se unieron. —No hay límites
»No estoy mintiendo, mujer. —Cariño —fue todo lo que pude decir. —¿Qué? —soltó. Yo quería empezar a reírme. No lo hice.
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Él lo sabía. Lo supe cuando gruñó:
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No podía creerlo.
En su lugar, dije: —Ese día es mi cumpleaños también. Me quedó mirando. Luego sonrió. Y todo estaba bien en el mundo. —¿No bromeas? —preguntó. Negué con la cabeza. —Significa mucho para mí, Cassie —murmuró—. Lo sé porque ocho años transcurrieron entre el día que Dios me puso en la tierra y él te puso aquí para mí. Estaba tan equivocado. —No. —No estuve de acuerdo—. Ocho años antes de llegar a esta tierra, él te puso aquí para mí. Sus ojos empezaron a bailar de nuevo antes de que la luz se desvaneciera y su expresión se pusiera seria. —Tengo algo más que preguntarte. —Dispara. Apartó su mano de mi mandíbula para envolver su brazo a mi alrededor otra vez y me sostuvo más cerca con ambos. —Necesito que hables con alguien sobre vigilar a Glaciar Lily. Necesito ir a Iowa, ver a mis amigos, reparar lo que se rompió, y cuando lo haga, quiero que estés conmigo.
Había regresado. Sentí alegría. —Estoy allí cuando estés listo —le contesté inmediatamente. —Joder, te amo —regresó en un poderoso apretón de sus brazos. —Te amo más.
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Sí.
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Sí.
—Eso es dudoso. Entrecerré mis ojos hacia él. —Te amo totalmente más. Sostuvo mi mirada. Entonces se fue al techo del porche. —Ella puede discutir acerca de quién ama más a quién. —Yo te amo mucho más —repliqué. Me miró de nuevo. Luego susurró: —Hermosa guerra.
Hermosa guerra. Lo era, en efecto. No tuve la oportunidad de estar de acuerdo. Deacon deslizó su mano hacia arriba en mi cabello, me atrajo hacia él, y me besó. Él me lo dio todo. Yo se lo devolví. Y nos besamos en la silla de Deacon en el frío en mi porche junto a un río en las montañas de Colorado y lo hicimos un largo, largo tiempo. Sí.
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¡Yupi!
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Papi estaba en casa.
Epilogo Galletas Traducido por ஓ¥anliஓ Corregido por Debs
E
staba en mi vestíbulo, caminando de un lado al otro, Bossy a mi lado jadeando.
Deacon estaba apoyado en el marco de la puerta de la cocina, sus brazos cruzados sobre el pecho, con jeans enganchados a sus caderas y un pie cruzado en el tobillo, mirándome. —Mujer, tranquilízate —ordenó. Me detuve y miré hacia él. Mamá y papá iban a estar allí en breve para cuidar del Glaciar Lily mientras Deacon y yo íbamos a Iowa. Había llamado a mamá y contado que Deacon estaba de vuelta, habíamos resuelto las cosas, y estábamos recogiéndolo donde lo dejamos. Considerando la forma en que yo estaba cuando ellos se presentaron en agosto, esta noticia no le produjo alegría a mi madre.
No era de extrañar que ella cediera. Mamá tenía un buen corazón. Papá no cedió.
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Bueno, no las partes sobre él matando a la gente, sino (la mayoría) del resto. Sobre Jeannie. Sobre él estando en el anonimato. De él siendo llamado Ghost y por qué. Y sobre su lucha cuando procedí a hacer algo sobre lo que realmente no tenía el conocimiento: revivirlo.
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Entonces compartí todo sobre Deacon.
Él tenía un buen corazón, pero una gran parte de ese corazón era mío. Necesitaría algo de persuasión. Con todo y eso, habían acordado venir. Titus iba a cuidar del rancho mientras ellos no estuvieran. Y dado que iban a estar allí en cualquier minuto, estaba teniendo un ataque. —Siento recordarte esto, cariño, pero no estaba realmente en un buen estado cuando ellos se presentaron después de que me dejaste —le dije. Deacon suspiró, se apartó del marco de la puerta, y vino a mí. Aun cuando Bossy trató de llamar su atención, hociqueando su muslo y moviendo la cola frenéticamente, Deacon solo tenía ojos para mí. Levantó ambas manos y ahuecó mi mandíbula, bajando su rostro al mío. —¿Me amas? —preguntó. —Por supuesto —respondí. —¿Él te ama? —prosiguió. —Sí —repliqué. —Entonces Cassie, puede no adorarme. Puede que no me perdone. Puede que no encuentre el entendimiento en su corazón. Pero si me amas, él encontrará una forma de tolerarme. Repentinamente, me relajé.
En la parte donde papá podría no encontrar el entendimiento en su corazón. Lo haría. Simplemente necesitaba ver para creer. Asentí.
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No con la parte de papá hallando una forma de tolerarlo.
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Porque estaba equivocado.
Deacon bajó más la cabeza para besarme. Bossy corrió desde donde estábamos hacia la puerta. Estaban allí. Empecé a enloquecer otra vez. Deacon lo sintió, levantó su cabeza, me miró a los ojos, y ordenó: —Jesús. Tranquilízate. —Mandón —le dije bruscamente. Sonrió. Y otra vez dejé de enloquecer. Me dejó ir, pero agarró mi mano y me llevó a la puerta. Dejó caer mi mano, pero pasó un brazo por mis hombros mientras esperábamos en el porche en la cima de los escalones mientras mamá y papá se dirigían a nosotros (“nosotros” significaba Deacon y yo, Bossy salió corriendo a su encuentro). Bossy fue la primera en conseguir un poco de cariño y luego subieron los escalones y fue mi turno. Las presentaciones fueron torpes. Aunque mamá invitó a Deacon a llamarla Beth con una cálida sonrisa, papá le pidió a Deacon que lo llamara Obadiah con una mirada evaluativa.
—Todo irá bien Cassidy —murmuró mamá en la cocina mientras ellos (seguidos por Bossy) llevaban las maletas arriba. No dije nada. Mamá sabía que estaba nerviosa, se estiró y le dio a mi mano un apretón antes de soltarla.
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Y me puse nerviosa otra vez porque papá concedió esto, pero él no escondió lo que estaba haciendo para ser educado.
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Los hicimos pasar. Con mamá nos pusimos a llenar tazas de café. Deacon volvió a salir y ayudó a papá a llevar el equipaje.
Eso fue tranquilizador, como mamá podría serlo, pero no lo suficientemente tranquilizador. Los hombres regresaron, nos sentamos a pasar el rato en torno a la mesa de la cocina, luego Deacon envió mi nerviosismo a una sobre marcha cuando se volvió hacia papá y le dijo: —Obadiah, ha estado encerrado en un auto por algún tiempo. ¿Quiere dar un paseo? Oh Dios. Mis ojos volaron hacia mamá. Ella asintió alentadoramente. —Hace frío —respondió papá y mi corazón se hundió—. Pero ya sabes, creo que podría. Mi mirada se posó en mi padre y mi corazón creció. Sus sillas rasparon el suelo cuando se levantaron y salieron de la habitación, Bossy se fue con ellos. No moví ni un músculo. Tampoco lo hizo mamá. Escuché la puerta cerrarse. —Tenías razón, es sumamente guapo —destacó ella. Miré a mamá y no dije nada.
»Viril —continuó. Tragué saliva. »Alto —siguió insistiendo. Luché, retorciendo las manos. »Buena constitución.
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No estaba equivocada.
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»Robusto.
—Ajá —murmuré. —Y Cassie —dijo, suavizando la voz—. No se le ha escapado a tu padre que está siendo respetuoso con nosotros, esto no es indulgente de él porque sabemos lo que te hizo pasar, y te mira como si fueras la única razón en esta tierra por la que todavía está respirando. Las lágrimas llenaron mis ojos. »Todo estará bien —susurró. Tragué saliva y asentí. »Te quiero, cara de ángel. Las lágrimas amenazaban con desbordarse así que mi voz era ronca cuando respondí: —Yo también te quiero, mamá. —Y tan feliz de que encontraste un hombre que te ama de esa manera. Respiré profundamente. Con calma tomó un sorbo de café a pesar de que sus ojos estaban brillantes también. Cuando terminó, declaró: »Espero que tengas un gran festín previsto para esta noche. Estoy hambrienta. —Podemos comenzar a preparar animosamente—. Comeremos temprano.
la
cena
ahora
—ofrecí
Los hombres regresaron. Eché un vistazo al rostro imperturbable de mi padre, pero mis ojos se quedaron clavados en Deacon mientras seguía a papá a la cocina. Vino directo a mí, su expresión sin revelar nada.
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Lo hicimos.
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—Hagamos eso —estuvo de acuerdo.
Pero cuando me alcanzó, ajustó su mano a mi cadera, se inclinó cerca, su boca hizo contacto con la mía, se retiró, y dijo en voz baja: —Todo bien, nena. Dejé escapar el aliento. —Ustedes vuelvan, nosotros nos quedaremos unos días, no te preocupes —dijo papá a la habitación y con Deacon nos volvimos hacia él para verlo sentándose a la mesa, con una mano de nuevo en su taza de café, la otra en el cuello de Bossy, quien tenía su mandíbula en su muslo—. Lleva a nuestra Cassie a las pistas. ¿Estás preparado para eso? —le preguntó papá a Deacon. —Absolutamente —respondió Deacon. Casi me ahogo con mi risita ante la sola idea del rudo Deacon en una tabla de snowboard. Pero más que todo, era una risita de alivio. Deacon se acercó a papá en la mesa. Miré a mamá y ella se acercó a mí. —¿Qué te dije? —preguntó en voz baja. Miré hacia lo que estaba haciendo en el mostrador. Pero lo hice murmurando: —Lo que sea. Ella se rio disimuladamente.
De alguna manera, Deacon había hecho todo bien. No debería haberme preocupado. Debería haber creído. No cometería ese error otra vez. Nunca. Porque mi hombre podría hacer cualquier cosa.
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Ampliamente.
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En cuanto a mí, sonreí hacia el mostrador.
Estaba nevando a final de la tarde, el cielo estaba gris, cuando Deacon se detuvo en la acera fuera de la pulcra y pequeña casa en una adorable calle en Iowa. Ni siquiera se había detenido antes de que se abriera la puerta y el cuerpo de una mujer la llenara. Esto no era sorprendente. En el hotel que nos habíamos registrado hace cuarenta y cinco minutos, él había hecho la llamada para decirles que estábamos en la ciudad y quería verlos. Sugirió una cena en un restaurante esa noche. Su madre le había dicho que fuera inmediatamente. Habíamos ido enseguida. Cuando escuché la puerta de Deacon abrirse, vi a la mujer caminar desde el porche, un hombre la siguió, más personas estaban en el interior. Su hermana, tal vez. Empujé la puerta y Deacon estuvo allí cuando salté. Cerró la puerta por mí, me agarró la mano y me guió durante el paseo. Tomé profundas respiraciones cuando los vi, sus padres, su hermana, un hombre se quedó atrás en la casa vacilando, un niño pequeño a su lado, apoyado en la pierna de su padre, y otro de uno a dos años en la curva del brazo del hombre.
No me soltó por eso. Me dejó ir porque su madre estaba muy entusiasmada. Era fácil de ver. Y cuando él alcanzó el porche, ella enloqueció. Dejé de moverme un escalón más abajo.
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Deacon soltó mi mano a mitad de camino de los escalones que estaban casi cubiertos con masetas vacías a la espera de las flores de primavera, haciendo la subida incómoda para dos personas.
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El sobrino y sobrina de Deacon, él nunca los había conocido.
Se apresuró hacia él, balanceándose sobre los dedos de sus pies, sus manos apretando sus mejillas, y permaneció inmóvil ahí de pies, con las lágrimas silenciosas corriendo por su rostro. Lo mismo me pasó a mí. —Mi muchacho —se obligó a decir en una voz entrecortada y áspera. —Sí, Ma —respondió Deacon suavemente, levantando una de sus manos a su mejilla. —Mi muchacho —repitió, perdió su enmudecimiento, y sollozó. Deacon la envolvió en sus brazos, inclinando su cabeza muy abajo para posar los labios en su cabello, y le susurró palabras que no pude oír. Ella lo agarró con más fuerza. Concentré todos mis esfuerzos en no hacer el ridículo y enloquecer también permitiendo que feas y descuidadas lágrimas se me escaparan. —Traje a alguien que quiero que conozcas —dijo Deacon, su voz ahora más fuerte—. Así que suéltame para que pueda presentarte a la mujer que me trajo de vuelta, Ma. Ella asintió, se tomó su tiempo para soltarlo, y se volvió hacia mí, limpiándose la cara. —Ma conoce a mi Cassie —la presentó Deacon. Forcé una sonrisa. —Hola, señora Gates.
—Estaría encantada. Su rostro comenzó a desmoronarse así que me apresuré a subir las escaleras y la tomé en mis brazos. Ella apretó con fuerza. Miré en torno a ella y vi a Deacon estrechando manos con su padre, la mirada de su padre fija en la de su hijo, su otra mano levantada, golpeando
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Seguí sonriendo.
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—Yo… tú… —Respiró audiblemente y solicitó—: Llámame Rosalie.
a Deacon en el brazo. Luego su expresión cambió, fundiéndose, y observé a Deacon intensificar su agarre y tirar de su padre hacia él hasta que sus manos estuvieron apretadas entre ellos, y con el brazo libre rodeándose el uno al otro. —En casa, Pa —escuché a Deacon murmurar. Otro discreto sollozo escapó de la mujer en mis brazos. —Sí, muchacho. Bien. Es bueno que estés en casa —respondió su padre con voz gruesa, ahora golpeándolo en la espalda. —Cariño, llevemos esto adentro —sugirió el hombre de la puerta y la hermana de Deacon se movió. Ella consiguió hacernos entrar y la puerta apenas se cerró antes de que cayera en brazos de su hermano, derramando las lágrimas que había reprimido de las reuniones anteriores. Así que allí fue cuando Deacon inclinó la cabeza y habló contra su cabello también. Conocí a su padre, Lou; su cuñado, Chet; su sobrino de cuatro años, Chandler; su sobrina de dos años, Pearl; y cuando ella soltó a Deacon, conocí a su hermana, Rebecca. Tomamos café en la cocina. A través de esto, Deacon desapareció en la sala de estar, primero con sus padres. Luego, con su hermana y su cuñado. Parecían más tranquilos después de que todo hubo terminado, confortablemente aliviados, y en vías de alcanzar la felicidad.
Estaba en el fregadero de la cocina con Rosalie lavando los platos de la cena, Rebecca estaba moviéndose por la habitación, guardando los platos que yo secaba. —No sé lo que hiciste, pero me alegro de que lo hicieras —dijo en dirección a sus manos en el agua en una voz tan baja que apenas capté. Pero lo escuché.
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No fue hasta mucho más tarde, después de la cena que se volvió incómodo; sobre todo porque yo estaba medio-lunática y terminé con la gente riéndose, lo cual sucedió.
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No estaba sorprendida ante esto. Deacon podía hacer cualquier cosa.
—Simplemente lo amé —le contesté, no tan en silencio ya que quería que me escuchara. Ella me miró y supe que fue la cosa equivocada de decir. —Yo también lo amaba. —Ma. —Rebecca se acercó y se unió a nuestra tranquila charla—. Sabes lo que quiso decir. Rosalie sacudió la cabeza. —No tengo la intención de ofender, Cassie… —Faltaba más —la corté—. Pero necesita saber que la diferencia es que él se cerró a ti, por lo que tu amor no podía entrar. Él necesitaba estar donde estaba por razones que sé que tú entiendes, no importa cuán dolorosas puedan ser. Pero por la razón que sea, él seguía volviendo a mí. Lo hacía, pero no me dejaba entrar. No lo hizo por años. Hice lo mejor que pude con lo que me daba, y cuando abrió la puerta, me lancé de cabeza. Rechazó tus intentos de ayudarlo porque eso era lo que necesitaba. Todos tuvimos la suerte de que yo estuviera allí cuando estuvo listo. —Lo hicimos —respondió ella—. Todos tuvimos suerte. Asentí. »Ella era débil —susurró ella. Se refería a Jeannie. —Yo no lo soy —le respondí con firmeza—. Soy una tipa dura.
Eso se sintió bien. Deacon tenía una familia increíble. Una vez más, no estuve sorprendida. Rebecca tomó el plato que estaba secando, y con la madre y la hermana de Deacon terminamos con la vajilla.
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Rebecca se acercó para golpearme con su hombro. Cuando miré hacia ella, guiñó un ojo.
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Parpadeó. Luego su rostro se agrietó. Después se echó a reír.
Ya avanzada esa primavera, me paré al final del porche lateral, mirando al nuevo espacio abierto, viendo lo que estaba pasando allí, cerca del río. Deacon, Manuel, y (el muy guapo) amigo de Deacon, Raid, estaban trabajando en la glorieta. Había elegido el octágono. Iba a ser hermosa. Esteban y Gerardo estaban ayudando. Gerardo incluso tenía un pequeño cinturón de herramientas para hombre en sus caderas. Por supuesto, estaba lleno de herramientas de plástico, pero servía para él. Silvia estaba merodeando por ahí, entregándoles a los hombres los clavos, ayudando con los tablones, sobre todo para estar cerca de Deacon. Aunque, estaba empezando a preguntarme si era más que todo para estar cerca de Raid. Ella necesitaba un novio. Pero en unos pocos años. Como diez. Por el sendero, pude escuchar, pero no ver, a la mujer de Raid, Hanna, jugando lo que sonaba como Girando en Torno a las Rosas con Margarita y Araceli, Bossy bailaba en torno a ellos, ladrando alegremente. Y detrás de mí, escuché a Milagros salir.
Le llevó un tiempo con Milagros. Pero lo hizo. También estaba tomándose un tiempo de inactividad, pasándola conmigo, ayudando con las cabañas. Ya que no había gran cosa que hacer, eso significaba que íbamos mucho a las pistas cuando había nieve. Y Deacon surfeaba en la tabla al estilo de Deacon, sin esfuerzo, explicando esto diciendo:
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De más estaba decir que Deacon solucionó las cosas con los Cabreras.
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No miré hacia ella, incluso cuando se acercó tanto que nuestros hombros se rozaron.
—Mis pies estaban casi unidos quirúrgicamente a una patineta cuando era pequeño, mujer. Lo que sea. Así que podía hacer cualquier cosa. Y practicar snowboard con Deacon servía para mí. Cualquier cosa con Deacon servía para mí. El resto del tiempo, pasábamos el rato en cualquier cosa. Ahora que el suelo no estaba congelado, él estaba de regreso al trabajo.
Regresaría al trabajo cuando yo tuviera mi glorieta y el edificio de la lavandería. A la hora de ayudarme con las cabañas, quedó claro que no había suficiente allí para él y me dijo que necesitaba estar ocupado. Así que iba a encontrar un trabajo. No sabía lo que quería hacer todavía, solo que iba salir del anonimato, oficialmente. Me preocupé por esto. El Tío Sam, me imaginé, podría tener un problema con alguien desertando por diez años más y luego aparecer otra vez. —Se vuelve un problema, Cassidy, negociamos —dijo Deacon cuando compartí estos temores con él—. Pero mujer, la mierda inesperada sucede en la vida y la gente deserta todo el tiempo. Yo era un hombre sin hogar, perdido y errante. No haces que un hombre sin hogar pague los impuestos. Esta era la verdad, aunque Deacon era un millonario sin hogar.
Y en conclusión, estaba de regreso. No en las sombras. Estaba viviendo, libre y limpio. Conmigo. —Me gustan sus amigos —señaló Milagros, apartando mi mente de mis pensamientos. —Sí —concordé—. Son simpáticos.
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Así que no tenía sentido preocuparse por eso ahora.
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Pero tenía razón. Si se convertía en un problema, negociamos. Deacon era bueno con los tratos, después de haber sobrevivido a lo último y salido por el otro lado. Le llevó un tiempo, pero lo hizo.
Y lo eran. Extremadamente. Más aún porque Raid miraba mucho a Hanna de la forma en que Deacon me miraba. Ella era prácticamente su razón para respirar. Eso decía todo sobre Raid Miller. En cuanto a Hanna, era simplemente adorable. Y dulce. —Los amigos dicen mucho de un hombre. Milagros no se equivocaba con eso, y Hanna y Raid decían todo. —Manuel ya no está preocupado. Cerré mis ojos mientras eso me invadía. Los abrí de nuevo, diciendo: —Me alegro. —Yo también, Cassidy. —Su voz estaba cargada de significado—. Muy contenta. Arrastré una respiración y la dejé ir, me volví hacia mi amiga, y sonreí. Me sonrió. Luego dijo: —Vamos a conseguirles a esos trabajadores una bebida. —Hagámoslo —contesté.
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Luego entramos a la cocina para conseguirles una bebida a los trabajadores.
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Sus ojos brillaban.
Estaba apenas conteniendo mi emoción cuando llamaron a la puerta. —Ocúpate de eso, ¿sí, cariño? —le pregunté, ya que estaba preparando los sándwiches en el mostrador.
—Voy, ¿vas a dejar de estar tan nerviosa? —preguntó Deacon de vuelta, y supe que se estaba moviendo de la nevera hacia la puerta. El que Deacon preguntara esto no era porque me podía leer. Esta era yo siendo evidente. —Simplemente digamos que no hay fiestas sorpresa para ti —declaré. —¿Qué has hecho? Su tono me hizo mirar hacia él parándose en la puerta de la cocina. Parado. No caminando para abrir la puerta principal. —Deacon, tienes que… —¿Qué has hecho? —repitió. Para conseguir que se pusiera en movimiento, le contesté: —Feliz cumpleaños. —Mujer, es abril. —¿Y? —le pregunté, pero no esperé su respuesta—. Dijiste que no querías regalos en tu cumpleaños. Por lo tanto, vas a recibir uno pero no en tu cumpleaños. Sacudió la cabeza, mirándome fijamente, sus labios temblando. Estaba a punto de salirme de mi piel. —Deacon —dije bruscamente, luego ordené—: Encárgate de la puerta.
No lo hice. Sabía que si lo hacía, podría explotar con el feliz entusiasmo que brotaba dentro de mí. Escuché las palabras: “Entrega especial para Deacon Gates”, y la respuesta de Deacon, “Soy yo”. Luego, “Firme aquí”, y tuve que moverme de un pie a otro para detenerme de correr al vestíbulo. Escuché la puerta al cerrar, pero lo sentí antes de que lo hiciera.
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Quise ir a la puerta de la cocina y observar. Realmente quería.
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Continuó sacudiendo la cabeza, se dio media vuelta y se paseó por el vestíbulo.
Lo sentí volverse más fuertes cuando él regresaba a mí. Escuché ladrar a Bossy. Miré hacia la puerta para ver a mi hombre allí parado con su nuevo cachorro de pastor alemán acunado contra su pecho, lamiendo su garganta. Los ojos de Deacon estaban sobre mí, pero sus facciones estaban visiblemente marcadas con el amor que sentía por mí. Sentí mis ojos picando pero tenía que decirle lo que tenía dentro: —Yo me las arreglé con Boss Lady, es tu turno de entrenarlo. —Te amo —susurró. —Lo sé —le susurré de vuelta. Bossy ladró. Volví a preparar los sándwiches más que todo para que Deacon pudiera comerse el suyo, mientras yo jugaba con el nuevo cachorro. Lo llamamos Priest.
Volví la cabeza y miré sobre mi hombro. Estaba de rodillas, frente a la cabecera de la cama a la que estaba atada. Solo mis muñecas. Mis piernas estaban libres.
—Bebé —inhalé, clavándome en su cara, arqueé la espalda, y me vine con fuerza. La boca desapareció, pero no me importó ya que todavía estaba corriéndome.
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Cuando miré sobre mi hombro, sin embargo, lo vi de espalda, con las rodillas elevadas, los pies en la cama, la mano que no tenía sujeta a mi cadera masturbaba su gran polla.
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Esto me permitía separarlas ampliamente y balancear mi vagina contra la boca de Deacon mientras se alimentaba de mí.
—Inclínate —gruñó en mi oído. Incliné mis caderas. Él empujó su polla hasta el fondo. Grité de puro éxtasis. Golpeó profundamente, con una mano yendo a mi pecho, sus dedos tirando de mi pezón, y la otra yendo a mi sexo, su dedo a mi clítoris, y su rostro en mi cuello. —Otra vez —exigió. —Sí. —Respiré entrecortadamente. Me folló. Lo tomé. Me encantó. Me vine por él de nuevo. Con eso todavía ardiendo profundamente, sentí mis muñecas liberarse cuando se retiró sin unirse a mí en un clímax. —Mi turno —gruñó en mi oído. Oh, sí. Sí. Definitivamente. Me moví. Deacon se movió. Se agarró a la cabecera.
Generalmente, sin embargo, le permitía atarme. Éramos normales la mayoría del tiempo. Era magnífico. Pero también jugábamos. Frecuentemente.
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Dicho esto, en ocasiones, las usé. Porque lo quería. Porque él me lo permitió. Porque lo quiso. Porque ambos lo disfrutábamos.
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Habíamos aprendido que él no necesitaba restricciones. Permanecía inmóvil para mí. En ocasiones era una batalla, pero en cada ocasión Deacon triunfaba.
Me moví más atrás pero ligeramente a su lado, presionando en su contra, estirando una mano al frente para envolver su hinchada pollw, llevando la otra al tapón anal que le había dado, golpeándolo mientras lo hacía, antes de que empezáramos. Lo masturbé y lo jodí, pero no tenía necesidad de hacerlo tampoco. Deacon mantuvo el control jodiendo mi mano y en su mayoría jodiéndose a sí mismo. —Sí, nena —siguió gruñendo. Le encantaba que yo me ocupara de él. Me encantaba eso. Cuando él me hubo dado mi orgasmo, mi excitación nunca dejó saber lo que estaba por venir. Pero al oír su gruñido, mi clítoris comenzó a pulsar. La cabecera comenzó a chocar contra la pared. Y más palpitar. —Espera, cariño —le susurré al oído y luego lamí su cuello. —Aprieta y fóllame, Cassie —ordenó. Sabía lo que eso significaba. El siguiente nivel, el cual era el nivel antes de que se lo diera todo, al mismo tiempo que él me lo daba todo a mí. En ese momento, sin embargo, le di lo que necesitaba.
—Joder sí —gimió con su cabeza cayendo hacia adelante, tal vez porque no podía sostenerla, probablemente porque le gustaba verme masturbarlo.
—A mí también, bebé. —Más. Más duro. Mastúrbame más duro, Cassie. Apreté mi puño en su polla y lo masturbé más fuerte. —Lleva a ese hijo de puta hasta el fondo —exigió.
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—Me encanta lo que me haces.
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Sé que fue este último cuando él siguió gimiendo mientras decía:
Mi vagina palpitó ante su demanda, contrayéndose, profundicé más en su culo. Allí fue cuando conseguí sus gruñidos. Adoraba esos más que todos. —Eso es, nena —gimió a través de los gruñidos—. Fóllame y mastúrbame. —Tanto como quieras, cariño —susurré. Respirando con fuerza contra su cuello, me aferré, chupé su carne, y le di más. Y se lo di tanto como quiso, Deacon estaba follando mi puño y tomando su tapón hasta el fondo. Finalmente, murmuró en voz baja: —Lléname. Sabía lo que eso significaba, quería lo que eso significaba, y empujé el tapón. —Ahora —gruñó. Me moví, pero no lo suficientemente rápido. Él me movió. Levantándome, con las manos en mi culo y la espalda contra la cabecera de la cama, él se estrelló en mi interior, con su boca en la mía. Envolví mis piernas alrededor de sus caderas y chupé fuerte su lengua. Me vine casi al instante.
Siguió haciéndolo suavemente hasta que rompió el beso, deslizó sus labios por mi cuello, y preguntó: —¿Estás bien? —Oh, sí —suspiré—. ¿Tú? Se deslizó, nos quedamos allí y respondió:
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Cuando estábamos recuperándonos, él mantuvo una mano en mi culo, el otro brazo a la mitad de mi espalda mientras me besaba con lentitud y comenzaba a follarme dulcemente.
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Le llevó a Deacon un par de minutos para que me siguiera.
—Joder, sí. Levanté mi cabeza, sonreí en su hombro, y arrastré mis manos a lo largo de la cálida piel de su espalda. —Te amo, mi Cassie. Sonreí de nuevo. —También te amo, mi Deacon. Su mano apretó la mejilla de mi culo mientras su brazo hacía lo mismo en mi espalda. Levantó la cabeza y enderecé la mía para capturar su mirada. Había un brillo en ellos y sabía que estaba a punto de comenzar con las provocaciones. —¿Terminaste con mi culo? —preguntó. —Por ahora —le contesté. Las grietas se profundizaron en torno a su boca. —¿Mi polla? Puse mis ojos en blanco y sacudí mi cabeza, mirando luego hacia el techo. Presionó sus caderas contra las mías. Lo volví a mirar. —Tal vez.
—Joder, no —respondió. —Entonces tu mujer no ha terminado de que juegues con ella. —Esa mujer va a ser mi muerte. —Eres tú quien lo hace tan apasionante que deseo más —acusé.
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—¿Estás cansado, viejo? —pregunté.
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—Ella quiere más —murmuró.
—Tú eres la que estrujaba su coño contra mi cara mientras gemías entonces, inclinando el culo y montándome fuerte. Y tú eras la que presionaba sus tetas en mi espalda mientras jadeabas en mi cuello y golpeabas mi culo y mi polla, Cassie. Por lo que es discutible quien hace que sea apasionante. Pero no voy a discutir sobre ello. Si quieres verlo de esa manera, no te voy a detener. Le sonreí. Él nos movió y caímos hacia adelante, poniéndome de espalda en la cama con él sobre mí. Me hociqueó y acarició por un tiempo. Se lo permití por un rato para luego retomar el favor. Finalmente, sus labios fueron a mi oído. —¿Lo deseas normal, quieres que te la chupe de nuevo, o mi Cassie quiere su culo azotado? Mis extremidades en torno a él convulsionaron cuando dijo la palabra “azotar”. Lo sentí sonreír contra mi cuello antes de que murmurara: —Culo rojo. —Mientras su mano se empujaba hacia abajo y lo apretaba—. ¿Quieres ese tapón? —Sí, bebé —susurré. —Está bien, Cassie. El suyo por el de ella. Saca el mío, iré a conseguir el tuyo. Lo detuve rápido.
Levanté la cabeza, se lo quité, y le dije al oído: —¿Haces un trabajo completo? —Ella no ha terminado con mi culo —murmuró. Dejé caer mi cabeza en la almohada y atrapé su mirada. —No tienes que…
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—¿Sin azotes?
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—He cambiado de idea.
—Nena, ¿tú quieres? —Sí —le susurré. —Entonces lo tienes. —Pero… —¿Te di alguna indicación de que no me gustaba lo que me acabas de dar? Definitivamente no. —No. —Hagamos un trato. Te hago el trabajo completo, azoto tu culo con el tapón, después de que te dé el orgasmo, tú me chupas mientras me follas y yo te chupo, dándote otro orgasmo mientras tú me lo das a mí. ¿Eso sirve para ti? Me retorcí debajo de él. Sus labios temblaron. »Funciona para ti. —Sí, cariño. Se rodó, me besó en la cadera, y salió de la cama para conseguir mi juguete. Un rato después, tuve un culo rojo y dos orgasmos más. Deacon no consiguió lo primero, pero sí uno de estos últimos.
Nos acurrucamos y nos fuimos a dormir mientras Bossy roncaba, tendida en el suelo del lado de la cama de Deacon.
Me senté en la Suburban viendo a Deacon, en un paseo tranquilo volviendo del edificio.
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Y Deacon, quien, si tenía las energías, me daba lo que yo deseaba, (y sí que las tenía), solo entonces salió de la cama para dejar entrar a Bossy (Priest tenía que dormir en su perrera, pobre bebé) y volvió a unirse a mí.
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Solo entonces terminé.
Entró y ambos miramos hacia allí. Esperamos. La recepcionista regresó. A través de las ventanas la vimos leer la nota. Escuchamos su grito desde donde estábamos al otro lado de la calle. Luego vimos su carrera, agitando los brazos en el aire con entusiasmo, y correr por el pasillo. Fue entonces cuando Deacon encendió la Suburban y la puso en la vía. —Deberíamos esperar y ver la celebración —señalé. —No es necesario. —Sería genial verlo. —Por supuesto que lo sería mujer, sigue sin ser necesario. Volví la cabeza para mirar hacia atrás al edificio cada vez más pequeño con la distancia. Era el cuarto en el que habíamos estado y el último al que ir. Cada uno, si tenían alarmas de seguridad, Deacon la deshabilitaba con las secretas formas de Deacon antes de sentarnos y observar, esperábamos hasta que la zona frontal estuviera vacía, luego él entraba con su bolsa y la dejaba caer en el mostrador de recepción. Este edificio tenía un cartel que decía sobre este Centro de Curación
Sagrado Corazón.
Él había regalado dos millones de dólares a cuatro clínicas de caridad para la rehabilitación de las drogas. Estaba guardando el resto para los tiempos difíciles. ¿He dicho ya que amo a mi hombre?
Amo a mi hombre.
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Y unos momentos atrás, la recepcionista llegó a su escritorio y se encontró una bolsa llena con medio millón de dólares en efectivo y una nota que decía que era un regalo anónimo dado en nombre de alguien que se había rendido.
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Era un centro de rehabilitación de drogas sin fines de lucro.
Lo escuché, así que sonreí y me incliné para agarrar la bandeja con mi guante para horno, lo saqué y salí de la cocina, con Bossy y Priest detrás de mí. Mantuve el agarre de la bandeja mientras extendía la mano y abría la puerta. Bossy salió corriendo delante de mí. Priest la siguió, con sus orejas rebotando y más que todo galopando. Salí deteniéndome en la parte superior de la escalera, bajando la mirada hacia Deacon que estaba bajándose de una brillante, negra y totalmente patea culos motocicleta clásica Harley-Davidson. Le dio a Bossy una caricia, cargó a Priest y luego subió los escalones hacia mí. Se robó una galleta de la bandeja, incluso si todavía estaba caliente. Y al parecer, los hombres rudos no se queman sus bocas con calientes snicker doodles ya que se la metió en la boca y comenzó a masticar inmediatamente. —Luce genial —dije con respecto a la moto después de que se tragó la galleta caliente. —Consíguete un delantal —respondió de manera extraña. —¿Disculpa? —Tú en un delantal, haciéndome galletas. Puse los ojos en blanco.
Mis piernas empezaron a temblar.
Eso sí podía hacerlo. —Aunque —dijo reflexivamente—; podrías conservar las bragas, pero bajadas hasta tus muslos. Lo fulminé con la mirada.
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—Quítate los jeans, la blusa, el sujetador, las bragas, déjate puesto el delantal, mastúrbate contra el mostrador de la cocina.
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Cuando volví a mirarlo, estaba sonriendo.
—¿Quieres que deje caer estas galletas que me costaron tanto trabajo mientras experimento un orgasmo espontáneo en el porche? Sonrió de nuevo. —Tal vez. Puse los ojos en blanco nuevamente. Cuando lo volví a mirar, Deacon estaba inclinado hacia mí. »¿Quieres un paseo? No lo dudé. —Por supuesto. Se echó hacia atrás. —Ve a deshacerte de la bandeja, mujer. Fui y me deshice de la bandeja. Deacon fue a poner a Priest en su perrera. Dejamos a Bossy detrás cuando volví a salir con mi hombre. Me balanceé detrás de él en su nueva moto, aceleró, y sentí vibrar mi entrepierna. Salimos disparados.
También el área alrededor de la glorieta. Los escalones también tenían macetas alineadas de plantas florecientes y rastros de vegetación, unas canastillas estaban enganchadas a todas las barandillas conteniendo más. Era precioso. Me encantaba. Las plantas la hacían impresionante. Pero el hecho de que Deacon la construyera para mí la hacía magnífica.
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Me senté en los escalones de la glorieta frente al río, las orillas ribeteadas con una gran cantidad de flores silvestres.
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Y la vida era dulce.
También tuve el edificio de la lavandería y yo había tenido razón, esas máquinas cuestan una monstruosidad, estábamos ganando mucho dinero. Le dejaría a Deacon pagar por todo. Su forma de colaborar. Tenía que hacerse una declaración de impuestos. Éramos socios. En todo. Aunque, eso no significaba que no fuera a cargarlo de trabajo. Lo hice. Pero a él le gustaba (sobre todo porque yo cedía). Pensaba que era bueno, pero la hermosa guerra fue librada por el hecho de que Deacon no lo creía. Al final, ganó eso también reembolsándoselo a mi papá, con intereses. También pagaba la hipoteca cada dos meses. No me quejé. No había necesidad. Estábamos juntos en esto. Había encontrado trabajo en la construcción, trabajando para un hombre que tenía un negocio en Gnaw Bone llamado Holden “Max” Maxwell. Extrañamente, este era el hombre que se casó con la mujer que fue atacada en mis cabañas hace años.
Deacon había trabajado para él durante un mes. Parecía que Holden Maxwell no solo era lo suficientemente inteligente como para amarrar a una mujer fuerte, fue lo suficientemente inteligente como para ver que tenía el talento en su equipo. Hasta el momento, el Tío Sam no se había dado cuenta de la reincorporación de Deacon a la ciudadanía. Eso podría suceder, pero yo no estaba preocupada. Deacon y yo podríamos soportar cualquier tormenta.
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Era un buen tipo. Su esposa, Nina, era una dama increíble, un poco loca y más franca que yo, así que me gustó. Tenían dos hijos. Habían estado allí para cenar. Nosotros habíamos ido a su casa. Y cuando Max perdió a uno de sus capataces, había promovido a Deacon.
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Es curioso como la vida se conecta de esa forma.
Habíamos demostrado eso. La vida con Deacon era una hermosa guerra que de ninguna forma podíamos perder. Escuché sus botas en las escaleras que subían por el otro lado, pero no me moví. También escuché las garras de Bossy. No me había abandonado. Aún amaba a su mamá. Pero prefería a Deacon. No me importaba. De verdad. Por otra parte, era evidente que Priest me prefería a mí. Venganza. Mis ojos buscaron a mi perrito, pero no salió con su papá. Esto presagiaba cosas buenas, ya que si lo hacía, tendríamos que prestar atención para que no se metiera en problemas. Y eso decía que Deacon tenía la intención de darme toda su atención a mí. Supe que esto era verdad cuando Deacon no se sentó a mi lado. Se sentó detrás de mí y me rodeó con sus largas piernas, con los pies en el escalón donde estaban los míos, sus brazos envolviéndose en mi cintura. Sentí su barbilla descansar en mi hombro y cerré los ojos.
Abrí los ojos. —Gracias por mi glorieta —dije en voz baja. Escuché la risa en su voz cuando respondió: —No fue nada. Él también era feliz.
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Completa y absolutamente.
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Feliz.
Por lo que estaba feliz. —Gracias por mi lavandería. Hubo un hilo de humor en su voz cuando dijo: —Sin problema. E incluso más feliz. —Gracias por ser tú. Sus brazos se apretaron y el humor había desaparecido cuando repitió: —Sin problema, Cassie. —Gracias por dejarme ser. Apretó mucho más, luego:
—Definitivamente sin problema. —Gracias por amarme —susurré. Ninguna respuesta. Sus brazos simplemente se apretaron tanto que apenas pude respirar. Cuando liberó la presión, continué: »Y gracias por permitirme amarte. —Haces que esto sea fácil —dijo extrañamente. —¿Disculpa?
Y cuando lo hizo, dejé de respirar. Esto fue porque estaba deslizando un diamante de corte princesa en una gruesa banda de platino en mi dedo anular. —Cásate conmigo —susurró en mi oído. Santo cielos. Deacon estaba reintegrándose totalmente a la ciudadanía.
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Y volvió.
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Me soltó, pero no se alejó. Una de sus manos agarró mi mano izquierda, la otra desapareció.
Mis ojos comenzaron a picar. Su mano se cerró ciñéndose a la mía. »Justo aquí, en este mirador, tan pronto como lo desees, tan tarde como quieras, grande, pequeña, a todo lujo, tranquila, no me importa un carajo. Lo que sea que quieras, o sea que cuando esté hecho, estarás atada a mí legalmente y llevarás mi nombre. Mi cabeza cayó hacia atrás para no caer hacia delante. La giré y presioné mi frente en su cuello. »Damos el sí —continuó—, nos tomamos un tiempo para nosotros, luego hacemos un bebé. Pero deja tus pastillas, la primera vez podría ser una oportunidad, comenzaremos ese trabajo en mi cama en la cabaña once. Cabaña once. Dios, cuanto amaba a Deacon. Para compartir esto, repliqué: —Llevaré tu nombre, Deacon. Aceptaré lo que quieras darme. Y haré un bebé contigo en la cabaña once, en nuestra cama en la casa, en la luna. —Entonces dame tu boca mujer, sin discutir, ahora mismo. Como si fuera a decir algo. Incliné la cabeza hacia atrás, pero no se la di. Él tomó la delantera. Lo hizo por mucho tiempo. Lo hizo hasta que Bossy se unió a nosotros y empezó a lamernos las caras, esperando entrar en la acción.
Ella jadeó y me lamió la cara. Deacon se echó a reír. Lo tomé como un sí.
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—¿Vas a llevar un gran lazo rosa cuando mamá se case con papá en este mirador?
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Nos apartamos, pero los brazos de Deacon estuvieron de vuelta en torno a mí, así que fui yo quien pasó los dedos por su cuello y le pregunté:
En medio de la noche, estaba acurrucada a la espalda de Deacon con el brazo en torno a él, cuando sentí su cuerpo sobresaltarse antes de sentir los cobertores siendo arrancados de mí. —Bebé, ¿qué…? —comencé. Estaba fuera de la cama y me di cuenta por los sonidos que estaba poniéndose sus jeans. —No te muevas —gruñó—. Y no me pelees, Cassie. Tú te quedas aquí con Bossy y no te muevas. Mi corazón se comprimió. Se inclinó, atrapó su camiseta, y se dirigió a la puerta en la oscuridad. —Quédate con Cassie —le ordenó a Bossy. Miré a través de las sombras mientras Bossy hacía lo que le dijeron, posándose en su trasero, pero le ladró a la puerta cuando Deacon nos encerró. Salté de la cama y corrí por la habitación, agarrando la ropa que Deacon había tirado cuando había hecho el amor conmigo horas antes. Entonces me acerqué al costado de la ventana, espiando cuidadosamente por el borde de las cortinas semitransparentes en dirección al final del carril de entrada. Las luces del sensor de movimiento estaban encendidas. Por su luz, vi el Jeep de Raid, un auto de aspecto costoso y elegante, un Mercedes y una todoterreno que no era de Deacon o mía. Él había escuchado a esa procesión llegando.
Quería que me alejara de la ventana. La niña de papá. Aun así, me alejé. Eso la tranquilizó y se sentó en sus cuartos traseros hasta que de repente su cabeza saltó bruscamente hacia la puerta.
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Bossy me dio un ladrido agudo pero tranquilo y bajé la mirada para verla en posición atenta a un metro de mí.
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Dios, ¿era su antigua vida llamando a la puerta?
Trotó hacia esta justo cuando se abría. No estuve sorprendida. Yo también escuché a Deacon subiendo las escaleras. —Cassidy, tenemos una situación. Baja, ¿sí? Raid está aquí. También Knight, Marcus, Creed, y Sylvie. ¿Qué estaba ocurriendo? Antes de que pudiera preguntar, continuó: —También Hanna, la mujer de Knight, y la de Marcus. Lo miré fijamente. —Mujer, aquí —ordenó. Su tono no admitía discusión, por lo que por una vez, no lo hice. Fui allí. Me agarró de la mano y me sacó de la habitación. Mantuvo el agarre de mi mano mientras tiraba de mí por las escaleras, con Bossy siguiéndonos. Y mantuvo el asimiento cuando me hizo detener en el vestíbulo. Bossy ladró ante la compañía que teníamos amontonada en el espacio. Bajé la mirada hacia ella y le dije, suave pero firme: —Silencio. Siéntate. Quédate ahí, bebé. Ella me miró, se tranquilizó y se sentó.
También vi a Hanna y a Raid, a un hombre guapo, pero aterrador de pie junto a la mujer parecida a Dolly, y otro hombre (increíblemente apuesto) pero escalofriante y más joven, de pie al lado de una mujer muy hermosa. Finalmente, vi a una pequeña rubia que todavía parecía como si pudiera hacer un intento en patear el culo de Deacon y mantener su posición (antes de que él
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Levanté la cabeza bruscamente y noté a una mujer que, a primera vista, pensé que era Dolly Parton.
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—¡Ooh, dulzura! ¿No es eso precioso? Tu perro es taaaan bueno.
la superara, por supuesto), de pie junto a otro hombre guapo que tenía una cicatriz en la cara. Tenía un bebé en su cadera. También lo hacía la hermosa mujer, sin mencionar a su sexy chico sosteniendo a una niña pequeña. —Haré esto para ustedes chicos y chicas —comenzó la señora Dolly, inclinando la cabeza hacia la pequeña rubia—, puedan encargarse de su mierda para que puedan arreglar esta mierda. —Dio un paso adelante—. Soy Daisy Sloan. Ese es mi montón de avena con miel, Marcus. —Señaló al apuesto tipo mayor. Incluso tan aterrador como todo esto era, estaba luchando contra una risita ante su comentario de montón de avena con miel. —Estos de aquí son Tucker y Sylvie Creed y su bebé, Jesse —continuó, dándome a conocer de quiénes eran la mujer menuda y el sexy chico con cicatrices—. Esos de allí son Knight Sebring, su mujer Anya, sus niñas Kat y Kasha. —Señaló a la hermosa mujer y a su sexy hombre sin cicatriz—. Creo que ya conoces a Raid y a Hanna —terminó. —Uh, sí —confirmé, enviando una pequeña sonrisa en dirección de Raid y Hanna. Miré a los otros—. Gusto en conocerlos finalmente a todos. Deacon cuenta cosas buenas de ustedes.
Parpadeé antes de que mis ojos se dirigieran bruscamente hacia Sylvie y mi boca quedara colgando. Sus labios se arquearon, levantó la mano y me dio un gesto con el dedo. La mano de Deacon apretó la mía, pero escuché algunas risitas y risas estallar en la habitación, uno de los antiguos compañeros de Deacon.
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—Correcto —dijo Daisy—. Ahora, el hermano de Knight es un dolor en el trasero. Y porque lo es, tu hombre va a tener que irse con todos nuestros hombres —Formó círculos en el aire con su dedo—, para ocuparse de su mierda. Vamos a quedarnos contigo, con Sylvie montando guardia. No porque ella no quiera entrar en la acción, sino porque es dudoso que tú le dispares a un hombre en la cara si viene a darnos problemas, y ella lo haría.
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Conseguí sonrisas, risas y barbillas levantadas.
Daisy siguió hablando. —Yo podría, pero dependería de lo que esté vistiendo. Las manchas de sangre son un fastidio de sacar y mi Marcus trabaja duro para mantenerme con mis trapos, la mayoría de ellos especialmente hechos, así que no quiero arruinarlos con manchas de sangre. Fue entonces que noté su vestimenta: chaleco torero bastante tachonado con remaches cuadrados de plata, camiseta blanca estirada al máximo sobre enormes pechos, pantalones ceñidos que estaban tan descoloridos que casi parecían blancos, estos con rasgaduras en ambas rodillas y muslos, hebilla enorme con incrustaciones de diamante falsos en un cinturón igualmente con piedras de imitación incrustadas y sandalias de charol rosa de plataforma, que, no había otra manera de describirlas, eran sandalias de stripper. Era el más horroroso atuendo que haya visto alguna vez. Y lucía fabulosa en él. —Yo, uh… —murmuré. Daisy me cortó. —Entonces tomemos café. ¿Tienes camas donde meter a estas pequeñas? Me giré y señalé a la cocina. —El café por ahí. Hanna se dirigió hacia allí. —Chicas, les mostraré mis cuartos para huéspedes —le dije a Anya y a
—Ahora largo —les dijo Daisy a los hombres, espantándolos, con sus manos con largas uñas en un rosa neón, hacia mi sala de estar—. Resuelvan su mierda para que puedan arreglar esta mierda. No me gustan los espacios abiertos, pero si así fuera, esto me serviría, aunque no por mucho tiempo. —Su enorme cabeza con alborotado cabello rubio platino se balanceó en mi dirección cuando dijo—: Sin ofender. Pero me gustan mis tratamientos faciales y no creo que haya un spa cerca que pueda dármelo como me gusta.
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Se encaminaron hacia mí.
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Sylvie.
—Faltaba más —le contesté. Volvió a mirar a los hombres y los espantó otra vez. Dirigí a las mujeres por las escaleras con sus hijos, ayudando a Anya tomando a la pequeña dormida que Knight había añadido a su otro brazo, y la cargué. Ordenamos todo eso y para cuando llegamos a la planta baja, las puertas de mi sala de estar estaban cerradas, y la charla femenina venía de la cocina. Sylvie fue a la sala de estar. Anya me guió hasta la cocina. —De locooos —declaró Daisy cuando entré—. Pensé que estaba teniendo una visión —dijo ella, dándole círculos a su mano con garras en frente de su cara—. Conseguí algo en Rock Chicks, todo en Denver, y no una de esas fastidiosas a las que son difíciles de ver. Pero, chica, podrías ser la cosa más hermosa en la que haya puesto mis ojos alguna vez. —Bueno, eh… gracias. —No me des las gracias —murmuró, dejando caer la mano—. Dios te dio ese aspecto. Mis ojos se agrandaron hacia Hanna, caminé en su dirección y le di un abrazo de bienvenida tardío.
Sabía del loco hermano de Knight. Además lo sabía porque Deacon me había hablado del hermano loco de Knight, Nick, que era un “comodín”, en alguna mierda loca que involucraba a Knight que aún no había sido resuelto. Supuse que todavía no lo estaba. —¿Era una llamada telefónica demasiada cosa que hacer antes de que todos aparecieran aquí? —pregunté. —Los teléfonos están siendo escuchados —respondió Hanna.
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—Lo mismo digo —dijo de vuelta, se alejó, pero no me soltó—. Te lo dije cuando nos fuimos, queríamos otra estancia en Glaciar Lily. Pero el loco hermano de Knight no era la razón por la que quería estar aquí.
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—Me alegro de verte, cariño —le dije al oído.
¡Oh por Dios! —¿Estamos en peligro? —pregunté. Su cabeza se inclinó bruscamente hacia un lado, sus cejas juntándose de golpe, su expresión profundamente aturdida. Supe el por qué cuando contestó: —Raid no permitiría que nada me hiciera daño. No, él no lo haría. Lo mismo con Deacon. Me relajé. Ella sonrió. Bossy ladró. Y luego escuché a Deacon ordenar: —Cassie, aquí. Solté a Hanna y miré a la puerta de la cocina. Deacon acababa de entrar y los demás entraban a raudales detrás de él. No me importaba que tuviéramos compañía, por lo tanto dije con brusquedad: —¿En serio? Vino a mí, tomó mi mano y me arrastró fuera de la cocina.
—Voy a tener que irme —me dijo. —Lo entiendo —le dije. —Estarás a salvo. —Por supuesto que sí.
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Me puso delante de él, manteniendo el agarre de mi mano, pero levantó la otra a mi mandíbula.
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Bossy nos siguió, bailando alrededor de nosotros, y deteniéndose en el vestíbulo con nosotros.
Su cabeza se sacudió. »¿Me dejarías si no lo estuviera? —pregunté. Me quedó mirando. »Ve —le ordené—. Haz lo que sea que hagas. Trata de no hacer demasiado lío. El Tío Sam sabe que existes ahora. No necesitas que él se informe mejor sobre ti por introducirte en su sistema penal. ¿Me escuchas? Siguió mirándome. »Hola, ¿Deacon Deacon Louis Gates? —dije en voz alta—. Ve y así puedes volver a mí. Nos vamos a casar en menos de seis meses y como que te necesito allí cuando eso suceda. —Cassie Boss —murmuró. —Esa soy yo —le dije con orgullo. —Joder, te amo —gruñó. —Eso también lo sé. Su mano en mi mandíbula tiró de mí hacia adelante; su otra mano se posó al otro lado justo cuando su boca se estrellaba en la mía. Cuando levantó la cabeza, mi respiración era inestable, pero tendría que estar muerta para no poder ser intratable y mandona.
Las marcas se profundizaron, las arrugas se dispersaron, sus hermosos labios se curvaron, y sus magníficos ojos leonados empezaron a brillar, haciéndome sentir precisamente como él quería que me sintiera. Cálida. Segura. Amada.
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»Estarás muy lejos, come y duerme en tu camino de vuelta a mí. Y antes de eso, come y duerme bien mientras estés lejos de mí. Por último, me llamas cuando estés de camino a casa, así tendré un montón de tiempo para hacerte galletas.
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Así que empecé haciendo eso.
Y feliz. Por la eternidad.
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La Serie Unfinished Heroe continúa con Sebring…
Sebring
L
a serie Unfinished Hero estará completa con la historia de Nick, el hermano de Knight, en la novela que estoy actualmente llamando en mi cabeza: Sebring.
Como sabemos a través de la serie, Nick tiene un mundo de problemas. Él no es el chico bueno. Aparece en no muy buenos lugares. Y parece tener un don para meterse en problemas. La pregunta es, ¿qué pasará con Nick cuándo encuentra a una buena
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mujer?
Kristen Ashley
Nació en Gary, Indiana, Estados Unidos. Casi las mató a su madre y a si misma al nacer, ya que tenía enredado el cordón umbilical alrededor del cuello. Ha vivido en Denver, Detroit, Colorado, entre otras ciudades. Su sueño siempre fue convertirse en escritora. No tiene un género literario definido ya que salta constantemente de una serie a otra. Auto publica sus libros entre los que se encuentran las series:
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Unfinished Hero Rock Chick Dream Man Colorado Mountain The Burg
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Créditos Moderación: Debs
Itorres
Traducción: âmenoire90 Crazy_mofos168 Debs Itorres IvanaTG Jadasa Youngblood Jane.
leogranda Lizzie Wasserstien Mikiliin nelshia Oriori otravaga rihano
Silvia Carstairs Tanza vanehz Verae Veroonoel Vicky. ஓ¥anliஓ
Recopilación: Debs Itorres
Corrección: veroonoel
Revisión: Lizzie Wasserstein
veroonoel
Diseño: July
Lizzie Wasserstein
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