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HISTORIA DE LA PSIQUIATRÍA
Sobre el delirio de persecución* Ch. Lasègue
El hecho de que la alienación mental siga siendo hoy día un campo prohibido para la mayoría de médicos hay que atribuirlo, en primer lugar, a las dificultades que entraña la observación y a las especiales aptitudes que requiere, pero también es conveniente mencionar los obstáculos que no se derivan de la naturaleza de la enfermedad propiamente dicha. Este título común de “alienación” reúne, si es que no confunde, en una unidad engañosa las formas patológicas más dispares. A todos los locos se les aplican las prescripciones legales y las reglas administrativas, sin tener en cuenta la naturaleza de su delirio, e incluso las mentes más sabias están dispuestas a trasladar a la esfera científica un modo de clasificación ampliamente admitido en pro de las relaciones sociales. Son pocos los versados en el conocimiento de la locura que no se crean en la obligación de contemplarla en su conjunto, de establecer principios generales aplicables a todos los alienados y de exponer los síntomas de forma que se adecuen a los enfermos de todas las categorías. No niego el mérito de contemplar la enfermedad desde un punto de vista tan elevado, pero cuando el espíritu filosófico domina en una rama de la ciencia, los tratados inspirados en él resultan inaccesibles para quienes no se han preparado para ello mediante una larga iniciación. Los hechos se juzgan, se evalúan y se clasifican sistemáticamente antes incluso de informar sobre ellos, por lo que no se presentan en su forma observable de manera inmediata, lo que obliga a quien quiera aprender a estudiar la teoría en profundidad antes de proceder a la observación. Unos escritos concebidos de esta forma sólo se podrían comparar con libros de patología general, ya que abarcan, al mismo tiempo, las enfermedades circulatorias o las funciones respiratorias y las incluyen en una descripción común, e intentan aplicarles un pronóstico y un tratamiento. Este método, que siempre se ha impuesto en la alienación mental, y que hemos intentado introducir muchas veces en la medicina, plantea tales exigencias que sigue prevaleciendo incluso cuando creemos haber tomado las suficientes precauciones. Las monografías, aunque se vean reducidas a un círculo más restringido, no escapan a su influencia. En lugar de considerar una forma o un tipo definido, nos aferramos a uno o varios síntomas a partir de los que elaboramos la historia sin tener en *Traducción de Du délire de persécutions. Archives Générales de Médicine (Février 1852). Mémoires Originaux. p. 129-150. 55
cuenta todas las variedades de locura. Un observador escogerá la tendencia al suicidio, otro la propensión al robo, otro se limitará al estudio de las aberraciones de la memoria, de las desviaciones de la voluntad o de la sensibilidad, e incluso concentrará su examen en las alucinaciones. El proceso sigue siendo el mismo independientemente de cuál sea el tema escogido. Lo único que hemos hecho es sustituir la patología general por la semiótica, la teoría de la enfermedad por la de los síntomas. ¿Quién puede saber dónde llevará la semiología cuando la ciencia de los tipos patológicos aún está por hacer? Cuando los médicos especialistas, desviándose de este camino tan lleno de virtudes y de imperfecciones, han querido establecer clasificaciones más precisas y más favorables al estudio, han obtenido mejores resultados cuanto más comprensivas han sido sus definiciones. La división de los diferentes tipos de delirio en delirios generales, que afectan al conjunto del entendimiento, y en delirios parciales, que dejan más o menos intactas ciertas partes de la inteligencia, es irreprochable y de una total exactitud; aunque los intentos han resultado menos afortunados cuando se pretendía tratar los detalles o descomponer las clases en géneros y los géneros en especies. La indecisión, e incluso diría la confusión, no tarda en producirse. Y, sin embargo, de todas las ramas de la medicina, la alienación es quizás la única en la que todos los escritores merecen ser reconocidos como hombres de un saber profundo y de una amplia experiencia. Por tanto, el error no se debe ni al conocimiento del tema ni al talento de los autores, sino que procede siempre de la misma fuente. Antes de plantearse reconocer una clase patológica, es necesario que ésta tenga una razón de ser. Estamos dispuestos a aceptar que haya un delirio de amor o un delirio de celos a pesar de que se observan casos raros, pero como estas pasiones ejercen en el hombre sano una influencia tan intensa y le causan tantas perturbaciones, no podemos resignarnos a creer que no sean dignas de figurar entre los epígrafes de la locura. La primera infracción de unos principios hasta ahora tan respetados se ha producido en nuestros días y merece, indiscutiblemente, considerarse uno de los más valiosos descubrimientos de los que se ha beneficiado la ciencia de la alienación. Es evidente que me refiero a la separación de la parálisis general, que se considera una enfermedad distinta cuyos síntomas ya no aparecen dispersos entre los miles de accidentes de la alienación. EsPsiq Biol. 2005;12(3):123-30
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te importante resultado se obtuvo reemplazando la observación indirecta por la observación directa, razonada, basada en consideraciones fisiológicas o filosóficas, como se practica hoy en día. Esta vía, que se inició de forma tan satisfactoria, debe seguirse rigurosamente, y la locura se presta a ello mucho más de lo que pudiera parecer a primera vista. Para tratar de encontrar la solución, en lugar de ascender a las grandes cuestiones, deberíamos seguir el consejo que, con un punto de vista tan práctico, ofreció el Dr. Falret; es decir, renunciar a cualquier prejuicio, dejar que los enfermos actúen con libertad, mantenernos en una posición de simple observador, y no plantearnos los problemas anticipadamente. Los delirios no poseen ni la unidad que se les supone en los tratados generales ni la diversidad individual que algunos gustan de reflejar en los relatos dramatizados, y que excluiría cualquier subordinación científica. Al limitarse al estudio de las alienaciones parciales, destaca un hecho con una innegable evidencia: hay ciertos estados mentales patológicos y enfermedades con síntomas fijos y limitados. En el primer caso, el alienado presenta desórdenes en sus actos o palabras que recuerdan, en otro orden de ideas, a la variabilidad de los accidentes histéricos; en el segundo, las ideas se coordinan, se circunscriben por sí mismas y se reúnen en un círculo cuyo contorno se puede delimitar. Las motivaciones habituales de nuestras acciones no son el nexo que une las concepciones delirantes, ya que no aparecen ni la pasión violenta que imprime su sello, ni la preocupación motivada por las disposiciones innatas del carácter o por las circunstancias en las que ha vivido el enfermo. El alienado no presenta una especie de desviación de un elemento fisiológico, sino que crea su delirio por completo, lo prepara, lo combina y lo acaba. La enfermedad, aislada, con independencia de sus pormenores, debe manifestarse por medio de síntomas uniformes, como cualquier afección que se impone al organismo con la suficiente fuerza como para dominarlo. Sin embargo, aún debe darse una condición imprescindible para poder identificar los signos característicos mediante los que se manifiesta. Es preciso que el observador no asista ni a los pródromos ni a los períodos terminales, sino que estudie el mal en el momento de, permítanme la palabra, su “floración”. Al principio, los tipos de locura no están mejor caracterizados que los de las demás enfermedades: el enfermo se encuentra en un estado de malestar intelectual no localizado todavía que se manifiesta mediante escalofríos y fiebre, y que exigen que el médico se muestre reservado y expectante. Al final, los desórdenes se multiplican, las lesiones se entrecruzan y se complican por desorganizaciones consecutivas, entre las que desaparece el elemento esencial y primitivo. Si se evitan las tendencias que yo considero escollos y se siguen las indicaciones que acabo de recordar y que considero ciertas, en las que apenas habíamos entrevisto 124
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ciertas analogías, se puede constatar que hay una sorprendente uniformidad. Citaré, a modo de ejemplo, la forma de delirio que denomino delirio de persecución, al que considero un tipo suficientemente determinado como para diferenciarlo de otros tipos de alienación. El delirio de persecución no es la consecuencia de un tipo de carácter, sino que se da en individuos muy distintos en cuanto a humor habitual, naturaleza y grado de inteligencia y posición social. En los múltiples casos de los que he sido testigo nunca se ha manifestado antes de los 28 años, y lo he observado proporcionalmente con mayor frecuencia en las mujeres que en los hombres. Las siguientes observaciones permitirán comprender los matices que sólo el examen clínico puede proporcionar. Una descripción general sólo debe abarcar las características comunes, que son las únicas que pretendo presentar en su conjunto. La idea de una persecución más o menos definida es una de las que se manifiesta con mayor frecuencia en los alienados como una idea incidente, cambiante, sorprendente, que, en los accesos de delirium tremens, va acompañada de auténtico terror. Esa idea también aparece en las locuras causadas por algunas sustancias narcóticas y es un accidente habitual en muchos delirios parciales. El solo hecho de su frecuencia ya permitiría considerar esta clase de concepción delirante como uno de los más importantes síntomas de la locura. Sin embargo, en los casos en los que no vaya a predominar la persecución, la creencia en esta idea sólo es un fenómeno pasajero en el que los alienados no insisten y que apenas les sirve para explicar las emociones que sienten. Cuando el delirio tiende a concentrarse en este pensamiento fijo, el enfermo empieza a plantearlo con ciertas reservas, no está seguro y expresa sus dudas, pregunta si, en lugar de esta explicación, se podría encontrar otra que diera cuenta de las pruebas a las que se ve expuesto. “Yo creía —dice— que alguien tenía algo en contra de mí, pero no tengo pruebas; me he dado cuenta de lo absurdo de mi idea. Denme una razón mejor, estoy dispuesto a creerla”. Poco a poco, la duda se disipa y es reemplazada por una certidumbre y el alienado compone de una forma definitiva el sistema del delirio que va a adoptar. Esta labor se realiza con mayor o menor lentitud dependiendo de los casos: en algunos es tan rápida que apenas se entrevé el primer grado, en otros, el enfermo construye su novela sistemática de forma tan gradual, y con una progresión tan sensible para el observador, que cada vez es menos variable. En todos los casos el procedimiento es el mismo y, justamente debido a su regularidad, merece estudiarse atentamente. Es indudable que el alienado experimenta, en primer lugar, un malestar indefinible, pero que no es en absoluto comparable a la más intensa inquietud que pueda afectar a las personas sanas. Por ello, al comienzo de las enfermedades graves, presentamos síntomas impo56
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sibles de describir, pero que nos hacen sospechar la invasión de una seria afección. Los enfermos que suelen observarse a sí mismos a menudo manifiestan, mediante impresionantes comparaciones, la singular impresión que causan los pródromos. Tras un período de preocupación y de resistencia, el alienado intenta remontarse a la causa de sus sufrimientos y, de este modo, pasa del primer período al segundo. La transición se produce mediante el mismo razonamiento: “Los males que sufro son extraordinarios, he soportado golpes muy duros, pero los preveía y adivinaba cuál podía ser la razón; ahora estoy en unas condiciones extrañas que no dependen ni de mi salud ni de mi posición, y que no se derivan en absoluto del medio en el que vivo; es preciso que algo externo, que no dependa de mí mismo, tenga lugar. El hecho de que sufra y sea infeliz sólo puede deberse a que unos enemigos estén interesados en causarme daño. Por tanto, estas impresiones perjudiciales me deben llevar a sospechar la existencia de intenciones hostiles”. Si nos detenemos un momento en el modo en que se produce el delirio, captaremos más fácilmente su naturaleza. Los hechos que para el alienado constituyen el punto de partida sólo tienen un valor relativo, ya que no se trata ni de grandes perturbaciones ni de profundos dolores a los que todos los hombres serían sensibles, sino que se trata de emociones personales, en general totalmente insignificantes a los ojos de quien recibe sus confidencias: un mueble desplazado, insomnio, una comida con un sabor desagradable, una palabra bastante inofensiva, cosas que pasarían desapercibidas con una disposición de ánimo distinta. Siguiendo con la comparación que apuntaba más arriba, estas ideas se producen como el estremecimiento que precede a la fiebre y que atormenta más, por poco intenso que sea, que aquel otro provocado por un descenso de temperatura. El delirio, que es causado por hechos que merecerían ser calificados como “naderías”, no viene acompañado de grandes alteraciones emocionales. Así, ustedes podrán ver a alienados que presentan delirio de persecución, huyendo de casa en casa, molestando a magistrados, autoridades de cualquier orden, con sus denuncias interminables pero que aún conservan cierta regularidad en su humor. Jamás he visto que ninguno de ellos haya caído en una continua melancolía o que haya reaccionado con un odio violento, o que haya planeado venganzas que, por otra parte, deberían parecerle singularmente legítimas. Las circunstancias externas tienen escasa influencia y, si contribuyen al delirio, es necesario que se deba a su gravedad real. El alienado sólo presta atención a su sensación enfermiza, es lo único que le preocupa, sólo ella lo anima a buscar sus causas y, probablemente, también determina fatalmente el orden de causalidad en el que se mantiene de una forma tan monótona. Aunque viva grandes acontecimientos o revoluciones, pierda su fortuna, o mueran los suyos, no acusará de ello a sus enemigos; pe57
ro algo insignificante, una supuesta injuria que oiga en la calle y que, por supuesto, debe ir dirigida a él, lo altera y hace renacer la fórmula característica de la persecución. Se trata aquí, aunque no podríamos asegurarlo, de algo distinto a la exageración de una tendencia natural. Los caracteres más asustadizos no son los más predispuestos; se trata de un elemento patológico nuevo introducido en el organismo moral. Si es cierto que el delirio se origina de este modo en unas emociones completamente personales, y sin equivalente en un estado sano, se puede comprender que los consejos razonables tengan tan poca influencia. Para el enfermo, usted nunca tendrá razón si, al recurrir a su sentido común, califica de naderías lo que le atormenta tanto. El médico y el alienado perseguido no viven en el mismo mundo: uno habla de lo que siente y el otro, de lo que es. Por tanto, la creencia en una persecución es secundaria y está causada por la necesidad de dar una explicación a las impresiones mórbidas que probablemente son comunes a todos los enfermos, y que todos achacan a la misma causa. No sólo se parecen las conclusiones, sino que, además, se detecta una total analogía hasta en los detalles de la explicación, lo que precisamente viene a demostrar la realidad del tipo que pretendo establecer. Imagínense a un hombre mentalmente sano que está convencido de que es el blanco de una persecución. Su primera preocupación es averiguar los motivos que pueden tener los demás para perjudicarlo, con la finalidad de dar con las personas de las que decide sospechar, primero, y a las que decide acusar después. Éste es el modo en que se realizan las investigaciones, ya sean o no judiciales. El alienado sigue otra vía: partiendo, como ya he dicho, de la creencia de que lo atormentan, es el primero en sorprenderse de que lo quieran perjudicar. “No he hecho daño a nadie —exclama— no me pueden reprochar nada; no he tenido ni discusiones ni peleas; no sé de ningún agravio por el que alguien quiera vengarse”. Sin embargo, no va más allá de la sorpresa y, aunque ignora por qué le persiguen, lo que confiesa ingenuamente, no intenta averiguar nada más. Por más que le presione, por más que le intente hacer ver lo absurdo de una persecución sin motivos, él se mantendrá obstinadamente en este callejón sin salida. Como mucho, y a fuerza de insinuaciones, le inducirá a aceptar un motivo en el que no había pensado. Entre las propuestas que le haga, casi siempre elegirá la más insignificante; lo mismo hará con las personas. En el momento en que le falten los intermediarios, no sabrá cómo establecer el nexo entre los actos de los que se queja y sus autores. ¿Por qué habría de sospechar de ése o de aquél si no conoce ningún motivo por el que quieran atormentarlo? No obstante, a la larga, y debido a la necesidad de defenderse, acabará por decidirse a trancas y barrancas. La razón que le hace decidirse la extrae también, como toda la obra de su delirio, de la naturaleza de las sensaciones que ha experimentado, que le Psiq Biol. 2005;12(3):123-30
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parecían sobrenaturales: acusa a seres misteriosos, a la policía, a los físicos, a los magnetizadores. De este modo, llena el vacío y, recurriendo a poderes ocultos que se imagina vagamente, establece una especie de transición plausible entre lo imaginario y lo real. Si los hechos que ha sufrido no tienen nada de particular, se conforma con acusar a vecinos que nunca ha visto, cuya existencia supone, y que nunca antes habían despertado su curiosidad. Se trata de un enfermo atormentado por la necesidad de explicar y que limita espontáneamente sus interpretaciones a su círculo más cercano. Una vez ha descubierto que sus enemigos lo persiguen, se resigna al papel de víctima y no tiene interés alguno en informarse. En algunos casos, he intentado que comparecieran los vecinos a los que los alienados acusaban para proporcionarles un punto de apoyo en la realidad más fácil, pero ninguno de ellos ha sabido sacar partido. Desistían con la facilidad que las anteriores observaciones hacían prever. Los locos, exceptuando a los afectados por parálisis general, se constituyen de forma voluntaria en defensores de su propio delirio. A los alienados a los que me he referido antes no les faltaban argumentos en los que apoyar sus suposiciones irrazonables, aunque siempre dejaban abierto el vacío que antes he señalado. En resumen, los enfermos que presentan delirio de persecución están dominados por una idea común y predominante, aunque se ven obligados, por la naturaleza de su alienación, a utilizar procedimientos intelectuales análogos hasta en su imperfección y a moverse en un círculo uniforme. Acabo de exponer el curso del delirio, ahora analizaré detalladamente sus síntomas. El delirio de persecución no puede basarse en los hechos susceptibles de causar una emoción fuerte por el escaso número que suelen proporcionar los enfermos y que no permiten al médico, aunque tenga la suficiente experiencia, elaborar su cuestionario por adelantado y asegurarse así de no omitir ninguna de las divagaciones del alienado durante su conversación. El órgano del oído proporciona las primeras sensaciones con las que trabaja una mente pervertida. El enfermo escucha trozos de conversaciones que interpreta y que se atribuye: la gente con la que está en contacto debe de hablar de él, los ruidos que se producen de la forma más natural —el paso de un coche, los pasos de un hombre que sube unas escaleras o una puerta que se abre y se cierra— son objeto de sus comentarios. Sin embargo, las conversaciones directas que mantiene o las peleas que provoca cuando está de mal humor apenas le afectan y no pasan a formar parte de sus inquietas sospechas. Podríamos compararlos con los sordos de carácter desconfiado que siempre creen que están hablando de ellos y que se sienten muy perturbados por las palabras que no oyen, pero que no se indignarían demasiado por las injurias que llegasen 126
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a sus oídos. Llegados a este punto, dan rienda suelta a su imaginación. Tras haberse esforzado por elaborar vagas presunciones, el alienado acaba por llegar a las interpretaciones más absurdas y a las más positivas. Primero se conformaban con atormentarle, pero poco a poco formulan acusaciones que se traducen en signos, cuyo significado sólo él entiende. Si se sigue el hilo de los hechos que estoy relatando, se podrá ver cuál es el fatal encadenamiento de ideas al que se ven abocados. Hasta aquí el infeliz perseguido se ha mantenido dentro de los límites de las sensaciones auténticas, en las que ha basado sus inducciones delirantes. Muchos enfermos no van más allá. Todo lo que ha escuchado, lo ha podido o lo ha debido escuchar y, aunque no pase de este punto, puede recorrer todas las fases y llegar al punto más avanzado de la enfermedad. Otros, por el contrario, presentan alucinaciones sin estar ni más ni menos gravemente enfermos. Las alucinaciones no son uno de esos síntomas que marcan el avance del mal y sólo aparecen en las fases extremas, unas veces se manifiestan desde el principio y otras sólo se producen cuando la ilusión persiste durante mucho tiempo. Independientemente del momento en que se declaren, las alucinaciones obedecen a la ley que he mencionado y siempre se limitan a las sensaciones auditivas. Me gustaría insistir en esta característica que considero patognomónica. Por mucho que insista en las preguntas, por mucho que intente someter al enfermo con incitaciones provocadoras, él evitará cualquier trampa y no dudará en declarar que se ha limitado a escuchar. Alguien se puso a amenazarlo bajo su ventana. ¿Ha visto usted a sus enemigos? No, no he intentado verlos. Alguien ha llamado a su puerta, le han insultado en la calle pero no ha visto a nadie. Han entrado en su casa, le han hablado al oído, él lo ha escuchado, y a veces ha respondido, pero sus ojos no han visto nada. Por tanto, el alienado perseguido no sólo es incapaz de crear alucinaciones visuales, sino que ni siquiera hace uso de la vista de forma legítima y razonable. La mayoría se indigna porque se les considere capaces de tener visiones, algunos declaran que han intentado entrever a sus perseguidores, pero que no lo han conseguido. Cuentan, además, que se dieron a la fuga o que se escondieron en un paseo, o en una tienda, sin que ninguno de ellos haya llevado más lejos su investigación. Las alucinaciones auditivas no son ni consecuencia obligada ni antecedente necesario del delirio de persecución, pero son las únicas compatibles con él. Basta con que un enfermo confiese que tiene visiones para que yo no dude en afirmar que pertenece a otra clase de delirantes. Sin embargo, en muchos casos, para los que quieren sustituir la observación por la lógica, las alucinaciones visuales serán motivo de terribles preocupaciones. Hay algunos enfermos que piensan que alguien ha entrado en sus casas y les ha llevado muertos que aseguran haber visto en sus mortajas, o fantasmas amenazadores pero 58
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mudos, que pueden percibir por la sangre que han dejado en sus camas y en las paredes. Está claro que estos enfermos tendrían bastantes motivos para sentirse perseguidos. Pero sus ideas no van en ese sentido, ellos no cogerían nunca un camino que les pareciera tan abierto. En el delirio parcial, las alucinaciones auditivas excluyen las alucinaciones visuales y forman parte de un conjunto de concepciones homogéneas cuyo tipo más claro lo ofrece, en mi opinión, el delirio de persecución. Entonces, ¿lo contrario no es cierto? Un alienado tiene diferentes visiones cada noche: se le aparecen la Virgen y grandes personajes vestidos con trajes de época, pero ninguno le habla. Él les pregunta, pero ninguno responde. Sin embargo, para poder comunicarse con él, llevan grandes carteles blancos, que él compara con enormes tarjetas de visita, en los que ellos escriben las palabras que quieren transmitirle. ¡Cuántos hechos como éste, aunque menos elocuentes, he visto y podría citar! No obstante, me gustaría destacar una excepción más aparente que real. De entre las más de sesenta observaciones que yo mismo he realizado, he registrado dos veces alucinaciones visuales, si es que los síntomas que voy a indicar merecen tal nombre. En ambos casos, las enfermas, bajo los efectos de una crisis histérica, habían creído ver un relámpago, una, y un rayo de luz en medio de un violento tumulto, la otra. Ambas visiones duraron un instante y nunca más volvieron a reproducirse. Por supuesto no pongo en duda los hechos que, por otra parte, pertenecen al segundo período de la enfermedad y que simulan toscamente las ilusiones visuales. Una alienada ve un vestido colgado en una ventana del vecindario; cree que han querido burlarse de ella y que vuelve a tratarse de una maldad de la gente que la insulta desde hace tiempo; otra cree que alguien ha movido una silla y deduce que se trata de una persecución de sus enemigos. Tras las interpretaciones erróneas de palabras o de ruidos auténticos y las alucinaciones auditivas, que se manifiestan habitualmente en forma de groseros insultos proferidos por individuos invisibles, las demás sensaciones de las que más se quejan los alienados perseguidos se reducen a impresiones nerviosas. Las mujeres proporcionan los ejemplos más frecuentes: soplos internos, sofocos, entumecimiento, terribles dolores pasajeros y otros accidentes característicos de la histeria. En este tipo de casos, el magnetismo es la explicación preferida de la gente instruida, mientras que las mentes menos cultivadas lo achacan a algo que la gente corriente denomina “física”. He seguido el delirio de persecución desde su inicio hasta el momento en que se convierte en un estado. Dado que sólo pretendo establecer un tipo y determinar las características que deben aparecer en su definición, no tendría sentido estudiar su curso decreciente o buscar las indicaciones terapéuticas. Me limitaré a unos cuantos datos necesarios para completar este cuadro. 59
Ya he dicho que nunca había visto casos de delirio de persecución en individuos menores de 28 años, pero tampoco los he visto en personas mayores de 70. Parece ser que la edad más favorable es entre los 35 y los 50 años, aunque, a excepción de las formas seniles, también se trata de la época de la vida en la que la locura es más común. En lo que a la frecuencia se refiere, las siguientes cifras proporcionarán una idea exacta. Puedo garantizar la exactitud de esta estadística, realizada exclusivamente con enfermos que yo mismo he observado y en la que no utilizo ningún elemento ajeno. El registro de alienados, incluidos los idiotas y los imbéciles, que es aleatorio y no distingue entre los tipos de enfermedades, cuenta con 665 individuos, 446 hombres y 219 mujeres. Del total, el número de enfermos que sufren delirio de persecución es de 96; 58 mujeres y 38 hombres. Podemos observar que la proporción de mujeres es muy alta, ya que es una cuarta parte del total de alienados expuestos a mi examen. Para poder dar a conocer algunas características específicas que no podían aparecer en la descripción, es preciso mencionar aquí un determinado número de observaciones. Al examinar estos hechos, veremos cómo se combinan los diferentes elementos que componen el delirio. He omitido todas las circunstancias accesorias que, aunque interesantes para otros estudios, no tenían lugar dentro de los restringidos límites de un estudio nosológico. No obstante, aunque me haya permitido abreviar las observaciones, me ha parecido que su número debía compensar su brevedad, de modo que las analogías en las que he insistido tanto serían mucho más evidentes cuantos más ejemplos citara. Así, el médico resulta situado, de forma un tanto artificial, en medio de una epidemia de delirios de persecución, y ya se encuentran esbozados, a priori, los tipos, por otra parte poco variados, en los que tendrá que enmarcar la mayoría de los hechos que observará. Quisiera añadir que me he conformado con dejar hablar a los enfermos sin intervenir en sus relatos. Observación 1. Delirio, al principio, aún incierto. C… trabaja en un comercio y tiene 35 años. Se trata de un enfermo triste, le cuesta concentrarse y a menudo se interrumpe y pregunta si es absolutamente necesario que dé tantos detalles. Ha presentado una denuncia ante el comisario contra sus enemigos. “Desde hace algún tiempo — dice— me ocurren cosas poco normales que yo atribuía a una causa o a otra; creía que mi jefe me tenía manía, que me quería despedir para que sufriera pensando cuánto me costaría encontrar un nuevo trabajo. Una noche, en la casa en la que vivo, oí un fuerte ruido; alguien gritaba: ¡Oh, Dios mío! Me levanté, pero no vi nada, y probablemente se trataba de algo sin importancia. Ocurrieron hechos parecidos a intervalos bastante frecuentes. He pasado muPsiq Biol. 2005;12(3):123-30
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chas noches en vela, creyendo que mi vida corría peligro, pero quizás esté equivocado. Mis propios padres quieren hacerme daño, y he llegado a pensar que no era hijo de esa gente que me ha dado el apellido. ¿Van a llegar a hacerme daño? Por mucho que piense, no creo haber hecho mal a nadie; pero no estoy seguro de no estar condenado”. Observación 2. Delirio muy limitado. M…, criada, de 26 años. Mientras servía en casa de un comerciante, oye a un dependiente decir: “Su habitación, y más tarde, talón, talón”. Le parece que esas palabras sólo pueden referirse a ella; además, desde hace tiempo, venía escuchando que hablaban de ella. Sube a su habitación, busca el talón de la caja de ahorros, pero ya no está en su sitio. El dependiente ha debido de entrar en su habitación; así que se queja a su jefa, acusa al dependiente, quien niega el hecho, y decide dejar el trabajo para irse a vivir a otra casa del vecindario. Allí la persigue el mismo individuo: le oye, pero no consigue verlo. Cambia de casa dos veces, y dos veces consigue el hombre entrar en su habitación sin pasar por la vivienda de los dueños. Le habla al oído, sobre todo al acostarse, diciéndole: “Prostitución, sortilegio, tú te prostituirás”. No duerme, y siente influencias y estímulos ocultos. Probablemente dispone de un poder desconocido para ella y, por mucho que lo intenta, no consigue adivinar por qué se obstina en perseguirla si nunca han tenido relaciones. En cualquier caso, ella no se inquieta y está completamente convencida de que no se atreverá a venir en persona. El delirio empezó hace 5 años. Observación 3. D… tiene 51 años y es costurera. Tiene una escasa inteligencia, un carácter vivaz y es muy locuaz. Esta mujer se separó de su marido, hombre de mala conducta, y vive con su hijo, cuyos ingresos cubren ampliamente sus necesidades. “Desde hace quince días alguien grita: ‘La Sra. D… es una crápula, no tiene pelo’; así que enseñé mi pelo por la ventana, entonces alguien dijo que yo había matado a mi suegra. Fui a declarar ante el comisario de policía. A partir de aquel momento, se organizó una persecución. Dos individuos pasaron frente a mi puerta diciendo: ‘Vamos a prender fuego a la capilla’, refiriéndose a mi casa. Se trataba de los acólitos de aquella mujer, que ha apostado a unos bribones para que me acosen con las mismas injurias; incluso llega a convencer a las personas contra las que no tengo nada para que se conviertan en mis enemigos. Yo ayudé en todo lo que pude a una vecina, que había dado a luz recientemente, pero su hijo murió y me acusaron de haberlo envenenado. La enfermera que la cuida asegura que he hecho enfermar a los demás niños. A juzgar por el acento de la mujer que me habla, diría que no es de aquí porque dice: sin pelos en la cabesa. Durante el día le pide a otros que griten, y por la tarde grita ella misma. Nunca la he visto, pero tampoco he intentado verla, no sé ni su 128
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nombre ni dónde vive. Quieren hacerme pasar por loca, pero estoy en mis cabales”. Observación 4. La viuda N… tiene 40 años. Esta enferma perdió a su hija hace dos años, al mismo tiempo que perdía la modesta renta de la que vivía. Sus respuestas son coherentes, pero parece inquietarle su posición. “Hace un año —dice— que vivo atormentada; alguien escucha detrás de mi puerta, me espían, me vigilan, tengo miedo. Más tarde, oí decir: ‘Bajar, ella bajará’, lo que significaba que amenazaban con asesinarme si me arriesgaba a bajar. Decidí cambiar de domicilio. En mi nueva vivienda seguí estando perseguida por no sé quién, por obreros que me insultaban y me trataban de indecente; al pasar por mi puerta, decían: ‘Se acabó’. Cuando pasaba cerca de los obreros, en la calle o en la escalera, dejaban de hablar. De noche, se entretenían haciendo ruido para no dejarme dormir. Ese ruido iba acompañado de palabras tan groseras que no me atrevo a repetirlas. Me parece que eran voces de hombre, pero no las reconocí. En la calle estoy tranquila, pero cuando vuelvo a casa, la persecución se reanuda. No sé a qué atribuirla, porque no he herido ni he perjudicado a nadie. En una ocasión oí a un hombre en mi rellano, le llamé, y me amenazaron con hacerme encerrar”. Ella cree que sus enemigos la han llevado a los tribunales y que yo soy su juez. Observación 5. L… tiene 58 años y es bordadora. Hace cinco años tuvo una pelea con una mujer que la acusaba de ser una inmoral y le dijo que no era ¡hum! ¡hum! , algo que no puede ni tiene que entender. Se muda varias veces para huir de esa mujer que no paraba de perseguirla. Desde hace algún tiempo, la oye noche y día, excepto cuando se le aleja manteniendo una conversación. Le habla en voz baja, y no repite siempre las mismas palabras, pero la insulta de forma grosera. Le dice: “Has manchado la reputación de tu padre y de tu madre”. Pero no puede demostrar nada de lo que dice. Esa enemiga querría empujarla a cometer actos indecentes y le ha cambiado su pomada por pomada de cantáridas, y también ha hecho que pierda visión por medio de maleficios. Ahora ha convencido a otros para que la atormenten; se trata de otras voces que hablan en voz baja. Cree que la van a envenenar, si es que no lo han hecho ya. Parece que el delirio empezó hace cuatro años. Observación 6. G… tiene 67 años y es indigente. Tiene un carácter muy animado. El delirio se inició hace unos dos meses y se ha mantenido más o menos igual desde el principio. La acusan de haber robado un par de zapatos, por lo que ha sido juzgada, pero ella ha sabido que había sido absuelta (falso). Se han vengado acusándola de haber robado un pañuelo. Todo el mundo se ha puesto en su contra y no se atreve a salir de casa por miedo a ser insultada. Por la noche, gritan bajo su ventana: “¡A la hor60
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ca!” y la agobian con insultos sin que ella pueda saber quién la persigue, ni haya intentado averiguarlo. Durante el día, y mientras su marido está presente, las voces se callan. Pero en cuanto se queda sola, la persecución se reanuda: llaman a la puerta, y al pasar por la escalera, gritan “¡vieja s…!, ¡vieja tunanta!” Si se aventura a salir a la calle, la siguen; los tenderos anuncian a gritos sus productos para burlarse de ella; ni siquiera se libra de ellos en la iglesia. También hay falsos periódicos en los que se habla de ella. Aunque pretenden hacerla pasar por loca, ella no lo está, ya que un loco es alguien que no sabe lo que dice, y ella responde con cordura cuando le preguntan. Observación 7. B… tiene 55 años, está soltera y no tiene ninguna profesión. Padece cefalalgia casi constante desde hace algunos años, está delicada de salud y tiene una mente bastante clara. Su alienación data de un año, aproximadamente. “Me hospedé —dice— en una pensión a cuyo propietario conocía, para sentirme menos aislada. El camarero llega a mi puerta, llama y pregunta si ya he vuelto. Me quejé de tal inconveniencia y para vengarse ha alborotado a los estudiantes del hotel y al vecindario. Me acusan de haber robado y me persiguen noche y día. Dejo el hotel, pero no tardan en descubrir mi nuevo domicilio y el ruido aumenta. Vuelvo a mudarme y se exaltan aún más, se acercan a mi puerta, a mi ventana y me tachan de prostituta. En la calle probablemente me señalan con el dedo, se giran y me insultan. A los baños envían recaderos que dicen: ‘Ladrona, vieja loca, etc.’. Debo de conocerles de vista, pero no estoy segura. Le propuse a una amiga que viniera conmigo para detenerlos, pero asegura que se trata de una monomanía y no ha aceptado. He presentado una denuncia y me han pedido que presentara testigos, pero no tengo a nadie que pueda testificar”. Por otra parte, la enferma habla de sus persecuciones en un tono desenvuelto y casi sonriente. Observación 8. B… tiene 44 años, es cocinera y ya estuvo en tratamiento hace un año por delirio parcial del que no se curó por completo. Cuando salió del centro en el que había sido tratada, su antiguo jefe se negó a contratarla de nuevo. Ella supone que han debido hablar mal de ella y acusarla de ser una ladrona. Cambia de trabajo, pero va abandonando sucesivamente todas las casas en las que sirve porque no paran de incordiarla ni de hablar mal de ella. Por la noche oye ruidos en las habitaciones vecinas, gritan: s…, p…, y otras palabras terribles. La camarera, que duerme cerca de ella, asegura que no oye nada y se sorprende. Durante el día apenas oye nada, pero adivina muchas palabras: son los señores a los que ha servido quienes le están jugando una mala pasada. Tuvo un hijo al que mataron en el hospital del Niño Jesús, donde, según ella, cuando le bañaban, era para ahogarlo. No sabe por qué le quieren hacer daño, siente que tiene el cerebro vacío y un poco de cefalalgia. 61
Observación 9. M… tiene 50 años y es funcionario de la Administración pública. Tiene un carácter habitualmente caprichoso e irascible. Los primeros síntomas del delirio se manifiestan en su relación con el público. Cree que la gente que se dirige a él en el trabajo quiere sondearlo. Les acusa de haber sido contratados para vigilar su conducta. Se ven obligados a cambiarle de oficina, donde trabaja solo. Al mismo tiempo, le suben el sueldo por haber prestado sus servicios durante mucho tiempo. Él ve en este favor un motivo de inquietud. Cree que sus nuevos compañeros le han recibido mal. A través de un tabique oye insultos y esas conversaciones se repiten, las oye a través de la puerta: le acusan de ser un hombre deshonesto. Los chicos de la oficina no paran de hablar de él y en la administración lo señalan con el dedo. También lo acusan de ser un ladrón ante los jefes. El pretexto de estas calumnias debe ser el haberse llevado por error algunos papeles cuando cambiaba de despacho. No paran de hacer alusión a esos papeles y le reprochan haberlos robado. Todo el mundo lo esquiva. M… se niega a seguir trabajando allí a pesar de que le ruegan que no se vaya. Llega a la puerta de la administración, acompañado por su esposa, y no se atreve a cruzar el umbral, por miedo a ser insultado y detenido por ladrón. Muy pronto, le persiguen hasta en la calle: sus enemigos han organizado un complot, la policía le sigue el rastro y se niega a salir. No tiene alucinaciones, a veces tiene insomnio, ataques de nervios y debilidad en las extremidades inferiores con un ligero temblor. Siente una absoluta indiferencia por su familia, que sufre grandes privaciones, ya que él no cumple con sus obligaciones. Observación 10. G… tiene 61 años y vive de rentas. La alienación se remonta a ocho años atrás y se ha desarrollado lentamente. Empieza a mostrarse incoherente y agitado. Huyó de su domicilio porque su marido, un abogado, la trataba de loca y no le daba suficiente dinero para mantener la casa. Se ha peleado con sus hijos y se niega a verlos. “Durante mucho tiempo —dice— he escuchado sin entender, pero ahora lo comprendo todo; me tratan de ladrona, de prostituta, me lanzan improperios. Si llega un nuevo inquilino a la casa, se une a mis enemigos para denigrarme. Los comerciantes de los alrededores hablan bajo mi ventana; me insultan por todas partes, y no es cosa de mi imaginación. He descrito a mis perseguidores a las autoridades: se trata del cofrero, que golpea las cajas para burlarse de mí, y los mozos que, en cuanto dejan de clavar clavos, me tildan de miserable. Los vecinos dicen: ‘No hace nada, sólo aparenta que trabaja’. Me cantan canciones insultantes, como Ma Lisette. Colocan sus pantalones en las ventanas en forma de maniquíes que me asustan. Recibo cartas por sonambulismo: mi nuera me ha escrito una en un tono intimidatorio, y se la entregué al fiscal general. Queman carbón en mi Psiq Biol. 2005;12(3):123-30
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cocina, mueven mis pertenencias, no para robarme, sino para perseguirme. Sin duda es por motivos políticos, porque le dirigí unos versos al presidente”. Hace algunas semanas, su marido la llevó al museo de antigüedades y le enseñó la famosa estatua conocida con el nombre de Hermafrodita. Desde entonces este recuerdo es una de las ideas delirantes más recurrentes. “Hace ya algún tiempo —dice— que mis enemigos han lanzado la palabra hermafrodita y gritan: ‘¡Hombre!, ¡hombre!, ¡viejo judío!’ Se refieren a mí. Cuando, delante de mí, hablan de algún hombre, se refieren a mí. En una ocasión me dijeron: ‘¡Malvado! ¡Es una infamia!’ Pero yo tengo la cabeza en su sitio y no me voy a dejar intimidar”. Observación 11. R… tiene 51 años y había sido institutriz. Hace cuatro meses que se quedó viuda y su situación económica es bastante precaria. Ha escrito a todas las autoridades para quejarse de que la persiguen. Cuando está en una reunión, dicen en voz muy baja: “Ella conspira”. La acusan de haber querido matar al presidente y ella le ha escrito varias cartas para disculparse. La llaman ladrona y otras cosas vergonzosas que nunca se atrevería a repetir. Los obreros la siguen en la calle y en su casa; no puede dormir cerca de la pared a causa de las voces. Evidentemente, se trata de una ramificación de las sociedades secretas o la policía. No le dan tregua, ella les increpa, pero raras veces le responden y nunca se dejan ver.
así. Dejé la vivienda donde me alojaba, pero el portero de la casa en la que vivo me persigue. Un hombre vino a su casa y le dijo: ‘Rómpale la pierna’; y desde entonces es mi enemigo. En el pasillo oigo decir: ‘Veneno, envenene’. Hay un obrero que dice de vez en cuando: ‘¡Más alto!’ Y la sangre se me sube a la cabeza”. Observación 14. D… tiene 49 años y es enfermera. Presenta migrañas frecuentes desde hace algunos años y se cayó por la escalera hace un mes; desde entonces padece continuos dolores de cabeza, enfisema, ataques de asma y accidentes histéricos. La acusan de ser una ladrona. Mucha gente viene a gritarle, la llaman tunanta, pordiosera, le hablan muy bajo, y le reprochan hechos abominables. Por la noche se relevan para decirle: “Ahoga”. Hay una voz que la persigue sin que ella sepa si se trata de un hombre o de una mujer. En realidad, no son palabras exactamente, sino más bien una especie de sonambulismo mediante el que la obligan a hablar para repetir lo que ha pensado. Nunca ha intentado descubrir quiénes eran sus enemigos, por miedo a discutir, y no logra imaginar por qué le quieren hacer daño. Siente una especie de malestar y de cansancio intelectual y tiene un aspecto triste y preocupado.
Observación 12. B… es prostituta y está separada de su marido. Se ha intentado suicidar; presenta una agitación bastante intensa y habla con frases entrecortadas. Su delirio se remonta a hace dos meses, y en principio se caracterizaba por una leve inquietud. La gente con la que se cruza tiene miradas extrañas. Por la noche la siguen, pero ella no sabe por qué. Una mañana, hace ocho días, lo comprendió todo y decidió tirarse al agua. Venían a su ventana para llamarla animal. Por la noche no para de pasar gente que la interroga. Cuando está en casa, oye que llaman a la puerta, pero no se atreve a abrir. La han querido envenenar con un pastel, las mujeres la odian y la persiguen con el magnetismo; ella creyó que eran ladrones. Es su marido quien ha mandado perseguirla. Le habían dicho que era la policía. Por su culpa ha envejecido y se está volviendo fea.
Observación 15. Delirio de persecución desde hace ocho años; pasó del delirio parcial a la demencia. Primero, ideas bastante lúcidas, que se iban enturbiando a medida que la enfermedad avanzaba y que han desembocado en una incoherencia total. “Estaba trabajando, y, de pronto, oigo a gente gritando insultos. Me he quejado. Era un ruido sordo, pero distinguí: ‘Cortar la cabeza’; aún puedo oírlos, pero a veces no son ruidos reales. No sé si es una causa ajena o personal (cito textualmente); fui a ver al juez de paz, pero resultó inútil. Cuando salgo, oigo la misma repetición, pero el ruido no es tan fuerte; gritan ‘¡ladrona!, ¡voy a cortártela!’, con bastante claridad. Han utilizado a una persona a mis espaldas, de lo que culpo a la policía. Denuncié a una banda de carpinteros por haberme llamado ‘la bella Flamenca’. Todo París me conoce por ese nombre. Soy muy desgraciada, pero no me dejan zanjar el asunto por esta vía; además, el propietario siempre se pone a favor de los inquilinos y en mi contra. Me han arrastrado, han robado todos mis derechos por el asunto de las voces, etc.”
Observación 13. S… tiene 70 años y es un antiguo oficial de artillería que presenta debilitamiento intelectual. “Un día —dice—, hace ya once meses, iba cantando una canción que hablaba sobre la libertad. El Sr. D… sale de su casa diciendo: ‘¡Ah, la república!’ Yo no lo conocía, pero, desde entonces, está resentido conmigo y no para de hablarme. Por mucho que me tape los oídos, no dejo de oírle; siento calores que él me envía durante la noche a través del magnetismo o la física. De día no siento nada
Habría sido fácil agrupar estos hechos por categorías, pero he preferido presentarlos con su propia confusión. Un orden más metódico no habría añadido nada a la única conclusión que quiero extraer y con la que termino esta monografía. Hay una forma de delirio parcial a la que, a falta de un término mejor, denomino “delirio de persecución”, que se reproduce con características bastante constantes para constituir una especie patológica entre las alienaciones mentales.
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