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Sócrates y la Economía. El escepticismo y la enseñanza. Primera parte
Aunque muchos amigos no se lo crean, no estudié la Licenciatura en Ciencias Económicas y Empresariales por las posibles salidas laborales que pudiese albergar, o para aspirar a un sueldo, sino porque me gustaba la Economía, la ciencia económica por así decirlo. 10 o 15 años después de aquella decisión tan trascendente, aún me sigue interesando dicha ciencia (y otras) aunque he de reconocer desde ya, que me he encuentro un poco o bastante perdido dentro de sus fauces.
En aquella época estudiantil, mi ideología se orientaba (sobre todo) hacia la socialdemocracia y el keynesianismo, pero ahora he de confesar que me encuentro en una situación en la que no sé lo que soy o ni siquiera lo tengo claro. Aunque hay que decir que esto mismo me pasa en otras muchas cuestiones relevantes de la vida. Cada vez tengo menos convicciones, y encima creo que es que no hay que tenerlas, y hasta me siento orgulloso de ello. El escepticismo dios mío se ha apoderado de mi, y a galope tendido. Incluso, hasta hace poco tiempo, yo era un seguidor normal del Barcelona (no demasiado fervoroso) y ahora tan solo deseo ver buenos partidos de futbol y que no siempre ganen los grandes. ¿Qué me ha ocurrido? Intentaré explicarme.
Todas estas consideraciones han ido surgiendo no solo por la necesidad de la publicación en sí de este articulo (conseguir puntos en los procesos selectivos de secundaria) sino por unas preguntas que me espetó una amiga el otro día, oye José Luis me dijo, tu que controlas mucho del tema, ¿quién tiene la culpa de esta maldita crisis por la que atravesamos, cuándo saldremos de esto? Mi reacción mental fue inmediata, uf, en realidad no tengo ni idea de Economía, si tu supieras, si yo pudiera contarte, soy un mar de dudas, solo sé que no sé nada, y ahí fue cuando me acordé del maestro Sócrates, y se puso en marcha el engranaje motivacional para escribir este articulo. Qué es lo que le comenté a mi amiga entonces, qué sonidos profirieron mis labios, qué palabras… le dije muchas cosas, y me extenderé lo que sea menester
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(parte 2) pero en resumen lo que hice fue transmitirle lo que han venido manifestando las distintas corrientes económicas y sus principales economistas sobre la actual crisis que padecemos, lo cual a ella no le satisfizo nada, insistiéndome una y otra vez en que le dijera cual era mi opinión, lo mismo que hacen muchos de mis alumnos, y que yo siempre procuro evitar.
Hola, muy buenas días a todos, y a todas, me llamo José Luis, y soy profesor de las asignaturas Economía, y Economía de la Empresa, que se imparten en 1º y en 2º del bachillerato respectivamente. Hecho este inciso, continuo con mi amiga. A ella sí le expresé con claridad mis reflexiones, sí le transmití que aún no me había formado un juicio sólido, que me embargaban las dudas, pero con los alumnos de secundaria considero inadecuada dicha opción. Y lo considero no ya por mi escepticismo militante, sino por la más pura y dura profesionalidad, por mi concepto sobre lo que debiera ser y hacer un profesor, por mi forma de entender la docencia. Veámoslo con un ejemplo gráfico. Además de Economía, en mis años de profesor, me he visto obligado a impartir algunas materias como Educación para la ciudadanía, Alternativa a la Religión, u otras. En dichas materias, ha surgido algunas veces el polémico tema del aborto. ¿Y cómo me he enfrentado yo a esa espina candente? De la siguiente forma: primero comunicando a los alumnos/as la situación legal del mismo en España, cómo estaba legislado antes y cómo se está legislando en otros países; luego les informo o les hago buscar una lista con argumentos a favor y en contra; y por ultimo les mando un ejercicio resumen sobre su opinión personal del tema, a lo que añado a veces un debate entre ellos, permitiéndome el lujo incluso de colocar a los que están a favor en el bando de los que están en contra, y viceversa.
Pues bien, parecido esquema utilizo yo en cuantas temáticas pudieran ser discutidas en clase. Y por supuesto, la opinión que pueda yo albergar, si es que la albergo, carece de total importancia. A modo de anécdota, simplemente decir que estoy a favor de la despenalización penal (en determinados supuestos o plazos) que está actualmente en vigor en la mayoría de los países europeos y norteamericanos (Canada, Usa); pero ni este detalle se lo comento a los alumnos/as, ni mi opinión creo que constituya ninguna verdad absoluta para mi ni para nadie, al contrario que algunos de mis compañeros/as con los que he tenido alguna que otra discusión amistosa sobre el asunto. Me estoy refiriendo en concreto a una compañera y amiga feminista cuya opinión consistía en que había que darle más preeminencia a los argumentos a favor porque la cosa estaba más clara que el agua, y el aborto era un derecho inalienable de la mujer sin discusión alguna; y también a un compañero de cariz más religioso que
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calcaba los términos de mi amiga pero en sentido inverso, el aborto es un asesinato horrible, y eso es lo que había que decirle a los niños, ya está.
Pero… porque tenemos que inculcarles a los niños (se interroga uno) nuestras maneras de pensar o de sentir, nuestras convicciones o nuestras verdades propias. ¿Porque tanto interés nuestro? No sería mas inteligente, más juicioso, explicarles los distintos puntos de vista acerca de las cosas (al fin y al cabo no es eso la dialéctica) y después dejarles opinar a ellos, enseñarles a reflexionar por sí mismos. No, si al final va a resultar que los escépticos nos encontramos más solos de la cuenta. Qué soledad más áspera, qué contingencias. Y anda que si aplicásemos estas mismas recetas a los padres, a la enseñanza paterno filial digo. Me asaltan las dudas de si debo abrir este melón ahora, el tema es harto peliagudo, pero ya que dispongo de muchos folios por delante, y de valentía suficiente, voy a intentarlo. Allá vamos.
Ahora mismo tengo 36 primaveras y estoy soltero, pero si alguna vez me casara, o si alguna vez tuviera familia, ¿qué tipo de educación procuraría trasladares? La educación escéptica, por supuesto, pero antes de abordarla, o de explicar sus principios, me gustaría referir un matiz interesante. Lo que quiero señalar es que a lo mejor, y esto va a ir en contra de nuestras intuiciones más superficiales, la educación con mayúsculas, la materna y la paterna, no son tan importantes como nosotros nos figurábamos; y en la conducta del niño, y en su personalidad de adulto, influirían en mucha mayor medida otros factores, como pudieran ser la genética o el grupo de amiguetes. De hecho, esto es lo que propugna la famosa y controvertida psicóloga norteamericana Judith Rich Harris. ¿Se equivoca nuestra eminente psicóloga, yerra en sus conclusiones, da en la diana acaso? ¿Cómo saberlo tan pronto? ¿Cuantos libros no me debería de leer de golpe, cuantas revistas científicas, y aun así, cuan difícil nos resultaría discernirlo? Al igual que sucede cuando me bombardean mis alumnos, ¿quien tiene razón, los liberales o los keynesianos, qué es lo que hay que hacer, bajar el gasto publico cuando hay crisis, o subirlo siempre? Cuántas paginas no me habré leído ya con ardor, cuántos artículos sesudos, y aún así vacilan mis vísceras, se debaten mis arterias, mis huesos.
En cuanto a la psicóloga Harris, mi parecer es muy sencillo, por supuesto que influye la genética en la conducta de los nenes, por supuesto que influyen las compañías, pero también creo que la educación juega un papel bonito, el problema es ¿cuánto de bonito?, perdón, de pequeño, ¿el 10, el 15 %?, no lo sabemos, no lo sabe nadie, para nuestra psicóloga de guardia, sería residual o nulo, para mi (un simple profesor de
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instituto), el que he citado más arriba, aunque no niego, que no es el porcentaje que me gustaría (por cierto, que mas da lo que me gustaría) y que otros podrían opinar todo lo contrario, que la educación sería el factor principal a considerar, o aportar otro porcentaje, con lo que tendríamos el conflicto servido, como ocurre con los keynesianos y con los liberales, como ocurre con las otras ciencias sociales.
¿Qué podemos hacer con tantas teorías tan disímiles, cómo se lo explicamos a lo niños? Diciéndoles lo que hay supongo, y lo que hay es que no tenemos claras las respuestas a muchos de los interrogantes económicos y no económicos que nos planteamos, y hay muchas teorías distintas según el cristal con el que se mire, y también (menos mal) coincidencias, y por ende, avances y progresos.
Pero aunque tuviera razón Harris, o aunque tuviese razón yo, o el bando de los antigenéticos propugnadores de la cultura como modeladora principal de los hombres, seguiría dándole el mismo tipo de educación escéptica a mis hijos, faltaría mas. Ejemplos ilustrativos… se podrían señalar múltiples,
pero con uno creo que será
suficiente: si yo fuera progenitor, no intentaría inculcarle a mi hijo ninguna creencia religiosa y menos mi propio ateismo; simplemente cuando fuese más maduro, le informaría de la mayoría de las opciones religiosas a su alcance (con sus argumentos, historia, vida y milagros) y también de mis propias razones, y que él eligiera por si mismo creer o no creer. Es decir, no intentaría que fuese ateo, pero tampoco creyente, como ocurre en la mayoría de las ocasiones.
Los padres (y en general todas las personas) tienden a figurarse que sus tendencias ideológicas son siempre las mas estupendas y certeras de entre todas las posibles, y por supuesto, no dudan ni un segundo en enseñárselas a sus hijos. Como yo sí dudo, pues aquí me tenéis en mi papelón de escéptico, aunque bromas aparte (sin sentido del humor el mundo no sería el mismo) continuo pensando que ésta opción educativa se configura como la más flexible (aunque según Rich Harris no sirva para nada, el niño te va a salir creyente o no por otras cuestiones) ya que no excluye ni tergiversa cualesquiera doctrinas, y nos permite un mayor margen de maniobra o libertad personal, o como queramos llamarlo.
En resumen, esta educación consistiría en intentar que el niño desarrolle y potencie sus características intrínsecas y sea capaz de pensar por si mismo, procurando evitar la minima contaminación externa. Eso sí, no soy ningún imbécil, y comprendo que esta tarea sea ardua, y que alguna contaminación se nos escape… razón por la que he
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dicho lo de procurar; como sé también que los niños son seres heterónomos y los padres debemos de ayudarles en el proceso hasta alcanzar la autonomía, para lo cual habrá que previamente darles ordenes, y mandarles, y ellos tendrán que obedecer, sin mas remedio. (La excesiva permisividad no creo que sea tampoco muy buena consejera)
Pese a los obstáculos que nos puedan acontecer en el camino, y dada la altísima diversidad que nos caracteriza, considero que ésta es la opción educativa mas idónea tanto para el profesorado como para los padres, y es la que estoy haciendo por un lado, y haría si tuviera (afortunadamente o desgraciadamente) la oportunidad.
Por otra parte, ahondando en el matiz anterior, la psicóloga Rich Harris, aunque niega la contaminación de los padres en la personalidad y en la conducta posterior de adultos de sus hijos, no dice en ningún momento que los padres sean ceros a la izquierda, sino que subraya la importancia de la estabilidad familiar, del orden, o de la elección del colegio, en el fututo desenvolvimiento de sus vástagos. ¿Y qué ocurre entonces con las influencias del ambiente? Si en efecto, los amigos influyen más en los hijos que los progenitores, si en efecto los amigos son tan relevantes, cualquier intervención, cualquier ascendencia en la elección de las compañías nos resultaría decisiva. A causa de ese matiz supongo, siempre se ha hablado y se ha comentado (sin que nadie haya leído el famoso libro de Harris: El mito de la educación) sobre la necesidad de evitar las malas compañías. Ahora bien, cómo esquivarlas en ciertos contextos, o sin los contextos. Y por otro lado, qué diantres significa una mala compañía, bajo qué condiciones podemos esgrimir dicha calificación: amigos que se van de marcha a edades muy jóvenes, amigos que no estudian una leche, amigos que beben todos los fines de semana, o que no hacen deporte nunca, que están todo el día enganchados a las redes sociales o al móvil, amigos tímidos que se encierran en casa, cerebritos sin inteligencia emocional, cerebritos modestos, amigos chulos, amigos agresivos o lánguidos… amigos que se drogan o fuman porros.
Como les encantaría significar a los liberales, me temo que no existe intervención factible, ¿o sí la hay? Los progenitores, ¿pueden intervenir de alguna manera fructífera o deben resignarse en silencio? ¿Cuál seria mi respuesta? Depende. En determinados casos habría que decir que no, ¿pero y en otros?. No hay una respuesta unívoca ni en esto, ni en la intervención del Estado en los asuntos económicos de un país. Muchas veces, podría resultar hasta contraproducente intervenir (como cuando los padres se oponen al novio de la hija) y otras muy necesario (temas de drogas). El problema
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reside en decidir cuando se hace una cosa o lo contraria, ahí es donde reside la decisión clave, y donde se la juega todo padre, economista o político que se precie. Este tipo de cuestiones son resbaladizas al extremo, y precisamente por ello, son tan discutidas y tan peliagudas política y científicamente.
El caso de la escritora y psicóloga Judith Rich Harris es paradigmático al respecto, porque sus tesis son rechazadas por gran parte del stablishment académico de su disciplina (y de lo que no es su disciplina) y a la que se tacha de radical. Igualmente en economía (y no digamos en poesía) se producen choques entre diferentes bandos contrapuestos. No es para nada raro escuchar coléricos ataques o palabras gruesas contra determinados economistas, como el premio Nóbel del año 2008, el norteamericano Paúl Krugman, diciendo del mismo que es un ignorante total, o que no tiene ni idea de finanzas, o que no ha aprendido las lecciones que nos brinda la Gran depresión, es decir, que el gasto publico lo único que hizo fue agravar la crisis en vez de atenuarla. Con frecuencia es posible escuchar lo contrario (la única manera de salir de la crisis del 29 fue gracias al gasto público) y comentarios tales como que ese economista no sirve porque está vendido a la gran banca o a la patronal, cuando el economista de turno trabaja por ejemplo para la Fundación Fedea. Aunque también esto ocurre en otras ciencias menos sociales. Cuando algún científico osa cuestionar el cambio climático, a veces recibe ataques furibundos afirmando que está vendido a las empresas petroleras y a lo lobbys pro energéticos. ¿Tienen razón de ser estos ataques? No siempre. Es bastante plausible suponer que determinados geólogos o climatólogos, puedan albergar en su seno críticas legítimas, sin tener que percibir un plus o un sueldo de las multinacionales afectadas. De igual forma, algunos amigos míos de tendencia liberal o anarcocapitalista, no tienen por qué ser unos demonios con cuernos, ni estar vendidos al capitalismo, como afirmarían otros amigos míos más izquierdistas; sino que simplemente ostentan esas convicciones como los demás ostentan las suyas: debido al carácter de cada cual y a sus circunstancias psicobiográficas.
Lo cual no es óbice para que un momento propicio pueda haber gente que se corrompa o venda su alma al diablo. En este sentido, es fácil recordar a determinados científicos o médicos titulados, que en los años 50 y 60 del pasado siglo proclamaban a los 4 vientos las bondades del tabaco y la total inocuidad de su consumo. ¿Lo hacían por convicción, por incompetencia, o por agradecimiento? No lo sabemos, o sí; pero lo que sí sabemos es que metieron la pata hasta el tuétano. ¿Quien está metiendo la pata ahora? Nuestros adversarios por supuesto. El infierno son los otros
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como diría un filosofo francés. ¿Y por qué los otros opinan cosas tan contrarias a las nuestras, qué se han creído esos tipos, por qué esa injusticia tan grande?
En definitiva, ¿por qué opinamos lo que opinamos los humanos, por qué tenemos unas convicciones y no otras? ¿A causa de las circunstancias psicobiográficas como dije antes en expresión simpática, de los genes, del carácter? ¿Y por qué nos aferramos tanto a ellas? ¿Y por qué las metamorfosis? ¿Por qué nos volvemos escépticos? Maduramos quizá, descubrimos la lucidez que otros no encuentran, ¿la he encontrado yo acaso?, ¿dime de lo que presumes y te diré de lo que careces? El problema estriba a mi juicio, en que en muchísimas ocasiones no sabemos cual es la vereda correcta, y a algunos economistas, políticos, científicos, no les gusta reconocerlo, con lo que volvemos otra vez a Sócrates, adonde principiaba este articulo. Por muy inteligentes que seamos, o que nos creamos ser, por muy profesionales brillantes, exitosos, experimentados, no lo sabemos todo de nuestra disciplina ni lo sabremos nunca, el “solo se que no se nada” socrático sigue y seguirá siendo (miles de años después) valido.
BIBLIOGRAFÍA.
Harris, Judith Rich. (1999). El mito de la educación. Barcelona. Grijalbo.
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