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La sombra que se hacina en el tugurio y embadurna los ojos de turbulencia tanta, es muy distinta a la que se desploma como un caballo extenuado en mitad de la calle. Tampoco se parece a la que repta por la habitación mientras la voluntad se va apagando como un rescoldo que la lluvia lame o como el detrimento de la luz en el denso crespón de un cobertizo.
Leganés a José Manuel Caballero Bonald
Sombras le avisaron
- 1926. Nace el 11 de noviembre en Jerez. - 1944-1948. Estudios de Náutica en Cádiz. Primeros poemas.
Sombras le aviasaron
Resumen
Sombras le avisaron
- 1949. Comienza sus estudios de Filosofía y Letras en Sevilla. - 1950. Premio de Poesía Platero por su poema “Mendigo”. - 1952. Primer libro de poesía, Las adivinaciones, accésit del premio “Adonais” - 1954. Poemario Memorias de poco tiempo . - 1956. Publica Anteo. - 1959. Publica Las horas muertas, premio “Boscán” y de la Crítica. - 1 959. Asiste en Collioure (Francia) al XX aniversario de la muerte de Antonio Machado, con Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral... - 1 961-62. Publica El papel del coro, antología poética y Dos días de setiembre, su primera novela y premio “Biblioteca Breve” de Seix Barral.
Sombras dispares que el tiempo reconcilia a duras penas, pero que juntas van contribuyendo a ejercer de benévolos augurios de esas noches gozosas que te quedan de vida.
- 1 969-1970. Publica su volumen de poesía completa, Vivir para contarlo - 1 974. Novela Ágata ojo de gato, Premio de la Crítica. - 1 977. Poemario Descrédito del héroe, Premio de la Crítica. - 1 981. Novela Toda la noche oyeron pasar pájaros, Premio “Ateneo de Sevilla”.
De La noche no tiene paredes, 2009 José Manuel Caballero Bonald
- 1983. Antología poética Selección natural - 1984. Laberinto de Fortuna. - 1988. Publica En la casa del padre , Premio Plaza y Janés. - 1993-1994. Primera edición de la novela Campo de Agramante. Recibe el Premio Andalucía de las Letras.
Leganés a J. M. Caballero Bonald
- 2005. Libro de poemas Manual de infractores, Premio Internacional Terenci Moix y Premio Nacional de Poesía. Premio Nacional de las Letras. - 2007. Publica la antología Somos el tiempo que nos queda (1952-2005) - 2009. Poemario La noche no tiene paredes. - 2010. La novela de la memoria que recoge sus dos libros de memorias.
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Sombras le avisaron Leganés a José Manuel Caballero Bonald
Edita: AYUNTAMIENTO DE LEGANÉS LEGACOM COMUNICACION S.A.U Dirección Editorial: Manuel Hidalgo González Imagen de portada: Fernando de la Rosa Diseño: LEGACOM COMUNICACION S.A.U. maquetación: GRAFICAS BR Coordinación Técnica: Concejalía de Educación Equipo técnico de Apoyo a la Escuela Este libro ha sido posible gracias a la colaboración de: Los institutos de Educación Secundaria de Leganés: Butarque, Cabrera Infante, E. Tierno Galván, Gabriel García Márquez, Isaac Albéniz, Jose De Churriguera, Julio Verne, La Fortuna, María Zambrano, Pablo Neruda, Salvador Dalí, San Nicasio y Siglo XXI. Y a: – Ángel L. Prieto de Paula – Antonio Lucas – Benjamín Prado – Felipe Benítez Reyes – Jesús García Sánchez – Jose-Carlos Mainer – Jose María Pozuelo Yvancos – Jose Ramón Ripoll – Juan Carlos Abril – Julio M. de la Rosa – Luis García Montero – Luis Eduardo Aute – Fernando de la Rosa – Colectivo Fotográfico de Leganés - Rafa Martín - José Hernández “Chiqui” - Paco Morillo - Luz Cortés Marín - Jose Antonio Molina – Editorial Seix Barral – Revista Litoral Imprime: GrÁFICAS BR Depósito legal: M-9947-2011 Queda prohibida, salvo excepción prevista por la ley, la reproducción (electrónica, química, mecánica, óptica de grabación o de fotocopia), distribución, comunicación pública y transformación de cualquier parte de esta publicación –incluido el diseño de cubierta, sin la previa autorización escrita de los titulares de la propiedad intelectual y de la editorial.
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ÍNDICE Presentación de Rafael Gómez Montoya Luis Eduardo Aute IES María Zambrano Antonio Lucas IES La Fortuna Jose Antonio Molina IES Salvador Dalí IES San Nicasio Joaquín Sabina Benjamín Prado IES Julio Verne IES Siglo XXI Luis García Montero IES Gabriel García Márquez IES Pablo Neruda Felipe Benítez Reyes J.M. Caballero Bonald Fernando De La Rosa IES E. Tierno Galván IES Butarque IES Isaac Albéniz IES Cabrera Infante IES Jose De Churriguera Jose Ramón Ripoll Luz Cortés Marín Ángel L. Prieto De Paula Rafa Martín Jose-Carlos Mainer José Hernández “Chiqui” Juan Carlos Abril Paco Morillo Julio M. De La Rosa Jesús García Sánchez Jose María Pozuelo Yvancos
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Estimada ciudadanía, Es todo un honor para mí presentaros este libro dedicado al poeta José Manuel Caballero Bonald. Uno de nuestros grandes poetas, que ha recibido grandes reconocimientos en el mundo de las letras: Premio Nacional de las Letras, Premio Internacional Terenci Moix y Premio Nacional de Poesía, por su extensa obra tanto poética como en prosa: una obra cargada de ironía, compromiso, que invita a la reflexión con un gran rigor intelectual. Además, resulta para mí un doble honor porque son los y las jóvenes estudiantes de institutos los que han realizado este proyecto, estudiando previamente la obra de Caballero Bonald en clase y ofreciendo después su visión más personal sobre su literatura. Por eso quiero agradecer la labor realizada por los institutos de Educación Secundaria de Leganés Butarque, Cabrera Infante, Enrique Tierno Galván, Gabriel García Márquez, Isaac Albéniz, José de Churriguera, Julio Verne, La Fortuna, María Zambrano, Pablo Neruda, Salvador Dalí, San Nicasio y Siglo XXI. En esta edición, contamos una vez más con la colaboración de poetas y artistas de la talla de García Montero, Benjamín Prado o Luis Eduardo Aute, que también aportan su visión sobre Caballero Bonald. Espero, por lo tanto, que al igual que los otros libros dedicados a Blas de Otero, Ángel González, José Hierro, Julia Uceda y Luis García Montero, esta edición cumpla con su objetivo de potenciar, entre jóvenes y no tan jóvenes, el interés y la afición por la literatura. Recibid un cordial saludo
Rafael Gómez Montoya Alcalde de Leganés
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María Alcaraz Daniel Pedraza
Shabita Blanco
Jorge Pombo Bernard José Hernández “Chiqui”
Ricardo Jiménez Brais Ruiz
María Ángeles Barragán
1º ESO I.E.S. SIGLO XXI Felipe Delgado
Marina Rodríguez Juan Carlos Abril
David Martínez
Alba Escalona Cristina Cid Miranda Gijón
Anás Kharroub
Francisco de Borja Julio M. de la Rosa
Asala Mohamed
Jonathan Estévez
Laia García
Jesús García Dunia Fernándes
María Carbajal
Laura Jiménez
Rafa Martín
Marta Ávila
Jose Ramón Ripoll
Wander Johan Segura
David Escrivá Katherine Ortiz
Laura Fernández
Alicia del Río
Ladislao Segura
Luz Cortés Marín
Patricia Barrero
García Montero Pablo García
Isarel Medinilla
Jose María Pozuelo Alejandra Girón
Felipe Benítez
Coral Gandía
Elías Soto
Jose Antonio Molina
Mrabeh Fathi
Luis Eduardo Aute
Álvaro García Cristina Izquierdo
Noelia Ramos
Adrian Humanes
Antonio Lucas
Joaquín Sabina
Jose-Carlos Mainer Daniel Muñoz
Marcos Pérez
Paco Morillo Benjamín Prado Ángel L. Prieto
Fernando de la Rosa
Jordy Rodríguez Sandra González
Luis Eduardo Aute Publicado en Litoral 242
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‘’Mil veces he intentado decirte que te quiero...’’ De Miedo J. M. Caballero Bonald
El secreto a gritos desvelado Quiero decirte que... pero no, máscara soy que pinta sonrisas palabras náufragas los suspiros, herido el vano sueño vierta brillante lágrima. Único anhelo confesarte que... pero no, amordazado, torturado, marcado por el silencio de cobardía que se hace más fuerte por el terror de perderte, miedo. Angustia. Te diré que... pero no, esa sonrisa tuya permanecerá alegre en la ignorancia tus bellos ojos conservarán su preciada inocencia. No, no puedo hacerlo, no debo, no voy a decirte que... Te quiero.
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Alba Escalona Perny 4º B ESO. IES MARÍA ZAMBRANO
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“Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas”. J. M. Caballero Bonald
Reitero Vive(s) en cada partícula de luz, me pregunto cómo haces para ser sombra dentro de mis ojos. Bombilla barata por luz cegadora. Era mejor cuando los rayos estaban contados Para persianas que jugaban a ser cortinas Y cortinas que ayudaban a las persianas. Ahora piel gangrenada Y excesiva dirección. ¿Qué hago? y ¿Por qué? Ocupan demasiado. Lo dijiste para que pasara lo contrario … admiración de lograr lo conseguido. Hoy será, tan sólo, Otro día de teatro en una vida personal.
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Laura Jiménez Moreno 2ºB BTO. IES MARÍA ZAMBRANO
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Lautréamont De Los mundos contrarios Antonio Lucas Quisiera como tú, arriesgar el viaje. No ser ni luz ni sombra: sólo límite. Dejar una penumbra por todo patrimonio y hacer brotar mi sangre, sentarla entre nosotros, oír cómo se apaga su cauce diminuto, el líquido aderezo que me impulsa, la lenta munición de mi existencia. Oigo un rumor de cosas que pasan por la calle, el miedo es la moldura que las une. Y si miráis más al fondo de mi vida, si acercáis el oído al acorde del frío, será la locura quien hable. Pacíficamente he borrado mis huellas, he apoyado en la noche mi cuerpo impreciso, mi fe humeante. Acerco mi pecho al vacío. Es el aire un tarot de pájaros ciegos que escupe este canto futuro. Sólo quiero apurar mi edad, mi tierna maldición sin años y que el obsceno clave de mi nombre suene por el triángulo del cielo, por el aula de las nubes que nadie ha conquistado, por todo lo que fue abatido y yo defiendo brindando a la salud de los siglos sucesivos, puntual en la violencia intermitente del invierno. Porque mi generación no existe nada hay más terrible que un clamor de multitudes. Escribir es no aceptar lo irremediable, buscar sin equilibrio, amar sólo del tiempo el oscuro sobresalto de su rumbo. Del olvido extraje un esqueleto afín al mío, un hermoso mástil. Bastará el día en que muera con escribirme el epitafio en la niebla de un espejo.
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Inspirado en Casa junto al mar. J.M. Caballero Bonald
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Anás Kharroub Ben Abbou 1º D ESO. IES LA FORTUNA
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La casa de mi niñez Esa casa, esa casa tan luminosa como el sol en la mañana, como una vela en lo más profundo de la oscuridad, como un fuego en la noche más fría de invierno. Paredes mías y blancas, azulejos en el suelo, puertas de madera y las ventanas… Las ventanas donde poder ver las montañas como si de un cuadro se tratara. Esa casa donde pasábamos días y días jugando y riendo. Pero ya solo queda eso: recuerdos, recuerdos enlatados en mi cabeza, el sonido de la lluvia en el tejado imaginando el sonido de un niño que llora porque le arrebataron la casa de su niñez.
Inspirada en Casa junto al mar. J.M. Caballero Bonald
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María Ángeles Barragán Durán. 1º D ESO. IES LA FORTUNA
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Siempre se vuelve a lo perdido Nuevamente retorno, tiempo atrás, a mi vida porque siempre se busca y sin remedio la marca de la infancia que perdimos. Maniatado a mi ayer, me voy derramando a medida que vuelvo. De Memorias del poco tiempo. I. Mi propia profecía es mi memoria J.M. Caballero Bonald
José Antonio Molina
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A J.M. Caballero Bonald Al fin, rozando como está la jara el cielo y la rosa floreciendo en mis antípodas, parece que he encontrado a alguien afín. Alguien capaz de comprender que en un mal beso, en un instante de añoranza y en un postrer suspiro se mecen las mil páginas del libro que nos narra. Alguien que escuchó al glaciar de lava surgir desde la nada, lamer su alma salvaje para sosegarla con su tempestad. Un glaciar con nombre de mujer. Alguien que supo ver el amor al trasluz de una botella, y un adiós último, silencioso, amante, eterno, como lluvia de verano por la tarde, grabado en su etiqueta desgastada.
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Daniel Pedraza Fernández 2º BTO. IES SALVADOR DALÍ
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Vida mía y mi descanso venid a la luz del alba.
J.M. Caballero Bonald
Esperando que llegue el alba No puedo dormir, me asomo a la ventana esperando el alba. Ese momento no llega, qué larga es esta noche, quisiera que pase pronto. Los minutos son eternos, como eterna es mi desesperanza. Sola estoy en mi ventana, mirando al infinito, esperando que llegue el alba.
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Dunia Fernándes Bouamama 4º ESO. IES SALVADOR DALÍ
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Inspirado en Ceniza son mis labios. J.M. Caballero Bonald
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Jorge Pombo Bernard 3º B ESO. IES SAN NICASIO
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Inspirado en La botella vacia se parece a mi alma. J.M. Caballero Bonald
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Francisco de Borja Gómez Lagartera 3º A ESO. IES SAN NICASIO
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Por donde les quepa Joaquín Sabina Bahía de Cádiz, agosto 2004 Serás la guinda de este animalario, si no quieres dejar mi acuario cojo contesta a maleficio de inventario, dibuja en mi pupila un trampantojo. Dandy con panamá, hielo incendiario, buceador de esmeraldas en rastrojo, poeta nocherniego y tabernario, mójese don Bonald, diente por ojo. Yo sé que me prefieres más bien ronco y uno, primo, feliz de ser el tronco del novio de mi novia lady Pepa. Pepe, pupa, rezaba un telegrama, bohemia, Camarón, Chavela en rama y la Academia por donde les quepa.
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Pepe Caballero me debe una copa Benjamín Prado Una noche de hace quién sabe ya cuántos años y que no se iba a parecer a ninguna otra de mi vida, estaba en un restaurante de Madrid cenando con Rafael Alberti y Julio Cortázar cuando el autor de “Rayuela” me dio el mejor consejo que nadie me ha dado nunca. Había pasado todo el día nervioso, porque por aquel entonces ya admiraba a Cortázar casi tanto como aún lo admiro, y por eso desde que Rafael me anunció que íbamos a cenar con él, no hacía otra cosa que pensar cómo sería en persona, de qué modo iba a tratarme o qué debía hacer yo. Precauciones inútiles todas ellas, en realidad, porque no sólo resultó que Cortázar era un ser exquisito y atento, que se esforzó en ser amable y cercano conmigo, sino que además me dio ese consejo que nunca he querido olvidar: en un momento en el que Rafael se había ausentado, me preguntó si me resultaba fácil intentar escribir poesía al lado de alguien de la magnitud de Alberti; le contesté que no mucho y, entonces, me dijo: “Pero y en cualquier caso, eso qué importa ahora. Vos de momento apilá, apilá no más.” En los trece o catorce años que tuve la suerte de estar cerca de Alberti, conocí a muchos escritores o artistas que admiraba y admiro, pero no de todos saqué la impresión de que pudieran enseñarme algo. O tal vez podría decir, siguiendo el camino que me puso a los pies Cortázar, que con el tiempo dividí a la gente que encontraba en dos grupos: aquellos a cuyo lado merecía la pena apilar algo y aquellos que no. ¿Apilar qué? Sobre todo, madera con la que darle calor a mi propia vida. Uno de esos ejemplos a seguir ha sido y es José Manuel Caballero Bonald. Visto a lo lejos, desde la distancia del lector, Caballero Bonald era un poeta y novelista admirable, digno de ser leído con atención y ganas de aprender, porque la calidad e intensidad de su obra lo subieron, desde el instante en que un libro suyo fue a parar a mis manos, a la torre de los maestros. Desde cerca, Pepe Caballero es inteligente, sutil y, a menudo, perspicaz hasta llevarte a la transparencia. Es divertido sin alardes, bebedor con elegancia, amigo generoso, sofisticado sin estridencias, noctámbulo con límites y conversador sin fronteras. Le gusta más la ironía que el humor y es tan impaciente con las tonterías como lo era su compañero de generación Jaime Gil de Biedma, lo que le convierte en un serio peligro para los mentecatos, pedantes, chistosos y pisaverdes
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que asolan el mundo. Es respetuoso con la opinión de los otros pero firme en sus convicciones. Y, cada vez más, es cariñoso con los amigos que han pasado al otro lado de su piel de león. Es difícil encerrar a una persona como Pepe Caballero en unos cuantos adjetivos y sustantivos, pero creo que si sumas todos los que acabo de escribir puedes tener, al menos, un buen retrato robot de él en la intimidad. Tener el privilegio de apilar lecciones y ejemplos al lado de personas como Caballero Bonald te ayuda a recordar que el hecho de que la literatura sea algo muy serio no significa que sus autores deban ser aburridos o pomposos. Con Pepe uno se ríe, toma una manzanilla junto al Guadalquivir, un vodka en Madrid o unos huevos estrellados en Sanlúcar, habla hasta la madrugada de cosas que pueden estar o no dentro de los libros, navega por los mares de Cádiz, se sube a un tren, visita bodegas, va a conciertos y, naturalmente, lee y escucha poemas. En resumen: a su lado se aprende la enorme diferencia que hay entre vivir o nada más que estar vivo. El resultado es que uno puede conocerlo hace diez, quince o veinte años y aún te quedas, cada vez que lo ves, con la sensación de haber tomado siempre una copa de menos. Mira que lo admiro como escritor multiplicado por cuatro, da igual si es en forma de novelista, poeta, autor de memorias o de libros misceláneos, porque su estilo me gusta como me gustaba el de Cortázar, por encima de los géneros; y mira que lo admiro también como persona comprometida, de esas que no llevan una bandera en la mano pero tampoco se esconden de ellas cuando hace falta, y en ese sentido no hay más que leer su último libro de poemas, Manual de infractores, que es una extraordinaria reivindicación de la rebeldía de quien no se conforma ni se doblega ante las exigencias de un mundo injusto, arbitrario, hipócrita, inmoral y, con frecuencia, estúpido. Y, a pesar de todo eso, la admiración se me queda pequeña, porque en todos estos años de cercanía el cariño le ha ido ganando terreno y ya es lo que, personalmente, más me importa. Lo digo de todo corazón y sabiendo que en cuanto él lea este artículo descolgará el teléfono, nos vamos a encontrar en cualquiera de los restaurantes que frecuentamos, ninguno de los dos dirá nada acerca de lo que acabo de escribir, porque a ambos nos avergonzaría esa clase de conversación, y cuando yo regrese a mi casa, a horas intempestivas y después de haberlos dejado a Pepa y a él en la suya, que está muy cerca, lo haré con la sensación de haber tomado, otra vez, una copa de menos. No importa, que los dos vasos vacíos nos esperen, porque pronto regresaremos a por ellos.
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En honor a una mujer Como una pequeña cuchilla afilada Como una hoja de papel malintencionada Como una palabra verdadera que hiere Entraste, arrolladora, en mi alma. Trajiste contigo dudas, miedo, dolor… Altibajos, alegrías, desilusiones, odio… Te llevaste esperanza, cariño, el Fulgor de mis jóvenes y alentados ojos. Dejaste tras de ti vacío, oscuridad… Te llevaste mis sentimientos, Me bloqueaste la razón. De lo único que me arrepiento en la vida Es de haberte dado mi amor. El único reflejo blanco en la oscuridad de mi vida Es el del líquido de la vida malgastado Que asoma por los bordes de las sábanas, Decorando lúgubremente La estampa de mi tenebrosa habitación. Fuiste todo, ahora no eres nada. Nada, lo que quedó en mi interior. Mi interior, aquello que destrozaste Destrozaste, mi cuerpo indirectamente: Directamente cayó en las garras De esas divinas sustancias Creadas por Satanás Me has destrozado el alma Me estás destrozando el cuerpo Me vas a destrozar la vida… Esta es la historia, amiga mía De la persona que más amaste en el mundo.
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Ricardo Jiménez 4º B ESO. IES JULIO VERNE
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Inspirado en Toda la dicha cabe en una lágrima. J.M. Caballero Bonald
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Laia García Portero 3º BTO. IES JULIO VERNE
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1º ESO. IES Siglo XXI
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Inspirado en Un libro, por ejemplo.. J.M. Caballero Bonald
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Jonathan Estévez Fernández 3º B ESO. IES Siglo XXI
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La botella vacía Luis García Montero El primer poeta con el que me sentí deslumbrado fue Federico García Lorca. En la biblioteca de mi casa familiar se encontraban la edición de sus obras completas en Aguilar. Yo me había acercado a la poesía porque mi padre conservaba la buena costumbre de leer en alto sus poemas preferidos, casi todos pertenecientes a una famosa antología titulada Las mil mejores poesías de la lengua castellana. Con los poemas de García Lorca pasé al secreto, es decir, a la lectura íntima, no relacionada con un rito familiar, sino con una necesidad solitaria de belleza y conocimiento propio. Con García Lorca descubrí la metáfora, la imagen, la palabra poética. Después seguí navegando en esos mares gracias a los libros surrealistas de Rafael Alberti. El impacto causado por Sobre los ángeles y Sermones y moradas fue tan duradero que, al cabo de los años y de otras muchas lecturas, dediqué mi tesis doctoral a la etapa vanguardista del poeta gaditano. Aunque mi voz poética buscó después los tonos narrativos y la música confesional del pensamiento, nunca perdí el gusto por la metáfora, el amor por un lenguaje poético capaz de sugerir una mirada propia y turbadora sobre la realidad. Todos mis poemas intentan equilibrar la meditación narrativa con metáforas capaces de tensar los versos y sugerir estados de ánimo. Entre los maestros del lenguaje poético conté desde muy joven, como ya he dicho, con la ayuda de Federico García Lorca y Rafael Alberti. Pero tardé poco en descubrir a otros dos maestro del grupo poético del 50: Claudio Rodríguez y José Manuel Caballero Bonald. Con Pepe Caballero y con Pepa Ramis, su mujer, he tenido la suerte de mantener una ya larga amistad. Caballero Bonald representó para mí una doble lección, un ejemplo ético y lírico, en el que la lírica se convertía en ética y la ética en conciencia lírica. Sus poemas dialogan con la estirpe arabigoandaluza, con la mejor tradición de barroco y con el surrealismo. Su escritura es un merodeo en el lenguaje, una forma de impertinencia lingüística que busca la iluminación de los pliegues más profundos de la realidad. No se trata nunca de conseguir esencias o verdades sagradas ocultas, sino de negarse a las palabras acomodadas y a las certezas rutinarias para alcanzar en lo posible la parte de nosotros mismos que palpita bajo las escombreras de la vida. Su literatura siempre es un acto de valentía, porque buscar así supone arriesgarse al óxido, a las mentiras de la memoria, a una selvas que amenazan con ponernos en contacto con nuestro propio vacío. Caballero Bonald es un infractor, un rebelde, dispuesto a no aceptar los términos medios, ni la prudencia apocada de las palabras previsibles y de esas personas llamadas decentes
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que definen su bondad por su humillación a las rutinas del poder. Ha necesitado fundar lugares como su reino mítico de Argónida, en el que el deseo, la naturaleza emergente y los adjetivos rompen cualquier mordaza urdida por la historia o por el miedo. Caballero Bonald ha sido el puente, original y cercano, que me ha mantenido en relación con mis lecturas de Lorca y Alberti. Cuando en el libro Vista cansada, quise escribir un poema que evocase mis lecturas adolescentes de Poeta en Nueva York, mi descubrimiento de la materialidad del lenguaje y mi diálogo con el vacío, recordé enseguida un poema de José Manuel Caballero Bonald, de Laberinto de Fortuna (1984), titulado “La botella vacía se parece a mi alma”. La poesía es una de esas cosas de la vida que, más allá de las creencias inmortales, puede justificar nuestra existencia con la dignidad de lo terrenal. Por eso, y porque he bebido mucho junto a él, establecí con Federico García Lorca y con José Manuel Caballero Bonald este diálogo poético.
Nueva York La botella vacía se parece a mi alma. José Manuel Caballero Bonald Un borracho se bebe una ciudad hasta romper la última botella. Era mil novecientos veintinueve. Dormía sobre cristales rotos. Un poeta lo escribe. Ha vivido en sus versos la luz inconsolable de los asesinados, de los que comen fruta de un árbol sin raíces. Después habrá un muchacho que lo lea y descubra los cienos, las arañas de los últimos trenes, la aurora corrompida de los años setenta. Pero no sé qué luz mucho más fuerte ha levantado al cielo los cristales. Son violetas tardías, emociones de invierno en el puente de Brooklyn. Las cosas de este mundo tienen sed. La realidad no sabe estarse quieta. Nueva York son mis ojos. La botella vacía puede llenar mi alma.
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Desolado Paisaje Delirio de cemento, tormenta de ceniza, luces, edificios, bares, prostitutas, alcantarillas, vertedero de los sueños marginados por la sombra, disfraz de enero tejido entre la lluvia. El cielo gime y provoca en mí una intensa agonía y la luz desaparece poco a poco ocultando mis recuerdos. Esta triste ciudad está perdida entre escombros, nació entre el viento gélido de las montañas para seguir creciendo por sus laderas y eligió un camino ahogado por la miseria conduciendo a la soledad hacia su seno y abrazándola por el resto de sus días. Jadeante el tiempo y… el viento que llora arrastrándose por el embarrado hueco que le deja la vida (tal vez el que se merece) y que inútilmente desgarra piel ya muerta, curtida con versos y caricias. La humedad se atraganta con el alambre de espino que está clavado en su mala lengua, lengua muerta, y cae dolorida y furiosa sobre los suburbios desesperanzadores e inquietos de mi alma, de mi mundo de sangrantes palabras, pudriéndolo todo. No pretendo que me entendáis, sería complicado veros las caras en esta ciudad. Acicalaos los ojos llenos de legañas, abridlos, tal vez contempléis a oscuras lo mismo que yo veo, un desolado paisaje formando vuestra conciencia.
Inspirado en Manual de infractores. J.M. Caballero Bonald
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Brais Ruiz Rodríguez 2º BTO. IES GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
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“Mil veces he intentado decirte que te quiero, mas la ardorosa confesión, mi vida, se ha vuelto de los labios a mi pecho.” J.M. Caballero Bonald
Miedo Deseo de estar siempre juntos. Silencio, silencio, silencio. Esclavo de mi silencio. -oMiedo de no verte. Miedo de no sentirte. Miedo de no escuchar tu voz. -oHe sentido miedo al dejar escapar el alma por si amarte no merezco -oMiedo de perderte. Silencio atronador, luz que sin ti se apaga. -oMe hundo en el misterio de este amor infinito lleno de pasión y fuego. -oMisterio, misterio anhelándote, anhelándote Y fielmente amándote.
“Dime así que me entiendes, que sientes lo que siento…”
“Dime así cuanto quieras… cuanto quieras. De que hables así… No tengo miedo.” J.M. Caballero Bonald
Shabita Blanco Martín, Cristina Cid Martínez, David Escrivá Medina, Laura Fernández Lavín, Coral Gandía Romero, Katherine Ortiz Cardona, Alicia del Río Montes, Wander Johan Segura Matos, Ladislao Segura Mediano, Patricia Barrero López, Mrabeh Fathi, Pablo García Estévez, Álvaro García León, Adrián Humanes García, Cristina Izquierdo Corrochano, Daniel Muñoz Cárcel, Marcos Pérez Navarro, Noelia Ramos Ramos, Jordy Rodríguez Redondo.
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PCPI IES PABLO NERUDA
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Inspirado en Toda dicha cabe en una lágrima. J.M. Caballero Bonald
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Sandra González Resa 4º B ESO. IES PABLO NERUDA
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Verticalidad de caballero Felipe Benítez Reyes En cierta ocasión, Caballero Bonald elogió con asombro sincero la verticalidad de Ángel González al andar, a pesar de que, dadas las circunstancias, lo lógico era que el poeta ovetense se tambalease un poco. Sabía desde luego lo que elogiaba, porque Caballero Bonald luce la verticalidad propia de los emperadores, de los bailarines y de los trasnochadores veteranos que convierten el andar derechos en una cuestión de dignidad no sé si básica o extrema: quien no sepa mantenerse derecho a partir de ciertas horas, que no ande por ahí. A esas alturas de la noche que van provocando deserciones desesperadas o espantadas prudentes, Caballero Bonald se muestra más vertical que nunca, como si acabara de levantarse, aunque la cama es su último recurso, igual que el ataúd para el conde Drácula: un sitio al que se va cuando no queda más remedio. Lo observa uno y se pregunta “¿De qué estará hecho Pepe?”. Y la respuesta la da el propio interesado: “Esto, camarero… Aquí haría falta otra botella”. Y la botella llega, y la verticalidad se acentúa, y las horas se estiran como una materia mágica. Mientras haya noche, en fin, hay Pepe Caballero. Pero no se piense en el patrón del noctámbulo alborotador y enfático, en el noctívago tormentoso y de boca fácil, más fuera de sí que inmerso en nada, sino en todo lo contrario: Caballero Bonald, a medida que la madrugada avanza hacia ninguna parte, no sólo va ganando en verticalidad, sino también en mesura y en prudencia, quizá porque la larga experiencia en los escenarios con luna le ha enseñado que el papel estelar de la noche no corresponde a nadie en concreto, sino en cualquier caso al coro, que ni siquiera precisa de director. Si el coro armoniza, bien. Si el coro desafina, retirada. Sea la hora que sea, sea cual sea el número de botellas que haya pasado por la mesa, nadie le oirá a Caballero Bonald, a nuestro tío Pepe, una palabra más alta que la otra, ni un comentario delirante, ni una frase a medio terminar o vacilante. Nadie le verá dar un traspiés. Porque parece que el alcohol le pone sobrio, que le conduce por vía de la paradoja a una especie de estado zen o similar, así ande él por un güichi bullicioso de la playa de Montijo, que puede ser lo menos zen o similar que se despacha por esta zona del mundo. Creo que estarán ustedes de acuerdo conmigo en que son muy pocas las trayectorias poéticas ascendentes. Casi todos los poetas, los grandes incluidos,
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disfrutan de una época de plenitud –de esplendor en los casos afortunados- y caen luego en una honrosa rutina tanto expresiva como temática que, sin desmerecer de lo antecedente, añade poco o nada a sus logros mayores: el eco de algo. Hay, no obstante, algunos poetas privilegiados que mantienen la excelencia a lo largo de toda su obra, sostenida en una indagación indesmayable en los recursos retóricos y las variaciones temáticas esenciales. Entre esos poetas privilegiados se cuenta José Manuel Caballero Bonald, el maestro de la verticalidad nocturna. Sus nuevos libros de poemas tienen el ímpetu creativo propio de un autor joven: esa compulsión por atestiguar desde una posición de rebeldía ante las convenciones sospechosas, ese inconformismo de fondo ante la vida por puras ansias de más vida… Se trata además de libros que manifiestan una fe inquebrantable en el poder de la poesía como testimonio de una conciencia alerta ante sus propios vaivenes y espirales: la voz que logra explicar lo que de antemano no tenía explicación, la indicación de un espacio en el que las palabras y los conceptos se alían no para revelarnos una verdad, sino para ofrecernos algo más importante tal vez que la improbable verdad misma: la comprensión de nuestras dudas esenciales. La nebulosa, en suma, modelada. A unas alturas de vida en que muchos consideran haber dicho cuanto querían decir o se limitan a ensayar variaciones sobre lo ya dicho, Caballero Bonald apuesta por nuevas búsquedas, tanto morales como estilísticas: que las palabras no sólo digan más de lo que dicen, sino que también sepan callar para fortalecer su enigma, para estimular en el lector la exploración de esa zona de sombra que existe siempre al fondo de todo buen poema, ya que en todo buen poema suele producirse un equilibrio portentoso y difícil entre la evidencia y la sugerencia, entre lo explícito y lo inefable. Y, por otro lado, el afantasmamiento progresivo de la identidad al diluirse en el tiempo: la identidad como recuerdo impreciso, como una especie de leyenda privada que acaba perdiendo credibilidad y ganando imprecisión a medida que pasan los años. Tanto en sus novelas como en sus poemas, tanto en sus artículos como en sus prosas memorialísticas, Caballero Bonald sólo hay uno: no se trata de un escritor escindido en unos géneros, sino de un escritor que aplica una moral estética insobornable a géneros diversos: el lenguaje literario como ejercicio de intensidad. Esa es la premisa, la convicción: jamás un lenguaje rutinario y previsible. Siempre la artesanía sobre lo insólito, siempre la búsqueda del giro inesperado, del adjetivo que no renuncia a la precisión pero tampoco a una leve anomalía, para provocar así un leve desplazamiento de sentido. Siempre el verso rotundo, siempre la prosa con resonancia, siempre tensada la expresión. Cada
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palabra medida, en fin, y potenciada a la vez. Pero no se trata de la búsqueda de ornamentos, porque la finalidad es de intención muy distinta: el ofrecimiento de una meditación articulada a través de un discurso coherente y esplendoroso que a su vez ofrezca un sugestivo clima de caos de conciencia, de extrañeza del poeta ante sí mismo, de aturdimiento ante el milagro y la rareza del vivir. A cualquier hora del día o de la noche, Caballero Bonald mantiene una verticalidad irrenunciable. En verano, con sus mocasines blancos y sus envidiables guayaberas bordadas (¿dónde las comprará?), tiene aspecto de haberse bajado de un barco recién venido de Estambul o de por ahí lejos. En invierno, con su mascotilla de tweed, parece el propietario melancólico de un caserón con fantasmas, entre mastines y potros angloárabes. Siempre en sí mismo, en fin, ni la eternidad lo cambia.
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El justo Aquel que edificó su casa con nobles piedras y a su abrigo vivió decentemente sin mandar ni ser mandado, aquel que obedeció los estatutos de la naturaleza y así pudo igualar con la vida el pensamiento, aquel que compartió los venerables ordenamientos de la soledad, ése no podrá nunca ser vencido porque nunca tampoco usará contra nadie su poder. De La noche no tiene paredes, 2009 J.M. Caballero Bonald
Fernando de la Rosa De la serie Papeles con gesto negro nº 3
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Inspirado en Mendigo. J.M. Caballero Bonald
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Marta Ávila Nicolás 4º A ESO. IES ENRIQUE TIERNO GALVÁN
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Inspirado en Toda la dicha cabe en una lágrima. J.M. Caballero Bonald
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Miranda Gijón Martín 4º B ESO. IES ENRIQUE TIERNO GALVAN
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Aunque el hombre se humille, aunque lo acepte todo sin parar a pensarlo, sin cuestionar la vida que le hace ser humanamente humano... Aunque pase por alto la injusticia, aunque nunca proteste sin mirar a los ojos de otros hombres, sin ganas de ser algo que observe la verdad con claros ojos ... No por todo lo dicho no se presentan dudas a su mente.
Inspirado en Santoral. J.M. Caballero Bonald.
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María Alcaraz. 4ºB ESO. David Martínez Vilches. 1º BTO. IES BUTARQUE
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Inspirado en Versículo del Génesis. J.M. Caballero Bonald
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Alejandra Girón Álvarez 4º B ESO. IES BUTARQUE
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“Una mujer está esperando en el andén de una estación vacía. Detrás quedan los montes, una mugrienta torre de cemento, unos lienzos de muro con graffitis, las luces tristes de los corralones.
Hay un reloj parado interceptando el tiempo desde la marquesina, y unos bultos de bruma se hacinan en los bordes del silencio”. Vía muerta” Manual de infractores J.M. Caballero Bonald
Esa mujer no espera a nadie. Forma parte de una historia que ha caído en el olvido. Ansía irse, desaparecer tras una capa de locura que delate su mísera existencia. Su figura se cierne sobre el horizonte marcando unos pasos sordos que la sumergen en un mundo de tinieblas. Rodeada de falsos recuerdos, avanza a lo que será un comienzo sin fin.
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Elías Soto 4ºA ESO. IES ISAAC ALBÉNIZ
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Inspirado en Treta para acosados. Del libro Drescrédito del héroe. J.M. Caballero Bonald
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Asala Mohamed 4º A ESO. ISAAC ALBÉNIZ
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Tú te llamabas Carmen, y mientras me hablabas, yo te miraba, se detuvo el tiempo en medio instante; el amor me llamaba y yo le obedecía. Mientras me susurrabas y yo te amaba, se alzaron los sentimientos, mandó tu voz, el cielo se hizo en tus ojos, y yo pronuncié el querer en tus labios. Fue una mirada, un frenesí de besos, una lujuria de sentimientos. Fue un instante sin fin, sin tiempo para soñar. Y entonces despertamos, … y seguimos amándonos.
Inspirado en Tú te llamabas Carmen. J.M. Caballero Bonald
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Felipe Delgado Díaz 1º BTO. IES CABRERA INFANTE
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Israel Medinilla Losada 4º ESO. CABRERA INFANTE
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Efímera juventud Aprendimos en mitad de la tormenta a bailar bajo la lluvia sin mojarnos. ¡Qué ilusos somos los enamorados! Clavaste tu honda y verde mirada en la vieja mía, con la esperanza de volver, tú y yo, a esos felices días… Nada decíamos. Denso silencio. Dejábamos que los ojos hablaran, mas era peor tu mudo llanto que hirientes y mordaces palabras. Se apagó nuestra luz; sigue la lluvia. Ya no nos queda nada que bailar.
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Marina Rodríguez Gómez 2ºC BTO. IES JOSÉ DE CHURRIGUERA
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Inspirado en Vía muerta. J.M. Caballero Bonald
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María Carbajal Martín 1º ESO. IES JOSÉ DE CHURRIGUERA
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La ética de la palabra (El compromiso de Caballero Bonald) José Ramón Ripoll Sostiene Caballero Bonald que la poesía es un asunto puramente verbal y que ésta, más que en las emociones y vivencias del poeta, surge del engranaje que forman las palabras, la música, los ritmos y los silencios contenidos en el propio poema. Todo lo demás son buenos propósitos, deseos e intenciones previas que, a la hora de escribir, quedan al margen del texto. El mayor compromiso del escritor es, pues, con su propio lenguaje, como vehículo expresivo para indagar las zonas más ocultas de la conciencia, los rincones recónditos de la memoria y el territorio pantanoso de la oscuridad. Este ejercicio requiere renunciar al discurso lineal y narrativo que ha caracterizado a la mayor parte de su generación, para así emprender un camino sinuoso e independiente que sobrepasa, cada vez con más frecuencia, los límites de la comunicación convencional. “Todo lo que no es barroco es periodismo” ha escrito el poeta más de una vez, lejos de de querer construir una frase ingeniosa. Y es que Caballero Bonald desciende directamente de la mejor tradición barroca, pero en su vertiente más luminosa y certera a la hora de nombrar. Ser barroco para él es lo contrario a irse por las ramas: es buscar la palabra precisa y escoger escrupulosamente las imágenes para expresar correctamente una situación por muy compleja que sea, desechando al mismo tiempo la inmediatez del mensaje informativo, la esquematización de los titulares de prensa y la superficialidad a la que sometemos el idioma en nombre de su rápida comprensión. Por eso, con todos sus respetos por la profesión periodística, otorga a la literatura y en particular a la poesía una condición relevante con respecto a otros sistemas comunicativos. La fidelidad que el poeta mantiene con su palabra se traduce en un continuado ejercicio de compromiso ético y libertad creativa. Desde que comencé a leerlo, en tiempos difíciles para nuestro país, ya que aún vivíamos bajo la dictadura franquista, tuve la certeza de haberme topado con un escritor distinto a los demás, apartado de los usos y consignas que marcaban las diversas esferas del poder, ya fuera desde el epicentro propagandístico del régimen o, paradójicamente, desde las filas de la oposición que batallaban por la libertad. Caballero Bonald siempre ha tenido claro el papel que debía desempeñar la literatura ante la sociedad y aún más clara su posición personal como escritor y ciudadano. «Yo no puedo escribir si no me siento en la inminente necesidad de defenderme de algo con lo que estoy en radical desacuerdo. El acto de escribir supone para mí un trabajo
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de aproximación crítica al conocimiento de la realidad y también una forma de resistencia frente al medio que me condiciona. No podría entender de otro modo –ni justificar moralmente- esa propuesta dialéctica que entraña la literatura (…) Mientras más se ahonde en los insospechados registros de la realidad, más se ahondará en la eficacia artística y social de la literatura.» El contenido de estas palabras subyace y se manifiesta con mayor o menor intensidad a lo largo de toda su obra –novela, poesía, memoria y artículo- ,y aunque la rebeldía ha sido y sigue siendo una de las fuerzas motrices de su escritura, no se ha dejado llevar nuestro autor por las tentaciones populistas y demagógicas que tal acción puede despertar entre sus practicantes. Caballero Bonald es autor de una obra coherente, personal, inventiva, en la que el mundo de los sueños, los enigmáticos nudos de la vida, no resueltos del todo por la razón, los pasadizos oscuros de la memoria y la libertad entendida como el resultado de una aventura vital que trasciende los ámbitos del espacio público han sido los protagonistas. Todo ello lo ha sabido unir a una responsabilidad civil, ampliada a un íntimo reto con el lenguaje y las posibilidades que este ofrece a un artista de su tiempo. Fruto de tal debate continuo es una obra ilimitada en su avance expresivo, desde su primer poemario (Las adivinaciones, 1952) hasta el último título (La noche no tiene paredes, 2009), pasando por Manual de infractores (2005), ese libro necesario de un escritor insumiso que se revuelve contra las injusticias de un mundo hipócrita, obstinado en ocultarlas o, lo que es peor, en mostrarlas como un mal menor sin remedio con el que es inevitable convivir. Manual de infractores es un puñetazo sobre la mesa, de un escritor que en vez de dejarse piropear por los poderes los pone en un aprieto recordándoles todo lo que no han hecho o han dejado de hacer, la obstinación por el olvido y la tiranía sutil de sus artimañas. Son versos escritos desde la mala leche –según palabras del autor-, surgidos contra quienes se empeñan en que esta sociedad padezca colectivamente de alzheimer y no recuerde nada del pasado, ni se empeñe en señalar a sus verdugos y enterrar a sus propios muertos. Son versos que sirven para mantener a raya a los amenazadores nubarrones, en una idioma claro pero sin concesiones facilonas ni panfletarias. Son versos escritos en una lengua límpida y sin contaminar, en liza permanente contra la vulgarización y la zafiedad que nos cala día a día desde televisiones, radios, periódicos o anuncios publicitarios, hasta el punto de no saber distinguir ya quiénes somos en verdad. Son versos que infringen las normas de la apariencia para descubrirnos la realidad más profunda. El compromiso, pues, de Caballero Bonald es a su vez con la palabra y la libertad, porque sabe que la una sin la otra son como dos cántaras vacías. La palabra precisa de la libertad para formarse y alcanzar su propio significado en el poema
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y en la vida, despojándose de los viejos corsés que limitan su capacidad de movimiento. Por otra parte, la libertad emana de esa palabra cuando la nombra y engrandece. El poeta es libre en cuanto busca la palabra precisa y, al tiempo, esa palabra es llave de su liberación: una palabra que adquiere en la «noche» su dimensión más amplia. La noche, tal como el autor ha subrayado en numerosas ocasiones, es metáfora de la libertad porque en ella todo sucede sin la necesaria mascarada a la que obliga el día.. En La noche no tiene paredes (2009) el autor se adentra más en este territorio difícil y arriesgado, consciente de que se aparta de un sendero marcado por los significados convencionales y, por tanto, de la confortable lectura. Cada palabra está pensada en su justa medida y situada en el lugar que le corresponde, fruto de varios años de intenso y obsesivo trabajo, en los que el poeta ha fijado en el papel su sentencia única e intransferible. Ya en el segundo poema de Las adivinaciones -«Versículo del Génesis»- la noche adquiere total protagonismo y llega a convertirse en una especie de divisa que el poeta no va a abandonar ya nunca: Entra la noche como un grito entre el silencio de los muros, propaga espantos y vigilias, late en lo hondo de las piedras, abre sus últimos boquetes entre los cuerpos que se aman, y en el papel emborronado entra también la noche. La noche no tiene paredes condensa toda la experiencia y tradición estilística inaugurada en Descrédito del héroe (1977) y continuada en los tres poemarios que le sucedieron – Laberinto de fortuna (1984), Diario de Argónida (1997) y Manual de Infractores (2005)-, pero es mucho más. No creo, como algunos comentaristas han apuntado, que se trate de un libro recopilatorio ni de últimas voluntades. Es verdad que el autor se asoma en varias ocasiones al azogue para contemplar el reflejo de una intuida realidad, y a veces no reconoce lo que ve: “cuerpo desnudo, pedestal de niebla”. También es cierto que desde el primer poema –“Tiempo de los antídotos”-, el poeta lanza una mirada a su vida desde el presente, en una constante y honda meditación sobre aquello que fue y que no fue a la vez. Pero dentro de este presunto laberinto se abren nuevos corredores, no para descubrirnos la salida, sino para conducirnos a espacios más libres, antesalas que nunca habíamos pisado y en cuyo interior brilla la paradoja del lenguaje y el combate dialéctico de los contrarios. Son caminos y pasadizos nuevos, no sólo
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en el terreno vital, frutos del compromiso ético del autor, sino también, y sobre todo, en el ámbito del lenguaje poético, pues como indicábamos al principio de estas líneas, el poema es para nuestro autor una arquitectura del verbo, sin la cual la emoción y el pensamiento desparecen o se disuelven en el aire. Por tanto, su capacidad metafórica y su envidiable talento adjetivizador obedecen a la auténtica necesidad expresiva de desbrozar su jardín para, entre la maleza y la hojarasca, dar con el verbo justo que conjuga otras formas y abre múltiples posibilidades a la significación. La noche no tiene paredes es un libro fresco, instalado en su tiempo, abarcador de dudas y señalador de su verdad,. Por otra parte, el escritor se afianza en un lugar alejado de modas y obviedades, rastrea su pensamiento y escarba en el subsuelo que da vida a ese pensamiento poético, llevándole a tomar posiciones incómodas de asumir desde la fácil y chata concepción de la realidad imperante en todo tipo de mercado actual. No es pues José Manuel Caballero un escritor postmoderno en el sentido populista del término, como ha venido demostrando a lo largo de su trayectoria, y contra esa actitud se revela en cuanto es restrictiva de la libertad. Por el contrario, queda claro que, además de ser uno de los exponentes más independientes de su grupo generacional, Caballero Bonald es uno de los autores más vivos de la lengua española, tanto por su contemporaneidad como por su audacia y compromiso.
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Inspirada en Tema cero De Descrédito del héroe J.M. Caballero Bonald
Luz Cortés Marín
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José Manuel Caballero Bonald: el poeta Ángel L. Prieto de Paula Con demasiada ligereza, se ha pretendido uncir con un mismo yugo a los grandes autores del medio siglo. José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) presenta ciertos rasgos reconocibles en la mayoría de sus coetáneos, con quienes comparte su condición de “niño de la guerra”. No diré que aquí se terminan las analogías, lo que resultaría una ligereza no menor que la primera, aunque de sentido contrario. Las similitudes, en todo caso, no contravienen un hecho evidente: la singularidad de esta voz; una singularidad consistente en su talante barroco, su densidad verbal, la particular atención a la sustancia de la biografía, y una figuración mítica construida no de espaldas a la historia, sino en la historia individual y colectiva. Los primeros rasgos de tan sintética caracterización ― talante barroco y densidad verbal ― no requieren de mayores precisiones. Cualquier lector, tanto si atiende al poeta como al novelista o al memorialista, percibe una suerte de regusto en el aparato del decir, que ajusta los recursos a los requerimientos del tema o del momento, pero siempre lejos de la instrumentación utilitaria del lenguaje. Otra cosa sucede con las otras marcas estéticas ― sustancia biográfica y figuración mítica ―, en las que se asienta en buena medida su referida singularidad. Respecto a la biografía, se trata de un hilo que ensarta sus diferentes libros, épocas y actitudes. Ello no obstante, es muy difícil detectar los grumos de la anécdota existencial, pues, por un lado, la que él mismo ha llamado “función alucinatoria de la palabra” desplaza el punto de interés a la fluencia léxica, y, por otro, la persistente y a veces muy intensa reescritura de poemas y libros va paulatinamente disipando el motivo argumental que les sirvió de arranque. A la postre, el poema aparece distanciado de su cáscara referencial, convertido en una máquina lingüística generadora de sentidos desvinculados de aquel ― ya lejano ― origen biográfico. Y, por lo que hace a la figuración mítica, muy notoria en toda su obra, el poeta trabaja con universales imaginativos, tópicos culturales de larga tradición, modelaciones del paraíso que acabó concretándose en la Argónida de su madurez. Pero este paraíso se ha construido con los materiales deleznables de la historia, por lo que no supone un repliegue del mundo o una invitación a recluirse en el interior intimo meo, sino un otero desde el que lanzar una voz implicada moralmente en los asuntos de los hombres, concernida por el dolor, la esperanza, la indignación, el espanto. Pocos son los poetas que nacen ya hechos; cabe decir, conformados en su totalidad, tal como los conocemos si consideramos el conjunto de su escritura.
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Sin querer afirmar que Caballero Bonald sea uno de ellos, lo cierto es que ya su primer libro, Las adivinaciones (1952), presentaba caracteres anunciadores de un modo personalísimo ― refractado, elíptico, sugeridor ― de referirse a las realidades inmediatas; y ello cuando se estaba constituyendo la poética del socialrealismo, pues de ese año es la Antología consultada de Francisco Ribes, señal de partida de dicha estética. Aquel fue el punto de arranque de una escritura que muy pronto va a cumplir las seis décadas. Su ascenso a la plenitud pasó por diversos hitos, cada uno de los cuales merecedor de la atención lectora: he ahí títulos como Memorias de poco tiempo (1954), Anteo (1956) o Las horas muertas (1959). Su siguiente libro poético, Pliegos de cordel (1963), el más próximo a los dictados socialrealistas, trató de armonizar las pautas de la poesía comprometida con la creación de sentidos no dependientes solo de la determinación voluntarista del poeta; pero incluso ese libro es un ejemplo de exigencia lingüística, muy distante de la precariedad artística y de la formalización temática en que incurrieron tantos cultivadores de la poesía social. En cuanto poeta, Caballero Bonald accedía a una primera plenitud en Descrédito del héroe (1977), cuyo título parece apuntar a la disidencia respecto de las pautas colectivistas, de las prescripciones canónicas y, si se quiere ir más allá, de la atracción épica. Aunque sin solución de continuidad respecto a su escritura anterior, el poeta iba virando hacia las estampas de Laberinto de Fortuna (1984), un libro cuyo rico alegorismo y cuya ambición formal sorprenden aún hoy. La poesía en los conductos de la prosa cuajaba en unas espléndidas estampas en las que no decaían ni la armonía ni el ritmo. Al contrario, resulta imposible leer ese volumen sin sentir el vaivén discursivo de precedentes tan nobles como, en primer término, el juanramoniano Diario de un poeta reciencasado. Trece años después daría a las prensas Diario de Argónida (1997), una construcción mítica del Coto de Doñana, que le servía como mirador desde el que efectuar una reconsideración retrospectiva de la vida. Retrospección, pero no humedades melancólicas; recuento del pasado, pero no ebriedad elegiaca. Todo el discurso de la memoria pasa ahí por el cedazo de la madurez, y consiguientemente de las pérdidas. El espacio geográfico que le servía de atalaya para esta recapitulación se erigía ante el lector como un punto de encuentro entre la fabulación idílica y los derrumbaderos del tiempo vivido; entre la candidez atemporal y las gemonías infamantes de la historia. Cuando ya suponíamos que el poeta había encallado en el silencio, dio a la luz Manual de infractores (2005). El título contiene lo poco que de ironía hay en este libro indignado, taxativo, de indudable empaque moral. Desobediente a los dictados de un comportamiento comme il faut, el poeta aboga por la
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resistencia ante un apocalipsis que se traduce en guerra, injusticia, dogmatismos: “consorcios de falsarios, púlpitos / execrables, compraventas de armas, / eufemismos que solo encubren / crímenes”. Y todo ello sin abandonar los reclamos de un lenguaje en el que se cruzan las sombras tutelares de los grandes autores de todas las épocas, de Quevedo a Cernuda, de los Evangelios a Antonio Machado. Ellos le empujan a alzar la pluma frente al avasallador Estado de Cosas para combatir, o cuando menos rebatir, las iniquidades del mundo. Su, por ahora, último libro de versos es La noche no tiene paredes (2009), conectado temáticamente al anterior, aunque más entregado a esa antigua propensión a lo alucinatorio, ahora alentada por el estupor ante una realidad incomprensible. La noche que, para Gaston Bachelard, es un espacio de reminiscencias, comporta en estos versos la inversión de lo consabido y el envés de las apariencias meridianas. Este libro de Caballero Bonald quintaesencia los rasgos dominantes en toda su poesía: frente a la obviedad, el sinuoso intelectualismo; frente a la explicitud sentimental, la condensación emotiva; frente al efectismo histriónico, la contención gestual; frente al anecdotario autobiográfico, la dilución de lo episódico en la masa de la sangre verbal. El hecho de que en esta poesía se incardinen voces y timbres de distintas épocas y latitudes puede interpretarse como el propósito por parte del poeta de atestiguar el reconocimiento a sus muertos vivos: los que le han acompañado y exigido, los que le han pedido que denuncie, unas veces, y lo han empujado a la escrutación de lo íntimo, otras. Los poemas de métrica pautada se combinan con los de parsimonioso discurrir salmódico, y las composiciones de más fácil referencialidad con las que se saltan las bardas de lo consabido y generan hermosas e inasibles irradiaciones de epifanía.
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Tiende la luna entre los tajamares un lienzo azul y el agua trae la vida flotando en sus basuras. Metal del verano De Manual de infractores J.M. Caballero Bonald
Rafa Martín
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Recordar a la generación de los cincuenta José-Carlos Mainer El tiempo presente de la cultura se apoya siempre en una reordenación del tiempo pasado. Y mucho más cuando nos tocan años de recapitulación, como los que corresponden al fin de un siglo –que murió muy cargado de desengaños- y al comienzo de otro, que nace muy poblado de cautelas. En este clima, la generación literaria de los años cincuenta ha podido tejer su fecunda leyenda. El origen de esta se sitúa en la segunda mitad de los cercanos años setenta y se vinculó al atractivo de una trayectoria vital colectiva en la que parecían juntarse la experiencia del fracaso y del entusiasmo inagotable, de la lucidez crítica y del vitalismo, con un fondo de disipación más o menos controlada. Fueron, sin duda, los escritores surgidos en los años ochenta –nacidos, por tanto, a finales del decenio de los cincuenta- los que con más asiduidad contribuyeron a la creación del fetiche generacional, aunque el ascendiente de sus escritores de referencia ya se hiciera notar, y mucho, sobre las promociones que se asomaron a la literatura a comienzos de los setenta, los llamados novísimos. Y lo cierto es que en casi todos los personajes celebrados parecían advertirse algunos caracteres representativos de la nueva literatura que hoy se escribe: a Jaime Gil de Biedma se ha vinculado la brillantez desenfadada y la radical reflexión moral, cosas que también encarnó –con un matiz añadido de nihilismo sarcásticoel inolvidable Ángel González; Juan Benet introdujo la preocupación técnica por el estilo, el humorismo derogatorio y, en un clima dominado por los referentes nacionales, la saludable internacionalización de las referencias intelectuales; Carlos Barral nos mostró cuánta vitalidad puede obtenerse de la cuidadosa destilación intelectual de la decadencia; Juan Marsé pudo y puede apadrinar cualquier forma de literatura de la memoria, con su fórmula inimitable que combinaba la piedad y el sarcasmo, mientras que Rafael Sánchez Ferlosio apuntala la pervivencia de una negatividad de raíz anarquista, expresada en un discurso personal al margen deliberado de todos los géneros. Y si en Francisco Brines se ha admirado la concisión con que expresa una conmoción emocional, en José Ángel Valente (y también en Antonio Gamoneda) otros han hallado la fulgurante concisión de un mundo espiritual iluminado y exigente. Por supuesto, no son estos los únicos referentes generacionales, aunque sí los que han ejercido una mayor influencia literaria; la que han podido proyectar Carmen Martín Gaite, Luis Goytisolo o Juan Goytisolo, por citar dos personas que tienen muy poco que ver entre sí, corresponde más al ámbito de la admiración o la simpatía, que no dejan de ser ecos importantes. Y si la primera enseñó a elaborar la expresión de la intimidad más cotidiana, el segundo transitó siempre caminos
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inéditos de la metanovela y el tercero elevó la consideración de los descubrimientos y estragos personales a la condición de Apocalipsis histórico. La pregunta es casi forzosa, a estas alturas del discurso: esa generación del 50, ¿ha sido una autoinvención de sus miembros componentes o ha sido la formulación colectiva de una nostalgia por parte de las gentes más jóvenes? Pienso que, como sucedió en el caso de la invención de la “generación del 27”, ha habido algo de las dos cosas: al trasponer el tiempo de la madurez, unos han sentido la necesidad de representarse colectivamente; al columbrar la suya, otros han preferido reconstruir su imagen del pasado y han buscado en él a sus verdaderos padres. Y en ambos casos, una fotografía ha tenido un papel fundamental: en el primer caso, fue la del homenaje a Góngora en el Ateneo sevillano, en diciembre de 1927; en la segundo, la de una visita a la tumba de Machado, en Colliure, el año de 1959. Aunque quizá, como decía el propio Caballero Bonald al evocar estos hechos en su alocución de 1999, con ocasión del primer congreso de su Fundación, todo vino a quedar en “una banda de amigos que se respetaban mutuamente, leían los mismos libros, compartían parecidas desobediencias y luchaban contra las mismas mezquindades”. Lo que no es poco… Conviene reconocer ahora que, en cualquier caso, nuestro José Manuel Caballero Bonald parece reunir las mejores prendas de todos los personajes que convoca la evocación del medio siglo: una memoria emocional filtrada de ironía, el empaque y la riqueza de una trabajada lengua literaria, la fidelidad al radicalismo político que, no obstante, puede reconciliarse con la proclamación urbi et orbe del hedonismo como razón de vida. Con rara habilidad, nuestro escritor se nos presenta –en su brillante madurez- como el infractor recalcitrante de su hermoso libro de versos de 2005, Manual de infractores, y como el hombre capaz de contar –con la precisión y la distancia táctica mejores- lo que viene en el díptico de memorias que componen Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001). Su obra literaria ha abarcado el compromiso político y realista de una novela como Dos días de setiembre y de un poemario como Pliegos de cordel y, sin dejar de ser fiel a sí mismo, también la lírica barroca y personal de Descrédito del héroe y la fantasía risueña de la narración Campo de Agramante, con una estación intermedia en el mito –pensemos en Ágata ojo de gato y Diario de Argónida- que desarrolla toda su fecunda ambigüedad entre la imaginación en libertad y la metáfora de una situación colectiva. ¿Quién mejor para explicarnos a los demás la difícil asignatura de saber virar en el momento, de apurar los goces de la vida, sobrevivir a los desastres y aprender algo de las derrotas y las “usuras del tiempo”, como decía su amigo Carlos Barral? A las pruebas me remito… (del prólogo “A la entrada de un homenaje”, en José Manuel Caballero Bonald. Actas del Congreso-Homenaje, Fundación Caballero Bonald, Jerez, 2008)
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Pero ninguna tan veraz como esa página escrita por error en la amenazadora coyunda de la noche, justo cuando desploma la impotencia su pesadumbre sobre la escritura. Vastas son las variantes del olvido De Manual de infractores J.M. Caballero Bonald
José Hernández “Chiqui”
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Caballero Bonald, J. M. (2005): Manual de infractores, Barcelona, Seix Barral. Juan Carlos Abril Cómo solventar en estos breves parágrafos el calado del último libro —y sin lugar a dudas el mejor— de José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926), libro que viene a refrendar una trayectoria poética de más de medio siglo —la poesía es la única actividad que el jerezano sigue cultivando junto a alguna que otra reseña periodística, artículos de sesgo cultural o explícitamente literarios— y que culmina, con la anterior entrega, Diario de Argónida (1997), una etapa en la que el autor se ha vuelto más diáfano en los versos, dominados por el apunte descriptivo, la soltura y la claridad expositiva. Porque después de leer Manual de infractores con la intención de realizar una reseña crítica, la sensación o ganas a bote pronto que se tienen son las de escribir al menos unas cuantas decenas de páginas a modo de ensayo. ¿Cuáles son los temas que no se tocan aquí? ¿Queda algún fleco sin recortar? Y peor: ¿por dónde podríamos empezar nuestro análisis? La elección de los temas y de los argumentos de los poemas nos choca, sobre todo por la gravitas que los circunda al más clásico estilo grecolatino. Eso conlleva una tensión poemática presente en todo el libro y que, en conjunto, los realza, pues esa voz sostenida crea un clima de enunciación y reflexión próxima a cierta atmósfera socrática no en cuanto a la dialéctica con la que emprender los razonamientos, o sintetizarlos, sino como un resumen moral. Y en consecuencia, lo que se halla es necedad («Necios contiguos», p. 24) disfrazada de individuos bienpensantes, aunque también podríamos llamarles «honorables» (p. 82), «irreprochables» (p. 92) o «gregarios» (p. 94), entre otros apelativos. Esa gravitas posee un punto de inflexión donde todo da igual y en la que el personaje se convierte en desobediente o infractor, insumiso («Bienaventurados los insumisos», p. 82), etc., porque se tiene conciencia de las manos ciegas de la justicia (sic) y de otras muchas iniquidades. El infractor, por tanto, como modelo que da título, con diversos matices, ya que incluso se convierte en «desganado» (p. 90), una variante del hastiado: alguien que mira con estupor y opta por un mínimo de verdades frente a la indecisión general, frente al lavamiento colectivo de manos. Esa es la primera impresión que entresacamos, un personaje que se podría calificar, utilizando un galicismo, como manfutista, que en español significa, haciendo una traducción poco ajustada, algo así como indiferente. En él se dan cita las fantasmagorías de nuestro inconsciente colectivo que se pregunta sobre sus propias obsesiones o ansiedades, materializadas por ejemplo en una estatua yacente a la que nos vamos pareciendo analógicamente por nuestro estatismo cada vez más galopante y la pérdida de flexibilidad y movilidad («Aún comparto con ella la ansiedad que he perdido», p. 109). Pero del mismo modo también se
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convocan en este personaje la insensibilidad por el resto de las cosas que no le atañen directamente, es decir, el resto de inquietudes sociales —quizá la palabra ecología abarcaría más incluso estas nociones— que nos recorren, aunque más bien parece una postura estética, porque quien parte de estas premisas no puede ocultar su fondo solidario. O es que quien airea sus inquietudes sociales, ¿ya no tiene derecho a preocuparse por sí mismo? ¿Ya no le atosiga la idea de la fugacidad del tiempo y de que todo se está yendo? ¿Todo se debe reducir al nosotros y a su pluralidad dispéptica? Es evidente que un modelo de este tipo que no concitara una personalidad compleja carecería de sensaciones básicas y no sería capaz de emocionarnos o interesarnos. Hasta para llevarse la contraria este libro nos sirve, porque nuestro autor es un desobediente irredento que escribe con una fuerza inusitada, pero con la lucidez de quien ha visto muchas cosas, nunca demasiadas. En suma, no existe un carácter estable sino rabias que debemos aplacar para sobrevivir, pasiones que se apagan, felicidad intermitente. Además, y siempre en primera instancia, no hay que olvidar que esa actitud del indiferente —podríamos hablar aquí de desapego— no puede ser sino el resultado de una preocupación ética que deriva de una situación concreta y que tiene como punto de referencia la historia en todas sus facetas, sobre todo las morales, el fondo solidario antes aludido. Y no faltan en este poemario referencias a la historia («los escombros postreros de la historia», p. 127; aunque podríamos citar otros versos de igual intensidad) y a sus devaneos incontrolables, una historia que circula a su aire («La inconstancia del aire», p. 87), sin límites humanistas, y que cada vez se parece más a una historieta donde todo lo que se lee nos suena a lo mismo, ya sabido: escombros, cloacas, venenos, etc., eso que no queremos para nosotros porque «El ayer / pertenece, como la historia, a los demás.» (p. 55). Llama la atención ante todo la extensión del libro, que consta de casi cien composiciones. Acostumbrados a opúsculos y a obras a medio madurar con poca enjundia, algunos poemarios de hoy en día no ocuparían ni una de las cuatro partes de este libro, que pone de alguna forma las cosas en su sitio y nos recuerda qué es un buen libro de poesía, cómo se gesta —en este caso publicado con 79 años, ocho años después de Diario de Argónida— y cómo, en general, la poesía es un proceso de decantación que nada tiene que ver con los suplementos de poesía, los saraos literarios, los premios y los jurados, la urgencia. Según la vastedad de este Manual y al margen de los mil y un comentarios que se podrían realizar, de las singulares y privadas impresiones de cada uno acerca de la naturalidad con la que se leen sus magistrales páginas, ya para acabar
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vamos a comentar un aspecto textual que podría erigirse en una de esas claves con las que interpretar Manual de infractores y que, a modo de matriz, se iría desplegando («la palabra matriz de las palabras», p. 16) y que aquí dejaremos que el lector la extienda en toda su anchura. Ésta será sólo una clave, no más evidente ni más importante que otras, pero sí una que nos ha agradado especialmente, por afinidad estética, y porque se halla al principio del poemario. Nos referimos a la presencia en las primeras páginas de las sombras: las sombras pueden aparecer no sólo en los claroscuros de la noche sino durante una mañana o una tarde, transfigurándose asimismo en reverberaciones. Las sombras son figuraciones, muy próximas a lo que nosotros, como lectores, nos metamorfoseamos en los poemas: siluetas sin relleno. Ellas nos están avisando («Sombras le avisaron» p. 17) de que lo que viene no es tan halagüeño como nos imaginamos, no sólo el tiempo de la muerte; nos están avisando de que en las páginas que siguen no vamos a encontrar autocomplacencias porque el autor es el primero que se cuestiona a sí mismo y procura e intenta evitar los autoengaños. No se somete a esta disciplina, por supuesto, para aparentar su valía o su autenticidad, sino como método de conocimiento. Un método crítico frente a la impunidad de los simulacros culturales, los convencionalismos sociales y, en general, contra la sociedad de los mass media y del consumo atroz que nos invade. Una forma, si se quiere, de censura (moralista o inmoralista), porque, tal y como el mismo autor nos advierte con la cita que antecede al conjunto de la obra, y correspondiéndole también con otra de la Eneida virgiliana, del libro IV, sic iuvat ire sub umbras, le complace andar bajo las sombras. Una obra maestra.
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Inspirado en Un libro, un vaso, nada De Las horas muertas. J.M. Caballero Bonald
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Notas sobre “Agata ojo de gato” Julio Manuel de la Rosa 1.- INICIACIÓN. La publicación en 1974 de “Ágata ojo de gato”, además del descubrimiento de una asombrosa voluntad de estilo, significaba la aportación y la presencia de toda una geografía de ficción reconocible, un espacio cerrado dotado con sus propias leyes y gravitaciones, algo que, desde mi punto de vista, resultaba insólito en la novela española que, por aquellos años, continuaba debatiéndose con las crónicas de la evidencia, tan características de un realismo social cada vez más debilitado y ya en trance de superación y retirada. “Ágata” es por lo tanto y en primer lugar, una rara novela inaugural, un texto fundacional. Cierto es que en el amplio campo de la novela existían ya espacios narrativo memorables, universos míticos como el Illiers-Combray, de Marcel Proust. También es cierto que cuando apareció la novela de Caballero Bonald palpitaba lleno de vida el espacio de Yoknaphatawa, el inabarcable universo de Faulkner, la tierra nutricia de muchos de los narradores de nuestro tiempo. Después fueron cayendo sobre el apesadumbrado realismo español grandes meteoritos envueltos en luces y estrellas: Comala, Santa María, Macondo. Pero si nos centramos en la novela española y su contexto, “Ágata” significaba una gozosa novedad sin apenas precedentes. Verdad que en 1967, tímidamente por cierto, había aparecido “Volverás a Región”, de Juan Benet. Dentro de esa frágil tradición figuraba por supuesto la Vetusta de Clarín y su pedanía de Pilares, el desconocido pero atractivo espacio del no menos desconocido novelista Ramón Pérez de Ayala y también los mágicos y nebulosos reductos de otro narrador minoritario, Álvaro Cunquerio. Contando con estos escasos antecedentes, “´Ágata” se colocaba en la cabeza visible de esta sugestiva corriente mítica espacial, que es para mí la principal virtud de los grandes novelistas: la posesión de un mundo propio e intransferible, unida a una perfección formal – absolutamente inseparable del hallazgo espacial y temático – que ya había asomado, aunque con un registro de menor intensidad, en “Dos días de setiembre” (1962), una novela que, con “Tiempo de silencio”-publicada ese mismo año- contribuirá, dentro de la estética del realismo social, a una posible renovación de una corriente que ya se iba esfumando. “Dos días de setiembre” es una novela proyectada más allá de cualquier compromiso temporal o puntual. Estoy de acuerdo con Ignacio Soldevilla cuando afirma que “Dos días de setiembre” es una novela poemática de las que Pérez de Ayala soñaba realizar.
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2.- REFLEXIÓN Durante la segunda lectura que hicimos de “Ágata” – hace ya muchos años – nos pareció descubrir una característica fundamental de la prosa de Caballero Bonald, y que a estas alturas no sé si ha sido suficientemente subrayada por la crítica. Susana Rivera, en su introducción a la edición crítica de “Ágata”, la señala aunque sea de pasada. Se trata de lo siguiente: lo que Caballero Bonald realiza, y muy astutamente por cierto en toda la superficie del texto, es una adecuación perfecta, digna de un alquimista: fundir la historia fundacional de la novela con una escritura igualmente fundacional o inaugural; como si el dios-creador de Árgónida fuese diciendo en voz alta y por primera vez los nombres de las cosas – alarife, alumbre, azúcar de Saturno, cimarrón, falucho, hornachuela, etc. – justo en el primer día de la creación del mundo. Escritura de la extrañeza auroral, cuando la palabra es la creación de la cosa nombrada. En “Abasalón, Abasalón”, de Faulkner, aparece un personaje - la señorita Caufield – que dice lo siguiente: “Lo que interesa es la penumbra de lo que ocurre”. En la novela “En penumbra”, de Juan Benet – profundo conocedor de la obra faulkneriana – vemos a una señora que, en trance de hacerle a una sobrina revelaciones fundamentales, le advierte: “no me creerás tan candida como para contártelo todo, empezando por lo más interesante. No es un buen sistema. Te contaré sólo lo que te conviene saber de la parte que a mi me conviene contar.” Esta reflexión, o mejor, este hábil planteamiento en el punto de vista, entiendo que se ajusta muy bien a esa escritura oblicua y deslizante que empapa como un sabor toda la novela de Caballero Bonald. Con una sabiduría de viejo navegante, el autor convierte mediante percepciones muy sutiles la realidad-real en algo ilusorio – recurso por otra parte muy propio del barroco -, algo que nos acerca a un espejismo, los espejismos de las marismas. Pero a la vez se trata de una escritura plena de equilibrio y precisión, sin exceso de culteranismos, dotada siempre de una perfecta exactitud a la hora de describir el paisaje, la fauna y la flora sobre todo, la minuciosidad de los antiguos y humildes usos y costumbres campesinos, la naturaleza de los oficios. De manera que, envuelto en esa escritura, uno piensa que, efectivamente, el autor nos está ocultando algo que sólo conoce alguien situado fuera del texto, algo que los lectores debemos completar con nuestra imaginación.
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3.- MÁXIMO HOMENAJE. En el verano de 2006, durante un acto de homenaje a José Manuel Caballero Bonald, me referí a un joven García Márquez que, al llegar al sur de los EE.UU. y comprobar que por fin estaba en el condado de Yoknapatawpha, bajo del autobús y gritó ¡viva Faulkner!. Cada vez que llego a San Lucas de Barrameda y me adentro por las calles o me asomo a los atardeceres del Coto o siento en el paladar una sed especial aprendida del viejo señor Leiston, cuando de pronto un barco sonámbulo brota de la oscuridad, comprendo que he vuelto al universo de Argónida. Entonces también yo siento la necesidad de gritar ¡viva Caballero Bonald!
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Caballero Bonald, editor Jesús García Sánchez Para este homenaje que se le va a tributar a José Manuel Caballero Bonald voy a hacer una semblanza suya como editor. Son muchas las que ha merecido como autor y creo que ninguna como editor. José Manuel Caballero Bonald únicamente ha publicado cuatro libros en la colección Visor de Poesía. El primero fue Descrédito del héroe y Laberinto de fortuna en un solo volumen, y después una antología de su poesía en la serie “De Viva Voz”, en la que el poeta lee sus textos grabados en un CD que acompaña al libro. Después una Antología de Poesía Amatoria de toda su obra seleccionada y prologada por el propio José Manuel y ahora, muy reciente, otra antología de su poesía que ha preparado Aurora Luque con el título “Ruido de Muchas Aguas”. Descrédito del héroe se había publicado por primera vez en 1977, y Laberinto de Fortuna en 1984. La edición de Visor es del año 1993 y está revisada por el autor y corregida, con diversas variantes, casi todas empleadas para corregir y aminorar ciertos procedimientos léxicos que Caballero consideró excesivos, añadiendo algunas variantes con expresiones más ligeras, más llanas, con un vocabulario más cercano al lector. Cuando se publicó el libro, E. Valcárcel escribía en la revista Ínsula: “La revisión atañe al diseño del libro, en cuanto que el orden de los poema o fragmentos es significativamente alterado en busca de una nueva, más bella, más perfecta y más esencial expresión del texto. Hablamos de sustanciales sustituciones de conceptos o de alteraciones en la disposición y hasta de alguna supresión que mejora la calidad del poema sin convertirlo en extraño”. Estas correcciones que estableció el autor en la edición de Visor fueron puntuales y en ningún momento se aleja de su característico barroquismo, tan consustancial en su escritura. La ironía y la parodia continúan presentes, como sus singulares reflexiones y ese rigor intelectual y moral siempre tan inseparable de su vida y de su obra. Las variantes han sido formales y sin desviaciones de las líneas más significativas y peculiares que conforman su sentido original. “Yo he defendido el barroco toda la vida –escribió Caballero en alguna parte de sus Memorias-. Es como reivindicar mi historia, mi tradición. No creo que el barroco sea confundible con la Retórica, con la artificialidad. A veces hay que tirar por el camino más largo para llegar al centro. De lo que se trata es de encontrar la palabra precisa a través del desentrañamiento del lenguaje”. “Lo imaginario –dijo en otra ocasión- es lo más real”.
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Son los dos únicos libros que Caballero Bonald ha publicado en Visor, los otros tres son antologías, aunque también ha colaborado en algunos colectivos como Centuria o en Memoria del futuro, libro conmemorativo del 75 Aniversario de la II República, etc. En el año 2006 escribió un prólogo al libro Figuras de la Pasión del Señor de Gabriel Miró, autor que siempre me ha parecido injustamente olvidado. Caballero considera que es lamentable que así suceda. El prólogo lo terminaba con esta frase “Las Figuras de la Pasión del Señor son un prodigio de literatura en estado puro, y la abundancia de páginas de memorable hermosura hacen que este libro continúe siendo un modelo de inteligencia creadora y delicia poética”. En el 2009 enriqueció con un magnífico prólogo la edición de Españoles de tres mundos de Juan Ramón Jiménez, que apareció dentro de nuestra serie de obras completas del autor. Como pueden ver, poca cosa para lo que yo hubiera querido, y ninguna primera edición, que es lo que más hubiera deseado, porque es como mejor se conocen, en un plano más profesional, el autor y editor. Pepe Caballero ha pasado su vida entre libros, manuscritos, originales, autores, etc., compañías propias de cualquier editor, y su literatura está llena de menciones a autores, de citas, de préstamos literarios, sobre todo en sus últimas obras, en su última época. Entre los años 1952 y 1954, Caballero fue uno de los componentes de “La Tertulia”, abreviatura de la Tertulia Literaria Hispanoamericana, en la que el presidente era el poeta dominicano Antonio Fernández Spencer, que fuera premio Adonais de poesía y el secretario era Ángel Valbuena. Como asesores estaban Rafael Montesinos y José Manuel Caballero. Publicaban una revista con los poemas que leían los autores invitados con una presentación. Algunos de los editados fueron: José Ángel Valente presentando a Eduardo Cote Lamus, Ramón de Garciasol a Leopoldo de Luis, Caballero Bonald a Pilar Paz Pasamar. También pasaron por aquellas lecturas Rafael Morales, José Hierro, Carlos Bousoño, Ángel Figuera, etc. En el número 3 de la revista se anuncia que el nuevo director es Eduardo Cote y que José Manuel Caballero Bonald es el editor. Salieron seis números en total de la revista. Éste es el primer acercamiento de Caballero a las actividades como editor. Desde 1956 y durante cuatro años, fue secretario y subdirector de la revista Papeles de Son Armadans. Escribe Caballero: “mi papel de subdirector se limitaba a coordinar las colaboraciones y a proyectar con la debida antelación los números inmediatos”. Muy buena parte de la revista estaba en sus manos. No es el momento de hablar de la enorme importancia de esta revista y de su influencia
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en la cultura española de posguerra, pero sí de recordar que ofreció sus páginas a los exiliados y que autores como Rafael Alberti, Emilio Prados, Luis Cernuda, Corpus Barga, Ramón J. Sender, o León Felipe eran colaboradores habituales. En 1958 publicó algunos poemas inéditos de Alberti. “Son los primeros versos que por propia voluntad publico en España”, dijo Alberti, sin duda para señalar que los anteriormente publicados en el diario ABC y algunos otros medios, habían sido publicados sin su consentimiento. Muy modestamente, Caballero escribe en sus Memorias, refiriéndose a aquellos tiempos, que “Cela fue en este sentido muy hábil y tuvo un perspicaz olfato para canalizar a través de la revista, o para no impedir que eso se produjese, todo cuanto estaba ocurriendo en las artes y los libros occidentales, y que merecía ser tenido en cuenta, con muy específica atención a nuestra literatura del exilio… Papeles se convirtió en una velada tribuna de desafectos al Régimen, cosa que yo me encargaba de mantener, y aun de avivar, sin que se notara demasiado”. Desde Papeles de Son Armadans proyectó una colección de poesía que quería inaugurar, como primer libro, con Metropolitano de Carlos Barral, pero sus inicios se demoraron más de lo razonable en concretarse, y fue oportunamente transferido a las más diligentes prensas santanderinas de Cantalapiedra. La colección se llamaría Juan Ruiz y allí se editaron importantes libros. Estos fueron los primeros: Gerardo Diego, Paisaje con figuras; Luis Felipe Vivanco, El descampado; Miguel de Unamuno, 50 poesías inéditas; Gabriel Celaya, Cantata en Aleixandre; Jorge Guillén, Historia natural; a los que siguieron libros de Emilio Prados, del propio Camilo José Cela, etc. También cuidó los Almanaques Literarios de fin de año correspondientes a los de 1957 y 1958, que ya no volvieron a salir más y que se editaban como suplementos de la citada revista, al tiempo que de manera artesanal cuidaba de separatas poéticas, separatas que dieron cabida a su libro Anteo, hoy tan difícil de conseguir. Después de colaborar muy estrechamente en los últimos números de la revista Poesía de España en los años 1962 y 1963, comienza su andadura por la editorial de Selecciones, versión española de Readers Digest, y ésta fue su experiencia: “Selecciones era el más detestable invento editorial que darse pueda. Obra de un memo similar a cualquier otro memo norteamericano, empeñados en propagar entre sus innumerables lectores las buenas costumbres, la ejemplaridad cívica, la madera de los héroes y la vida sana”. Más adelante continúa Caballero: “No duré mucho, apenas 9 ó 10 meses debido al aburrimiento pernicioso que acabé padeciendo y a los madrugones que estaban minando no ya mi salud, sino mi apego por la vida”. Aquel imposible proyecto comenzó para él cuando ya había fallecido Leopoldo Panero y allí coincidió con José Hierro, Luis Rosales, Fernando Quiñones,
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Francisca Aguirre, etc. De aquella extravagante editorial salieron, quizás inmerecidamente, excelentes libros. Poco tiempo había pasado cuando, junto a Luis Feria y Fernando Quiñones, antiguos compañeros en Selecciones, y con Manuel Padorno “decidimos poner en marcha –escribe Caballero- un modesto proyecto editorial donde fueran apareciendo libros breves, o anticipo de libros de algunos poetas del 50. Yo fui el autor del diseño de la cubierta. Aparecieron como una decena a lo largo de tres o cuatro años. La colección se agotó por agotamiento incurable”. Habla de la colección “Poesía para todos” que editaba con el nombre de Josefina Betancourt, colección que, además de elegante y atractiva, editó ni más ni menos que, por orden de aparición, libros inéditos de Ángel González, Francisco Brines, Carlos Barral, Lorenzo Gomis, Ángel Crespo, Jaime Gil de Biedma, Rafael Soto Vergés, José Ángel Valente, Fernando Quiñones… Una colección de poesía mucho más que meritoria, una de las más prestigiosas y destacadas en España. La época más fructífera y laboriosa de Pepe como editor se desarrolla en la editorial Júcar en Madrid, dependiente de la central que estaba localizada en Gijón. Era 1972 y así recuerda aquellos tiempos: “no más de 3 ó 4 horas matinales. Me tomé el trabajo en serio y aparte de alentar las colecciones ya existentes, como “Los Poetas”, “Los Juglares”, la “Biblioteca Júcar”, o la de narrativa “Azanca”, puse en marcha dos: “Crónica General de España” y “La Vela Latina”. La primera orientada a estudios históricos y la segunda de estudios literarios”. En la primera, gracias a sus sabios conocimientos, se pudieron conocer en España diferentes e importantes estudios sobre el siglo XX y aún mucho más sobre la guerra civil, la revolución de Asturias, el franquismo, la posguerra, las Brigadas Internacionales, etc., por autores en aquellos momentos prácticamente desconocidos como Payne, Ehrenburg, Kazantzakis, etc. Pero sus actividades estaban más centradas en la colección “La Vela Latina”. Más de treinta años después, ver el catálogo de las publicaciones en esta colección es impresionante. Yo, como editor –y todos los editores sabemos muy bien que a un editor le hace bueno su catálogo, que el catálogo es el que te define y que éste no se hace con un libro bueno entre cuatro mediocridades-, no me resisto a dar testimonio de algunos de los libros publicados en esta colección por su oportunidad y su trascendencia: Américo Castro, Españoles al margen. Clarín, Obra olvidada. Georges Hugnet, Los ejecutivos. Claudio Sánchez-Albornoz, Historia y libertad. Eduardo BlancoAmor, La Parranda. José Lezama Lima, La cantidad hechizada. José Bergamín, La importancia del demonio. Francisco Umbral, Crónicas antiparlamentarias. Thomas Mann, Travesía marítima con D. Quijote.
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A los que siguieron otros de Jean Rostand, Antonio Espina, Castelao, Julio Caro Baroja, etc. La colección “Los Poetas”, dentro de la editorial Júcar, había sido dirigida al principio por Manuel Aragón. Cada uno de los libros estaba compuesto de un estudio preliminar y una antología del autor, preparada por otro poeta. Con Caballero se editaron, entre otros, a Juan Ramón Jiménez, hecho por Ángel González, Espronceda por Guillermo Carnero, Leopardo por Colinas, Virgilio por García Calvo, Antonio Machado, también por Ángel González, etc. Del excelente catálogo de la “Biblioteca Júcar”, hay que destacar también la colección de bolsillo de la editorial. Para no excederme en tantos autores y títulos, sólo menciono un libro de Jorge Gaitán, El libertino y la Revolución, un audaz y riguroso texto sobre el marqués de Sade. Aunque también debo citar un libro que me publicó a mí: una antología de la poesía erótica que hice con Marcos R. Barnatán por encargo de la editorial Planeta. Cuando los editores originales no se atrevieron a publicarla por motivos de censura, Pepe nos acogió en su catálogo, excelente catálogo que en nada ha envejecido, sino todo lo contrario. Pero de todos los que editó, el que más admiro de aquella benemérita editorial, sin ninguna duda, es la edición que hizo Aurora de Albornoz de En el otro costado, de Juan Ramón Jiménez, una de las cumbres de la poesía española del siglo. Hasta aquí la labor soberbia y envidiable de Caballero Bonald como editor de libros. Como editor discográfico es mítica su labor y más su edición del Archivo del arte flamenco, compuesta entre 1969 y 1970. Seis discos acompañados de un estudio que mereció el Premio Nacional del Disco en su día. De este archivo escribe Caballero: “Es la elaboración de un archivo discográfico del cante flamenco, recogiendo en pueblos y caseríos de la Baja Andalucía las voces de intérpretes anónimos o poco conocidos valiéndome de un equipo profesional de grabación. Mairena, maestro de cantaores, nos acompañó en algunas de las jornadas y se encargó de avivar todos los rescoldos posibles”. También fue editor del sello discográfico “Pauta”, en el que produjo grabaciones de cantautores desconocidos o prácticamente, como Luis Eduardo Aute, Paco Ibáñez, Serrat interpretando a Mario Benedetti o Massiel a Bertold Brecht. El Archivo del Cante fue reeditado años después con nuevas aportaciones y es uno de los trabajos que a Pepe le ha dejado más satisfecho, al menos por lo que dejó escrito: “Constituye un balance histórico irrepetible al que hay que acudir para conocer a ciencia cierta la mejor tradición del flamenco”.
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También podemos recordar algún proyecto editorial no realizado. Como es el caso de la no nata editorial Tajo. Así lo narra Caballero: “Llardent un día me habló del proyecto de ir publicando ediciones de clásicos con estudios ni demasiado académicos ni escuetamente divulgativos. Es decir, sólo con imprescindible bagaje erudito. La editorial iba a llamarse Tajo y nos instalamos en una trastienda de la librería Clam donde comencé a trabajar por las tardes. Esa estimable empresa editorial no pasó de la etapa organizativa, poco más de medio año. Ya habían aceptado encargarse de diferentes ediciones Zamora Vicente, Emilio Alarcos, José María Blecua, Francisco Yndurain. etc. “. En cuanto a sus distintos trabajos editoriales como antólogo, traductor, editor de textos, siempre tan próximos a los ya expuestos, no es el momento de detallarlos. Su extraordinaria labor como editor, ejemplo para muchos y espejo para los más, nada variaría con más añadidos.
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La obra narrativa de José Manuel Caballero Bonald José María Pozuelo Yvancos Aunque en los últimos años José Manuel Caballero Bonald dedique mayor atención a su obra lírica, considero que su obra narrativa, que él ha dado por concluida con la publicación de sus dos libros de Memorias, titulados Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001), va afianzándose como una de las importantes de la generación del medio siglo. Precisamente los dos citados libros de Memorias, que ha querido subtitular “La novela de la memoria” da idea de un rasgo peculiar de todo su quehacer narrativo: Caballero Bonald nunca ha sido un escritor inconsciente, cuya obra dejara de responder a muy cuidados pentagramas. Su escritura autobiográfica ha generado un balanceo constante entre la inspiración y la reflexión sobre aquello que escribe. La lucidez y capacidad reflexiva que en sus libros de Memorias va exhibiendo acerca de los mecanismos de la memoria y del olvido, sobre las trampas e indecisiones que el tiempo traza entre lo que ocurrió realmente o se imagina que fue así, años después, convierten estos dos libros narrativos en uno de los estilos memorialísticos que mayor peso han dado al género autobiográfico en los años finales del siglo XX, según he podido recorrer en mi libro dedicado al género (De la autobiografía. Teoría y estilos, Barcelona, Critica, 2005). Pero esta misma actitud de conciencia de artista acerca de lo que se quiere hacer, es la que explica la evolución y también las dimensiones del resto de su obra narrativa, esto es, la dedicada al género de la novela, que cubre un amplio arco cronológico, puesto que la primera novela publicada con el título de Dos días de Septiembre es de 1962 y la última, Campo de Agramante apareció en 1992, treinta años después. Si nos fijamos en que en ese espacio de treinta años ha ofrecido cinco novelas, vemos que no es Caballero Bonald un autor prolífico que haya escrito, como suele hacer algunos otros, cada dos años, al contrario, otro de los rasgos de su hacer narrativo vendría dado por su enorme sentido de la exigencia, que la ha llevado a publicar una novela cuando tenia necesidad de decir algo o bien de decirlo de otro modo. No es autor repetitivo, antes al contrario, cada novela supone el intento de una búsqueda, que lleva a una dimensión nueva. Eso proporciona a su obra narrativa un rasgo que considero es la que mejor la define: resulta fruto de una evolución que no de detiene en la exploración de lo conseguido, sino que una vez alcanzado, va a otro lugar. Sin duda alguna su estilo e inventiva no siempre ha alcanzado las cimas que a mi juicio han marcado los tres hitos de sus novelas mejores: Dos días de Septiembre, Ágata ojo de gato (1974) y Campo de Agramante (1992), pero hay que decir que las
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otras dos: Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981) y En la casa del padre (1988) implican búsquedas concretas de aspectos que habían quedado esbozados en la obras anteriores, como si el conjunto de su novelística, esa es la impresión que da al leerla ahora, configurase un campo coherente al que cada novela va añadiendo estratos. Si acaso, podría decirse en cuanto a concepción de lenguaje narrativo y de su estilo, que Ágata ojo de gato, que considero su obra maestra entre las de ficción, muestra un punto de inflexión del que nació un novelista en cierto modo nuevo, quizá por haber encontrado un espacio, un territorio geográfico concreto, las marismas de Doñana, que supo convertir en espacio mítico, en cierta forma en una región imaginaria, con fuerte sentido alegórico y que permitió proporcionar a las sagas familiares y los conflictos sociales, un escenario donde se dirimen los conflictos. Un escenario no realista, porque el último rasgo general que querría señalar de su narrativa es que Caballero Bonald que se haba iniciado en la novela muy tempranamente con Dos días de Septiembre, en el marco de la estética entonces imperante del realismo, la abandonó muy pronto, pues la siguiente novela Ágata ojo de gato (1974) supuso un giro notablemente antirrealista, tanto en las notaciones ambientales como en la concepción misma de los hechos narrados, que exigen del lector una lectura más metafórica o simbólico-mítica que referencialista. Dos días de Septiembre (1962), ganadora del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, que fue el galardón que definió durante un par de decenios las líneas de calidad de la narrativa hispánica, es una novela de Jerez, ciudad natal del autor, y nada se entendería en ella sin ella, sin las constricciones temporales y espaciales de su estructura: dos días durante una vendimia, en que el vino aparece como protagonista, pero lo son en realidad el destino de los personajes humildes, amenazados bien por la amenazadora tormenta, que echaría todo a rodar, o bien por una muerte accidental. Tras el aparente objetivismo estilístico se traslucen todos los conflictos soterrados a que las diferencias sociales abocan. Hay que decir que aunque se la ha relacionado con El Jarama, por ser realista y con abundante diálogos, tiene poco que ver pues introduce ya Caballero Bonald elementos narrativos nuevos como son el monólogos de Miguel Gamero, y un tipo de mirada minuciosa, concisa donde la sugerencia y el manejo de la elipsis proyectan la novela a una intensidad latente, a un espacio de cuanto no se dice y está sin embargo presente, que es el aspecto que me parece mejor de su desarrollo y que la aleja del molde simplemente realista de la estética en que nació. Ágata ojo de gato es novela fundacional de un espacio y de un lenguaje narrativo. Ágata es como Volverás a Región de Benet una novela-lenguaje, que lleva prendidos en indisoluble lazo, espacio y léxico, territorio y metáfora. Hay una
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observación sagaz de Ricardo Gullón, que fue pena no desarrollara más, en un estudio primero de esta novela. Hablaba Gullón de la “invención de un lenguaje que, complaciéndose en lo desusado, no tiene las características de gratuidad que a primera lectura pudieran atribuírsele, sino que responde a las exigencias del texto mismo. Ágata ojo de gato, es un territorio, de marismas, que se explota a la vez en el imaginario mítico del nacimiento de una saga familiar, en lucha con la Naturaleza, pero nada sería sin el caudal lingüístico de unas imágenes donde la exploración de lo mítico con su carácter exuberante, pero también irracional, van haciendo necesarias. La leyenda de la población de un territorio tiene en esta novela andaluza las señales que García Márquez explotó en el suyo: elementos de una saga familiar, los Lambert, donde lo primitivo de la tierra acaba por degradar y doblegar las conductas depredadoras. Campo de Agramante (1992) supone el cierre narrativo de ese espacio mítico de Argónida. Concebida en un estilo con un lenguaje más mitigado, en cuanto al desarrollo de la metáfora barroca que en Ágata ojo de gato era preponderante, ahonda en otra dimensión. Situada Asimismo en ese lugar trasunto de Doñana, explora sin embargo por medio del peculiar dolencia que sufre su protagonista, que tiene unas alteraciones sensoriales que le hacen predecir el futuro, el espacio que media entre lo real y lo irracional pero también lo rutinario y lo alucinatorio. En una tradición faulkneriana, influida quizá por El ruido y la furia, Campo de Agramante resulta una novela inquietante, donde las experiencias contadas tiene un sesgo entre el caos y lo patológico, y donde sea cual sea la escena del mundo de la actividad norma narrada, de caza o de pesca, se ve asediada por un fondo de violencia, de soterrada premonición, profundamente perturbador. Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981) y En la casa del padre (1988), cabe entenderlas como desarrollos concretos de algunas de las líneas sostenidas en sus novelas mayores antedichas. La primera es la siguiente a Ágata ojo de gato, y desarrolla la idea de una colonización de un lugar por una familia foránea, donde el desorden estructural sirve de pauta a una trama donde la tragedia, y la violencia dominan. En la casa del padre, aunque con otro estilo, completa algunos de los temas abiertos en Dos días de septiembre. No puede dejarse fuera el que considero elemento central de u obra narrativa toda: Caballero Bonald escribe siempre, también las novelas, como los poemas, midiendo el alcance de una imagen, buscando un territorio nuevo que un adjetivo o una frase puede ayudar a encontrar. La unidad fundamental de su obra es la de quien sabe que el territorio mayor de un escritor es su lenguaje. Ha creado el suyo, también en la narrativa y tal cosa quede posiblemente como su mayor logro.
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Índice de autores (alfabético) Abril, Juan Carlos Alcaraz, María Aute, Luis Eduardo Ávila Nicolás, Marta Barragán Durán, María Ángeles Barrero López, Patricia Benítez Reyes, Felipe Blanco Martín, Shabita Carbajal Martín, María Cid Martínez, Cristina Cortés Marín, Luz de Borja Gómez Lagartera, Francisco de la Rosa, Fernando de la Rosa, Julio M. del Río Montes, Alicia Delgado Díaz, Felipe Escalona Perny, Alba Escrivá Medina, David Estévez Fernández, Jonathan Fathi, Mrabeh Fernándes Bouamama, Dunia Fernández Lavín, Laura Gandía Romero, Coral García Estévez, Pablo García León, Álvaro García Montero, Luis García Portero, Laia García Sánchez, Jesús Gijón Martín, Miranda Girón Álvarez, Alejandra González Resa, Sandra Hernández “Chiqui”, José
71 46 10 44 17 36 39 36 53 36 58 23 42 76 36 50 12 36 31 36 21 36 36 36 36 32 29 79 45 47 37 68
Humanes García, Adrián Izquierdo Corrochano, Cristina Jiménez Moreno, Laura Jiménez, Ricardo Katherine Ortiz, Cardona Kharroub Ben Abbou, Anás Lucas, Antonio Mainer, Jose-Carlos Martín, Rafa Martínez Vilches, David Medinilla Losada, Isarel Mohamed, Asala Molina, Jose Antonio Morillo, Paco Muñoz Cárcel, Daniel Pedraza Fernández, Daniel Pérez Navarro, Marcos Pombo Bernard, Jorge Pozuelo Yvancos, Jose María Prado, Benjamín Prieto de Paula, Ángel L. Ramos Ramos, Noelia Ripoll, Jose Ramón Rodríguez Gómez, Marina Rodríguez Redondo, Jordy Ruiz Rodríguez, Brais Sabina, Joaquín Segura Matos, Wander Johan Segura Mediano, Ladislao SIGLO XXI 1º ESO Soto, Elías
36 36 13 28 36 16 15 66 64 46 51 49 18 74 36 20 36 22 85 26 61 36 54 52 36 35 25 36 36 30 48