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Técnicas secas I. Lapiceros de color
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Introducción ¿Lápices o minas de colores? En realidad, da lo mismo, pues en definitiva se trata de un material de dibujo que, igual que sucede con el lápiz de grafito, puede llevarse en un bolsillo y utilizarse en cualquier momento. Ambos tipos de lápices están también emparentados desde otro punto de vista, como tendremos ocasión de ver. La diferencia decisiva de los primeros, el saldo positivo, su mayor riqueza frente al lápiz de grafito es, naturalmente, el color, que se suma así a las múltiples y variadas posibilidades del dibujo a lápiz. No obstante, el paralelismo con los lápices de grafito no es tan fácil de mantener: las diferencias en cuanto al grado de dureza y a las propiedades de desgaste han originado un sinnúmero de formas de utilización, hasta el punto de que el concepto de «lápices de colores» va hoy mucho más allá de lo que tiempo atrás se entendía por tal en la escuela o la oficina. El siglo XX ha traído consigo una serie de hitos en el desarrollo de este material, como son el lápiz de color de mina fina (hoy día totalmente normal), la posibilidad de pintar a la acuarela o las minas utilizables sobre cualquier material, incluido el vidrio y las láminas de plástico. Hasta llegar aquí, el lápiz de color ha recorrido un largo trecho.
Breve historia de la obtención de colorantes La base de todos los materiales de color y, por tanto, también de los lápices, son los pigmentos insolubles y los colorantes solubles. Los colores naturales como, por ejemplo, las tierras y minerales de color, el carbón vegetal y la greda eran ya conocidos y utilizados en tiempos muy remotos. En la Antigüedad se conocían ya métodos sencillos para la obtención química de colorantes: el albayalde (blanco de plomo) se convertía, por calcinación, en litargirio (óxido de plomo) amarillo claro o rojizo y en minio rojo; el silicato de cobre, en azul de Egipto, etc. Es cierto que muchos de los colores así conseguidos eran tóxicos y demasiado frágiles para fabricar con ellos minas delgadas; no obstante, sí permitían obtener barras de tizas gruesas. Junto a estos colores minerales se elaboraban también colorantes orgánicos, en su mayoría en forma de colorantes solubles que servían 123456789012 123456789012 123456789012
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para teñir. La púrpura, por ejemplo, se obtenía trabajosamente de un determinado caracol del Mediterráneo (para conseguir 1,5 gramos de púrpura se necesitan 12.000 caracoles), el azul de índigo es un colorante vegetal, el amarillo de la India se fabricaba con la orina de las vacas de la India... Sin embargo, muchas de estas materias colorantes teñían muy débilmente y -lo que es peor- no resistían la acción de la luz. Por otra parte, para darles forma de barras, se «enlacaban», es decir, un pigmento blanco fuerte (por ejemplo, greda blanca) se impregnaba con estos colorantes, muy parecidos a la tinta, lo que proporcionaba tonos suaves. Este método se utiliza aún hoy, pero tanto el colorante como el sustrato blanco se han perfeccionado de tal modo que el resultado satisface plenamente las exigencias de nuestra época.
La fabricación de los lápices de colores hoy El fundamento fue, sin duda, el revolucionario descubrimiento de los colores de anilina en la segunda mitad del siglo pasado. En primer lugar hicieron posible el llamado «lápiz de tinta», que ha sobrevivido hasta nuestros días como lápiz copiativo, tanto los primeros colorantes de anilina como los lápices de color fabricados con ellos eran tóxicos, lo mismo que algunos lápices a base de cinabrio, amarillo de cromo o albayalde (blanco de plomo) que se usan aún en la actualidad. Tampoco eran todavía resistentes a la luz. Mucho más tarde, hacia los años 30, se logró finalmente desarrollar otros grupos de anilinas colorantes que eran muy resistentes a la luz y que, además, no eran tóxicos. En la actualidad, junto a los pigmentos naturales pueden obtenerse unos 10.000 colorantes de anilina, 500 de los cuales han adquirido gran importancia. Para fabricar minas de color los colorantes, a los que se añaden pigmentos blancos a modo de sustrato, (por ejemplo, tierras arcillosas blancas) se pulverizan finalmente, se mezclan con los aglomerantes adecuados a la clase de mina de que se trate y se elaboran como las minas de grafito, pero sin cocerlas. El agua sobrante se elimina por filtración. La masa resultante se amasa y se lamina debidamente y, a continuación, se hace pasar a gran presión por una boquilla cuyo diámetro es el de la mina que se pretende fabricar. Una vez secas, las hebras elásticas se cortan y, por último, se introducen y encolan entre dos tablitas de madera en las que previamente se ha practicado una ranura. Cada tablita corresponde exactamente a la mitad del grosor del lápiz. A continuación, las minas se fresan, se cortan, se afilan y se esmaltan.
Del lápiz de tinta al lápiz de color Al principio, las minas de color no eran tan fáciles de manejar como estamos acostumbrados hoy. Los primeros lápices de anilina, los sobradamente conocidos lápices de tinta, absorbían la humedad del aire y, en los climas húmedos y cálidos, enseguida co2. COLOR
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menzaban a rezumar desagradablemente. Por otra parte, los trazos resultaban muy difíciles de borrar, y ello tanto más cuanto más antiguos eran. El sucesor directo del lápiz de tinta es el lápiz copiativo actual, que no es tóxico. Al igual que el primero, es totalmente soluble al agua y, al pintar con él, da tonos de color extraordinariamente brillantes, por desgracia, a costa de su estabilidad a la luz, por lo que la gama cromática se limita a los seis colores más utilizados en la oficina. Para pintar en seco con minas de colores se necesitan partículas sólidas de pigmentos que puedan utilizarse como cubrientes completos con ayuda de un aglomerante deslizante. A un buen lápiz de color se le exige además que, a ser posible, pueda borrarse con goma y que al lavarlo con agua no atraviese el papel de soporte, como sucede con el lápiz de tinta. Por todo ello, los colores de anilina tenían que mezclarse artificialmente con pigmentos blancos.
Como utilizar los lápices de colores Las minas de color son frágiles y necesitan un engarce estable. Por su composición básica carecen de la capacidad de deslizamiento del grafito y con frecuencia oponen resistencia a la cuchilla del sacapuntas. Las minas de colores son unas veces más blandas que la madera y otras, más duras, de modo que la cuchilla pasa también sus apuros con ellas. La única alternativa es recurrir a un portaminas. Existen modelos para todos los grosores de minas y, por tanto, hacen superfluo el afilado (y la pérdida de la punta que esta operación lleva consigo). Todo lo anterior es pura teoría, pues ¿a quién le gusta estar cambiando constantemente de mina y de portaminas para cualquier pequeñez? El trabajo con minas de colores exige en algunos casos disponer de un surtido completo de portaminas, debidamente cargados con las minas más usuales. Este método resulta, sin embargo, bastante caro, si uno no puede limitarse, como sucede en el dibujo técnico, a uno o, como máximo, dos grosores de minas, siempre de la misma clase. Por tanto, el lápiz de madera no está, ni con mucho, relegado al olvido, sino que, al contrario, la selección es cada día mayor y con ello, cada vez más difícil abarcar de un vistazo todos los modelos. A pesar de ello, todos tienen algo en común: los lápices de madera se desgastan constantemente, es decir, hay que sacarles punta, lo que impone una serie de requisitos a la clase de madera utilizada y a su elaboración. Esta ha de ser de fibra fina y sin nudos, pero tampoco demasiado blanda, para que la cuchilla del sacapuntas no arrastre las fibras, sino que las separe con facilidad. Por esta razón, la industria ha desarrollado en las últimas décadas un procedimiento basado en una impregnación de plástico que 123456789012 123456789012 123456789012
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proporciona a la madera la estabilidad necesaria para que los lápices puedan afilarse con facilidad. En el dibujo de siguiente se representan los lápices siguientes: 1.
Lápiz normal de mina delgada, hexagonal.
2.
Lápiz copiativo redondo de mina fina.
3.
Lápiz graso redondo de mina gruesa.
4.
Lápiz redondo con extremadamente gruesa.
5.
Lápiz de madera extremadamente grueso.
6.
Lápiz gigante de mina gruesa, hexagonal.
7.
Lápiz redondo de mina gruesa de tira de aceite.
8.
Minilápiz redondo con mina de tres colores.
9.
Mina de color de 5,6 mm de grosor sin el engarce correspondiente.
mina corto,
Breve panorámica de los tipos de lápices de colores La diversidad de la oferta actual de lápices de colores hace necesario clasificarlos en función de sus características más sobresalientes y grosores. El lápiz de tinta se comercializa actualmente en seis colores como lápiz copiativo (no tóxico) con mina fina que corre fácilmente. Para obtener el brillo máximo se puede lavar con agua o con alcohol. El lápiz de color se difumina con facilidad sobre papel rugoso y, con el tiempo, resulta cada vez más difícil de borrar. Es apto para copias heliográficas, puede utilizarse en documentos y no es necesariamente resistente a la luz. Los lápices de mina fina acuarelables satisfacen todos los requisitos que se exigen actualmente a los lápices de colores: colorido brillante, muy resistente a la luz, buenas propiedades de rascado, fácilmente borrables, difícilmente difuminables; no es necesario fijarlos. Los productos de marca ofrecen un amplio surtido de colores; los lápices pueden adquirirse también por separado. Los llamados «carboncillos de color» son parecidos a los lápices al pastel. Las minas gruesas tienen, como los pasteles, poco aglomerante pero, al contrario que éstos, son duros y frágiles cuando se frotan y su adherencia en seco es extraordinariamente precaria. Es evidente que han sido concebidos para lavarlos con agua. A pesar de ello, hay que fijarlos posteriormente. Los «carboncillos de color» pueden borrarse con una goma
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de miga de pan y, frecuentemente, basta con soplar o con tamponar los trazos con un paño suave. Son muy resistentes a la luz y la oferta incluye un amplio surtido de colores, también en forma de barras. Las minas de colores extremadamente gruesas (5,6 mm) pueden utilizarse también sin portaminas. Varias firmas que las comercializan en un modesto surtido de 24 colores y, normalmente, no pueden adquirirse por separado. Los lápices de madera cortos de mina gruesa son relativamente recientes, pero a pesar de su corta vida, han tenido gran éxito: La mina es supergruesa y extremadamente blanda (es decir, sólo puede borrarse con goma hasta cierto punto); el trazo de color puede lavarse completamente, como en la técnica de la acuarela, y en ciertos casos, las líneas del dibujo base desaparecen. El lápiz de color convencional de mina fina lleva un aglomerante a base de ceras y aceites y no siempre puede lavarse al agua; tiene, sin embargo, buenas propiedades para dibujar en seco. Estos lápices (siempre que se trate de una buena marca) pueden adquirirse por separado, con distintos grados de dureza. La mina de color de 2 mm corresponde al diámetro de la mina delgada de los lápices normales y se ha desarro123456789012 123456789012 123456789012
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llado para el dibujo técnico. Las minas se suministran con distintos grados de dureza, y Faber, por ejemplo, ofrece 17 tonos distintos, que pueden adquirirse por separado. Por lo demás, son resistentes a la luz, copiables heliográficamente, lavables al agua, fácilmente borrables con goma y difuminables; es innecesario fijarlos. Las minas finas de color son, naturalmente, duras y, en consecuencia, también se rompen con facilidad al menor esfuerzo; son lavables al agua. Tienen un atractivo especial porque su trazo conserva siempre el mismo grosor. Por lo demás, sus propiedades son comparables a las de las minas de color de 2 mm, aunque, por desgracia, sólo pueden adquirirse en muy pocos tonos. Los lápices suaves se fabrican a base de tiza al aceite; la mina es gruesa y son resistentes al agua, solubles en trementina y de colores intensos. Si se aplican superficialmente, se difuminan con facilidad y el aglomerante al aceite desarrolla entonces las propiedades de un producto pulidor con brillo. Estos lápices, que se fabrican en una amplia gama de colores, pueden adquirirse por separado, son muy resistentes a la luz, se borran fácilmente con goma y no necesitan fijarse. Los lápices de mina gruesa para pintar sobre vidrio o vidriográficos, son en realidad minas grasas, como las minas de 3,8 mm, que requieren un portaminas especial. Ambos tipos de minas pintan incluso sobre materiales muy lisos y no son lavables al agua. Su gran poder luminoso lo desarrollan sobre vidrio o sobre láminas transparentes. Se difuminan bien y se eliminan totalmente con alcohol.
Cómo afilar los lápices de colores Quien haya intentado sacar punta a un lápiz de madera de mala calidad y haya visto cómo disminuye a ojos vistas, comprenderá la importancia que tiene la madera utilizada. Pero esta propiedad de los lápices no se aprecia desde fuera. El usuario debe elegir productos de marca que reúnan también otras propiedades: uniformidad en la elaboración dentro de un mismo surtido, buen deslizamiento sobre el papel y la posibilidad de adquirir lápices sueltos. Sacar punta a los lápices de colores es un arte especial. La afilabilidad depende tanto del grado de dureza de la mina como de su acomodación a la calidad de la madera. Una mina de color blanda, que contenga aceite, y esté recubierta por madera de calidad, de fibra elástica y fina, puede afilarse con más facilidad y rapidez y, por tanto, a la larga resulta más rentable que una mina gruesa pigmentada, dura y frágil, escasamente aglomerada («carboncillo de color»), cuya consistencia embota la cuchilla del sacapuntas a las pocas vueltas. La consecuencia inmediata es que la mina se rompe al intentar afilarla y, por tanto, se consume sin haberla utilizado. En tal caso no cabe más que una cosa: introducir la mina con mucho cuidado en el sacapuntas y afilarlas girándola como si fuese una delicada pluma, sin que la cuchilla toque la madera. A menudo, la diferencia de tensiones entre la mina y la madera es demasiado grande y si la mina es más frágil que la madera, se rompe 6. COLOR
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inevitablemente por muy afilada que esté la cuchilla. En estos casos se recomienda utilizar sacapuntas estables y precisos con cuchillas intercambiables.
Gomas de borrar En la actualidad, casi todos los lápices de color pueden borrarse, más o menos bien, con una goma apropiada, satisfaciéndose así las exigencias del usuario. La diversidad de lápices existentes y los aglomerantes utilizados en ellos exige saber elegir correctamente la goma de borrar idónea. La denominada goma de borrar universal de plástico puede utilizarse con la mayoría de los productos, a excepción de los lápices de carbón o pasteles. Estos exigen una goma tipo «miga de pan» que absorba el polvo desprendido. Los lápices de goma (que pueden adquirirse con dos grados de dureza diferentes) resultan muy útiles para borrar detalles concretos, pero sólo si el color no es muy intenso y no se ha agarrado fuertemente a la textura del papel. Cuando se hayan utilizado minas muy blandas o ligadas con aceite o cera, es aconsejable efectuar una prueba previa, pues sólo así pueden evitarse las antiestéticas manchas del papel engrasado. Algunos lápices de borrar incorporan en un extremo un práctico cepillo para eliminar los molestos residuos de goma. Si se borra mucho, quizá sería conveniente adquirir una escobilla de mano. Especialmente en el dibujo con lápices de colores es muy importante que la goma esté siempre limpia: los residuos que quedan al borrar se introducen en la textura del papel y ensucian el dibujo con manchas antiestéticas. Por esta razón, un buen método consiste en ir cortando trozos de una goma de borrar grande, ya que así se obtienen muchos cantos limpios que pueden repasarse frotándolos con fuerza contra una tablilla rugosa.
Productos fijadores El fijado es innecesario en la mayoría de los dibujos realizados con lápices de colores y en los productos de fabricación antigua incluso era peligroso: algunas minas son solubles en los disolventes y, por tanto, también en los productos fijadores y «exudan», es decir: el color se disuelve y se corre como si fuese tinta. La excepción la constituyen los colores al pastel y los «carboncillos de color». Ambos tipos de minas tienen un aglomerante muy débil; la mina está formada fundamentalmente por polvo de color prensado, pero su adherencia sobre el papel de dibujo es tan escasa que desaparece en gran parte con tan sólo soplarlo. Por eso es imprescindible el fijado, a no ser que el trabajo vaya a enmarcarse inmediatamente bajo un cristal (separado 1 mm de él). Los productos fijadores son, en esencia, los mismos que se utilizan para el grafito y para el lápiz normal. El atomizador de boca permite dosificar muy bien el fijador y no contamina el medio ambiente, pero su manejo requiere algo de práctica. El fijador se vierte en un vaso y al soplar fuertemente por la boquilla, la corriente de aire aspira el líquido y lo pulveriza. El atomizador de boca se guarda plegado. El fijador en aerosol es mucho más cómodo de manejar, pero produce vapores muy desagradables. Debe utilizarse con moderación, si no se quiere estropear la superficie del dibujo o para evitar que aparezcan manchas brillantes no deseadas. La laca para el cabello puede utilizarse también como fijador, sobre todo si sólo hay que proteger el trabajo para que no se difumine y no importa que tome un ligero tono amarillento. 123456789012 123456789012 123456789012
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La técnica del difuminado El difuminado permite obtener efectos pictóricos muy específicos, que difieren según la clase de lápices utilizados. El color debe extenderse de forma superficial, con independencia de la cantidad de polvo de color que se aplique sobre el papel. Lo importante es que el difumino pueda ligar ligeramente las partículas de color entre sí, lo que, como es natural, resulta mucho más fácil sobre una superficie que en una línea. Realmente, la técnica del difuminado es propia de la pintura al pastel; la barras de color no tienen el claro carácter lineal de las minas. Algunas barras constituyen, sin embargo, auténticos casos límite como, por ejemplo, el «carboncillo de color» que, en seco, puede elaborarse casi como el pastel. El difuminado refuerza, además, la adherencia entre el pigmento y la textura del papel, aumentando así la inalterabilidad del trabajo. Para difuminar superficies grandes puede utilizarse un trapo blando o la palma de la mano. Este procedimiento se usa también para obtener una tonalidad de color de fondo sobre el que las minas que no son totalmente difuminables dejan una huella nítida, lo que permite reproducir una textura determinada. Los difuminos se fabrican con papel muy absorbente, tipo secante, enrollado en forma de barrita, y los hay de diferentes grosores y tamaños. Si se utilizan con minas al aceite o con minas muy blandas e intensamente emulsionadas, su superficie se atora con gran rapidez; el difumino contribuye entonces a que el color penetre en el papel, fijándolo, y dejar la superficie con un pulido liso. Una superficie así preparada es la mejor base para las técnicas de rascado y arañado: para ello se cubre cuidadosamente una capa de fondo de color claro con otra capa oscura, hasta obtener una base de color uniforme. Con la ayuda de un instrumento punzante o con un rascador usado de canto se puede trazar sobre esta superficie un dibujo a base de arañazos y rascados. Las agujas romas o el rascador que se incluye en las cajas de colores de cera (de donde se ha tomado prestada esta técnica) permiten obtener efectos muy sugerentes. Los instrumentos no deben tener los cantos demasiado vivos ni acabar en punta, pues de lo que se trata es de descubrir la superficie de trabajo, pero sin dañarla. El difumino de papel se limpia afilándolo, con lo que se deja listo para volverlo a usar; esta operación debe hacerse con un sacapuntas bien afilado. 8. COLOR
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La técnica del lavado El lavado o aguada sólo está indicado si el dibujo se ha realizado con lápices denominados «acuarelables». En el mercado existe actualmente un amplio surtido de lápices apropiados para la técnica del lavado que permiten obtener efectos muy similares a la acuarela. Los instrumentos necesarios son tan fáciles de adquirir y de manejar como los mismos lápices: pincel, vaso para agua y trapos. Aunque para el lavado propiamente dicho basta un buen pincel de acuarela, también es útil disponer de otro tipo brocha para empapar la superficie del dibujo, aplicándolo como si se tratara de un tampón. Para lavar superficies grandes y uniformes, el instrumento idóneo es el pincel en abanico, que permite esparcir o desplazar las partículas de color, sin que queden demasiadas huellas del dibujo (siempre que el lápiz sea realmente acuarelable). El lavado con agua debe efectuarse moderadamente y sin frotar, para evitar que el papel se deteriore. Los pigmentos o, en su caso, el colorante debe quedar en suspensión en las gotas de agua. La función del pincel consiste en reunir, o desplazar, las partículas de color para conseguir el efecto deseado. El exceso de agua se absorbe con el trapo. Durante el trabajo, el pincel arrastra cierta cantidad de colorantes y pigmentos que es preciso eliminar antes de lavar el color siguiente. Esta operación es muy importante, sobre todo con los colores claros, pues los oscuros los ensucian con mucha facilidad. Por esta razón, el vaso de agua no debe ser demasiado pequeño. Las tizas de aceite y los lápices grasos pueden lavarse también en muchos casos con trementina, obteniéndose un brillo muy luminoso.
La técnica de las plantillas Las «plantillas», como la regla y el cartabón, pertenecen realmente al ámbito del dibujo técnico. Sin embargo, pueden abrir nuevas posibilidades al trabajo artístico si se utilizan adecuadamente como medio auxiliar de configuración. Precisamente porque el empleo de lápices de colores exige trabajar con la máxima precisión, las plantillas y demás recursos son inseparables de esta técnica. Incluso las fotografías pueden colorearse con lápices de colores. Entre los métodos utilizados para ello destaca el que consiste en colocar una plantilla de cartón directamente sobre el papel y difuminar una serie de rayas que surgen del motivo a modo de radios. Con un poco de práctica pueden obtener así transiciones de claro a oscuro totalmente nítidas e intencionadas; por su parte, la plantilla puede utilizarse tanto en positivo como en negativo. Muchos motivos escalonados a modo de bambalinas (por ejemplo, un paisaje con colinas) sólo pueden representarse con esta técnica. 123456789012 123456789012 123456789012
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Técnicas de dibujo y pintura con lápices de colores El «lenguaje» de las líneas monocromas Aunque cuando hablamos de lápices de colores, pensamos en cajas con un surtido más o menos amplio, también pueden obtenerse efectos muy sugestivos con un solo color, tal como evidencian los ejemplos reproducidos a continuación. El color del pigmento no es el único factor determinante; también los trazos y el grosor y grado de dureza de las minas desarrollan un lenguaje propio.
Línea y color Las líneas monocromas no adquieren propiamente colorido hasta que se ponen en relación con su entorno: nadie diría que los ejemplos de las páginas anteriores son dibujos en color, pues el contraste de claroscuro entre el dibujo y el papel se impone al efecto del color y lo convierte en un mero matiz. Es ahora, en el sencillo dibujo realizado con lápiz de grafito, cuando la línea azul se convierte realmente en un elemento cromático. Aunque, en sentido estricto, no existen líneas polícromas, ya que una línea sólo puede ser el resultado de la aplicación sobre el papel de una mina de color, podemos obtener un efecto de policromía repitiendo la forma inicial en los tres colores fundamentales. El tema se repasa, por así decirlo, en amarillo, azul y rojo, y la superposición de estos tres colores da como resultado un alegre dibujo multicolor con distinto carácter según el tipo de lápiz elegido. A pesar de todo, en los ejemplos siguientes se aprecia hasta qué punto la ejecución de los trazos, severa o libre, determina el resultado final. El grosor de lámina y el grado de dureza desempeñan asimismo un papel importante: una mina gruesa y blanda produce trazos más enérgicos que una mina fina que trata de ampliar su esfera de acción por medio de movimientos que tienen mucho de pasos de baile.
Mezclas ópticas de colores Lo mismo que las líneas, también las superficies obtienen su colorido al ponerlas en relación con el entorno. El observador necesita al menos dos matices para encontrar dicho colorido a través del contraste entre claro y oscuro. El color necesita extensión superficial, pero el lápiz de color es, al menos en la técnica de dibujo en seco, un instrumento lineal. Sus medios para la representación de superficies son estructuras lineales y punteados. 10. COLOR
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Si se superponen dos estructuras rayadas o punteadas de distinto color, el ojo del observador percibe una mezcla óptica con amarillo, rojo y azul se obtiene naranja, verde y violeta, así como todos los matices intermedios.
Mezclas de pigmentos Los lápices de colores sólo permiten conseguir mezclas auténticas sobre los dibujos propiamente dichos. Los pigmentos se mezclan entre sí al superponer varias capas de estructuras cromáticas. Los lápices de colores actuales ofrecen varias posibilidades: el lavado al agua es, sin duda, el método más utilizado. Esta técnica favorece la mezcla de los pigmentos, lo mismo que la del difuminado o la mezcla en seco del polvillo que desprende los «carboncillos de color». Sea cual sea el método empleado, el color claro debe aplicarse siempre sobre el oscuro. Si se hace a la inversa, el color oscuro cubriría todo y no sería posible la mezcla.
Formas plásticas por medio de trazos suaves La plasticidad de un cuerpo y su color están tan poco interrelacionados como el relieve y el color. La suavidad de las formas de un cuerpo sólo puede expresarse por medio del juego recíproco de las luces y las sombras. Los trazos duros entre las zonas claras y las oscuras son necesarios para representar la plasticidad de un cuerpo y poder modular mediante luces y sombras. El «sombreado» es la técnica obvia para este fin, pues permite todo tipo de transiciones sutiles. Para ello, el lápiz se apoya plano sobre el papel y se desplaza suavemente a un lado y otro procurando que la mina no deje huellas perceptibles. El lápiz debe moverse con ligereza y de manera uniforme para sorpresas desagradables que pueden echar a perder el trabajo. Al igual que en la técnica de las estructuras planas, la plasticidad y la sensación de relieve pueden conseguirse también mediante la dispersión y la concentración. Si en lugar de la técnica del sombreado plano se realiza un rayado sistemático, la fuerza expresiva es aún mayor.
Espacio y color La tridimensionalidad y el color no tienen relación entre sí, pero precisamente por ello pueden combinarse muy bien: el motivo gana así en frescura y efecto inmediato. En cualquier caso, el contraste entre claro y oscuro prevalecerá en general sobre los colores.
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Sensación de espacio por medio de la luz y de las sombras La tridimensionalidad no es una cuestión de colorido, sino de luces y de sombras. El efecto de claroscuro se consigue con el lápiz de grafito, el color es secundario en este caso. El intenso contraste de colores puede desvirtuar la sensación de espacio hasta hacerla desaparecer por completo. En el dibujo monocromo, la creación de ilusión espacial se consigue simplemente por medio de la intensidad en la aplicación del color: una vez determinada la fuente luminosa, el color sólo tendrá que reforzarse o rebajarse en las zonas correspondientes. Ello obedece a una lógica fácil de comprender y, conforme aumenta la experiencia, el ojo la irá captando cada vez mejor. El uso de un papel ligeramente coloreado que dé el valor medio de los tonos de gris exigidos facilita mucho el trabajo. De este modo, el motivo puede irse elaborando prácticamente en dos sentidos, utilizando un lápiz blanco para las zonas claras y otro oscuro para las zonas sombreadas.
Sensación de espacio y plasticidad La plasticidad de las superficies y de los cuerpos de una figura tridimensional se pone de manifiesto a través del contraste entre las zonas claras y oscuras. En la superficie de una caja cuidadosamente plegada, de un papel arrugado o de un paquete atado con un cordel es frecuente encontrar auténticos paisajes esculturales. Aplicando colores apropiados en la forma debida, el efecto pueda intensificarse.
Reposo y movimiento La estática y la dinámica forman parte de los problemas fundamentales de la representación. Un motivo estático es, naturalmente, mucho más fácil de dominar que otro en movimiento. Pero, algunas veces, las apariencias engañan: la tensión crujiente en una hoja de papel plegada o el equilibrio entre el platillo y la carga pueden suponer un gran reto. El problema en sí no está determinado ni por la luz y las sombras, ni tampoco por el color: el principal foco de interés lo constituyen el reposo y el movimiento. Los restantes principios de la composición y de la superficie se dan por sabidos. El hecho de que también estas situaciones tan difíciles y complicadas puedan resolverse sin más con los lápices de colores se debe al inmenso repertorio de este excelente material de dibujo. No en vano muchos amigos de los lápices de colores se han dejado fascinar por él desde su primer cuaderno de dibujo. Muchos artistas se niegan también a renunciar a ellos, a pesar de los modernos, y a menudo sugestivos, materiales e 123456789012 123456789012 123456789012
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instrumentos que se les ofrecen constantemente. Los arquitectos colorean hoy los trabajos que presentan a los concursos con lápices de colores e incluso los fotógrafos los han descubierto como utensilios para retocar las fotos artísticas mates. Evidentemente, el mundo gráfico les abrirá también sus puertas. Al parecer, todos estos usuarios conocen el secreto de los lápices de colores: Facilidad de manejo y múltiples aplicaciones. Ninguna otra fórmula podría describir mejor al modesto lápiz de color, ese insignificante objeto cotidiano, que pasa prácticamente desapercibido. Utilizar el lápiz de colores realmente cosa de niños, pero aprovechar de verdad todas sus posibilidades constituye un auténtico reto para el profesional. Texto extraído de «Los lápices para dibujo. T. Meilhammer. CEAC.1988»
Papeles para dibujo En principio todos los papeles son aptos para el dibujo a lápiz de color. De todos modos hay que tener en cuenta algunas cosas: en las superficies muy delicadas (como la mayoría de los papeles para acuarela) no conviene borrar. Los papeles muy lisos (todos los papeles de dibujo técnico, cartulina, etc.) admiten bien el lápiz blando, mientras que los papeles más ásperos (Ingres, papel de acuarela, papeles de dibujo rugosos) se prestan mejor a los lápices duros. Si se superponen varias capas de lápiz para conseguir tonos oscuros profundos, solamente valen los papeles ásperos; de lo contrario, el trazo adquiere rápidamente un desagradable aspecto grasiento. Para los dibujos de color muy intenso hay que emplear papeles lisos y bien encolados (p.e. Schoeller, Durex).
El dibujo con lápices de colores. Según el efecto buscado, se necesitan para el trabajo con lápices de colores superficies muy diferentes. En todo caso, los extremos son inapropiados. Mientras que los papeles para acuarelas muy blandos y con profundo relieve en el mejor de los casos puede aplicarse un velo de color porque el papel cede fácilmente bajo una solicitación enérgica, los papeles para dibujo muy lisos y resistentes (se reconocen por su superficie menos brillante) aun con fuerte presión y aplicación repetida no absorben pigmento suficiente o tienen un hilo superficial «grasiento» y desagradable. Para la aplicación óptima de los lápices de colores y la obtención de los efectos cromáticos más brillantes, lo mejor es un papel de dibujo mate 14. COLOR
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y fuerte. La superficie debe ser tan áspera que incluso con las minas más duras el pigmento se extienda y se absorba sin tener que apretar demasiado. Si se va a trabajar con papeles texturados se penetrará por así decirlo, con minas perfectamente afiladas en cada uno de los «valles» de la superficie para conseguir una aplicación uniforme del color. Si no se hace así, se mantendrá la textura como elemento determinante de la imagen. Los lápices de colores solubles en agua pueden emplearse con papel para acuarela, siempre de que efectivamente se desee usarlos con agua; de lo contrario, se procederá como con los lápices de colores normales.
Lápices de colores sobre papel de acuarela. Trabajando con lápices de colores sobre papel para acuarela pueden conseguirse interesantes efectos expresivos. Hay que tener en cuenta que en muchos papeles de acuarela es completamente imposible borrar y que incluso en las clases de superficie relativamente resistente no se puede borrar nunca de la misma manera que en el cartón de dibujo. Para borrar sólo puede emplearse en realidad una goma plástica, que ruede sobre la superficie del papel (y no frote). También puede ser conveniente en este caso rociar el papel con barniz acrílico antes de empezar el trabajo. A causa de la sensibilidad del papel, tampoco es posible superponer ilimitadamente capas de lápiz de color, ya que sólo difícilmente se conseguirán efectos cromáticos muy intensos. En todo caso, es una ayuda que la superficie relativamente áspera de la mayoría de los papeles para acuarela admita especialmente bien partículas de color o de grafito.
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