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TEMA 15 LA IGLESIA DEL VATICANO II LECTURA PARA LA SEMANA Sin lugar a dudas hoy no se puede hablar de la Iglesia sin referimos necesariamente al concilio Vaticano II. Aquel hilo que dejamos como perdido en los comienzos del siglo primero en las manos de las primeras comunidades cristianas, lo encontramos ahora —con todas las contradicciones de este tiempo actual de la Iglesia— en la tremenda ebullición de cuanto ha acompañado a este concilio cuya doctrina ha tenido fundamentalmente carácter eclesial. Para conocer, pues, algo más de lo que la Iglesia es, debemos detenemos a conocer qué ha dicho y cómo lo ha dicho el concilio de nuestros días. No pretendemos hacer una crónica conciliar, pero estamos seguros de que al conocer de cerca alguno de sus momentos más importantes, ello mismo nos iluminará más su idea de la Iglesia. 1. LOS PROLEGÓMENOS CONCILIARES Todo el mundo está de acuerdo en que la Iglesia amaneció al siglo XX en verdadero estado de ebullición de ideas y doctrinas. El Vaticano II es, en este sentido, deudor de una historia concreta que lo hizo viable. Necesitamos cuidar nuestra perspectiva de observación. Cuando se repite hasta la saciedad que durante muchos siglos la Iglesia fue puramente a remolque de acontecimientos que le superaban, no siempre se dice la verdad. Así afirmado, todo esto, o es mentira, o no abarca a la totalidad de la Iglesia. En la Iglesia también se cuece la historia. El Vaticano II es un buen testigo de ello. Porque dentro de ella, efectivamente, hasta la inauguración de la primera sesión conciliar, se dan muchos movimientos que pretenden una profunda reforma o renovación. Vamos a centrarnos en el significado de algunos movimientos renovadores que, con fuerza no siempre visible, trabajaron por una Iglesia mejor en el mundo actual.
MATERIAL COMPLEMENTARIO PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE - TEMA 15
1.1. La renovación bíblica Bastante antes del inicio del siglo XX, especialmente en el ámbito protestante, brotó con fuerza y vitalidad verdaderamente provocativas una nueva forma de hacer exégesis. Casi diríamos que la nueva exégesis protestante, al poner sobre todo de relieve los métodos críticos de los géneros literarios, de la historia de las formas y demás elementos que se hallan detrás del texto bíblico, obligó a los estudiosos católicos a repensar muchos aspectos de su propia exégesis y, sobre todo, a buscar un nuevo acercamiento entre la palabra de Dios y los fieles. Es especialmente a partir de la segunda guerra mundial cuando, en Centroeuropa sobre todo, nacen varios círculos de estudio renovado de la palabra de Dios. Más que detenerse a un mero diálogo con las nuevas cuestiones, metodológicas sobre todo, que plantea el mundo exegético protestante, lo que más importa es resaltar la laguna que se descubre. El pueblo fiel de los cristianos de a pie no conoce la Biblia. Hay que hacer todo lo posible para que los cristianos se acerquen directamente a la revelación divina. Precisamente por ello aparecen las nuevas traducciones de la Biblia desde los originales griego y hebreo que, concretamente en España, pueden significarse en biblias tan conocidas por todos como las de Nácar-Colunga o Boyer-Cantera. Aunque aquí llegó con menor fuerza, en aquellos años no deja de ser importante la conexión entre la renovación bíblica y el nuevo encuentro de los teólogos y pensadores católicos con la doctrina y el pensamiento de los santos Padres. 1.2. La renovación litúrgica Fundamentalmente en algunos monasterios de monjes radicados también en la Europa central, por los años veinte y, sobre todo, a partir asimismo de la segunda guerra mundial, va manifestándose otra efervescencia de renova-
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ción en la que se buscan formas nuevas de expresión cultual y litúrgica para hacer en lo posible más adecuadas las anquilosadas rúbricas de muchos siglos atrás. Una fidelidad mejor a los símbolos litúrgicos, el cuidado del canto eclesial (gregoriano) y el encuentro y valoración de la más viva y espiritual liturgia de la Iglesia oriental, consiguen mantener encendida una inquietud básica para cualquier reforma eclesial: la del verdadero culto. Sin ello, ciertamente no puede decirse que pueda vivir la Iglesia. 1.3. La renovación ecuménica También desde el punto de vista ecuménico, las dolorosas y sangrantes experiencias de la loca violencia humana desatada a causa de la segunda guerra mundial producirán frutos insospechados. En los campos de tortura alemanes y en las trincheras del enfrentamiento bélico las diferencias confesionales parecen, efectivamente, de menor importancia. Si Juan XXIII, al convocar el concilio, piensa que su celebración ha de tener como finalidad importante la del diálogo y encuentro con los hermanos separados es porque los hombres de Iglesia, de las diferentes iglesias europeas que han sufrido en sus carnes los horrores de los enfrentamientos y divisiones entre los hombres, quieren también que la Iglesia sea signo de una imprescindible unidad frente al mundo roto y en profunda crisis. 1.4. La renovación teológica En la base de todo esto está, en efecto, una verdadera y profundísima crisis del hombre y el mundo modernos. Con el siglo XX ya definitivamente avanzado, el hombre parece tomar conciencia de que se encuentra ante el final de una época donde su misma identidad, sus mismos derechos humanos aprobados y reconocidos con práctica unanimidad, se ponen a diario en cuestión por la misma realidad. Con responsabilidad directa de unos o de otros, son millones de hombres los que mueren por la violencia, la injusticia o la pobreza generalizada. Es, entonces, explicable la aparición de una corriente de pensadores cristianos decididos a renovar la teología. En ese sentido, antes del concilio y en numerosos países europeos se multiplican los teólogos que intentan un diálogo nuevo con el mundo moderno y los problemas que tanto para el hombre como para la Iglesia PÁGINA 2
esta modernidad supone. No fue fácil el camino de estos hombres. En muchos casos, desde Roma recibieron advertencias e imposiciones de silencio. Lo cierto fue que sin teólogos como Congar, De Lubac, Chenu y Danielou (franceses); Rahner, Von Balthasar y Schmaus (alemanes); Schillebeeckx (holandés); Thils y Philips (belgas), etc., hubiera sido realmente inviable el concilio Vaticano II. No deben olvidarse tampoco los trabajos de renovación que en muchas facultades de teología católica se estaban llevando a cabo. Asimismo, digno es también de tener en cuenta el progreso teológico que se esconde en la amplísima actividad magisterial del papa Pío XII. 1.5. La renovación pastoral La pastoral en la Iglesia es signo consecuente de su vida, a la vez que causa de la que dimana su permanente renovación. La Iglesia, por medio de sus pastores más lúcidos, va a ser conciliarmente consciente de hallarse ante una nueva situación de fe. Fundamentalmente en las comunidades del viejo continente europeo, pero no sólo allí. Las iglesias de los pueblos del Tercer Mundo, en profunda revolución independentista, van a vivir su gran salto adelante precisamente en torno a los años del concilio. Norteamérica, en lo que a su iglesia local se refiere, no ofrece todavía una aportación comparable al occidente europeo. La situación política del mundo occidental, dominada desde Estados Unidos, sin embargo, influye decisivamente en sus aliados europeos. Hay que tener, además, muy en cuenta la situación de la Iglesia del silencio en los numerosos países del Este caídos bajo los regímenes del comunismo. Los más lúcidos comienzan, asimismo, a sospechar que la línea del enfrentamiento mundial no es sólo entre el Este y el Oeste, que mantienen sobre todo diferencias ideológicas, sino sobre todo, y con progresiva agudización, entre el Norte y el Sur. El progreso del Norte en gran parte es debido al mantenimiento en la pobreza de los pueblos del Sur subdesarrollado. En ese sentido —aunque, evidentemente, no se pueda generalizar—, la Europa de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo pasado (momento de la elección como papa Juan XXIII del viejo cardenal Roncalli) es la que provoca directamente el concilio. En él, sin embargo, va a a entrar la problemática pastoral ESCUELA DE FUNDAMENTOS CRISTIANOS - SEDE DE ÚBEDA
TEMA 15 LA IGLESIA DEL VATICANO II LECTURA PARA LA SEMANA Sin lugar a dudas hoy no se puede hablar de la Iglesia sin referimos necesariamente al concilio Vaticano II. Aquel hilo que dejamos como perdido en los comienzos del siglo primero en las manos de las primeras comunidades cristianas, lo encontramos ahora —con todas las contradicciones de este tiempo actual de la Iglesia— en la tremenda ebullición de cuanto ha acompañado a este concilio cuya doctrina ha tenido fundamentalmente carácter eclesial. Para conocer, pues, algo más de lo que la Iglesia es, debemos detenemos a conocer qué ha dicho y cómo lo ha dicho el concilio de nuestros días. No pretendemos hacer una crónica conciliar, pero estamos seguros de que al conocer de cerca alguno de sus momentos más importantes, ello mismo nos iluminará más su idea de la Iglesia. 1. LOS PROLEGÓMENOS CONCILIARES Todo el mundo está de acuerdo en que la Iglesia amaneció al siglo XX en verdadero estado de ebullición de ideas y doctrinas. El Vaticano II es, en este sentido, deudor de una historia concreta que lo hizo viable. Necesitamos cuidar nuestra perspectiva de observación. Cuando se repite hasta la saciedad que durante muchos siglos la Iglesia fue puramente a remolque de acontecimientos que le superaban, no siempre se dice la verdad. Así afirmado, todo esto, o es mentira, o no abarca a la totalidad de la Iglesia. En la Iglesia también se cuece la historia. El Vaticano II es un buen testigo de ello. Porque dentro de ella, efectivamente, hasta la inauguración de la primera sesión conciliar, se dan muchos movimientos que pretenden una profunda reforma o renovación. Vamos a centrarnos en el significado de algunos movimientos renovadores que, con fuerza no siempre visible, trabajaron por una Iglesia mejor en el mundo actual.
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1.1. La renovación bíblica Bastante antes del inicio del siglo XX, especialmente en el ámbito protestante, brotó con fuerza y vitalidad verdaderamente provocativas una nueva forma de hacer exégesis. Casi diríamos que la nueva exégesis protestante, al poner sobre todo de relieve los métodos críticos de los géneros literarios, de la historia de las formas y demás elementos que se hallan detrás del texto bíblico, obligó a los estudiosos católicos a repensar muchos aspectos de su propia exégesis y, sobre todo, a buscar un nuevo acercamiento entre la palabra de Dios y los fieles. Es especialmente a partir de la segunda guerra mundial cuando, en Centroeuropa sobre todo, nacen varios círculos de estudio renovado de la palabra de Dios. Más que detenerse a un mero diálogo con las nuevas cuestiones, metodológicas sobre todo, que plantea el mundo exegético protestante, lo que más importa es resaltar la laguna que se descubre. El pueblo fiel de los cristianos de a pie no conoce la Biblia. Hay que hacer todo lo posible para que los cristianos se acerquen directamente a la revelación divina. Precisamente por ello aparecen las nuevas traducciones de la Biblia desde los originales griego y hebreo que, concretamente en España, pueden significarse en biblias tan conocidas por todos como las de Nácar-Colunga o Boyer-Cantera. Aunque aquí llegó con menor fuerza, en aquellos años no deja de ser importante la conexión entre la renovación bíblica y el nuevo encuentro de los teólogos y pensadores católicos con la doctrina y el pensamiento de los santos Padres. 1.2. La renovación litúrgica Fundamentalmente en algunos monasterios de monjes radicados también en la Europa central, por los años veinte y, sobre todo, a partir asimismo de la segunda guerra mundial, va manifestándose otra efervescencia de renova-
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ción en la que se buscan formas nuevas de expresión cultual y litúrgica para hacer en lo posible más adecuadas las anquilosadas rúbricas de muchos siglos atrás. Una fidelidad mejor a los símbolos litúrgicos, el cuidado del canto eclesial (gregoriano) y el encuentro y valoración de la más viva y espiritual liturgia de la Iglesia oriental, consiguen mantener encendida una inquietud básica para cualquier reforma eclesial: la del verdadero culto. Sin ello, ciertamente no puede decirse que pueda vivir la Iglesia. 1.3. La renovación ecuménica También desde el punto de vista ecuménico, las dolorosas y sangrantes experiencias de la loca violencia humana desatada a causa de la segunda guerra mundial producirán frutos insospechados. En los campos de tortura alemanes y en las trincheras del enfrentamiento bélico las diferencias confesionales parecen, efectivamente, de menor importancia. Si Juan XXIII, al convocar el concilio, piensa que su celebración ha de tener como finalidad importante la del diálogo y encuentro con los hermanos separados es porque los hombres de Iglesia, de las diferentes iglesias europeas que han sufrido en sus carnes los horrores de los enfrentamientos y divisiones entre los hombres, quieren también que la Iglesia sea signo de una imprescindible unidad frente al mundo roto y en profunda crisis. 1.4. La renovación teológica En la base de todo esto está, en efecto, una verdadera y profundísima crisis del hombre y el mundo modernos. Con el siglo XX ya definitivamente avanzado, el hombre parece tomar conciencia de que se encuentra ante el final de una época donde su misma identidad, sus mismos derechos humanos aprobados y reconocidos con práctica unanimidad, se ponen a diario en cuestión por la misma realidad. Con responsabilidad directa de unos o de otros, son millones de hombres los que mueren por la violencia, la injusticia o la pobreza generalizada. Es, entonces, explicable la aparición de una corriente de pensadores cristianos decididos a renovar la teología. En ese sentido, antes del concilio y en numerosos países europeos se multiplican los teólogos que intentan un diálogo nuevo con el mundo moderno y los problemas que tanto para el hombre como para la Iglesia PÁGINA 2
esta modernidad supone. No fue fácil el camino de estos hombres. En muchos casos, desde Roma recibieron advertencias e imposiciones de silencio. Lo cierto fue que sin teólogos como Congar, De Lubac, Chenu y Danielou (franceses); Rahner, Von Balthasar y Schmaus (alemanes); Schillebeeckx (holandés); Thils y Philips (belgas), etc., hubiera sido realmente inviable el concilio Vaticano II. No deben olvidarse tampoco los trabajos de renovación que en muchas facultades de teología católica se estaban llevando a cabo. Asimismo, digno es también de tener en cuenta el progreso teológico que se esconde en la amplísima actividad magisterial del papa Pío XII. 1.5. La renovación pastoral La pastoral en la Iglesia es signo consecuente de su vida, a la vez que causa de la que dimana su permanente renovación. La Iglesia, por medio de sus pastores más lúcidos, va a ser conciliarmente consciente de hallarse ante una nueva situación de fe. Fundamentalmente en las comunidades del viejo continente europeo, pero no sólo allí. Las iglesias de los pueblos del Tercer Mundo, en profunda revolución independentista, van a vivir su gran salto adelante precisamente en torno a los años del concilio. Norteamérica, en lo que a su iglesia local se refiere, no ofrece todavía una aportación comparable al occidente europeo. La situación política del mundo occidental, dominada desde Estados Unidos, sin embargo, influye decisivamente en sus aliados europeos. Hay que tener, además, muy en cuenta la situación de la Iglesia del silencio en los numerosos países del Este caídos bajo los regímenes del comunismo. Los más lúcidos comienzan, asimismo, a sospechar que la línea del enfrentamiento mundial no es sólo entre el Este y el Oeste, que mantienen sobre todo diferencias ideológicas, sino sobre todo, y con progresiva agudización, entre el Norte y el Sur. El progreso del Norte en gran parte es debido al mantenimiento en la pobreza de los pueblos del Sur subdesarrollado. En ese sentido —aunque, evidentemente, no se pueda generalizar—, la Europa de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo pasado (momento de la elección como papa Juan XXIII del viejo cardenal Roncalli) es la que provoca directamente el concilio. En él, sin embargo, va a a entrar la problemática pastoral ESCUELA DE FUNDAMENTOS CRISTIANOS - SEDE DE ÚBEDA
de nivel verdaderamente universal. Sea cual fuere el análisis geográfico, político e histórico, el problema pastoral comienza a intuirse fundamentalmente como problema del hombre; con una acuciante pregunta por la misión que ante este hombre concreto a la Iglesia le corresponde. 2. EL DESARROLLO DEL CONCILIO El 25 de enero de 1959, para sorpresa generalizada, Juan XXIII anuncia la celebración del concilio. No es difícil de comprender y explicar aquella extrañeza. Ni la edad del papa ni el sólido magisterio de Pío XII parecían justificar a primera vista una aventura tan problemática en un momento histórico tan complejo. Todo el mundo está de acuerdo en calificar la decisión de Juan XXIII como un verdadero acto de fe, en el que la osadía y el atrevimiento no dejaban de mezclarse con ciertas ingenuidad y esperanza evangélicas. Quien —se decía— había sido elegido como un papa de mera transición en la larga historia de la Iglesia, pasa a convertirse de repente en protagonista de una verdadera transición y cambio profundo, precisamente debido al concilio que convoca. 2.1. Los materiales que se van a presentar en el aula conciliar Tras unas primeras fases de tanteo y consultas antepreparatorias, las comisiones redactoras preparadas al efecto en Roma (diez comisiones, tres secretariados y la comisión central) elaboran numerosos esquemas. Alguien en Roma piensa que hay que ofrecer al concilio material ya suficientemente elaborado para que reciba el sí sin apenas retoques. Las comisiones que redactan estos esquemas preparados para su aprobación conciliar dicen haber tenido fundamentalmente en cuenta lo aportado individualmente por la mayoría de los obispos del mundo así como por las universidades católicas. Se espera, pues, la inmediata reunión de los obispos sin muchas expectativas. A pesar de ello, las alocuciones de Juan XXIII, y sobre todo su discurso inaugural, parecen señalar unos horizontes conciliares de mucha mayor envergadura. Aunque también a nosotros, a primera vista, pueda parecernos otra cosa, en toda esta crónica casi periodística pueden intuirse los rasgos de la Iglesia con los que ésta se va a reconocer a sí misma en el concilio. El papa dijo textualmente el día 11 de octubre de 1982 al abrir la primera sesión conciliar: MATERIAL COMPLEMENTARIO PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE - TEMA 15
«Lo que principalmente atañe al concilio ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz... Mas nuestro deber no es sólo custodiar ese tesoro precioso, como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicamos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que la Iglesia recorre desde hace veinte siglos... El espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y poniéndola en conformidad con los métodos de investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales. Una cosa es el depósito mismo de la fe... y otra la manera como se expresa; y ello ha de tenerse en gran cuenta, con paciencia, si fuese necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral. (Discurso de Juan XXIII en la inauguración solemne del concilio Vaticano II.)
Estaban, indudablemente, señalados los caminos para una renovación que fuera mucho más allá de la simple aprobación de documentos teológicos. Nada más iniciarse la primera sesión comenzaron a surgir las primeras sorpresas. El concilio se encontraba ante la libertad de discusión que el papa había ofrecido. Con la ayuda del Espíritu, la Iglesia se adentró en una historia nueva aun permaneciendo la misma. No creemos exagerar si decimos que se palpaba de nuevo el aliento del mismo Espíritu de pentecostés.
lenguaje de los materiales preparados. Finalmente, cuando se entra a discutir directamente el primero de los esquemas preparados, la sorpresa de muchos es mayúscula al comprobar cómo se devuelve a la comisión correspondiente para su refundición total. Concretamente, el esquema sobre las dos fuentes de la revelación no gusta a la mayoría conciliar y, aun en contra del mismo reglamento, hay que rehacer su planteamiento y contenido. Para el tema de la Iglesia importa especialmente lo acontecido en el aula conciliar durante la primera semana del mes de diciembre de 1962. Es una semana clave. Es el preciso momento en el que el concilio convierte este tema eclesial en el objetivo central de sus trabajos. A partir de esta semana decisiva, el concilio Vaticano II pasará a ser, por encima de todo, el concilio de la Iglesia y sobre la Iglesia. El sábado 1 de diciembre, el cardenal Ottaviani presenta a los padres conciliares el esquema al respecto preparado por la comisión dedicada a las cuestiones de fe y costumbres. En su presentación, el anciano cardenal, líder de lo que podríamos llamar el «ala de los conservadores» en el concilio, se quejó amargamente de que el esquema ya habla sido prejuzgado de manera negativa por la «mayoría progresista». Se pasa de mano en mano —dice— un esquema alternativo sin tener en cuenta el que se presenta oficialmente a los obispos, que, además, ha sido aprobado por el papa. El ambiente en el aula conciliar era ciertamente tenso. Por una parte, la mayoría no se encontraba a gusto ante los esquemas preparados; por otra, parecía imposible rehacer tanto material en un plazo que se estimaba no debía ser muy largo. En los días siguientes (hasta la clausura de esta primera sesión conciliar el 8-XII-62) van a intervenir, pues, las más altas figuras del episcopado mundial. Todos ellos pretenden acertar en los objetivos fundamentales que ha de buscar el concilio.
2.2. La primera sesión: una semana clave Los primeros signos de que los padres conciliares habían tomado sobre sí mismos la libertad del Espíritu se manifiestan, inmediatamente. En primer lugar, se rechazan las listas preparadas por la curia romana para la composición de las comisiones de trabajo. El primer mensaje al mundo que los obispos reunidos en concilio aprueban manifiesta una tonalidad, un estilo y un contenido distinto al PÁGINA 3
Quien quiera comprender el verdadero sentido y propósito del Vaticano II no podrá menos de estudiar con detenimiento esta semana clave. Porque a partir de este momento todo parece encontrar una orientación nueva, un lugar adecuado y justo. Vamos a detenemos, a continuación, en tres intervenciones fundamentales que claramente supieron sintetizar el pensamiento de todos.
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2.3. Las coordenadas del concilio Las tres intervenciones a las que nos referimos, dentro de esa semana clave, son las siguientes: La primera tiene lugar en el aula de la basílica vaticana el día 4 de diciembre. Habla Mons. Suenens, cardenal arzobispo de Malinas-Bruselas (Bélgica). La segunda intervención tiene lugar al día siguiente, miércoles 5 de diciembre. Quien habla ahora es el cardenal de Milán y futuro papa (Pablo VI), Mons. Montini. La tercera gran intervención de esta semana decisiva corre a cargo del cardenal de Bolonia, Mons. Lercaro. Veamos cuáles son las coordenadas más significativas sobre la Iglesia que se apuntan en estas intervenciones. a) Primera intervención: cardenal Suenens Su propuesta es bien sencilla. Centremos, dice, en una sola idea clave lo que hayamos de buscar en este concilio. Esta idea o propósito básico sólo puede ser uno: la Iglesia. De la misma manera que el Vaticano I fue el concilio sobre el papado, el Vaticano II debe convertirse en el concilio de la Iglesia. En definitiva, todo el esfuerzo conciliar debe consistir en responder a una sola pregunta: Iglesia, ¿qué dices de ti misma?. Para que esto sea así, el cardenal Suenens añade una propuesta importante. La respuesta a la pregunta por la identidad eclesial vendrá de dos tipos de documentos: unos responderán a cómo la Iglesia es vista desde dentro; otros contestarán a la misma visión de la Iglesia, pero considerada hacia fuera. Con esto se había puesto el nervio central, la columna dorsal en torno a la cual se van a ir colocando en perfecto orden todos los documentos conciliares. b) Segunda intervención: cardenal Montini De acuerdo con el planteamiento del cardenal Suenens, Juan Bautista Montini añade, de forma magistral y sintética, una precisión importantísima. En último término, la intervención de Suenens tiene carácter meramente formal; se limitaba a señalar los apartados convenientes para que luego se llenaran con la doctrina del concilio. Lo que plantea delante de los obispos quién va a ser el papa de la siguiente sesión tiene pleno sentido teológico y pastoral. No sólo aclara ESCUELA DE FUNDAMENTOS CRISTIANOS - SEDE DE ÚBEDA
de nivel verdaderamente universal. Sea cual fuere el análisis geográfico, político e histórico, el problema pastoral comienza a intuirse fundamentalmente como problema del hombre; con una acuciante pregunta por la misión que ante este hombre concreto a la Iglesia le corresponde. 2. EL DESARROLLO DEL CONCILIO El 25 de enero de 1959, para sorpresa generalizada, Juan XXIII anuncia la celebración del concilio. No es difícil de comprender y explicar aquella extrañeza. Ni la edad del papa ni el sólido magisterio de Pío XII parecían justificar a primera vista una aventura tan problemática en un momento histórico tan complejo. Todo el mundo está de acuerdo en calificar la decisión de Juan XXIII como un verdadero acto de fe, en el que la osadía y el atrevimiento no dejaban de mezclarse con ciertas ingenuidad y esperanza evangélicas. Quien —se decía— había sido elegido como un papa de mera transición en la larga historia de la Iglesia, pasa a convertirse de repente en protagonista de una verdadera transición y cambio profundo, precisamente debido al concilio que convoca. 2.1. Los materiales que se van a presentar en el aula conciliar Tras unas primeras fases de tanteo y consultas antepreparatorias, las comisiones redactoras preparadas al efecto en Roma (diez comisiones, tres secretariados y la comisión central) elaboran numerosos esquemas. Alguien en Roma piensa que hay que ofrecer al concilio material ya suficientemente elaborado para que reciba el sí sin apenas retoques. Las comisiones que redactan estos esquemas preparados para su aprobación conciliar dicen haber tenido fundamentalmente en cuenta lo aportado individualmente por la mayoría de los obispos del mundo así como por las universidades católicas. Se espera, pues, la inmediata reunión de los obispos sin muchas expectativas. A pesar de ello, las alocuciones de Juan XXIII, y sobre todo su discurso inaugural, parecen señalar unos horizontes conciliares de mucha mayor envergadura. Aunque también a nosotros, a primera vista, pueda parecernos otra cosa, en toda esta crónica casi periodística pueden intuirse los rasgos de la Iglesia con los que ésta se va a reconocer a sí misma en el concilio. El papa dijo textualmente el día 11 de octubre de 1982 al abrir la primera sesión conciliar: MATERIAL COMPLEMENTARIO PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE - TEMA 15
«Lo que principalmente atañe al concilio ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz... Mas nuestro deber no es sólo custodiar ese tesoro precioso, como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicamos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que la Iglesia recorre desde hace veinte siglos... El espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y poniéndola en conformidad con los métodos de investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales. Una cosa es el depósito mismo de la fe... y otra la manera como se expresa; y ello ha de tenerse en gran cuenta, con paciencia, si fuese necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral. (Discurso de Juan XXIII en la inauguración solemne del concilio Vaticano II.)
Estaban, indudablemente, señalados los caminos para una renovación que fuera mucho más allá de la simple aprobación de documentos teológicos. Nada más iniciarse la primera sesión comenzaron a surgir las primeras sorpresas. El concilio se encontraba ante la libertad de discusión que el papa había ofrecido. Con la ayuda del Espíritu, la Iglesia se adentró en una historia nueva aun permaneciendo la misma. No creemos exagerar si decimos que se palpaba de nuevo el aliento del mismo Espíritu de pentecostés.
lenguaje de los materiales preparados. Finalmente, cuando se entra a discutir directamente el primero de los esquemas preparados, la sorpresa de muchos es mayúscula al comprobar cómo se devuelve a la comisión correspondiente para su refundición total. Concretamente, el esquema sobre las dos fuentes de la revelación no gusta a la mayoría conciliar y, aun en contra del mismo reglamento, hay que rehacer su planteamiento y contenido. Para el tema de la Iglesia importa especialmente lo acontecido en el aula conciliar durante la primera semana del mes de diciembre de 1962. Es una semana clave. Es el preciso momento en el que el concilio convierte este tema eclesial en el objetivo central de sus trabajos. A partir de esta semana decisiva, el concilio Vaticano II pasará a ser, por encima de todo, el concilio de la Iglesia y sobre la Iglesia. El sábado 1 de diciembre, el cardenal Ottaviani presenta a los padres conciliares el esquema al respecto preparado por la comisión dedicada a las cuestiones de fe y costumbres. En su presentación, el anciano cardenal, líder de lo que podríamos llamar el «ala de los conservadores» en el concilio, se quejó amargamente de que el esquema ya habla sido prejuzgado de manera negativa por la «mayoría progresista». Se pasa de mano en mano —dice— un esquema alternativo sin tener en cuenta el que se presenta oficialmente a los obispos, que, además, ha sido aprobado por el papa. El ambiente en el aula conciliar era ciertamente tenso. Por una parte, la mayoría no se encontraba a gusto ante los esquemas preparados; por otra, parecía imposible rehacer tanto material en un plazo que se estimaba no debía ser muy largo. En los días siguientes (hasta la clausura de esta primera sesión conciliar el 8-XII-62) van a intervenir, pues, las más altas figuras del episcopado mundial. Todos ellos pretenden acertar en los objetivos fundamentales que ha de buscar el concilio.
2.2. La primera sesión: una semana clave Los primeros signos de que los padres conciliares habían tomado sobre sí mismos la libertad del Espíritu se manifiestan, inmediatamente. En primer lugar, se rechazan las listas preparadas por la curia romana para la composición de las comisiones de trabajo. El primer mensaje al mundo que los obispos reunidos en concilio aprueban manifiesta una tonalidad, un estilo y un contenido distinto al PÁGINA 3
Quien quiera comprender el verdadero sentido y propósito del Vaticano II no podrá menos de estudiar con detenimiento esta semana clave. Porque a partir de este momento todo parece encontrar una orientación nueva, un lugar adecuado y justo. Vamos a detenemos, a continuación, en tres intervenciones fundamentales que claramente supieron sintetizar el pensamiento de todos.
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2.3. Las coordenadas del concilio Las tres intervenciones a las que nos referimos, dentro de esa semana clave, son las siguientes: La primera tiene lugar en el aula de la basílica vaticana el día 4 de diciembre. Habla Mons. Suenens, cardenal arzobispo de Malinas-Bruselas (Bélgica). La segunda intervención tiene lugar al día siguiente, miércoles 5 de diciembre. Quien habla ahora es el cardenal de Milán y futuro papa (Pablo VI), Mons. Montini. La tercera gran intervención de esta semana decisiva corre a cargo del cardenal de Bolonia, Mons. Lercaro. Veamos cuáles son las coordenadas más significativas sobre la Iglesia que se apuntan en estas intervenciones. a) Primera intervención: cardenal Suenens Su propuesta es bien sencilla. Centremos, dice, en una sola idea clave lo que hayamos de buscar en este concilio. Esta idea o propósito básico sólo puede ser uno: la Iglesia. De la misma manera que el Vaticano I fue el concilio sobre el papado, el Vaticano II debe convertirse en el concilio de la Iglesia. En definitiva, todo el esfuerzo conciliar debe consistir en responder a una sola pregunta: Iglesia, ¿qué dices de ti misma?. Para que esto sea así, el cardenal Suenens añade una propuesta importante. La respuesta a la pregunta por la identidad eclesial vendrá de dos tipos de documentos: unos responderán a cómo la Iglesia es vista desde dentro; otros contestarán a la misma visión de la Iglesia, pero considerada hacia fuera. Con esto se había puesto el nervio central, la columna dorsal en torno a la cual se van a ir colocando en perfecto orden todos los documentos conciliares. b) Segunda intervención: cardenal Montini De acuerdo con el planteamiento del cardenal Suenens, Juan Bautista Montini añade, de forma magistral y sintética, una precisión importantísima. En último término, la intervención de Suenens tiene carácter meramente formal; se limitaba a señalar los apartados convenientes para que luego se llenaran con la doctrina del concilio. Lo que plantea delante de los obispos quién va a ser el papa de la siguiente sesión tiene pleno sentido teológico y pastoral. No sólo aclara ESCUELA DE FUNDAMENTOS CRISTIANOS - SEDE DE ÚBEDA
lo que se pretende. Además indica con lucidez por dónde tiene que ir la respuesta del concilio. La intervención del cardenal Montini señala la respuesta de fondo a la pregunta central del concilio. ¿Y qué dice el cardenal Montini? Muy sencillamente: preguntar a la Iglesia qué es lo que piensa de sí misma es tanto como estudiar sus relaciones con Cristo. Porque la Iglesia no se dice, no se puede decir a sí misma quién sea ella. La Iglesia sólo podrá descubrir su identidad estudiando su reflejo en el espejo del rostro de quien es su Cabeza y Señor: Jesucristo. Este punto le parece de tal importancia al cardenal de Milán que, cuando sea elegido papa, va a insistir repetidamente en el tema, haciendo de él la clave de los primeros años de su pontificado. Para entender el amor de Pablo VI a esta Iglesia de Jesucristo, deben meditarse las siguientes palabras proclamadas por él mismo al inaugurar la segunda sesión conciliar. Tras evocar la figura de Juan XXIII (la Iglesia parecía más huérfana que nunca), Pablo VI señala las metas que debe imponerse el concilio. Con un estilo literario lleno de amor apasionado a la Iglesia dice a los padres conciliares: «Las preguntas por cuáles sean el punto de partida, la ruta y el punto de llegada para los trabajos conciliares tienen una sola respuesta, que aquí, en esta hora, debemos darnos a nosotros mismos y anunciarla al mundo que nos rodea: ¡Cristo! Cristo, nuestro principio; Cristo, nuestra vida y nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza y nuestro término. Que preste este concilio plena atención a la relación múltiple y única, firme y estimulante, misteriosa y clarísima, que nos apremia y nos hace dichosos, entre nosotros y Jesús bendito, entre esta santa y viva Iglesia, que somos nosotros, y Cristo, del cual venimos, por el cual vivimos y al cual vamos».
Más todavía. Convencido el papa de que en esa dirección no sólo hay que señalar el camino, sino que hay que hacerlo directamente, unos párrafos más adelante parece alcanzar la cumbre de la centralidad eclesial en Cristo, cuando, mirando el aspecto imponente de los más de dos mil obispos allí reunidos, exclama:
MATERIAL COMPLEMENTARIO PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE - TEMA 15
«Es conveniente, a nuestro juicio, que este concilio arranque de esta visión, más aún, de esta mística celebración, que confiesa que él, nuestro Señor Jesucristo, es el Verbo encarnado, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, el mesías del mundo, esto es, la esperanza de la humanidad y su único supremo maestro. Él el pastor, él el pan de la vida, él nuestro pontífice y nuestra víctima, él el único mediador entre Dios y los hombres, él el salvador de la tierra, él el que ha de venir Rey del siglo eterno; visión que declara que nosotros somos sus llamados, sus discípulos, sus apóstoles, sus testigos, sus ministros, sus representantes y, junto con los demás fieles, sus miembros vivos, entrelazados en el inmenso y único cuerpo místico, que él, mediante la fe y los sacramentos, se va formando en el sucederse de las generaciones humanas, su Iglesia, espiritual y visible, fraterna y jerárquica, temporal hoy y mañana eterna». (Pablo VI, el 29-IX-1 963, en la apertura de la segunda sesión del concilio Vaticano II.)
El primero de los aspectos contenidos en la pregunta del cardenal Suenens —Iglesia, ¿qué dices de ti misma?— encuentra aquí una precisión fundamental. La Iglesia no se sabe a sí misma si no es en Cristo y desde Cristo. Por eso mismo, el desde dentro de la Iglesia es solamente uno: la mirada a Jesucristo. Repasemos la última cita de este precioso discurso papal. Girando en torno a una línea central están como dos espejos que mutuamente se hallan reflejados. De un lado, la confesión de quién es Cristo. Del otro, el desvelamiento de qué somos los que formamos su Iglesia. Sólo quien mira a Cristo y lé confiesa está en condiciones de descubrir su identidad eclesial. c) Tercera intervención: cardenal Lercaro Parte también de un acuerdo básico con las intervenciones anteriores. Si el cardenal de Milán ha añadido una precisión importante sobre uno de los aspectos de la pregunta nuclear (la Iglesia desde dentro), Mons. Lercaro va a precisar el otro de los componentes de esa misma pregunta (la Iglesia hacia fuera). La aportación de Mons. Lercaro es también fundamental. Para que la Iglesia halle respuesta a la pregunta por su identidad, además de mirar hacia dentro debe mirar hacia fuera. Allí también está el rostro de su Señor. Por eso mismo, hay PÁGINA 5
que hablar de lo que debe ser la Iglesia de los pobres. Una Iglesia que ha de fijar necesariamente sus ojos en los pobres. Más todavía: que ha de ser fundamentalmente una Iglesia pobre, a imagen de Cristo pobre. Así descubrirá a quiénes debe servir de manera primordial. Parece importante caer en la cuenta de toda la carga evangélica contenida en la aportación del cardenal de Bolonia. La pobreza para la Iglesia no es cuestión sólo de una opción más o menos conveniente. Es su propia identidad de configuración con Cristo la que éstá en juego. La Iglesia ha de ser pobre y optar decididamente por la evangelización de los pobres a imagen de su maestro y Señor, único espejo donde verdaderamente podrá alcanzar a descubrir su propia medida: aquello por lo que debe luchar para configurar su ser y su actuar en el mundo. 2.4. El espíritu y la letra del Vaticano II Como sabemos, de las aulas conciliares salieron dieciséis documentos que componen el total del bagaje conciliar. Su valor doctrinal es máximo, ya que son fruto del ejercicio del magisterio más solemne de la Iglesia. Por ello mismo, lo contenido en cada documento se halla aprobado, decretado, establecido y ordenado por el sucesor de Pedro juntamente con (formando una sola cosa con) todos los sucesores de los demás apóstoles. Precisando esto, una nota añadida a la constitución sobre la Iglesia nos permite entender: «Teniendo en cuenta la práctica conciliar y el fin pastoral del presente concilio, este santo sínodo precisa que en la Iglesia solamente han de mantenerse como materias de fe y costumbres aquellas cosas que él declare manifiestamente como tales. Todo lo demás que el santo sínodo propone, por ser doctrina del magisterio supremo de la Iglesia, debe ser recibido y aceptado por todos y cada uno de los fieles de acuerdo con la mente del santo sínodo, la cual se conoce, bien por el tema tratado, bien por el tenor de la expresión verbal, de acuerdo con las reglas de la interpretación teológica» (Notificaciones del secretario general hechas en la congregación general del día 16-XI-1964)
Aunque estas notificaciones se refieran sólo PÁGINA 6
a la constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium), de alguna manera, sin embargo, pueden servirnos para aclarar el valor de la globalidad del pensamiento conciliar. Podríamos clasificar los documentos conciliares de la manera que a continuación señalamos. 2.5. Los documentos conciliares Los documentos conciliares, que se citan por las primeras palabras de su texto latino, se pueden dividir en tres grandes bloques: CONSTITUCIONES Constitución Sacrosanctum concilium (sobre la sagrada liturgia), que se promulgó el 4-XII-l963. Constitución dogmática Lumen gentium (sobre la Iglesia), que fue promulgada el 21-XI-1964. Constitución dogmática Dei Verbum (sobre la revelación), que se promulgó el 18-XI-1965. Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo actual), que fue promulgada el 7-XII- 1965.
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DECRETOS Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social, aprobado el 4-XII- 1963. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, aprobado el 21-XI-1964. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, aprobado el 21-XI-1964. Perfectae caritatis, sobre la renovación adecuada de la vida religiosa, aprobado el 28-X-1965. Optatam totius, sobre la formación de los futuros sacerdotes, aprobado el 28-X-1965. Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos, aprobado el 28-X-1965. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, aprobado el 18-XI-1965. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, aprobado el 7-XII- 1965. Presbyterorum ordinis, sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, aprobado el 7-XII-1965.
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DECLARACIONES Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas; se aprobó el 28-X-l965. Gravissimum educationis momentum, sobre la educación cristiana; se aprobó el 28-X-1965. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa; se aprobó el 7-XII-l965.
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lo que se pretende. Además indica con lucidez por dónde tiene que ir la respuesta del concilio. La intervención del cardenal Montini señala la respuesta de fondo a la pregunta central del concilio. ¿Y qué dice el cardenal Montini? Muy sencillamente: preguntar a la Iglesia qué es lo que piensa de sí misma es tanto como estudiar sus relaciones con Cristo. Porque la Iglesia no se dice, no se puede decir a sí misma quién sea ella. La Iglesia sólo podrá descubrir su identidad estudiando su reflejo en el espejo del rostro de quien es su Cabeza y Señor: Jesucristo. Este punto le parece de tal importancia al cardenal de Milán que, cuando sea elegido papa, va a insistir repetidamente en el tema, haciendo de él la clave de los primeros años de su pontificado. Para entender el amor de Pablo VI a esta Iglesia de Jesucristo, deben meditarse las siguientes palabras proclamadas por él mismo al inaugurar la segunda sesión conciliar. Tras evocar la figura de Juan XXIII (la Iglesia parecía más huérfana que nunca), Pablo VI señala las metas que debe imponerse el concilio. Con un estilo literario lleno de amor apasionado a la Iglesia dice a los padres conciliares: «Las preguntas por cuáles sean el punto de partida, la ruta y el punto de llegada para los trabajos conciliares tienen una sola respuesta, que aquí, en esta hora, debemos darnos a nosotros mismos y anunciarla al mundo que nos rodea: ¡Cristo! Cristo, nuestro principio; Cristo, nuestra vida y nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza y nuestro término. Que preste este concilio plena atención a la relación múltiple y única, firme y estimulante, misteriosa y clarísima, que nos apremia y nos hace dichosos, entre nosotros y Jesús bendito, entre esta santa y viva Iglesia, que somos nosotros, y Cristo, del cual venimos, por el cual vivimos y al cual vamos».
Más todavía. Convencido el papa de que en esa dirección no sólo hay que señalar el camino, sino que hay que hacerlo directamente, unos párrafos más adelante parece alcanzar la cumbre de la centralidad eclesial en Cristo, cuando, mirando el aspecto imponente de los más de dos mil obispos allí reunidos, exclama:
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«Es conveniente, a nuestro juicio, que este concilio arranque de esta visión, más aún, de esta mística celebración, que confiesa que él, nuestro Señor Jesucristo, es el Verbo encarnado, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, el mesías del mundo, esto es, la esperanza de la humanidad y su único supremo maestro. Él el pastor, él el pan de la vida, él nuestro pontífice y nuestra víctima, él el único mediador entre Dios y los hombres, él el salvador de la tierra, él el que ha de venir Rey del siglo eterno; visión que declara que nosotros somos sus llamados, sus discípulos, sus apóstoles, sus testigos, sus ministros, sus representantes y, junto con los demás fieles, sus miembros vivos, entrelazados en el inmenso y único cuerpo místico, que él, mediante la fe y los sacramentos, se va formando en el sucederse de las generaciones humanas, su Iglesia, espiritual y visible, fraterna y jerárquica, temporal hoy y mañana eterna». (Pablo VI, el 29-IX-1 963, en la apertura de la segunda sesión del concilio Vaticano II.)
El primero de los aspectos contenidos en la pregunta del cardenal Suenens —Iglesia, ¿qué dices de ti misma?— encuentra aquí una precisión fundamental. La Iglesia no se sabe a sí misma si no es en Cristo y desde Cristo. Por eso mismo, el desde dentro de la Iglesia es solamente uno: la mirada a Jesucristo. Repasemos la última cita de este precioso discurso papal. Girando en torno a una línea central están como dos espejos que mutuamente se hallan reflejados. De un lado, la confesión de quién es Cristo. Del otro, el desvelamiento de qué somos los que formamos su Iglesia. Sólo quien mira a Cristo y lé confiesa está en condiciones de descubrir su identidad eclesial. c) Tercera intervención: cardenal Lercaro Parte también de un acuerdo básico con las intervenciones anteriores. Si el cardenal de Milán ha añadido una precisión importante sobre uno de los aspectos de la pregunta nuclear (la Iglesia desde dentro), Mons. Lercaro va a precisar el otro de los componentes de esa misma pregunta (la Iglesia hacia fuera). La aportación de Mons. Lercaro es también fundamental. Para que la Iglesia halle respuesta a la pregunta por su identidad, además de mirar hacia dentro debe mirar hacia fuera. Allí también está el rostro de su Señor. Por eso mismo, hay PÁGINA 5
que hablar de lo que debe ser la Iglesia de los pobres. Una Iglesia que ha de fijar necesariamente sus ojos en los pobres. Más todavía: que ha de ser fundamentalmente una Iglesia pobre, a imagen de Cristo pobre. Así descubrirá a quiénes debe servir de manera primordial. Parece importante caer en la cuenta de toda la carga evangélica contenida en la aportación del cardenal de Bolonia. La pobreza para la Iglesia no es cuestión sólo de una opción más o menos conveniente. Es su propia identidad de configuración con Cristo la que éstá en juego. La Iglesia ha de ser pobre y optar decididamente por la evangelización de los pobres a imagen de su maestro y Señor, único espejo donde verdaderamente podrá alcanzar a descubrir su propia medida: aquello por lo que debe luchar para configurar su ser y su actuar en el mundo. 2.4. El espíritu y la letra del Vaticano II Como sabemos, de las aulas conciliares salieron dieciséis documentos que componen el total del bagaje conciliar. Su valor doctrinal es máximo, ya que son fruto del ejercicio del magisterio más solemne de la Iglesia. Por ello mismo, lo contenido en cada documento se halla aprobado, decretado, establecido y ordenado por el sucesor de Pedro juntamente con (formando una sola cosa con) todos los sucesores de los demás apóstoles. Precisando esto, una nota añadida a la constitución sobre la Iglesia nos permite entender: «Teniendo en cuenta la práctica conciliar y el fin pastoral del presente concilio, este santo sínodo precisa que en la Iglesia solamente han de mantenerse como materias de fe y costumbres aquellas cosas que él declare manifiestamente como tales. Todo lo demás que el santo sínodo propone, por ser doctrina del magisterio supremo de la Iglesia, debe ser recibido y aceptado por todos y cada uno de los fieles de acuerdo con la mente del santo sínodo, la cual se conoce, bien por el tema tratado, bien por el tenor de la expresión verbal, de acuerdo con las reglas de la interpretación teológica» (Notificaciones del secretario general hechas en la congregación general del día 16-XI-1964)
Aunque estas notificaciones se refieran sólo PÁGINA 6
a la constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium), de alguna manera, sin embargo, pueden servirnos para aclarar el valor de la globalidad del pensamiento conciliar. Podríamos clasificar los documentos conciliares de la manera que a continuación señalamos. 2.5. Los documentos conciliares Los documentos conciliares, que se citan por las primeras palabras de su texto latino, se pueden dividir en tres grandes bloques: CONSTITUCIONES Constitución Sacrosanctum concilium (sobre la sagrada liturgia), que se promulgó el 4-XII-l963. Constitución dogmática Lumen gentium (sobre la Iglesia), que fue promulgada el 21-XI-1964. Constitución dogmática Dei Verbum (sobre la revelación), que se promulgó el 18-XI-1965. Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo actual), que fue promulgada el 7-XII- 1965.
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DECRETOS Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social, aprobado el 4-XII- 1963. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, aprobado el 21-XI-1964. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, aprobado el 21-XI-1964. Perfectae caritatis, sobre la renovación adecuada de la vida religiosa, aprobado el 28-X-1965. Optatam totius, sobre la formación de los futuros sacerdotes, aprobado el 28-X-1965. Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos, aprobado el 28-X-1965. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, aprobado el 18-XI-1965. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, aprobado el 7-XII- 1965. Presbyterorum ordinis, sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, aprobado el 7-XII-1965.
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DECLARACIONES Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas; se aprobó el 28-X-l965. Gravissimum educationis momentum, sobre la educación cristiana; se aprobó el 28-X-1965. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa; se aprobó el 7-XII-l965.
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sobre los presbíteros dicen una clara relación a la identid.ad misma de la Iglesia y, por tanto, deben entenderse iluminados por el foco de luz que lanza la Lumen gentium. b) La Gaudium et spes Siendo uno de las constituciones más polémicas en el proceso de su redacción y habiéndose posteriormente recibido con enorme expectación, a casi veinticinco años de su promulgación puede parecer hoy, a primera vista, un documento ya trasnochado. No es así. Indudablemente, guarda una estrecha relación con la Lumen gentium y a su luz debe ser comprendida. Con esta constitución, efectivamente, el concilio respondía al segundo de los aspectos planteados por la famosa intervención del cardenal Suenens. Quizás por primera vez en su milenaria historia, la Iglesia se ha atrevido a decir cuál es su identidad específica hacia fuera, cuál es su misión, cuál su aportación a un mundo que se considera
no en abstracto, sino muy concretamente. Se trataba de hablar, de dialogar, del mundo actual, de la generación presente y del necesario e ineludible intercambio que se produce entre la Iglesia y precisamente ese mundo de hoy. En torno a la Gaudium et spes, e iluminados por su doctrina, giran otra serie de documentos conciliares también importantes. Los decretos sobre medios de comunicación social y sobre la actividad misionera de la Iglesia deben colocarse claramente en esta órbita. Vistos al margen de la Gaudium et spes, posiblemente hayan corrido peligro de un serio desenfoque. Asimismo, desde aquí deben de leerse también las tres declaraciones en torno a la educación cristiana, la libertad religiosa y las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Querer comprender aisladamente cada una de las partes, que lo es de un todo, puede hacer que se corra el peligro del falseamiento de la auténtica doctrina conciliar.
TRABAJO PARA LA SEMANA
Cuantitativamente, lo aprobado por el Vaticano II supone tanto como todos los concilios ecuménicos anteriores en su conjunto. Ante tanto material, se impone un mínimo de discernimiento. De la misma manera que, según expresión del mismo Vaticano II, el magisterio de la Iglesia nunca suplanta sino que sirve a una más adecuada y mejor comprensión de la palabra de Dios, así debemos intentar leer y estudiar los documentos del concilio de nuestra época con un cierto criterio: saber colocar cada cosa en su sitio. Como más arriba se ha dicho, se entiende que todos los documentos conciliares pretenden responder a la pregunta básica: Iglesia, ¿qué dices de ti misma? Ahora bien, si aquel interrogante planteaba fundamentalmente dos aspectos (Iglesia desde dentro e Iglesia hacia fuera), los documentos conciliares pueden dividirse (nunca separarse, ni menos oponerse) en dos grandes bloques. a) La Lumen gentium La doctrina fundamental que compone la respuesta a la pregunta de qué sea la Iglesia desde dentro (desde si misma) se halla en la Lumen gentium. Probablemente esta constituMATERIAL COMPLEMENTARIO PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE - TEMA 15
ción dogmática sea el documento del Vaticano II cuya aportación doctrinal revista mayor importancia. A su luz deben leerse todos los demás, y no al revés. Nótese en ella de manera especial sus palabras iniciales: Lumen gentium (luz de las gentes) no se aplica a la Iglesia, sino a Cristo. Así se pretende partir de la aportación del cardenal Montini para posteriormente explicarla hablando del misterio de la Iglesia. Asimismo, en el nº 8, atendiendo a la aportación del cardenal Lercaro, se recoge un párrafo completo sobre la Iglesia de Jesucristo como Iglesia de los pobres, que reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente. A este mismo apartado corresponderán, y a su luz han de leerse, dos constituciones más: La Dei Verbum habla de la doctrina revelada como alimento de la Iglesia y del servicio que la Iglesia presta para una mejor custodia del depósito revelado. La Sacrosanctum concilium analiza la acción litúrgica como revitalización interior para la vida de la Iglesia. Los decretos sobre las Iglesias orientales, sobre el ecumenismo, sobre el oficio pastoral de los obispos, sobre la renovación de la vida religiosa, sobre la formación de los futuros sacerdotes y PÁGINA 7
Repasa el cuadro de los documentos emanados del Concilio Vaticano II. Di cuáles de ellos responden a la pregunta sobre la iglesia hacia dentro y cuáles a la pregunta sobre la iglesia hacia fuera.
Lee LG 30-38. Resume el contenido de estos números de la constitución sobre la iglesia referidos al laicado. Lee GS 32-32. Resume el contenido de estos números de la constitución sobre la iglesia en el mundo actual referidos a la vida en común de los hombres.
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sobre los presbíteros dicen una clara relación a la identid.ad misma de la Iglesia y, por tanto, deben entenderse iluminados por el foco de luz que lanza la Lumen gentium. b) La Gaudium et spes Siendo uno de las constituciones más polémicas en el proceso de su redacción y habiéndose posteriormente recibido con enorme expectación, a casi veinticinco años de su promulgación puede parecer hoy, a primera vista, un documento ya trasnochado. No es así. Indudablemente, guarda una estrecha relación con la Lumen gentium y a su luz debe ser comprendida. Con esta constitución, efectivamente, el concilio respondía al segundo de los aspectos planteados por la famosa intervención del cardenal Suenens. Quizás por primera vez en su milenaria historia, la Iglesia se ha atrevido a decir cuál es su identidad específica hacia fuera, cuál es su misión, cuál su aportación a un mundo que se considera
no en abstracto, sino muy concretamente. Se trataba de hablar, de dialogar, del mundo actual, de la generación presente y del necesario e ineludible intercambio que se produce entre la Iglesia y precisamente ese mundo de hoy. En torno a la Gaudium et spes, e iluminados por su doctrina, giran otra serie de documentos conciliares también importantes. Los decretos sobre medios de comunicación social y sobre la actividad misionera de la Iglesia deben colocarse claramente en esta órbita. Vistos al margen de la Gaudium et spes, posiblemente hayan corrido peligro de un serio desenfoque. Asimismo, desde aquí deben de leerse también las tres declaraciones en torno a la educación cristiana, la libertad religiosa y las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Querer comprender aisladamente cada una de las partes, que lo es de un todo, puede hacer que se corra el peligro del falseamiento de la auténtica doctrina conciliar.
TRABAJO PARA LA SEMANA
Cuantitativamente, lo aprobado por el Vaticano II supone tanto como todos los concilios ecuménicos anteriores en su conjunto. Ante tanto material, se impone un mínimo de discernimiento. De la misma manera que, según expresión del mismo Vaticano II, el magisterio de la Iglesia nunca suplanta sino que sirve a una más adecuada y mejor comprensión de la palabra de Dios, así debemos intentar leer y estudiar los documentos del concilio de nuestra época con un cierto criterio: saber colocar cada cosa en su sitio. Como más arriba se ha dicho, se entiende que todos los documentos conciliares pretenden responder a la pregunta básica: Iglesia, ¿qué dices de ti misma? Ahora bien, si aquel interrogante planteaba fundamentalmente dos aspectos (Iglesia desde dentro e Iglesia hacia fuera), los documentos conciliares pueden dividirse (nunca separarse, ni menos oponerse) en dos grandes bloques. a) La Lumen gentium La doctrina fundamental que compone la respuesta a la pregunta de qué sea la Iglesia desde dentro (desde si misma) se halla en la Lumen gentium. Probablemente esta constituMATERIAL COMPLEMENTARIO PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE - TEMA 15
ción dogmática sea el documento del Vaticano II cuya aportación doctrinal revista mayor importancia. A su luz deben leerse todos los demás, y no al revés. Nótese en ella de manera especial sus palabras iniciales: Lumen gentium (luz de las gentes) no se aplica a la Iglesia, sino a Cristo. Así se pretende partir de la aportación del cardenal Montini para posteriormente explicarla hablando del misterio de la Iglesia. Asimismo, en el nº 8, atendiendo a la aportación del cardenal Lercaro, se recoge un párrafo completo sobre la Iglesia de Jesucristo como Iglesia de los pobres, que reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente. A este mismo apartado corresponderán, y a su luz han de leerse, dos constituciones más: La Dei Verbum habla de la doctrina revelada como alimento de la Iglesia y del servicio que la Iglesia presta para una mejor custodia del depósito revelado. La Sacrosanctum concilium analiza la acción litúrgica como revitalización interior para la vida de la Iglesia. Los decretos sobre las Iglesias orientales, sobre el ecumenismo, sobre el oficio pastoral de los obispos, sobre la renovación de la vida religiosa, sobre la formación de los futuros sacerdotes y PÁGINA 7
Repasa el cuadro de los documentos emanados del Concilio Vaticano II. Di cuáles de ellos responden a la pregunta sobre la iglesia hacia dentro y cuáles a la pregunta sobre la iglesia hacia fuera. Lee LG 30-38. Resume el contenido de estos números de la constitución sobre la iglesia referidos al laicado. Lee GS 32-32. Resume el contenido de estos números de la constitución sobre la iglesia en el mundo actual referidos a la vida en común de los hombres.
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