TEMA 33: CRISIS DE LAS DEMOCRACIAS EUROPEAS

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Author:  Julio Palma Río

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TEMA 33: CRISIS DE LAS DEMOCRACIAS EUROPEAS. 1.- La crisis del Estado liberal: causas, manifestaciones y alcance histórico — Entre las causas que propiciaron la quiebra del Estado demoliberal, cabe citar las permanentes dificultades económicas, la agudización de las tensiones sociales y el agotamiento del liberalismo clásico, aunque todas ellas tuvieron un denominador común: la estrechez del marco político e ideológico para dar respuestas adecuadas a los nuevos retos planteados por la sociedad de masas.



Manifestaciones importantes de la crisis del Estado liberal fueron la progresiva disociación entre nacionalismo y democracia. identificándose la afirmación nacionalista con la negación de las instituciones democráticas; el creciente divorcio entre el derecho y el poder, con tendencia a la conquista violenta del mismo al margen del ordenamiento jurídico vigente: el fraccionamiento político y la consiguiente crisis del parlamentarismo, y la identificación entre Estado y sociedad, favorecida por el intervencionismo estatal y el atractivo de los autoritarismos en boga (fascismos y estalinismo).

2.- La III República francesa: de la recuperación de los años veinte al agotamiento y derrota de los treinta. — El punto de partida: las incertidumbres de posguerra. Las pérdidas de guerra, los nuevos problemas sociales y las preocupaciones por la seguridad frente a la amenaza alemana dificultaron la reconstrucción nacional y generaron tensiones e incertidumbres en la inmediata posguerra.



La reconstrucción: del Bloque Nacional al Cartel de izquierdas, 1919-1926. El «peligro» bolchevique alienta la solución inicial de las derechas (1919-1924), que impulsan la reactivación por la vía del protagonismo francés en Europa (alianzas políticas y conquista de mercados) y la ejecución de las reparaciones (el «Alemania pagará»). El fracaso de la ocupación del Ruhr y los problemas de la deuda clan la alternativa a las izquierdas (1924-1926), que realiza una política de reforma social en el interior y de entendimiento en el exterior, pero fracasa en política económica.



La prosperidad: de la Unión Nacional al Gobierno de los moderados, 1926-1932. Para hacer frente a la crisis financiera, se forja la Unión Nacional de moderados, radicales y hombres de la derecha (1926-1928), que logra la recuperación financiera y la reactivación económica en un ambiente de estabilidad internacional. La retirada del apoyo radical lleva posteriormente a la formación de gobiernos moderados (1928-1932), en medio de una situación de progreso económico hasta el impacto de la gran depresión.



La crisis: del Cartel de izquierdas al Frente Popular, 1932-1938. La inestabilidad política y social conduce a una sucesión de Gobiernos débiles (1932-1936) que no logran hacer frente a la crisis económica y sus efectos sociales. Ante la crisis política interna (escándalos y violencia fascista) y externa (recrudecimiento de la amenaza alemana), el Frente Popular (1936-1938) intenta poner en marcha un programa de reformas sociales que fracasa por las dificultades económicas. el acoso de la derecha y la división interna.



El punto de llegada: hacia la derrota, 1938-1940. La rectificación moderada de la política frentepopulista se desarrolla en un ambiente de división interna y de tensión internacional, antesala de la guerra y la ocupación alemana.

3.- Gran Bretaña en el ocaso de su hegemonía mundial: crisis, adaptación y estabilidad. — El proceso de adaptación, entre la crisis económica y la estabilidad política y social. La pérdida de la hegemonía mundial, la necesidad de reconversión industrial y el impacto de la Gran Depresión determinaron una crisis permanente en la economía británica. Pero la moderación sindical, la apuesta reformista del Iaborismo, la modernización del conservadurismo toro y la unidad de acción en el exterior favorecieron la amortiguación de conflictos sociales y el fortalecimiento cíe la democracia parlamentaria. En tales condiciones, los esfuerzos se orientaron a lograr la difícil adaptación a los nuevos tiempos: en lo económico, del librecambio al proteccionismo y del Estado liberal al Estado intervencionista; en lo político. del bipartidismo victoriano de tories y whigs al nuevo bipartidismo de conservadores y laboristas, y en los asuntos coloniales, del Imperio a la Commonwealth1. 1

Commonwealth, denominación por la que es más conocida la Commonwealth of Nations, que, entre 1931 y 1946 se llamó British Commonwealth of Nations, asociación de diversas entidades políticas que, de forma voluntaria, ofrecen una simbólica o real fidelidad a la Corona británica. Entre estas entidades políticas se encuentran 54 estados soberanos y algunos territorios dependientes. Los países soberanos de la Commonwealth son: Reino Unido, Antigua y Barbuda, Australia, Bahamas, Bangladesh, Barbados, Belice, Botsuana, Brunei, Camerún, Canadá, Chipre, Dominica, Islas Fiji, Gambia, Ghana, Granada, Guyana, India, Jamaica, Kenia, Kiribati, Lesoto, Malawi, Malaysia, Maldivas, Malta, Mauricio, Mozambique, Namibia, Nauru, Nigeria, Nueva Zelanda, Pakistán (suspendida en 1999), Papúa-Nueva Guinea, Saint Kitts y Nevis, islas Salomón, Samoa, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Seychelles, Sierra Leona, Singapur, Sri Lanka, Suráfrica, Suazilandia, Tanzania, Tonga, Trinidad y Tobago, Tuvalu,

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La evolución de la política interior: de los Gobiernos de partidos a los Gobiernos unitarios a) La etapa de los Gobiernos de color, 1919-1931: sucesión de elecciones y Gobiernos de diferente composición en cuatro fases que consagraron el nuevo bipartidismo: primero, Gobierno liberal-conservador (1919-1922): luego, del Gobierno conservador-liberal al Gobierno laborista-liberal (1922-1924); posteriormente, regreso al Gobierno conservador (1924-1929), y finalmente. Gobierno laborista (1929-1931). b) La etapa de los Gobiernos de Unión Nacional, 1931-1939: amplio consenso nacional entre consevadores, liberales y laboristas con la finalidad de afrontar los problemas derivados de la crisis económica y la agudización de la tensión internacional: Gobiernos MacDonald2 (1931-1935), Gobierno Baldwin3 (1935-1937) y Gobierno Chamberlain4 (1937-1939). 4.- La frustración de la democracia alemana de Weimar. — Los orígenes de la Alemania de Weimar, 1918-1919: entre la revolución, el compromiso y la derrota. Tras la reconducción socialdemócrata de la revolución espartaquista, formación de la Asamblea Constituyente y articulación de la «coalición de Weimar» (socialdemócratas. ZentnIm y demócratas) con el fin de alcanzar un compromiso institucional y aprobar la Constitución, al tiempo que se consuma la aceptación de la derrota pese a la indignación general contra el diktat.



Los fundamentos económicos, sociales y políticos de la nueva Alemania. La Alemania de Weimar, sometida a grandes desafíos económicos (inflación galopante de 1921-1923 y crisis de 19301933), se debatió entre esperanzas de reforma (empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras) y resistencias al cambio (mantenimiento del dominio de las antiguas estructuras jerárquicas). A ello se añadió la fragilidad de las instituciones democráticas, que favoreció la creciente polarización ideológica entre sostenedores y detractores del nuevo régimen.



La evolución política de la República de Weimar. Tras un período inicial de agitación y crisis (19191923), dominados por el desbarajuste económico, el descontento social y las tentativas desestabilizadoras, a partir del Plan Dawes se inició una etapa de aparente estabilidad (1924-1929), caracterizadas por la reactivación económica, la estabilización política (coalición burguesa y república conservadora) y la política exterior conciliadora. La crisis final (1930-1933) se aceleró tras el impacto de la depresión económica, la agudización de las tensiones y miedos sociales y la descomposición política del sistema (Gobiernos Rruning, von Papen y von Schleicher), determinando el ascenso del nazismo al poder.

5.- Dificultades y retroceso de la democracia en la Europa Centro-Oriental. — La difícil reconstrucción de la posguerra: el peso de las viejas estructuras y los nuevos problemas. El nacimiento debilitado de las nuevas entidades estatales, tanto por la pesada herencia recibida (estructuras socioeconómicas arcaicas) como por las profundas transformaciones registradas Uganda, Vanuatu, Zambia y Zimbabue. 2 MacDonald, miembro fundador del Partido Laborista británico en 1900, fue el primer jefe de gobierno laborista al constituir su gabinete en 1924. Obtuvo mayoría parlamentaria por segunda vez en 1929, pero perdió el apoyo de muchos socialistas cuando en 1931 formó un gobierno de coalición con los liberales y los conservadores, con el objetivo de hacer frente al creciente desempleo y otros problemas causados por la recesión económica mundial conocida como la Gran Depresión. 3 Stanley Baldwin (1867-1947), político británico, nacido en Bewdley (Inglaterra). Estudió en Harrow y en el Trinity College, en Cambridge. En 1908 fue elegido miembro conservador del parlamento por el distrito electoral de Bewdley (Worcestershire). Llegó a ser secretario del Tesoro, (1917-1921), presidente del ministerio de Comercio (1921-1922) y ministro de Hacienda (1922-1923). Cuando Andrew Bonar Law dimitió en mayo de 1923, Baldwin pasó a ser primer ministro, pero se vio obligado a abandonar su cargo en enero de 1924 por haber intentado revocar la política de libre comercio de su antecesor. Ocupó nuevamente este cargo en noviembre y permaneció en él durante los cinco años siguientes. Cuando los trabajadores británicos declararon una huelga general en 1926, se negó rotundamente a aceptar sus demandas, y en 1927 adoptó medidas para limitar el poder de los sindicatos. Visitó Canadá ese mismo año, con lo que se convirtió en el primer jefe de gobierno británico en activo que visitaba un dominio ultramarino. Dimitió en junio de 1929, después de la victoria laborista en las elecciones generales. En septiembre de 1931, Baldwin fue nombrado consejero privado y volvió a ser primer ministro desde 1935 hasta 1937. 4 Joseph Chamberlain (1836-1914), político británico, defensor del imperialismo en política exterior y del reformismo social en política interior. Nacido en Londres el 8 de julio de 1836, comenzó a trabajar en el negocio familiar a los 16 años. En 1854 se trasladó a Birmingham, donde sus prósperas fábricas le permitieron retirarse a los 38 años con una considerable fortuna acumulada. Inició su carrera política en 1873 al ser elegido alcalde de Birmingham. Mientras desempeñaba este cargo, se llevó a cabo la demolición y reconstrucción de los barrios bajos y el Ayuntamiento asumió la administración y distribución de la red de gas y agua en la ciudad. Chamberlain fue elegido miembro del Parlamento como candidato del Partido Liberal en 1876. Cuatro años después se le nombró ministro de Comercio del gabinete de William Ewart Gladstone, donde su reciente interés por la política imperialista le llevó a abogar por un estatuto de autonomía parcial para Irlanda. Sin embargo, su proyecto no fue aceptado ni por Gladstone ni por los irlandeses, de modo que Chamberlain dimitió en 1885, y volvió a abandonar de nuevo el mismo cargo en el siguiente gabinete de Gladstone, formado un año después, debido al mismo asunto. Su posterior cargo gubernamental fue el de ministro de las Colonias en el gabinete conservador de Robert Gascoyne-Cecil, tercer marqués de Salisbury, que comenzó a desempeñar en 1895.

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Hª CONTEMPORÁNEA UNIVERSAL en la inmediata posguerra (reajustes territoriales, minorías nacionales, actitud ante los tratados de paz, etc.), dificultó enormemente la reconstrucción nacional, cuyos principales retos fueron las reformas agrarias, la unificación de los mercados nacionales, la cuestión de las minorías nacionales y la revisión o mantenimiento de las fronteras territoriales.



El retroceso de la democracia: un proceso degenerativo. Tras el triunfo inicial de la democracia (aprobación o reforma de constituciones), las instituciones representativas sufrieron un proceso de deterioro progresivo como consecuencia de las resistencias sociales al cambio, la ausencia de mayorías parlamentarias sólidas, la fragmentación ele los partidos políticos, el surgimiento de grupos antidemocráticos de corte fascista, la arraigada tendencia a las soluciones personalistas, el excesivo protagonismo político de los poderes arbitrales tradicionales y la incidencia de la crisis económica. El proceso degenerativo concluyó, vía golpes de mano y con componentes específicos en cada Estado, con la eliminación de los partidos políticos y el establecimiento de dictaduras autoritarias, ultraconservadoras y filofascistas.

1.- La crisis del Estado liberal: causas, manifestaciones y alcance histórico. En 1919 parecía que la democracia estaba de enhorabuena. El desmoronamiento de los Imperios centrales auguraba la caída definitiva de los regímenes autocráticos, y con la paz, los Estados de la Europa Central y Oriental adoptaron constituciones democráticas. Sin embargo, en los veinte años siguientes la democracia fue cediendo terreno a las dictaduras, que progresivamente se implantaron por toda la geografía europea. En 1939 el parlamentarismo había quedado confinado a Francia, Gran Bretaña, Escandinavia, los Países Bajos, Checoslovaquia y Suiza, e incluso en estos países la democracia no gozaba de buena salud y se mostraba sumamente débil, incapaz de hacer frente al reto lanzado contra el sistema de Estados demoliberales por los fascismos. La crisis de la democracia formaba pare de una crisis más amplia y general. A ella estaba asociada la depresión económica, que puso en entredicho todas las ilusiones de progreso continuado de la humanidad hacia mayores cotas de bienestar material. También tuvo mucho que ver con la agudización de los conflictos sociales que acompañó a la crisis económica; es decir, con la extensión del paro obrero y el creciente protagonismo de unas clases trabajadoras cada vez mejor organizadas: con la reacción de las oligarquías financieras, industriales y agrarias frente al cuestionamiento de sus poderes tradicionales; con el temor de las clases medias ante una situación de incertidumbre, y, en general, con el incremento de las tensiones sociales. Por otra parte, la inestabilidad política, consecuencia de la irrupción de nuevas ideologías y la fragmentación de los parlamentos, así como el estallido de escándalos financieros o el sometimiento de las decisiones políticas a grupos de presión contribuyeron al descrédito de las instituciones democráticas. A todo ello se sumaron las tensiones nacionalistas provocarías por las profundas alteraciones que sufrió el mapa territorial de Europa después de la guerra, la imposición de duras condiciones a los vencidos y los problemas de las nacionalidades, cuestiones que tendieron a ser resueltas al margen del tradicional marco demoliberal. Con componentes económicos, sociales, políticos, mentales e internacionales tan diversos, la crisis de la democracia reflejaba algo más profundo: la crisis de civilización. Porque no eran sólo las formas demoliberales (Parlamentos y Gobiernos representativos) las que entraron en crisis en aquel momento, sino también la ideología del liberalismo clásico, el Estado liberal no intervencionista y los valores burgueses que habían sostenido la expansión de la civilización occidental (liberal y burguesa) a lo largo del siglo XIX. Los cambios que estaba experimentando el mundo eran de tal intensidad, y los problemas tan acuciantes, que las viejas estructuras habían quedado obsoletas para responder a los nuevos desafíos, por lo que la totalidad del edificio comenzó a resquebrajarse. De esa forma, se alteraron los tradicionales equilibrios demoliberales, cobrando cada vez más fuerza la asociación de la afirmación nacionalista con la negación de la democracia, la conquista violenta del poder al margen del derecho y la identificación entre Estado y sociedad. Ahora bien, aunque la crisis de la democracia fuera un fenómeno general y pueda ser explicado globalmente como una crisis de civilización, por encima de las características comunes, existían peculiaridades nacionales. No todos los Estados se encontraban en igualdad de condiciones, ni tampoco la crisis les afectó de igual modo, ni siquiera puede decirse que evolucionaran de forma semejante aquellas naciones que compartían entre sí rasgos comunes, como la existencia o inexistencia de una economía avanzada o una tradición democrática. Al respecto, conviene destacar que la Europa de entreguerras seguía siendo un mosaico de realidades nacionales heterogéneas, por lo que hubo pluralidad de experiencias y diversidad de comportamientos.

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2.- La III República francesa: de la recuperación de los años veinte al agotamiento y derrota de los treinta. Francia, pese a su tradición democrática, fue un ejemplo de inestabilidad política permanente durante el período de entreguerras. La guerra había dejado al país exhausto, aunque los beneficios de la victoria eran evidentes. Gracias a la inmigración, a la conquista de nuevos mercados y a la adopción de una política monetaria realista después de sortear las caídas del franco de 1924 y 1926, los franceses supieron a ciencia cierta lo que fue la prosperidad de los felices años veinte, situándose en condiciones inmejorables para retrasar y suavizar los efectos de la gran depresión. Pero la III República se debatía en un mar de contradicciones internas, entre las cuales una de la más notoria era la atomización de unos partidos políticos que debían actuar en el marco de una estructura estatal fuertemente centralizada, lo que condujo a una crisis institucional crónica. En concreto, más de cuarenta Gobiernos se sucedieron entre las dos guerras mundiales y ninguno de ellos pudo actuar mucho tiempo de forma cohesionada. En tales condiciones, la política nacional se caracterizó por los continuos bandazos: de la unidad de las derechas al cartel de las izquierdas, del consenso entre casi todos a la disensión de muchos, del moderantismo al progresismo, del peligro fascista al Frente Popular y, en definitiva, del ejercicio de la soberanía nacional al padecimiento de la ocupación extranjera. A simple vista, la inestabilidad de la III República puede ser interpretada como la consecuencia lógica del fraccionamiento político a que conducía la representación proporcional. Sin embargo, otra fórmula era inconcebible en un régimen que seguía teniendo por bandera a los viejos ideales republicanos de libertad e igualdad. Por otra parte, se trataba de una inestabilidad dentro de un orden: los cambios de Ministerios se articulaban en torno a las mismas figuras, y las mayorías parlamentarias se alteraban sin necesidad de convocar frecuentes elecciones legislativas. Además, casi todos los Ministerios basculaban del centro-derecha al centro-izquierda con un polo de atracción: los radicales, que dieron apellido al propio régimen, el cíe la «República radical». Los viejos partidos dinásticos habían desaparecido y las derechas conservadoras se movían dentro del marco democrático. A la izquierda, el socialismo se había escindido en el Congreso de Tours (1920), dando lugar a un Partido Comunista con fuerte implantación sindical. Pero éste no contó en la composición de las mayorías parlamentarias hasta que la amenaza del fascismo forzó al cambio de estrategias. En cualquier caso, después de la tempestad siempre llegaba la calma y la democracia francesa fe resistiendo a las duras pruebas de la inestabilidad política hasta el momento de la ocupación alemana. En el fondo de la cuestión, el movimiento pendular de la III República francesa tenía motivaciones más profundas que las estrictamente derivadas de las formas políticas. Respondía, sobre todo, a la permanente contradicción entre inmovilidad y cambio en que se debatía la sociedad francesa. La Francia de entreguerras cultivó no pocas esperanzas: la de la reparación de los daños y el «Alemania pagará»; la de sentirse gran potencia y exigir garantías de seguridad; la de mantener la prosperidad económica y alcanzar mayores cotas de bienestar; la del orden, la estabilidad y el entendimiento que encarnaban Poincaré o Briand, y también, la esperanza transformadora que representaba el Frente Popular. Pero las realidades le impusieron otras tantas desilusiones: la de no poder cobrar; la de sentirse amenazada una vez más; la de padecer la recesión internacional y ver reducidas las expectativas de mejora social; la del desorden, la desunión interna y la creciente tensión internacional, y finalmente la del debilitamiento del Frente Popular. En medio de ilusiones y decepciones, la incertidumbre marcó el tono vital de la democracia francesa desde la victoria de 1919 a la derrota de 1940. La crisis económica de 1929 -que en Francia, por la solidez del franco, no empezó anotarse hasta 1932 pero que en cambio se prolongó hasta 1939- tuvo un primer y muy negativo efecto sobre la vida política: hizo fracasar una posible salida de izquierda moderada a los problemas del país. Esa posibilidad había sido abierta por el triunfo del Nuevo Cartel de radicales y socialistas en las elecciones de 1932, pero se frustró por las profundas diferencias surgidas en la coalición en torno a la política económica. La negativa socialista a votar las medidas propuestas por el gobierno Herriot formado tras aquellas elecciones, medidas claramente deflacionistas (recortes del gasto público, aumento de los impuestos, reducciones salariales para funcionarios y pensionistas), derribó al gobierno. Herriot había gobernado ocho meses, de mayo a diciembre de 1932; sus sucesores -los también radicales Paul-Boncour, Daladier y Chautemps-, que se sucedieron en el gobierno hasta febrero de 1934, aún menos.

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El gobierno Chautemps cayó además (27 de enero de 1934) derribado por la campaña de agitación contra la República que la extrema derecha antiparlamentaria desencadenó desde el otoño de 1933. El detonante fue el escándalo que estalló cuando se supo que los bonos de la Caja municipal de Bayona emitidos en Bolsa por el financiero Serge Stavisky, un judío francés de origen ruso que en sus negocios había gozado de evidentes apoyos políticos, habían resultado ser falsos. El descubrimiento de la estafa, la ruina de los miles de compradores de bonos, la evidencia de que el financiero había sido apoyado por conocidos políticos, la huída y desaparición de Stavisky, su suicidio (3 de enero de 1934), el asesinato de un funcionario de la oficina del Fiscal que investigaba el caso -muertes en las que se vio la mano de los interesados en que no se conociese la verdad sobre el asunto-, conmocionaron e indignaron a la opinión pública. El malestar fue capitalizado por las organizaciones de ex-combatientes y las ligas de extrema derecha (Acción Francesa, la organización Croix-de-feu, grupúsculos fascistas y monárquicos), instrumentalizadas por los escritos de conocidos intelectuales de la derecha como Maurras, Léon Daudet y Pierre Gaxotte, y por la muy activa prensa ultra (parte de ella financiada por el conocido industrial del perfume, René Coty). El malestar se tradujo en multitudinarias manifestaciones de protesta contra el gobierno y contra los políticos del régimen. Culminó, tras la dimisión del gobierno Chautemps, en los graves incidentes (choques entre manifestantes y policías) que se produjeron en París el 6 de febrero de 1934 en los que murieron 14 manifestantes y un policía, y unas 700 personas resultaron heridas. Días después, el 12 de febrero, socialistas, comunistas y sindicatos declararon la huelga general en toda Francia en defensa de la democracia y de la República. Muchos creyeron que el 6 de febrero la derecha había intentado asaltar el poder. Francia parecía, en cualquier caso, al borde de la guerra civil. La situación fue temporalmente salvada por la formación el 22 de febrero de 1934 de un gobierno de Unión nacional presidido por el expresidente Gaston Doumergue, apoyado por todos los partidos republicanos. Pero el "escándalo Stavisky" y la crisis de febrero de 1934 hirieron de muerte a la República francesa. Fue de hecho una verdadera crisis de régimen que puso en cuestión la legitimidad misma del sistema parlamentario: la Francia de Vichy justificaría la disolución de la III República alegando precisamente que el caso Stavisky había puesto de relieve la corrupción de la democracia francesa. La solución Doumergue fue además muy breve. El gobierno cayó en noviembre de 1934 por la oposición del Parlamento a los proyectos de reforma constitucional que Doumergue quiso aprobar para reforzar el poder del ejecutivo. Los gobiernos que le sucedieron, gobiernos de centro-derecha presididos por Flandin, Bouisson, Laval y Sarrault, carecieron de autoridad y prestigio. La agitación pudo cesar a corto plazo (aunque rebrotó en 1935) pero la polarización de la sociedad francesa se fue haciendo cada vez más patente. A pesar de que algunos de los principales grupos de la derecha, como Acción Francesa y la organización Croix-de-feu, no eran fascistas, la izquierda hizo del antifascismo una nueva mística, un formidable instrumento de movilización de masas, y el fundamento para su unidad política. El resultado fue, de una parte, la radicalización de la vida intelectual y del debate ideológico; de otra, la división política de Francia en dos bloques políticos antagónicos. En julio de 1934, comunistas y socialistas firmaron un pacto de unidad de acción. Luego, con ocasión de las celebraciones del 14 de julio de 1935, comunistas, socialistas y radicales crearon el Frente Popular, cuyo programa incluía, bajo el eslogan "pan, paz y libertad", el retorno a la idea de seguridad colectiva, la disolución de las ligas fascistas y un ambicioso conjunto de reformas sociales. El Frente Popular ganó las elecciones de abril-mayo de 1936. El gobierno del Frente Popular, que presidió el líder socialista Léon Blum -un hombre de la burguesía judía parisina, culto y buen escritor, que entendía el socialismo como una ética-, acometió la reforma democrática y social más audaz y progresiva jamás intentada en Francia. Quiso, primero, lograr la pacificación del país, donde las expectativas suscitadas por el triunfo del Frente Popular habían dado lugar, en los meses de mayo a junio de 1936, a una oleada de ocupaciones de fábricas y de huelgas de todo tipo. Impulsó para ello un gran pacto social entre empresarios, sindicatos (la CGT) y gobierno, que se firmó en el Palacio de Matignon, residencia del jefe del gobierno, el 7-8 de junio, y que significó fuertes aumentos salariales (del 7 al 15 por 100), el reconocimiento del derecho a la elección de delegados sindicales en las empresas de más de 10 empleados y la aprobación del principio de negociación colectiva en todos los sectores laborales. Los acuerdos de Matignon no produjeron la reactivación de la economía. Al contrario, la nueva jornada de trabajo y las vacaciones pagadas redujeron la productividad y aumentaron los costes del trabajo. El

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desempleo se redujo en 1937 pero volvió a crecer en 1938 y 1939. El gobierno hubo de recurrir a una fuerte expansión del gasto público para financiar su política social. Mantuvo al tiempo la paridad oro del franco por temor a que una devaluación provocara un rebrote de la inflación. La fuga de capitales y de oro alcanzó proporciones colosales. El gobierno tuvo que devaluar precipitadamente en octubre de 1936 para frenar la venta masiva de francos en los mercados internacionales. En suma, el Frente Popular había puesto al país al borde de un verdadero descalabro financiero. Ello produjo la alarma de los radicales que, en marzo de 1937, impusieron a Blum una pausa en su política económica, que permitiese restaurar la confianza de los círculos financieros y empresariales. La situación internacional, por otra parte, abrió otra profunda grieta en el Frente Popular. La política de no-intervención en la guerra civil española defendida por el gobierno Blum -que era un hombre profundamente pacifista y que temía que ayudar a la República española pudiese crear una situación de guerra civil en la propia Francia- le enfrentó con los comunistas y con la propia izquierda socialista, que desencadenaron una nueva etapa de movilizaciones y protestas en demanda de medidas económicas y sociales más radicales y en apoyo a la República española. Aislado y dividido, en buena medida fracasado, el gobierno Blum dimitió cuando, el 21 de junio de 1937, el grupo radical del Senado le negó los plenos poderes financieros que había solicitado. El Frente Popular había durado menos de un año (pues los dos gobiernos siguientes, presididos por Chautemps y el propio Blum entre junio de 1937 y abril de 1938, sólo sirvieron para prolongar la agonía de la coalición y agravar sus divisiones). El 10 de abril de 1938, el dirigente radical Edouard Daladier (1884-1970), un hombre de la Provenza, de origen muy modesto, maestro y enseñante de historia, formó gobierno: socialistas y comunistas volvieron a la oposición. El gobierno Daladier rectificó radicalmente la política económica del Frente Popular. El ministro de Hacienda, Paul Reynaud, disminuyó el gasto público, aumentó los impuestos y anuló la jornada de 40 horas (a pesar de la huelga general que, como protesta, promovió la CGT el 30 de noviembre de 1938, sin demasiado éxito). Francia, por tanto, estaba, en vísperas de la II Guerra Mundial, en una grave situación de crisis económica y de profunda división interna. Fue eso lo que hizo que careciese de una política exterior coherente y vigorosa. El Estado Mayor militar, además, dominado por hombres como los generales Pétain, Weigand, Gamelin o Maurin, era un organismo derechista, inclinado a una estrategia de guerra estrictamente defensiva y que pensaba que la debilidad económica del país (y la reducción de gastos militares) habían reducido considerablemente su capacidad ante una eventual guerra en Europa. El débil gobierno Daladier optó así por seguir la "política de apaciguamiento" de Chamberlain. Daladier, lo hemos visto, participó en la reunión de Munich que acordó la partición de Checoslovaquia, acto que fue apoyado desde la oposición por Blum. Luego, en 1939, el gobierno francés volvió a alinearse con Gran Bretaña: ofreció garantías primero a Polonia y después a Rumanía, Grecia y Turquía, y el 3 de septiembre cuando Hitler atacó a Polonia- declaró la guerra a Alemania.

3.- Gran Bretaña en el ocaso de su hegemonía mundial: crisis, adaptación y estabilidad. Gran Bretaña fue el país que mejor pudo sortear la crisis de la democracia durante el período de entreguerras. Los británicos sufrieron algún que otro sobresalto político durante los años veinte, en particular cuando se sucedieron tres elecciones y cuatro Gobiernos entre 1922 y 1924, y al estallar la huelga general de 1926. Pero fueron trastornos pasajeros, derivados de los cambios que estaba experimentando la sociedad británica desde la Gran Guerra. Cuando las nuevas realidades fueron asumidas y quedaron para el recuerdo los días de gloria y de Imperio de la época victoriana, el país volvió a funcionar sin graves complicaciones internas y con las miras puestas en salir de la gran depresión. De esta forma la democracia británica atravesó la tormenta de los años treinta, refugiándose en «gabinetes nacionales», y llegó al umbral de la Segunda Guerra Mundial con su tradicional sistema parlamentario intacto, si cabe más asentado que nunca, y sin haber conocido las turbulencias políticas que tanto habían proliferado en el Continente. Paradójicamente, la democracia más estable estaba asentada en la economía industrial que más se tambaleaba. A los efectos de la guerra y la pérdida de la hegemonía mundial, se añadió pronto la necesidad de reconversión de sus viejas estructuras industriales. Con la caída de las exportaciones sobrevino el paro estructural, de tal forma que a partir de 1920 el número de desempleados nunca descendió del millón de trabajadores, llegando a alcanzar en los momentos más duros de la gran depresión la cifra de 3.000.000 (el 25 por 100 de la población activa). Sin embargo, esta explosiva situación económica y social, agravada por la política gubernamental de sostener el valor de la libra

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esterlina a toda costa, no se correspondió con un período de agudización cíe las tensiones sociales ni dio pie a la radicalización del movimiento obrero. La razón de ello hay que buscarla en el alto grado de cohesión interna que caracterizó a la sociedad británica, la cual demostró su capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias. La extensión de los programas gubernamentales de bienestar social ayudó a paliar los efectos de la crisis y amortiguar las tensiones sociales. La moderación sindical también contribuyó lo suyo, puesto que el tradeunionismo siguió confiando en los métodos legales para alcanzar mejoras económicas graduales, a cambio de obtener un mayor reconocimiento social. El peligro que podía representar la caída del Partido Liberal se conjuró pronto con la apuesta reformista del Partido Laborista, cuyos gobiernos evitaron todo radicalismo, aun manteniendo intactas las esperanzas de cambio para no perder el apoyo sindical. El gran beneficiado fue el Partido Conservador, cada vez más inclinado a buscar el consenso y siempre preocupado por no aparecer ante la opinión pública como el paladín de las clases adineradas. De esta forma Gran Bretaña no se convirtió en terreno abonado para la siembra de ideologías revolucionarias o fascistas que tanto predicamento tenían en Europa, pudiendo sortear la crisis sin grandes quebrantos para su tradicional sistema parlamentario. Las elecciones generales de 1922 dieron la victoria a los conservadores, pero en la nueva convocatoria electoral que se celebró un año más tarde a instancias del sucesor de Bonar Law, Stanley Baldwin, ningún partido consiguió una mayoría clara. Como consecuencia Ramsay MacDonald, el líder del Partido Laborista, se convirtió en el primer ministro socialista del Reino Unido. Después de un año de reinado, Eduardo VIII decidió abdicar en 1936 para contraer matrimonio con Wallis Warfield Simpson, una divorciada estadounidense. Su hermano, que fue coronado como Jorge VI, le concedió el título de duque de Windsor después de la abdicación. Eduardo abandonó Inglaterra en un exilio autoimpuesto debido a que el gobierno británico se negó a conceder a su esposa el título de duquesa. Fue gobernador de las Bahamas desde 1940 hasta 1945, durante la II Guerra Mundial. Una vez concluido el conflicto, residió principalmente en Estados Unidos y Francia. Culver Pictures Ampliar Entre 1929 y 1932 los efectos de la Gran Depresión duplicaron la ya alta tasa de desempleo del Reino Unido. La sociedad de entreguerras conoció el desarrollo de la radio (monopolizada por la BBC, que se fundó en 1927) y el cine; a pesar del auge de las ideologías comunistas y fascistas en el continente, éstas afectaron poco a la sociedad británica. El Imperio permaneció inalterable, incluso cuando el Estatuto de Westminster (Statute of Westminster, 1931) proclamó la igualdad en la Commonwealth de todos los territorios miembros, incluidos Canadá y Australia. La asistencia a los servicios religiosos descendió y el rey Jorge V mantuvo el prestigio de la monarquía. Cuando su hijo Eduardo VIII insistió en casarse con una divorciada estadounidense tuvo que abdicar (1936). Bajo el hermano de Eduardo, Jorge VI, la monarquía se convirtió de nuevo en la familia modelo del país.

4.- La frustración de la democracia alemana de Weimar. El caso de Alemania fue, en cambio, el de la frustración de la experiencia democrática. Allí la democracia no tenía tradición y la República de Weimar había nacido sumamente debilitada, resultado de la triple combinación de una revolución a medias, un compromiso forzado y una derrota vejatoria. Con la evidencia del desastre militar, el poder imperial se desmoronó bajo los impulsos de una revolución que parecía copiada de los manuales bolcheviques. Sin embargo, aquella situación explosiva fue inmediatamente reconducida desde el poder, bajo control socialdemócrata, que restableció el orden, en lucha sangrienta contra el espartaquismo, con el decidido apoyo del ejército y las fuerzas conservadoras. Surgida del compromiso entre lo nuevo y lo viejo, la democracia había barrido las estructuras políticas del régimen monárquico, pero mantuvo intactas sus tradicionales estructuras socioeconómicas, basadas en el poder de la aristocracia terrateniente y la gran burguesía con la apoyatura de los cuerpos imperiales conservadores: la administración, la magistratura y el ejército, lo que hipotecó cualquier intento de reforma. A ello se sumó la aceptación del diktat5 impuesto a Alemania al término de la guerra,

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En el Tratado de Versalles, Alemania perdió todo su imperio colonial. Las duras condiciones del Tratado, en especial la pérdida de los territorios del este europeo, levantaron duras críticas en Alemania que calificó el Tratado de paz como diktat (‘imposición’), y dio lugar a la aparición de numerosos grupos nacionalistas que demandaban la revisión del mismo, y que servirían de soporte para el ascenso al poder en la década de 1930 del nacionalsocialismo.

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que hirió el orgullo nacional, fomentó la división interna, desató las pasiones nacionalistas y se convirtió en caldo de cultivo para el auge del nazismo. La endeble democracia alemana tuvo que afrontar durísimas pruebas desde el primer momento. Obligada a purgar las culpas del régimen anterior y cuestionada desde dentro, padeció los efectos de la permanente agitación interna y la acuciante crisis económica. Los años 1919-1923 fueron particularmente dramáticos, y a ellos hay que asociar la quiebra financiera, la desestabilización monetaria, la superinflación galopante, la extensión del paro y la miseria, la agitación social, las tendencias separatistas, los intentos de golpes de Estado, la cuestión de las reparaciones y el enfrentamiento franco-germano. Vencidos los intentos desestabilizadores y bajo los efectos de la distensión internacional, de 1924 a 1929 la República de Weimar pudo tomarse un respiro. Con la derechización del régimen y el impulso de una política pacifista, se inició la recuperación económica a partir de la estabilización monetaria, la afluencia de capitales extranjeros, la concentración empresarial y la modernización industrial. La prosperidad favoreció el aumento de los salarios y la extensión de los auxilios sociales, por lo que la conflictividad descendió y la democracia alemana parecía que entraba por la senda de la normalidad institucional. Sin embargo, aquella estabilidad era más ficticia que real. El modelo de prosperidad económica se basaba en la dependencia de los créditos externos y en la limitada capacidad de absorción del consumo nacional. Cuando el mercado interior empezó a mostrar síntomas de saturación y los capitales extranjeros fueron repatriados por mor de la crisis de 1929, aquel modelo se derrumbó, reapareciendo el paro, la miseria, el descontento y la agitación. La falta de respuestas con-cretas a la crisis por parte de los partidos democráticos determinó el ascenso espectacular del nazismo, cuyo discurso ultranacionalista, anticomunista y antisemita contó con el apoyo de los viejos poderes y la gran industria, y cautivó a los pequeños y grandes campesinos ansiosos de proteger sus propiedades, a las clases medias urbanas deseosas de orden y estabilidad, y a los parados, a los que se pro-metía trabajo y acción. La crisis política terminó por activar el mecanismo de la desestabilización interna. La existencia de unos Gobiernos cada vez más alejados de la sociedad, la colaboración de las derechas con el nazismo y las intrigas de políticos y grupos de presión acabaron por elevar a Hitler a la cancillería alemana el 30 de enero de 1933, sentenciando así la muerte de la República de Weimar. Bautizada con el nombre de la ciudad donde se reunió la Asamblea Nacional constituyente, al inicio de su andadura la joven República llevó la impronta de una mayoría parlamentaria constituida por la socialdemocracia, el Partido Democrático Alemán y el Centro. La democracia funcionaba. El Partido Social-demócrata (SPD) había abandonado las doctrinas revolucionarias de sus inicios. Las tentativas de ruptura radical en dirección hacia un sistema de gobierno socialista fueron sofocadas. Se respetó la propiedad privada en la industria y la agricultura y los jueces y funcionarios, mayoritariamente antirrepublicanos, no fueron desposeídos de sus cargos. Sin embargo, ya en la década de los veinte se patentizó la fragilidad de la sociedad civil. La crisis económica, la inflación, la ocupación del Ruhr y los intentos comunistas de derrocar el régimen evidenciaron en el año 1923, en una situación de confusión y desorden generalizados, que las fuerzas democráticas habían quedado en minoría. La situación política interna se fue normalizando gracias a la recuperación económica. Y también en el plano exterior Alemania, potencia derrotada, recuperó su posición en pie de igualdad, entre otras razones gracias al Tratado de Locarno de 1925 y a su ingreso en la Sociedad de Naciones en 1926. Durante una breve etapa parte de la sociedad incluso vivió una formidable eclosión. El auge de la ciencia, el arte y la cultura en los “dorados años veinte” fue intenso pero corto. Por cuanto la nueva crisis económica del año 1929 presagió ya el ocaso de la República.

5.- Dificultades y retroceso de la democracia en la Europa Centro-Oriental. En la Europa Centro-Oriental y Balcánica, donde el atraso económico y social era mayor y no existían Estados nacionales fuertemente cohesionados, la democracia tropezó con muchas resistencias en su proceso de implantación y, salvo en Checoslovaquia, acabó diluyéndose ante el generalizado recurso a las soluciones dictatoriales. Las causas del fiasco democrático, en este caso, no hay que buscarlas tanto en el impacto de la Gran Depresión como en los lastres estructurales heredados del pasado y en las dificultades inherentes a los procesos de construcción o reconstrucción de las nuevas entidades estatales surgidas de la guerra. En efecto, como consecuencia de las profundas transformaciones que habían tenido lugar entre 1918 y 1923 —con la eclosión nacionalista, la redistribución de territorios y los desplazamientos de poblaciones de por medio— y de resultas de los propios tratados de paz, en la

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Europa del Este había surgido un mosaico de Estados débiles y de desigual tamaño y población —unos preexistentes y otros de nueva creación, unos satisfechos y otros insatisfechos con el statu quo— que compartían entre sí su condición de sucesores de los viejos imperios multinacionales, ya fuera el turcootomano, el austro-húngaro o el zarista. Y, pese a la pluralidad de situaciones nacionales que se daban en torno al Báltico, en el Vístula, a través del Danubio y en los Balcanes, la herencia recibida por las nuevas democracias era ciertamente de difícil administración: unas estructuras económicas arcaicas de base predominantemente agraria, unas sociedades caracterizadas por las grandes desigualdades y una tradición autoritaria avalada por la debilidad de los partidos políticos y el desmedido protagonismo de las coronas y los ejércitos. A todo ello se añadía ahora los nuevos problemas derivados del profundo reajuste de fronteras: la reorganización de las economías nacionales, la existencia de minorías étnico-lingüísticas de difícil integración interna, los contenciosos territoriales con los vecinos y la inseguridad frente a las amenazas externas, acrecentadas en todos estos países por su cercanía de la URSS. En tales condiciones, las instituciones democráticas sufrieron un progresivo proceso degenerativo que, más tarde o más temprano, condujo al establecimiento de regímenes autoritarios y represivos: en Hungría, casi desde el principio; en Bulgaria, Albania, Grecia, Polonia, Lituania y Yugoslavia, ya en los «felices veinte», y en Rumania, Austria, Estonia y Letonia, en los años treinta. En cada uno de estos países, la crisis de la democracia tuvo componentes nacionales específicos, pero en todos ellos siguió una evolución similar. Las demandas de reforma agraria planteadas por el movimiento campesino quedaron recortadas por la inmediata reacción de las fuerzas aristocráticas y conservadoras, que frustraron toda tentativa de reforma social profunda. La ruptura del consenso nacional en torno a las principales cuestiones de Estado y la propia dinámica parlamentaria favoreció la desarticulación de las opciones políticas más representativas, -conservadores, liberales, agrarios, socialistas y socialcristianos— y la formación de numerosos micropartidos y grupúsculos. Finalmente, el surgimiento de numerosos grupos antidemocráticos de corte fascista en un contexto social y político de profundo anticomunismo por la vecindad del bolchevismo despejó el camino para la adopción de medidas contra las minorías nacionales, acciones desestabilizadoras y golpes de Estado que arrumbaron definitivamente las expectativas democráticas.

Bibliografía: De la Torre, H. y Morales, V. Historia Universal Contemporánea. Editorial Centro de estudios Ramón Areces. 4ª edición. Consultas Internet. Enciclopedia Encarta.

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