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TEMA 4
ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN ANTE EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA INTRODUCCIÓN: ¿DE QUÉ HABLAMOS? A menudo nos encontramos usando palabras con las cuales no expresamos o entendemos lo mismo. Por ello, antes de abordar el tema de la situación del Sacramento de la Reconciliación es bueno clarificar un poco al menos el significado de estos términos para poder entendernos. En la Exhortación postsinodal Reconciliación y penitencia(=RP), San Juan Pablo II comienza afirmando: “Hablar de reconciliación y penitencia es, para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, una invitación a volver a encontrar —traducidas al propio lenguaje— las mismas palabras con las que Nuestro Salvador y Maestro Jesucristo quiso inaugurar su predicación: «Convertíos y creed en el Evangelio» esto es, acoged la Buena Nueva del amor, de la adopción como hijos de Dios y, en consecuencia, de la fraternidad” (RP 1). Pero, ¿qué entendemos en realidad por esos términos: reconciliación y penitencia? -
Nuestro mundo está dividido y tiene, en lo más profundo, nostalgia de reconciliación. Pero esta, para ser eficaz, debe llegar a la raíz profunda de toda división: el pecado. Para llegar a esa reconciliación debe convertirse y hacer penitencia. El Papa Juan Pablo II decía acerca de la penitencia: “El término y el concepto mismo de penitencia es muy complejo. Si la relacionamos con “metánoia”, al que se refieren los sinópticos, entonces penitencia significa el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido el hacer penitencia se completa con el de dar frutos dignos de penitencia; toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo, hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa, en el vocabulario cristiano teológico y espiritual, la ascesis, es decir, el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla (Mc 8,35; Lc 9, 23-25); para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; (Ef 4,23) para superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que es espiritual (1 Cor 3, 1-20); para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo (Col 3,1). La penitencia es, por tanto, la conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano. En cada uno de estos significados penitencia está estrechamente unida a reconciliación, puesto que reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los demás presupone superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza solamente a través de la transformación interior o conversión que fructifica en la vida mediante los actos de penitencia” (RP 4).
La penitencia hace referencia, por tanto, a un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. La
Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 reconciliación hace referencia a la religación del pecador con el Dios de la misericordia entrañable que lo abraza y entraña perdonándole todos sus pecados. Otro aspecto a tener en cuenta son los diferentes nombres con que se denomina este Sacramento: Sacramento de la reconciliación, de la penitencia, del perdón… Según pongamos el acento uno parecerá más adecuado que otro. Para clarificar su contenido recurrimos al Catecismo de la Iglesia Católica que nos dice al respecto: Nº 1423: Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf. Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf. Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado. Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. Nº 1424: Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador. Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia, 46, 55). Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24). I. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN: LUCES Y SOMBRAS. ¿Cuál es la realidad del Sacramento de la Penitencia en nuestro mundo actual? Como suele suceder en todos los ámbitos, hay los que se sitúan en una mirada optimista y destacan los síntomas de recuperación del sacramento de la reconciliación, y otros que resaltan los signos de desafección del mismo. Unos y otros tienen razones para su posición. Sin negar los indicios de recuperación, hemos de ser realistas y no ocultar la profunda crisis que afecta a este Sacramento. Cierto que hablar de crisis no significa situarse en una actitud pesimista. La crisis es una prueba, una oportunidad para purificar adherencias que van ocultando o desvirtuando la identidad profunda de las cosas y por ello una oportunidad de crecimiento. Por ello la crisis que constatamos en el caso del sacramento de la Penitencia es una oportunidad, avivada por este Año Santo Jubilar de la Misericordia, para “purificar maneras y comportamientos que desdibujan su realidad y entorpecen su dinamismo, una llamada al crecimiento de la vida teologal en el seno de las comunidades, crecimiento sin el cual no hay posibilidad de una renovación y revitalización de la práctica sacramental”1. En el fondo, la crisis actual puede ser un tiempo para redescubrir la identidad y actualidad de este Sacramento en una sociedad y una Iglesia necesitada de reconciliación.
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CEE. Dejaos reconciliar con Dios. Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia nº 7. A partir de ahora lo citaremos como DRCD.
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Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 I.1. Necesitados de reconciliación con uno mismo y con los demás en un clima de falta de reconciliación El hombre actual vive una situación de profunda falta de reconciliación consigo mismo favorecida por el estilo de vida promovido por la sociedad actual. Vivimos en un humus social que podemos denominar “sociedad del cansancio”. Nos exigimos un rendimiento exagerado que provoca una hiperactivismo que nos agota. El ritmo actual se vuelve inhumano y provoca hastío, desencanto, depresión, falta de atención, violencia… Todo ello priva al hombre actual de capacidad de reflexión, atención y contemplación, que le lleva a vivir, en lo más íntimo, descontento, no reconciliado consigo mismo. El problema es que por un lado no se siente a gusto consigo mismo, pero, por otro, tampoco sabe cómo afrontar su realidad o a veces tiene miedo a hacerlo y se autojustifica descalificando como trasnochados aquellos medios que podrían llevarle a hacerlo. Nuestro mundo es profundamente narcisista y todo acaba girando alrededor de nosotros mismos, en una autorreferencialidad que nos ahoga en la propia inmanencia y nos lleva a perder toda trascendencia. Por otro lado la sociedad actual lo somete todo al filtro de la aparente transparencia: Todo se expone rápida y superficialmente. Pero sin embargo, trasparencia y verdad no son idénticas. Uno puede exponer sus fiestas, excursiones, viajes, eventos de vida en la red, pero no por ello logra el equilibrio y la paz interior. La mera acumulación de información, por sí sola, no es ninguna verdad. El clima social nos hace vivir a un ritmo tan acelerado que la reflexión y la contemplación raramente encuentran espacio y así es difícil encontrar sentido a la propia vida e historia. Sin el sosiego que permita tomar conciencia de los propios límites, es difícil que el hombre de hoy se reconcilie consigo mismo, con los demás y con Dios. Tampoco podemos olvidarnos de lo que San Juan Pablo II nos decía en su segunda encíclica Dives in misericordia (=DM), y que el Papa Francisco retoma en Misericordiae vultus (=MV), como es el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: « La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cf. Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia … Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios » (DM 2 /MV 11). En este clima exterior, no es extraño que el Sacramento de la reconciliación sufra las consecuencias de este tiempo revuelto y sea rechazado. Pero para el pastor, es tiempo de esperanza, de asumir los errores y ver, con paciencia y constancia, cómo ayudar a las personas a encontrar el camino hacia su propia interioridad, evitando caer él mismo en lo que percibe fácilmente en los demás. I.2. La tozudez de la realidad síntoma de una crisis real Uno de los indicativos de la crisis de la Penitencia es la “disminución cuantitativa de la participación en este sacramento” (DRCD 8). Tanto laicos, como sacerdotes y religiosos practican cada día menos la recepción del sacramento de la Reconciliación. Basta mirar cómo en los preceptos pascuales se confiesa una minoría y en general personas mayores y en las 3
Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 celebraciones que se ofertan en las Parroquias sigue siendo una minoría los que acuden. Niños y jóvenes se acercan cuando se les ofrece dentro del proceso catequético, pero una vez concluido lo abandonan, igual que abandonan la Iglesia. Es cierto que cada día se comulga más, pero se confiesa menos. Y, a menudo, esto lleva a los presbíteros a dejar de ofrecer este Sacramento: Los sacerdotes no se sientan en el confesionario porque la gente no acude y el número de parroquias y la difícil racionalización del culto se lo dificulta, y los fieles no se acercan porque los sacerdotes “nunca están en el confesionario” y la celebración comunitaria con absolución individual en pocas comunidades se ofrece. Por otra parte muchos “no saben de qué confesarse”. Y lo preocupante es que la gente no se siente mal ante este hecho. Parece que se han quitado de encima una pesada losa y se sienten liberados de no tener ya necesidad de pasar por delante del confesor. Así eliminan toda mediación en su relación con Dios para pasar a “confesarse directamente”. Hemos de asumir que la situación de “emergencia educativa” que afecta a la formación cristiana de nuestros fieles, es alarmante respecto a la identidad del Sacramento de la reconciliación y todo lo que le rodea. Esta crisis viene de lejos y afecta no solo a la confesión (entendida como parte del sacramento), sino al sacramento de la reconciliación en su conjunto. Todos estos datos no son para caer en el pesimismo o en la añoranza de tiempos en que las colas eran largas y los horarios de confesionario agotadores. Una vez más se nos convoca a mirar en profundidad y descubrir las raíces profundas de esta situación para poder buscar remedio, alentados por la fuerza del Espíritu. Bucear en las causas de esta situación nos ayudará a ir descubriendo juntos caminos para vivir este Año Santo de la Misericordia como una oportunidad para revitalizar el Sacramento de la Penitencia. II. RAÍCES DE ESTA CRISIS 1. La indiferencia religiosa de nuestro mundo La indiferencia religiosa ha llevado a un proceso de secularización en el cual Dios ha desaparecido del centro de nuestra vida. A lo sumo, Dios queda para el ámbito de lo privado y momentos en que siento necesidad de él. Al centro pasa el tener, producir, consumir y disfrutar. Podríamos decir que vivimos en el imperio de las tres “G”: ganar, gastar, gozar. El hombre de hoy confía más en la técnica y su poder que en Dios. Él y la técnica se consideran capaces de afrontar y solucionar todos los conflictos, Dios no es necesario. Es más, el recurso a Dios, en no pocos, es visto como una debilidad, propia de quien no se atreve a afrontar la realidad. Este modo de vida va generando una secularización interna, que acaba reduciendo el cristianismo a un mero humanismo, donde la transcendencia, la conversión personal, la salvación… pierden relieve y significación. En un ambiente así, ¿qué sentido tiene hablar del sacramento de la reconciliación? (DRCD.10) 2. Pérdida del sentido del pecado ¿Qué es pecado? Es la pregunta del hombre de hoy. Es más ¿existe el pecado? Para el hombre de hoy, metido en la vorágine de este mundo secular el convencimiento de que el pecado sea algo real desaparece. A lo sumo queda el concepto de culpa, transgresión, “sólo queda el límite del hombre o el fallo humano, la quiebra estructural, la constitución patológica o la debilidad humana; sólo quedan las equivocaciones y errores, o la inadecuada aplicación de las soluciones que proporcionan la técnica o las ciencias” (DRCD 11). Nosotros mismos 4
Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 evitamos el término teológico de pecado de nuestro vocabulario. Sin conciencia de pecado se hace superflua tanto la penitencia como el sacramento de la reconciliación. 3. Interpretaciones inadecuadas del pecado La mala asimilación de teorías acerca del pecado y algunos resultados de las ciencias humanas, de suyo beneficiosos, unidos a una deficiente formación cristiana, lleva a afirmar que el pecado es algo superado, expresión de una cultura premoderna y poco avanzada o un tabú inventado por la religión para dominar las conciencias y así mantener una posición de poder y privilegio social. El mismo lenguaje utilizado en el ámbito eclesial reduce el pecado a una mera falta y se diluye toda responsabilidad individual hasta el punto de que el hombre parece incapaz de realizar un acto humano y por ello la responsabilidad de pecar. Otros diluyen el pecado dentro de las estructuras sociales (estructuras de pecado) reduciéndolo a una mera vulneración de “leyes y ordenamientos sociales, lo que daña a la marcha del progreso de la sociedad, lo que perjudica las relaciones y el buen funcionamiento de la colectividad, lo que atenta a la dignidad y a los derechos del hombre o lo que compromete a su historia” (DRCD 12). Así surge un tipo de persona que no ve pecado en casi nada y por ello no siente la necesidad de reconciliación y penitencia. En este sentido pudo tener su responsabilidad algún tipo de predicación que llevaba a ver pecado en todo, generando culpabilizaciones morbosas y conciencias escrupulosas, y acabó produciendo el efecto contrario: no ver pecado en nada cayendo en un permisivismo que lleva al hombre de hoy a creerse impecable o al menos sin necesidad de recurrir a Dios en busca de misericordia y perdón. A ello hay que añadir la polarización del pecado en solo ciertos aspectos de la vida, generalmente solo en materia sexual, olvidando el pecado social. Al producirse un corrimiento en la mentalidad moderna con una supravaloración de lo sexual y la liberación añadida, ahora lo que se decía era pecado no se ve como tal y si lo otro ya no lo era, no sabemos lo que es pecado. Así se percibe en el lenguaje de la gente: “No hay pecado”, pero luego se habla de fraudes, robos, violencia, abusos, comercio sexual, infidelidades, calumnias, difamaciones…. Es decir múltiples actos y palabras que impiden que Dios sea Dios en nuestra vida (así definía K. Rahner el pecado: No dejar que Dios sea Dios). Nuestro mundo tiende a ver y exagerar el pecado en los otros, pero no verlo en uno mismo. Los obispos españoles nos invitan también a los pastores a una reflexión seria y profunda: “¿Por qué no añadir, además, que la confusión, creada en la conciencia de numerosos fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicción, en la catequesis, en la dirección espiritual, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana, termina por hacer disminuir, hasta casi borrarlo, el verdadero sentido del pecado?” (DRCD 13). También en este campo “la falta de criterios comunes de actuación lleva a mermar la capacidad evangelizadora de la Iglesia,… incertidumbres y diferencias de criterio, muy fuertes entre sí, desorientan a los fieles haciéndoles perder confianza en los ministros de la Iglesia e induciéndoles, de alguna manera, a alejarse de la penitencia sacramental” (DRCD 15). Esto acaba llevando a los fieles a buscar a aquellos confesores, directores espirituales o predicadores cuyas ideas coinciden con lo que más le conviene. En el fondo se revela, tanto en sacerdotes como en fieles, una profunda crisis de identidad que “crea en los fieles desamparo, desconcierto o indiferencia y, al final, optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan el sacramento” (DRCD 15). Una vez más se pone de relieve que el individualismo en el campo de la pastoral causa daño al anuncio del Evangelio y a la imagen de la Iglesia.
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Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 4. Crisis de la conciencia moral “El hombre contemporáneo vive bajo la amenaza de un eclipse, de una deformación o de un aturdimiento de la conciencia” (DRCD 14). Vivimos en la tiranía de modelos sociales donde los actos se consideran buenos o malos según sean admitidos por una mayoría social o no. En esta mentalidad tienen un fuerte influjo los medios de comunicación y los modelos de vida y valores que proponen. En algunos casos en los modelos que se proponen como ideal “está ausente cualquier otro valor y criterio moral absoluto fuera de la satisfacción personal, el placer a toda costa o el prestigio social, (así) están influyendo negativamente en los cristianos y generan una mentalidad difusa para la que resulta enteramente superfluo cuanto se relaciona con el sacramento de la penitencia” (DRCD.14). 5. Desafección respecto de la Iglesia y concepciones eclesiológicas inadecuadas La desafección de la penitencia y reconciliación se enmarca dentro de una desafección más amplia: la desafección de la Iglesia. No se la percibe como mediadora de la salvación. Una Iglesia triste, distante, que dicta normas pero no practica la misericordia. Por ello la llamada del Papa Francisco a la conversión personal y pastoral, a salir al encuentro del hombre tomando la iniciativa e involucrándonos en la vida. El estilo de vida que respiramos nos lleva al inmediatismo y este va llevando al hombre de hoy a “entenderse directamente con Dios”, “confesarse con él”… a considerar las mediaciones, incluidas las sacramentales, de la Iglesia como innecesarias para la salvación. Si a ello sumamos concepciones eclesiológicas que muestran que “la confesión personal ante un sacerdote no pasará de ser una forma simbólica, creada por la Iglesia en un tiempo y espacio concreto, que hoy, en un nuevo contexto, habría perdido su vigencia y significación” (DRCD 17), no es de extrañar que este Sacramento entre en crisis. Esa desafección lleva a la búsqueda de sustitutos en otros ámbitos, para liberar la propia conciencia (psicólogos, psiquiatras –necesarios en muchos casos-, adivinos, horóscopos…). 6. Crisis respecto del sentido, necesidad o contenido de la “confesión de los pecados” En esta crisis de la reconciliación no deja de tener su peso el hecho de que algunos “intentan demostrar que la confesión de los pecados no ha sido considerada siempre en la historia del sacramento como uno de sus elementos fundamentales y esenciales que pertenezcan a su “substancia” (DRCD 18). Otros aluden que la Eucaristía, “sacramento de la renovación de la muerte redentora de Cristo “para el perdón de los pecados”, hace innecesario el sacramento de la Penitencia con la confesión incluida” (DRCD 18). Incluso el poner el acento en exceso en la dimensión comunitaria de la reconciliación, puede llevar a entender que se disminuye o resta valor a su dimensión personal. También afecta una presentación errónea de la disciplina sobre la absolución general que lleva a entender “que no existe razón alguna para la obligación de confesar los pecados ya perdonados por la absolución general; y de ahí se deduce la no necesidad de la confesión. Apoyándose en que el hombre está salvado y en que el cristiano vive de la opción fundamental del Bautismo y considerando que el pecado grave no es otra cosa que el abandono de la opción fundamental y ésta, si se ha asumido verdaderamente, no se rompe tan fácilmente, algunos ponen en duda la existencia de pecados graves en actos concretos y hacen innecesaria, al menos con una cierta frecuencia, la confesión. En todo caso se han difundido y divulgado estas u otras teorías sin fundamentación y han creado gran confusión entre los fieles hasta acabar no viendo sentido a la confesión y, por supuesto, negando su necesidad y obligatoriedad, sobre todo en lo que respecta a la acusación de pecados específicos” (DRCD 18). Aquí hemos de recordar lo dicho más arriba sobre los criterios personales, que llevan a la confusión al pueblo de Dios, carente de una formación suficiente.
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Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 Pero en el pueblo de Dios, más que todo esto, influye la dificultad del hombre de hoy de reconocerse pecador y acusarse ante otro, así como la fuerte conciencia de autonomía personal de nuestro tiempo. Pero tampoco debemos olvidar que prácticas poco misericordiosas de los confesores han tenido su influjo y llevaron a al Papa Francisco a afirmar que el “confesionario no es una sala de torturas”: “La Confesión no debe ser una “tortura”, sino que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón, con el rostro radiante de esperanza, incluso si alguna vez, lo sabemos, bañados en las lágrimas de la conversión y de la alegría que de ella deriva (cf. Evangelii Gaudium 44). El Sacramento, con todos los actos del penitente, no implica que deba convertirse en un pesado interrogatorio, fastidioso e invasivo. Al contrario, debe ser un encuentro liberador y rico en humanidad a través del cual poder educar en la misericordia, que no excluye, incluso comprende también el justo empeño de reparar, en cuanto fuera posible, el mal cometido”, así se expresó el Papa Francisco. 7. Algunas deficiencias en la práctica pastoral y penitencial y algunas propuestas de conversión Cierto que todas estas causas están en el fondo de la crisis de la penitencia y la reconciliación, pero tampoco podemos olvidar la responsabilidad interna que tenemos. Por un lado no haber puesto el empeño necesario en la formación de nuestro pueblo para descubrir el sentido del pecado, de la penitencia y la reconciliación desde su verdadera identidad cristiana. Hemos de reconocer que la mayoría de nuestro pueblo ni siquiera sabe que hubo una reforma de este sacramento. La reforma no se aplicó suficientemente y el pueblo de Dios no se benefició suficientemente de la riqueza que esta aporta a la celebración, siguiendo con celebraciones deficientes y en espacios no debidamente acondicionados, salvo honrosas excepciones, que las hay. Sería injusto no reconocer que hay muchas y positivas experiencias de celebraciones ejemplares y de reformas que pueden servir de indicadores para caminar. Como afirman los obispos “hay experiencias muy positivas de celebraciones comunitarias de la penitencia que han ayudado a descubrir la eclesialidad del sacramento, así como a percibir mejor la repercusión de los pecados personales en la santidad de toda la Iglesia o la llamada a la conversión en la asamblea reunida. Sin embargo, todavía resulta muy insuficiente este sentido eclesial en los fieles” (DRCD 20). Sin embargo hemos de reconocer que “por lo que se refiere al “rito para reconciliar un solo penitente”, frecuentemente se sigue celebrando casi igual que antes y se prolonga una práctica que, desde hace tiempo muy atrás, ha entrado en un proceso de simplificación hasta quedar convertido en un mínimo de celebración litúrgica, reducida a los elementos indispensables para la validez sacramental” (DRCD 20). También es cierto, si bien entre nosotros no significativo, que no faltaron algunos abusos en la práctica de la absolución general, que ciertamente tuvieron ciertos valores educativos en el pueblo de Dios, que probablemente se dieran sin caer en estos abusos. En la mayoría de los casos ni se informó ni se formó suficientemente al pueblo de Dios, contribuyendo así, quizás sin pretenderlo, a la desvalorización de este sacramento. Sin duda que también tuvo su influencia la pérdida del acompañamiento espiritual en orden a formar la conciencia de los fieles y estimularlos en el crecimiento de su fe y santificación, Tampoco debe minimizarse la dejadez que nos ha llevado, ante la dejación de este sacramento por el pueblo, a retirarnos a los cuarteles de invierno manteniendo lo que queda y 7
Convertíos y creed la Buena Noticia Formación permanente del clero curso 2015-2016 - TEMA 4 no exige mucho, en lugar de afrontar los problemas o buscar juntos soluciones y aventurar, aún a riesgo de equivocarse, soluciones con aquella sana creatividad que Juan Pablo II pedía en Novo millennio ineunte: “Deseo pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación” (NMI 37). Y un camino, nos recuerdan nuestros obispos, es un buena praxis celebrativa: “Conviene tener presente en la praxis pastoral que una práctica penitencial buena y positiva es, sin duda, una señal, por ejemplo, de que hay una buena catequesis correctamente orientada, de que se está llevando a cabo una sana pastoral, de que se ha cultivado una honda espiritualidad, de que se sirve una verdadera eclesialidad” (DRCD. 20). En diferentes intervenciones el Papa Francisco nos ilumina el camino haciendo una reflexión en torno a dos opciones o caminos que deforman la esencia del sacramento: “Los rígidos que no pasan ni una tilde y presentan un camino tan angosto que uno se ahoga solo de imaginar pasar por ahí, y los del “todo vale” porque Dios es amor y da la sensación que esa maravillosa cualidad de nuestro Señor se convierte en una especie de salvoconducto al permisivismo moral”. Continúa el Papa Francisco diciendo que ninguna de esas dos actitudes propician, en realidad, la misericordia: “Se confunde la misericordia con el ser confesor “de manga ancha”. Pero pensad esto: ni un confesor de manga ancha, ni un confesor rígido son misericordiosos. Ninguno de los dos. El primero, porque dice: “Vamos adelante, esto no es pecado, dale, dale!”. El otro, porque dice: “No, la ley dice…”. Pero ninguno de los dos trata al penitente como a un hermano, lo coge de la mano y lo acompaña en su camino de conversión”. Y en otro momento afirma: “Sin embargo, el misericordioso lo escucha, lo perdona, pero se hace cargo y lo acompaña, porque la conversión sí, comienza – quizás – hoy, pero debe continuar con la perseverancia… Lo toma consigo, como el Buen Pastor que va a buscar la oveja perdida y la carga sobre sí. Pero no es necesario confundir: esto es muy importante. Misericordia significa hacerse cargo del hermano o de la hermana y ayudarlo a caminar… Y, ¿quién puede hacer esto? El confesor que reza, el confesor que llora, el confesor que sabe que es más pecador que el penitente, y si no ha hecho aquella cosa fea que dice el penitente, es por simple gracia de Dios. Misericordioso es estar cercano y acompañar el proceso de la conversión.” A los confesores nos dice: “¡Dejaros educar por el Sacramento de la Reconciliación!... ¡Cuánto podemos aprender de la conversión y del arrepentimiento de nuestros hermanos! Nos animan también a nosotros a un examen de conciencia: yo, sacerdote, ¿amo así al Señor, como esta viejecita? Yo sacerdote, que he sido hecho ministro de su misericordia, ¿soy capaz de tener la misericordia que hay en el corazón de este penitente? Yo, confesor, ¿estoy disponible al cambio, a la conversión, como este penitente, del cual he sido puesto a su servicio? Tantas veces nos edifican estas personas, nos edifican”. La crisis debería ser un acicate para buscar juntos, bajo la luz del Espíritu, un proceso, seguro que lento y costoso, pero que paso a paso nos lleve a descubrir la verdadera identidad, sentido y valor del Sacramento de la Reconciliación
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