Story Transcript
“¿TENÉIS AQUÍ ALGO QUE COMER?” Sobre la resurrección de la carne
El 8 de octubre de 1967, San Josemaría Escrivá pronunciaba en el campus de la Universidad de Navarra una homilía que recogía en síntesis el núcleo de la espiritualidad del Opus Dei, institución que Dios había inspirado a ese mismo siervo suyo cuarenta años antes, el 2 de octubre de 1928. La homilía se recogió luego en diversas publicaciones bajo el título “Amar al mundo apasionadamente”. En ella su autor acuñó la expresión “materialismo cristiano”, que expresaba toda la fuerza de una intuición sobrenatural: lograr que las realidades materiales y ordinarias de la vida pudieran llegar a ser, de verdad, camino de santidad. En esa homilía San Josemaría alertaba del peligro que corría la interpretación de la vida cristiana en medio del mundo. Por un lado el riesgo de un materialismo cerrado al espíritu1. En el polo opuesto a ese materialismo desespiritualizado se encuentra el riesgo de un espiritualismo desencarnado. En realidad, se trata de las dos caras de la misma moneda. De hecho, como el materialismo sin espíritu, este espiritualismo sin carne ha acompañado muchos de los errores y herejías doctrinales que el Cristianismo ha tenido que ir combatiendo.
El riesgo de un espiritualismo desencarnado Centrándonos en ese segundo peligro (un espiritualismo que rechaza la materia como algo negativo), vemos cómo en nuestros días muchos cristianos se han dejado llevar por la tentación fácil de querer llegar a Dios en espíritu y no en la carne, olvidando que “el auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de toda carne- se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor ser juzgado de materialismo”2.
1
En aquellos tiempos, ante la fuerza que habían tomado el pensamiento marxista, parecía un peligro real y patente. De hecho muchos pensadores cristianos pensaron que el pensamiento marxista podría ser una vía posible para interpretar correctamente el Evangelio. Hoy en día es el capitalismo extremo, que ahoga el espíritu, el que ha tomado el relevo a la corriente marxista. Siendo dos pensamientos tan distintos en su visión de la sociedad, la política y la economía, en realidad marxismo y capitalismo coinciden en erradicar de la materia la posibilidad de toda trascendencia. 2 Homilía Amar al mundo apasionadamente, recogida en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n.115. Para entender bien lo que supone este planteamiento, recomiendo la lectura tranquila de la toda la homilía. En la misma línea se encuentra el Magisterio de los últimos Papas, que huyen de la visión del Cristianismo como ideología o mera espiritualidad. Véase por ejemplo las primeras encíclicas de San Juan Pablo II y Benedicto XVI (Redemptor Hominis y Deus Caritas est, respectivamente). En ellas se
Ya “las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, venido en la carne (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jun 7)”3. Lo que San Josemaría pretende sacar a la luz es precisamente que en nuestros días, como volviendo de algún modo a esos primeros errores doctrinales, son muchos los que llamándose cristianos creen en Dios pero no en un Dios hecho carne, sino en un Dios puramente espiritual, desencarnado. El gnosticismo sigue siendo en la actualidad un pensamiento tentador que como toda tentación esconde la verdad mayor. Ese espiritualismo desencarnado negaría el núcleo del Cristianismo: la Encarnación el Hijo de Dios. Si Cristo no se hizo carne de verdad, su Resurrección queda en entredicho y vana sería toda nuestra fe. Por eso, desde el primer momento, “Jesucristo resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf Lc 24, 39; Jn 20,27 y el compartir la comida (cf Lc 24,30.41-43; Jn 21,9.13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc 24, 39), pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27)”4.
Las distintas apariciones de Jesús y su “prueba definitiva” Podremos entender en toda su profundidad la importancia de lo que se ha dicho hasta ahora si meditamos el pasaje del Evangelio en el que San Lucas recoge una de las apariciones a los discípulos en el Cenáculo la misma tarde del domingo de Resurrección. Pero antes, para profundizar en el significado profundo de la resurrección de Jesús en su carne, podemos pensar en dos escenas de apariciones del resucitado que tienen lugar antes y después de la escena del cenáculo que narra San Lucas. Una la recoge el propio Lucas; la otra San Juan. En ellas el Maestro empleará el mismo método para poder ser identificado: servirse de la materialidad de la comida como prueba irrefutable. Por un lado San Lucas nos cuenta que justo antes de la aparición en el Cenáculo a todos los discípulos allí reunidos, acababan de llegar otros dos discípulos, Cleofás y otro, que venían de su aldea, Emaús. Sin ser conscientes de ello habían recorrido un trecho largo de camino junto a Jesús, que se les había aparecido en el camino. Pero no pudieron identificarlo. Con la respiración entrecortada aún por la agitación y la carrera remarca con fuerza que la esencia del Cristianismo es el encuentro con una persona real: Jesucristo. También en el mismo sentido se expresa con frecuencia el Catecismo de la Iglesia Católica (p.ej. n.108) 3 Catecismo de la Iglesia Católica n. 465 4 Catecismo de la Iglesia Católica n. 645
y con toda sencillez, explican al llegar a los otros cómo sólo habían sido capaces de reconocerle “al partir el pan” (Lc 24,35). Aún más clara es la escena que -esta vez San Juan- describe una siguiente aparición de Jesús. En este caso el marco es el lago de Genesareth. Cristo mismo se presenta en la orilla, pero sus discípulos no sabían que era Jesús” (Jn 21,4). En este caso Jesús llega incluso a hacer la misma pregunta que en el cenáculo: “Muchachos, ¿tenéis algo de comer?” Aquello le sirve para crear un clima de confianza. De ese modo, una vez obrado el milagro de la pesca, les será fácil reconocer -incluso de lejos, a la distancia, desde la barca- a Jesús. Aún así, Cristo no se conforma y presenta su “prueba definitiva” de la realidad de su resurrección: “cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora” (Jn 21, 9-10).
El texto de San Lucas: “¿Tenéis algo que comer?” Leamos, ahora sí, el texto de San Lucas, que se centra más y describe mejor que ningún otro el aspecto que aquí más nos interesa: que Cristo resucitó con un cuerpo auténtico, real y tangible5. El texto de Lucas dice así: “Mientras ellos estaban hablando de estas cosas, Jesús se puso en medio y les dijo: La paz esté con vosotros. Se llenaron de espanto y de miedo, pensando que veían un espíritu. Y les dijo: ¿Por qué os asustáis, y por qué admitís esos pensamientos en vuestros corazones? Mirad ms manos y mis pies: soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Y dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como no acababan de creer por la alegría y estaban llenos de admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Entonces ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Y lo tomó y se lo comió delante de ellos” (Lc, 24, 36-43) Jesús debe enfrentarse a dos obstáculos. Por un lado la turbación y el susto de los apóstoles ante su repentina e inesperada aparición. Por otro el peligro de que le consideren un espíritu, un fantasma, no Él mismo con su plena realidad corporal. Por eso se ve cómo en la escena Cristo va poco a poco. Primero les tranquiliza, saludándolos por dos veces con la fórmula usual entre los judíos, con el acento entrañable que en otras ocasiones pondría en ese saludo. ¡Cuántas veces lo habían oído antes, durante esos tres años, de esos mismos labios! Esas palabras amigables les muestran la condescendencia divina y disipan el temor y la vergüenza que tendrían 5
Esta escena también la narra San Juan, pero a Juan le interesa más señalar que fue en ese momento cuando Cristo instituyó el sacramento de la penitencia. No olvidemos que Lucas se dirige a los gentiles. Y le interesa un Cristo muy humano al alcance de todos y capaz de una salvación universal. Por eso también, al comienzo de los Hechos, reiterará las pruebas evidentes que da de estar vivo (Hch 1,3). Mientras que Juan, más “espiritual”, en esta misma escena deja caer que las puertas estaban cerradas, de modo que se vea que se trata de un cuerpo resucitado, de una naturaleza distinta a la que Jesús tenía antes del acontecimiento pascual.
ante su comportamiento desleal durante la Pasión. Ese ambiente de intimidad es el adecuado para que confíen en Él y puedan situarse ante la sorprendente realidad de su presencia resucitada. A partir de ahí Jesús les va dando pruebas más evidentes, más patentes, más palpables, de su realidad corporal. Cristo conoce las limitaciones que los hombres tenemos para creer, y va poco a poco. Sabe que, en esas circunstancias de modo especial, creer e tocar. El tacto, el sentido más basto, más pobre, es por eso mismo el último escalón en el ser pero el primero lógicamente en el conocer la realidad material6. Jesús lleva pues la conversación por un plano inclinado. Primero les anima a mirar sus manos y sus pies (que mostraban sus llagas); luego a tocarlas (para comprender que un espíritu no tiene carne y huesos como Él). Pero, como era de esperar, no es suficiente. La alegría, la admiración… les impide acabar de darse cuenta de lo que ocurre. Es entonces cuando Cristo emplea la prueba definitiva, aquello que les hará aceptar sin atisbo de dudas la realidad de su cuerpo: la comida. “¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Y lo tomó y se lo comió delante de ellos” (Lc, 24, 41.42)
Sublimar el acto de comer y beber En realidad, el cuerpo resucitado es impasible y no necesita por tanto de alimentos para nutrirse. Pero así es como logra Jesús confirmar a los discípulos en la verdad de su Resurrección, comiendo y bebiendo con ellos como hombre que es. La necesidad más fisiológica (para un cuerpo como el nuestro tan necesitado de alimento) será su prueba física más elocuente (para un espíritu también como el nuestro tan necesitado del alimento de la fe). ¿Qué nos dice pues todo esto? Que con su Resurrección, Jesucristo no sustituye su Santísima Humanidad, sino que la sublima. Y no sólo la suya, sino toda la realidad corporal ¿Hasta las necesidades más básicas, como la comida y la bebida? Sobre todo las realidades más básicas, aquellas que nos hacen más humanos, aquellas que podemos compartir incluso con el resto de la naturaleza creada. Pero con la gran diferencia (privilegio, don) de poder hacer de ellas un encuentro con Cristo.
6
De hecho, San Juan recoge a continuación la escena de Tomás, que no estaba en ese momento con los demás y no pudo tocarle como los otros. Cuando, ocho días después se aparece, esto es lo que pide para poder creer: “si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré (Jn, 20,25). El Señor se lo reprochará después, pero le comprenderá.
“Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios”, dirá San Pablo. Huir del peligro de llevar una vida desencarnada, dirá San Josemaría. Comprender que para ser humano, comer y beber debe ser también un acto cristiano. Desde la Resurrección de Cristo ninguna persona puede comer y beber como antes. Deberá hacerlo por Cristo (ofreciendo esa comida), con Cristo (compartiéndola con sus hermanos los hombres) y en Cristo (siendo, él mismo, Cristo que come). Y haciéndolo así da constante testimonio de la Resurrección de Cristo y de su propia resurrección en cuerpo y alma.
Altaviana, 1 de mayo de 2014