Teoría de la evolución: ciencia e ideología (6). Complejidad irreducible, diseño inteligente, creacionismo

Teoría de la evolución: ciencia e ideología (6). Complejidad irreducible, diseño inteligente, creacionismo. FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2005; 9(1) Ferna

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Teoría de la evolución: ciencia e ideología (6). Complejidad irreducible, diseño inteligente, creacionismo. FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2005; 9(1)

Fernando Ruiz Rey. Psiquiatra Raleigh, NC. USA E-mail: [email protected]

Los elementos básicos de la teoría de la evolución darwiniana: ocurrencia de variaciones espontáneas y principio de selección natural, se han aplicando a distintos aspectos de la evolución de los seres orgánicos; en este proceso, las teorías colaterales de apoyo, necesarias para el funcionamiento explicativo de la doctrina, han variado de acuerdo al progreso de las disciplinas de las que forman parte. La genética es, sin duda, una de las disciplinas más significativas para la doctrina darwiniana, en tanto que es la que estudia las fuentes y los mecanismos de la ocurrencia de las variaciones, fundamentales para que se haga vigente el principio de selección natural. No es sorprendente entonces, constatar que los énfasis de la doctrina se han desplazado, siguiendo los hallazgos experimentales y las posibilidades teóricas de las teorías anexas, sin perder la constante referencia a la selección natural, que da el sello darwiniano a la doctrina, tomándose frecuentemente por dadas, las variaciones oportunas. Como los elementos básicos de la doctrina darwiniana necesitan de la presencia de teorías auxiliares y se aplica a distintos aspectos del proceso de la vida orgánica, la doctrina de la evolución darwiniana se puede descomponer en diversos segmentos teóricos, como la teoría de la evolución propiamente tal, la teoría de la descendencia de un ancestro común, la teoría de la diversificación de las especies, la teoría del gradualismo, etc. (1) Por esta complejidad, algunos autores prefieren describir la doctrina, como un programa de investigación complejo y cambiante. No es posible tampoco, construir modelos simples de la evolución y, menos aún, corroborarlos, dado que su objeto es primariamente histórico; todos los cambios a los que se refiere la evolución han ocurrido en tiempos remotos de los cuales solo tenemos evidencia indirecta en vestigios de fósiles y estudios de similitudes y de diferencias estructurales sistemáticas de los seres vivientes; la geología colabora con evidencias parciales y con su propias hipótesis y teorías. Los modelos matemáticos y computacionales construidos desde algunas áreas de la doctrina, principalmente en relación a la genética -particularmente la genética de poblaciones-, parten de supuestos que son precisamente esenciales de la teoría general que se propone probar y solo toman en consideración algunos aspectos abstractos del proceso que intentan explicar. Franklin J (2), escribe en relación a lo dicho: “no hay controversia en aseverar que el darwinismo es una teoría lógicamente compleja, y que sus relaciones con la evidencia empírica es distante y multifacética. Uno no observa directamente las variaciones genéticas al azar que llevan a la evolución de las especies, ni siquiera las variaciones continuas en el registro de fósiles, sino que se debe recurrir a argumentos sutiles para la mejor explicación, partiendo de variedades a especies y, así en adelante. El vigor, o lo que sea, de estos argumentos, individual o colectivamente, es puramente una cuestión de lógica.” Pero parece que la lógica empleada en la defensa de la doctrina como una totalidad explicativa de la evolución de la vida en el planeta, no resulta compulsiva, ni convincente. Por lo contrario, se ha señalado que los recursos ad hoc empleados para acomodar las dificultades observacionales y teóricas de este proceso explicativo, debilitan la doctrina y la convierten en una teoría que lo explica todo, con la implicación que, de este modo, en realidad, no se explica nada o, muy poco. La teoría de la evolución darwiniana es en rigor una teoría explicativa retrospectiva. Los experimentos conducidos en laboratorios en tiempo presente, con organismos menores como, virus, bacterias e, incluso moscas drosófilas, que se reproducen en cortos periodos de tiempo, permitiendo estudiar varias generaciones y explorar posibilidades evolutivas, han dado resultados muy limitados, como son: la adquisición de resistencia a los antibióticos por las bacterias, la cutícula protectora de los virus para los efectos del sistema inmunitario, los cambios de color en polillas, etc. No hay evidencia experimental sólida que muestre cambios (mutaciones) definitivos conducentes a nuevas especies. Pretender, en base a estos resultados de laboratorio, proyectar como altamente posible la posibilidad de la ocurrencia de mutaciones favorables y progresivas que permitan a la

selección natural modelar el árbol evolutivo de la vida en su totalidad, no resulta plenamente convincente, ni satisfactoria. Por otro lado, tampoco los estudios morfológicos de las especies y variedades ofrecen pruebas definitivas que convenzan a todos los naturalistas de la vialidad de la evolución darwiniana, Esto no significa que la mayoría de los estudiosos del tema, no concuerden en sostener que la hipótesis de la evolución es razonable, pero que aún no se tienen datos sólidos para postular el mecanismo fundamental de cómo esto ha ocurrido. La teoría de la evolución es una hipótesis aceptada por la mayoría de los naturalistas y biólogos, puesto que existen numerosas observaciones (morfológicas, embriológicas y experimentales) que la convierten en una hipótesis posible. Los estudios morfológicos: órganos homólogos y análogos, órganos rudimentarios, estudios inmunológicos con antígenos, etc., muestran que los seres orgánicos, con toda su diversidad, presentan aparentes conexiones y áreas de similitud, lo que da la impresión que podría haber un proceso de evolución entre estas diversas formas vivientes. El hallazgo del Archaeopteryx, un fósil con aspectos que corresponden a las de las aves y aspectos que corresponden a los reptiles, se consideró inicialmente -luego se descartó- como un eslabón -una especie intermedia-entre las aves y los reptiles, que parecía dar un fuerte apoyo a la evolución darwiniana (9) Sin embargo, y en rigor, no se conocen los detalles bioquímicos y microbiológicos de esta progresión evolutiva.

No obstante las dificultades señaladas, y curiosamente, la doctrina de la evolución darwiniana goza de considerable popularidad y ejerce gran presión intelectual, no solo en el ámbito de las ciencias biológicas, sino que también, en otras disciplinas como, la sociología, la psicología e, incluso, la psiquiatría. Sin embargo, no todos los pensadores actuales se sienten totalmente seducidos por esta teoría, así por ejemplo, tenemos intelectuales que se podría pensar que estuvieran inclinados a aceptar su validez, como Noan Chomsky del MIT, que se manifiesta escéptico de cualquier explicación darwiniana del lenguaje, aunque considera las capacidades lingüísticas como innatas y, el filósofo Jerry Fodor, proponente del acercamiento materialista a la mente, que se resiste a cualquier intento de entender nuestro trabajo cognitivo en términos de selección natural. (3) Sin duda, la teoría de la evolución darwiniana gozó casi desde su comienzo, de una creciente aceptación y capacidad de seducción. Este atractivo se ha atribuido a la economía de los principios propuestos para explicar el proceso evolutivo: selección natural y variaciones al azar; y a la manera como están formulados, esto es, son una explicación materialista y mecanicista, expresados en forma lógica y sencilla, operando automáticamente. Es sencilla, porque unifica todos los fenómenos relevantes con una hipótesis (doble: selección natural y variaciones favorables) concebida en términos simples de existencia o de no existencia. Y es automática, porque las variaciones ocurren al azar, sin control, ni orden, cernidas por una condición natural, inevitable y ciega: la selección natural. (4) Como es fácil apreciar, la teoría sigue los pasos de la altamente exitosa mecánica newtoniana que en el siglo XIX gozaba de vigor y prestigio en el ámbito de las ciencias. Pero, también en esta sencillez, radica su limitación para describir los fenómenos biológicos -para no mencionar lo psicológico y lo cultural-, los dos principios entran en dificultades al tener que describir las formas y estructuras biológicas y, como señala Grene M (24), otras categorías de organización se filtran en la doctrina para este propósito. Esta autora argumenta que en biología, se requiere un acercamiento complementario que incluya diversos elementos explicativos, no solo dos como en el darwinismo tradicional, y es prueba de esta situación, la necesidad de emplear muchas teorías e hipótesis accesorias que ayuden a la aplicación de los principios básicos de la doctrina, a los diversos fenómenos que intenta explicar. La teoría de Darwin se nutrió del ambiente cultural de su época y, a su vez, pasó a integrarse con él al responder a las concepciones y valores que se desarrollaban en ese entonces. La fe en la ciencia como respuesta a las interrogantes que acosan la existencia del ser humano, la idea de progreso y evolución histórico-social, el liberalismo económico y el individualismo que encontraron eco en el darwinismo social, el debilitamiento de algunas concepciones religiosas rígidas ante el creciente empuje del racionalismo y elnaturalismo. El ambiente era propicio para la aceptación de la teoría darwiniana que se erigía como puramente científica y objetiva, y daba cabida y justificación, a una dinámica social de competencia y lucha, con poca o, sin ninguna, consideración a los caídos en la pobreza y en la marginación social. (5) Las circunstancias han cambiado, la ciencia como tal ha tomado un rol más humilde, aún reconociéndose sus impresionantes logros; el liberalismo económico desconsiderado y sin control, así como el darwinismo social simple, se condenan públicamente; e, incluso, el relativismo cultural en versiones y grados diferentes, encuentra cabida en algunos círculos intelectuales. Sin embargo, todavía la doctrina de la evolución darwiniana parece gozar de prestigio y fuerza más allá de la ciencia biológica misma, surgiendo figuras como Richard Dawkins y Daniel Dennett que la defienden con vigor y elocuencia, y elaboran proyecciones socio-culturales, teniéndola como base sólida e inconmovible. Darwin injertó al ser humano en el árbol de la evolución de los seres vivos de la Tierra, le otorgó un puesto cúspide, pero lo redujo a ser un mero producto natural. Las habilidades y gracias de este ser, han entonces de ser

explicadas desde la evolución, siguiendo los principios básicos que rigen este proceso: variaciones y selección natural. Darwin mismo elucubra en este sentido en The Descent of Man, y muchos otros autores lo han seguido haciendo desde entonces. Pero estas incursiones se alejan del campo biológico propiamente tal, para entrar en áreas especulativas más propias de otras disciplinas y, suelen hacerlo, envestidas del prestigio de la objetividad científica y de la racionalidad más pura; aceptan sin dificultades este reduccionismo materialista mecanicista que lo explica todo. En este sentido, cabe citar las declaraciones de Richard Dawkins (6), que aunque reconocido darwinista a ultranza y no representativo de todos los evolucionistas darwinianos, se puede considerar que verbaliza una consecuencia extrema de la doctrina de Darwin. Frente a las preguntas por la búsqueda de propósito y de sentido de la existencia humana y del Universo, Dawkins responde que estas preguntas no son “sensibles”, ni “legítimas”, y agrega, “pienso que no lo hay,...” No es difícil ver que una doctrina llevada a estas últimas consecuencias, no solo desborda los límites de la ciencia empírica, sino que postula una metafísica menesterosa y atrevida. Estas incursiones proponen una antropología de carácter darwiniano que encuentra, desde adherentes incondicionales a opositores acérrimos. Se debe reconocer que explicar y, realmente comprender satisfactoriamente, lo complejo como producto de lo simple, el orden como emergente del azar, la autonomía y la libertad como generada por lo funcionalmente mecánico y automático, no resulta fácil de aceptar para muchos que reflexionan sobre estos temas. No es sorprendente, por tanto, que frente a las pretensiones hiperbólicas del darwinismo surjan otras posiciones intelectuales nacidas en el seno mismo de la libertad del ser humano que el darwinismo jibariza. Los fundamentos metafísicos y metodológicos del darwinismo deberían ser revisados a la luz de las profundas transformaciones que sufren la física y la ciencia en general, con el advenimiento de las teorías de la relatividad y de la mecánica cuántica. Además, las reflexiones epistemológicas postpositivistas disuelven el marco rígido, objetivo y absoluto en el que pretendía operar la ciencia durante el modernismo, y enfatizan la reconstrucción histórica de la ciencia. Pero esta revisión no ocurre en el darwinismo, por el contrario, se observa en algunos sectores, un empecinamiento extemporáneo en la persistencia de dicha metafísica y metodología.

Michael Behe presentó en Darwin’s Black Box (7), una perspectiva bioquímica de las variaciones sobre las que trabaja la selección natural. Según este autor, las variaciones morfológicas en el fenotipo, especialmente en los órganos complejos -por pequeñas que sean-, involucran cambios mayúsculos a nivel bioquímico, que es el nivel donde se gestan las funciones vitales del organismo. Para Behe, entonces, la teoría de la evolución, para ser validada, debe ser capaz de mostrar las etapas sucesivas en la formación de los sistemas bioquímicos complejos, y explicar como se va pasando de una a otra. La mayoría, si no todas, las estructuras biológicas mayores -como el ojo-, consisten de acuerdo a Behe, en un conjunto discreto de sistemas. Cada uno de estos sistemas -retina, lente, sistema muscular ocular y lagrimal, etc.-pueden funcionar, en alguna medida y forma por si mismos, independientemente; la integración de estos sistemas genera una función óptima. Behe sostiene que estos sistemas tienen una “complejidad irreducible”, esto es, funcionan, porque todos sus componentes contribuyen a la operación básica que realiza el sistema, si falta una parte, simplemente no funciona. De tal manera que, por definición, resulta inconcebible que cualquier precursor de un sistema pueda funcionar, ya que siendo precursor, no posee todos los componentes necesarios (está en evolución, incompleto, agregándose partes) y, por tanto, si no funciona, no puede ser elegido por la selección natural. El sistema tendría que haberse generado de una vez para poder entrar a la selección natural. El análisis de un sistema irreducible nos muestra que sus partes deben estar inter relacionadas de una manera determinada para que se produzca la función óptima, por lo que cada parte, o componente de este sistema, tiene a su vez, que estar formado y funcionar de una manera adecuada. En los sistemas biológicos estos componentes están constituidos por grupos celulares, siendo las células por si mismas, sistemas irreducibles, pero, aún en el interior de estas, encontramos integrados sistemas para ejecutar funciones diferentes: estructura celular, comunicación intra-celular, transporte interno, etc. El sistema biológico es un sistema de sistemas fina y apropiadamente integrados; según Behe, es este el nivel -estructural-funcional-, donde se debe entender y comprobar, la doctrina de la evolución darwiniana. El estudio de un sistema irreducible requiere que conozcamos sus componentes e integración funcional, y aquí se enfrentan dificultades, porque numerosos aspectos de estos sistemas nos son desconocidos. Sin embargo, hay sistemas bioquímicos que, de acuerdo a Behe, conocemos suficientemente bien y podemos estudiarlos. Behe analiza varios sistemas funcionales, como los cilios y flagelo bacterianos, el sistema de coagulación sanguíneo, etc. y destaca la precisa organización estructural y funcional de estos sistemas que considera sistemas irreducibles. Behe señala que si se especula en los posibles pasos de formación evolutiva del sistema de la coagulación sanguínea, por ejemplo, y se consideran las cualidades concretas de las distintas y numerosas

proteínas envueltas en este complejo sistema, la aparición de ellas como mutaciones de los genes disponibles, tomaría una cantidad de tiempo que rebalsa la edad del universo. Pero la objeción mayor a la posibilidad evolutiva de este tipo de sistemas, es que las proteínas deben aparecer una a una, paso a paso, pero el sistema no funciona hasta que unos cuantos pasos se hayan producido. Esta situación implica que las primeras proteínas aparecidas en este proceso evolutivo no tienen función, por lo que, de acuerdo con la teoría darwiniana misma, pueden ser fácilmente eliminadas por la selección natural. Behe empuja a la teoría de la evolución de un nivel macroscópico -variaciones morfológicas menores y gradualesa un nivel microscópico, en el que tiene que enfrentarse con la exquisita riqueza y complejidad de la vida, en términos bioquímicos. Es a este nivel en donde tiene que probar la vialidad de la hipótesis de cambios graduales y sucesivos capaces de explicar el surgimiento de los sistemas bioquímicos irreducibles y, también, de otros procesos bioquímicos complejos. Behe exige un lenguaje concreto, químico, rechaza términos genéricos o metafóricos. Es fácil vislumbrar que, si la teoría de la evolución darwiniana ya tenía problemas en explicar convincentemente el nivel macroscópico morfológico ahora, en la complejidad y concretidad bioquímica, los problemas se han hipertrofiado a tal punto, que Behe piensa que simplemente la teoría es incapaz de explicar coherentemente la emergencia evolutiva de los sistemas bioquímicos complejos. La estructura funcional de los sistemas biológicos irreducibles, conduce a Behe a considerarlos como diseños inteligentes. Nos dice Behe: “...-un diseño es evidente cuando un número separado de componentes interactuando están ordenados, de tal modo, que logran una función más allá de los componentes individuales.” (7. pág. 194) En un organismo no todos los sistemas son irreducibles, por tanto, no todos los sistemas son diseños; la identificación de un diseño no resulta sencilla, pero “entre mayor es la especificidad de los componentes interactuando requeridos para producir la función, mayor es nuestra confianza en la conclusión de diseño.” Un diseño, escribe Behe, puede y, de hecho, coexiste en los organismos junto con otras estructuras funcionales que no son originadas como sistemas irreducibles, sino que evolutivamente, ya sea por selección natural o, por mecanismos hereditarios varios. Por sus características de organización para conseguir un fin -una función-, un diseño implica una inteligencia que dispone y planifica un sistema para su debida operación, no necesariamente perfecta, pero óptima. Behe no va más allá, los datos científicos solo permiten inferir el diseño inteligente, pero la ciencia no tiene la evidencia para determinar la identidad del agente diseñador. Behe escribe: “Cuando una pregunta es demasiado difícil de contestar con inmediatez para la ciencia, esta la olvida feliz mientras investiga otras preguntas más accesibles. Si la filosofía y la teología quieren intentar hacerlo en el entre tanto, nosotros los científicos les debemos desear éxito, pero nos reservamos el derecho de retornar al asunto, cuando la ciencia tenga algo más que agregar.” (7. Pág. 251)

Behe reconoce que los científicos tradicionales se resisten a la perspectiva del diseño inteligente, sin embargo, para él, esta es una realidad derivada de las observaciones y del análisis de los sistemas irreducibles. Para Behe, hablar de una inteligencia creadora en la génesis de estos sistemas, no está reñida con la ciencia. Para el autor, esta resistencia se debe a una concepción arbitraria y estrecha de la actividad científica y, muy especialmente a prejuicios metafísicos que limitan el espectro de la ciencia a lo ‘natural’. Behe piensa, por el contrario, que la incorporación de esta nueva perspectiva en ciencia, es una muestra de creatividad y de apertura a nuevas hipótesis e investigaciones y, al mismo tiempo una llamada a analizar seriamente los datos observacionales básicos antes de proponer cualquier doctrina explicativa. La idea de diseño inteligente ha sido extensamente utilizada por un grupo de intelectuales y religiosos fundamentalistas que interpretan la Biblia en forma literal, sosteniendo que el mundo fue creado por Dios hace más o menos 10000 años. Estos creacionistas se han opuesto tenazmente a la doctrina evolutiva darwiniana y mantienen con sus adherentes una lucha política pública, encarnizada y sostenida. Se acusan mutuamente de proponer posiciones doctrinarias sin poseer evidencia científica, y de los argumentos pasan frecuentemente a las burlas y a los insultos. Esta inflamada polémica ha recalcado los aspectos ideológicos que acompañan al darwinismo desde su comienzo. Pero hay que señalar y recalcar, que los científicos que adhieren a la Teoría del Diseño Inteligente no participan de esta concepción religiosa fundamentalista. Incluso aceptan parcialmente la evolución y sostienen que el concepto de diseño emana de los hechos observacionales mismos; no se trata de un golpe de fuerza de tipo religioso, sino de una necesidad auténticamente científica. El concepto de diseño inteligente no es nuevo, ya el obispo William Paley la utilizó en tiempos de Darwin, pero no elaboró adecuadamente el concepto, y lo contaminó con elementos circunstanciales. Palley fue duramente criticado, pero la esencia del argumento -según Behe- no fue tocada, y él se encarga de rescatarlo y presentarlo en términos bioquímicos. El concepto de diseño plantea un desafío serio a los adherentes de la evolución paso a paso, pieza por pieza. Las voces levantadas en defensa del darwinismo, intentan explicar la graduación evolutiva de los procesos bioquímicos, apelando a una buena dosis de imaginación y de buena voluntad. Pero, en verdad, el desafío es realmente serio para la doctrina y, tal vez, el comentario de Jerry Coyne (8) en su revisión -muy

crítica- de Darwin’s Black Box ilustre la situación. Coyne escribe: “No hay duda que los procesos descritos por Behe son de una complejidad abismal y su evolución será difícil de desmarañar. Contrario a las estructuras anatómicas, cuya evolución puede trazarse con fósiles, la evolución bioquímica debe ser reconstruida a partir de organismos vivientes altamente evolucionados, y podríamos ser incapaces por siempre de visualizar los primeros proto-procesos [proto-pathways]. Pero no es válido, sin embargo, asumir que, porque un hombre no puede imaginar tales procesos, estos no hayan existido.” Aunque el tipo de argumento dado por Coyne pueda convencer a muchos de los ya adherentes a la teoría de la evolución darwiniana, no toca la lógica del concepto de diseño, apela a una rica imaginación y no ofrece datos biológicos científicos concretos. Además, las variaciones espontáneas y útiles son siempre un supuesto en este tipo de argumentos darwinianos y, que como hemos visto, no han sido empíricamente confirmadas. La teoría de la evolución darwiniana, por variaciones y selección natural, solo ha podido ser confirmada en escala menor en organismos poco complejos; la ‘especiación’ por variaciones y selección natural, dista mucho de haber sido corroborada. En consecuencia, aplicar la dinámica darwiniana a la totalidad de la vida en el planeta, incluyendo al hombre y sus atributos, carece de base empírica sólida y filosóficamente conduce a conclusiones difíciles de aceptar, además de divinizar a la materia. Los evolucionistas darwinianos defienden el carácter científico de su teoría señalando que, la astronomía, la geología, la arqueología y otras ciencias históricas, al igual que la macro evolución, validan sus hipótesis a través de experimentos naturales: confirman hipótesis si calzan con lo observable y esto conduce a predicciones válidas. (10) Dawkins defiende con pasión la evolución -y su versión- contra los creacionistas que sostienen que, tanto la doctrina darwiniana de la evolución, como la versión religiosa literal de la creación del mundo, no están al alcance de la verificación científica. Dawkins, sin embargo, insiste que la evolución está basada en evidencias, olvidando que los datos observacionales –evidencias- están, en buena medida, condicionados por la teoría de base. Pero no todos los darwinianos participan de la exaltación de Dawkins. Blackburn S (11), por ejemplo, propone cautela ante los excesos de la teoría, y sugiere que sería más prudente usar el darwinismo como marco de referencia dentro del que se formulen las preguntas adecuadas para someterlas al trabajo empírico. Blackburn también rechaza las especulaciones de los ‘ultra’ darwinistas y sociobiólogos, porque pueden dañar la doctrina básica con determinismos y modelos genéticos de la conducta humana, que restan vialidad a los principios darwinianos en el plano científico empírico. Como ya se ha señalado repetidamente en este trabajo, a pesar de las dificultades que encuentra la doctrina darwiniana a nivel biológico, muchos intelectuales afines a ella, intentan explicar toda la evolución de los seres vivos, incluyendo las gracias y dotes del ser humano; de este modo, se alejan peligrosamente del terreno científico (aún considerando la ciencia como meramente explicativa: ciencia en una débil acepción). La doctrina se desliza del legítimo terreno científico, para caer en lo ideológico, en la elaboración de una doctrina especulativa del origen de la vida sobre el planeta, de la naturaleza del hombre y de la cultura.

Bibliografía 1. Hanes Joel. What is Darwinism? The Talk, Origins Archive. www.taltorigins.org/faqs/ darwinism.html 2. Franklin James. Stove’s Anti Darwinism. Royal http://www.royalinstitutephilosophy.org/articles/franklin_stove_stove.htm

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9. Weber Michael: Webmic’s Page. Vouchers for the evolution (descent). http: //tools.search.yahoo.com/language/translation/translatedPage2.php?lp=de_ 10. Wikipedia (2004). Evolution. en2.wikipedia.org/wiki/Evolution/ 11. Blackburn Simon. I Rather Think I Am a Darwinian royalinstitutephilosophy.org/articles/blacburn_darwinian.html.

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