FUNDAMENTOS CONCEPTUALES Y DIDÁCTICOS
EL PRINCIPIO DE UNIFORMIDAD (III).
EL PRESENTE: UNA APROXIMACIÓN AL NEOCATASTROFISMO The principle of uniformity (III). The present: an approach to new catastrophism.
Cándido Manuel García Cruz (*)
RESUMEN: Se realiza una breve aproximación la neocatastrofismo a través del análisis de algunos planteamientos de la Geología moderna, tales como el significado actual del presente, la noción de “eventos raros” y la consideración de las catástrofes naturales como importantes agentes modeladores de la superficie terrestre a lo largo del pasado geológico. Se considera así el neocatastrofismo una corriente metodológica más coherente con la realidad natural frente a la rigidez de los principios gradualistas. ABSTRACT: Through the analysis of some ideas of the modern Geology, such as the significance of the present nowadays, the notion of “rare events”, and the consideration of natural catastrophes as major agents in shaping the earth surface in the geological past, a brief approach to the new catastrophism has been done. This is considered as a methodological doctrine rather in line with the natural actuality than the rigidity of the gradualist principles. Palabras clave: neocatastrofismo, historia de la Geología, epistemología.
Keywords: new catastrophism, history of Geology, epistemology.
The history of any one part of the Earth, like the life of a soldier, consists of long periods of boredom and short periods of terror. DEREK INTRODUCCIÓN Entre 1997 y 1998 se celebraron en diversas ins-
tituciones científicas de ámbito anglosajón sesiones conmemorativas del bicentenario de la muerte de James Hutton (1726-1797) y del nacimiento de Char-
les Lyell (1797-1875). Las conferencias correspon-
dientes, tanto de la Geological Society (Londres), de
la Royal Society (Edimburgo), así como del encuentro anual de la American Geophysical Union (San
Francisco, Ca.), se han publicado en dos volúmenes
independientes (Blundell y Scott, 1998; Craig y
Hull, 1999). El título del primero de ellos –dedicado
a Lyell- no deja de ser bastante significativo: “Lyell: El pasado es la clave del presente”.
Este juego de palabras en relación con la máxi-
V. AGER (1973, p. 141)
to geológico, principalmente desde el siglo XIX: el catastrofismo y el actualismo-uniformitarismo.
La posible coherencia entre ambas tendencias
ya había sido señalada por diversos autores.
Tho-
mas H. Huxley, por ejemplo, en la segunda mitad del siglo pasado, consideraba que había que hacer una serie de “reformas necesarias” en la Geología
en tanto que eran a su vez imprescindibles para la
aceptación de la teoría de la evolución (Huxley, 1869). Unificando, así, por un lado, la fuerza su-
puesta al catastrofismo y, por otro, el tiempo atribuido al uniformitarismo, en ambos casos “prácti-
camente ilimitados”, no sólo no veía Huxley un
antagonismo entre las dos corrientes, sino que para
él las catástrofes podían ser una “parte esencial” de
la uniformidad. Un planteamiento parecido realizó
ma de Archibald Geikie (“El presente es la clave
también Goodchild (1896) distinguiendo catástrofes
visiones que la Geología confiere actualmente al
ción en el reposo. Asimismo, en las primeras déca-
del pasado”) refleja, en cierta medida, una de las
excepcionales junto a un gradualismo normal de ac-
pensamiento huttoniano-lyelliano. Sin embargo, se-
das de este siglo, Parks (1925) reconocía que el
con éste. La filosofía geológica actual propugna la
ba haciendo que la filosofía geológica del momento
han condicionado el enfrentamiento del pensamien-
expresado de varias formas, pero fundamentalmente
ría erróneo creer que se trata de una ruptura radical unificación de las dos corrientes fundamentales que
cuestionamiento del uniformitarismo lyelliano estase balancease hacia un catastrofismo más moderado
(*)Dpto de Ciencias de la Naturaleza (Biología y Geología), I.E.S. Mencey Acaymo, c/ Poeta Arístides Hernández Mora, s/n, 38500 Güímar, Tenerife. Correo electrónico:
[email protected].
Enseñanza Enseñanzade delas lasCiencias Cienciasde dela laTierra, Tierra,2000 2000(8.2) (8.2)99-107 I.S.S.N.: 1132-9157
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en cuanto al ritmo de los eventos. En última instan-
cia, este reencuentro en cierto sentido con las anti-
guas ideas reflejaba el hecho de que algunas de las conclusiones aceptadas en otra época no eran más que simples inferencias sujetas a revisión a la luz de
nuevas evidencias.
A pesar del “triunfo” de Lyell que hizo de su
ideas desembocarían en una visión gradualista, ata-
laya desde la cual se han contemplado casi todas las
explicaciones geológicas (García Cruz, 1999, 2000),
y que es imprescindible desmontar de su relación absoluta con el uniformitarismo.
Desechando totalmente la “hipótesis” de la inter-
vención divina en la historia natural, o lo que es
ideología la piedra fundamental de la Geología mo-
igual, de acuerdo con Gould (1993), si prescindimos
más de ciento cincuenta años. Sólo en las últimas
más severo y cuidadoso del registro geológico nos
derna, este debate realmente ha perdurado durante décadas se ha venido produciendo la integración casi global de ambas tendencias. Dicha integración
ha recibido la denominación de Neocatastrofismo.
Este término generalmente se le atribuye al paleon-
de los milagros como agentes causales, un análisis permite afirmar que en determinados momentos de
la historia de la tierra, en contra de lo sostenido por
el uniformitarismo sustantivo (gradualismo sensu
stricto), las condiciones materiales y la tasa de ac-
tólogo alemán Schindewolf (1963), aunque sin du-
tuación de los procesos –la energía implicada en los
(1959), en relación también con la paleontología, y
servación procedía inicialmente de la paleontología
da es mucho más antiguo; aparece ya en Stepanov
mucho antes en Price (1926), en el marco de una
Geología evolutiva, y es bastante probable que fue-
ra usado con anterioridad por otros autores. En algunos casos se ha preferido utilizar otras denomina-
ciones, como Catastrofismo actualista (Hsü, 1983), o Neouniformitarismo (Berggren y Couvering,
1984). También sería adecuado Puntuacionismo,
para Gretener (1984) más “neutral y preciso”, basa-
do en la alternativa al gradualismo evolutivo tal y como vienen sosteniendo Niels Eldredge y Stephen
J. Gould desde los años 1970. El término que suele
predominar, y el que usaremos aquí, es Neocatas-
trofismo, aunque para Newell (1967) éste resulta
inapropiado en cualquier contexto científico debido a una cierta connotación emocional que implicaría
calamidad y destrucción.
En esta tercera y última parte de nuestro trabajo
vamos a analizar algunas de las ideas que constitu-
yen los fundamentos de la corriente neocatastrofista
(véase, entre otros, Ager, 1973, 1993; Albritton,
mismos- han sido diferentes a las actuales. Esta ob-
y de la geomorfología, aunque hoy en día se puede
generalizar a todas las ciencias de la tierra, y obviamente poco tiene que ver con las ideas cataclísmicas
de Velikoskvy (1950, 1955) o Hapgood (1958).
Nos encontramos, pues, ante un hecho contun-
dente: a lo largo de la historia de nuestro planeta (o con mayor precisión, del sistema solar) no sólo han ocurrido diversos eventos catastróficos, sino que
éstos han tenido una influencia trascendental en la
evolución del modelado terrestre así como en el desarrollo de la biosfera. La aceptación de que el pla-
neta ha sufrido profundos cambios “no graduales” a
lo largo del pasado, nos obliga a realizar un análisis
epistemológico mucho más riguroso de diversas
cuestiones fundamentales para enfocar mejor la fi-
losofía geológica actual.
“Eventos raros” en Geología La historia de las ciencias nos enseña que, como
1989; Álvarez, 1997; Anguita, 1993; Berggren y
regla general, el mundo natural ha sido percibido de
1986; Palmer, 1994, 1998). El sentido primordial de
sobrenaturales de origen divino tipo diluvio univer-
Couvering, 1984; Clube, 1998; Huggett, 1990; Hsü,
esta reflexión es motivar un nuevo planteamiento
sobre la máxima de Archibald Geikie respecto de la
“clave” del pasado. Se analizará el concepto de “evento raro” en Geología,
lo que nos llevará a
discernir con toda claridad sobre lo que entendemos por hechos “probables” y hechos “posibles”. La re-
consideración del presente como “clave” del pasado
nos permitirá reconocer las restricciones que en este sentido debemos establecer partiendo de aquél. Se
incluyen además tres textos complementarios que
sirven de apoyo al texto principal.
una forma continua, a excepción de los “castigos”
sal. Consecuentemente, las discontinuidades han si-
do siempre, también como norma, mal recibidas por la comunidad científica, y su percepción e interpre-
tación han resultado altamente problemáticas
(Chadwick, 1977).
Durante muchas décadas, la inmensa mayoría
de los geólogos admitían que todas aquellas irregu-
laridades que se salieran de una interpretación gra-
dualista en el marco de las directrices lyellianas, estaban, sencillamente, prohibidas (Álvarez, 1997).
Una de las razones de semejante prohibición habría
que buscarlas con toda seguridad, de acuerdo con CONSIDERACIONES EPISTEMOLÓGICAS.
Gretener (1967, 1984) y Hsü (1986), en que, sobre todo durante los últimos dos siglos, se ha venido
De todos los aspectos metodológicos del pensa-
confundiendo lo que entendemos por improbable
han proporcionado una mayor rigidez, tal y como ya
nos como sinónimos. Y esto se ha producido dentro
miento actualista-uniformitarista, aquéllos que le señalaran algunos autores (entre otros, Gould, 1975,
1984, 1987; Hubbert, 1967; Rudwick, 1972), han si-
do básicamente los que se refieren, por un lado, a la uniformidad en la tasa de actuación de los procesos,
y, por otro, al estado de equilibrio en el que habría
permanecido la tierra a lo largo del tiempo. Ambas
100
con lo imposible, considerando, así, ambos térmi-
del marco general de la Geología moderna, en el que la filosofía predominante implicaba la negación de los fenómenos sobrenaturales como parte de la
intervención divina en la historia, tal y como se pre-
conizaba desde la física sagrada.
Habitualmente se ha catalogado como imposible
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 2000 (8.2)
todo aquello que es ajeno a nuestra propia experiencia histórica y escapa a la lógica, por lo que nunca
ha sido observado. Sin embargo, debemos hacer algunas consideraciones a este respecto con un ejem-
taríamos hablando, pues, de un hecho imposible. Por
lo tanto, la probabilidad de un suceso natural depen-
de del criterio o rango histórico-temporal en el que
encuadremos las observaciones. Si ampliamos o re-
plo muy elemental: el que un río nazca en el mar y
ducimos este criterio temporal para un determinado
evidentemente imposible. Sin embargo, no lo es tan-
pectivamente su probabilidad de ocurrencia. Hace
desemboque en la cima de una montaña es un hecho
suceso, veremos también ampliada o reducida res-
to por salirse de la propia experiencia observacional
casi medio siglo, en un interesante artículo en el que
turaleza, en este caso la ley de la gravedad. Este as-
pontánea, George Wald expresaba claramente esta
humana, sino porque contradice las leyes de la na-
pecto lógico no es otra cosa que la aplicación directa del uniformitarismo metodológico, que como hemos visto (García Cruz, 1998), ya desde la antigüedad
clásica ha considerado acertadamente que las leyes
se discutía el origen de la vida y la generación esidea de la siguiente forma: “Con suficiente tiempo,
lo ‘imposible’ se vuelve posible, lo posible probable, y lo probable virtualmente cierto. Sólo se tiene que esperar: el tiempo por sí solo hace los milagros”.
naturales son inmutables y, además, inmanentes a la
(Wald, 1954). En otras palabras: “Lo improbable
aquello –hecho, evento, fenómeno, proceso- que de
ficiente“ (Gretener, 1998, com. pers.). Así, pues, lo
existencia de la naturaleza misma. Por lo tanto, todo alguna forma contradiga las leyes naturales, forma parte de lo que llamamos imposible.
Ahora bien, en un marco analítico, imposible e
improbable no son sinónimos. Realmente nunca lo
han sido, aunque en el lenguaje habitual los utilice-
mos como tales. Nos referimos a un hecho improba-
NO es imposible con tal que se espere el tiempo suúnico que necesitamos es tiempo.
Por otro lado, en los últimos 4.000 años se han
producido ocho conjunciones planetarias importan-
tes. Sin embargo, no hay registro geológico de ca-
tástrofe alguna asociada gravitacionalmente con tales eventos astronómicos. ¿Podemos catalogar de
ble para señalar que sus posibilidades estadísticas
imposible o improbable la existencia de un cataclis-
más ocurrencias pertenecientes al espacio muestral
respuesta a esta pregunta depende de esta otra: de
favorables son muy pequeñas frente a todas las de-
del fenómeno estudiado. Además, no viola ley natu-
ral alguna, siendo por lo tanto físicamente posible.
Se trata, pues, de discontinuidades en el registro con una probabilidad favorable más bien escasa. A esto
es a lo que también se denomina “evento raro”, y
que respecto de las Ciencias de la Naturaleza se puede definir como un “espasmo, episodio o puntuación
con una tasa muy baja de aparición, y que ha tenido lugar, como mucho, unas cuantas veces en la historia de la
Tierra”1
(Gretener, 1967, 1977, 1984).
En el caso general de las ciencias, particular-
mente en las históricas, como es la Geología, o en Astronomía, la probabilidad de un suceso también
está condicionado por un criterio temporal del que
depende directamente el espacio muestral. Analice-
mos un ejemplo que afecta a nuestra historia y a la
del Sistema Solar. Una conjunción entre varios pla-
netas, como la ocurrida el pasado 5 de Mayo de
2000 entre Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno
y la Luna, es un hecho que tiene lugar una vez cada
varios milenios (el caso anterior fue el 26 de Febrero
de 1953 a.C., registrado en China durante la dinastía
Shian). Por lo tanto, el alineamiento de estos astros
es evidentemente un acontecimiento muy improba-
ble. También está claro que si reducimos la historia de las observaciones astronómicas al período com-
prendido,
admitiendo
un
criterio
temporal
arbitrario, por ejemplo entre abril/1953 a.C. y
abril/2000 d.C. (período en el que no se ha dado tal
conjunción), no existiría experiencia observacional
al respecto. Si, además, no dispusiéramos de las le-
yes de la mecánica celeste y careciésemos por lo
tanto de su carácter predictivo, nos encontraríamos
con que la probabilidad de tal evento sería nula. Es-
mo en función de las conjunciones planetarias? La
todas las leyes naturales conocidas ¿hay alguna que
relacione conjunción con catástrofe? Es obvio que
no existe argumento científico alguno que permita
establecer tal relación, por lo que estamos ante un
hecho imposible.
Tras las huellas de Auguste Dupin y Sherlock Holmes
La interpretación de un fenómeno geológico
se asemeja en gran medida a la resolución de un
enigma detectivesco: en ambos casos, los inves-
tigadores llegan tarde al escenario de los hechos, y consecuentemente sólo disponen de pruebas
circunstanciales. Esta similitud nos permite in-
cluir aquí algunos “planteamientos epistemológicos” cuya validez geológica, y en particular para
el neocatastrofismo, es del todo llamativa, en especial si tenemos en cuenta que tienen un origen meramente literario. Han sido extraídos, como no podía ser de otra forma, de algunos relatos de
dos grandes maestros de la “circunstancialidad”: Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle.
Lo necesario consiste en saber qué se debe
observar. (Poe, 1841a, p. 420).
...justamente a través de esas desviaciones del plano ordinario de las cosas, la razón se abrirá paso, si ello es posible, en la búsqueda de la verdad. En investigaciones como la que ahora efectuamos no debería preguntarse tanto ‘qué ha ocurrido’, como ‘qué hay en lo ocurrido que no se parezca a nada ocurrido anteriormente. (Poe, 1841a, p. 438).
(1) En estos eventos raros no entran los llamados “eventos forteanos” que, obviamente, nada tienen que ver con el catastrofismo científico.
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 2000 (8.2)
101
Lo único que cabe hacer es probar que esas aparentes ‘imposibilidades’ no son tales en realidad. (Poe, 1841a, p. 441).
tos no es tanto: ‘¿Qué ha ocurrido?’, sino: ‘¿Qué hay en lo ocurrido que no se parece a nada de lo ocurrido anteriormente?’. (Poe,
1841b, p. 474).
La evidencia circunstancial el algo muy delicado... es posible, en apariencia, que indique directamente una cosa, pero si se cambia un poco el punto de vista, se puede ver que señala algo totalmente distinto con la misma intransigencia. (Doyle, 1891, p. 78). ...cuando has excluido lo imposible, quede lo que quede, aunque sea improbable, debe ser 2
34
en todos los océa-
ha repetido varias veces en el pasado geológico, influyendo, además, en diferentes crisis atmosfé-
...la verdadera pregunta en casos como és-
la verdad
en el contenido del isótopo S
nos, como la acaecida en el Proterozoico, y que se
. (Doyle, 1892, p. 268).
ricas y biológicas a escala planetaria; inmensas coladas de barro como la que procedente del Ne-
vado del Ruiz sepultó en 1985 la ciudad de Armero (Colombia), fenómeno que se había repetido
con anterioridad en tiempos “históricos” en 1595
y 1845; impactos de asteroides o cometas produ-
ciendo los cráteres correspondientes como la Cubeta de Azuara (Zaragoza) datada entre el Eoceno y el Mioceno, o el de Chicxulub (México) hace
unos 65 Ma; extinciones biológicas masivas como
las que modificaron significativamente la biota a finales del Ordovícico (440 Ma) o del Cretácico (65 Ma), por citar sólo dos de las más importan-
tes; erupciones volcánicas altamente explosivas
como las de Santorini (1650 a.C.) o Krakatoa
(1883 d.C.), entre otros muchos ejemplos, forman
parte de este tipo de eventos raros –afortunada-
Desde hace décadas y en el marco de la propia
mente para unos recién llegados como la especie
han venido haciendo propuestas de una seria consi-
sos concretos (como impactos o grandes deseca-
corriente actualista-uniformitarista, muchos autores deración sobre ciertos fenómenos muy improbables,
aunque posibles, como las catástrofes naturales. En
este sentido destaca de observación de Bülow
(1941): “... los fenómenos actuales son los mismos
que se han producido siempre y que, en el transcurso de largos períodos de tiempo, han ido modificando la fisonomía del Planeta sin necesidad de que se produjeran las grandes catástrofes universales. Una posición intermedia ocupa la ciencia de hoy en día, que concede a estas últimas cierta importancia dentro del actualismo, también innegable”. También Stokes (1966) se aproxima a la con-
cepción neocatastrofista. En su análisis de la “uni-
formidad de los cambios”, recuerda que esta ley no
humana- en la historia de la tierra. En algunos ca-
ciones-inundaciones) han empezado a ser consi-
derados seriamente por la comunidad científica en
las últimas décadas. Sin ir más lejos, se acaba de celebrar en Viena (9-12 Julio/2000) la “Impact
2000 Conference”, con el sugerente título: Catas-
trophic events and mass extinctions: Impacts and beyond; éste es el cuarto de una “serie informal” de encuentros que vienen desarrollándose desde 1981 para tratar sobre las implicaciones de las ca-
tástrofes globales.
Podríamos resumir esta nueva perspectiva me-
todológica con una frase avanzada hace casi tres décadas por Derek V. Ager, uno de los más importantes neocatastrofistas: “La historia de una parte de
es la única posible, y que sería falso afirmar que ex-
la Tierra, como la vida de un soldado, consta de
turales conocidos, probables y observables no bas-
de terror” (Ager, 1973).
cluye a todas las demás: “Cuando los procesos natan
para
dar
cuenta
de
las
circunstancias
existentes... debemos examinar otras alternativas, hasta las improbables si fuese necesario”. Terremotos de alta intensidad como los que
largos períodos de aburrimiento y cortos períodos
El presente como clave del pasado Las reconstrucciones que podemos hacer del pa-
afectan aproximadamente una vez cada 70-80
sado tomando como referencia el presente entrañan
des desecaciones como la que convirtió al Mar
gunos de sus aspectos más básicos.
años a la falla de San Andrés (California); gran-
Mediterráneo en un desierto de sal a finales del
Mioceno; voluminosos deslizamientos gravitacio-
nales como los que dieron lugar, hace varios mi-
les de años, a algunos valles en Canarias o Ha-
waii; inundaciones como la que devolvió, también a finales del Mioceno, su condición de mar a la
cuenca mediterránea, o la que provocó una inten-
sa e inusual erosión originando las llamadas “tie-
rras acanaladas” en la zona noroeste de EE.UU.
hace 12.000-15.000 años; dramáticas variaciones
una serie de dificultades que vamos a analizar en al-
Por un lado, no debemos olvidar que sólo el
presente es accesible mediante observaciones direc-
tas, y la inferencia hacia el pasado se realiza por analogía mediante modelos o métodos lógicos en
los que la información carece de un origen empírico. Por otro lado, cada momento de la historia de la tierra ha tenido unas condiciones que han sido lo
suficientemente características como para permitir una clara diferenciación, y a partir de ésta construir la columna cronoestratigráfica. Resulta evidente
(2) Según Green (1993, nota 268), una frase equivalente a ésta (“Excluye lo imposible, y lo que quede, aunque sea improbable, debe ser la verdad”) es atribuida a Auguste Dupin por el propio A.C. Doyle a través de un periódico en The Fate of the Evangeline (Doyle, 1885). Sin embargo, en ninguno de los tres relatos de E. A. Poe donde interviene el personaje de Dupin (Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y
102
La carta robada) aparece esta frase u otra parecida.
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 2000 (8.2)
que entre las condiciones actuales, existen aspectos
únicos o exclusivos, y por lo tanto nuestra época no puede considerarse como muestra representativa de
toda la historia geológica. Sin embargo, todas las
con una tasa de unas cuantas micras de espe-
sor por año. En la segunda hipótesis, las co-
rrientes de turbidez constituyen un tipo de
épocas tienen algo en común: la universalidad de
proceso de redistribución de materiales, tanto
mayoría de los procesos geológicos. Esto precisa-
avalanchas, flujos de barro, lahares de origen
entre el presente y el pasado. Pero hemos de tener
tran de lleno en el catastrofismo en tanto que
cambian las condiciones tanto en el espacio como
del orden incluso de horas (Allen, 1991), sien-
diferentes, pueden llegar a producir resultados dis-
nos”.
las leyes naturales y la atemporalidad de la gran
superficiales como subacuáticos, incluyendo
mente es lo que nos permite trasvasar información
glaciar o volcánico, etc. Estas corrientes en-
en cuenta siempre que si, como de hecho ocurre,
tienen un tiempo de actuación muy pequeño,
en el tiempo, unos mismos procesos, en contextos
do por lo tanto procesos “bruscos o repenti-
tintos.
Analizando el origen de estos materiales,
Gruza y Romanovskiy (1974) proporcionaron Las causas “actuales” en geología Un siglo después de la aparición del primer
volumen de los Principles of Geology de
Lyell, Cayeux (1930) afirmaba que “muchas Causas antiguas no tienen equivalente entre las Causas actuales” (p. 8). La prueba de esto
la extraía del análisis de diferentes depósitos
sedimentarios y de los fenómenos asociados,
como los fosfatos de cal, los minerales de hie-
rro oolíticos, el transporte de materiales pelágicos en medio nerítico, la dolomitización de la
creta en la cuenca de París, la consolidación
un ejemplo muy interesante en cuanto a la acep-
tación de la máxima de Archibald Geikie. Según Vassoyevich (1948), la época actual se ca-
racterizaba por el predominio de los depósitos de molasas, y hacía tiempo [225-570 Ma] que
había finalizado la última fase de sedimentación
del flysch. Si aplicásemos aquí directamente el principio del actualismo, ¿qué analogía del pre-
sente (causa “actual”) podríamos extrapolar hacia el pasado para explicar el origen del flysch?
“Este ejemplo ilustra, por un lado, una situación típica, cuando los geólogos intentan encontrar una solución única a un problema
submarina de sedimentos, la génesis de nódu-
conocido que tiene múltiples soluciones, y por
siones fundamentales dejaba subrayadas: por
información basada en el esquema de extrapo-
los calcáreos, entre otros muchos. Dos conclu-
un lado, que “la época actual se caracteriza
por el reposo de toda una serie de actividades que han jugado un gran papel en la formación de los sedimentos a lo largo del tiempo geológico” (p. 75), y por otro, que “es necesario reservar un lugar a las causas antiguas, a costa de las causas actuales, en el estudio de las formaciones sedimentarias de la corteza terrestre, si se quiere recurrir a todo el saber susceptible de proporcionarnos la comprensión”
otro, la limitación del concepto actualístico de lación directa al pasado” (Gruza y Romanovskiy, 1974, p. 171).
A pesar de todo, es probable que tanto la
afirmación de Vassoyevich como el ejemplo
propuesto no se ajusten actualmente a la reali-
dad, aunque para asegurarnos de esto haría falta
una valoración global de los procesos sedimen-
tarios a escala planetaria, tanto en el espacio co-
mo en el tiempo (Gisbert, 2000, com. pers.).
(p. 80). En este mismo sentido, el flysch nos sirve
para valorar también las causas “actuales”. Se
trata de un tipo de sedimento descubierto inicialmente en los Alpes suizos a principios de la
Así, pues, ¿es factible el seguir considerando el
presente como la “clave” del pasado?
Para no caer en el mismo dogmatismo restricti-
década de 1940, y cuya distribución afecta en
vo como ya ocurriera en épocas pretéritas, no nos
formación sedimentaria sintectónica, en su gran
principio.
realidad a todo el planeta. Se define como una
mayoría de edad paleozoica, de miles de metros
de potencia, constituida esencialmente por ma-
teriales arcillosos (lutitas, areniscas), erosionados y deformados en las últimas etapas de la
orogenia, y que se presentan en estratificación graduada.
Para explicar su origen existen dos grupos
enfrentados: los que admiten la hipótesis de la
oscilación, y los que afirman que se formó
mediante corrientes de turbidez. En el primer
caso, se trataría de una explicación actualista
clásica, en la que la sedimentación de los ma-
teriales se realiza de forma lenta y gradual,
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 2000 (8.2)
atreveríamos nosotros a negar la validez de este
Más aún: Gonçalves (1999, com. pers.) ha lla-
mado mi atención sobre el hecho de que un cambio en la retórica permitiría estar absolutamente de
acuerdo con el actualismo, en especial si atendemos al enfoque metodológico que dieron en su momento Gruza y Romanovskiy (1974), para los que el ac-
tualismo trabaja fundamentalmente con informacio-
nes y no con procesos.
Sin embargo, siguiendo con nuestra aproxima-
ción al neocatastrofismo, es necesario realizar algunas reflexiones imprescindibles que nos van a pro-
porcionar una nueva perspectiva con la que ampliar el rígido criterio ontológico lyelliano de las causas
103
3
actuales . Esta ampliación se hace imprescindible
ya que, como señaló Kloosterman (1975), “el ac-
tualismo como método está en función de nuestra ignorancia y de nuestros prejuicios, y sólo es aplicable a un restringido número de fenómenos”. La intransigencia y la aplicación indiscrimina-
da y acrítica de las ideas actualistas-uniformitaristas ha motivado, entre otras cosas, que el descubrimiento del tiempo profundo haya pasado algo así
como “inadvertido” para algunos autores. En con-
secuencia, éstos han continuado considerando, de
un modo digamos “inconsciente”, diferentes even-
tos geológicos a una escala temporal exclusiva-
mente humana. Aplican así el gradualismo de una forma estricta, y aunque resulte paradójico, para
Couvering (1984) con esta actitud se está negando
la validez de la lógica uniformitarista a los eventos que caen fuera del marco de referencia humano.
No obstante, como ya vimos anteriormente en al-
gunos ejemplos, han existido procesos, fenómenos
o eventos que no forman parte de las observaciones
actuales, abarcando entre éstas incluso los varios miles de años que representan nuestra Historia.
Pero si enmarcamos, ineludiblemente, la escala
temporal humana en la dimensión real del tiempo geológico, todo aquello que se salga del cuerpo obser-
vacional de la humanidad actual no significa que ten-
ga que ser excluido de otros momentos de la historia
de la Tierra. En otras palabras: el análisis del presente nos proporciona exclusivamente una visión parcial
respecto del pasado geológico. Esa parcialidad o ca-
rácter incompleto fue definido por Gretener (1984)
con toda claridad utilizando una analogía en el mis-
mo sentido que Geikie: “el estudio del presente ofrece una visión de ojo de cerradura del pasado”. Por
lo tanto, todo lo acontecido en épocas pasadas no va
a estar al alcance del observador, y éste debe ser ca-
paz de dilucidar qué es lo que ha ocurrido realmente.
Pero no olvidemos, con una nueva perspectiva como
ésta, que nos encontramos doblemente condiciona-
dos en las observaciones geológicas.
De una parte, estamos supeditados a la propia na-
turaleza del registro geológico (Ager, 1973, 1976,
1984; Jablonski, 1999; Loon, 1999; Shaw, 1987).
Desde que se empezaron a reconstruir los ambientes sedimentarios se vio que este registro muestra numerosos cambios repentinos que afectan tanto a su litología como al contenido fósil. Y más que la excepción,
esto parece ser la regla. De hecho, la cronoestratigrafía
está basada precisamente en esta característica. Tales
cambios se interpretan actualmente, por un lado, como
el resultado de cambios ambientales y paleoclimáti-
cos, pero también, por otro lado, pueden reflejar hiatos
o lagunas en la sucesión estratigráfica. Tales hiatos se deben a la erosión de los materiales con posterioridad a la fase de sedimentación, o a espacios de tiempo en los que no hubo tal fase.
Así, pues, nos encontramos con un registro geo-
lógico fragmentario o incompleto, pero que, en mu-
chas ocasiones, por otro lado difíciles de evaluar, es
un registro cuya interpretación puede alejarse, sin el
más pequeño temor a la incoherencia, de todo supuesto gradualismo. Las consideraciones actuales
sobre el registro fósil apuntan casi indefectiblemen-
te hacia grandes perturbaciones ambientales a las
que tuvo que responder la biosfera y que han quedado plasmadas en dicho registro. Esto ha hecho
que la Paleontología, actualmente, de acuerdo con Jablonski (1999), posea un grado de interdisciplina-
riedad superior al que ha alcanzado a lo largo de to-
da su historia.
Por otra parte, raramente nos convertimos en es-
pectadores de los fenómenos en cuestión. Conse-
cuentemente, en la gran mayoría de los casos, puesto que “llegamos con millones de años de retraso al
escenario de los hechos” (Anguita, 1982), sólo se manejan datos o pruebas circunstanciales que se
han de interpretar, y esta interpretación siempre va
a depender del marco de referencia en el que nos si-
tuemos. Veamos dos ejemplos. En primer lugar, en
el frontispicio del volumen I de sus Principles of
Geology, Lyell (1830) mostraba las ruinas del Tem-
plo de Serapis en Puzzuoli, cerca de Nápoles. La interpretación que se hacía sobre las perforaciones re-
alizadas
por
los
moluscos
en
las
columnas
presentan estas ruinas como ejemplo característico
de un fenómeno lento y gradual que afectó al hun-
dimiento y elevación del terreno. Sin embargo, es
posible también efectuar una interpretación neoca-
tastrofista sobre la misma observación, ya que, de
acuerdo con Ager (1989, 1993), el nivel de las
aguas pudo haber cambiado de una forma bastante
rápida y consecuentemente catastrófica.
Para el segundo ejemplo podemos traer a cola-
ción el comienzo de un reciente artículo sobre in-
versión estratigráfica: “Diez geólogos observan un
afloramiento de estratos y realizan once interpretaciones (uno de ellos había cambiado de parecer), y todas se consideran igualmente válidas” (Cross y
Lessenger, 2000). Estos marcos de referencia, pre-
cisamente, constituyen el punto de partida de las grandes o pequeñas controversias geológicas que incluso pueden mantenerse durante siglos.
Finalmente, es imprescindible llamar la atención
sobre la trascendencia que tiene el “poder de resolu-
ción” en Geología, y que representa la capacidad pa-
ra discernir sobre las observaciones que se realizan.
Una de las tareas fundamentales en las Ciencias
de la Tierra, dentro de la reconstrucción del pasado,
es dilucidar cómo han sido los cambios en los diferentes ambientes sedimentarios y cuáles fueron los
procesos subyacentes que tuvieron lugar a lo largo del tiempo geológico. Una complejidad añadida a
estas reconstrucciones partiendo del presente queda
subrayada por la necesidad de tener que hacer una
referencia ineluctable al “poder resolutivo”. Y aquí,
como en toda reconstrucción histórica, el tiempo
(3) Después de haber publicado las dos primeras partes de este trabajo hemos encontrado que también Immnauel Kant, en su Psische Geographie (escrita en 1775 aunque publicada veintisiete años más tarde), se había adelantado a Hutton y Lyell en la aplicación de la idea de las causas actuales en Geología (Kant, 1802).
104
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 2000 (8.2)
juega un papel más que decisivo. Cuanto más nos alejamos del presente, más difi-
cultades existen para reconstruir el pasado. Esen-
cialmente por una razón obvia: los procesos naturales
que
actúan
sobre
las
rocas
borran
las
características originales de aquéllas como documentos del registro geológico y/o las sustituyen por
otras totalmente distintas. Por lo tanto, el aumento
en la perspectiva temporal se ve reflejado en una disminución en la objetividad, en el detalle y en la
fiabilidad de las interpretaciones, y consecuentemente de las reconstrucciones. Sobre todo si tene-
mos en cuenta que estas interpretaciones sobre el
pasado geológico pueden conducir a múltiples re-
construcciones, en las que van a influir, como he-
mos visto, numerosos factores (fiabilidad de los datos, perspectiva temporal, poder resolutivo, etc.). Eventos “repentinos” en geología En el marco del neocatastrofismo habría
que realizar algunas consideraciones importan-
tes precisamente en relación con el poder resolutivo en geología. Estamos habituados a ma-
nejar ideas, asumidas aparentemente como si fueran triviales, tales como cambios “bruscos”,
procesos “repentinos”, extinciones “súbitas”, y
otras con significados equivalentes aplicadas a
casos análogos, y que vienen a expresar una
“Mientras que una transición gradual en una secuencia de rocas recientes se puede interpretar como un cambio gradual en condiciones ambientales (por ejemplo, el clima), una situación similar (bajo condiciones idénticas) puede estar representada en rocas más antiguas por una transición litológica aparentemente repentina. ...un espacio de tiempo, digamos de mil años, debido a la perspectiva histórica, tiene significados distintos para el Holoceno y, por ejemplo, para el Carbonífero” (Loon, 1999, p. 212).
En el encuentro internacional que se cele-
bró en Estocolmo sobre el cambio climático
(Lundqvist et al., 1998), el término “repentino”
fue sentenciado a ocupar la posición modesta que se merece (Loon, 1999). Para este autor,
puesto que el poder de resolución influye en la
posibilidad de reconstruir el pasado geológico, no sólo no se le puede atribuir al término “re-
pentino” un significado absoluto, sino que care-
ce de significado en geología.
Se corre, pues, el riesgo de estar utilizan-
do, en la reconstrucción del pasado, un lenguaje
totalmente inadecuado si no se actúa con caute-
la, rigor y minuciosidad, llegando a expresar en ocasiones ideas manifiestamente erróneas o im-
precisas, cuando no dogmáticas.
condición ajena totalmente al gradualismo uni-
formitarista.
En este sentido, Loon (1999) ha señalado
el hecho fundamental de tener que definir el
significado que le hemos de dar esencialmente
el término “repentino”. La idea primaria que
poseemos al respecto es que hace referencia a
todo lo que se produce en un intervalo de tiem-
po pequeño, y por lo tanto se suele asociar de
inmediato con situaciones próximas al catastrofismo. Pero ¿cuál es el orden de magnitud
de dicho intervalo para aceptar que algo ha ocurrido de forma “súbita”? Aquí es precisa-
mente donde este término se ve afectado por el
poder de resolución. La propuesta que hace
Loon, del 0,1 por cien, parece ser una buena
estimación para datar algo con seguridad bajo una perspectiva histórica. Esto equivaldría, por
ejemplo, a 90 segundos respecto de un día, o 2 años considerando los últimos dos milenios de
la historia europea. Sin embargo, siguiendo
con la reflexión de Loon, esta seguridad disminuye el aumentar el tiempo, tanto de forma ab-
soluta como relativa. El ejemplo que propone
es del todo convincente: la edad de hielo del
Huroniano (hace 2.000 Ma) duró unos 2 Ma,
que se corresponde con el poder resolutivo dis-
cutido anteriormente, y es interpretada como
un evento “repentino”. Sin embargo, nadie se-
ría capaz de defender que todo el Pleistoceno, con la misma duración también de 2 Ma, en el
que se alternaron períodos glaciares e interglaciares, constituye un único evento repentino en
la historia de la tierra.
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 2000 (8.2)
VALORACIÓN EPISTEMOLÓGICA Y CONCLUSIÓN FINAL
Después de todas las ideas que se han ana-
lizado en los párrafos anteriores, podemos efectuar
una valoración epistemológica del neocatastrofismo
frente al actualismo-uniformitarismo (gradualismo sensu stricto). Desde que en el siglo XVII Francis Bacon
estableciera los fundamentos del positivismo inductivista, el empirismo ha condicionado la aceptación o el rechazo de todo lo que merecía formar parte de
la Filosofía Natural. El pensamiento huttoniano-lye-
lliano ha estado impregnado por esta corriente co-
mo es fácil ver en las interpretaciones uniformita-
ristas. Además, éstas sólo resultaban adecuadas, de
acuerdo con Laudan (1977), si se restringía, tal y
como hizo Lyell, su ontología al presente y a las
causas actuales. Hemos comentado anteriormente
que sólo el presente es accesible de forma empírica.
Esto ha hecho que, por regla general, se aceptara
como suficiente el que una interpretación geológica gradualista estuviera apoyada por la experiencia,
para confirmar la validez del principio de uniformi-
dad. Sin embargo, con esto realmente se ha estado
recurriendo, como ha resaltado Oldroyd (1971), a la
falacia de afirmación del consecuente. En otras palabras: una teoría no es necesariamente correcta
aunque tenga apoyos empíricos evidentes. Seamos
más precisos: una teoría puede tener algunas res-
tricciones o excepciones y por lo tanto no tiene por
qué ser siempre, bajo cualquier circunstancia, correcta. El Sistema Tolemaico, por ejemplo, posee
105
un fuerte apoyo empírico más que evidente: el sol
Ager, D.V. (1993). The New Catastrophism. Cam-
continúa saliendo todos los días por el este y se
bridge University Press, Cambridge.
esto realmente es así, le sugiero, además, lo intere-
earth history. Chapman & Hall, Londres.
co simple que realiza el balanceo del orto solar al
possible duration of turbidity currents. J. Sedim. Petrol.,
oculta por el oeste. Si alguien sigue creyendo que
sante que resultaría estudiar el movimiento armónicabo del año.
Considerando, así, estricta y rígidamente, el
presente como clave del pasado, en el actualismo-
uniformitarismo no han tenido cabida numerosas
propuestas observacionales, desechándose muchas
interpretaciones y reconstrucciones del pasado geológico, a pesar de ser mucho más rigurosas que las
uniformitaristas, por el simple hecho de salirse de la
corriente lyelliana, aunque nada tuvieran que ver
con la teología natural. Sin embargo, hemos de re-
conocer nuevamente que, en numerosas ocasiones,
el actualismo-uniformitarismo ha sido una herra-
mienta útil y eficaz para la reconstrucción del pasa-
do. Pero consideremos a este respecto dos ideas im-
portantes: la eficacia de una teoría no es suficiente
desde el punto de vista epistemológico para su
aceptación, en especial cuando se trata de excluir a todas las demás (Laudan, 1977). Por otro lado, he-
mos de tener en cuenta que toda evaluación debe
llevar implícito siempre un criterio de competencia.
De esta forma, si sometemos a comparación la efec-
tividad de las diferentes aproximaciones epistemo-
lógicas al conocimiento geológico, las considera-
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gren y Couvering (1984), pp. 3-5.
histórico-temporal, los eventos raros, la perspectiva
aceptación de las catástrofes naturales, la permisivi-
dad respecto del gradualismo, etc., podemos con-
cluir que el neocatastrofismo nos permite una mejor
comprensión del mundo natural, y hacen de él una
metodología mucho más rigurosa, más coherente y
bastante más eficaz que el mero uniformitarismo clásico, sin necesidad de excluir a éste.
Lo que parece estar claro para un buen número
de estudiosos de las ciencias de la tierra es que el ne-
ocatastrofismo no es una nueva forma de geopoesía.
Agradecimientos. Estoy en deuda con J. Gisbert
(Universidad de Zaragoza) por sus comentarios
siempre acertados. P.W. Gonçalves (Universidade de Campinas, Sao Paulo) me proporcionó algunas
referencias importantes y me hizo también valiosos comentarios sobre los aspectos históricos del actualismo. Las ideas sobre los “eventos raros” que me
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