TIEMPO DE LAS CIUDADANAS

TIEMPO DE LAS CIUDADANAS Ni la más desbordada fantasía permitió a las mujeres que comenzaron el siglo XX imaginarse cómo terminaría. Las pesadas faena

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TIEMPO DE LAS CIUDADANAS Ni la más desbordada fantasía permitió a las mujeres que comenzaron el siglo XX imaginarse cómo terminaría. Las pesadas faenas de antaño; de cuando se usaba leña, porque no había gas; de lavado a mano, porque no había lavadoras; hirviendo ropa porque no había productos químicos, se vieron tremendamente aligeradas en la mitad del siglo pasado en planchas eléctricas, lavadoras, aspiradoras, lavaplatos y refrigeradores. Un buen día nuestras madres fueron a la tienda y encontraron compresas y tampones, ¡qué maravilla! Los botones se vieron sustituidos por los sipers, apareció la foto en color y la moda de poder usar pantalones. Si la radio conectó a nuestras abuelas y madres con el mundo, la televisión, en los 60´s, las llevó y nos llevó a conocerlo en vivo. Aparecieron las secadoras de pelo, la olla Express, el tocadiscos y las medias de licra. Y también, y sumamente importante porque dio un giro a nuestra vida, la aparición de la píldora anticonceptiva, que llegó acompañada de cassete y laser, el primer microprocesador, los relojes de pilas y la calculadora de bolsillo. Finalmente, para cuando acordamos ya estábamos con nuestras hijas comprando en supermercados productos con código de barras y depilándonos con modernos instrumentos eléctricos. Muy contentas nos comunicamos hoy con videoteléfonos a color o mediante el correo electrónico. Cada uno de estos inventos provocó significativas oleadas de mejoría en la vida cotidiana de millones de mujeres. Por eso, no es de extrañar que irrumpiéramos masivamente almundodel empleo remunerado, que en vez de estudiar hasta la secundaria o prepa, hiciéramos la universidad, al menos mientras nos casábamos; que aprendiéramos a oponernos a decisiones autoritarias sobre la elección de marido o número de hijos que debíamos tener. Desde 1950 empezó a sentirse en el mundo una disminución de nacimientos, permitiendo a las esposas incorporarse a las actividades salariales o retrasar la concepción hasta la consolidación de su carrera.

Paralelamente comenzó a elevarse la cifra de mujeres que decidían vivir solas o se convertían en cabeza de familia luego de ver que ellas y sus hijos podían tener una vida libre de violencia o del alcoholismo de sus maridos y padres. No obstante, el avance no ha sido premiado como se merece. Las mujeres realizamos casi las dos terceras partes del trabajo mundial pero sólo recibimos la décima parte de sus ingresos. ¿Sabían que poseemos menos de la centésima parte de los bienes mundiales? Somos la gran mayoría entre los pobres del planeta y entre los analfabetas también, aunque las niñas muestran gran tesón para mantenerse en la escuela, reprueban menos y tienen que sacarlas a la fuerza pues no abandonan por propia voluntad. Muchas lecciones hemos aprendido en el camino del ejercicio de nuestra ciudadanía. Ahora sabemos que garantizar los derechos de las mujeres en leyes, convenios y tratados, no trae aparejado su automático respeto. Sabemos que podemos votar y ser votadas, pero ello no significa que los partidos incluyan siempre un suficiente número de mujeres en sus candidaturas. Y tampoco implica que absolutamente todas las mujeres en puestos de poder sean las mejores para desempeñar cargos de gran responsabilidad, si no se han preparado a fondo para ello. Aceptar la ciudadanía, ejercerla, implica sobre todo el derecho a elegir. ¿Pero a elegir qué?. Todo lo que mejore la vida propia conectada en la colectividad. Creo que como colectivo tenemos muchas ventajas. Uno de nuestros grandes saberes es la certeza de que la política debe estar al servicio de la vida. Esto ha sido demostrado en sucesivos movimientos ciudadanos con mayoría femenina. Un país como el nuestro está ávido de confianza, luego de sufrir por tantos años los muy cuestionables manejos de los políticos a la vieja usanza. Es preciso que las mujeres ayudemos a crear espacios de diálogo, de exigencia de rendición de cuentas, y también de enérgica condena a quienes confunden el cargo público con una licencia para hacer lo que se les viene en gana. Nos conmociona enterarnos diariamente demalos manejos, fraudes, obras prometidas que nunca se hicieron; nos indigna la chapucería y los robos en todas las órdenes. A este país le urge una amplia bocanada de transparencia, paz, honestidad y justicia social.

Las mujeres podemos abonar el terreno de confianza en donde crezcan tales virtudes, y no quedarnos con los brazos caídos y una mirada imponente ante la deshonestidad que campea entre servidores públicos y miembros de partidos políticos. Lo peor que podríamos hacer sería creer que debemos volver a encerrarnos en casa y dejar que el mundo ruede. Eso sólo empeoraría la situación. En días recientes he escuchado a mujeres decir que, ante el lastimoso panorama que ofrecen los medios de comunicación sobre la política, están pensando hacerse a un lado.Aellas y a otras que piensan de modo similar yo les digo que ese no es un buen camino para mejorar un país. Es seguro que los espacios abandonados por mujeres emprendedoras, creativas y honestas serán ocupados, a saber por quiénes!. No debemos rendirnos: hoy más que nunca debemos estar pendientes de lo que ocurre, ser propositivas, establecer lazos de confianza y tra- bajo con otras personas que reconozcan a la cosa pública como asunto de todos y de todas. En ambos casos, la vigilancia y el seguimiento ciudadano fiel de la balanza que permitirá a la sociedad calificar su actuación. En nuestro caso, estamos obligadas a reinventar la tarea de gobernar, a innovarla en serio. Existen testimonios históricos de lo que las mujeres hemos sido capaces de hacer cuando, juntas nos tomamos como propia la tarea de pensar y actuar en el mejoramiento de la vida. El reto en este siglo XXI es mostrar que, más allá de credos, filiaciones políticas o color de piel, podemos proponer nuevas formas de hacer política, definiendo conjuntamente estilos, maneras, programas, enfoques, agendas para gobernar de manera distinta. Eso nos fortalecería para impulsar una campaña a fondo que lleve a más mujeres honestas y preparadas a ocupar cargos de elección popular. El desafío que hoy enfrentamos las mujeres es mostrar que podemos hacer las cosas de modo diferente y hacerlo bien, tomando riesgos y a sabiendas de que viviéramos en casa de cristal, que a final de cuentas es la casa que habitan todas las personas que ejercen algún cargo público, aunque con frecuencia lo olviden. Los amplios movimientos ciudadanos han mostrado sus bondades cuando ha sido preciso. ¿No será este el momento de mostrar la fuerza de las personas que no están dispuestas a vivir en la desesperanza que provoca el deterioro de la vida política nacional?

¿No será este el momento de recuperar el valor y decir con voz alta, fuerte, recia que estamos dispuestas a trabajar por una política a favor de la vida, así, sin adjetivos ni banderas locales? En este milenio femenino, ¿seremos capaces de gobernar de un modo distinto al que hemos sufrido durante siglos? Yo creo que sí. Aunque apenas son un puñado, hoy diferentes mujeres que ocupan cargos de alta responsabilidad y la mayoría lo hace bien. Sería ingenuo asegurar que todas se desempeñan impecablemente, porque eso sería caer en el “mujerismo”, es decir, defender a las mujeres sólo por el hecho de serlo. Flaco favor nos haría suponer que nuestro género no tiene defectos ni comete errores. Hemos visto que algunas también fracasan y enrarecen el clima político, pues llegando al poder asumen las maneras de la vieja escuela, sostenida en un mezquino ejercicio de la política. Es lamentable, pero así es. ¿Estamos dispuestas a trabajar a fondo, a prepararnos a conciencia para tener algún día una presidenta de la República? Hoy se precisan cambios a fondo, y nosotras podemos hacerlos. Siglos de tener en nuestras manos la atención absoluta del bienestar humano nos han convertido en expertas para identificar lo prioritario, dando un golpe de timón a la maltrecha vida política mexicana. No lo olvidemos, somos ciudadanas de primera. Habitemos bien y responsablemente nuestro municipio, habitemos bien nuestro Estado y nuestro país que es México, y defendamos ese derecho mostrando nuestros saberes y nuestras capacidades, construyendo un mundo en donde todas y todos quepamos holgadamente. Y es por ello que son nuestros tiempos y sonmuy legítimos, y hemos ido ganando territorio y espacio en una ciudadanía y participación…entonces ¿por qué no tomar los cargos políticos de poder y e la toma de decisiones? De acuerdo con el informe presentado por México ante la Organización de Estado Americanos en 2002*: * Organización de Estados Americanos, Comisión Interamericana de Mujeres. XXXI Asamblea de Delegadas, Informe de México. Punta Cana, República Dominicana, 29-31 de Octubre de 2002. Durante la quincuagésima octava Legislatura (es decir, del 2000 al 2003) las mujeres ocupamos apenas el 15.6 por ciento de los escaños en la Cámara de Senadores y el 16 por ciento en la Cámara de Diputados. En el caso de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, la representación femenina fue más alta, pero ni siquiera se acercó a la equidad: resultó un discreto 28.8 por ciento.

El panorama no mejora cuando observamos la presencia femenina en puestos gubernamentales. Cierto es que para el año 2000 había un 30 por ciento de mujeres con mandos medios, superiores y homólogos, aunque en su mayoría resultaran ser jefas de departamento. En cantidad les seguían las subdirectoras de área y en la punta de esa pequeña pirámide sólo el 4 por ciento ocupaba puestos de mandos superiores (directoras adjuntas, directoras generales y coordinadoras generales). Un porcentaje similar ocupaban entonces las mujeres en el poder local (presidencias municipales, sindicaturas y regidurías). En la dirección de agrupaciones sindicales y sociales tampoco destacamos. Inclusive en industrias netamente femeninas como la del vestido, o en Teléfonos, los líderes son varones. Y ni qué decir de los partidos políticos. Aunque la situación ha mejorado notablemente en los últimos 15 años, para mayo del 2002 en la cúpula del PAN se registraba un 35 por ciento de mujeres, en la del PRD un 31.6 por ciento, y en la del PRI un escaso 13.8 por ciento, – siempre de acuerdo con los datos ofrecidos en el Informe a la OEA. En este panorama –sobra decirlo– la equidad de género brilla por su ausencia. Hoy quiero proponerles que, más que observar nuestro horizonte desde la carencia, lo observemos con la amplitud de miras a la que nos obliga este tercer milenio. “En momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”, solía decir el viejo Einstein, entendiendo por imaginación el ejercicio libre de la creatividad. ¿Les parece bien ir por este camino? Hace 50 años este tema reunión hubiera sido del todo impensable; nuestro género acababa de votar por vez primera en la historia mexicana, y las pocas mujeres que se dedicaban a la política o a la vida pública vivían desgarros interiores muy fuertes. Como muchas madres, la mía madre alcanzó a ver el nacimiento del siglo XXI, pero fue básicamente mujer del segundo milenio. La escolarización no fue su preocupación central, ni el trabajo asalariado o la carrera política, sino la familia. Su mundo fue el espacio doméstico, la crianza de hijos e hijas. Hasta el final de sus días se mostró orgullosa por ser reconocida como buena esposa, madre y ama de casa. Al mismo tiempo que ella elegía esa vida, otras de su edad ubicaban sus sueños fuera de la casa. El camino que eligieron fue igualmente arduo pues debieron partir de cero para hacerse un lugar en el mundo público, a veces combinando las tareas maternas y las domésticas con la profesionalización en su carrera; en otras desestimando la primera opción para alcanzar logros en la segunda. La elección consciente del propio camino siempre me ha merecido admiración, y por ello respeto profundamente ambas decisiones. Creo que de esos dos tipos de mujeres somos nosotras hijas.

Conformamos a esa tercera mujer, ciudadana del mundo, de la que habla Gilles Lipovetsky cuando se pregunta quiénes son estas que se plantan firmes buscando un espacio propio en donde quepan –al mismo tiempo– el amasado de pan y el estudio universitario; un patio florecido para solazarse con la familia y para celebrar una reunión política; el arrullo del bebé y la redacción de una iniciativa de ley. Incluso la conducción de un país. Como pueden observar, somos mujeres encabalgadas en dos siglos: el XX extraordinariamente fértil, el XXI con todo por crear. Sin duda es un privilegio que nos haya tocado cambio de siglo y de milenio. Si sabemos darle cauce y metas a nuestra formidable fuerza innovadora, estoy segura de que podríamos re-ubicar a LA PERSONA, al ser humano y su bienestar, como centro y referente de toda acción política. Hoy, a los modernos gobiernos de esta aldea global no les queda otra más que considerar con toda seriedad la fuerza de sus ciudadanas. En apenas 100 años hemos protagonizado la revolución social más importante después de la francesa y su hermoso lema de “igualdad, libertad, fraternidad”. Deben hacerlo, en principio, por elemental vergüenza; no hay persona de bien que niegue la profunda inequidad en la que hemos vivido respecto de cualquier varón, y en todos los órdenes. Hasta el hombre más marginado tendrá siempre una mujer aún más marginada a quien mandar, como si la sujeción femenina fuera con natural a la especie humana. Muchas lecciones hemos aprendido en el camino inaugurado por las bisabuelas sufragistas. La lección que en particular yo he aprendido, es que ser ciudadana de primera clase conlleva una seria responsabilidad: dialogar, proponer, concertar, escuchar al otro, a la otra, para establecer las condiciones óptimas del mundo en el que quiero vivir, y el que dejaré a mi hija y su futura familia. Sabemos que podemos votar y ser votadas, pero ello no significa que los partidos incluyan siempre un suficiente número de mujeres en sus candidaturas. Y tampoco implica que todas las mujeres en puestos de poder sean las mejores para desempeñar cargos de gran responsabilidad, si no se han preparado a fondo para ello. Es cierto que, inmersas en la lucha por la supervivencia, muchas mujeres tienen enormes dificultades para colaborar en la redefinición de las políticas que condicionan nuestras vidas. No obstante somos súper creativas en los ámbitos de actividad comunitaria. Y creo que este es precisamente el campo en el que se enraiza la verdadera democracia, en donde se comparte y reparte el poder tanto como sea posible en la búsqueda del beneficio colectivo. Finalmente es allí donde comienza la ciudadanía.

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