Tomás Ondarra, Bilbao (1963). Estudió Arte y Decoración y pintura. En 1984 comenzó

Tomás Ondarra, Bilbao (1963). Estudió Arte y Decoración y pintura. En 1984 comenzó a trabajar en La Gaceta del Norte, en 1986 pasó a El Correo y en 19

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Tomás Ondarra, Bilbao (1963). Estudió Arte y Decoración y pintura. En 1984 comenzó a trabajar en La Gaceta del Norte, en 1986 pasó a El Correo y en 1996 al periódico La Nación de Buenos Airres y desde 1999 es Redactor Jefe de Infografía e Ilustración del diario El País. Compagina su trabajo periodístico con la realización de cuadros e ilustraciones para libros, los últimos: Los cornetas del Apocalipsis de José María Izquierdo y A mí el pelotón de Patxo Unzueta. Su última exposición de pintura “La mar de mares” se presentó en Bilbao (2009) y Madrid (2010). Es autor de los blogs: eldibutomas.blogspot. com y desdemiarco.blogspot.com Jon Uriarte, Bilbao (1966). Comienza como colaborador en Radio Bilbao en 1985 y se incorpora a Radio Euskadi en 1986, donde dirige y presenta programas musicales, de humor y magazines. Colaboró en ETB desde 1994 hasta el año 2000. A partir de ese año entra como guionista de programas de TVE, Tele 5 y Antena 3. En 2004 se incorpora a Punto Radio en calidad de subdirector de todos los programas de Ramón García. Desde 2011 es subdirector de ‘Así son las mañanas de Ramón García en COPE ’ y colaborador de El Correo con su columnas semanales ‘Bilbainos con diptongo’, ‘El Piscolabis’ y ‘Pródigos de San Mamés’.

Liburu hau “Beti-betiko bilbotarra” izenburu duen erakusketa batekin doa. Tomas Ondarra marrazkilari eta irudigileak aurkezten dituen 82 irudietan hain material koloretsu anitza aurki daiteke, non segurutik bilbotarra ez dena ezbaiaren eta irribarrearen artean ibiliko den hala irudiek nola Jon Uriarteren testuek behin eta berriz nabarmentzen duten bilbotar identitatea ikusita. Eta, hala ere, bilbotar oroz gain sentitzen eta mundu guztiko edozein bazterretan bilbotar izateaz harro agertzen diren jendeentzat, irudiok (marrazki, argazki koloretsu eta ilustrazioak) eta eurotako kontakizunak euren bizitzaren eta memoriaren abc-aren osagai dira. Arrozezko pasteletik hasi eta erregina akrata eta jaizale (MariJaia) horrenganaino, zeinak zeharo maitemintzen duen futbol-zelai bati katedrala deitzen dion edo, adibidez, mundua Bilbo handiago bat besterik ez dela edo errusiarrak Bilbon “beti-betitik” elurrezko pastel batzuk direla pentsatzen duen hiri liberal bat. 82 ikono mende berri honetan zehar nabigatzen ari den hiri batentzat, betiere bakailaoa titanioarekin, lorezko txakur bat (Puppy) hormigoizko tigre batekin eta zirimiria fosteritoekin naturaltasunez batzen dakiena bera, aldi berean mundu zabalean zehar bere izena daraman baldosa bat zapal dezakeelarik edo bere-bere kolore bat, Bilbo-urdina, edo bereziki bilbotarra den letra-moldea (maiuskulaz soilik osatua, jakina) eduki. XXI. mende honetan, Botxoko jendea, beste behin ere, ia edozertako gai dela erakusten ari da, eta horregatik bilbotarrek ahalik goren hegaz egiten jarraitzen dute, txinboek –euren beste izena– bezala.

Colección BIZKAIKO GAIAK - TEMAS VIZCAINOS editado por

www.bbk.es

De Bilbao de toda la vida

Tomás Ondarra Jon Uriarte 438-439

Imagen de la portada y contraportada: ‘Azul Bilbao’ y ‘MariJaia’. Láminas del dibujante e ilustrador Tomás Ondarra. Depósito Legal: BI-2937-2011 ISBN: 978-84-8056-311-6 Imprime: GESTINGRAF Cº de Ibarsusi, 3 – 48004 Bilbao

Este libro acompaña a una exposición que lleva por título ‘De Bilbao de toda la vida’. A través de las 82 láminas que presenta el dibujante e ilustrador Tomás Ondarra se puede encontrar un material tan variopinto que seguramente quien no sea de Bilbao se mueva entre la perplejidad y la sonrisa ante el continuo alarde identitario bilbaino que irradian tanto las imágenes como los textos de Jon Uriarte. Y sin embargo para las gentes que se sienten bilbaínas, por encima de todo y hacen gala de ello en cualquier rincón de la tierra, estas imágenes (dibujos, fotos coloreadas e ilustraciones) y sus relatos forman parte del abc de su existencia y de su memoria. Desde el pastel de arroz hasta esa reina ácrata y festiva (MariJaia) que enamora a una ciudad liberal que lo mismo llama la catedral a su campo de fútbol que, por ejemplo, considera que el mundo es sólo un Bilbao más grande o que los rusos en Bilbao son ‘de toda la vida’ unos pasteles de nieve. 82 iconos para una ciudad que navega por este nuevo siglo sabiendo unir con naturalidad el bacalao con el titanio, un perro de flores (Puppy) con un tigre de 5

cemento y el sirimiri con los fosteritos, mientras se permite pisar una baldosa que lleva por el ancho mundo su propio nombre o disponer de un color propio: azul Bilbao o un tipo de letra específicamente bilbaína (por supuesto, compuesta sólo de mayúsculas). En el siglo XXI, las gentes del Botxo están demostrando, de nuevo, ser capaces de casi todo, y por ello siguen volando lo mas alto que pueden como esos pequeños pájaros: los chimbos, el otro nombre de los bilbaínos.

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Sentimiento bilbaino La vida es una sucesión de sentimientos. Al menos, hay muchos que así lo creen. Entre ellos, Tomás Ondarra. Desde luego, a esta conclusión se llega con inmediata facilidad tras comprobar que basta asomarse, siquiera mínimamente desde la curiosidad, al calor de sus obras para que se proyecte por sí misma esta sensación tan intimista. Quizá ahí, en la generosidad que aporta a su creatividad, se encuentre la fácil explicación sobre la ilusión que transmiten sus cuadros. Ondarra se apasiona. Lo hace, sobre todo, en los momentos decisivos de su vida. Mientras disfruta de su familia, cuando se encierra en el estudio, ante la pantalla en el periódico, sentado en la tribuna de San Mamés, o callejeando sobre la baldosa de Bilbao; ahí es donde su corazón queda atrapado, donde se ilusiona y es feliz en sí mismo. Es entonces cuando acciona su mecanismo intelectual, cuando se recrea en el concepto que le provoca el recuerdo o ese mágico instante que se sucede vertiginosamente pero que retiene su imaginación, cuando, en definitiva, se sumerge en la creación. Eso sí, Tomás juega con ventaja cada vez que se le ofrece la oportunidad para el regreso artístico a su casa, como ocurre en esta ocasión. Y es que se sabe el camino que pisa porque lo lleva dentro desde siempre, porque forma parte de su propia vida. Por eso, porque él es así ama tanto a Bilbao. Se ha identificado de tal manera con esta ciudad, la suya, que podría entenderse como una pasión. Desde luego, no será precisamente él quien se esfuerce en rebajar esta expresividad porque es consciente de que al mostrarse así se siente reconfortado: es puro sentimiento bilbaino y se le nota, ya lo creo que se le nota. Para mostrar esa complicidad con el Botxo que le vio nacer, sería difícil encontrar un pretexto más intimista que esta 7

exposición en La Alhóndiga. En su gestación primero, y en su creatividad después, el autor, subyugado, eso sí, desde el primer momento por este nuevo reto que afronta en el tránsito hacia una madurez artística que se presume vitalista, transmite, sobre todo, un reconocimiento sincero a quienes han hecho de su vida una referencia para colocar a Bilbao en cualquier parte del mundo. Y es que Tomás es generoso en su ADN. Por eso nunca regateará el mérito a quien considera que le corresponde y por eso en cada cuadro de esta muestra se puede comprobar desde el primer golpe de vista. Como acostumbra en cada ocasión que Bilbao se convierte en el hilo conductor de su obra, este autor, amigo de sus amigos hasta el límite de la generosidad, retroalimenta sus sentimientos. Pareciera como que en su interior se reactivara un compromiso de lealtad con el quién y el qué de la ciudad a la que idolatra en ocasiones y con la que, fundamentalmente, late de manera cómplice sin proponérselo. Todo tiene una explicación y quienes le conocemos podemos afirmar con rotundidad que cuando afronta –ilusionado al máximo– un reto como el que nos ha traído hasta aquí, Ondarra se muestra como un manojo de sentimientos. Y, además, en esta ocasión, lo hace con una mirada retrospectiva que le ha obligado, sin embargo, a una tarea ingrata, exigente en sí misma, porque ha tenido que dejar algunos motivos y otros personajes en el camino, sin poder llevarlos al cuadro donde les quería rendir, como al resto, el homenaje que les dispensa con esta exposición. Pero nunca los olvidará y para demostrarlo quizá fuera justo engendrar cuanto antes otra oportunidad como la que ahora celebramos. Por todo ello, quienes le conocemos sabemos de su satisfacción interior, reflejada en esa sonrisa permanente, porque se le permite mostrar en su casa a la que tanto quiere cómo evoluciona su concepción artística. Pero que también sepa el artista desde estas líneas cuánta alegría nos produce comprobar la calidad ascendente que va atesorando su obra. Bilbao y Ondarra lo hacen posible porque, posiblemente, son un mismo sentimiento. Juanmari Gastaca (Periodista y delegado del diario El País en el País Vasco)

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Soy de Bilbao “Soy de Bilbao”. Cuántas veces habré dicho esta frase… Tantas, que ni siquiera podría contarlas. Las primeras veces, por situar a los demás de donde eras, cuando de niño te preguntaban de donde venías en un viaje. Luego de adolescente, cuando intentabas ligar con alguna chica. A mi me ayudo, de verdad. Y, por supuesto, en el trabajo. No hay programa de TV o de Radio donde no lo haya dicho. Cómo será la cosa, que algunos guionistas de televisión me lo incluían en las presentaciones, sin darse cuenta que uno de Bilbao proclama su origen cuando le apetece. No cuando se lo dicen. Recuerdo que en una plaza de toros un señor de Cuenca me dijo que ojalá hubiese sido de su tierra, porque le daba mucha envidia sana cuando me escuchaba hablar de Bilbao y cómo lo contaba. Creo que los de Bilbao somos muy buenos relaciones públicas de nuestra Villa. Yo lo intento todos los días, pero tengo que decirles que sé de uno que es “la leche”. Le conozco desde hace muchos años y les aseguro que sé de lo que hablo. Desde niño, siempre ha estado orgulloso del lugar donde nació y ha ido por el mundo marcando siempre el territorio, no dejando nunca dudas al personal sobre cuáles son sus orígenes. Pero por encima de todo, y ésto es lo que resulta más curioso, ha desarrollado una teoría que, a fecha de hoy, desconozco si 9

tiene un fondo científico: “Todo lo que nos rodea en el mundo, estés donde estés, proviene de Bilbao”. Sí, sí, no han leído mal. Para él, Bilbao es, posiblemente, el origen del Universo. Y lo bueno de todo esto, es que el jodido siempre lo argumenta en referencia a cualquier tema, sobre cualquier situación o en cualquier momento de la vida. Y lo hace de tal manera, y con tantos datos, que al final de sus exposiciones, todo el mundo asiente dándole la razón. He sido testigo a lo largo de nuestra vida compartida de conversiones históricas al bilbainismo. Desde madrileños a gaditanos, desde ingleses a montenegrinos, pasando por todo tipo de creencias políticas y religiosas. Y eso, señoras y señores que están leyendo estas líneas, solo se consigue teniendo un profundo sentimiento de lo que para un bilbaino significa nuestro querido Bilbao. Estoy seguro que en este libro van ha disfrutar con sus historias y su forma de escribir. Algo que, sea dicho de paso, es solo una parte de su personalidad y de su manera de andar por el mundo. Y por supuesto, compartirán su forma de ver la vida, siempre, eso sí, desde el prisma de Bilbao. Por cierto, no les he dicho todavía de quien se trata, es de Bilbao, se llama Jon Uriarte Lauzirika, y es mi mejor amigo. Ramón García (Presentador de Radio y TV)

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AGUA DE BILBAO LLÁMAME LLUVIA En Bilbao llueve algo más que en otros lugares. Pero, sobre todo, lo hace de forma diferente. De arriba abajo y de un lado a otro. Y, a veces, de abajo arriba. Lo que se dice poderosa. Y también misteriosa. Que el suyo no es un caer, sino un estar. Haciendo del Botxo, una inmensa pecera. Con sus partículas de agua, sempiternas, recorriendo juguetonas el aire gris del cielo. Por eso los peces aquí, tienen brazos y piernas. Por escamas, llevan gabardinas y a veces trincheras. Se acompañan de un objeto, que se abre y se cierra, que en paragüeros se entierra. En esa tierra nació este extraño llover. En Bilbao. Una villa, con alma de Atlántida. Y así es nuestra famosa agua. Engañosa. La única que, siendo fría, calienta. La que como el sirimiri, segundo nombre que porta, moja discreta. Lo hace poco a poco. Hasta que cala. Entonces ya es tarde. Y descubre el joven, o el nuevo, que tenía razón el viejo. Que no es agua común ésta. Porque lleva trampa encubierta. De ahí el mareo, de ahí la euforia. Y conste, que nos avisa. Para empezar, en la botella. Aire de champán y sabor a cava. Alcohol burbujeante. Y para terminar, lo subraya en la etiqueta. Con el puente del santo, posando flamante sobre la ría. “Agua soy”, nos dice. “Que algunos crean que soy inofensiva, es culpa de la ignorancia”. Al fin y al cabo, Bilbao siempre trató, navegó y bebió las aguas, aplicando corazón y ciencia.

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ALEJANDRO MAGNO Y GRANDE A poca gente le sobra el apellido y le basta con el nombre para ser reconocible. Y aun menos para que, al escucharlo en boca de alguien, sepas que hablan de un grande. Alejandro fue uno de ellos. Taurino de afición, hasta de luces se vistió en su día. Fue en el Ercilla y sin toro ni respetable. Pero ahí estuvo, templando ante imaginado morlaco. No en vano, llevaba hasta en su seudónimo, aire de torero. “El niño de la prensa”. Como seguidor de raza de su Athletic, acudía al campo provisto de transistor. Para acompañar así, a lo que allí se veía. Porque el fútbol, visto desde fuera, mejor se comprendía. Alejandro, siempre dio más importancia a lo contado, que a lo visto. Que lo que ven los ojos, a veces, pasa. Pero lo que la boca grita, si lo hace bien, se queda. Por eso voceaba titulares y números. Por calles o por plazas. Fuera para vender periódicos o décimos de lotería. Para contar noticias sin ser licenciado o repartir suerte sin ser afortunado. O quizá fuera al revés. Porque nunca hubo mejor periodista, ni hombre con más suerte. Poca gente puede decir, “a nadie debo nada, porque nada tuve en la vida. Me limité a vivir cincuenta años, como pude la mía”. Grande fue Alejandro. Y Magno, también. Tanto, que conquistó el mapamundi. Sin necesidad, por cierto, de pelear por los cinco continentes. Le bastó con tirar de gracia y utilizar su mejor arma: Un increíble “don de gentes”.

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ALFABETO BILBAO CON B DE BILBAO Sí, ya sabemos que hay muchas y para todos los gustos. No será por falta de tipos de letra. Y quien dice tipo, dice fuente. Que queda más sonoro y elegante. Pero hasta en eso somos los bilbainos muy nuestros. De ahí que exista una escritura específicamente bilbaina. Y, siendo del Botxo, solo puede contener mayúsculas. Faltaría plus. Que escribir sin versales queda cutre a la par que pobre. Sería como un quiero y no puedo. Así que nada de minúsculas. Además, tampoco se trata de escribir como quien silba. Solo en momentos importantes. De esos que dejan huella en la Historia con mayúsculas. Sea en documento, estela funeraria o inscripciones. Veintiocho letras, a cada cual más trabajada. Tanto, que algunas parece que lleven txapela y otras, como la “Ñ”, flequillo tipo chuleta. Casi todas aseguran fijación, a base de zapato. Pisando con garbo por si hay charcos o llueve. Y nos gustan. Tanto, que exigimos, aquí y ahora, incluirla como opción entre las diferentes fuentes de letra. Para que los correos electrónicos y los documentos importantes, lleven el alfabeto de Bilbao marcado también en sus venas.

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ANGULAS PIRATAS EN LA RÍA –¿Estás pescando angulas? –Increpa el adulto. Y, como respuesta, el niño abandona el agujero nasal y frunce el ceño. Siempre vivió la angula en ambientes sórdidos. Fueran rías o narices. Es lo que tiene ser pirata. Pero pirata de verdad. De los que llevan tanta mugre como tesoros. Todo junto. Por pañuelo de lunares, unos buenos ajos. Por parche, una roja guindilla. Y por barco, una pequeña cazuela. Pero que sea de barro. La madera solo se dejará para el temido tridente. Aunque en este caso, el arma mencionada, lleve un cuarto diente. Qué menos para una batalla bajo el fuego intenso y los cañonazos traicioneros del aceite. Tienen estas piratas, el destino escrito en su origen. Recorrer mundo, acosadas. Desde que son angula hasta que llegan a ser anguila. De ahí que les guste el riesgo. Las más, acaban en las mesas del país del sol naciente. Otras, en cambio, prefieren otro ambiente. Donde la vida es más corta, cierto. Pero también más elegante. Y las lucen en mercados y pescaderías, que parecen joyerías. Donde ponen precio a su cabeza y, de paso, al cuerpo entero. Que será fino, pero lo tiene. Y la angula entonces se siente grande. Casi divina. Porque pudo acabar en el mar de los Sargazos, con otros viejos piratas, pero eligió pelear en una ría para morir entre alegría.

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ASTE NAGUSIA UN AÑO DE NUEVE DÍAS Para empezar no es semana. Y para terminar, no está claro el número de días. Nueve dice la administración y diez la famosa canción. La de Marijaia, me refiero. La de Kepa Junkera. Y, qué quieren que les diga, viniendo de él y de Edorta Jiménez no entraré yo en disputas. Por otro lado, no va el tema desencaminado. Porque caben, en esa semana, tantos días como tiene el año. No se explica de otra manera que concite tantas citas y eventos, como el total de gente que la visita. Una de aquí, otra de allá. Que no es ésta una fiesta cerrada. El chupinazo es la invitación y sin puertas está su entrada. Dicen que es tesoro y patrimonio cultural desde que así lo decidieron. No me extraña. Lo primero se sabe desde siempre. Que la alegría no cotizará en bolsa, pero está de capa caída. En cuanto a considerarla patrimonio, si la intrahistoria no es cultura, que suba a explicarlo el demonio. Mientras, le dejamos aquí un consejo. En asuntos vacacionales, guarden para Agosto una semana. O, al menos, algún que otro día. Los justos y necesarios para que la vida, por un ratito, a ustedes les sonría.

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ATHLETIC CLUB WE ARE ATHLETIC El Athletic es el aitite y el nieto compartiendo bandera. El bocadillo de ama o la bufanda tejida por la abuela. La bota del vecino y el abrazo con el desconocido. La lluvia racheada, entrando por Ingenieros. La mujer que de niña soñó con calzar botas y la hija que lo logró. El último domingo compartido entre padre e hijo, sin saber que sería el último. El primer beso íntimo, rodeados de 80.000 ojos. El escudo al atardecer, al fondo de una calle de bares. El puro fumado por uno, pero compartido por todos. El grito desesperado, la emoción desbordada, la lágrima suelta. Y el placer de placeres. El éxtasis. El rugido del león. El “A por ellos” y el “Beste bat” o el “Athleeeeetic” con bufandas al viento. Los primeros, cortos y rotundos. El segundo, arrastrado con sentimiento. Tal y como es la verdadera felicidad. Así es nuestro Club. De todos y de nadie. Tan singular en filosofía, como plural en seguidores. Tan respetado, como incomprendido. Hay equipos que hacen historia, el Athletic hace leyenda. Y todo, porque un día indeterminado, en un acuerdo no escrito, decidimos seguir un peculiar camino. Donde otros veían el final nosotros veíamos principios. Elegimos ser David cuando todos querían ser Goliat. A la utopía con la épica, pasando por Bilbao. En eso estábamos y aún estamos. Un acuerdo que se mantiene, pese a todo, entre millones de aficionados alejados en lo geográfico, lo político, lo cultural o lo social. Aquel día incierto, elegimos vencer menos pero ganar más. Y entendimos que el Athletic es una cuestión de familia. Lo del fútbol, créanme, es secundario.

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AZUL BILBAO SANGRE AZUL La gente se agolpaba curiosa, en la puerta de la tienda. Intenté adivinar lo que sucedía. Logré ver a un hombre en el mostrador y ante él, un desesperado dependiente. La cara del empleado mostraba angustia y un cierto grado de enfado. Pero, sobre todo, era el vivo reflejo de la duda. –¿Qué pasa? –preguntó un mozo intrigado –Dicen que un hombre ha pedido algo y no le entienden –respondió una señora, con vestido de vivas flores. –¿Y por qué no le entienden? –gritó un niño, hacia las caras de los mayores –Porque será extranjero –apuntó un señor de gafas oscuras y grandes bigotes. –Seguro que americano o ruso –comentó una chica con trenzas. –¡Pues menuda cola está montando! –Sentenció un jubilado de esos que no tienen que hacer nada y que siempre tienen prisa. Pero no. No era americano. Tampoco ruso. Era de Bilbao. Del centro, centro. Y solo quería que le vendieran un bote de pintura. Se había desplazado a vivir a Madrid y quería pintar la casa del color de su alma botxera. De azul. Pero no de un azul cualquiera. Cobalto, añil y blanco titanio. Sangre Azul. El color que ofrece el cielo del Botxo cuando, tras un día de lluvia, se unen tarde y noche y las nubes se alejan, otorgando perfecto broche. El azul Bilbao. El que no se puede explicar, aunque nos tiremos todo un día. Que se lo pregunten sino, al empleado de la droguería.

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BAKALADA BAKALAO DE BILBAO Será por aquello de que viaja mucho y por aguas muy variadas, pero el bakalao tiene tantas leyendas como recetas. Que ya es decir. Precisamente, una de ellas hace referencia a una de sus versiones culinarias. El Pil Pil. Sabido es, que los arrantzales vascos trajeron a Europa el multidisciplinar pez desde Terranova. Eso es Historia y lo afirman islandeses, escoceses y, toda gente seria, incluidos los noruegos, que son expertos en estos peces. Pero cuentan, aquí entra la leyenda, que lo del Pil Pil fue casualidad. Habiendo puesto un marinero unas rodajas de bakalao al fuego, en una cazuela con aceite y ajos, tuvo que subir a cubierta por levantarse marejada. Asuntos de marinería. El caso es que, al regresar, encontró que el movimiento de las olas había obrado milagro. El aceite era ahora salsa y el humilde plato manjar. Desde entonces, poco o nada ha cambiado. Tan solo las salsas. Bizkainas, ajo arriero, a la bilbaína… Da igual las aguas que lleve la cazuela. El gádido siempre nadará por ellas. Al fin y al cabo, todas están en el mismo océano. Ese que se llama Bilbao y que navega, desde siempre, el bakalao.

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BALDOSA LA PUÑETERA Lleva días esperando. Pero ha llegado el momento. Lo sabe desde la madrugada. Cuando la lluvia entraba por el noroeste. Por eso, casi no puede aguantar la risa. Nadie se percata del asunto, al estar la húmeda calle despejada. Aun es pronto. Quizá pase alguien con prisa. O un niño, camino del colegio. Ella prefiere a los señores serios y a las mujeres con falda. Dan más gustirrinín. Solo pensarlo, ya le reconforta. Al fin y al cabo, ella no tiene la culpa. Se lo han puesto en bandeja. Lleva coja, más de una semana. Cualquier mañana, vendrán del ayuntamiento a verla para, en un pis-pas, cambiarle el cemento de la suela. Y entonces regresará de nuevo al trabajo. A la seriedad. Al día a día. Para desviar aguas y asentar piernas. Sean paisanas o foráneas. No lo hará sola. La acompañan siempre sus hermanas. Iguales y en formación todas ellas. Con cuerpo de roca y cara de rosa. Pero eso será otro día. Hoy va suelta. Y muy llena. Por fin avista una presa. Es un hombre con uniforme de Bilbao. Pantalón gris y chaqueta azul. Una pena. Ella prefiere las prendas claras. Dejan más huella. Pero es lo que hay. Aquí llega. –¡Zas, clac, chef! –Ha salido perfecto. Una calada soberbia, hasta la media pierna. El hombre maldice y ella se ríe, como solo sabe reírse una baldosa. Así es ella. Cemento gris, virutas de hierro y sentido del humor. Porque la baldosa de Bilbao, se pisa. Como todas. Pero a veces, la puñetera, se rebela y te moja.

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BANDERA DE BILBAO BANDERA DE NUESTROS PADRES Las banderas siempre fueron más de mar, que de tierra. Por aquello de reconocerse en las largas distancias. El tiempo demostró que no mejoramos en las cortas. Ni en mar, ni en tierra. Pero no es culpa de las banderas, sino de quienes las izan y agitan. La de Bilbao huele a Golfo. En concreto, al de Bizkaia. Y lleva dos colores. En realidad uno, porque el blanco no deja de ser ausencia. Que sea el color de la Paz, demuestra que busca la nada. El punto neutro. El término medio. Justo, donde no manda nadie ni importa nada. Y así sería la bilbaina, si no fuera por un detalle. Un cuadrado rojo. El que, puestos a ser rebelde, reposa allí esquinero. Nada de ser circular y mucho menos central. Eso es cosa de Oriente. El sol de Bilbao tiene cuatro lados. Raro, sí. Pero la tierra tampoco es del todo redonda y nadie dice nada. Así que respetemos su derecho a ser diferente. Tampoco lleva escudo. Y mucho menos ave, planta, pez o mamífero. Tampoco corona. Lo suyo es puro y duro minimalismo. Con el mérito y sorpresa de que nació antes de haberse inventado. O al menos, definido. En 1895 pasó de mástil de barco, a mástil de Ayuntamiento. Diferente lugar, mismo trabajo. Al fin y al cabo, tantos piratas hay en la mar, como en la tierra. No lo digo yo. Me lo cuenta ella.

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BASÍLICA DE BEGOÑA LA CASA DE LA MADRE No es el Vaticano ni la Meca. Pero no hay bizkaino o bizkaina que no peregrine o haya peregrinado a ella. Al menos, una vez en la vida. Sea por devoción o por afición. Futbolística, me refiero. Porque todo lo admite esta señora. Incluso ligas y copas ganadas o plegarias para evitar derrotas sonadas. Fue ermita antes que basílica y de ahí que sepa tratar por igual a todo el mundo. Sean baserritarras o señoritos. No olvidemos que hasta en la casa más aristocrática hubo, alguna vez, alpargatas en la puerta. Por eso es tan versátil. De hecho, es tanto religiosa como a veces laica. Cinco siglos lleva así, y no va a cambiar ahora. Es tan de Bilbao, que se fue a vivir a una esquina para ver como era el Botxo sin ella. Y allí está, en el barrio que lleva su nombre. En Begoña. Azotea que mira hacia dentro. Apartada de todo, pero encima de todos. Tanto, que tiene una campana para cada hora. Veinticuatro. Ni más, ni menos. Las mismas que tiene el día. Así, no hace falta pedir vez si quiere usted ir a verla. Tampoco es obligado llegar hasta su vera. Basta con pasear por las Siete Calles, cualquier día, y buscar la placa “Santa María”. Desde allí la verá el paseante y desde arriba le verá ella.

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BEYENA LA NODRIZA DE BIZKAIA Hubo famosas nodrizas en el pasado siglo. Bilbao las tuvo a porrillo. Y bien cotizadas, por cierto. Pero ninguna tenía un pecho como ésta. De cristal. Así era el de la famosa nodriza de Castrejana. Dos en una. Fábrica y teta. Treinta centímetros de mama y dos y medio de pezón. Ahí es nada. Confieso que a veces, cuando nadie miraba, algunos acercábamos el morro y le dábamos un tiento. Añadiré, que conozco a quien vaciaba un par de sobres de azúcar en la botella, para darle dulzura y suavizarla. Y, de paso, añadirle simpatía. Cuando los mayores se enteraban del desaguisado, la chavalería corría. Se trataba de salvar oreja o trasero. Pero los riesgos, y hasta los castigos, merecían después la pena. Porque uno se acostumbra rápido a lo bueno. Y al aceptar una leche, al resto las desprecia. O, al menos, no las tolera. Normal. Recordemos que, sea de teta o de ubre, la leche siempre es materna. Por eso el niño del dibujo le hablaba a la vaca a la oreja. Para que diera más leche. Para que fuera bien fresca.

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BILBAO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA Tanto se ha escrito sobre Bilbao que da pudor darle a la tecla. Sobre todo, porque nunca se dejó retratar. Primero jugó a ser ácrata. Hasta que se formalizó y recibió título y carta. Después quiso separarse, siendo puro centro del territorio. Bipolaridad. Capital y universo. Como buen ombligo, tiene su cordón umbilical. Solo que, por mucho que se corte, nunca se desprende. Que se lo digan a quienes nacimos allí y vivimos lejos. Nunca entendieron nuestro amor. Y aun menos, tamaña admiración. Como si el polvo y el gris, la fealdad del uso y el desuso o el cansancio del trabajo pudieran romper su encanto. Bilbao no es que sea bella. Es que siempre lo fue. Si usted no lo entiende, es que no es de Bilbao. Porque, el Botxo, atrapa. Utópica y distópica. Diferente y única. Ahora que vivo lejos, me sorprendo llorando por ella. Por haber estado y por no estar. Porque en ella he visto cosas que vosotros no creeríais. No vi atacar naves en llamas más allá de Orión, ni Rayos brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Pero pude ver la verdad de la vida en un pastel, sobre una barra, en un triciclo o en la butaca de un cine. Esa verdad que nos recuerda que no somos más que un puñado de instantes. Y todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. La lluvia de un viejo Bilbao que nunca debería morir.

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BOLLO DE MANTEQUILLA BOLLO SIN NOMBRE El niño, que hoy es hombre, se comía el azúcar espolvoreado antes de tocar la mantequilla. Lo hacía con precisión milimétrica. Utilizando, tan solo, la punta de la lengua. Como si de un afilado lápiz se tratara. Capturando, uno a uno, los minúsculos dulces de cristal. Después, lamía despacio el borde lateral. Con respeto. Evitando penetrar demasiado hondo. Lo justo, para definir la línea de las paredes. El final del proceso dependía del momento y la compañía. Y por compañía me refiero al resto del menú. Como más le gustaba, era untado en chocolate recién hecho. Orgía de sabores. Pero, otras veces, el chocolate se apretaba en onza y se acomodaba en la cremosa cama blanca. Su madre optaba por darle discretos mordiscos. Siempre limpios y medidos. Intercalados, entre sorbos de café con leche. Muy de señoras. Muy caliente A veces con azúcar, otras con sacarina. Su hermano, en cambio, lo abría impúdicamente. De par en par. Para dar buena cuenta de la frágil mantequilla, antes de tocar el bollo. Entonces no lo sabía. Pero aquél manjar era villano. Y fiel a su tierra, añado. Resulta extraño que no triunfara en otras. Puede que haga falta que la lluvia golpee los cristales de una vieja cafetería, para entender todo su duende. Pero hay algo que no se comprende. Un día nostálgico y orgulloso, el niño que hoy es hombre, lo llevó consigo a otras tierras. Y triunfó a la primera. Por lo tanto puede que el bollo de mantequilla, simplemente, no quiera ser famoso. De ahí que no tenga ni nombre. Es lo que tiene ser único. Es lo que tiene ser grande.

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BONI LA RULETA DE BILBAO Nunca nos tocó. Ni a Tomás ni a un servidor. Caprichos de la diosa Infortuna. Pero nos daba igual. Verla girar, era el mayor premio de los premios. Por casino nuestro Parque, por croupier un barquillero. Y, en una esquina girando, la famosa ruleta. Cerrando el gran cilindro. La cesta metálica. La nave nodriza. El bombo rojo. En Bilbao, todo lo bueno lleva rojo. Sea futbol, iturris o dulces. –¡Al barqui, barqui! –cantaba Boni. –Dele una tirada –decían tu madrina o tu tío. Diez céntimos y un sueño. Nada se improvisaba. El juego no admitía errores. Y el negocio, aun menos. Arrancó Boni con el barquillo siendo apenas un mozo y cerró con la patata, convertido en caballero. Del dulce al salado. Según soplaba en el Botxo. Siempre triunfando. Servía por la diestra y cobraba por la siniestra. Que al dinero lo carga el diablo. Y a la suerte. Por eso, se movía el puesto más que los precios. Pero siempre lo recordaré, como si fuera hoy, entre el kiosko verde de los triciclos y la soberbia fuente de fuentes. Con un ojo en el cielo y con otro en la clientela. Clásica estampa botxera. Recuerdo que en el bombo de Boni rezaba, “Vivan mis clientes”. Vale. Pues nosotros respondemos, “Viva tú, Boni”. Y que viva, por siempre, “el barquí, barqui”.

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BOTEROS BOTAS DE SIETE LEGUAS Tienen algo de zapateros los boteros. O tenían. Porque ya no están. Se fueron. O “les fueron”. Lo digo, porque daban forma al cuero para hacerlo viajero. El destino era lo de menos, si llevabas bota y vino como compañeros de camino. Podía ser el Pagasarri, el Serantes, Artxanda o el Gorbea. Que una cima sin trago, nunca es triunfo sino amago. Además, su piel es de cabra y ya sabemos a dónde tira la condenada. Pero la bota de Bilbao, tenía otro conocido vicio. Y era rojiblanco. Si no me creen, echen un vistazo a la fotografía que acompaña a estas líneas. Mientras aguardan colgadas a un futuro dueño, se acompañan de dos posters de aquél Athletic de ensueño. El de las ligas y las copas. Porque una copa sin bota será copa, pero sabe a poco. A gloria sosa. Lo que se dice una sosada. Pena que, la imagen, sea hoy pasado. Que ya no estén los boteros, ni aquellos grandes peloteros. Si tiene usted una, no la guarde como tesoro. Ni aunque esté llena de vino. Porque una bota es una bota. Y siempre se pondrán el mundo por montera. Que se lo digan a las de Bilbao, que son de siete leguas y tienen alma viajera.

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CAROLINA AMOR DE PADRE No será una pirámide de Egipto, ni de México. Tampoco de Indonesia o de Perú. Nada de eso le hace falta. Le bastan diez centímetros para guardar en ella tesoros y protagonizar sonadas leyendas. Por tener, tiene hasta una barca que lleva misterio. La que te lleva a la orilla donde duermen los justos. O los afortunados. Porque no todo el mundo la conoce. Es lo que tiene la arqueología. Que es para entendidos. Y para aventureros del paladar. No recomiendo a gentes inexpertas meterse en ella. El asunto exige respeto. Y también maneras. De hecho, su creador le dio la consistencia justa para evitar derrumbes. Pero nada es seguro en esta vida. No sería la primera vez que alguien arranca por lado erróneo y llega el Armagedón. Pero reconozco que los hay expertos. Como ciertos botxeros de pro que, según me cuentan, exhibieron arte en la barra de Goyo, al amparo del Club Deportivo. Por un lado, Eduardo Rubio. Por otro, Moñoño Blanco, pelotari y hermano del de Mocedades. Se trataba de ver quién lograba comer más Carolinas, en un determinado tiempo. Si no era fácil engullir el autóctono pastel en grandes cantidades, con la norma impuesta, el asunto exigía épica. Prohibido beber. Así que la única forma, de tragar aquello, era empujarlo todo con la cesta de hojaldre. Así lo hizo Rubio y ganó. Y pensar que el repostero lo creó así, para facilitar la tarea a su hija… En fin, país.

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CARTA PUEBLA DE LA BOCA AL CUERO Hasta en las cartas hay clases. Sean de baraja o de correos. Con todo lo que se lee la de San Pablo a los Corintios y lo poco que se recuerda la de Don Diego a los bilbainos. Y no será por falta de “elegansia”. Treinta líneas en romance y letra gótica en caro pergamino. De los de piel de cuero y poderío. Que se vea que hay posibles. Y, de paso, con un cierto olor a bota. Pero a bota de vino. Al fin y al cabo, según Fuero de Logroño nació y con protocolo de Valladolid se cerró. Tierras ambas de viñedos. En realidad, más que carta, siempre fue documento. Para poner en cursiva y ordenado, lo que siempre fue hecho y comentado. De padres a hijos, por los siglos de los siglos. Y así, poner por escrito normas, obligaciones y privilegios. Que ser de Bilbao nunca fue cualquier cosa. Si ser villano otorga galones y categoría, ser bilbaino añade valores y señorío. Lo que me extraña es que no se escribiera en otra lengua. No hablo del euskera, que también. Sino de la bilbaina. Y así, haber dejado escrito: “Hoy a la tarde, bajo el sirimiri y entre los tximbos, otorgo a Bilbao categoría de Villa. Por poner algo, porque categoría tiene para dar y regalar. Y txirene, es un rato. Lo hago delante de todo el Botxo, cuadrilla incluida. Se prohíbe la entrada a pichicomas, txotxolos y sinsorgos. Tampoco a boronos, ni a pestes. Solo a gente con fuste. Agur sin más, potxolos. Firmado: Diego, señorito de Bilbao con fundamento”.

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CERVEZAS DE BILBAO VINO DE CEBADA Como cuenta un amigo mío, el propio nombre lo dice: “Estanque”: Agua para patos. Toda palabra tiene su raíz. Sea latina o griega. Nunca se ganará la vida como filólogo, ni es lo suyo la etimología, pero tiene gracia el “jodío”. Además, da qué pensar. Porque es verdad, nadie puede negarlo, que las palabras guardan en ellas rotundas definiciones. Y no hace falta recurrir siempre al viejo latín o al antiguo griego. Quedémonos en casa. Pongamos como ejemplos a la cerveza y al euskera. “Garagardoa”: Vino de cebada. Mejoren eso. Y dónde mejor que en el Botxo, para hablar de vino. Sea de uva o de cebada. –En Bilbao no sabéis tirar la cerveza –. Protesta a veces el visitante osado. Puede que tenga razón. Porque aquí siempre nos gustó lucir botella. Que líquido sin cáliz, pierde liturgia. De ahí que fuera el continente, tanto o más triunfal que el contenido. Basta con mirar a la rechoncha verde del Norte, a la estilizada marrón de El Ciervo o a la coqueta tostada de Oro para comprender que, la cerveza, nunca fue ni será una. Ni en marcas, ni en sabores. Ni mucho menos en rondas. Que beber solo una, es no hacerle honores.

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CHOCOLATE CHOBIL DOBLE X Cuando los Aztecas cultivaban el cacao, ya pensaban en Bilbao. No vendrá en los libros, pero hay cosas que se saben desde siempre. Al menos, la gente con fundamento. En aquella América, sin visitas de conquistadores ni presuntos descubridores, creaban antaño un preparado líquido, llámenlo X, que poco o nada tenía que ver con lo que hoy llamamos chocolate. Hernán Cortés y compañía, incluyeron el cacao entre su preciado cargamento. Y por Inglaterra y Francia, lo popularizaron después como exótico alimento. Pero tuvieron que llegar unos bilbainos y otras tantas bilbainas, para ponerle otra X. Y, de esa forma, darle valor de pecado. Pero pecado mortal. De esos, para los que no hay perdón ni penitencia. Cómo sería la cosa, que la chavalería peregrinaba a Tívoli para pillar vicio. Aunque fuera un pedacito. Una modesta esquirla del molde. Esa que se desprendía cuando lo abandonaba la tableta. Siempre furtivos. Sobre todo, allá por los 40. Cuando sobrevivir ya era un dulce regalo. De ahí la advertencia en la tableta. Dos X, como dos rombos, sobre fondo rojo. Para advertir que la cosa, llevaba pecado. Pero siempre caímos. Y es que ya se sabe que la vida sin pecado no es vida.

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CORDONES DE SAN BLAS SANTO Y UMBILICAL El tres del dos, manda el uno. El cordón de San Blas. Arrancado Febrero, se anuda en cuellos propios y ajenos. Y vale, tanto para los sanos, como para los “kolkos” enfermos. Propio del beato cristiano, pero visible en cualquier ciudadano. Omnipresente. Otra cosa es el dónde, el cuándo y el cómo. Porque es este, un cordón, de carácter viajero. Lo he visto desde la punta de la Patagonia, hasta lo alto de Alaska. Desde la fría Siberia, hasta la agitada Sudáfrica. También en Australia. Incluso en Papúa Nueva Guinea, que ya son ganas de irse lejos. En cuanto al cómo, ofrece pocas dudas. Suele ser mano femenina quien la entrega. No siempre, pero casi. San Nicolás tiene la franquicia, pero San Blas guarda patente. Dicen que todo empezó quitando una espina. Cruel venganza la del pescado cuando se cocina. Y una cosa llevó a la otra. De la garganta pasó al cuello. Nueve días hay que llevarlo. Y, con ello, llegamos al cuándo. Eterno dilema. Porque uno no sabe si cuenta el tiempo en bolso de madre, tía o abuela o si arranca la cuenta atrás a partir de la lazada. Tampoco está claro si el efecto disminuye al décimo día o del todo desaparece. O si al quemarlo mal, el milagro decrece. Solo sé que, cada año, volvemos otra vez a ellos. Sea por catarro, frío o espina. O, por eso tan nuestro que es “porque sí” o “por si acaso”. Si usted fuera de Bilbao, también lo entendería.

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CROMOS EL DESEADO A Tomás le costó un duro el de Cruyff. A servidor, un beso el de Iribar. El precio lo puso un niño con buena colección, pero mala cabeza. Dicen que es más fácil que te caiga un rayo, que toque la lotería. Así que conseguir dos cromos del Txopo, debe ser como sobrevivir a un rayo y forrarte el mismo día. Pero Íñigo los tenía. Y también una hermana difícil de ver. No por esquiva, sino por fea. Sabiéndolo el infante, me retó a plantarle labios a la abstracta Bea. Pude negarme. Es verdad. Pero Iribar bien merecía un sacrificio. Y allí fue, quien esto teclea, con tanto miedo como vergüenza. Para besar raudo y pillar cromo. Y todo, por culpa de la pereza. Que nunca tuve paciencia para bajar a cambiarlos a la Plaza Nueva. Como mucho, acudía una vez al mes. En cambio, hoy en día, iría sin pensarlo. Ahora entiendo que fuera mayor siempre la emoción del padre que la del niño. Buscaban los cromos que faltaban en los álbumes que abandonaron. Para regresar al niño que fueron. Yo también. Tanta es la nostalgia sentida, que busco en otras tierras y plazas, la sensación perdida. La del tacto del cromo deseado. Ese que nunca salía. El que siempre esperaba. El que el otro tenía. Por ese momento, no pagaría un duro ni daría un beso. Por ese instante, créanlo, el alma vendería.

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DON CELES PALABRA DE DON No sé si es de derechas y mira a la izquierda o es de izquierdas y mira desde la derecha. Pero ese suele ser su perfil habitual. Llámenme loco, pero a veces le hablo. –¿Qué pasa Don Celes? –No busco respuesta. Pero son tantos años compartiendo ratos, que el saludo resulta obligado. Hace 66 septiembres nacía en Santutxu. Dicen que no lloró al nacer. Siempre fue de pocas palabras. En realidad, de ninguna. Pero, a buen entendedor… En cuanto a los colores, su mundo tiene tres. Blanco, rojo y negro. Para qué más. Con eso le basta y le sobra para contar su vida y aventuras. Porque cerrará periódico en página final pero, para algunos y algunas, siempre fue el arranque habitual. –A ver qué dice el caballero, de las historias en pocas viñetas –. A veces son cuatro. Otras, tres o dos. Incluso una, cuando lo exige la ocasión o es cita solemne. Todas son sinceras. De corazón. De ahí que no siempre salga bien parado. Su fortuna, es de sonrisa bimensual. Y su pelo trifásico. Razón por la cual, en el Paris de la Francia, le llaman tres pelos. Que serán pocos, pero ninguno es de tonto. Por eso sigue triunfando. Por eso le queda vida a su señoría. Y por eso lanzo un brindis deseando, larga vida, a Don Celes y compañía.

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DON DIEGO LÓPEZ DE HARO VILLANO Y FUNDADOR Esa sí que fue bilbainada. Y de las buenas. No le hizo falta apostar, ni presumir. Lo suyo fue fundar. Imaginen lo que tiene que ser contar por ahí, no ya que uno es “de Bilbao”, sino algo más grande. No me refiero a eso, imposible de creer y vulgar de escuchar, que es afirmar que “Bilbao es mío”. Sino contar algo tan rotundo como “Yo fundé Bilbao”. Ahí queda eso. No me extraña que pose tan orgulloso, sobre el pedestal de doce metros. Alargando brazo. Otorgando título. Fue hace más de siete centenas. Allá por el 1.300. Y lo hizo sabiendo que Bilbao ya estaba. Villa o pueblo, venía de lejos. Como el agua que baja del monte para morir en el mar. Pero él tuvo los bemoles de hacerla suya. Al menos, en el planeta de las efemérides. Y ya se sabe que el que firma primero... Alguno lo miraría, ya entonces, diciendo “yo lo vi antes”. Pero las palabras se las lleva el viento. Y en ese tiempo, soplaba mucho. A veces desde Navarra y otras desde Castilla. Que la casa del padre estuviera desde siempre era, para los señores y sus escribas, lo de menos. La historia la plasma en documento quien tiene pluma, posibles y asiento. No se explica de otra manera que, el fundador de la famosa Villa, no naciera en ella. En realidad no se sabe dónde. Desde luego, no fue en Haro. Por allí pasó y como apellido se lo quedó. Pero nada es porque sí. Don Diego, con su hacer, sentó un principio universal. “Los de Bilbao nacen donde les da la gana”.

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EL AZULITO ERAS GRANDE, PEQUEÑO “Si un agujero puede ser Universo, yo seré nave espacial”. Eso es lo que debió pensar cierto bilbaino cuando abrió los faros en el Botxo, allá por los 60. Le llamaban el “cielo”, porque era azul y entraban los justos. Servidor siempre se refirió a él como “azulito”. No es solo que fuera pequeño. Era concentrado. Y muy famoso. De casta le viene al galgo. Bilbao fue la segunda capital de la Península, tras Oporto, en contar con tranvía eléctrico. La Bilbao-Santurce, de 1896. Más tarde, le siguieron el trolebús y el autobús rojo de dos pisos y aire British. Pero el pequeño diablo azul siempre fue un aparte. Frío skay y cálida tertulia. Subirse en él llevaba reto. –¿Parará? –La singular apertura de su puerta añadía misterio. –¿Abrirá? –Y el diesel sonaba a ronroneo de gato golfo. –¿Aguantará? –Quizá por todo ello era el favorito de los niños. Cuestión de empatía. Si iba lleno, pasaba de largo. Cuestión de operatividad. Pero, sobre todo, era nuestro. Cuestión de cariño. Un día indeterminado, desapareció. ¿O no? Puede que solo emprendiera un largo viaje. Ya no asomará por Bilbao pero, en ocasiones, veo azulitos. Puede ser en una calle de Chile, Perú, Ecuador o Colombia y llamarse liebre, custer, buseta o autobusete. Puede ser combi argentino, pesero mexicano o frecuentar Madrid y Barcelona sin nombre conocido, ni recorrido definido. Que sus ruedas serán pequeñas, pero sus pasos son largos. Por eso sé que está por ahí. Haciendo kilómetros. Como tantos bilbainos que se fueron, dejando la casa en el retrovisor. Y por eso lo busco por el mundo. Porque puede estar en cualquier parte. Al fin y al cabo, nuestro azulito siempre paró donde le dio la gana.

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EL KIOSKO DEL ARENAL SURREALISMO CIRCULAR Pongamos que fue en una tertulia improvisada, en un rincón de Bretaña. En la tierra de Astérix. Puede, incluso, que fuera su pueblo, con permiso de Goscinny y Uderzo. El caso es que servidor, intentaba explicar a un bretón, y a su bigote, que existía un lugar donde todo era posible. Hasta lo imposible. No creyéndome, el marino arqueó la ceja. –He surcado océanos y mares y no conozco tal lugar –apuntó cogiendo el vaso. Así que le puse un ejemplo. Y, para ello, le llevé a 2008. El año en que presencié una escena que jamás olvidaré. Sucedió en un pequeño círculo mágico y musical. Acristalado por los lados y cubierto por arriba. En él tocaba una banda, que más que banda era orquesta. A su alrededor, un poco más abajo, nadaba un cocodrilo del Mississippi. Recuerdo al domador, vigilando con un ojo al aligátor y con el otro a la parroquia. Tanta gente asusta al más pintado, por muchos dientes que luzca, pensaría el artista de la pista. A su lado, un camarero transportaba copas y viandas esquivando al gentío. Para ello, las sacaba primero de las entrañas de la tierra. No muy lejos, se adivinaban unas casetas, fiesta y algarabía. –¿Y dónde sucedió todo eso? –preguntó el simpático bretón. –En un kiosko-respondí. –¿Y dónde está, tal maravilla? –insistió el marinero, apurando cerveza y conversación. –¿En Nueva York, en París, en Tombuctú? –. Mirándole a los ojos concluí orgulloso. –En Bilbao querido amigo. En el mejor Kiosko conocido, en todo el mundo mundial. Si quieres verlo y subir a él, atraca tu barco en el Arenal –.

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EL PREGONERO FIEBRE AMARILLA Será inspiración Liberal, pero le da un punto a semáforo. A advertencia. No es verde, ni rojo. Porque no es un todo vale y mucho menos un prohibido. Es amarillo. El color del sí, pero no. El que está siempre a medio camino. El que pide cuidado, y a veces precaución, cuando no un poco riesgo o un toque de emoción. Ese momento en el que el conductor no sabe si frenar o acelerar. Insuperable metáfora de la Aste Nagusia. Y si me apuran, del sentido de la vida. Me atrevo, no me atrevo. Una más, una menos. Me retiro, no me retiro. Y así, todos los días. Desde el txupinazo, hasta el entierro. Del cohete, a Marijaia. Por eso es amarillo el color del Pregonero. No es fácil serlo. Da igual lo que dure el discurso. Su punto final, siempre es seguido. Por eso tiene que patearse, sí o sí, el Botxo el elegido. Por si no han escuchado el mensaje de tan hermoso viaje. El de una semana ácrata, popular y divertida. Dicen que fue Natxo, voz y cara de Oskorri, quien retiró el final al punto y lo hizo seguido y eterno. Es lo que tienen los músicos y artistas. Que saben encontrar la nota perfecta, para mejorar la melodía.

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EL RUSO UN CUADRADO DE NIEVE –Lo siento, pero eso no es un ruso –Ofende a veces, lo sabemos. Pero tal sentencia lleva verdad rotunda. No nos lo tomen a mal, pero una cosa es que el pastel tenga un nombre y mil formas y otra que nos den gato por liebre. Por eso preguntamos, siempre, si el ruso es de Bilbao. Sobre todo, fuera del botxo. Porque el nuestro se parece a otros, pero difiere. Tanto en gusto, como en aspecto. La parte eslava del mapamundi de la Villa, no tiene ubicación concreta. Cierto. Pero se la encuentra fácilmente, en su forma de pastel y en las confiterías de renombre. El ruso bilbaino, no podía ser de otra manera, es más alto y esponjoso que el resto. Para bocas grandes. O para pequeñas pero habilidosas, que de todo hay. Conozco a quien ha viajado con ellos como mercancía hasta el otro lado del planeta. Es lo que tiene el paladar. Que no entiende de imposibles. Ni de distancias. Además es un “bien queda”. Bastan dos, para parecer docena. Llenan paquete y alegran el ojo. Pero, llegados a este punto, recuerden la máxima: No intenten hacerlos en casa. Para que el ruso sea ruso, al menos el nuestro, debe nacer en pastelería y vivir en escaparate. Solo así, acaba “inflau” con los aires y aromas de Bilbao.

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EL TIGRE LA FIERA DE DEUSTO No es la primera vez que lo digo, ni será la última. En asuntos de fauna, vamos despistados. El enésimo ejemplo, es la fiera de Deusto. Que sí, que ella anda con empanada, vale. No se explica, de otra manera, cómo cambió urbe por selva. Aunque fuera para liderar una famosa empresa de botas y correajes. Pero si el ojo del tigre apuntó raro, lo de la población bilbaina, fue aun peor. Tirando a patético, diría. A tanto llegó, que vimos leona donde había tigre. Será por aquello de que, a su altura y mirando de frente, se divisa el arco de San Mames. Y que, a falta de melena, concluimos que la fiera era leonina y hembra. Tampoco ayudaba mucho que las rayas no se adivinaran en su cuerpo de cemento. Pero es tigre. De eso no hay duda. Así lo creó Lucarini. Primero, en barro y pequeño. Luego, grande y en madera. Y finalmente, en hormigón rotundo. Haciendo su figura, imperecedera. –¿Y esa fiera? –preguntará el visitante, el sobrino, la hija, los nietos o el despistado. Y el nativo señalará orgulloso al felino, como quien señala a Shere Khan. Con familiaridad. Porque en el libro de Bilbao no habrá selva, pero hay tigre. Solo que, el nuestro, es amigo. Se lo digo yo, que en otro tiempo fui Mowgli. Como todos los bilbainos. Como todas las bilbainas. En Bilbao, la vida es así. En cuanto te despistas, asoma un cuento en cada esquina.

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ESCUDO DE BILBAO EL OMBLIGO DEL MUNDO Decidieron los dioses buscarle ombligo a la Tierra. Que una cosa es que les saliera bonita y otra que estuviera completa. Faltaba el detalle. La guinda. El ingrediente que la hiciera planeta. Así que enviaron exploradores a recorrerla. De Polo a Polo y de Este a Oeste. Cuentan que por tierra, mar y aire preguntaron, pero no lograron dar con ella. Hasta que decidieron guiarse por los vientos. Los cuatro. El del este, que era el benjamín, llegó a un monte llamado Malmasín. El del norte pilló mar brava y por un golfo llegó hasta el Abra. Siendo el aire viento en movimiento, Sur y Oeste se juntaron para ver su nacimiento. El del Botxo. Ese hoyo que se expande, lo dijo Einstein paseando por la Gran Vía y yo lo oí, cual inquietante agujero negro. Absorbiendo todo a su paso. De ahí que Bilbao no tenga mapa, sino flamante mapamundi. Todo hay en él. Y si algo no hay, es porque no merece estar o no hace falta. Que tener por tener, es tontería. No es este pues, un ombligo cualquiera. Por contar, cuenta hasta con escudo. Con su iglesia, sus lobos y su ría. Esa es la historia de este ombligo. Y de verdad les digo, que no es para tomárselo a tontería.

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ESCUDOS DEL ATHLETIC BÉSAME POCO No quiere besos. Prefiere respeto. Que la cosa lleve menos baba y más sentimiento. Así es el escudo del Athletic. Y así fue siempre. Desde que el mundo es fútbol. Elegante diana azul primero y corazón rojiblanco después. Centenaria vida, de variados y geométricos aspectos. Bandera al viento o escudo quieto. A veces con balón y abrazando. Otras sin él, para ir avanzando. Luciendo azul o guardándole ausencia. Casi siempre mostrando puente y villa. Y, a veces, pareciendo insignia o hebilla. Como en el 10 y en el 13. Cuestión de modas. Incluso de colores. Cambiado el uniforme, repintó su alma blanca. Del azul al rojo. Y añadió árbol y un poco de verde. El de la tierra. El color de la esperanza. La del casi, la del año que viene, la del no importa mientras seamos y estemos. Tiene nuestro escudo, mucho de leyenda. No en vano, estuvo en todas las batallas. Desde que el planeta es balón y el fútbol es redondo. Protegiendo a un equipo, a una afición y a un pueblo. Por eso no quiere besos. Que algunos son de Judas. Él prefiere respeto. Y compromiso. Con una forma de ser y de estar. Con un Club, nacido para ganar. Sean trofeos o aplausos. Sabe nuestro escudo que, como su hermana bandera, donde más luce es donde no hay viento. En el corazón del león. Donde el pálpito es noble y sincero. Por eso preferirá, ahora y siempre, el respeto al simple beso. Sea jugando en el verde, sentado en la grada o en el último rincón del universo.

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FELIPADAS DE RECETAS Y CLIENTES “El cliente siempre tiene la razón. Y si no, se la da”. Es esta una máxima tasquera, recogida en el imaginario compartido. Tiene una segunda parte, que solo a veces se dice, pero que siempre se piensa. “…porque razón tiene la clientela, hasta que suelta la tela”. En el caso que aquí nos ocupa, la razón es doble. Opinión y receta. Y de éxito, por cierto. Don Felipe fue el creador de un legendario sándwich, sin necesidad de ser Conde inglés. Tampoco nació como capricho alimenticio de jugador de cartas. Ni siquiera durante una larga partida. Fue más un arrebato el suyo, que le vino un incierto día. Por eso, no fue éste noble sándwich de alta cuna, sino pintxo grande de buena barra. A Don Felipe, le bastó con ser cliente, cocinero y pregonero para inmortalizar receta. Tres en uno. Como tres son los lados de una “felipada”. Así lo pidió y así se lo hicieron. Confirmado el acierto, el Alameda lo hizo suyo y lo abrió a la ciudadanía. Si lo prueba, no le dejará indiferente. Que bastante triste está la vida, como para mascar soserías. Y eso vale para hoy y para siempre. Medio siglo lleva el sándwich, demostrándolo entre nosotros. Podrán prohibirnos el tabaco, pero que nos dejen el tabasco. Al fin y al cabo, suena parecido y también lleva llama. La que ofrece, en cada bocanada, la incomparable “felipada”.

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FOSTERITOS CARACOLAS EN LA VILLA No solo es público y notorio que el Metro de Bilbao sea Metro y medio. Eso es sabido hasta en la China. Además, se confirma que es un Taxi. No es ésta la sentencia de un servidor, sino de un parisino que, hasta el día en que lo conoció, creía que el suyo era señorial. Díganme ustedes si conocen un tren bajo tierra, más limpio, fino y coqueto. Hace un mes, no más, una pareja de ingleses me preguntaron, intrigados, “cuándo abrían el susodicho”. Inaugurarlo, me refiero. Al responderles que ya lo hicieron en el pasado siglo, y que desde entonces va creciendo, me miraron sorprendidos. “Muy limpio para ser suburbano”, pensarían aquellos Roper aparentemente bien avenidos. Sobre todo, para haber arrancado en el 98. Echen cuentas. Parece raro. Pero es lo que hay. Que tendrá lo suyo el Metro, no lo niego, pero recorran mundo y juzguen luego. Y ya de paso, fíjense en sus bocas. A ver si son como las nuestras. Tan elegantes, finas y generosas. Lo dudo mucho. Porque, además de puertas, las bilbainas son caracolas con valor de monumento. Su nombre, es la del apellido que le dio vida. De Foster, Fosterito. Por eso, no son unas bocas cualquiera. Si entran por una de ellas, no solo oirán el tren. Podrán también sentir el mar. Al fin y al cabo, es lo que ofrece una caracola, cuando nos acercamos a escuchar.

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FUENTE DEL PERRO DE LEONES Y PERROS Algo nos pasa en Bilbao con perros y leones. Los confundimos. No se explica de otra manera que la fuente del perro lleve leones y el equipo de los leones lleve lobos, que son antepasados de los perros. Animales admirables todos al fin y al cabo. Pero distintos. Quizá les una el sentido familiar. La importancia del grupo. De la manada. Sea como fuere, la Fuente del Perro, ladra agua. Y tal singularidad, consiguió que las tres cabezas lograran hacer olvidar su origen leonino. Adiós al rey de la selva. Y de paso, al santo miguelino. Que baje el lobo del monte y que ocupe fuente y acera. Es lo que tiene que la calle no se calle. Que le da por hablar y no para. Y hablando, se lía la gente. Tanto, que da por cierto lo incierto. Y vete después a reclamar al maestro armero. “Porque es del perro y punto”. Así es y será por siempre. Desde 1800. Que ya es tiempo vivido y agua ladrada. Un día, no hace mucho, vi apoyada en ella a un chucho callejero. Buscaba algo de líquido, un poco de tregua y un pequeño respiro. Pero hete aquí que un peatón le increpó de malas maneras. Y yo le defendí ofendido. Al fin y al cabo, esa fuente es su fuente. La fuente del ladrido. La Fuente del Perro.

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FUNICULAR DE ARTXANDA A 3 MINUTOS DEL CIELO Subir por dentro de una falda siempre fue la antesala del placer. O del sopapo. Por suerte, los montes son más facilones que las montañas. Será cuestión de sexo. No lo sé. Solo tengo claro que tres minutos bastan a nuestro amigo, para poder tocar el cielo. Arranca en una plaza que, lleva su nombre, buscando la cima que dicen Artxanda. En esos tres minutos, les aseguro que da tiempo a todo. A él y a quienes en su seno lleve. Sean mayores o niños, turistas de paseo o paisanos dando un garbeo. Enamorados iniciando relación o amigos terminando parranda. Trabajadores dormidos o parados deprimidos. Parejas de casados y también desparejados. Incluyo entre ellos a solteros, separados, viudas y divorciados. Un crisol de caras, vidas, historias y gentes. Que no logren alcanzar sus sueños al llegar, bien arriba bien abajo, no es culpa suya. Al fin y al cabo, él solo sube y baja laderas. Solo es funicular. 256 metros en lo alto no da para tanto. O puede que sí. No olvidemos que va del Paraíso, al Olimpo. De la tierra de Aitor, a la morada de los dioses. Basta con asomarse para descubrirlo. Si no existiera, habría que inventarlo. Porque no sube una montaña. Sube al cielo.

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GALLETAS CHIQUILÍN EL SONIDO DE LAS GALLETAS Haga la prueba. Si parte usted una galleta chiquilín, sonará a apellido. A Artiach. Pero con “che” rotunda. Haciendo ruido al romper. Como para decir –¡Aquí estoy! –. Para celebrar como se debe el banquete. Sea desayuno, merienda o cena. Estas últimas, de invierno, régimen o destemple. Curando larris, a base de tazón de leche, con sopas de galleta. Barcos de harina a la deriva, esperando ser rescatados a cucharadas. Tampoco es mala compañera esta dama, de la onza chocolatera. Personalmente, me gustaba usarla como termómetro. Por la seguridad del paladar, se entiende. Dependiendo de la velocidad a la que se doblaba, medía uno el calor de la leche. Pero no fue ni es, la Chiquilín, hija única en su familia. Tiene hermanas de todo tipo, tamaño y condición. Mención aparte, merece la María. Que no les engañen las apariencias. Nació en Bilbao, aunque ahora sea otra quien lleve su fama y renombre. Era también redonda. Y muy sabrosa. Pero hoy nos quedamos con la que lucía un flamante rectángulo de singulares rebordes. Ondeantes formas, que evocaban a trabajadas puntillas. Nunca conocí paisano, ni entre los antepasados ni entre los presentes, que no haya mordisqueado, alguna vez y uno a uno, aquellos turrados salientes.

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GARGANTÚA SER DEVORADO Algunos sabemos lo que se siente al ser devorados. Apenas duele. Como mucho un golpe lumbar, si te tragan con prisa y hay exceso de alimento. O un traicionero cabezazo frontal, al entrar en boca, contra la paleta del comensal. Después nada. Oscuridad. Y un silencio cargado de gritos ahogados. Quien no lo ha probado, no sabe lo que es la fragilidad. Cuando uno se siente pequeño y vulnerable. No crean ustedes que les hablo de una mala sensación. Para nada. Que la mencionada, aplaca orgullos y asienta los sentidos. Y de paso, nos habla de lo efímero de la vida. Hoy estás arriba y mañana estás abajo. Y, por muy grande que seas, siempre hay alguien aun mayor. Pero, sobre todo, te enseña a ser humilde. Si ser comida baja humos, no les digo nada ser excremento. Hay más filosofía en el Gargantúa, que en los escritos de los sabios griegos. El propio gigante aprendió en su día, que no hay que bajar la guardia. Fue cuando, al ser sacado de casa, casi pierde la cabeza. Orgulloso y herido, decidió salir poco desde entonces. Lo justo para ser fiesta y algarabía. Y por ahí va hoy en día. Tragando a miles de niños y a otras tantas niñas. Con buena cuchara y mejor tenedor. Que el cuchillo, no afilado, suele salir traidor. Tampoco le hace falta. Él es de solitario bocado. Se lo digo yo, que por él fui devorado.

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GASEOSA ITURRIGORRI LA REINA DE LAS BURBUJAS Saciar la sed y los deseos de todo un pueblo no es cosa fácil. Sobre todo, si ese pueblo no tiene otras fronteras que las del sabor y la costumbre. Siendo más pequeña que las otras, apostó por la diferencia. Para empezar, optando por una silueta alternativa. Llamémosle femenina. Fina, algo recargada y de envoltura indefinida. Dejando entrever. Era tal su discreción, que se vestía con aire de pavés. Los dos patitos por altura y una corona por montera. Roja intensa. Roja vida. Otras tenían chapa. Ella llevaba txapela. Muy coqueta. Muy bilbaina. Muy sabrosa. Tanto triunfó, que le buscaron leyendas negras. Como esa que contaban las madres a los niños del Botxo. –La gaseosa se come los glóbulos rojos –. Como si eso fuera posible. Del vino que la pintaba y acompañaba, en comidas y cenas, nada nos decían. Lo malo no estaba en el alcohol, sino en la burbuja. Qué infamia. Pobre gaseosa. Por suerte, ella trascendió y supo sobrevivir hasta nuestros días. Por ahí resopla, aun hoy, cuando menos te lo esperas. Con ese chisteo que invita a girarse para verla y redescubrir lo que la hizo mito. Ser la única bebida, de la que se aprovecha todo. Hasta la chapa. Tapón metálico que llenamos de futbolistas y ciclistas y que tiene el color de los glóbulos rojos. El iturri. El que lleva fuente. El que quita “larris”.

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GILDA ILUSTRE ADOPTADA Salada, verde y un poco picante. Así es la Gilda. Y puede que naciera en el donostiarra Bar Casa Vallés. Pero, lo siento por la Bella Easo y sus gentes, es ésta una dama botxera. Al fin y al cabo Rita, para ser Gilda, tuvo que cambiar nombre y destino. Del Cansino hispano, al Hayworth americano. No extrañe pues, que recorriera cien kilómetros mal contados para acabar en otras bocas y coordenadas. Y, una vez aquí, convertirse en mito. De ahí que no haya barra ni bar bizkaino sin ellas. Las cosas son así y así se lo contamos. Avisados están. Que hasta Glen Ford recibió un sopapo, por no conocer la historia. Porque basta con probar su versión pintxo, para comprobar que Gilda es siempre amante traicionera. Lo mismo entra suave, que el paladar nos golpea. Todo dependerá del ánimo de la piparra. Aunque, siendo de Ibarra, es por lo general honrada. Marida bien con la antxoa, si lleva buena carne, poca espina, equilibrio perfecto en salada y pasaporte oficial de norteña. Lo de las aceitunas es un detalle imprescindible, como unos pendientes brillando en bella cabeza. Que no es la Gilda una mujer cualquiera, aunque a alguno le parezca.

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GIRALDILLO VIGÍA DE LOS VIENTOS No habrá dejado escrito sobre él Cervantes, pero merece literatura nuestro giraldillo. Ocho pies le bastan para caminar, sin moverse, por la villa y más allá. A fin de cuentas Verne nunca salió de casa y en cambio lo parece. De ahí que nadie podrá negar, a este pequeño bilbaino de cobre, haber viajado lo suyo. Al menos, a través de vida ajena. Lo que no habrá visto desde lo alto el muchacho. Desde su casa. Porque San Antón es Bilbao, hecho puente. Hasta mediados del XIX, a un lado la iglesia y al otro la plaza pública. Espíritu y carne. Y por debajo, la ría. Llevando vidas y mercancías. Anda que no da eso, como para escribir buenas historias. Pero el giraldillo tiene otro cometido. Siendo de naturaleza veleta, se queja de lo desprestigiado que está el término, en éstos nuestros días. Al fin y al cabo, es digno oficio. Alguien debe vigilar el viento. Sobre todo, en el Botxo. Porque bien es sabido, aquí y en la lejana Gana, que el aire del oeste trae galerna, el del norte frío y agua, el del este según le apetece y el del sur calores y galbana. Que se lo digan al Athletic. Es sentirlo en la cara y pararse piernas y aplausos. Agradezcamos pues al giraldillo, de corazón, que vigile los vientos, desde lo alto de San Antón.

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GOITIBERA OLIMPIADAS DE GOITIBERA 1899. El siglo terminaba y la carrera comenzaba. Aquella pendiente se las traía. En realidad, todas tenían su aquél. Que las de Atxuri, siempre fueron largas y empinadas. Lázaro, que así se llamaba el muchacho, contaba con 14 febreros, un cuerpo robusto y mucha osadía. No temía a nada, ni a nadie. Pero el cielo era otro asunto. Amenazaba lluvia. Un sirimiri repentino, podría provocar derrape e infortunio. Por suerte, la máquina era una perfecta obra de ingeniería. Material de primera y unos rodamientos en su momento óptimo. Ni muy viejos, ni excesivamente nuevos. Llevaban preparando la carrera, desde el día en que leyeron el cartel anunciador. El premio era lo de menos. Lo mejor era la copa. Cada noche tenía Lázaro el mismo sueño. Se veía, recogiendo el ansiado trofeo, delante de todo Bilbao. Y por fin, había llegado el día. La hora de hacer de aquel deseo, realidad con sabor a fantasía. 112 años después, la copa está en algún rincón de la casa familiar. Yo la he visto. En su placa se puede leer, “Campeón del mundo”. Cierto que no se presentaron americanos, británicos o chinos. Pero eso no fue culpa de aquél muchacho. Al fin y al cabo, en el cartel lo ponía clarito: “Campeonato del mundo de Goitiberas en Bilbao. El que quiera, que se apunte, antes del martes”. Así me lo contó Don Lázaro. Mi abuelo. Campeón del mundo, de Goitiberas. Para que conste. Para que se sepa.

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GRILLOS CONCIENCIA SIN PEPITO No sé si saben que los grillos, además de ser conciencia pinochesca, pueden servir para calcular la temperatura ambiente. El total de grados centígrados será igual al número de cantos por minuto, dividido entre cinco y restando nueve al resultado. Ahí queda eso. No será la de la relatividad, pero la fórmula tiene su aquél. Una advertencia: Los grillos de Bilbao no hacen cri-cri. Al menos, no como los del campo. Puede que sea porque no son machos buscando hembra. O porque no lo necesitan. Les basta con tumbarse en un plato para atraer al personal. Tanto a ellas como a ellos, que igual le da. Comensales, me refiero. Porque serán de aspecto humilde, pero tienen mucho éxito entre la parroquia bilbaina. Cómo será la cosa, que podríamos sentenciar, aquí y ahora, que es el más autóctono de nuestros pintxos. La difícil sencillez hecha bocado. Un poco de verde, un poco de blanco y un toque amarillo. Sus tres colores básicos. La lechuga, le da frescura. La cebolleta, picante dulzura. Y la patata, seriedad y contundencia. Lo suyo es comerlo entero. De una vez. Cerrando dientes y tirando de palillo. Que no es pintxo que exija paciencia. Si no cabe en boca, será problema del cliente o exceso del tasquero. –¿Vamos a por grillos? –Quien escuche esas palabras en Bilbao, que no crea que va al campo. Va de bares. Tampoco es tan raro. Al fin y al cabo, no deja de ser senderismo.

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GUGGENHEIM DE BILBAO, BILBAO Siendo ausencia nos conocimos y ya entonces apuntaba maneras. Pero apenas tuvo esqueleto, desaparecieron las escasas dudas. Era como una gigantesca maqueta, que cada día era más bella. Es lo que sucede, cuando el arte envuelve al arte. Que se contagia de hermosura y debate, a partes iguales. Y más, cuando se elige buen sitio. No hablo solo del terreno. También está aquello que lo ocupa. O lo ocupó, en su momento y en su día. Unas viejas vías y muchos contenedores, un pequeño parque y varios hangares, una concurrida gasolinera y algunos solares, una famosa clínica y una famosa calle. Y, además de todo eso, el Guggenheim. Porque siempre estuvo allí. Barco soñado por un pueblo, que buscaba nuevos rumbos. Muchas voces criticaron aquella aventura. Pero solo al principio. La mayoría, si no todas, se pegan ahora por seguir su estela. Siempre que me preguntan sobre si es mejor el continente que el contenido, respondo lo mismo. Quienes tuvimos el placer de subir a su techo sabemos que, esa, es su mejor parte. Porque desde allí arriba puedes ver en el horizonte el presente y pasado de tu tierra, mientras tienes bajo tus pies su futuro. El Guggenheim es la demostración de que, en la vida, es conveniente mirar hacia el frente sin dejar de mirar hacia el suelo.

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JABÓN CHIMBO POMPAS DE TOFFE Tiene aspecto de caramelo. De Toffe para ser precisos. O de Toffee, puestos a ser puntillosos. Pero no le hinquen el diente. Es un consejo. Yo lo hice y aun me arrepiento. Porque el Chimbo no es caramelo. Pero tampoco jabón. Es “el Jabón”. El que ha frotado cuerpos y cabezas de varias generaciones. Daba igual que fueran ricos, clases medias o gentes pobres. Nunca hizo distinciones. Lo suyo era rascar mugre hasta dejarnos brillantes. Lograrlo no era fácil. Y por eso nos quejábamos los infantes. –Ay, vale, valeeeee! –protestaba el niño. –¡Si es que no sé dónde has metido estas rodillas! –ponía como excusa, mientras frotaba la madre. Y el jabón seguía a lo suyo. Sin inmutarse. Sin desgastarse. Conozco pastillas de Chimbo, que han vivido más años que muchas personas. Adquiriendo formas caprichosas. Desgastadas por los lados. Modeladas por el uso y el tiempo. Pero ahí siguen. Impertérritas. Dispuestas a seguir limpiando, allá donde les dejen. Incluso, si se tercia, pueden llegar a ser receta. Por ejemplo, para el acné y el grano traidor adolescente. Lo sabemos, certifico, algunos y algunas por experiencia. A él le debemos triunfales citas, por lograr buena presencia. Frota duro el Chimbo, eso es cierto. Pero, frota con cariño.

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LA ALHÓNDIGA DE HYDE A JEKYL La sangre reseca que impregna sus dedos se oscurece bajo las uñas. La víctima está a punto de llegar. Así que se sienta y espera. Las voces suenan cerca. Es un grupo. Mejor. También en eso es un asesino diferente. Los prefiere a las parejas o a los tríos. Decidido, sale de las sombras y ataca. El grupo se dispersa presa del pánico. Y su víctima se queda sola. La luz de la ventana se refleja en el filo, justo en el momento en que realiza una parábola lateral. Con un golpe seco, acaba clavándose en el estómago de la víctima. Todo ha acabado. Suena una sirena. Objetivo cumplido. Seis mujeres y cuatro hombres apuñalados y otros cien aterrorizados. Ha sido un buen día. Es hora de cambiarse y desmaquillarse. Le gusta este trabajo. Quién le iba a decir a él que un día acabaría haciendo de Jack el destripador en “El Pasaje del Terror”. Solo hay un pero. No hay forma de eliminar la pintura roja que se queda bajo las uñas. La verdad, es que parece sangre. Y, en el fondo, le gusta. El Pasaje del Terror fue una atracción de feria que acogió La alhóndiga en 1988 y que aterrorizó a bilbainos y visitantes. Tras ser almacén de vinos y objeto de proyectos varios, el emblemático edificio acogió todo tipo de actividades. Hasta que, por fin, resurgió cultural y hermosa. Pero todos tenemos un pasado. Hasta las alhóndigas.

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LA AMATXO DE BEGOÑA EN EL NOMBRE DE LA MADRE Madre solo hay una y a ti te encontré en Begoña. Allí, al final del empinado camino. Donde termina el nombre de Mallona, a la par que el fuelle del peregrino. Trescientas once escaleras tienen la culpa. Naciste humilde. Pudiendo nacer en Catedral, elegiste Basílica. Y le cediste el privilegio a San Mamés. Todo fuera por los leones. Además, como buena madre, supiste elegir torreta. Para vigilar a los hijos, tanto de noche como de día. En la vida y en los sueños. Porque el peligro acecha siempre. Si lo sabrás tú, que viste sufrir antaño al agujero. Fuera por guerras o aguas, epidemias o desencuentros. Que de todo hay y hubo. Tantas situaciones, como gentes van y vienen. Algunos te rezan, otros te respetan. También hay quien te ignora. Pero esos, no son de Bilbao. O no del todo. No me preguntes por qué. No todo amor puede explicarse. En realidad, ninguno. Al menos, si es verdadero. Y el nuestro es real. Para alguien de Bilbao hay tres cosas que son sagradas. El Athletic, la cuadrilla y la amatxu de Begoña. Incluidos, quienes aborrecen el fútbol, tienen pocos amigos o son ateos reconocidos. Por tradición, por costumbre o porque sí. Porque nos da la gana. Si ella no pregunta, nosotros tampoco. Tan solo nos limitamos a proclamar, siempre con orgullo eso sí, el nombre de la Madre.

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LA GRÚA CAROLA LA BELLA CAROLA No es caracola. Es Carola. Pero suena a mar. Y a ría. La que le vio nacer hace más de medio siglo. Los foráneos se sorprenden de que exista una tierra en la que la vieja industria se pueda convertir en nuevo arte. Sean grúas o chimeneas. Como la de Etxebarria. Ahora que lo pienso, ambas son mujeres. Normal. Son las cosas del matriarcado. La madre, como centro de todo y de todos. También Carola. Alta y poderosa. 60 por 30. Que no serán a simple vista medidas de modelo, pero sepan que lo fueron. De hecho, marcó una época. Y gloriosa, además. Se codeó con lo mejor del sector y fue por todos admirada, tanto dentro como fuera. Por tener, hasta tuvo su momento de pasarela. Que se lo digan a la mujer que la inspiró. Un bellezón, que cruzaba a diario la ría y, de paso, los corazones. Carola era su nombre. Sin más. Sin oficio, apellido o gentilicio que servidor sepa o necesite saber. No somos cotillas. Aquella Carola se fue, pero la grúa permanece. Aun más guapa. Dispuesta a enamorar desde la quietud y la elegancia. Con ese aire que otorgan los años a la gente bien. De alguna manera, se siente abuela. Por eso recibe en su regazo, a quien quiera verla. Para que, juntos, puedan contemplar lo que fue y lo que será, desde lo más alto. Desde arriba del tiempo.

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LA LOCA DE ARRIKIBAR MISTERIOSA PENÉLOPE Dicen que la canción escrita por Perales, y cantada por Mocedades, no nació pensando en ella. Pues no será así, pero lo parece. Otro misterio que sumar en torno a esta intrigante dama. Tampoco fue, por otro lado y a decir verdad, tan bello su estar, ni tan novelesco su desamor. Hay quien asegura que el hombre de sus ojos no fue verdugo, sino víctima. Que, ser querido sin querer, también duele. Además, hay quien pide que la olvidemos y pasemos página por el bien de ella y de los suyos. Que no debe ser plato de buen gusto llevar el San Benito de la locura. Pero, cuando la leyenda gana a la historia, la verdad es secundaria. Y, a veces, hasta nos molesta. Por eso sigue ahí. Sentada sola, en un banco del imaginario compartido. Esperando al amor que no llega, mientras teje su destino. Al fin y al cabo, si algo tuvo siempre, fue tiempo y lana. El final no fue el esperado. Pero tampoco es eso raro. Este tiempo prestado, que llaman vida, ni es lógico ni tiene sentido. Más loco es el que no persigue un sueño, que el que aguanta pesadilla. De ahí que la dama de Arrikibar no estuviera loca. Al menos, loca de amor. Porque eso, es paradoja. Ya que el amor sin locura, ni es amor ni da ternura.

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LA OTXOA CUANDO LA RÍA SE HACE CARNE De José Antonio a la Otxoa, hay la misma distancia que del río a la ría. Su apellido empieza con “N” de Nervión. De ahí que el cambio de género sea en ellos tan natural como fluvial. Depende de cómo vengan las aguas y de la hora del día. Algo que no gustó en tiempos pretéritos, a las mentes obtusas de manos rectas. Como sería la cosa antaño, que acabó en comisaría. Solo por ser diferente. Por buscar liberación, entre tanta opresión. Tamaña injusticia, le animó a tirar de sarcasmo e ironía. La Otxoa es a Nielfa, lo que Marleen es a Marlene. La mitad más famosa. La más nocturna y peligrosa. Pero una, no puede entenderse sin la otra. Ni Bilbao, sin ambas. Ella ha puesto himno a todo lo que somos y a lo que negaremos que alguna vez fuimos. Y él, José Antonio, la mantiene como una reina. No es cosa fácil. De ahí sus negocios y sus constantes sudores. Como todo buen amante, sabe que no hay amor más grande que el amor sincero. Cueste lo que cueste. Por eso la Otxoa se quiere. Porque se sabe irrepetible. Al fin y al cabo, siempre tiró del amor de los amores. Del amor propio. La Otxoa es el último juglar de Bilbao. Lo reconoceréis fácilmente. Va vestido de mujer y un hombre es su guía.

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LA PLACA MEDALLAS EN LAS ESQUINAS Puede ser en un telediario o en una foto en la prensa. Da igual quién salga o qué suceda. Si la veo sabré, sin duda alguna, que el asunto hablará de Bilbao. Porque no hay otra igual. Ni tampoco más bella. Corazón azul, rodeado de oro. Con aire noble en tierra liberal. Las placas de Bilbao, no anuncian calles. Las condecoran. Con su liturgia y su donaire. Su respeto y sus maneras. Por eso posan flamantes. Aguardando miradas. Y, a veces, vídeos y fotos. Es el precio de la fama. No solo nominan vías, calles, plazas, alamedas o callejones. También nos señalan en el mapa, el lugar destinado a la Villa. A Bilbao. No deja de ser significativo que la empresa que rediseñó el viejo modelo se llame Aurrera. Porque si algo nos dicen las placas, es “Adelante”. Una permanente invitación a pasar. A entrar en el Botxo y a perderse adrede. Porque ellas no engañan. Nos cuentan dónde. El por qué, es otro tema. Siempre dependió de quien las pusiera. Me quedo con las de nombre de perro, pelota o variados oficios. Y las de maestros entre bares, sean riberos o poceros. O las que fueron testigo de nacimiento y domicilio de un servidor. Cuestión de cariño. Pero, sobre todo, guardo una en la memoria. Es esa que lleva una hermosa palabra por bandera. “Amistad”. Siete letras, tres sílabas y un sentimiento. Si no es eso medalla, que baje Don Diego y lo vea.

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LICOR DEL POLO TXIRENE ICEBERG Don Salustiano nació en Briones, porque se le pasó nacer en Bilbao. Que andaba el hombre muy liado y pensando, ya entonces, en qué hacer tras la primera bocanada de aire. La que nos da el aliento de vida. Lo arregló viniéndose a vivir al Botxo en cuanto pudo. Una vez situado, montó un Balneario permanente en la Villa. Su eslogan, “Baños hidroterapéuticos a la altura de los mejores de Europa”. Doce bañeras de mármol tenía y dos cuartos de duchas, con agua caliente y fría. Pero no fue famoso por eso aunque, según dicen, tamaña empresa lo merecía. Sino por un licor que no emborrachaba, pero a todos agradaba. Sobre todo, a las narices del prójimo. Que al fin y al cabo era quien lo olía. Licor del Polo llamó al invento y así por todos es conocido. Lo que poca gente sabe, es que su inventor fue un hombre de carácter singular. Aun más fuerte, incluso, que el popular elixir polar. Ateo convencido, a su familia desheredó. Dicen, quienes de esto tienen datos, que fue porque eran beatos. Y él, en cambio, no. Para nada, oiga. Era ver a alguien rezar y se ponía a blasfemar. Al fin y al cabo podía lavarse la boca, y borrar el olor a insulto, cuando le daba la gana. A tanto llegó su convicción atea que, tras su muerte, dejó dinero para crear una escuela de beneficencia. Siempre y cuando, eso sí, eliminasen la religión y apostasen por la ciencia.

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LOS MITOS LA DIFÍCIL SENCILLEZ Ser de Bilbao y mito no tiene mérito. Es intrínseco. Pero subrayarlo a base de guitarra con cables, en la Villa de los sesenta, se antoja épico. Cuando no utópico. Tony Santiesteban como solista, Carlos Zubiaga a la guitarra y los teclados, José Ignacio Millán al punteo, Paco García en la batería y Oscar Matía Sorozábal en el bajo. Cinco eran cinco, que para cuarteto ya estaban los Beatles. Comenzaron un tanto “Famélicos”, allá por el 66. Y, a base de acertadas notas, engordaron el orgullo botxero, para convertirse en grandes “Mitos”. En los setenta llegaría un maño, Fernando Brosed de nombre, para poner voz al grupo, tras la marcha de Tony. Esos son los datos. Pero el pentagrama de sus vidas tiene muchas más líneas. Tantas, como éxitos tuvieron. Cosa, que no siempre fue sabida. –¿Qué son de Bilbao los Mitos? –preguntaba extrañado más de uno, cuando la radio les pinchaba. Pues sí, bilbainos y bilbainas, que se sepa hoy y siempre, que fueron los Mitos famoso grupo botxero. En realidad, siguen siéndolo. Porque las canciones podrán durar tres minutos. Pero su recuerdo dura toda la vida. Basta con cerrar los ojos y abrir los oídos. De verdad, créanme, como dicen ellos, “es muy fácil, si lo intentas”.

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LOS TRIÁNGULOS DEL EME CON EME DE MISTERIO No es el de las Bermudas, pero es un misterio. Solo que, en este caso, no desaparecen aviones, barcos o personas. Sino el triángulo en sí mismo. O debería decir triángulos. No conozco a nadie que se conforme con uno. Hay quien dice que la clave está en el pan. Otros afirman que en la salsa. Quién sabe. Una confidente bilbaina de fiar, me contó en su día que sus creadoras, cinco hermanas, buscaron sabores fuera. Entre otros lugares, visitaron Madrid. Esther, la mayor, y su marido Luis recorrieron bares y tabernas del viejo Foro hasta encontrar el sabor imaginado. Lo encontraron en un indeterminado lugar de la Gran Vía, por entonces Avenida José Antonio. Fue una inspiración. Una suma de detalles. Un poco de esa tapa, el pan de este bocadillo, la alegría de aquella salsa… De eso hace ya 52 años. Ya solo queda Julita de las cinco hermanas. Pero el sabor de la familia permanecerá por los siglos de los siglos. De hecho, ya no les pertenece. Es patrimonio de los paladares de la Villa. El famoso triángulo que nace cuadrado. Puede que los egipcios de la III Dinastía ya los conocieran. O que Pitágoras construyera con ellos un teorema. Pero fue el EME quien los llevó más allá. Dándoles alma. La justa para compartir un breve momento con paisanos y foráneos. Si no han comido uno, puede que sepan mucho de sabores, pero no saben a qué sabe, el capricho del que sabe. El sabor Bilbao cuando se pone equilátero.

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MARIJAIA DAMA DE VIDA ALEGRE Efímera es su vida. Pero a cambio, es intensa. Marijaia viene a ser la cara B de una Virgen. Adorada y respetada, sí. Pero no por estar en ningún santoral, ni vivir en sagrado pedestal. Sino por aceptar en sus abrazos al foráneo y al local. Siempre sin preguntar. Siempre sin exigir. Sus dos únicos mandamientos son: “Disfrutarás las fiestas” y “Respetarás las del prójimo como si fueran tuyas”. Más allá de la escueta tabla de normas, está su naturaleza. Es, lo que se dice, una dama de vida alegre. Por eso se va con todo el mundo de farra. Sea a los toros o a los concursos, a las barracas o a los conciertos. Por el Arenal o por el Ensanche. Entre txosnas o de hoteles. Nunca le ha preocupado el qué dirán. Y aun menos, el qué pensarán. Solo le importa cómo lo pasaremos. El año que viene, me refiero. Que este ya es pasado. O un presente, tan intenso, que no deja tiempo para reflexionar. Por eso, apenas es ceniza, ya está pensando en ser cuerpo. Que es ella mucha hembra, para tan poco fuego. De ahí que cada año, agostado ya Agosto, asome en el Arriaga, teatral y emocionada. Es entovnces cuando mira orgullosa al pueblo, abre los brazos al mundo y ofrece a la fiesta su pecho.

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MELPOMENE VESTIDA LA DECENTE No tuvo suerte la niña. Cierto que su hermana mayor fue criticada y perseguida. Pero al menos tuvo una vida intensa, envidiable y divertida. Ella en cambio, nació decente. Con tan larga túnica, como corta libertad. La moda en los 50. Lo que se llevaba. También llevaba lira. Pero no sonaba a fiesta y alegría. Sino a réquiem y a policía. Secreta o indiscreta. Pero siempre gris. Guardando el orden que regía. Ese fue su mundo y así lo cuento hoy. Aunque, recuerdo cierto guiño del ayer. Siendo niño, tanto que no sé si es dato fiable o recuerdo inducido, me miró la estatua una mañana. O puede que fuera al revés. El caso es que habló. En realidad, preguntó. Quería saber el destino de su hermana. No supe responderle. Por entonces, nada sabía de ella. Así que me limité a perseguir a las palomas y a los gorriones, a falta de tximbos y mejores emociones. Ya mayorcito, casi adolescente, la vi marchar. En su lugar se quedó la hermana pródiga. La desnuda. La antaño vetada. Y ella se fue, sin queja ni lamento, a otro desplazamiento. Un popular rincón de la Villa. La Plaza de la Casilla. Pero no se detuvo aquí. Puestos a volver a vivir, vivió más vidas. Hasta que, finalmente, se fue a posar en un nuevo Bilbao. Y allí la encontraréis. En la orilla de su ría.

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MOCEDADES MUCHO MÁS QUE TÚ Los Uranga no son una familia. Son una banda sonora. Siempre lo fueron. Desde que Amaya, Izaskun y Estíbaliz arrancaron con el trío fraternal. Incluso tiempo después, cuando se añadió testosterona y gravedad al asunto, aumentando “Voces” y añadiendo “Guitarras”. No les digo ya lo que fue, al pasar a Mocedades. Desde ese momento, fueron el sonido de lo propio. El orgullo de un rincón de Europa. Ese que sintió que el dos, puede ser uno. Al menos, en la Europa musical. Por eso cantamos con ellos, desgañitados ante la pantalla. Buscando el “tuelf points” y con ello la gloria. Porque aquél “Tú” del “Eres”, era el “nosotros” de “Somos”. Por eso compramos sus discos. Para regalar tierra. Y por eso aprendimos inglés, y hasta latín, para seguir versos o temas. Llegados a este punto confesaré que, tras compartir sobremesa con ellos, ya nada es igual. Las cenas ya no son tan plenas, ni las otras voces tan buenas. Porque ellos no cantan. Tocan en lo profundo. Allá donde no llega el bisturí del cirujano. Al lugar, en el que se guarda el interruptor que enciende tanto la risa, como el llanto. Al fin y al cabo, fueron y son una familia. Hasta para romperse en Mocedades y Consorcio. Que nunca hubo una sin un roto. Por eso, repasar las fotos del grupo, es repasar las de la familia. Las de la suya y la nuestra. Que, en el fondo, siempre fueron la misma.

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MUSA MELPOMENE LA MUSA DESNUDA No siendo maja, es majísima. Cómo será que cada mañana nos saludaba furtiva. No es que sea altiva. Es que mira para arriba, buscando ideas que regalar al artista. Nosotros íbamos camino del colegio o el trabajo. Ella, camino de la inspiración. Hasta que llegaba el viernes por la tarde. La hora de la libertad. Entonces, emocionados, nos encontrábamos en el parque. Como siempre. En la misma esquina. Bueno, en realidad era “nuestro siempre”. El suyo fue más viajero. Porque, para ser estatua, fue muy movida. Tanto, que intentaron retenerla. Y, acusada de desnudez, acabaron por detenerla. Como si las vergüenzas estuvieran en el cuerpo y no en el alma. Ya les he dicho que no es maja, pero también fue vestida. Como la goyesca, sufrió censura. Le robaron años y décadas de vida. Por qué será que el totalitario se preocupa más de la bragueta del pueblo, que de lo que adolece su tripa. Pero no pudieron con ella. Al fin y al cabo, siguió viviendo en la mente del artista. Igual que hoy. Por un lado, junto al Bellas Artes. Por otro, entre los recuerdos de los pródigos. Mujeres y hombres de la Villa, que duermen en tierras lejanas pensando siempre en su lira. La que, sin sonar, sonaba cuando estábamos en casa. Entonces no la apreciábamos. Pero hoy, añoramos su melodía.

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PARQUE DE LOS PATOS EL PATO QUE NUNCA FUE FEO –No sé que tiene ese cisne que no tengamos nosotros –Comentó susurrando un pato. –Puede que sea por el cuello, que luce en forma de ese. –Respondió el otro, tras pensar en ello un rato. –¡Veo que sois nuevos en el parque! –exclamó un tercero, con buen oído y mejor pico, desde el fondo del estanque. –Aquí, el famoso no es el cisne. Sino el pato –. Sorprendidas las dos aves, le pidieron al viejo ánsar nuevos datos. Y este, aprovechando que no había gente ni comida, les contó la historia del parque de Doña Casilda. –No será el Hyde ni el Central. Tampoco estará en Nueva York de las Américas o en el Londres de Inglaterra –comenzó diciendo el pato. –Eso ya se ve, porque es tirando a pequeño. Poca tierra y diminuto lago –dijo osado, el más novato de los patos. –Pues que las apariencias no te engañen, compañero alado –sentenció el viejo emplumado, un tanto mosqueado –No es uno grande por lo que ocupa, sino por la gente a quien preocupa –. Qué razón tenía aquél sabio ánade botxero. Porque la vida, pone a cada uno en su sitio. De ahí, y por eso, que en Bilbao, un pato, pueda alcanzar grado de noble. Para qué ser bello cisne o elegante pavo real, si puedes tener un parque, siendo un pato normal.

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PASTEL DE ARROZ PASTEL MENTIROSO Nunca nos quedó claro qué llevaba Caperucita en la cesta, ni por qué el lobo la quería. Para mí, que era un pastel de arroz. Tamaño cuento, añado. Con su moraleja y su todo. Porque lo de este dulce es digno de reflexión. No sé si saben, que necesita un día completo para nacer. Con su mañana, su tarde, su noche y su amanecer. En ese tiempo, crece un centímetro. De seis pasa a siete. Y alcanza su esplendor. Como sus hermanos “el ruso”, “la carolina” y “el bollo de mantequilla”, su poder muere más allá de Altube. A veces, traspasa la línea. Pero poco. No sea que le cojan cariño y no pueda regresar algún día. Al fin y al cabo, sabe que es único. Tanto, que puede triunfar sin ayuda de otros. Solo ante el peligro. O ante la gula. Porque este pastel no se come por hambre. Que lo sacia. Sino por placer. Que lo asegura. De ahí que el lobo lo desee y Caperucita lo proteja. Morderlo proporciona tal cúmulo de sensaciones, que no hace falta nada más. Quizá un sorbito de café con leche. Pero por tragar, que no por necesidad. Aun así, no hace ascos a formar en caja junto a otros. Un pastel con forma de cesta y sabor a fábula. Al fin y al cabo, lleva cuento. Y, además de moraleja, sabrosa mentirijilla. Pero se le perdona. Porque no llevará arroz, pero lleva patria.

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PICHICHI EL REY GOL Fue hombre antes de ser leyenda. Y jugador antes de ser trofeo. Su nombre empieza con “R” de red y termina con “L” de gol. Normal que, Pichichi y el gol, sean uno. Hablo en presente, porque el mito tendrá tumba, pero no tiene descanso. Es la suya una eternidad, que nace al morir. A veces antes. Como le pasó a él. Ya era icono, cuando calzaba botas. En el barro del rectángulo de los sueños, construyó las mejores ilusiones. Las propias y las ajenas. A tanto llegó su arte, que atravesó el tiempo y el espacio. Haciendo que su nombre sonara a grito. Ese que sale de las entrañas y fluye por la garganta. Ese, que bautizaron “goal” y nosotros llamamos gol. Palabra inglesa, que le gusta usar al botxero. También al resto de los bizkainos. Y al vasco en general. En realidad, a toda gente de bien con ganas de alegría. Por eso, al recordar a Pichichi, sonreímos. Porque lleva retranca. Nunca pasó desapercibido. Sus tantos estrenaron marcadores, campos y catedrales. Alegraron los afines corazones y tocaron otra cosa, en los ajenos, que también acaba en “ones”. Fueran jugadores, entrenadores, directivas o aficiones. Porque siempre le envidiaron. Por genio y por ingenio. Por clase. Hasta en el irse tuvo arte. No pudo intoxicarse como los pobres, no. Lo hizo con ostras, como los reyes.

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PINTXOS MORUNOS ÁFRICA EN UN PINTXO Si uno de Bilbao puede nacer donde le da la gana, que es discutible, en Bilbao podrá renacer quien le dé la gana, que se antoja más factible. Además, es lo justo. Y eso vale para personas, animales o cosas. Sean estas últimas, objetos decorativos, complementos o alimentos. Basta con que entiendan dónde están. Tuvo el pincho moruno ese tino, para cambiar la “che” por la “txe”, al final del camino. Un recorrido que inició en la Melilla de Iturribide, para terminar, allí está aún, en el Iruña del Ensanche. Hamed es el padre, la madre y el espíritu de este producto singular. Porque es probar uno, y necesitar comer un par. Que dos siempre es buen número. Hasta para los pintxos. En el caso de los morunos, a Tomás le recuerdan a su infancia. A un servidor, a la fiesta. Fuera picante o no picante. Y me refiero tanto al bocado, como a la noche. En ambos casos, iban acompañados de trago largo y refrescante. Que no es cosa buena llenar la tripa, sin mojar bien el gaznate. Además, el moruno, así lo exige. Y luego dirán algunos que no es un planeta Bilbao. Cómo no va a serlo si, en un solo pintxo, ya lleva un continente.

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POLVORÓN FELIPE II APLASTANDO A UN REY Dicen que fue homenaje lo del nombre. Lo de Felipe II, me refiero. Pero verte estrangulado y aplastado, a veces con saña, para después ser devorado, no debe de ser plato de buen gusto. Salvo si se es polvorón y monarca, por lo que parece. No haré chistes de dobles sentidos por aquello de que, hablando de reyes, el polvorón solo tiene un sentido. Y los reyes, también. Así que abandonemos el cotilleo, para pasar a la sustancia. La que llena la boca de esplendor sin necesidad de ser cuantiosa. Un bocado basta para entender su magia. Esa que lleva harina, manteca, azúcar y almendra. La que se envuelve en fino papel, a base de doble trenza y se aprieta con la palma, para darle consistencia. Quizá de ahí le venga el nombre. Al fin y al cabo, Felipe II, era conocido como “el Prudente”. Y prudencia hace falta para comer un polvorón. No sea que la cosa se rompa y acabe por los suelos o en la solapa. Fina metáfora la de este dulce, que no deja de ser como un imperio. Una frágil unión que, por mucho que aprietes, siempre se rompe. Qué se le va a hacer. Está en la naturaleza del polvorón. Por eso, al abrirlo, monta revolución.

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PUENTES DE BILBAO BOTONES DE UNA RÍA Los puentes son como los charcos. Pasar con encima siempre lleva incertidumbre. Al fin y al cabo, el agua amenaza desde abajo. No es culpa suya. Pero su discurrir nos inquieta. Sea por exceso o por defecto. De ahí que los puentes se frecuenten más como paso urgente, que como atalaya paciente. Al menos en Bilbao. Aunque no siempre fue así. Antaño nos sirvieron para despedir y recibir a barcos y mercancías. Cuando el comercio llevaba salitre. O los utilizamos para vigilar siderurgias y aventuras navales. Cuando Bizkaia tenía hierro. Incluso nos ayudaron a saludar triunfos en rojo y blanco. Cuando éramos apoteosis. Pero no acabó aquí la cosa. Quizá sea menos pomposo, pero es un dato real. No sé cuándo fue. Quizá desde el principio. Me refiero al momento en que el puente pasó a ser piel. Llevándonos de un lado a otro, de una orilla a otra. Uniendo gentes, clases, amores, culturas, diversiones y dineros. Fue entonces cuando el puente ganó sentido. Porque dejó de ser caminado por el peatón, para ser del agua un botón. Bilbao tiene diez. Desde San Antón hasta Euskalduna. Luego está Rontegi. Pero es más hebilla que botón. Cerrando a lo grande. Al fin y al cabo, hablamos del mapamundi. Si no me creen, crucen nuestros puentes. Y, al hacerlo, asómense a las aguas. En ella estamos todos. A merced del destino. A merced de la corriente.

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PUPPY UN ESCOCÉS VINO A BILBAO No se llamó siempre Puppy. A veces fue Lagun, Boss, Milú, Blanquito o Troy. Tantos nombres tuvo, como estrellas hay en el cielo. Tampoco fue un West Highland Terrier todo el tiempo. Pudo ser caniche, pastor alemán, bóxer o simplemente, callejero. Pero todos ellos están en Puppy. Por eso es tan grande. Por eso es tan soberbio. Quince toneladas de sentimiento. Me lo contó, una tarde, un niño en Mazarredo. Su perro se había ido para siempre. En trece años, solo le dio un disgustó. No ser eterno. Al principió el niño lloró amargamente. Pero fue antes de saber la verdad más evidente. Que los perros de Bilbao no se quedan en la Tierra, ni tampoco van al Cielo. Tampoco es el Limbo su lugar, tras hacerlos enterrar. Ni viven reencarnados, tras ser incinerados. Los chuchos del Botxo, tienen más categoría y mejor acomodo. Ser todos uno. Para formar un campo santo, sin necesidad de cementerio. Donde las flores huelen a vida y están siempre en movimiento. Donde perro y arte son amigos. Y, de paso, compañeros. Así me lo contó aquél niño. Él que cada noche se asoma a la ventana, para ver a su amigo. Sabe que Puppy nunca se irá. Por eso no lleva collar. Por eso será eterno.

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RÍA DE BILBAO CORAZÓN DE AGUA Cuando la miro no sé si es ella o él. Ni si viene dulce o salada. Dicen que si te bañas hoy, frente al ayuntamiento, sabe a lo primero. Puede. Pero no me vale. Ella siempre jugó al engaño. Hoy te quiero, mañana no. De ahí, que su abrazo sea a veces peligroso. Tiene mal beber. El exceso de líquido saca lo peor de su ser. Arrasa con todo y con todos. Aunque no le culpo. Ella llegó antes. Cedió orillas y nos dio cobijo. Y no siempre se lo agradecimos con fundamento. Durante décadas, vivimos un envidiado romance. Éramos famosos en el mundo entero. Ella nos protegía y nosotros recorríamos su cuerpo. De punta a punta. Los catorce kilómetros. De lado a lado. Los dos mundos. Y fuimos felices. Comimos, bebimos, trabajamos y nos quisimos. Hasta que llegó ese momento en el que una pareja se estanca. Llámenle crisis, llámenle egoísmo. Lo que eran en su día baños y risas, se convirtieron después en residuos y desplantes. A tanto llegó el distanciamiento, que dejamos de mirarla. Le dimos la espalda. Primero, días. Luego, años. Y finalmente, décadas. Aun así, intentó llamar nuestra atención. Lo mismo traía gabarras cargadas de ligas y copas, que nos sorprendía con delfines y focas. Servidor la conoció marrón y triste. Ahora parece más lo que siempre fue. Agua viva. Y me alegro. Las reconciliaciones siempre son buenas. Pero esta vez no podemos fallar. Vamos a darnos tiempo. Vamos a mirarnos. Y a mojarnos. Es hora de que los bilbainos volvamos a amar, como se merece, a esa dama llamada Ría.

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SAGRADO CORAZÓN EL VIGÍA Al Sagrado Corazón de Bilbao le pasa lo que a Zarra. De Pancorbo para arriba y para abajo siempre quisieron ponerle cascabel. Y quien dice cascabel, dice etiqueta política. Para hacer suyo, lo que era de todos. O de nadie, que también puede ser. De ahí que unos lo pagaran, otros lo construyeran, los siguientes lo amenazaran y los anteúltimos lo utilizaran. Por suerte, los últimos, los de apenas ayer, lo dejaron estar. Tal y como fue. Tal y como nació. Al final de una calle, llamada Gran Vía. Recibiendo de espaldas vehículos, peatones y tranvías. En plan torero. Confiando en la suerte. Algo que sorprende, yo lo he visto, al novato visitante. Porque ellos no saben cuál es su verdadero destino. Su razón de existir. Ser el vigía peculiar, de una tierra singular. Una población con Fe terrenal. De esa que sí, pero con matices. Espiritual, sin olvidar lo material. De ahí que la palabra villano, adquiriera doble sentido en su día. Por un lado localismo. Por otro, moralismo. O la falta de él. Que la Villa siempre fue pecadora. Y a mucha honra. Aquí y en Roma. Lo llevamos en la sangre y se contagia por la ría. A veces el pecado venía de fuera. Otras, de casa partía. De ahí que la estatua de la espalda al camino y siga mirando la ría.

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SALCHICHAUTO BILBAO Y SU AUTO LOCO Puede que nos enamoráramos de Penélope Glamour o de Pedro Bello, según géneros, gustos o cadencias. Y que nos riésemos con Pierre Nodoyuna y su compañero Patán. Pero el “Auto loco” por excelencia en Bilbao, era el Salchichauto. Seamos sinceros, tenía un punto al Papa Móvil, mucho antes de que éste existiera. Lo digo, por aquello de que llevaba a un hombre de pie en su parte trasera. Que no repartiría papales bendiciones, vale. Pero expendía bocatas, que provocaban sonoras exclamaciones. –¡Lleva dos salchichas! –gritaba sorprendido el nuevo cliente. A lo que Pedro, no Bello sino Abajo del Río, respondía decidido –¡Es que menos, no da ni para un diente! –. Luego estaba el sabor. Si el Salchichauto hubiese aparcado en Nueva York, los carritos de Gotham hubieran pasado a mejor vida. Va a comparar usted el sabor de los bocatas de Pedro, con los plastificados de esas tierras. Tanto por producto, como por tratamiento. No tienen parangón. –Están de cine –sentenciaba la parroquia bilbaína en su día. Normal. No en vano, solía aparcar a la vera de uno. Porque lo del Salchichauto no era solo un bocata. Era, un placer de película. Daba igual títulos y cartelera. El final feliz, siempre estaba fuera.

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SAN MAMÉS LA CATEDRAL LA CATEDRAL DE LOS SENTIMIENTOS La llaman Catedral del fútbol. Pero se quedan cortos. En San Mamés, cabe mucho más que fútbol. Por tener, tiene hasta su propia atmósfera. Esa que te da la vida, con solo respirarla una vez. Incluso si no has estado, te mueve pulmón. Aunque solo sea para suspirar. Por haber estado y no estar. O por no haber estado nunca y no poderla visitar. Nació un año 13. Dicen que es mal número si no crece. Por eso sigue ella expandiéndose. Más allá de lo físico, hablo de lo metafísico. Porque ni Aristóteles podría entenderla. Siendo campo cerrado, abre mente y espíritu. En ningún lugar del mundo suenan los rugidos como en ella. Ni los goles. Tampoco el aplauso al contrario. Ni siquiera el cántico al propio. Porque la Catedral no es un campo. Ni un estadio. Es otra cosa. En ella hemos visto ganar ligas y pasear copas. Hemos llorado y reído, varias veces, por cierto, en un mismo partido. Nada raro. Pero no me pregunten por el nombre de quienes se sientan a mi lado. No hace falta saberlos. Porque San Mamés nos quiere así. Todos uno. O mejor dicho, una. Que al fin y al cabo, somos familia. Por eso nos envidian los rivales. Por eso luce imponente, a punto de ser centenaria. Y por eso da igual dónde la pongan. La Catedral seguirá siempre en el mismo sitio. En el corazón y en la memoria. Entre las pocas cosas de la vida, que de verdad merecen la pena.

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SANTIAGUITO 300 AÑOS DE PECADO Trescientos años de misterio. En realidad, alguno más. Los que hay desde el día en que “Artesanos del Malvavisco” dieron con el Santo Grial. El sanador de gargantas irritadas y corazones pecadores. Un caramelo tan natural, como rocoso. Mucho se ha escrito y hablado sobre él. A veces, por lo religioso. Otras, por lo civil. Pero nadie ha logrado responder a la gran pregunta. ¿Por qué te lo dan clandestino? Al menos, antes era así. Podía ser la abuela, la tía Carmen –¿quién no tiene una tía Carmen? –o una vecina de pelo cano y broche en el ojal. Nunca te lo entregaban a mano descubierta y con tono abierto. Eso, jamás. El proceso era otro. Pedían que te acercaras discreto y te metían, en el bolsillo del tabardo, un buen puñado de ellos. El momento se cerraba con un guiño cómplice y un gesto exigiendo silencio. Como si el asunto llevase, además de azúcar, malvavisco y clarea de fruta, un oculto ingrediente con valor de pecado. Un añadido. Así que te alejabas sin saber qué hacer, ni cuándo comerlo. Porque, además, recordemos, la cosa llevaba su tiempo. La clave estaba en hacerlo bailar en la boca. Ahora lo aparco a la derecha, ahora a la izquierda. Y, de vez en cuando, un tanteo con los dientes. El justo para que no le diera tiempo a pegarse en ellos, ni a dañar esmaltes. Elaborar un Santiaguito lleva 40 minutos. Comerlo, toda una infancia. Descubrir su secreto, toda una vida.

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SANTO SAN MAMÉS EL SANTO QUE SUSURRABA A LOS LEONES Lo que son las cosas. Tantos años acudiendo a su vera y nunca me había fijado en el sorprendente detalle. San Mamés, es un “chuleta”. Santo, sí, pero va sobrado. Basta con mirar su pose, para comprobarlo. Hasta el león aguanta estoico el desdén del muchacho. Que, por cierto, más que fiera parece gato. Será por aquello que de la osadía juvenil a todos abruma. Y no solo cuando la luce el santo. Es la misma que exhiben y pasean, quienes visten la mítica zamarra del Club. La roja y blanca. La eterna. La que recorre la alfombra verde del templo sagrado. La que adopta como propia, la concurrida y variada parroquia. Haciendo del Athletic, una compacta familia. Esa osadía presenta el santo en la reliquia. Pero en seguida descubrió San Mamés, que aquello no era vida. Cierto que, a veces, le daban sonoras alegrías. Pero otras, sufría dolorosas sangrías. Fuera por méritos del contrario o deméritos del propio. Incluso, a veces, por culpa del colegiado o de esa diosa, griega y pecadora, a la que llaman Fortuna. Así que tuvo que colgar la aureola una tarde y remangarse. Para ayudar el domingo y el sábado que se viste de domingo. No les digo nada, cuando se pasó a jugar todos los días. Que si ese penalti, que si ese poste, que si un gol, que si beste bat. Y él pensando, “En mala hora no me dejé comer por los leones”. Y es que, el fútbol, exige demasiados milagros.

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SOKONUSKO TRES ERAN TRES “Se necesitan 3 puntos de apoyo para sostenerse en equilibrio”. Es esta una máxima de la física. “Y para que ni la mesa ni el banco cojeen”, añade un servidor. De ahí que, en asuntos de aritmética, sea el tres número importante. También en temas de rezos. No en vano, se le considera perfecto y celeste. Así que no es por lo tanto casual, que sea la cifra elegida por el Sokonusko. El turrón por excelencia de Bilbao. Obsérvese que, para pronunciar su nombre, hay que poner los labios en posición de beso. Quizá porque, el dulce referido, merece más de un ósculo sincero y alguno, si me apuran, tirando a apasionado. Hay quien le tacha de carero. Como si alguna vez el placer fuera barato. Además, quién puede ofrecer sino él, tres turrones en uno. El blanco, el tostado y el negro. Tres pralinés de quitarse la txapela y con elegante cerrado. El de un cuarto chocolate, tirando más bien a negro. Cortarlo exige arte. No sea que una capa se rompa y pierda la gracia el asunto. Personalmente me gusta verlo presidiendo bandeja y recién abierto. Cuando aun luce sello en el recio cuerpo y apenas lleva cortes. Indicando que le queda mucha vida, aunque termine diciembre.

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SOMBRERERÍA GOROSTIAGA ELEGANCIA MEDIO “LAU” Con gran vuelo y mejor caída. Así es la txapela de Bilbao. Que la boina es muy digna, pero cuando es txapela ilumina. Que se lo digan a Baroja. O a Unamuno. Como decía este último, “Es prenda honrada que nivela”. Puede llevarla el joven y el anciano. El obrero y el señorito. Pero cuidado, que toda boina es txapela, pero no toda txapela es boina. Así lo apuntó Resurrección María de Azkue atinado y en su día. Recordándonos, oportuno, lo que el vocablo siempre significó en Euskera: Sombrero. Por eso no es erróneo que en una sombrerería la reina sea la txapela, en versión boina bilbaina. Pocas prendas han logrado vestir a tantas cabezas. Quede claro al personal, que también hacen gorras y sombreros en el histórico local. Son para damas y caballeros, que quieran llevar testa a cubierto. O para artistas y noches de gala. Incluso para obreros de pico y pala. Que la elegancia no se compra, pero un buen sombrero ayuda. Doy fe. Aun así Carpentier, siendo francés, luce en el escaparate txapela botxera. Porque sabe el botxeador, que tan malo es llevarla a rosca como no llevarla en este mundo. Lo suyo es buscar el perfecto equilibrio. Por eso, en Bilbao, la llevamos medio “lau”.

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THATE LOS KÁISER DE BILBAO Los Thate son los Dalton de Bilbao. Pero en su caso, todos los hermanos son listos y honrados. Y, sobre todo, trabajadores. Hermann, Enrique, Carmen y Alfredo son hijos y nietos de maestros charcuteros. Llevan la parte alemana del mapamundi del Botxo. La Democrática y la Federal, que nunca hubo en su negocio muros ni fronteras. Producto vasco, estilo germano. Y a veces, viceversa. Que lo suyo es la fusión y, sobre todo, la unión. Cómo será su arte que su pastel de carne, en las ferias germanas, ha alcanzado categoría de mito. “Ingeniería alemana, con ingenio vasco” responden ellos cuando les preguntan por su fórmula. Que no es cosa de contarla, pero tampoco de no decir nada. Los Thate han logrado, incluso, rizar el rizo y bilbainizar el codillo. Como si la Ocktober Fest fuera fiesta de txapela, txistu y tamboril. Y eso, solo lo hacen los que tienen título de embajadores de ida y vuelta. Solo por este asunto, merecerían estatua ecuestre. O porcina. Pero aun hay más. Según los tres hermanos, la salchicha de un Thate siempre es la más deseada. Por tamaño, materia y por los placeres que ofrece. La hermana sonríe al oírlo, pero no dice nada. Porque sabe que el negocio con humor, se lleva mucho mejor.

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TONETTI FILÓSOFO DE NARIZ ROJA Las cenizas de Tonetti fueron lanzadas a nuestras aguas. A la ría. Que no deja de ser, según la RAE, “una penetración que forma el mar en la desembocadura de algunos ríos”. Pero también es el “imperativo del verbo reír, tercera persona del singular”. Y algo de imperativo tiene la risa. –Ría usted, por favor, aunque no ayude el entorno –. Con Tonetti comprendimos que la vida tiene doble cara. Risa y llanto. Un circo ambulante. Donde una cosa es la pista y otra los bastidores. La procesión va por dentro. Sabía el payaso bilbaíno, nacido cántabro, que de la risa al llanto apenas hay una mueca. Circo y mundo no paran de girar. Por eso, no hay más remedio que pintarse la cara y salir otra vez a pista. Por eso nos sentimos orgullosos de ser de un lugar que levanta estatuas a payasos. Confiéselo. A usted también le pasa. Cada vez que un bilbaino atraviesa el parque de los patos, devuelve el saludo a Tonetti. Porque no es lo mismo hacer el payaso que ser payaso. Para lo primero basta con ser torpe. Para lo segundo hay que ser muy grande. La de Tonetti no es solo la estatua a un payaso, sino a una filosofía de vida. La de un Bilbao que siempre supo poner, ante los problemas y las adversidades, buena cara y mejor sonrisa.

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TRANVÍA UN METRO CON VISTAS Tiene un poco de tren y un mucho de gusano loco. De ahí que, como la famosa atracción de feria, el tranvía enloquezca a la chiquillería. Porque, siendo transporte, parece un juguete grande. Y de espíritu festivo, añado. Da igual que uno vaya a trabajar a la otra punta, allí abajo o allá arriba. La sensación nunca es de traslado, sino de viaje. Con un recorrer sinuoso, que nos descubre un Bilbao, cada vez más hermoso. Al fin y al cabo, es el tranvía el hermano mayor del suburbano. Y se nota. Porque eligió sitio primero. Como sucede en asuntos de literas. –yo arriba, que siempre fue así. Incluso cuando no estaba, me guardaron el sitio –le dijo al Metro el orgulloso Tranvía. Por eso va tan digno por nuestras calles, con un pie en cada vía. Por eso y porque pasear por el Botxo da gusto. Solo hay un pero. Ya no tiene terraza. Esa trasera a la que se subía el que no tenía billete o a esa hora no cabía. Ahora todo es más compacto. Más cerrado. Pero no le preocupa eso al tranvía. De hecho si te acercas, entre tintineo y tintineo, te contará al oído su secreto –Entra dentro de mí. Porque, a través de mis cristales, se ve pasar la vida –.

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TRICICLOS DEL PARQUE CENTAUROS DE BILBAO Centenario y de estilo romántico era su recorrido. Muy frondoso y aun más colorido. Lo que se dice un aire inglés. Por tener hasta tenía, aun tiene, su propio mar interior. Nació de la generosidad de Doña Casilda de Iturrizar y de las mentes del arquitecto Ricardo Bastida y del ingeniero Juan de Eguiraun. Lo que denota origen de alta alcurnia. Que no es cuestión de pedalear por pedalear. Y menos, en un recorrido vulgar. Era la carrera de entonces, prueba completa y variada. Con etapas cortas, pero entretenidas. Esquivando a paseantes y contrarios tanto en las idas, como en las venidas. Todos sus puertos eran de primera. Allí segundones, nunca había. Que eso es de gente sin fuste. Por culote, pantalón corto. Por maillot, flamante tabardo. Y barquillos y bocatas, como único avituallamiento. Pero lo diferente de verdad, era la montura. En lugar de bicicleta, tirábamos de triciclos. Que aportaban equilibrio y añadían señorío. Pedalear en ellos no solo acercaba destinos. También enseñaba a elegir buen camino. Que la vida no es sino un mover rueda, a golpe de esfuerzo e ilusiones y a merced de la suerte y las condiciones. Por eso fuimos centauros, antes de ser mayores. Porque hay que vivir fantasías siendo niño, para enfrentarse después a las realidades.

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TROLEBÚS UN BILBAINO SOBRE RUEDAS Desconozco si llovió o fue un día soleado. Solo tengo claro que tuvo lugar el 20 de Junio de 1940. Arrancaba, por entonces, el primer viaje del Trolebús. Su recorrido, Santiago-Misericordia. Toda una aventura. La primera de esas características en la Península Ibérica. Ahí es nada. Desapareció en 1976 y hoy solo sobrevive en viejas fotografías. Aunque aún quedan sus huellas. No estarán en las calles, pero si se fijan, podrán todavía verlas. Basta con buscar en los recodos de la memoria. Allá donde se encuentran los viejos sonidos y los añorados sabores. De los segundos mucho hemos hablado en este laminado recorrido botxero. Pero nos faltaban los primeros. Nuestros sonidos. Como el del cambio de raíles o el de la ruidosa catenaria, cuando giraba el trolebús en sus recorridos. Y luego estaba el color. Rojo intenso. Rojo inglés. De ese que heredaría después el autobús de dos pisos, ya huérfano de cables. Esto que cuento es tan cierto como que hay noche y día: Hubo un tiempo en que Bilbao fue museo viviente del ferrocarril, del automóvil y del autobús. Y entre sus preciados tesoros, lugar de honor ocupó siempre el pionero trolebús.

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TRUFAS DE ARRESE MARIPOSAS DE BILBAO No me digan que no son mariposas. Al menos, a mí me lo parecen. Antes de desenvolverlas tienen dos alas. Eso se ve a simple vista. Y una vez desprendidas, cae polvo al tocarlas. Puede ser de cacao o de azúcar, pero polvo fueron ayer, hoy y siempre. Eso se nota, aunque las abras deprisa. Cuenta Tomás, en la página vecina, que en Nueva York es por todos conocida. Servidor lo confirma. Y si hace falta, hasta lo firma. Es cierto que hay otras. Muchas, para ser sinceros. Unas artesanales. Otras industriales. Incluso son habituales también, y muy buenas por cierto, las que se dicen son caseras. De ahí que su lograda fama, no sea asunto baladí. Que cuesta lo suyo triunfar en la bombonería. Y más aun, en el mundo de las trufas. Pero, no siendo dulce original, le pasa lo que a la boina. Que llegó a Bilbao de fuera y en casa pasó a txapela. Pregunta ahora por ahí, si no es esa prenda botxera. Pues lo mismo sucede con la trufa. Si quiere comprobarlo, es fácil. Llévelas consigo, más allá de nuestra tierra. Dé a probar una de ellas, y nadie le dirá que nos sea ajena. Porque guardará en su seno chocolate, nata, naranja o café. Pero llevará también sabor, de eso doy fe, a esquina de Gran Vía.

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TURRONES IVAÑEZ LA CASA DEL TURRÓN Hay títulos que se ponen sin medida. En el caso que nos ocupa, es todo lo contrario. Se pecó de humildad. Y mucho. Porque aquello no era portal, sino casa. Y si me apuran, hasta mansión. No tanto por el continente, que no, sino por el contenido. En este rincón de Bidebarrieta el olor a turrón todo lo envolvía. Paredes, suelo y aire. De ahí que la chiquillería recorriera calles y callejones, esquivando charcos y piernas de mayores. Buscando el camino, a golpe de nariz. No era fácil, créanlo. Porque aquél puesto, oda amorosa y heroica al dulce, era de carácter inquieto y de espíritu movido. Todo fuera por sobrevivir y crecer. Pero acabábamos por encontrarlo siempre. Incluso bajo la lluvia de Diciembre. Porque mazapanes hay, hubo y habrá muchos. Pero con cuerpo de pequeño perro y sabor a nube, pocos o ninguno. Al menos, como aquellos que aquí refiero. Cierto que ayudaba al encantamiento el peculiar entorno. Gente con castañas asadas, globos de calzados La Palma y bolsas de una y mil tiendas. El universo habitual de un garabato llamado Siete Calles. Allí decidió Don Miguel dar cobijo a sus figuras de Jijona. Que no será el famoso de Belén, pero un portal de Bilbao es buena opción también.

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TXIMBOS A VISTA DE PÁJARO No fue uno, sino muchos. Tantos, como habitantes tuvo la Villa. Siempre pequeños, siempre botxeros. Será por aquello de que Bilbao, desde el cielo, más que urbe parece nido. Va a ser eso. La respuesta al misterio y la razón de tanta visita alada. Eso, y que nuestro suelo siempre tuvo buen olor y mejor bocado. Fueran restos de bocatas, de patatas o de palmeras y barquillos. Fue tan popular su figura y tan eficiente su volar, que aterrizaron en el valle de las palabras. En ese árbol, que llaman diccionario. Pero no de cualquier lengua. Sino de esa oficiosa que se llama bilbaína, que dicen lexicón y que a nosotros nos parece preciosa. Una vez en ella, dieron su nombre a jabones, a carabinas y a barcos. Y ya puestos, como estaban de ronda, nos otorgaron gentilicio alado. Ese que llevamos desde entonces, a mucha honra los bilbainos. Sea Chimbo o Tximbo, el bilbaino, si es con diptongo, sabe que el suyo es rango de ave. Pero no de una cualquiera. Sino de aquella que, vaya donde vaya, sea en primavera o en verano, en otoño o en invierno sabe que cuando vuelva, le estará esperando el nido. Ese que llaman Bilbao y del que, por mucho que vueles lejos, en el fondo nunca te has ido.

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TXUPINERA LANZADORA Y LANZADERA Si el pregonero luce amarillo, ella presume de rojo. Pero no de uno cualquiera. Sino de famoso General. Zumalakarregi. Por aquello de las dos caras de Bizkaia. A diferencia del vocero de la fiesta, hablo del Pregonero, el de Txupinera es cargo de pocas palabras pero intensas. Lo suyo es más el ruido. El que nace silbido, para luego ser trueno. El del cohete que lleva mucha pólvora y aun más ilusiones. No es casualidad que sea ella quien lance el proyectil. Siempre fue la mujer quien mejor maneja los cohetes. La pólvora en mano y maniobra masculina, tiende a ser beligerante y a llevar peligrosa inquina. De hecho, la Txupinera es más terrenal. Prescinde de pomposos gorros y opta por txapela. Igual de elegante, pero más popular y callejera. Percha y botafuego lleva por instrumentos y una makila de roble, con alabado fundamento. Que una cosa es ser discreta y otra no mandar. Y ella manda. Mucho, además. Porque nos marca los tiempos. La cuenta atrás o la cuenta hacia delante, según se vea, para la semana más grande. Que su cohete no nos llevará a la luna. Pero nos la acerca nueve días.

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VASO DE VINO EL CÁLIZ DE LOS TXIKITEROS Tan macizo, como engañoso. Tan singular, como popular. Así era, alguno queda, nuestro famoso vaso de vino. Y digo nuestro, porque carajo importa dónde nació o quién lo creó. Lo que vale, es dónde reinó. Y lo hizo, ahora menos, en los bares y tabernas de ese cráter siempre despierto, hasta cuando duerme, llamado Bilbao. A diferencia de otros cálices, este nunca se acompañó de alimento sólido. Ni un triste mendrugo de pan. Ni una miga. De primero vino, de segundo vino y de postre, vino. El menú del txikitero. Llevaba, eso sí, banda sonora. La de las bilbainadas. Cantadas cerradas, pero abiertas al mundo. Y mucha historia. La de los “susedidos botxeros”. Servía para brindar por todo y por nada. Decían los críticos, que era mucho cristal para tan poco espacio. Qué sabrán ellos. Lo suyo era arraigo y punto. De ahí la gran base. La justa y necesaria, para asentarse en esa tierra inquieta llamada barra. Y de paso, ayudar al tasquero en las cuentas. Poco vino, pero lucido. Ofreciendo un trago noble. Rotundo. Solitario. Como mucho dos, para el principiante o para quienes andan desentrenados. Después, un golpe con el culo en la barra y a por otro bar. A por otro cáliz. A por otra ronda.

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Índice Sentimiento bilbaíno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Soy de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Agua de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12/13 Alejandro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14/15 Alfabeto de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16/17 Angulas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18/19 Aste Nagusia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20/21 Athletic Club . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22/23 Azul Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24/25 Bakalada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26/27 Baldosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28/29 Bandera de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30/31 Basílica de Begoña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32/33 Beyena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34/35 Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36/37 Bollo de mantequilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38/39 Boni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40/41 Boteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42/43 Carolina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44/45 Carta Puebla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46/47 Cervezas de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48/49 Chocolate Chobil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50/51

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Cordones de San Blas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52/53 Cromos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54/55 Don Celes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56/57 Don Diego López de Haro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58/59 El Azulito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60/61 El Kiosco del Arenal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62/63 El Pregonero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64/65 El Ruso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66/67 El Tigre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68/69 Escudo de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70/71 Escudos del Athletic . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72/73 Felipadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74/75 Fosteritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76/77 Fuente del Perro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78/79 Funicular de Artxanda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80/81 Galletas Chiquilín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82/83 Gargantúa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84/85 Gaseosa Iturrigorri . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86/87 Gilda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88/89 Giraldillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90/91 Goitibera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92/93 Grillos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94/95 Guggenheim . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96/97 Jabón Chimbo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98/99 La Alhóndiga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100/101 La Amatxo de Begoña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102/103 La Grúa Carola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104/105 La Loca de Arrikibar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106/107 La Otxoa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108/109 La Placa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110/111 Licor del Polo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112/113 Los Mitos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114/115 Los triángulos del EME . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116/117 MariJaia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118/119 Melpomene vestida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120/121 Mocedades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122/123 178

Musa Melpomene . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Parque de los Patos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pastel de arroz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pichichi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pintxos morunos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Polvorón Felipe II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Puentes de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Puppy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ría de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sagrado Corazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Salchichauto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . San Mamés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Santiaguito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Santo San Mamés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sokonusko . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sombrerería Gorostiaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Thate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tonetti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tranvía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Triciclos del Parque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Trolebús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Trufas de Arrese . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Turrones Iváñez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tximbos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Txupinera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vaso de Vino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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