TORRE ALHÁQUIME: EL MUNDO COMO TABLERO DE JUEGOS SUCIOS

TORRE ALHÁQUIME: EL MUNDO COMO TABLERO DE JUEGOS SUCIOS Prólogo por Juan Emilio Ríos Vera Que el mundo es ya hoy en día, en pleno siglo XXI, una aldea

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TORRE ALHÁQUIME: EL MUNDO COMO TABLERO DE JUEGOS SUCIOS Prólogo por Juan Emilio Ríos Vera Que el mundo es ya hoy en día, en pleno siglo XXI, una aldea global es bien conocido por todos. Y que el aleteo de una mariposa en Estados Unidos provoca huracanes en el golfo Pérsico también está ampliamente recogido por los libros de historia. En esta novela del escritor hispano-holandés Onno Henke, el mundo se nos presenta como una mesa de casino donde, sobre el verde e inmaculado tapete, se escenifican toda clase de juegos sucios, mientras el crupier hace la vista gorda ante las trampas de todos y cada uno de los tahúres, porque luego espera su parte en el negocio como uno más de los engranajes de la estafa. Es nuestra civilizada y tecnológica sociedad un tablero de ajedrez donde hay demasiados reyes, demasiadas pocas reinas y gran multitud de peones que son presa fácil de los grandes tiburones de las finanzas y la mercadotecnia. Todos los ciudadanos de a pie somos carne de cañón de los laberintos intrincados de la gran casta política que nos manipula como marionetas y ninguno está a salvo de verse envuelto cualquier día entre sus largos tentáculos, que ninguna frontera, aduana o muro puede frenar. El mundo es grande y está lleno de profundos agujeros negros, pero no hay lugar para esconderse cuando te busca el alargado brazo del poder. Todo está conectado y no existen las casualidades: un cadáver que aparece flotando en el estrecho de Gibraltar puede haber 13

sido asesinado virtualmente en una reunión de negocios en una sombría habitación de cualquier hotel de mala muerte en Moscú. Y el arma con la que muere un esbirro de la mafia rusa en un lujoso apartamento de Marbella el día anterior podía haber estado perfectamente en el doble fondo de un contenedor en un carguero de bandera liberiana que surcara el golfo Pérsico. No hay fronteras para la gran política, todo el mundo es un mismo país, todas las banderas se pliegan ante la gran bandera del dinero, todas las religiones sucumben ante la gran y única religión verdadera del poder, todos los idiomas convergen en el único idioma que hablan los magnates y al que solo le bastan unas pocas palabras para que todos se entiendan: dinero, poder, tráfico de armamento y de drogas. Las demás palabras son secundarias y pueden ser sustituidas por la mímica, que es el lenguaje universal que todos comprendemos al primer golpe de vista. Trepidante y audaz novela esta nos regala Onno Henke, que no te da respiro alguno, que te oprime con su atmósfera viciada, que te agrede con la dosis justa de violencia, pero sin regodearse con la sangre y las vísceras gratuitas, de las que hacen alarde muchas novelas del género, que solo contentan a los lectores más morbosos. A nuestro autor le interesa la radiografía certera de la realidad, no la fácil caricatura que todo lo distorsiona, le atrae la verdad desnuda no aderezada con comerciales adornos que la conviertan en un aburrido best seller de usar y tirar, le apasiona el escenario creíble de los acontecimientos, no la fusión contrahecha y artificial de la ficción con una realidad manoseada y mentirosa. El informe Torre Alháquime no inventa embusteras situaciones, sino que crea una trama que perfectamente se podría estar gestando ahora mismo en cualquier rincón de nuestra sociedad 14

global, donde nada ocurre por azar, donde nada es producto del destino, sino de la inteligencia suprema de algunos capos que controlan los hilos del mundo con mano de hierro y máscaras de semblante amable que nos hacen creer que todo es maravilloso y que todos los finales son felices. Tu novela no es ficción, amigo Onno, es simplemente la verdad, a la que tú le has puesto tus propios personajes: Qassím, Aisha, Soraya o el capitán Ruzafa, que se mezclan y confunden con personajes reales como Bin Laden, Al Assad u Obama y crean una historia que podríamos encontrarnos esta noche en el canal 24 Horas o en la edición digital de El País. Enhorabuena, por tanto. Juan Emilio Ríos Vera1

1. Licenciado en Filología Hispánica e investigador suficiente por la Universidad de Cádiz, es actualmente presidente del ateneo José Román de Algeciras. Anteriormente fue presidente del colectivo cultural Yaravi y también presidente del liceo Ibn Abi Ruh y fue cofundador de la asociación de estudios hispanoárabes Aben Ezra. 15

Introducción Era el año 1450. Abu ibn Assud, mi antepasado, traspasó todas sus propiedades al noble y valiente Al Hákim, el señor de la fortaleza y caudillo de las tropas árabes, que defendía la frontera entre Al Ándalus y la Hispania cristiana. Con su familia, esclavos y caballos, Abu ibn Assud emigró desde Al Ándalus, la España musulmana, al norte de África. Al este de Tánger adquirió una gran extensión de terreno y se llevó consigo su gran conocimiento de la cría de caballos. La nueva finca que adquirió fue fundada como «Torre Alháquime», en honor al pueblo donde nació en Al Ándalus. Este nombre quedó guardado durante los siguientes seis siglos, hasta la fecha de hoy. Durante todas estas generaciones nuestra familia ha seguido dedicándose a la tarea de la cría de los mejores caballos de raza. Ahora, desde que murió mi padre a los principios del siglo XXI, tengo yo, Qassím ibn Assud, la responsabilidad de llevar la empresa en esta época de incertidumbre que lleva aparejados revoluciones, guerras civiles y ataques terroristas. No obstante estas circunstancias difíciles, les puedo decir con mucho orgullo que poseo una cartera de clientes que incluye a los hombres más poderosos del Oriente Medio. A consecuencia de los cambios radicales en las estructuras del poder y el incremento de grupos fundamentalistas islámi17

cos en el Oriente Medio, los servicios de inteligencia están en alerta máxima. El Departamento de la Seguridad de Marruecos, la Direction Générale de la Surveillance du Territoire, está trabajando las veinticuatro horas del día intentando evitar nuevos atentados, después de los dramáticos ataques a la embajada de España y a un restaurante en el centro de Rabat. No obstante sus enérgicos esfuerzos y férreos controles policiales, siempre pueden surgir errores humanos o interpretaciones erróneas de documentos interceptados.

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Capítulo 1 Desperté con un sentimiento indescriptible de malestar. Bostecé un par de veces y me estiré, pero no me relajó. Parecía como si tuviera un nudo en el estómago. Un presentimiento tan agobiante de tensión, tan fuerte, no lo había tenido nunca en mi vida. Ahora, tantos meses después, aún puedo recordar y describir exactamente esa horrible sensación. Gracias a Dios, en ese momento aún no sabía lo que me deparaba el futuro; cómo mi tranquila y feliz vida se iba a convertir de la noche a la mañana en un auténtico infierno. El sol de la mañana asomaba a través de las contraventanas, haciendo una sombra rayada sobre la blanca pared de mi dormitorio. Un par de moscas intentaban por todos los medios buscar la manera de entrar por la mosquitera, que estaba colgada de un gancho del techo y drapeada por encima de nuestra cama. Me di la vuelta sobre mi costado y vi el cuerpo de Aisha durmiendo plácidamente a mi lado. Su melena brillante le caía como una cascada de tinta negra por su hombro y cubría la almohada de seda. El ritmo de su relajada respiración en situaciones normales me hubiera tranquilizado, pero esta vez me parecía de una falsa tranquilidad. Era casi una sensación de amenaza tangible lo que sentía; una premonición de que una inevitable desgracia iba a suceder de un momento a otro. 19

Los sonidos propios del día que comenzaba en la hacienda, el caminar del personal sobre el camino de gravilla, el relinchar de los caballos en los establos en la parte más baja de la finca, el canto de los pájaros en el parque… Nada parecía desviarse de una mañana primaveral y de total normalidad en la hacienda Torre Alháquime. A lo mejor había dormido con demasiado calor y solo eran resquicios de pesadillas que me habían puesto nervioso. Aparté la mosquitera, me deslicé fuera de la cama para no despertar a Aisha y fui al baño anexo a nuestro dormitorio para darme una ducha de agua fría. Después me afeité, pero al secarme me di cuenta de que el agua todavía no había logrado eliminar la expresión tensa en mi cara. Cuando por fin me había refrescado lo suficiente y el agua se había llevado mis malas sensaciones por el desagüe, me acerqué a la terraza, envuelto ligeramente por el albornoz, cerré los ojos y me dejé mimar por el sol que me calentaba el rostro. Al abrir los ojos, pude otear en la lejanía el perfil de las suaves colinas cubiertas de campos de trigo, y los grandes bosques de alcornoques que parecían adentrarse en las azules aguas del estrecho de Gibraltar. Al otro lado, la roca de Djebel Tarik (Gibraltar) estaba iluminada por los primeros rayos dorados del sol matutino. La fortaleza y los blancos edificios del pueblo de Tarifa, en la antigüedad baluarte de piratas, se apreciaban claramente por su contraste con los contornos verdes de los campos y bosques de Al Ándalus. No había ni un soplo de aire y prometía ser una cálida mañana de junio. Por encima de los cipreses pude ver cómo un 20

grupo de trabajadores en los establos se dedicaba a comenzar sus tareas con los caballos y abría las verjas del picadero. En ese momento oí que se abrían las puertas del balcón detrás de mí y Aisha, arropada en una fina chilaba de lino, salía a mi encuentro con una jarra de zumo recién exprimido en una mano y en la otra, un par de vasos. Me dio un tímido y veloz beso. «¿Qué tal ha ido todo en España? No me percaté de tu llegada a casa anoche». La hacienda Torre Alháquime era la posesión más valiosa que en tiempos remotos fue adquirida por el fundador de la dinastía de la que en este momento yo era el último heredero. Mi antepasado Abu ibn Assud fue uno de los pocos hombres inteligentes que pudieron anticiparse a la caída de Al Ándalus frente a la supremacía de las fuerzas cristianas. Justo a tiempo pudo vender por un buen precio sus bienes, y con toda su familia, caballos y esclavos, cruzó el Estrecho a Tánger. Aquí prosiguió con el trabajo de toda una vida: la cría de los mejores caballos para el emir y su ejército. Con su gran conocimiento hizo una selección en el cruce de las razas de caballos andaluces y árabes, sentando las bases para una raza nueva. Este prestigioso proyecto que empezó mi antepasado culminó ciento cincuenta años más tarde, durante el mandato del rey Felipe II, con la creación del caballo de pura raza andaluza, en los Reales Establos de Córdoba. De vez en cuando, absorbido por olas de añoranza e impotencia, oteaba mi antepasado Abu ibn Assud sobre el Estrecho, que le separaba de las verdes colinas de Al Ándalus, cada vez más reducida en su superficie por la imparable presión de los ejércitos cristianos. 21

Gran parte de Al Ándalus se había convertido en una zona hostil y peligrosa que había de evitar por todos los medios. Como Abu ibn Assud había sido el proveedor de caballos más importante para el rey moro de Granada, Mohammed X, ofreció así sus servicios, tras su marcha de Al Ándalus, a los monarcas benimerines que, desde su capital, Fez, consiguieron el control sobre el norte del continente africano. Estos nuevos gobernantes preparaban con grandes ilusiones la reconquista para ayudar a sus compatriotas, que habían sido acorralados por los cristianos. Ellos empujaron cada vez más fuerte las fronteras de Al Ándalus. Abu ibn Assud se alegraba de todo corazón de las intenciones de recuperar esas tierras perdidas. Un poderoso ejército de expedición árabe tendría que cruzar el Estrecho y practicar un desembarco en las playas al oeste de Tarifa, de la misma manera que hicieron los almorávides y los almohades en el pasado lejano. Los cristianos en Al Ándalus tendrían que ser echados nuevamente hacia las áridas e inaccesibles zonas de la parte más norteña de Hispania. Para este proyecto hizo falta una infinidad de caballos y, en la cría y el adiestramiento de estos para la guerra, tuvo Abu ibn Assud trabajo para el resto de su vida. Con el comercio de los caballos hizo una inmensa fortuna. Esta se invirtió en parte en la nueva hacienda, que fue reforzada con muros y torres. La llamó «Torre Alháquime», en honor al pueblo de Al Ándalus que le vio crecer, donde aprendió a amar a los caballos y recibió de la mano de su padre todos los conocimientos sobre la cría. Torre Alháquime se convirtió en sinónimo de reputación en la cría de caballos y llegaba a todos los rincones del mundo árabe. 22

Grandezas de Oriente Medio como Ata Turk, pero también Lawrence de Arabia, habían montado caballos procedentes de los establos de Torre Alháquime, y, en épocas más recientes, también el general Franco y su Guardia Mora habían sido clientes de mi padre. En la actualidad figuran entre mis compradores muchas casas reales, empezando por la marroquí, la de Arabia Saudí y la de Jordania. Pero, para decir toda la verdad, tengo que admitir que también los últimos déspotas del mundo árabe, como Muamar el Gadafi o los corruptos líderes de algunas repúblicas islámicas, figuraban en mi cartera. La leyenda contaba que, en algunas épocas del pasado, Torre Alháquime había caído en manos de ladrones, piratas o tratantes de esclavos, que sabían valorar su perfecta situación estratégica. Gracias a Dios, la posesión de la hacienda finalmente siempre volvía a sus verdaderos dueños. Así también en el trágico año 1610, el año de la expulsión de los moros de España, Torre Alháquime jugó un importante papel en el recibimiento y protección de cientos de moriscos que, tras haber perdido todas sus posesiones, fueron obligados a marcharse de España. Durante el alzamiento en armas marroquíes contra el poder colonial español al principio del siglo XX, el complejo fue ocupado alternativamente tanto por las tropas españolas como por las marroquíes. Incluso por un corto periodo de tiempo fue cuartel general destinado para Abd-al-Krim, el líder de los sublevados marroquíes. En represalia, la vivienda fue bombardeada hasta los escombros por el fuego de la artillería francesa. Tras la guerra, mi abuelo recuperó su valiosa propiedad, ahora convertida en una triste ruina. Entre los escombros que23

daron aún piezas que se podían reutilizar, como pilares, piedras ornamentales y vigas antiguas para la nueva y lujosa vivienda y los edificios anexos. El arquitecto de mi abuelo con su gran conocimiento y experiencia hizo reconstruir todo el complejo en estilo árabe-andaluz y así recuperó todo su esplendor. Solo el pórtico, un sólido fragmento de muro y un pilón de amarre muy adentrado en el mar eran originales y se mantenían en pie. Eran testigos de lo importante que fue el lugar en tiempos remotos. Con los cambios tan radicales que hizo mi padre en el interior de la casa hace unos veinte años, la hacienda con su piscina, rodeada por un palmeral centenario, estaba completamente adaptada a las exigencias de la vida moderna. Ahora mi tarea era mantener a salvo esta valiosa posesión para poder transferirla en el futuro a una nueva generación. Muy a mi pesar, aún no había heredero en camino. La crisis financiera en la que el mundo se estaba viendo inmerso, que cortaba la respiración, en combinación con la sangrienta revolución, que en los medios de Occidente se ha denominado irónicamente «la Primavera Árabe», en mi opinión, no ofrecía muchas perspectivas positivas para el futuro más próximo. Aunque nuestro rey Mohammed VI implantó rápidamente algunas leyes democráticas, no parecía nada seguro que estas medidas fueran a ser suficientes para calmar la intranquilidad de nuestro país. Sí sabía que nuestro servicio de la Seguridad Nacional hacía horas extras para que cualquier cosa o persona que se saliera de la ruta marcada por el Gobierno o, peor aún, que pudiera tener posibles relaciones con países vecinos o con movimien24

tos extremistas, se pudieran suprimir con mano dura y lo más rápidamente posible. Así, dándole vueltas a mis pensamientos, estaba en la terraza, hasta que Aisha me despertó y me bajó de nuevo a la tierra al preguntarme cómo me había ido en España. «Muy bien», contesté. «Los caballos han hecho bien la travesía. El Estrecho estaba tranquilo y han tenido otros dos días para adaptarse a los nuevos establos en Jerez antes de que empiece la competición. Los jinetes están en perfecta forma física. Lo único es que les daba mucha pena que yo esta vez no pudiera estar allí con ellos. La inesperada visita del americano ha aguado la fiesta», añadí con pena. «Creo que el desayuno a estas alturas ya estará preparado. ¿Vienes dentro?». Con un tono frío añadió: «Soraya también está aquí». Eludió mi mirada al darse la vuelta y entrar por delante de mí. Estaba contento de que no hubiera visto o no hubiera querido ver mi reacción. Mi sorpresa primera pasó a irritabilidad. ¿Por qué no había marchado Soraya esa misma mañana temprano, como me había prometido después de haberla dejado en su habitación? Aisha ya tenía desde hacía tiempo sospechas; desde que Soraya se instaló con nosotros tras los fallecimientos de su marido, el entonces recién nombrado general de la aviación, y su único hijo de seis años. Era dos años mayor que su hermana Aisha y desde pequeñas siempre tuvieron una relación muy estrecha. Que después del accidente se instalara con nosotros era normal y agradeció nuestro ofrecimiento. Casi tres años había formado parte de nuestra vida familiar, pero volvió a Marrakech para ayudar a su madre cuando su padre enfermó gravemente. 25

Ella tomó las riendas del negocio en el bazar después de su muerte. Soraya en esos últimos años había cambiado mucho, ya no físicamente, sino que tenía molestias continuas de cambios de humor, algo que era natural, muy comprensible y de excusar tras el dramático accidente aéreo. Lo que produjo esta catástrofe, según el informe de las autoridades de las Fuerzas Aéreas, fue un fallo técnico en el Cessna bimotor, aunque algunas lenguas seguían alimentando rumores de que podía haber sido un atentado en la lucha por el poder dentro de la cúpula militar. El Ministerio de la Seguridad Nacional se agarró a los resultados de la investigación militar y poco después cerró el caso definitivamente. Al recibir la terrible noticia de la muerte de sus seres queridos, el mundo de Soraya se derrumbó y nunca pudo superar el durísimo golpe, y lo que cada vez me preocupaba más era que su tristeza se transformaba en ira por lo que le había tocado vivir. Era una reacción razonable y natural, y más aún cuando ella también estaba totalmente convencida de que había sido un atentado y su mayor frustración era que sabía que los culpables nunca serían castigados por ello. En varias ocasiones, intentó entablar contactos en la Seguridad Nacional, pero todas las puertas se cerraban para ella. Nadie quería arriesgarse a pillarse los dedos en un caso que ya estaba cerrado y archivado. Cada vez se encerraba más en sí misma y parecía que aumentaba su tristeza respecto al mundo. Lo que realmente le hizo cambiar fue su odio contenido y su promesa de que esas muertes algún día serían vengadas. 26

Sin buscarlo, mi preocupación y exceso de atención hacia Soraya fueron interpretados por ella como un acercamiento amoroso. Con los celos en aumento hacia su hermana pequeña tras poco tiempo se lanzó literalmente en mis brazos y con todos sus encantos consiguió atraparme en sus redes. A pesar de que nuestros encuentros tenían lugar en total secreto, a Aisha no le pasó desapercibido que nuestro comportamiento había cambiado. Pruebas de infidelidad nunca había encontrado, pero su intuición femenina estaba bien desarrollada. Sentía perfectamente cuándo la había sido infiel. A pesar del dolor que le hacía sentir, se sacrificaba para no quitar a su hermana esos pocos momentos de felicidad. Había sido idea de Aisha que Soraya era la persona indicada para atender a su madre ahora que ella también era viuda, cosa que aceptó, aunque a mi esposa le costó convencer a su hermana de su nuevo papel. Después del arreglo de su apartamento propio e independiente en el palacete familiar en la medina de Marrakech, se puso manos a la obra, ayudando así a su madre, para que prosperase de nuevo el comercio en el bazar. En mis viajes internacionales era Soraya la que en muchas ocasiones y en secreto me acompañaba y, por el enorme parecido entre las dos, podía sencillamente hacerla viajar con el pasaporte de Aisha. Soraya provocaba en mí en esas noches secretas una pasión que nunca había sentido con ninguna mujer en mi vida. Toda la tristeza y el odio de su interior parecían transformarla en pasión y furia incontrolable en la cama. Como era la mayor en casa y había estado casada con un hombre de la alta sociedad, se había desarrollado de una forma diferente a Aisha. No tenía nada de timidez y siempre era 27

el centro de atención en las fiestas o reuniones familiares. Era muy espontánea y directa en el trato. Su hermana pequeña en este sentido era más introvertida y ya de niñas siempre estaba en un segundo plano. Aisha nunca se dejaba llevar por el desenfreno y la pasión, cosa que sí hacía Soraya. A pesar de que Aisha nunca hablaba del tema, había un problema que le preocupaba igual que me preocupaba a mí: en los cuatro años que ya llevábamos casados y a pesar de que manteníamos relaciones frecuentes, Aisha no se quedaba embarazada. Era joven y gozaba de buena salud. Aún podía suceder de todo, pero Soraya sí se quedó directamente embarazada tras la boda, decía una pequeña vocecita muy dentro de mí. «¿Cuándo has llegado, Soraya? No he oído nada. Tampoco que el personal te dejara entrar», preguntó Aisha mientras le llenaba a su hermana un vaso con zumo de naranja. «No podía aguantar más en Marrakech por el calor y el agobio de la ciudad. Se me caían las paredes encima. Tenía que salir de allí y en un arrebato me he metido en el coche y sin pararme he conducido hasta aquí. Como aún sigo teniendo un juego de llaves, no he tenido que despertar a nadie para entrar y directamente me he ido al dormitorio sin hacer ruido. »En casa he dejado una nota para el personal referente a las necesidades de mamá. No te preocupes, todo está bajo control», añadió al final con una sonrisa. Otra vez observé ese tono apagado en la mirada de Aisha, que casi se mordía la lengua para no preguntarle a su hermana cuánto tiempo pensaba quedarse esta vez. «Además, pensaba que tú, Qassím, estarías con tus caballos en Jerez. Por eso quería ofrecerle a Aisha mi compañía durante tu ausencia. Una razón más para venir ahora». 28

Estaba sorprendido por cómo ella sin ninguna vergüenza le podía mentir tan fácilmente a su hermana predilecta. Esta situación era nueva para mí. Le contesté con una media verdad. «Recibí una llamada prometedora de la embajada americana de Rabat. Mañana esperamos una visita especial de una persona importante de Washington. Es un miembro del Senado americano y se ha interesado por nuestros caballos. Por ese motivo ya tenía que estar de vuelta». «¿Le tienes que recoger en el aeropuerto? En ese caso, voy contigo». Soraya me intentaba embaucar con una enorme sonrisa. Volvía a ver esa expresión fría en la cara de Aisha y cómo me miraba intensamente con esos ojos negros. «No, viene con un vehículo de la embajada americana, donde ya lleva un par de días», contesté. «Si con la visita va a haber excursiones o fiestas, entonces debo saberlo con tiempo. Solo me he traído unos vaqueros y unas camisetas. Lleva al menos un día que me manden ropa desde Marrakech o, si no, debo ir de compras a Tánger». «No te puedo decir nada, Soraya. Todo depende de la transacción. Tampoco sé cuánto tiempo estará nuestro invitado». No me apetecía nada en absoluto publicar a los cuatro vientos que acababa de recibir una llamada de un amigo del bazar de Tánger avisándome de que este hombre era el jefe de la CIA. Estaba a la cabeza del Departamento de Oriente Medio y tenía su despacho en la embajada de los Estados Unidos en Rabat. El interés en nuestros caballos probablemente sería una simple tapadera y el verdadero motivo de su visita seguramente tenía que ver con la frenética búsqueda de miembros de Al Qaeda. Los terroristas que habían sido responsables de los atentados contra la embajada española y contra un restaurante 29

de renombre donde iban muchos españoles en Rabat, aún no habían sido detenidos. Que entre mis clientes hubiera simpatizantes de algún movimiento radical islámico o incluso miembros de Al Qaeda no sería de extrañar. Mi red de compradores abarcaba todo Oriente Medio, España y algunos Estados exsoviéticos en los que actualmente ya se podía practicar el islam abiertamente. Descubrí casualmente que el servicio secreto marroquí también había escudriñado mi cartera de clientes, aunque, si les sirvió de algo, no lo pude averiguar. Por ello esperaba la visita con sentimientos contradictorios. Me quedaba con la gran duda de si iba a haber una transacción financiera; una razón de más para sentirme enfadado por tener que volver de Jerez y no estar presente en el evento hípico. «Qassím, ¿puedo coger un caballo? Me apetece muchísimo dar un paseo por la playa, respirar el aire fresco y oler el salitre del mar. ¿Vienes conmigo, Aisha?».«Seguro que alguno de los mozos de las cuadras encontrará unos caballos adecuados para vosotras. Como sabéis, el jefe de mozos está en Jerez», respondí. Miré a Aisha y observé en su mirada que no le apetecía nada acompañar a su hermana. «Pregúntale a Hassan si él quiere acompañarte», contestó cuando vio la decepción en los ojos de Soraya. Aisha se disculpó. «No he pasado muy buena noche y hoy prefiero tomármelo con calma. No quiero parecer una florecilla marchita cuando llegue nuestro huésped de América». Aisha se levantó de la mesa y le hizo un guiño a la asistenta para que recogiera la mesa del desayuno. 30

Con un: «Voy a mi oficina a leer mi correo», dejé a Soraya sola y disgustada sentada a la mesa del comedor. «Le tendré que marcar claramente los límites para que no se pase de la raya», pensé. «Si sigue así, acabará llevando ella las riendas de nuestra vida y la veo capaz de mandar a tomar vientos a su hermana del alma con vete a saber qué historias». Esa sensación de agobio con la que me había levantado por la mañana parecía empezar a tomar forma. Ahora ya le había puesto cara, pero aún no sabía cómo controlar la situación para no correr el riesgo de ser yo al final el perro apaleado. Soraya era muy astuta y pensaba que con su carácter tan temperamental me tenía en su poder. A decir verdad, tengo que admitir que esta idea no era nada infundada. Su desenfrenada sexualidad me tenía atrapado y era completamente adicto a ella, como si fuera una droga. Busqué mi cartera, que anoche dejé tirada en algún rincón del salón, y, tras haber cogido una botella de agua fría de la cocina, crucé el patio hacia mi despacho. Este patio era el orgullo de nuestra casa. Las tres palmeras centenarias protegían del sol directo con su sombra a los demás arbustos. Un jazmín en flor cubría gran parte de la fachada y junto con el galán de noche difundían un suave perfume que invadía la casa por los altos ventanales que daban al patio. El murmurar del agua de la fuente era silenciado por el canto de los pájaros de esta preciosa mañana. Estaba inmerso en mis pensamientos. Metí la llave, que siempre llevaba encima, en la cerradura de la puerta de mi oficina y descubrí para mi sorpresa que la puerta ya estaba abierta. Soraya me saludó con voz seria desde la penumbra del interior, que contrastaba con la intensa luz del patio. «Tenemos que hablar». 31

Capítulo 2 Con sentimientos mezclados observaba cómo se alejaba el Hummer que llevaba al fingido senador americano, Sam Steinberger, de regreso a Rabat. Cuando dio el último giro, lo perdí de vista y caminé pensativo de vuelta a la casa. Acepté con una cierta ironía que hoy no había sido el mejor día para hacer una nueva amistad. Una llamada del Ministerio de la Seguridad Nacional de Rabat justo antes de la visita, de una manera diplomática pero muy insistente, me hizo entender claramente que fuera cooperativo en todos los aspectos de la investigación que la CIA había iniciado. Tras intercambiar unas palabras de cortesía, al lobo rápidamente se le cayó la piel de cordero; afortunadamente, estaba preparado para hacerme el inocente y fingir que yo no tenía la más remota idea de que este hombre no tenía ningún interés por mis caballos. Hasta en dos ocasiones le invité a ver las caballerizas. En la segunda ocasión, el hombre rechazó la invitación, incrédulo sobre la insistencia de mi invitación. Adrede seguía en mi papel y le comencé a hablar sobre todos mis conocimientos de la cría de caballos, pero él constantemente intentaba interrumpir mi relato con preguntas sobre mi cartera de clientes. No pasó mucho tiempo hasta que vi cómo el hombre había llegado al límite de su paciencia. 33

Su tono cada vez se elevaba más y se volvía más intimidante cuando preguntaba por una serie de nombres de dentro y fuera del país, que yo debería conocer. Cuando finalmente perdió su paciencia, lanzó sobre la mesa el informe con todo el listado de mis clientes, organizado todo perfectamente por orden alfabético. ¡Eran los folios completos y escaneados desde mi propio ordenador! Esto último me puso realmente furioso. «¿Quién os da a vosotros, yanquis, el derecho para hurgar en mi administración? ¡A quién se cree que tiene enfrente de usted! ¡Mi familia pertenece a la nobleza marroquí! Soy el propietario de una de las empresas más poderosas del país y genero cincuenta millones de dólares al año. »¡Como usted bien habrá visto ya en mis documentos, tengo contactos con las personas más importantes del mundo! Pero ¿quién es usted, si le puedo preguntar? ¿El hijo de un miserable inmigrante de Polonia o de Dios sabe dónde?». Sabía que con este último comentario había sido muy grosero, pero el hombre me había hecho hervir la sangre. Me miró con ira contenida, pero ignoró mi insulto. Señaló la lista. «He localizado tres nombres en esta lista. Tres nombres de personajes de muy mala reputación. Líderes en organizaciones de terror con quienes usted hace negocios». Tiró las hojas bajo mis narices y vi tres nombres remarcados en rojo. Intenté mantener mis nervios bajo control y le contesté con un tono más calmado. «¿Y qué quiere que haga? ¿Se creía que iba a saber de memoria todos los nombres de mis clientes y con qué se gana el pan cada uno de ellos? Como si es un sultán, o un rey o un político corrupto que quiere invertir su dinero en comprar caballos, o 34

un líder terrorista que busca distraerse en sus ratos libres; ¿qué tengo yo que ver con eso?».Steinberger me observó intentando ganar unos instantes para buscar una contestación. «¿Cuál es su relación con estos tres hombres? ¡Eso es lo que quiero saber! Cuándo y dónde se citan y con cuanta regularidad». Le sonreí incrédulo. «Eso lo sabrá usted mejor que yo. En la lista no solo aparecen los nombres, sino también la fecha de entrega de los caballos. En el mismo instante en que se les han entregado y cobrado, se acaba mi relación con ellos. En algunas ocasiones, el cliente solicita un entrenador para un caballo en concreto. Eso también lo realizamos. En según qué casos, a veces puede durar hasta tres semanas y, en otros, hasta un par de meses». «Sigue usted haciendo como que no me entiende. ¡Quiero datos concretos sobre sus contactos personales con estos tres hombres!».Cuando alcé los hombros y no hice caso a su pregunta, empezaron las amenazas. En caso de que no colaborara, me expuso la alternativa de ir con mis ordenadores y toda la administración de los últimos diez años a Rabat. Ahí estaría retenido por tiempo indefinido hasta que consideraran que ya lo habían visto todo, hubiera terminado la investigación y se hubiera demostrado mi inocencia. Para complicar más aún la situación y darle más peso, me dijo que la CIA se había enterado casualmente de una entrega de dos caballos andaluces en Medina, Arabia Saudí, que estaban a nombre de un tal Huseín ibn Abdullah. Este hombre fue uno de los contactos de Bin Laden en Afganistán con el exterior durante los atentados al World Trade Center de Nueva York. Y en los atentados en Rabat se había instalado en Marruecos, donde había permanecido durante más tiempo y se había presentado como comerciante de caballos. 35

No solo este hecho había llevado a la CIA a mi dirección, también había algo más, otro cliente mío egipcio aparentemente había tenido algún tipo de contacto con este Huseín ibn Abdullah. Este egipcio a su vez tenía una estrecha relación familiar con Mohamed Atta, uno de los pilotos suicidas que había cometido el atentado en Nueva York. A pesar de que no podía ni quería afirmar que no había tenido negocios con estos señores, me tranquilizaba la idea de que esta relación había sido meramente casual. En toda mi administración, no encontrarían ni una sola prueba que me pudiera inculpar, y menos aún dar a entender que fuera un miembro de Al Qaeda. Si durante el transporte de los caballos hubieran introducido armas o explosivos en los camiones, estos nunca podrían haber sido guardados en mi finca. Los transportes se realizaban con total profesionalidad por nuestro propio personal y con la supervisión del maestro de establo o la mía propia. La conversación con el americano se parecía cada vez más a un interrogatorio. Si realmente hubiera estado involucrado, me hubiera podido dar jaque mate hasta en dos ocasiones. Su última pregunta fue si todos mis contactos estaban en el disco duro, o si también, aparte de mi trabajo y de mi agenda personal, que ya había estudiado y copiado, disponía de más documentos que pudieran ser de interés para la investigación, a lo que solo pude contestar que no. «Por mi parte, puede usted poner del revés toda la casa, si es que le complace», le contesté irónicamente. Me costó gran trabajo mantenerme correcto. ¡Esta vez estaba al límite de mi paciencia! En la despedida, me había mirado con esos ojos azules intensos de manera muy amenazadora. 36

«A lo mejor vuelvo dentro de poco para que me enseñe sus caballos», fueron sus últimas palabras antes de cerrar la puerta de su coche y de hacerle al chófer el gesto de salir. Casi quería escupir al americano por arrogancia, por su maldito acento y por su forma de actuar. El comportamiento de Soraya al principio de la mañana me había preocupado, pero, después de lo ocurrido, quedó en nada. «Y ¿le has podido vender caballos a tu senador?». Soraya estaba detrás de mí sin que hubiera notado su llegada. Me miraba con curiosidad, pero se asustó de la expresión de rabia en mi cara. «Ah, perdona, entonces no. Ya me voy». Se dio la vuelta sin esperar a una contestación y se perdió hacia la casa de invitados. Recordé su comentario teatral esa mañana: «Tenemos que hablar», cuando me esperaba en mi despacho. Le había hablado bien claro. «No hay nada que hablar. Mantendremos nuestro compromiso referente a Aisha. Ni tú ni yo queremos verla sufrir. Ahora me pongo a trabajar». «Estoy segura de que no es un senador», me dijo ella con una risa desdeñosa. Y se largó.

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Capítulo 3 Esa mañana a Soraya le había dado por primera vez la sensación de que ella en Torre Alháquime no era la que mandaba ni lo iba a hacer nunca. Recibió esa sensación tanto por parte de Aisha como por la mía. Como era lo suficientemente inteligente para darse cuenta y aceptar que con esa actitud posesiva y controladora no iba a conseguir más que lo opuesto a lo que ella buscaba, a la mañana siguiente se había marchado. Después de un día como este, mi cabeza no estaba para tener que lidiar con problemas domésticos y resolverlos de forma diplomática, así que, aunque no me había esperado esto, me quité una losa de encima. Decidí dedicarle más tiempo a Aisha e intentar llevar nuestro matrimonio a lo que era antes. Reservé una mesa para dos en el restaurante Minzah y una suite del mismo hotel en Tánger, para no tener que volver en coche esa misma noche. Intenté concentrarme en el trabajo y sin muchas ganas abrí el correo electrónico. Quería terminar con mis quehaceres por esa mañana. El calor veraniego parecía ya haberse instalado y estaba deseando darme un buen baño en la piscina. Desafortunadamente, esas intenciones fueron bruscamente interrumpidas al leer el correo del maestro de establos, Hammid, desde Jerez.

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Sidi, no le quise llamar anoche. Tengo noticias horribles. Nuestros dos caballos han sido retirados por una desconocida enfermedad que les produce una fiebre muy alta y nos hace temer lo peor. Ahora están en cuarentena. Por orden de la Junta de Andalucía todo el transporte de caballos en esta zona desde esta mañana se ha prohibido y todos los eventos hípicos se han cancelado por el momento. Parece que es una enfermedad todavía más agresiva que la peste equina. Ahora estoy a la espera de que los laboratorios envíen los resultados de los análisis de sangre. Tenemos todo el apoyo de las autoridades españolas. Estese pendiente del teléfono. Le mantendré informado con cualquier noticia que se produzca. Hammid P.D.: A lo mejor sería conveniente que viniera personalmente a Jerez. Que Hammid, con su larga trayectoria y experiencia en el negocio de los caballos y capaz de solucionar cualquier problema, tuviera que solicitar ayuda, aun sabiendo que yo tenía una cita muy importante aquí, era razón suficiente para saber que realmente me necesitaba. Con un taco para desahogar la rabia anulé el restaurante y el hotel para esa noche y, muy preocupado, crucé el patio hacia la casa. «Aisha, tengo que ir urgentemente a España. Ha ocurrido una desgracia. Esta noche te quería haber sorprendido con una salida especial y lamentablemente no va a poder ser, pero ¿te apetece venir conmigo?». Saqué un montoncito de billetes de euro de la caja fuerte. No había pasado más de una hora y ya estábamos en el puerto de Tánger esperando al trasbordador que en treinta y cinco minutos nos llevaría a Tarifa. Más rápido era imposible. No muy lejos de la entrada de la finca, había un hombre en la cima de una colina que observó el coche hasta que se perdió de vista. Guardó los prismáticos y cogió el teléfono. 40

Primero fuimos en dirección a Cádiz y más tarde cogí el desvío a Jerez de la Frontera, adonde llegaríamos al principio de la tarde. Parecía que aquí aún hacía más calor que en casa, aunque llevaba el aire acondicionado del Range Rover en su posición más alta. Hammid nos estaba esperando en el portal de acceso al complejo de los establos con una expresión en su rostro que presagiaba de todo pero nada bueno. «Smyrna acaba de fallecer y ahora estamos intentando mantener con vida a Khan mediante una transfusión de sangre», fueron las únicas palabras de su saludo. Hammid me abrazó en un mar de lágrimas. Nunca le había visto tan triste. «No tengo ni idea de qué es lo que ha ocurrido, sidi. En un abrir y cerrar de ojos los caballos se pusieron muy enfermos. Dimos la voz de alarma inmediatamente y avisamos a los mejores veterinarios de Jerez y de Cádiz para que vinieran urgentemente, pero ninguno de ellos nos ha podido aclarar cuál podría ser el motivo de la rápida pérdida de energía sin los resultados de los análisis de sangre. »Ha sido aparentemente un envenenamiento de la sangre, pero se sigue sin saber qué es lo que lo ha causado y cómo lo ha hecho. Yo mismo o los jinetes hemos estado continuamente cerca de los caballos y desde las ocho de la tarde la vigilancia del complejo la realizó la Policía de Jerez. Se encontraron a los caballos por la mañana tumbados sobre un costado y ya no fueron capaces de ponerse en pie», comentó Hammid cuando recuperó el habla. «¿Tenían acceso las autoridades a los boxes?».«Sí, sidi. De hecho, mostraron mucho interés por nuestros caballos, ya que decían que los del Cuerpo de Policía Montada de Jerez, a 41

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