TRADUCCIONES DE LOS CLÁSICOS. Por qué? Cómo se hacen? Hay algo que decir? ANTONIO GUZMÁN GUERRA Universidad Complutense de Madrid

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TRADUCCIONES DE LOS CLÁSICOS. ¿Por qué? ¿Cómo se hacen? ¿Hay algo que decir? ANTONIO GUZMÁN GUERRA Universidad Complutense de Madrid

Pretendo en este artículo llamar la atención sobre el por qué sigue despertando interés la traducción la literatura greco-latina entre el público general. En realidad va a ser una reflexión en voz alta sobre un fenómeno que ya nadie puede negar: los escritores greco-latinos han ido calando poco a poco entre los ciudadanos cultos de nuestro país. Puede incluso hablarse de un relativo éxito en el catálogo de diversas editoriales. Son textos que la gente lee, y sólo porque existe mercado están algunas empresas dispuestas a fomentar colecciones de literatura clásica. Es esperanzador y gratificante comprobar que cuando las autoridades ministeriales parecen decididas a erradicar nuestras materias en los planes de estudio, la gente común, la gente corriente y moliente, se interesa por nuestra literatura, por todo lo que representan en nuestra cultura. De manera que no cabe engañarnos. Nuestros Horneros, Hesíodos, Sófocles, Eurípides, Tucídides, Platones, Lucianos, Cicerones, Virgilios, Ovidios, Tácitos, Lucanos, etc., son libros que atraen la curiosidad de no pocos lectores medios de nuestra sociedad. Y no me refiero sólo a colecciones venerables como la BCG, de la que acaba de publicarse como sabemos el volumen 270 de la serie, destinada en principio a los especialistas o profesionales del griego y del latín. Hablo de empresas como Ediciones Clásicas, con un catálogo nutridísimo de publicaciones, hablo de una Editorial Akal, que cada día diversifica y enriquece también su catálogo, hablo de una empresa como la renovada colección Austral de Espasa Calpe; hablo en fin de

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series como las de Ediciones Cátedra o Alianza Editorial, etc. Me consta incluso que cuantas más empresas editoriales se percatan de este fenómeno, más y más se publica, y más y más se lee. Podríamos decir que nos hallamos ante una especie de competencia positiva, una eris buena —que nos diría Hesíodo. Se comprueba que no importa que haya en el mercado tres recientes Píndaros, o cuatro Tucídides, o tres excelentes Metamorfosis de Ovidio para que todas ellas se vendan y se vendan bien. Y si se venden es porque se leen. Y si se leen es porque hay lectores. Y si hay lectores es porque son textos válidos. Y si son textos válidos es porque nuestras "humanidades" no están desahuciadas, sino que gozan de una renacida vitalidad. Y podemos hacer la contraprueba. Mientras haya empresas privadas que apuesten por editar nuestros textos es porque circulan. No les quepa la menor duda. Por otra parte, y aunque voy a centrarme sólo en la literatura, no deben creer que el fenómeno se limita a las grandes obras literarias, ni siquiera a los antiguos autores. Proliferan también los ensayos a cargo de nuestros especialistas, como por ejemplo los estudios temáticos sobre la novela antigua, sobre los sistemas políticos de la antigüedad, sobre la sociedad griega, sobre los relatos de viaje, sobre el arte clásico, los volúmenes de antologías de literatura griega y latina, y — cómo no, sobre mitología—; se publican grandes diccionarios y guías iconográficas, se editan a los filósofos, y hasta algunas grandes enciclopedias que incorporan las modernas técnicas multimedia se interesan por recoger 87

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en sus CD-ROM el acervo de nuestras disciplinas. Es, sin embargo, en el campo de las traducciones de textos clásicos donde mejor se evidencia que nuestros autores atraen al lector moderno. Veamos un poco en detalle la situación. N o hay prácticamente ningún género literario que quede desenganchado de esta feliz coyuntura. Nunca ha habido simultáneamente tantas y tan buenas traducciones de la litada o de la Odisea, ni de Hesíodo, ni de las Argonáuticas de Apolonio de Rodas. Y aún más significativa es lo que ocurre con el teatro griego. Disponemos de casi media docena de buenas traducciones de las tragedias de Sófocles, no menos de todo o parte de Eurípides y de Aristófanes. Y no quiero dejar de recordar el verdadero éxito de difusión que suponen esos Aristófanes y Plautos, Sófocles y Eurípides que por decenas de miles de ejemplares leen nuestros mismos estudiantes con motivo de los festivales de Segóbriga y otros teatros escolares. Y pasando a la filosofía, ¿sabían ustedes que Platón se nos ha convertido en un best-seller? Al editarse la traducción de algunos de sus diálogos no ha habido que esperar siquiera un año para tener que proceder a su reimpresión. De manera similar, un diálogo como el banquete ha sido múltiples veces editado en muy pocos años. Incluso una obra tan poco breve como la República ha alcanzado unas tiradas que para sí querrían algunos de los más postmodernistas y publicitados de nuestros escritores. En el ámbito de la literatura latina el panorama es igual de halagüeño. Ni imaginarse pueden las reediciones contemporáneas de una obra como la Eneida, el Satiricon o el Asno de oro. No menos éxito ha alcanzado la poesía de Horacio o de Catulo. Incluso la multimilenaria colección de Alianza 100 supo dar acogida entre sus títulos a algunos de nuestros autores o temas clásicos en clara relación de tú a tú con los más afamados autores de la literatura universal de todos los tiempos y países.

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En fin, acudiré a unas lúcidas páginas del Profesor Kennet Dover, del Corpus Christi College de Oxford, que apuntaba en su "Classics as an Activity" algunas reflexiones acerca del sentido que puede tener hoy día la actividad de los filólogos clásicos. Entre otras cosas dice: "We need good translations, perhaps fresh translations as often as once in every generation, to keep pace with the changes in our own language".

Pasemos ahora a considerar ¿cómo se han hecho algunas de las mejores traducciones? Para la ocasión he seleccionado sólo tres ejemplos, que considero emblemáticos: una traducción de la épica de Hornero, una del trágico Esquilo, y finalmente una del texto filosófico de Platón.

1. HOMERO: ODISEA (Pabón-Fernández Galiano) [Como se sabe, la traducción es de D. José Manuel, y la introducción —a la que corresponde la siguiente cita— de D. Manuel].

Pabón en su traducción ya decía: Puesto que el traductor ha de tender a recoger todos los valores del original, es claro que no debería prescindir del verso, que es uno de ellos. Contra tal consideración cabe únicamente oponer que las dificultades de la traducción en verso son tan grandes que el éxito en la empresa sólo se consigue con sacrificio de la fidelidad y pérdida de otras calidades más íntimas y preciosas que la forma métrica...

Ahora Galiano añade: Admitido que los poetas deban traducirse en verso, nadie negará la conveniencia de que la combinación métrica empleada en la traducción sea la misma que se encuentra en el original; pero aquí surge una gran dificultad cuando se trata del traslado de los poetas antiguos, porque las lenguas modernas carecen en general del elemento esencial de la versificación griega y latina, que es la cantidad silábica... Pero el verso de seis acentos tiende a dividirse en dos octosílabos conforme al tipo Ínclitas ra%as ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, y es además

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demasiado rotundo y solemne para empleado en largas series sin que adolezca de insoportable monotonía. Porque si traducir es reproducir el original en palabras que despierten en el nuevo lector evocaciones o asociaciones parecidas a las que el original provocaba en otros, no cabe duda de que quien haya de reproducir el verso empleará el verso. Pero ¿qué tipo de verso? No, desde luego, el endecasílabo, si se ha de juzgar por anteriores fracasos. Ni menos la silva, como el Brócense, ni ningún metro heterogéneo. Y muchísimo menos, el romance.

Y continuaba, sobre el método de Pabón: ¿Que a la larga resulta monótono? Naturalmente. Pero ¿no ocurre lo mismo con todos los metros y ritmos? ¿Hay quién pueda leerse de un tirón la litada y la Eneida, la Andromaque o la Araucana} Además esta monotonía —que pudiera ser también un incentivo para auditorios populares— se salva en gran parte con un hábil juego de pausas y cesuras. Terminando con la noticia de haber sometido la versión paboniana a la prueba de los números en el sentido indicado por fray Luis de León ("el que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuera posible, contar las palabras para dar otras tantas y no más..."): en esta traducción hay unas cien palabras por cada ochenta de Hornero, lo cual es muy aceptable. [Galiano] La reducción de los pies a cinco evita versos demasiado largos..., y obliga al traductor, ya ceñido por la mayor síntesis de las lenguas clásicas en relación con la nuestra, a ingeniárselas en busca de concisión y exactitud... Pero hay otra singularidad que nos distingue..., nuestras conversaciones y discusiones sobre el tema han sido infinitas y nos han hecho gozar muchísimo a lo largo de los años... él, [Pabón] por ejemplo, optaba siempre por el hiato, mientras yo prefería la sinalefa, cosa después de todo lógica en personas de temperamento pausado como el suyo y arrebatado como el mío... El problema es muy subjetivo y se relaciona íntimamente con el oído subjetivo de cada cual. En mi introducción a la misma [traducción de Columela (pp. 30-31)] cuento que en un principio me dediqué a perseguir ferozmente los hiatos hasta que no quedaron, entre dos palabras, más que la hurga (verso 122) y a Hele (156), pero luego me entregué a una caza de ciertas sinalefas...

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En el artículo que tengo en prensa para el homenaje a Ramón Aramón, titulado "Traduccions rítmiques i geni de la Uengua", hago, en relación con el curioso problema de la relativa falta de palabras agudas en castellano, que convierte en torpes nuestros ensayos yámbicos y anapésticos, mientras que en catalán es menos grave la penuria de llanas para los ensayos hexamétricos....

2. ESQUILO: TRAGEDIAS (Adrados) Hemos partido del hecho, muchas veces desconocido a efectos prácticos en época moderna, de que la tragedia es antes que nada poesía; y, concretamente en el caso de Esquilo ecos literarios y creaciones atrevidas de un carácter muy sintético. Las traducciones en prosa no sólo eliminan el carácter poético del original, sino que incurren constantemente en la paráfrasis, aclarando lo que es oscuro mediante ampliaciones, generalizaciones y rodeos. Se llega así a una sintaxis plana y vulgar, que en modo alguno intenta verter los efectos de estilo del autor; y su mundo de imágenes y su sentido plástico y concreto de la realidad es sustituido por banalidades sin contorno. Creo, por el contrario, que el miedo a dejar un texto oscuro no debe hacernos renunciar al intento de acercarnos en la medida de lo posible al ideal de dar nueva vida a los procedimientos literarios de Esquilo. Sus tragedias eran ya oscuras para sus contemporáneos —Aristófanes es un buen testigo de ellos— y esta oscuridad es consustancial con su estilo y su intención. Cuando alcanza un límite insuperable puede ayudarse al lector con una nota, en todo caso: creo que esto es más honrado que introducir en el texto glosas antipoéticas y que desnaturalizan los pasajes en cuestión o que sustituir unas imágenes por otras o por expresiones abstractas. El único recurso que cabe emplear para traducir a Esquilo con eficacia es, creemos, el de intentar reproducir sus efectos de estilo con los recursos del español que producen resultados análogos. El hipérbaton griego es reproducible en español en cierta medida, desde luego, muchísimo mejor que en francés, en alemán o en inglés: no hemos de desaprovechar esa ventaja, que nos viene de haber tenido una tradición de poesía culta que encuentra su cifra suprema en Góngora. No hemos tampoco de renunciar a los anacolutos, a la desconexión sintáctica que se encuentra en ciertos pasajes, etc.; ni al empleo de un léxico poético que refleje el de Es-

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quilo, que ya empicaba un léxico poético arcaizante; ni a las audacias creativas, ni a la inserción de imágenes que no son frecuentes entre nosotros, etc. Todo esto nos conduce a la necesidad de hacer una versión poética: sólo en poesía y no en prosa, es dable en español utilizar los recursos mencionados y otros. Si el resultado tiene un aspecto entre arcaizante, críptico y audaz, tanto mejor, pues éste es precisamente el de las obras de Esquilo. Es, por tanto, falsa la apreciación vulgar de que sólo una versión en prosa puede aGcrcarse al ideal de la literalidad. Por el contrario, debe renunciar para empezar a utilizar los recursos mencionados, que también están en el texto de Esquilo. En cuanto a la traducción palabra por palabra, puede que a veces sea más asequible en prosa que en verso, pero hay que decir que, en general, tampoco esto es verdad. Pues la prosa tiene sus propias leyes que obligan a la paráfrasis, introducción de nexos, etc. Y cuando — como hacemos en los coros— se traduce en versos de sílabas fijas, esto obliga a un esfuerzo de rigor para reproducir la concentración del verso de Esquilo sin añadidos inútiles. Aparte de todo esto, es claro que la traducción en verso tiende antes que nada a salvar la existencia de un principio rítmico. Naturalmente, no mediante la creación de versos castellanos que reproduzcan con el acento los tiempos marcados del verso antiguo, como se ha intentado a veces, sino utilizando, repetimos, recursos propios del castellano. Hay que hacer una distinción entre los coros y el diálogo, escrito en trímetro yámbico, verso mucho menos tenso y más conversacional. Los coros los traducimos mediante versos castellanos, normalmente con los imparisílabos (de 5, 7, 9 y 11 sílabas o combinaciones de los mismos), liemos procurado que de una manera sistemática cada colon griego sea vertido por un verso fijo en español; por ejemplo, los trímetros (yámbicos y trocaicos) se traducen por versos de catorce sílabas; los dímetros yámbicos y trocaicos, los glicónicos y dímetros coriámbicos, los dímetros jónicos y anapésticos, por de once sílabas; las formas catalécticas de estos últimos versos, por de nueve; los doemíacos, monómetros anapésticos, dodrantes e itifálicos, por de siete; el adonio, el reiziano y el baqueo, por de cinco. Pero como la riqueza de metros griegos es infinitamente superior a la de los castellanos, surgen dificultades en ocasiones; por ejemplo, para un dímetro yámbico hipercataléctico hay que elegir entre los versos de once y catorce sílabas. En estos casos hemos procurado que si hay una distinción en griego entre dos cola (entiéndase versos) contiguos, la haya también entre los españoles que los traducen.

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Incluso hemos llegado a traducir el dímetro yámbico sincopado por un verso de nueve sílabas para hacer contraste con uno no sincopado traducido por un verso de once sílabas. También hay una ligera diferencia en el número de sílabas cuando un verso está repartido entre dos actores. Sin necesidades de este tipo, los doemios han sido vertidos a veces por versos de seis sílabas. La extensión de los versos españoles es en todo caso semejante a la de los cola griegos. Un recurso adicional, empleado raramente, es la división de un verso en dos mediante una cesura marcada por un trazo oblicuo. Esto lo hago para marcar el ritmo, basado en la oposición de pies, dentro de los dímetros doemíacos; en alguna ocasión, en cola a base de créticos o baqueos. También alguna vez introduzco el signo de cesura cuando se trata de cola compuestos que comportan dentro de sí una diferencia de ritmo. I ín cuanto a los cola catalécticos, los marcamos sangrando la línea. Queda con esto dicho que respetamos la responsión de estrofa y antístrofa: los versos se corresponden exactamente (y procuramos también la correspondencia en cuanto a orden de palabras, encabalgamientos, vocabulario, etcétera, cuando la hay en el original). La única libertad que nos hemos permitido es una subdivisión interna entre los cola correspondientes de estrofa y antístrofa cuando ello es exigido por los distintos grupos de palabras en que se organizan; por ejemplo, la párodo del Agamenón comienza su primera estrofa con un verso de 11-7-5 sílabas y la antístrofa responde con 11-5-7. Son casos muy excepcionales. Pasando ahora a hablar del diálogo en trímetros yámbicos (en tetrámetros trocaicos muy excepcionalmente), en él nuestra versión se rige por un principio diferente. Creemos que en este caso la introducción de un verso castellano uniforme —que forzosamente habría de ser el endecasílabo o el alejandrino— daría al conjunto una monotonía y una rigidez de que carece el metro griego, infinitamente flexible. Sigo por ello un sistema de prosa-poética que ya ensayé en traducciones del E/tipo rey, de Sófocles, y el Hipólito de Eurípides... y que tiene muchos puntos comunes con la versión de la Ilíada, de D. Daniel Ruiz Bueno, aparecida en esta misma colección. Trato de llevarlo aquí al extremo de rigor y disciplina. Empleo los versos imparisílabos arriba mencionados, más otros formados por agregación de los mismos, pero escritos todos a la manera de la prosa. Tiene ello la ventaja de una fusión estrecha entre los versos, no separados rígidamente por la pausa final: entre los elementos constitutivos de un verso y los

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versos independientes no hay fronteras exactas, dado que las pausas son más o menos marcadas según los casos. Al contrario, un mismo grupo de sílabas puede descomponerse de maneras diversas, por ejemplo, el verso de catorce puede subdividirse en dos de nueve y cinco o de cinco y nueve o de siete y siete. A veces se conservan los hiatos internos o puntuaciones internas fuertes; es decir, es factible conservar en ocasiones el tono más coloquial. Además, los elementos métricos, que predominan, pueden combinarse en ocasiones con otros amétricos de sílabas pares o de uno o tres sílabas, que cumplen igual función de romper el poetismo excesivo en ciertos momentos. Por ejemplo, "se conjuraron, siendo antes enemigos, fuego y mar, y mostraron su fe aniquilando la miserable armada de los griegos", forma un grupo de 5-7-4-11-11 sílabas; "pronto veremos si son ciertos los relevos de las antorchas luminosas", uno de 9-4-9; etc. Con mucha frecuencia, el elemento amétrico es el inicial: "el Ida, al monte 1 lermeo de Lemnos"; (3-7); "mujer, hablas sensatamente" (3-7); etc. De esta manera se logra, creemos, un instrumento expresivo que, sin dejar de ser poético, tiene una mayor flexibilidad que el verso propiamente dicho. Exige, eso sí, del lector un esfuerzo considerable para lograr la escansión adecuada, a fin de determinar dónde comienza un nuevo ritmo y de ver si hay que respetar el hiato o si se hace sinalefa. Con toda la dificultad que pueda arrastrar consigo este sistema de traducción —y me refiero ahora a todos sus aspectos—, creo que merecía la pena intentarlo, al menos como ensayo, para superar el prosaísmo de las versiones normales. Alcanza, además, un alto grado de literalidad, mucho mayor que el de las versiones que conozco. EUo lleva naturalmente sus contrapartidas, pero, aunque choquen al gusto literario de algunos y a su sentido de la lengua, no son arbitrarias, sino que forman un conjunto de elementos coherentes, cuya intención es aproximar la traducción, como queda dicho al original. De otra parte, la traducción es en todo caso menos oscura que el original, pues presenta como base la elección de una interpretación entre las múltiples posibles en muchos pasajes. Las notas contribuyen a aclarar el sentido elegido. No he ahorrado esfuerzo por lograr captar el sentido original de los pasajes difíciles, que abundan tanto por razón del estilo mismo de Esquilo como de la conservación deficiente del texto (sobre todo de los coros) muchas veces.

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3. PLATÓN: REPÚBLICA (Pabón-Fernández Galiano) Nosotros no hemos querido permitirnos tales libertades (se refiere a una cita anterior a Cornford]; no nos hemos propuesto hacer hablar a Platón como a un profesor o periodista de nuestros días. "En nuestra opinión —decíamos en Emérita XV 1947, 288— nada hay más equivocado que una traducción en que se intente suplir lo que el autor dice entre líneas o adaptar sus palabras a un lenguaje o estilo 'moderno', lodo lo que no sea darnos a Platón tal como es, con sus anacolutos, sus vaguedades, sus redundancias, sus amplificaciones, sus equívocos TOtUTCl o EKEÎva y su monótono, y a veces ingenuo, juego de preguntas y respuestas, es para nosotros una mixtificación enteramente recusable. Y al leer tantas y tantas traducciones modernas... se nos vienen sin querer a las mientes aquellas palabras de Bentley: "A fine poem, Mr. Pope, but you must not call it Homer"...

Quizá esta manera de proceder reste popularidad a nuestra version; pero creemos mantenernos con ello más fieles al pensamiento y la dicción platónica. El lector debe tener en cuenta constantemente que está leyendo una obra correspondiente a un mundo cultural lejano y cuya manera de expresarse está de acuerdo con concepciones estilísticas no del todo afines a las nuestras: en vez de traer a Platón al lenguaje del mundo moderno, quizá será tal vez mejor trasladarnos al suyo por medio de la reproducción aproximada de su estilo. En otras palabras: si es preciso tomar partido por una de las dos sectas de los 'helenizantes' y los 'modernistas', que describen con fina ironía 1 Iigham y Bowra en la página LXV de The Oxford Book of Greek Verse in Translation (Oxford, 1938),

nosotros optamos por la primera.

Hasta aquí el testimonio de tres excelentes traductores. Pero convendrá que nosotros mismos digamos algo. Si es que hay algo que dear. Recapitulando, pues, vemos algunas ideas claras: a) por su complejidad, la traducción no es sólo cuestión de competencia lingüística en las dos

lenguas. En su proceso intervienen además cuestiones culturales, de concepción del mundo y de distinta estética cultural; los conocidos fenómenos de diatopía y diacronía intercultural. 91

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b) una polaridad importante se plantea implícitamente en si la traducción debe orientarse prioritariamente hacia el original (traducción retrospectiva) o hacia el lector de la LD (traducción prospectiva). Dado el carácter esencialmente canónico de nuestros textos como obras literarias, la mayoría de nuestros traductores se inclinan por la primera opción. E n tal sentido, por ejemplo, Galiano habla de traducciones "helenizantes" frente a traducciones "modernistas". E n todo caso, también se percibe una cierta sensibilidad por el lector, en quien se busca generar una impresión similar a la que pudiera recibir el lector u oyente de época antigua ante el original (Galiano y García Calvo). c) Se h a b a r r u n t a d o , al m e n o s in nuce, el p r o b l e m a d e las equivalencias. D e h e c h o las distintas o p i n i o n e s se balancean entre u n a equivalencia d e c o n t e n i d o (literalista) y u n a equivalencia funcional (dinámica). E n algun o s traductores aparece clara la conciencia d e que, e n poesía al m e n o s , la " f o r m a " es t a m bién parte sustancial del "contenido". C o m o decía Lasso 1 haciéndose eco d e las reflexiones d e H u m b o l d t , "la lengua es la casa del ser, y si éste, inquilino inquieto, se muda d e casa, resulta q u e es ya otro ser". d) E s d e destacar igualmente el enorme esfuerzo y finura c o n q u e algunos autores han abordado los problemas de la métrica clásica. A pesar d e la insalvable diferencia entre una métrica d e naturaleza cuantitativa (basada en la oposición d e cantidades silábicas) y cualquier sistema rítmico del castellano, n o se han escatimado esfuerzos en trasladar estos efectos poéticos, q u e son esenciales, p o r ejemplo, en la tragedia, al texto castellano: responsión estrófica, juegos d e hiatos, sinalefas, cesuras, etc. e) Clara conciencia d e que interesa m u c h o respetar el estilo literario del original, sin acudir 1

J. Lasso de la Vega: "La traducción de las lenguas clásicas al español como problema" Eclás (1967) 50-52, pp. 87-140.

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a perífrasis ni explicitaciones aclaratorias. Cuando la oscuridad del original es consustancial con el estilo de la obra y del autor, merece la pena respetarla al máximo. T o d o s estos son logros d e nuestros mejores traductores. Precisamente d e ahí surge nuestro convencimiento d e q u e la práctica d e la traducción en el ámbito d e la filología griega debe hacerse valer en el foro d e la Teoría de la Traducción moderna. Mas va siendo hora d e q u e pasemos a nuestro segundo punto.

4. EL CASO D E AGUSTÍN GARCÍA CALVO Hemos elegido dos de sus traducciones, que sepamos las dos últimas; una de la litada de Hornero, del año 95, y la reciente del De rerum natura, de 1997, similares y distintas entre sí por diversas consideraciones. 4.1. El dialecto de los héroes de la litada, o el "traductor inventor" Todos sabemos que la literatura occidental comienza con la litada, manantial de nuestra tradición literaria; pero quizá convenga sólo recordar que para los griegos Hornero fue en realidad un punto de llegada de una larga serie de aedos que, de manera oral, se fueron transmitiendo sus relatos; siendo esta oralidad y una cierta transmisión formularia dos de las notas que mejor definen el carácter de estos poemas, junto a su carácter de poesía en verso hexamétrico. Pero lo que aquí nos interesa es pasar revista a cómo ha llevado a cabo García Calvo su traducción: Con esto entramos en las aclaraciones tocantes al sentido de esta versión y al uso que de ella pueda hacerse, si es que hay, con todas las aclaraciones y en contra de los enormes impedimentos, algunos que puedan leerla de veras, sentirla sonar, entenderla y disfrutarla.

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Kl propósito preciso pues que tiene esta versión, un propósito que, al empezar, yo mismo no me había formulado, y del que sólo después, según avanzaba, me fui dando cuenta de que la estaba rigiendo desde el principio, es el de ofrecer en castellano algo que pueda darles a los hablantes actuales del esp. of. cont. una impresión análoga a la que el texto homérico les ofrecía a los hablantes de la koinè o griego uniformado de por el siglo lila, de C; para los que el lenguaje de I Iomcro estaba doblemente lejos, lo uno, como dialecto poético artificial, y el otro, porque, al cabo de 5 siglos, las mutaciones de la sintaxis, el vocabulario, la flexión y formación de palabras, y hasta la fonémica, habían sido tales desde el jonio que pudieron hablar los amigos de I Iomero hasta el ático convertido en lengua común que los más de ellos hablaban, que apenas puede pensarse que entendieran esa lengua, si no es que a algunos de ellos se les seguía enseñando en las escuelas. Para acercarme pues a tal propósito, tenia que fabricar un dialecto, [de ahí lo de 'inventor'] que, aunque sin contar con una educación escolar correspondiente, y siendo reconociblemente castellano, produjera a mis lectores una medida de extrañeza y artificio equivalente a la que a los lectores medio, en Alejandría o en Pcrgamo o en Atenas, debía producirles la lectura de la litada en aquel siglo. Puede haber sido un intento más o menos insensato o atinado, pero, en todo caso, lo que debo advertir desde aquí a los lectores es que es inútil que intenten la lectura de esta litada sin haberse familiarizado lo bastante con el dialecto en que está escrita. A ayudarles en el proceso de acostumbramiento van las aclaraciones que enseguida pongo. Desde luego, el ponerme a escribir una litada en esp. of. cont. se me apareció desde el principio como ridículo y ajeno a mi deseo: es como si uno se pusiera a escribir, en el lenguaje de los periódicos o de los manuales escolares, una explicación de 'lo que Hornero dice', pero en modo alguno una versión de la litada que se lanzara a hacer algo semejante a lo que la litada está haciendo en griego homérico. Y es aquí el momento de advertir a los lectores que, a pesar de que disponemos de tantas traducciones en español, como aquella benemérita en hendecasílabos sueltos de D. José Goméz Ilermosilla, con la que de niño entré por primera vez en la litada, y la del Padre Daniel Ruiz Bueno, que, en mis años de Salamanca, nos acompañaba amablemente en la lectura del libro III, y que publicó luego (según el modelo de V. Bérard para la traducción francesa de la Odisea) una litada rítmica, en verso a la

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llana, fragmentos de hendecasílabos y alejandrinos escritos como prosa, y luego otras en prosa y, las más recientes y doctas, la del Dr. López Kyre y la del Dr. Crespo Gücmes, y además las otras versiones en prosa o verso inglesas, alemanas, catalanas, italianas, ello es que, durante la fabricación de esta litada (para evitar, sin duda, que "me alterasen el pulso" y me desviasen del intento), no he consultado traducción en lengua moderna alguna. Kilo, de paso, no puede menos de haber acarreado alguna consecuencia indeseable, como será que se me haya escapado algún gazapo, que otro algún error paladino de interpretación de palabra o frase (o alguna interpretación de pasaje dudoso que otros entendidos, desde Aristarco hasta el presente, puedan haber acertado a resolver mejor), que confío en que los estudiosos, si es que esto ha de encontrar lectura, me harán notar y que haya lugar a corregir para nuevas ediciones. Porque es que, aunque a mí mismo no deje de asombrarme un poco que una traducción fiel, en gran medida literal, esté sonando en dáctilos castellanos y hasta con asonancias de romance, debe el lector saber, por si lo duda, que esta versión es, en efecto, si no siempre literal, escrupulosamente fiel. La fabricación de este dialecto se ha hecho acudiendo a procedimientos muy diversos: uno, el arcaísmo, que tal su castellano se mantiene en general alejado de nosotros algún que otro siglo; otro, el recurso a formas marginales del castellano, no acogidas en la Literatura central ni luego en las Academias, pero que había yo en tiempos oído en boca de gente de mi tierra; y otro, la invención analógica y el estiramiento de las posibilidades de sintaxis y hasta morfología del castellano; todo ello, sin embargo, manteniéndome de un lenguaje que, al menos que las partes "efectivas" de la frase, esto es, aquellas que dicen lo que tiene que decir, que hacen lo que en la marcha de la acción tiene que hacer, resulta inteligible para cualquier hablante del español no demasiado ensordecido por la I jteratura y las reglas de escuela y academia. Pero esos alejamientos y extrañamientos del lenguaje se reparten en esta versión de diferentes modos en las varias regiones de la gramática y del léxico. Kn cuanto a la sintaxis, es la homérica (porque así lo era sin duda la de la épica aédica que él sigue) sumamente sencilla, en el sentido de que es muy lineal o continuativa, con escasa subordinación ni complejidad en la construcción de frase. Si alguna complicación hay, es "en onda más amplia", en pasajes en que viene a intercalarse una frase o serie de frases dentro del decurso de otras,

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con ocasional anacoluto o perdida del hilo; y así, en esos pocos casos, lo he mantenido, haciendo más uso del signo de paréntesis de lo que se suele. l,o cjue no es esa sintaxis es yuxtapositiva, sino que las frases, casi sin excepción, están explícitamente enlazadas una con la otra por medio de una artillería de partículas coordinantes, típica y peculiar del griego antiguo y difícil de reproducir en otras lenguas.

Hasta aquí la cita, un poco larga, pero necesaria. De manera que García Calvo nos brinda una traducción orientada al lector, en tanto que ha buscado producir "a mis lectores una medida de extrañeza y artificio equivalente a la que los lectores medios, en Alejandría o en Pérgamo o en Atenas debía producirles la lectura de la litada en aquel siglo [III a.C.]". Este esfuerzo de García Calvo conlleva un cierto asombro, al comprobar que "una traducción fiel, en gran medida literal, esté sonando en dáctilos castellanos y hasta con asonancias de romance". También introduce un recurso al eco de la oralidad, mediante la invención analógica y el estiramiento de las posibilidades de la sintaxis y hasta la morfología del castellano. García Calvo es quien más se demora en justificar su sintaxis (lineal, aunque no yuxtapositiva, y con escasa subordinación), el uso de las partículas, la puntuación, el empleo de los tiempos verbales, la sintagmática, etc. En paralelo a lo hasta ahora visto estaría la "traducción" de los epítetos, donde García Calvo ha llevado a cabo un auténtico derroche de creación poética; oigan sólo algunos ejemplos de las monedas recién salidas de la ceca de Agustín, antes de que otros se las apropien y ya se devalúen: Apolo es lueñijlechero, el mar milborboriáento o vinulento, el piélago es nuncaricanso, las naves son rumbivalinas o rumbiligeras, o incluso córvidas o belniveleñas, el barco marcaminero o ¡évedo, Zeus es el nubipastoreante I pastor de nublados o cabrillante/ cabrilámpigo, o es lámpigo, a Héctor denomina crestigallardol'crestúrgidol' crestiférvido, e incluso yelmigallardo I yelmirisado I yelmo-de-ondas, Hefesto es el

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ilustre Zambitalón, el sueño sinsóndigo, aunque a veces mejor ambrósego o melífrono (yo preferiría melipensante) el venablo longuisombrío/ largui-

sombre (los dobletes dependen del segmento de verso en que se hallen, los acentos y el ritmo de la cadencia), Afrodita es milrisueñal risondd (aunque a mí me siga gustando más amanledelasonrisd), a los dos Ayantes les dice dualmente "a vos ambos"', un héroe (por ejemplo Glauco) es vérviro, mientras que Iris la mensajera es rauda-andarina/'viento-su-paso/'pieraudo I'céleres-pasos. La cítara de Apolo es belve-

riverba, y a los aqueos (¡se lo han merecido sin duda!) los llama en II 235 melones. Y cuando se refiere a los corceles ¿es que no se los oye correr más y levantar más veloz polvareda cuando García Calvo nos dice que son casquirraudosI casquelitrascos o casquirrudosI casquivo-

lantes? Debo adverar que hay muchos otros epítetos y muy variegados, que se asemejan más de cerca al género de la jitanjáfora, y que por descontado no podrá encontrar el lector en el DllAE —ni siquiera en su versión CDROM.

4.2. La "ciencia canta" en el De rerum natura: traductor/editor/autor Si en el apartado anterior hemos podido apuntar algún indicio de la labor de García Calvo como traductor "inventor" de un dialecto, ahora pretendo presentarlo bajo el doble prisma de "editor-autor". Para ello me he servido de la versión que García Calvo acaba de brindarnos del De rerum natura, extenso poema en seis cantos y unos 6.000 versos de "épica científica", un texto dedicado sistemáticamente a la física y a la explicación materialista del universo. García Calvo adquiere el compromiso de preparar una versión de esta obra "con su ritmo y lo más fiel a su estilo". Y a partir de aquí es cuando empiezan a surgirle algunas preguntas. No ya tanto esas que habitualmente suelen asaltar al traductor en los mo-

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mentos previos a iniciar su tarea (del tipo, por ejemplo, de si ha de hacerse una traducción prospectiva o retrospectiva, de si en prosa o en verso, fidelidad al autor/fidelidad al lector, etc.) sino una cuestión que resulta consustancial todavía para quienes nos dedicamos a traducir obras de autores clásicos: la fijaáón del texto original.

Porque debo recordar ante un público sin duda heterogéneo como el que lee esta revista que algunas de las grandes obras de la antigüedad greco-latina siguen planteando problemas de transmisión y de fijación textual. García Calvo se percató de que el poema de Lucrecio estaba "mal transmitido y seguía poco bien editado todavía; de manera que no podía, en verdad, hacer una versión a nuestra lengua si no lograba, a la par, resolver la muchedumbre de dudas y de errores que el texto latino me ofrecía y rehacer, en la medida de mis fuerzas, una edición crítica del poema mejor que las usuales". Resumido en dos palabras, el texto del poema tal y como nosotros lo tenemos nos ha llegado a través de dos mss. principales (el ms. O, codex Ijeidenüs 30, del s. IX, y el llamado ms. Q, codex ljeidensis 94, de los siglos IX o X). Avive el seso el amodorrado lector y advierta que ya han pasado mil años desde que el autor Lucrecio o su secretario dejara redactado el original. Hay un tercer ms. importante del XV, de Poggio Bracciolini, del que a su vez derivan múltiples apógrafos, deteriores en general. Sobre ellos se confeccionaron las primeras ediciones impresas, a partir de 1473, hasta llegar al hito de la edición de Lachmann en 1850. En la fotocopia anexa tienen el estemma más detallado y verosímil. No quisiera entrar en cuestiones eruditas, pero déjenme mencionar sólo un detalle para que tomemos todos conciencia de hasta qué punto puede llegar a ser ardua la tarea de un "traductor" de lenguas muertas. Tiene que ver con esa "'minucia" que llamamos ortografía. Lo haré citando nuevamente a García

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Calvo. "De manera que, como tenemos datos y testimonios bastantes para saber cuál era la escritura que en tiempos de Lucrecio y Cicerón se usaba y correspondía bien al estado de la lengua, y a pesar de que sigue dominando en nuestras ediciones actuales la resignación a imprimir los viejos autores republicanos con la ortografía imperial de la escuela de Quintiliano y más aún de la de Probo, he querido aquí, en lo que podía, restituir el texto de huiredo a la escritura que le corresponde".

El caso es que este texto de García Calvo se aparta en más de 500 pasajes de lo que se nos ofrece en otras ediciones de Lucrecio. Pero vayamos a otro aspecto aún más singular. ¿Con qué fundamento puede decirse que un traductor de finales del siglo XX se nos metamorfosea en autor? Pienso que al menos lo es en un doble sentido. Primero, porque en general cualquier traductor recrea en cierto modo un nuevo original al llevar a cabo su traducción, pero también en otro sentido más estricto, en tanto que García Calvo ha llevado a cabo un acto de osadía muy propio de su capacidad y su talante. Este Lucrecio de García Calvo tiene unos 90 versos más que los textos de otras ediciones. Tradicionalmente se admite la existencia de algunos pasajes donde se detecta que hay una laguna, es decir, que sabemos que esporádicamente faltan algunos versos, originadas por deterioros materiales en el encabezamiento y final de alguna hoja del ms. etc. Pues bien, en estos casos García Calvo, "mejor que dejar el texto con sus llagas abiertas y sus asteriscos, he preferido arriesgarme, tras invocar a los manes de Lucrecio, a llenarlas con el número de versos que parecía corresponder y con el argumento y sentido que en general se deja deducir del contexto con relativa certidumbre. Puede parecer algo presuntuoso que se crea uno dotado de tanto arte, o más bien amaestrado en tanta fidelidad, como para tomar la voz del poeta y seguirle el paso en

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sus ausencias. Pero, en todo caso, a nadie van a hacerle gran mal esos versos añadidos...". No teman demasiado, porque no voy ahora a recitárselos; aunque sí me gustaría que mentalmente tomaran nota de lo que este empeño de García Calvo supone. Es un acto de osadía intelectual notable y un indicio extremo del grado de sintonía con que un traductor que se precie puede llegar a alcanzar con el autor de la obra que traduce.

En este sentido me gustaría contribuir a despertar en los filólogos clásicos, cuya competencia lingüística está más que probada, la conciencia de que debemos reflexionar y ocuparnos sobre los aspectos más teóricos de la traducción. Nuestra contribución en este campo nuevo puede ser importante, y por otro lado cabe esperar incluso que de ella se deriven mejoras para nuestras prácticas como traductores, y de otra parte, incorporando a nuestros usos y prácticas traductológicas los logros que en los recientes estudios de Teoría de la

5. ¿QUERELLA O CONCORDIA? Ni los antiguos debemos recelar de los modernos, ni éstos asemejarse demasiado al nuevo rico y su "vellón de oro" que cree haberlo descubierto todo ex novo. A medida que se van abriendo o expandiendo los diversos campos de investigación parece natural reconocer una cierta especificidad metodológica a cada parcela de estudio. Pero no creemos que convenga a nadie adoptar posturas de recelo. Pienso que, de un lado existe la necesidad de que la filología griega se incorpore a las nuevas corrientes de los estudios de traductología. Debe y puede hacerlo sin complejos, en tanto que su larga experiencia de práctica traductográfica le ha hecho acumular un caudal de saberes importantísimo. Pero también debe hacerlo con la apertura de mente necesaria que le permita asimilar los nuevos enfoques de la moderna traductología.

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Traducción pueden considerarse aprovechables. Así se llegará a un cierto punto de encuentro en el que comprobaremos que ni todo lo que los modernos teóricos nos presentan es absolutamente nuevo ni deja de reposar sobre algunas intuiciones de los antiguos, y que tampoco los profesionales de la filología clásica podemos seguir manteniéndonos al margen de las nuevas corrientes. Cuando menos, se trata de poder estar en la controversia. Pensamos que también para los autores clásicos, si el siglo XXI será algo, ha de ser además el siglo de la traducción y de su traductología.

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