Transformismo en Bolivia: el baile de la victoria

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Transformismo en Bolivia: el baile de la victoria

Isabel García Vargas

Las calles polvorientas y semivacías de la ciudad altiplánica de Oruro se tiñen de color durante tres días al año. Todos los meses de febrero, alrededor de 30.000 personas, entre bailarines y músicos, amenizan el Carnaval de Oruro. La gran fiesta del folklore refuerza la identidad cultural y atrae cada año a medio millón de personas llegadas de todas partes del país y del mundo. "Acompañamos nuestro espectáculo de un discurso político cultural; desde la cultura se pueden dialogar los temas del cuerpo, de la presencia y de la sexualidad” Horas y horas de desfile, de baile, de personajes inverosímiles, de danzas ancestrales que hacen del sincretismo pagano y religioso una festividad única declarada Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO en el año 2001. La ‘diablada’, icono de la fiesta, da paso a la ‘morenada’, a los caporales, tobas, negritos y, al fin, a la ‘Kullawada’, la danza de los hilanderos. – “¡Ahí llegan los Galán!”, exclaman algunas personas con estupor. El colectivo ‘trans’ más aclamado en Bolivia irrumpe en el desfile suscitando la emoción de los asistentes. Ataviados con una versión propia del ‘waphuri’, guía de los ‘kullawas’, danzan en primera fila alimentando la alegría del público. Engalanados, maquillados y montados en botas de plataforma entran fácilmente en el juego de algunos espectadores que se lanzan de la grada a sacarse fotos con ellos. Otros menos atrevidos les retratan en la distancia y los novatos de la fiesta miran con curiosidad. No pasan desapercibidos e incluso precisan de seguridad para poder bailar. Una escena que se repite año tras año desde el 2002, cuando empezaron a formar parte de esa fraternidad. Una escena que trae a la memoria de la población boliviana a Ofelia, Barbarella o Titina, las primeras travestis que rompieron esquemas bailando en las fraternidades folclóricas allá por los años 70.

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“La familia Galán desconocía ese pasado, hasta que un día alguien hizo esa similitud. Es como si los trans de aquella época y los del presente estuviéramos conectados”, relata David Aruquipa, más conocido como Danna Galán. Él es uno de los miembros principales de esta gran familia, además de representante del movimiento TLGB (Trans, Lésbico, Gay y Bisexual) de Bolivia. Desde la fiesta han logrado visibilizar al colectivo y romper barreras en una sociedad que conserva todavía muchos tintes patriarcales, machistas, misóginos, homofóbicos y transfóbicos. “La cultura popular ha sido el espacio para generar una cultura homosexual. Desde que empezamos a bailar y a salir a las calles, hemos acompañado nuestro espectáculo de un discurso político cultural, que la gente sea consciente que desde la cultura se pueden dialogar los temas del cuerpo, de la presencia y de la sexualidad”, añade Danna. Recordar para evitar que suceda Detrás de la familia Galán hay toda una historia del movimiento TLGB de discriminación, lucha, reivindicación y apropiación de espacios públicos que ha costado sudor y lágrimas. Como menciona Danna Galán, “para cambiar el presente hay que rescatar el pasado y reconstruir la memoria colectiva de todos los que formamos parte del cambio. Sólo así podremos plantearnos qué historia queremos que sigan transitando nuestros cuerpos”. Fruto de esa reflexión, vio la luz hace algo más de un año su obra ‘Memorias Colectivas, miradas a la historia del movimiento TLGB de Bolivia’, coescrita junto a Paula Estenssoro y Pablo C. Vargas. Junto al libro se editó un documental en el que se recogen testimonios como el de Consuelo Torrico: “En los años 60 ser lesbiana era una vergüenza para la familia. Me llevaban al psiquiatra dos veces al mes y me clavaban unas agujas en los nervios. Cuando se enteraron en la Facultad que salía con una chica, nos echaron a las dos, no pude acabar la carrera de Psiquiatría”. Las personas homosexuales tenían prohibido caminar por las aceras de los colegios del centro de la ciudad, “así lo acordaron los maestros y los padres”, añade. “Yo salía con un grupo de travestis por la noche y nos detenía la policía. Nos pegaban y nos decían con la ley en la mano: ¿Dónde dice que ustedes tengan derechos?”, evidencia Pamela Valenzuela, representante de la Asociación de Travestis de La Paz, capital boliviana. Algunas personas asocian esta discriminación a la herencia colonial, a ese arraigo occidental que divide las cosas en blanco y negro, en bueno o malo. “Antes la sexualidades eran hasta parte de una ritualidad. Los seres que nacían homosexuales o diversos eran tomados como una bendición, se consideraban divinidades porque se creía que entendían los dos mundos”, comenta Danna.

El baile de las valientes Hasta principios de los 70 las mujeres tenían prohibido bailar en las fiestas populares como el

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Cristo del Gran Poder de La Paz o el Carnaval de Oruro. Los personajes femeninos eran encarnados por hombres que hacían una representación burlesca de la mujer. “Se les veía el bello de las piernas y hacían movimientos muy torpes, nada femeninos”, añade Danna. En ese escenario irrumpieron los primeros travestis que, pese al posible rechazo al que se enfrentaban, decidieron entrar a formar parte de las fraternidades. Sorpresa de la sociedad, se convirtieron en iconos de la revolución sexual que se estaba gestando no sólo en Bolivia, sino en otras partes del mundo. “Bolivia fue pionera en abrir las puertas desde la cultura popular. Toda la gente iba a verlas a ellas. En los años 70, las chinas, las travestis, eran el objeto de deseo. ‘Morenada’ sin china no tenía sentido. Y cuántas más chinas travestis tuvieras era mejor la danza”, recalca. París Galán tenía cinco años cuando acudió por primera vez al Carnaval de Oruro con su madre. Desde la grada y expurgando entre la multitud, sus ojos apuntaron directamente a Ofelia, que representaba al personaje de la China Morena. Iba montada en unos tacones de infarto y se contoneaba acaparando todas las miradas del público. También la de Carlos Parra, aquel niño inocente que empezaba a descubrir las dudas (y certezas) de su sexualidad y que más tarde, después de estudiar en la capital francesa, decidiría denominarse París y unirse a los Galán. “Me quedé completamente boquiabierto al verla. Mi mamá rápidamente me aclaró: es un hombre hijito”. Las medias de rejilla, las faldas cortas, las botas altas, los corsés, las pelucas y el maquillaje no solo ocultaron su masculinidad, sino que las convirtieron en un personaje que sedujo por su belleza y originalidad.

El fetichismo por los travestis se vio eclipsado cuando la alcaldía de La Paz decidió trasladar la fiesta del Gran Poder del barrio chijini, -un lugar periférico en el que convivían con normalidad indígenas, bohemios y homosexuales-, al centro de la gran ciudad. Fue lo que la icónica Barbarella llamó “el debut de la despedida”. En la grada presidencial, el entonces dictador Hugo Banzer examinaba la fiesta y la acompañaba en sus múltiples compases. Barbarella, bajo la mirada de todos los presentes, le propinó el beso más famoso de la historia reciente del país. No se sabe si lo hizo por reivindicación o por provocación. El motivo sigue siendo un enigma, pero sirvió de excusa para sacar a los travestis de una fiesta que había pasado de ser popular a considerarse insignia de la elite política y social del país. Como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga. Gracias a ello se le dio el personaje de chinas a las mujeres, que empezaron a participar en los desfiles como bailarinas y no sólo como pasivas espectadoras. En el 76 los personajes ya eran las hijas de cholas, de campesinas, pero mantenían la estética travesti. El sida y el retorno de la estigmatización

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Las décadas de los 70 y parte de los 80 del siglo pasado fueron las más cruentas en cuanto a pérdidas de derechos y diversidad sexual. Si hasta ese momento los travestis habían tenido un rol protagónico en el marco de las fiestas populares, los regímenes de facto en el país fulminaron cualquier muestra pública de reivindicación y llevaron al movimiento TLGB a la clandestinidad y a la represión. París Galán recuerda los años posteriores a las dictaduras, cuando a finales de los 80 una democracia en pañales retornó al país de la mano del neoliberalismo estadounidense: “Estábamos en un momento en que el sida había llegado a Bolivia, en ese tiempo se hablaba de que había un infectado con sida en un hospital y nos iba a contagiar a todos. Había mucho desconocimiento, todos teníamos miedo”. Desde la fiesta han logrado visibilizar al colectivo y romper barreras en una sociedad que conserva todavía muchos tintes patriarcales, machistas, misóginos, homofóbicos y transfóbicos La política oenegista impulsada por la cooperación de Estados Unidos en Bolivia promovió la instauración de organizaciones de la sociedad civil para realizar talleres de sexo seguro y uso del condón que no consiguieron más que azuzar esa analogía gay-sida. “Las Galán ya empezábamos a reunirnos para maquillarnos, para vestirnos de chicas, para transformarnos, para hacer shows, espectáculos, sin darnos cuenta de que eso sensibilizaba a más personas que los talleres”, recalca París. Familia Galán: transformismo para transformar a la sociedad Bronx, el único bar gay clandestino de La Paz en los años 90, fue testigo de la germinación de Las Galán en el año 95. “Éramos cuatro chicos: Leonela, Sabrina, Diana Sofía [actualmente en España] a quien le debemos el apellido Galán, y yo”, recapitula París. Diana, por la princesa de Gales, un icono de la época a quien admiraba; Sofía, por la reina de España a quien también idolatraba, y Galán porque personificaba la belleza masculina. “Es como equilibrar el poder de dos reinas y la belleza del hombre galán”, recalca Danna.

A Leonela y a Sabrina se las llevó el sida poco después de iniciar el grupo, y al mismo tiempo otras personas como Danna se fueron uniendo, agrandando lo que después pasaron a denominar ‘Familia Galán’. “Se adhirió gente que no se sentía identificada con el transformismo femenino, querían reivindicar los derechos del colectivo TLGB pero desde otras posturas, así que dijimos: ¿Qué somos? Una familia”, responde París. Sin ánimo de hacerlo, ya habían puesto la primera piedra del cuestionamiento del concepto tradicional de familia. Hoy son un grupo de unas treinta personas, abierto y diverso donde sus nombres no civiles dicen mucho de sus personajes: Danna, Kris-is,

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Paris, Dolor, K-os, Calipso, Pecado, Pasión, Vizio, Katrina, Alisha, Letal, Fatal, Irán, entre otros. “Se adhirió gente que no se sentía identificada con el transformismo femenino, querían reivindicar los derechos del colectivo TLGB pero desde otras posturas, así que dijimos: ¿Qué somos? Una familia” Después de unos primeros años sin mucho éxito en sus actuaciones transformistas en guetos de La Paz, una llamada telefónica lo cambió todo. La oenegé CISTAC, que trabaja tema de derechos sexuales y diversidad, les invitó a que actuaran el día de los derechos humanos y que se unieran a una gira por todo el país. Al más puro estilo de la película ‘Priscilla, reina del desierto’, la Familia Galán recorrió los rincones más insólitos de la nación, haciendo sus shows y acompañándolos de un discurso que estaban empezando a construir. “Nosotros teníamos una mirada de género, como una herramienta para defender toda la diversidad sexual. A partir del transformismo se abría un abanico de diversidad sexual y eso era sobre lo que queríamos que la gente empezara a reflexionar”, explican. En los pequeños pueblos del interior de Bolivia la gente se sorprendía al verlas bailar, les cuestionaban por qué lo hacían… Y, poco a poco, las expresiones más comunes comenzaron a ser: “No solamente son grandes bailarinas, ¿les has escuchado?”. Ya no eran sólo divas, eran transgresoras. Con la Familia Galán, el debate y la presencia estuvo desde el principio en la calle, en los espacios públicos, en las fiestas. Y de la conexión con la sociedad pasaron a la conquista de lo político. Participaron en todas las marchas sociales que tumbaron en 2003 al Gobierno imperialista de Sánchez de Lozada en la conocida Guerra del Gas. Y dentro del primer Ejecutivo de Evo Morales formaron parte de la nueva Asamblea Constituyente para redactar por completo una nueva Constitución que recogiera las demandas propias de un país tan diverso. “Ya no éramos el grupo trans, sino que representábamos a todo un colectivo a nivel cultural”, señala París.

Así alcanzaron la inclusión de algunas de sus demandas en la nueva Carta Magna, como la redacción del artículo 14, que prohíbe y sanciona toda forma de discriminación, incluida por sexo, orientación sexual o identidad de género; o el Decreto Supremo que declara el 28 de junio día de la diversidad sexual y de género. “Ha sido tanta la apropiación de las instituciones, que desde el 2011 el municipio de La Paz, siguiendo la ley de participación y control social, ha creado el consejo ciudadano de las diversidades sexuales y genéricas, y ha convocado a todas las organizaciones, incluida la nuestra”, se congratula París. David (Danna Galán) ha sido director de patrimonio cultural durante cuatro años y medio, y Carlos (París Galán) asesor de una senadora del Movimiento al Socialismo, partido de Morales. “Nos

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hemos integrado por lo farandulesco, pasando por lo cultural, social hasta lo político. Ha sido una estrategia para poder luchar por los derechos de nuestro colectivo”, explican desde esta familia. Ahora el reto es avanzar en las esperanzas de todas las personas TLGB de Bolivia, como en lograr el matrimonio civil igualitario y más garantías que les protejan de vulneraciones de sus derechos. “Sería un resarcimiento por todos los años de violación de los derechos de una población, lograr que el Estado nos de los mismos derechos, no queremos otros diferentes, queremos los mismos derechos con los mismos nombres que el resto de los bolivianos”, añaden. Pero quizá, el logro más importante alcanzado hasta el momento es que la gente no sólo los ve como íconos trans, sino que les asocian con el ejercicio de derechos y libertades. Son definitivamente un movimiento estético que va de la mano de una propuesta social revolucionaria que ha calado en el corazón de la sociedad. París a veces sueña con los ojos abiertos. Se ve saliendo de una iglesia de la mano de su pareja, vestida de chola con traje blanco, como una reencarnación de su madre. Con sus amigos celebrando la unión y una sociedad que les aplauda. Un sueño cada día más cerca pero al que le quedan algunos obstáculos que salvar. Mientras tanto, espacios culturales y sociales como el Carnaval de Oruro seguirán vistiéndose de respeto a la diversidad sexual gracias a la Familia Galán.

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