Trauma o desafío: el paso de los años en la mujer

REV. DE PSICOANÁLISIS, LXII, 2, 2005, págs. 281-289 Trauma o desafío: el paso de los años en la mujer La sensualidad femenina en los tiempos de la m

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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXII, 2, 2005, págs. 281-289

Trauma o desafío: el paso de los años en la mujer

La sensualidad femenina en los tiempos de la madurez *Mariam Alizade (Buenos Aires) Introducción

En este trabajo destaco la importancia de la sensualidad en el mundo pulsional y en el erotismo de las mujeres. Insisto en el alcance y el valor de la sensualidad en todas las etapas de la vida. Considero la metamorfosis de la menopausia y postmenopausia y sus consecuencias psíquicas y socioculturales. Introduzco el concepto de cuarta serie complementaria y enfatizo su influencia en la vida psíquica de las mujeres de edad mayor. Asimismo, exploro el rol del otro y del vínculo en la tarea de darse cuerpo (Alizade, 1992), que adquiere características específicas en cada época evolutiva. En la última parte del trabajo examino sucintamente las ideas de trauma, oportunidad y aceptación a la luz del envejecimiento.

Sensualidad

La relación teórico-clínica entre el mundo sensual y el mundo pulsional requiere un profundo e intenso trabajo de formalización en el campo del psicoanálisis. La sensualidad, en el principio de la vida, es lo primero, lo fundamental, la vivencia transmisora del apego y de las sensorialidades que provienen del medio ambiente. Está ligada a la autoconservación. Más tarde se liga al mundo pulsional infantil, adolescente y adulto, y se convierte en una sensosexualidad que participa de los movimientos eróticos. En la edad mayor, recupera su rol trascendente en la llamada al otro asistente, en el uso de las capacidades sublimatorias y en el ejercicio de los orgasmos del yo (Winnicott, 1958).

*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Ortiz de Ocampo 2561, 2” “L”, (C1425DSA) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. [email protected]

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La sensualidad es una matriz sensorial-afectiva, sede de un primer núcleo organizador psíquico. Es un protoafecto, estado intermedio entre las vivencias primarias y los afectos (Alizade, 1999, pág. 579). Constituye un complejo sensoperceptual que, en un segundo tiempo, se enlaza al universo representacional. El imperio de los sentidos y los anhelos sensoriales están íntimamente vinculados al ámbito metaverbal. Éste es el punto de anclaje del incipiente yo corporal. El cuerpo de origen es masa sensual, masa orgánica sensible que recibe desde sus albores la influencia del otro, de la palabra y la cultura. La sensualidad posee un carácter feminizante constituido por goces preliminares de pulsiones parciales que se adosan al mundo de las sensaciones. Es una sensualidad preverbal. Pluralista y vincular por esencia, requiere de otro para desplegarse y es vincular en su estructuración. Anzieu (1970) ha propuesto el concepto de “senti” para describir el baño sensorial que engloba al recién nacido. El ser nuevo, envuelto en sonoridades sensuales, es envuelto en un mar de sensaciones apenas emerge del claustro materno. El sentir del cuerpo es el preámbulo del armado de un yo-piel (Anzieu, 1985) que da acceso a la individualidad y al sentimiento de sí. La carne humana, atravesada por la palabra y la cultura, es carne hablada que instala códigos y zonas erógenas privadas: una palabra catectiza una parte del cuerpo, inhibe otra; una mirada evoca otra de antaño y genera determinado efecto sensual-afectivo que condiciona la relación amorosa-sexual. Se conforma una suerte de “senti” adulto, de sensosexualidad en constante modificación como resultado de los acontecimientos significativos de la vida. Las mujeres, instaladas en posición femenina, presentan una sensosexualidad difusa, diseminada y totalizadora. Ellas suelen experimentar menos disociación de la vida erótica que los hombres e integran frecuentemente ternura con voluptuosidad y amor. El deseo de ser amadas las torna con frecuencia más vulnerables en los encuentros amorosos, y su dependencia afectiva a la pareja recuerda las tendencias fusionales preedípicas. Lo femenino, en su fantasmática vinculación con la debilidad y con la muerte, abre el capítulo psicoanalítico del rehusamiento de lo femenino descrito por Freud (1937, cap. VIII) como la roca viva del varón, el cual dio lugar a numerosas publicaciones (Alizade, 1994; Schaeffer, 2000; entre otras). Menopausia y después: el sentir del cuerpo erógeno durante el proceso de envejecimiento

En las mujeres predomina el tiempo circular, el “Eon” (Schlesinger-Kipp, 2003). La linealidad evolutiva es común a hombres y mujeres, pero en ellas se agrega el tiempo cíclico de la etapa fértil (ciclos menstruales, ciclos del embarazo, del puerperio). La representación-expectativa del envejecimiento suele estar estrechamente ligada a fantasías vinculadas al cese de los ciclos reproductivos, como si éstos constituyeran una cierta garantía de juventud. La menopausia en sí no es sinónimo de vejez, pero sí una señal de alerta, un mensaje que emana del cuerpo. Cuando la sangre menstrual se va, la psique piensa a la sanREV. DE PSICOANÁLISIS, LXII, 2, 2005, págs. 281-289

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gre, y en ese pensarla y sentirla se expresan fantasías y temores. Climaterio y menopausia advierten que el tiempo de la juventud y de la fertilidad están concluyendo: este sendero hacia la alta edad es irreversible y progresivo. Menopausia significa literalmente “pausa” (pausais) de los “meses” (mensis) en latín, y, en nuestra lengua española, “meno” coincide fonéticamente con la palabra “menos”. Un signo menos hace eco en el término “menopausia” y le otorga una mala calificación. Jones (1927) ha postulado la existencia de una ansiedad específica que denominó afánisis. Con esta palabra, él se refiere al temor a la extinción total de la capacidad de experimentar placer sexual. La amenaza afanísica es “una amenaza de muerte de los sentidos”, muerte de la sensosexualidad que se convierte en un sufrimiento intolerable en los casos en que no existe un semejante que oficie de soporte sensorial-afectivo. Muchas mujeres buscan este soporte en las relaciones sexuales. Disfrazado de deseo sexual pulsa el imperativo de los sentidos, la necesidad profunda de recrear experiencias sensuales que se imponen como alimento psíquico, como paliativo ante las angustias existenciales de finitud. Las experiencias sensoriales difusas y el intercambio sensual reactivan huellas mnémicas de idilios perdidos con la madre buena, en el marco de una lujuriosa ternura compartida. Este placer sensual-erógeno posee una cierta función de “rejuvenecimiento” en estrecha relación con bases biológicas; aviva los sentidos, favorece el proceso de descarga pulsional, revitaliza el cuerpo somático y estimula la secreción de hormonas y las funciones vitales. Darse cuerpo es, por lo tanto, una función vital (Alizade, 1992, págs. 51-59) que resalta la viva materialidad de la presencia corporal de un semejante y su incidencia en la realidad psíquica. En los cuerpo a cuerpo se manifiesta en mayor o menor medida un abanico de pulsiones: la pulsión de apego (Bowlby, 1958, 1969), la pulsión de contacto (Moll, citado por Freud, 1905), la pulsión de autoconservación (afecto, caricia, como fenómeno de supervivencia psíquica) la pulsión sexual directa y la inhibida en su fin (ternura, amor, agradecimiento), la pulsión de dominio... El estatus objetal de la mujer facilita o dificulta su función de darse cuerpo. Intervienen en este punto la presencia o no de un otro amante, la seguridad interna en el ejercicio de la función de darse cuerpo, la capacidad de estar bien a solas y el potencial de creatividad. En nuestra cultura, las mujeres menopáusicas padecen con frecuencia los efectos de un imaginario social que las representa como mujeres en pérdida, en decadencia, paulatinamente marginadas del deseo propio y ajeno, excluidas de la seducción. Aun cuando se incremente en ellas la excitación sexual durante esta etapa –como sucede con frecuencia–, deben luchar contra el fantasma social de la exclusión deseante. Algunas mujeres temen perder el amor del superyó que les exige mantenerse jóvenes y bellas, estéticas y generadoras de miradas de deseo. La angustia resultante es fuente de desamparo. La angustia pulsional se expresa a veces en compulsiones sexuales. En ese sentido, envejecer, aun en plena salud física, es fuente de potenciales conflictos. El espejo refleja modificaciones displacenteras: canas, arrugas, piel seca, flojedad muscular, deterioro de funciones. Algunas mujeres –envejecimiento saludable– aceptan el

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proceso temporal con serenidad y curiosidad, otras –envejecimiento no saludable– se alivian con compulsivas cirugías estéticas, con la adquisición de amantes jóvenes u otras medidas tendientes a disminuir la ansiedad de finitud y la desesperación ante la exclusión. El envejecimiento muestra la importante influencia que la cultura tiene sobre los psicodinamismos. La cuarta serie complementaria (Alizade, 2004) adquiere enorme peso psíquico. He propuesto y descrito al factor humano proveniente de los condicionamientos culturales como una serie más que se agrega a las tres series complementarias planteadas por Freud. La cultura y las problemáticas de género conforman esta cuarta serie que está siempre presente como telón de fondo en los acontecimientos significativos de toda vida. Es serie y, a la vez, un continuum: ideales, ensoñaciones, fantasías y deseos, aparentemente sentidos como propios, reflejan la impregnación de la cultura, la imposición sutil de creencias y los mandatos inconscientes de la historia. Así como la anatomía es el destino (Freud, 1924, pág. 503, citando a Napoleón), los contextos socioculturales y los imperativos de época conforman nuevos destinos. Cada mujer va con su cuerpo hasta donde puede. Cada psiquismo escribe su peculiar potencialidad erótica en cada momento y situación vincular. Las metamorfosis de la edad adulta y posteriormente de la edad mayor reinstalan diques sexuales: vergüenza, pudor, asco, miedo al rechazo. Muchas mujeres sortean los diques que les plantea la nueva etapa metamorfósica y satisfacen sus “anhelos salvajes” (Pinkola-Estés, 2000). La sexualidad de las mujeres postmenopáusicas rompe el estereotipo cultural. Esta sexualidad conmociona el imaginario social que, si bien acepta de buen grado las artes seductoras de las mujeres, restringe la concepción de la vida sexual de lal mujer mayor. No da cabida a la fantasmagoría de mujeres viejas sexualmente activas, lujuriosas incluso, expertas en las artes amatorias. Estas imágenes transgreden el orden de una cultura en la que la amante debe ser esencialmente joven de cuerpo. La semiótica de la arruga desexualiza el cuerpo de las mujeres cuando se someten a la orden inconsciente de castidad. En la patología depresiva observable en mujeres postmenopaúsicas tiene lugar el sometimiento a representaciones y mandatos superyoicos que prohiben el ejercicio de la vida erótica. “La melancolía es el duelo por la pérdida de la libido”, escribía Freud en 1895. En estos casos, la melancolía se debe a una asexualidad inducida por sometimiento y miedo a desobedecer patrones socioculturales normativos. Ferenczi (1924), al describir la regresión erótica en la fusión de los erotismos, no menciona edad alguna, como si la psicodinámica del goce, experiencia máxima de desposesión y despersonalización, fuera independiente de la cronología de los tiempos evolutivos humanos. La merma libidinal biológica de la edad avanzada es compensada por el aumento libidinal psíquico comandado por la alegría y el afán de vivir. Parafraseando a Bataille, el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte. Muchas preguntas salen al encuentro: ¿El anhelo erótico tiene edad? ¿Es suficiente la sequedad vaginal o la imagen de las carnes flojas para alejar todo furor deseante? ¿Cuáles son los límites y la independencia entre el soma y la psique cuando de deseo seREV. DE PSICOANÁLISIS, LXII, 2, 2005, págs. 281-289

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xual se trata en el territorio de la edad mayor? ¿Son acaso soberanas las hormonas? ¿La obscenidad, la carcajada desaforada, la furia vital son patrimonio exclusivo de la juventud? En su texto “Lo perecedero”, Freud (1915) nos enseña que el ser humano puede desafiar las grandes pérdidas “siempre y cuando sea lo suficientemente joven y conserve la vitalidad”. La juventud aquí aludida es eminentemente psíquica. Al no obedecer a la imagen convencional de calma psicocorporal y automarginación de la sexualidad, las mujeres suelen ser no solamente cuestionadas sino también ridiculizadas. ¿Cómo pueden ellas osar los juegos sexuales y audaces de la vida sexual estando ya marcadas por la semiótica de la arruga? La sexualidad de las mujeres mayores, los efluvios y éxtasis amorosos en mujeres adultas mayores promueven tanto la representación transgresora de la vida sexual de los ancianos como la representación intolerable de la muerte. La senso-sexualidad polimorfa renueva en la edad mayor el compromiso con los sentidos, los afectos carnales, los contactos estrechos y la intimidad corporal. La sensualidad recobra su función de alimento somatopsíquico y retoma el hilo conductor en la vida relacional amorosa. A medida que la edad avanza, retorna la necesidad de apego por supervivencia. Hay un retorno al imperio de una sensualidad de autoconservación, dirigida al otro asistente en las acciones especificas de la vida cotidiana. Las mujeres solicitan apego en múltiples actividades cotidianas. La búsqueda de asistencia ajena por mínima que ésta sea, implica el reconocimiento y la aceptación de una cierta minusvalía y dependencia. Se origina un “senti” o universo cenestésico adulto, una regresión al mundo sensual de los orígenes. La reviviscencia de protoafectos mediante la calidez de los contactos con los semejantes se convierte en una puerta de salvación para escapar del aislamiento afectivo y la concomitante muerte psíquica. Deseos, tocamientos, caricias, baños de palabras y sensorialidades construyen paulatinamente el mundo de sensorialidad de la edad mayor. Los orgasmos del yo (Winnicott, 1958) y las pequeñas sublimaciones cotidianas ocupan un primer plano en la vida psíquica. Los sentidos se convierten en el soporte de los momentos de alegría y bienestar. Envejecimiento como trauma, como oportunidad y como aceptación

El oficio de envejecer conlleva un potencial traumático (sufrimiento) a la vez que un potencial de aprendizaje acerca de la condición humana. El trauma se inserta en la conflictiva existencial universal vinculada a la transitoriedad y la finitud. La muerte asusta en Occidente. Toda desmentida es insuficiente a la hora de recibir las “marcas de ser mortal” (Alizade, 1992): enfermedad, muerte de un ser querido, muerte de un ser viviente, catástrofe, etcétera. El envejecimiento es una privilegiada marca fisiológica de ser mortal, de importantes consecuencias psíquicas. El pasaje de trauma a oportunidad, vale decir, de sufrimiento a aprendizaje implica el acceso a mecanismos psíquicos de madurez. La aceptación forma parte de la totalidad del proceso de cambio psíquico.

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El potencial traumático del envejecimiento puede desembocar en la producción de síntomas psiconeuróticos. El desborde de estímulos patógenos proviene del propio cuerpo en su mostración de sucesivas representaciones intolerables. La metamorfosis de la vejez instala una situación traumática (Baranger, Baranger y Mom, 1987, pág. 754), vale decir, una constelación de diversos hechos displacenteros que reactivan duelos, ansiedades y sufrimiento narcisista. La aceptación ha de transformarse en oportunidad. El envejecimiento como oportunidad se apoya en el potencial mental de producción de nuevas operatorias psíquicas en dirección a una progresión. Así como a la adultez le correponde la madurez, a la vejez le correponden la integridad y la sabiduría (Erikson, 1982, págs. 66-72). Estos tiempos no son cronológicos: la madurez puede encontrarse en personas jóvenes y el infantilismo en personas de alta edad. Los embates del deseo, la complejidad de los procesos mentales, las interacciones vinculares y el peso de la cultura y de la historia, tejen una madeja de variables y circunstancias que impiden predecir un desenlace elaborativo unívoco. La transformación narcisista (Alizade, 1995, cap. 5) comprende un cierto excentramiento del yo, la delegación del narcisismo en las generaciones venideras y la entrega del propio narcisismo como acto de despedida. Kohut (1971) señalaba que la sabiduría y la aceptación de la finitud eran logros esperables de un análisis exitoso, pero que lamentablemente se producían en pocos casos. Los principales trabajos psíquicos que hacen del envejecimiento una oportunidad, consisten en la transformación del narcisismo, en la resolución de los odios y resentimientos y en el aprendizaje de la “lección de la soledad” (Bachelard, 1932). A manera de conclusión, planteo mi interés por explorar la esfera espiritual humana al pie del psicoanálisis. La espiritualidad se vincula con el concepto de trascendencia y se desarrolla en el territorio más saludable de cada sujeto. Resumen

El trabajo destaca el alcance y el valor de la sensualidad en la vida pulsional y en el mundo erótico de las mujeres. Enfatiza la importancia de la sensualidad en todas las etapas de la vida. Considera la metamorfosis de la menopausia y postmenopausia y sus consecuencias psíquicas y socioculturales. Explora el concepto de cuarta serie complementaria y resalta su influencia en la vida psíquica de las mujeres de edad mayor. Se examina el rol del otro y del vínculo en la tarea de darse cuerpo, que adquiere características específicas en cada época evolutiva. En la última parte de este trabajo se consideran sucintamente las ideas de trauma, oportunidad y aceptación a la luz del envejecimiento. DESCRIPTORES: MUJER / SENSUALIDAD / EROTISMO / MENOPAUSIA / VÍNCULO / TRAUMA / ENVEJECIMIENTO

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FEMININE SENSUALITY DURING THE AGING PROCESS

This paper highlights the importance of sensuality in the instinctual and erotic world of women. It emphasizes the significance and the value of sensuality at all stages in life. The paper discusses the changes brought about by the menopause and post-menopause, and the psychological, social and cultural consequences these entail. It explores the concept of the fourth complemental series and its influence on women's psychic life as they grow older. It examines the role of the other and the relationship established with that person in the vital function of “giving oneself a body”, which takes on specific features in each developmental period. In the final part of this paper, it discusses briefly the idea of trauma, opportunity and acceptance from the perspective of growing old. KEYWORDS: WOMEN / SENSUALITY / EROTISM / MENOPAUSE / RELATIONSHIP / TRAUMA / AGEING

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