Un legado beauvoiriano: El trabajo doméstico desde la perspectiva de Christine Delphy

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                   Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género 

Un legado beauvoiriano: El trabajo doméstico desde la perspectiva de Christine Delphy Lic. Mariana Smaldone UBA-CINIG-CONICET

En el marco general de las investigaciones sobre la recepción de Le deuxième sexe (1949) 1 , abordamos el análisis de Christine Delphy sobre el trabajo doméstico, en tanto pone de manifiesto la renovación del impacto del pensamiento de Simone de Beauvoir. Precisamente, hacia la década del ´70, la socióloga y pensadora francesa Christine Delphy reactualiza la indagación acerca de la cuestión de las mujeres trabajadoras, avanzando en su perspectiva de análisis del feminismo materialista y focalizándose en un problema clave para el feminismo y las luchas de las mujeres: el trabajo doméstico, que entiende como trabajo no remunerado. Consideramos que esta reactualización continúa la línea teórica en la que Beauvoir plantea la “cuestión de la mujer”, en sentido ético, político y epistémico, sentando precedentes para el desarrollo del pensamiento contemporáneo y la praxis feminista. Delphy continúa la línea beauvoiriana de la desnaturalización de las concepciones habituales de “mujer”, justamente para retomar las críticas al marxismo clásico, en tanto que no da cuenta de modo preciso de las condiciones reales de opresión y de explotación que viven las mujeres. Desde su posición como feminista materialista, Delphy aborda y analiza el modo en que la explotación patriarcal conforma la base para la opresión de las mujeres. Este análisis lo hallamos en una de sus                                                              1

Se trata de una versión abreviada de un trabajo más extenso, que forma parte del Proyecto de investigación: “Conciencia y concienciación en Simone de Beauvoir. Recepción y análisis de los entrecruzamientos de género y clase en la construcción del nosotras” (UBA-CONICET), dirigido por la Dra. Beatriz Emilce Cagnolati (UNLP) y la Dra. María Luisa Femenías (UNLP-UBA)

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primeras obras: L´ennemi principal; 2 en todo caso, en obras más reciente reconfigura la explicación de su análisis materialista acerca de la división y las jerarquías sociales en torno a cuestiones de género, clase y etnia. 3 De este modo, con el fin de abordar el tema del trabajo doméstico en la perspectiva del feminismo materialista de Christine Delphy, en el marco general de la recepción del pensamiento beauvoiriano, propongo el siguiente recorrido: explicitar la revisión crítica que realiza Beauvoir del marxismo clásico en referencia al planteo de la cuestión de la mujer (la división y la jerarquización de sexos, el patriarcado, la opresión y la función de la reproducción) (sección I); comparar los métodos y las perspectivas de Delphy y Beauvoir, en particular hacia un análisis de la cuestión de las mujeres trabajadoras (sección II). De tal modo, a partir de las obras Le deuxième sexe (1949) de Beauvoir y L` ennemi principal de Delphy, por un lado, consideramos el legado beauvoiriano en la perspectiva del feminismo materialista que presenta esta última en el análisis de las “labores domésticas” como trabajo no remunerado. Asimismo, sobre esta base, estimamos el actual tratamiento delphyano acerca de la división y la jerarquización social. Por otro lado, situamos estos temas y su tratamiento desde el feminismo materialista en algunos estudios latinoamericanos. En la actualidad, el emergente de la ocupación masiva de las mujeres pobres, generalmente migrantes, en el “servicio doméstico”, ligado a la segregación y la feminización de la pobreza (Lerussi, 2007, 2014; Hidalgo Xirinachs, 2011), certifica que aunque se trata de un trabajo remunerado subsiste la división y la jerarquización social, sobre todo sexual, en detrimento de las mujeres. De tal modo, observamos cómo el análisis de la cuestión de las mujeres trabajadoras se recepciona desde diferentes enfoques siguiendo la perspectiva del feminismo materialista. Actualmente, estos estudios profundizan su tratamiento desde la intersección de género, clase y etnorraza, entre otras variables (sección III).

I. Beauvoir: las críticas al marxismo y la cuestión de la mujer Si bien Beauvoir no se define feminista al publicar Le deuxième sexe (Collin, 2006: 172; 2010: 71), su propuesta de “desbordar al materialismo histórico” (Beauvoir, 2007:59) es significada décadas después desde diferentes perspectivas feministas. Estos feminismos muestran la especificidad de determinados problemas y sostienen que su análisis no se agota en la concepción de la lucha de clases.                                                              2

Se trata de una recopilación de artículos publicados a comienzos de la década del ’70, reunidos en dos volúmenes: L`ennemi principal 1. Économie politique du patriarcat, L` ennemi principal 2. Penser le genre y publicados en 2001. Algunos están traducidos al castellano con el título Por un feminismo materialista. El enemigo principal y otros textos, Barcelona, LaSal-Edicions de les dones, 1985. 3 Cf. Classer, dominer. Qui sont les « autres » ? (2008). No hay traducción castellana, la traducción de las citas es propia. 

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En verdad, a partir de las revisiones críticas que Beauvoir hace del marxismo, el aporte reside en repensar las condiciones materiales y las situaciones concretas desde las cuales se llega a “ser mujer”. Además del modo de producción como basamento de las condiciones reales de existencia, la reproducción –como de algún modo lo había detectado Engels al estudiar la división sexual del trabajo– representa una de las claves para entender la explotación de las mujeres. De allí que Beauvoir centra sus análisis de la situación y las condiciones de las mujeres en el entrecruzamiento de las variables de “familia, clase, medio y raza”. (Beauvoir, 2007: 514) Como lo hemos señalado, la opresión de las mujeres y el control de la reproducción, no se agota meramente con la trasformación de un sistema económico y el ingreso de las mujeres al ámbito de la producción. La opresión es cultural, y las soluciones deben comprender este aspecto estructural. Beauvoir pone en evidencia y analiza el ámbito de la producción como público y social y el ámbito doméstico para el trabajo femenino. Sin lugar a dudas, el análisis beauvoiriano y el horizonte de recepción que se configuró entonces, resulta central para el desarrollo de la teoría y de la praxis feminista. Precisamente, Christine Delphy es quien inicia ese tipo de análisis (Portolés, 2005:110) 4 y expone en términos materialistas el problema del trabajo doméstico no remunerado, clave en el desarrollo de la cuestión de las mujeres trabajadoras.

II. Las trabajadoras y el legado beauvoiriano en el pensamiento materialista de Delphy Para plantear quién es y cómo funciona este Enemigo principal, Delphy retoma la propuesta de Beauvoir y avanza en el proyecto metodológico de “desbordar al materialismo histórico”. Consideramos que, una de las claves en el despliegue analítico de la “cuestión de la mujer” reside en la propuesta metodológica de Beauvoir, que atiende al entrecruzamiento de las variables de “familia, clase, medio y raza” para situar a las mujeres más allá de la lectura del patriarcado- capitalista y heterosexual, entendido como sistema hegemónico. Desde su posición, Delphy vincula el análisis de clases con el análisis de las relaciones específicas de las mujeres con la producción (Delphy, 1985: 1112). Delphy reconoce la existencia de un modo peculiar de producción, en el sentido marxista, que es el “doméstico”: este modo de producción coexiste con el patriarcado, a lo largo de toda la historia, y con el capitalista.                                                              4

En su artículo “La teoría de las mujeres como clase social”, Asunción Oliva Portolés, destaca que Delphy se sitúa dentro del “paradigma marxista”, aunque se autodenomina materialista puesto que rechaza algunas ideas del pensamiento de Marx y del “marxismo ortodoxo”. Portolés remite a las afirmaciones de Delphy, en el contexto de los artículos que integran L` ennemi principal 2. Penser le genre.

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Si Beauvoir se refiere a los “males reales” que viven las mujeres, Christine Delphy identifica como uno de esos “males” precisamente al trabajo doméstico: base de la explotación de las mujeres. En el mismo sentido, si Beauvoir advierte sobre el problema del no-reconocimiento de las mujeres, Delphy ilumina uno de los puntos nodales del problema del reconocimiento de las mujeres, en el no reconocimiento histórico de su trabajo cotidiano. El trabajo doméstico no tiene el mismo estatus que las actividades que identifican a la clase trabajadora o proletaria; ni siquiera se lo remunera e incluso quien trabaja en él carece de los beneficios legales de los que goza la clase obrera. Delphy examina algunos artículos donde se aborda el problema del trabajo doméstico, para concluir que si bien lo consideran trabajo productivo, declaran que su “no-valor”, su “noremuneración” son la consecuencia de la propia naturaleza de tales servicios. 5 Para Delphy, en cambio, en esos estudios subsistes residuos de la ideología patriarcal dominante, y en consecuencia a sus autoras se les oculta que las mismas relaciones de producción son las que excluyen de “valor” a las “labores domésticas”. Dicho en términos de la autora: /…/ lejos de ser la naturaleza de los trabajos realizados por las mujeres la que explica sus relaciones de producción, son estas relaciones de producción las que explican que sus trabajos se vean excluidos del mundo del valor. Quienes se ven excluidas del mercado (y del intercambio) son las mujeres en tanto que agentes económicos, y no su producción (Delphy, 1985:14). Delphy remarca la función de la familia como el centro de explotación de las mujeres, comparando los resultados de diversos estudios. Además de las investigaciones de Margaret Benson y Suzie Olah, en el contexto norteamericano, y de algunos artículos publicados en Cuba por Isabel Larguía, Delphy se refiere también a otro artículo y a un Manifiesto franceses (Delphy, 1985:12-13). Para Delphy, en tanto que las tareas domésticas, la crianza y educación de los niños son mandatos sociales cuya responsabilidad recae sobre las mujeres, y como además son tareas no remuneradas, deben ser examinadas como formas específicas de relaciones de producción. Sobre esa base, Delphy señala que es preciso: 1- Analizar las relaciones existentes entre la naturaleza de los bienes, el trabajo doméstico y el modo de producción de esos bienes y “servicios”; 2Analizar en qué consiste la clase de las mujeres y 3- Esbozar (a grandes rasgos) las perspectivas políticas del movimiento de mujeres en términos de objetivos, movilización y alianzas políticas. (Delphy, 1985:13)

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Delphy se refiere a M. Benson: “La economía política de la liberación de la mujer” y S. Olah: “The Economic Function of the Opression of Women” y “Contra el trabajo invisible” en Hacia una conciencia de la liberación de la mujer de J. Dumoulin, e I. Larguía, (Barcelona, Anagrama, 1976); remite también a un Manifiesto de origen francés del grupo F.M.A.

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I- A partir de una serie de ejemplos que recorren diferentes momentos históricos y sus contextos culturales, Delphy destaca que en el ámbito de la familia, las mujeres además de ser reproductoras crean bienes materiales particulares procedentes del trabajo doméstico. Lo particular de este modo de trabajo es que no es reconocido como productivo y, por ende, carece de un valor de cambio. Para su análisis, Delphy toma en cuenta las relaciones existentes, no solo entre proletariado y burguesía, sino fundamentalmente entre mujeres y varones, poniendo en evidencia el vínculo entre estas relaciones, la división sexual del trabajo y la producción de bienes en el “ámbito doméstico”. Al centrarse en las relaciones de producción del trabajo doméstico, su naturaleza y la finalidad del producto, destaca que además de estar destinados para consumo de la familia, su excedente abastece al mercado, p.e. en las familias campesinas, donde dedican un promedio de 4 horas diarias a los trabajos agrícolas (Delphy, 1985:14-15). Claramente, estos bienes producidos en el ámbito de la familia, mediante el trabajo doméstico, además de un valor de uso, tienen un valor de cambio que tampoco es reconocido. Delphy muestra las limitaciones del marxismo al no reconocer que el trabajo doméstico realizado por las mujeres, a lo largo de la historia, ha producido valor de cambio (Portolés, 2005: 112113). A partir de este análisis, Delphy identifica “el modo de producción doméstico” como base de la explotación de las mujeres a las que define, en consecuencia, como clase social: la clase de las mujeres. Los índices de feminización de la pobreza refuerzan actualmente su tesis. 2- Desde el feminismo materialista, Delphy retoma un conjunto de tópicos que le permiten analizar a las mujeres como “clase”. Al evaluar su trabajo, en tanto que doméstico, no calificado y supuestamente improductivo, se genera una dinámica de no-reconocimiento, que en palabras de Beauvoir es “el  drama de la mujer”: no ser reconocidas como sujeto, base de la opresión de las mujeres. En todo caso, según el lugar que ocupan en la jerarquía social, sus situaciones presentan algunas variaciones aunque siempre están supeditadas a la jerarquización naturalizada de los sexos. 3-Ahora bien, si tenemos en cuenta el análisis de la opresión de las mujeres en el contexto de explotación patriarcal capitalista, la necesidad de la praxis feminista se articula en el movimiento de mujeres a partir de una dinámica de exigencia de reconocimiento. El análisis de Delphy favorece ese proceso en tanto toma de conciencia o de concienciación, basada en la autopercepción y la percepción colectiva en tanto que “nosotras” las mujeres trabajadoras.

III. De las “labores domésticas” al “servicio doméstico” Como se ha señalado, para Delphy, las “labores domésticas” como trabajo no remunerado constituyen 5   

una explotación patriarcal. En la actualidad, complejiza esa tesis desde las variables de clase y etnorraza. En una de sus obras más recientes: Classer, dominer. Qui sont les « autres » ? amplía su indagación materialista acerca de la división sexual, las jerarquías sociales y su intersección con la etnorraza. Pero nos interesa revisar también los estudios de Romina Lerussi, (2007; 2014) y de Roxana Hidalgo Xirinachs (2011) quienes tienen en cuenta el análisis materialista delphyano. Aunque en el caso del “servicio doméstico” nos referimos a un trabajo remunerado, continúan operando en él mecanismos similares a los de las tareas domésticas, que realizan las esposas. Los estudios latinoamericanos dan cuenta además del rol de las mujeres migrantes, como mano de obra “destinada” al “servicio doméstico” ya sea en países hegemónicos o en las clases altas de los no hegemónicos.

1- Las “labores domésticas” como trabajo no remunerado y las variables de género, clase y etnia En L´ ennemi principal, Delphy centra su examen en el modo en que el control de la reproducción y la explotación sexual conforman la base de la opresión de las mujeres. En esa misma línea, ilumina la situación de las mujeres trabajadoras y en lo referente al “trabajo doméstico”, entendido como el trabajo del “ama de casa”, clasificado como “no-valor”; esto es, como hemos visto, no reconocido como trabajo a lo largo de la historia. (Delphy, 1985:13-14). A partir de ese análisis, nos centramos, en la definición de opresión, puesto que la consideramos clave en el debate en torno a la pregunta “en qué consiste la opresión de las mujeres”. En ese debate, propio de los años 70’, Delphy presenta el problema como de carácter estructural. El control de la reproducción y la explotación sexual ponen en evidencia cómo bajo contrato matrimonial en el ámbito familiar, a criterio de Delphy, se lleva a cabo la explotación patriarcal, en forma de opresión i) común, ii) específica y iii) principal de las mujeres. Ahora bien, es común porque afecta a todas las mujeres casadas; es específica porque se le impone a las mujeres la obligación de prestar trabajos domésticos gratuitos; y es principal porque aunque la mujer trabaje fuera del hogar, debe además realizar las tareas domésticas, realizando así una ‘doble jornada”. Es decir, su pertenencia de clase está dada por su explotación en tanto que mujeres (Delphy, 1985: 27). Respecto al trabajo “fuera de casa”, Delphy observa que operan ciertas “tácticas de segregación”. Esas tácticas adquieren dos formas: discriminación vertical y horizontal. La vertical se refiere a que las mujeres generalmente ocupan las posiciones más bajas en cada categoría socioprofesional. En cuanto a la horizontal, se observa que subsisten ramas de la producción en las que solo se encuentran mujeres y que sus salarios son más bajos (Delphy, 2001, II: 300-302; Portolés, 6   

2005:116). En ese marco, el “servicio doméstico” es una forma particular de segregación horizontal. Según el análisis de Delphy, la opresión común, específica y principal de las mujeres, se produce como efecto de la explotación patriarcal. Así como Beauvoir afirmara el carácter cultural de la opresión de las mujeres, siguiendo la línea marxista, Delphy pone en evidencia el carácter económico de la opresión de las mujeres, en términos de “explotación”, lo que merece un tratamiento de clase aunque Delphy para el caso de las mujeres no basa su análisis de la relación antagónica del proletariado y la burguesía. Sin embargo, la idea marxista de una clase homogénea, como el proletariado, se derrumba al pensar en la situación de las mujeres explotadas, precisamente en su condición de mujeres, dentro mismo de las clases proletarias (o más aún en ellas). En este punto, es evidente que las clases, tal como Marx las entendió, están atravesadas por cuestiones de sexo-género. Respecto de “en qué consiste la opresión de las mujeres” queda claro que en el “trabajo doméstico”, considerado naturalmente como “no-remunerado”. Por eso, Delphy concluye que el modo en que se nombran las mujeres, se vincula directamente a su situación de opresión. En este sentido, describe la lucha de las mujeres como una lucha específica en primera persona: Los grupos de extrema izquierda luchan por la liberación y la llegada al poder de un proletariado del que no forman parte, por unas personas que no son ellos. Las contradicciones que resultan de esta situación, de entrada son desconocidas para las feministas: nosotras no luchamos para otros, sino para nosotras mismas; nosotras y no otros, somos las víctimas de la opresión que denunciamos y combatimos. Y cuando hablamos, no lo hacemos en nombre ni en lugar de otros, sino en nuestro nombre y en nuestro lugar (Delphy, 1985:120). Por eso, Delphy observa que todas las sociedades, incluso las que adoptaron un modelo económico y político socialista, se basan en el trabajo gratuito de las mujeres. Tanto las consideradas “labores domésticas” como las de cuidado, son concebidas como responsabilidad exclusiva de las mujeres y por ende tareas gratuitas, basando parte de su análisis en El origen de la familia, de la propiedad y del Estado (1884) de Engels, quién define “histórica y etimológicamente, [que] la familia es una unidad de producción” (Delphy, 1985:15). Es decir, por un lado, la familia basada en el matrimonio garantiza un modo de “explotación sexual”, en detrimento de las mujeres y, por otro, una unidad de producción y consumo. En todo caso, el ámbito de la producción, como público y social, complejiza la cuestión del trabajo doméstico femenino. En todo caso, Delphy examina el recorte que realiza Engels del valor del “trabajo productivo social” y distintivamente del trabajo doméstico como un trabajo privado. Esto resulta clave para la distinción valorativa del ámbito privado y del ámbito público para varones y mujeres, y por ello el lema “lo privado es político” adquiere un sentido emblemático para el feminismo 7   

radical. 6 Siguiendo esta línea, Kate Millet en Sexual Politics (1968) amplía la revisión crítica de la tesis engelsiana centrándose en la condición de reproductora de las mujeres, especificando el concepto de patriarcado y conjugando en su análisis las variantes de género, clase y la cuestión “racial”. 7 Las investigaciones actuales de Christine Delphy se centran en una Francia habitada por migrantes pertenecientes a una amplia diversidad étnica, social y religiosa, extremadamente excluidos, donde las mujeres se ven atrapadas por estructuras patriarcales occidentales y de origen. Precisamente en Classer, dominer. Qui sont les « autres »? (2008), se refiere a las cuestiones étnicas, de clase y de género, pero también a las problemas religiosos e incluso de castas. Si bien continúa sus líneas de análisis, la intersección con la problemática de las etnias es inevitable. Así, Delphy presenta sus análisis en contextos diferentes a los de los setenta sin abandonar el tratamiento materialista de la opresión, la marginación, así como también de la dominación y de la “normalidad” con que se refuerzan las diferencias y las jerarquías sociales. En este sentido, Delphy afirma que la división entre mujeres y varones se construye al mismo tiempo que su jerarquización; no antes. Es decir, simultáneamente, por el mismo movimiento, se dispone una “clasificación” social entre proletarios/as y capitalistas, blancos y no-blancos, heterosexuales y homosexuales, fundándose al mismo tiempo la jerarquía superior – inferior, de modo excluyente. (Delphy, 2008:7) Con mirada retrospectiva, Delphy concluye que desde 1975 ―momento en que escribió Pour un féminisme matérialiste―, se opuso a todas las “explicaciones” idealistas y monocausales de la opresión de las mujeres, sosteniendo siempre una perspectiva materialista. Del mismo modo, considera que la tesis de que los seres humanos no son “diferentes” es una tesis esencialista, y por lo tanto idealista, que hay que rechazar. Por ello, en Classer, dominer. Qui sont les « autres » ?, siguiendo su perspectiva materialista, Delphy no se limita al análisis de la opresión de las mujeres, sino que trata también la opresión de los no-blancos y de los y las no-heterosexuales. Las tres opresiones tienen en común la capacidad de dividir al conjunto de la sociedad en dos categorías o en dos campos excluyentes. Pero cada una, crea su propia línea divisoria y distribuye a la misma población de manera diferente. Esto hace que cada persona sea necesariamente clasificada como varón o mujer, pero también y necesariamente como blanco o negro; heterosexual o no, donde ambos disyuntos se jerarquizan y se excluyen. Así, se puede identificar un grupo dominante u otro dominado según cada una de las variables; es decir, podemos ser dominados en algunas y dominantes en otras o dominados

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Frase atribuida a Carol Hanisch, miembro de dos grupos feministas radicales, Cf. “The Personal is Political” (1969). Hay traducción castellana en Madrid, Cátedra, 1995. 

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o dominantes en todas ellas. (Delphy, 2008:8-9) Ahora bien, para Delphy, desde su perspectiva materialista, el género es un producto de la opresión y, en todo caso, un como constructor del sexo. 8 En términos de Delphy, la jerarquía entre varones y mujeres es anterior a la división técnica del trabajo, crea los roles sexuales, el género, y por consiguiente, el género es el que “crea” el sexo. En términos de Delphy: Nosotras pensamos por el contrario que es la opresión la que crea el género; que la jerarquía de la división del trabajo es anterior, desde un punto de vista lógico, a la división técnica del trabajo y crea esta última; esto es, crea los roles sexuales, lo que llamamos género; y que el género a su vez crea el sexo anatómico, en el sentido de que esta petición jerárquica de la humanidad en dos transforma en distinción pertinente para la práctica social una diferencia anatómica en sí misma desprovista de implicaciones sociales; que la práctica social, y sólo ésta, transforma en categoría de pensamiento un hecho físico en sí mismo desprovisto de sentido, como todos los hechos físicos. Esto evidentemente es una hipótesis cuya demostración requerirá años, pues va contracorriente de lo que hoy nos parece una evidencia inevitable. (Delphy, 1985:118) De tal modo, Delphy reflexiona sobre la doble exigencia ―teórica y política― que enfrenta el movimiento de mujeres, e intenta proporcionar fundamentos sólidos para un análisis materialista de su opresión, al tiempo que se opone a las “explicaciones idealistas” y las simplificaciones.

2. Algunas reflexiones sobre el “servicio doméstico” remunerado: “jerarquías sociales y de sexos” Nos interesa vincular ahora el tratamiento materialista delphyano sobre la explotación de las mujeres en el trabajo doméstico con análisis más recientes sobre el “servicio doméstico”, sobre todo en algunos estudios latinoamericanos. Consideramos que la ocupación masiva de las mujeres en el “servicio doméstico” como un emergente ligado a la segregación y a la feminización de la pobreza (Lerussi, 2007; 2014; Hidalgo Xirinachs, 2011; Pautassi, 2013). En esas investigaciones se muestra además que las mujeres pobres y en condición de migrantes son las que abastecen el mercado laboral que demanda mano de obra para el “servicio doméstico”, por ejemplo desde países hegemónicos, pero también de los no hegemónicos con una clase alta económicamente significativa. En este sentido, reflexionamos sobre la mano de obra femenina “destinada” al “servicio doméstico”, como otro ejemplo donde se

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Cf. «Le patriarcat, le féminisme et leurs intellectuelles ». Hay traducción castellana.

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fusionan la explotación patriarcal y la capitalista, produciendo otros mecanismos de segregación de las mujeres. En primer lugar nos referimos al artículo de Roxana Hidalgo Xirinachs, “El trabajo doméstico remunerado y las luchas feministas en Costa Rica” (2011). La autora resalta que, si bien en las tres o cuatro últimas décadas las mujeres se incorporaron a diferentes niveles educativos, es decir, se profesionalizaron y ocuparon lugares y cargos en trabajos antes considerados sólo masculinos, aún se registran importantes formas de desigualdad en el mercado laboral. 9 Por un lado, las diferencias se establecen con respecto de la remuneración por igual trabajo realizado, que no solo marca la brecha entre pobres y ricos, sino entre “los sexos”. Como observa Hidalgo Xirinachs, hay una marcada diferencia entre los ingresos salariales de varones y mujeres, siendo inferiores los de las mujeres. Ante esta situación, se produce una segregación de las mujeres, ya sea por grupos ocupacionales, como por lugar jerárquico en la estructura laboral, con abierto subempleo, aumentando lo que se denomina la “feminización de la pobreza”. Estas características se acrecientan en los hogares pobres con jefatura femenina. Hidalgo Xirinachs muestra además que la mayoría de las mujeres que se desempeñan en trabajo doméstico remunerado o “servicio doméstico” son migrantes, lo que hace que su condición de vida sea más precaria aumentando su vulnerabilidad. Entre las perspectivas teóricos-conceptuales en las que se basa, nos interesa tomar la de la investigadora argentina Romina Lerussi, quién se centra en la función de la “esfera privada-doméstica”. 10 Es precisamente ahí donde se reproducen las relaciones de poder que deben abordarse en la intersección de género, clase y cultura. Estas cuestiones implican dimensiones políticas que, en términos de Lerussi, deben ser reconocidas, cuestionadas y subvertidas. Ambas autoras subrayan que en América Latina quienes se emplean en el “servicio doméstico” son en su mayor parte mujeres racializadas (indígenas, “negras”, mestizas, mulatas), lo que subraya un aspecto simbólico de la explotación material que padecen. Hidalgo Xirinachs hace hincapié en que, pese a que se observan cambios respecto a las oportunidades de las mujeres en materia de educación y labor, sin embargo las pobres integran la “mano de obra barata” destinada al trabajo doméstico remunerado o “servicio doméstico”. Esto muestra una brecha entre las mujeres de los países latinoamericanos, desigualdad que se acrecienta si tenemos en cuenta su lugar como migrantes en los países hegemónicos. Como señala Hidalgo Xirinachs:

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Hidalgo Xirinachs analiza el caso de Costa Rica. Señala que en materia educativa, la población femenina supera el 50% de la matrícula en todos los niveles, incluyendo la técnica y la universitaria; en el campo laboral participan en todo tipo de actividades. 10 Otras investigadoras en las que se basa Hidalgo Xirinachs son Nancy Fraser, Carole Pateman, Arlie Hochschild, Cristina Carrasco, Gisela Bock, Saskia Sassen, Elizabeth Kusnesof, Celia Amorós, Rosa Cobo y María Luisa Femenías.

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La salida masiva de las mujeres de clase media, media alta, e incluso baja, a trabajar en el espacio público, asociada con los cambios en el lugar social de las mujeres producidos a partir de la segunda mitad del siglo XX, ha provocado una demanda creciente de trabajadoras domésticas en particular en Europa y Norteamérica, pero también en una gran cantidad de los países del resto del mundo, como, por ejemplo, Costa Rica. Esta demanda, acompañada de la oferta también masiva de mujeres migrantes en el nivel transfronterizo y transnacional, producto de la crisis económica en México y Centroamérica (Hidalgo Xirinachs, 2011, en Labrys, 20) El estudio de Roxana Hidalgo Xirinachs y las investigaciones de Romina Lerussi muestran que el “servicio doméstico”, aunque remunerado, es otro ejemplo de la explotación de las mujeres y de las modalidades de segregación que se generan en el patriarcado, tal como Delphy señalaba. Notablemente, las mujeres pobres y migrantes son las que se ocupan del “servicio doméstico”; un trabajo de menor consideración entre las ocupaciones socio-profesionales. Como lo explicita Roxana Hidalgo Xirinachs, en EEUU y Europa, el trabajo doméstico pago lo llevan a cabo mujeres latinoamericanas migrantes, oferta masiva a nivel transfronterizo y transnacional. Cuando Hidalgo Xirinachs subraya los vínculos del “servicio doméstico” a una dinámica de segregación y a la feminización de la pobreza, volvemos una vez más sobre las “tácticas de la segregación” que explicita Delphy. Claramente, el “servicio doméstico” es una de las ramas laborales menos calificadas, en la que se emplean mayormente mujeres que reciben los salarios globalmente más bajos (Delphy, 2001, II: 300-302; Portolés, 2005:116). Esto certifica que en tales casos, el acceso al trabajo y a una remuneración no remedia el problema de división y jerarquización social en detrimento de las mujeres, profundizando esa brecha desde la intersección de género, clase y etnia, como las variables fundamentales. Por su parte, Lerussi (2014) prefiere utilizar otra terminología para referirse al problema. En efecto, le interesa distinguir entre trabajo y empleo como categorías distintas que, a pesar de haber sido ensambladas bajo determinadas condiciones históricas dentro una red de significantes articulados en lo que llamamos retórica de la domesticidad moderna, no deberían ser confundidas, aunque usualmente lo son. Sin embargo, los estudios sobre el trabajo, y particularmente los de Economía, cuando se refieren al trabajo lo hacen exclusivamente en referencia al empleo (remunerado). Se dejan de lado otras las tareas por ser no-remuneradas, que quedan simbólicamente asociadas al no-trabajo y, en consecuencia, excluidas de su campo analítico. Esto guarda estrecha relación con la denominada “división sexual del trabajo” y con el modo en que, desde la economía teórica, se ha definido al trabajo en términos de lo que se entiende por producción y productivo. La tarea feminista ha sido poner en duda esta supuestamente necesaria articulación entre trabajo – empleo – salario –productivo 11   

– mercado - economía. Esto compete especialmente al trabajo doméstico, realizado mayoritariamente por mujeres, lo que a su vez impide el desarrollo de enfoques globales que consideren a la sociedad como un todo y analicen las interrelaciones entre la actividad familiar y el trabajo del mercado. En suma, como sostiene Lerussi, la identificación del trabajo doméstico con lo no-económico y lo nomercantil no ha sido un proceso sexualmente neutro, sino que ha generado dicotomías consideradas fundacionales (economía / no-economía; trabajo / no-trabajo; monetizado / no-monetizado; productivo / reproductivo) que es necesario cuestionar. Aún más, como el concepto de trabajo es polisémico, ambivalente y ambiguo es objeto de debate y disputa por su definición, sus sentidos y alcances. Por lo tanto, Lerussi sostiene que el término trabajo se refiere a todos los tipos de trabajos sean remunerados (TR) o no remunerados (TNR). Es decir, donde media un salario como forma de retribución monetizada o en especie. Reserva, en cambio la palabra empleo para designar, en un sentido general, el trabajo mercantil remunerado, es decir, asalariado. El concepto de trabajo es, por lo tanto, más amplio que el de empleo, que queda englobado dentro de aquel. En el sentido de los estudios de Delphy, el concepto de “familia” se fue complejizando, entendiéndose la como unidad de producción, no sólo de consumo y/o de oferta de trabajo. Esta brecha produjo un quiebre teórico importante en el interior de los análisis económicos y de los debates entorno al trabajo doméstico que comienza a configurarse como un objeto específico de análisis desde perspectivas cada vez más centradas en las prácticas del trabajo de las mujeres dentro de las familias, junto con las transformaciones que se fueron dando en todos los ámbitos de sus vidas a partir de la década de los sesenta. Lerussi, 2014) Incluso, las nuevas dimensiones del trabajo doméstico que se investigan trascienden incluso el valor de mercado. En suma, el trabajo iniciado por Christine Delphy en la década de los setenta, a partir de algunas observaciones de Beauvoir, sigue dando sus frutos.

Bibliografía Collin, Françoise (2006), Praxis de la diferencia. Liberación y libertad, Icaria, Barcelona. ---. (2010), “No se nace mujer y se nace mujer. Las ambigüedades de Simone de Beauvoir” en Cagnolati, B. y Femenías, M. L. (comp.), Las encrucijadas de “el otro sexo”, La Plata, Edulp. de Beauvoir, Simone (1949), Le deuxième sexe, Paris, Gallimard y reediciones, 2 vol. ---. El segundo sexo (1999), Buenos Aires, Sudamericana.

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