Un Mundial sin Letras, Chile 1962

  Un Mundial sin Letras, Chile 1962 Daniel Valdivieso 1   Imagen: parasaber.com Dentro de la historia del fútbol chileno hay momentos icónicos. En

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LETRAS DE HOJE LETRAS DE HOJE LETRAS DE HOJE LETRAS DE HOJE LETRAS DE HOJE LETRAS DE HOJE LETRAS DE HOJE http://dx.doi.org/10.15448/1984-7726.2016.1.2

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Un Mundial sin Letras, Chile 1962

Daniel Valdivieso 1  

Imagen: parasaber.com

Dentro de la historia del fútbol chileno hay momentos icónicos. Entre ellos, quizá el más notable sea el Mundial de 1962; evento tanto deportivo como social en el que Chile consiguió el mayor logro futbolístico de su historia, y que dejó un legado que va mucho más allá del cúmulo de frases, imágenes y canciones que conforman el imaginario del Mundial.   Más de alguna vez hemos escuchado la célebre frase con que se dice que Carlos Dittborn cerró la presentación de la candidatura de Chile para sede del Mundial en la reunión de la FIFA en Lisboa, en 1956: “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo"  Esta emotiva declaración se volvería todo un slogan para el mundial, luego de que los planes de remodelación de la infraestructura de los estadios se vieran fuertemente afectados por el terremoto de 1960 que arrasó las ciudades del sur. Todos hemos cantado y bailado la archiconocida canción “El rock del mundial”, que ha servido como un testimonio didáctico que cuenta a las nuevas generaciones qué es lo que sucedió ese año en Chile, y hemos visto el famoso puñete que Leonel Sánchez le propinó al italiano Mario David en la “Batalla de Santiago”, en una jugada que insólitamente terminó sólo con la expulsión del italiano. También hemos visto y celebrado el notable gol de tiro libre que Leonel Sánchez anotó a Lev Yashin “La araña negra”, en el partido entre Chile y la URSS por cuartos de

 

final en la ciudad de Arica, que generó el también mítico relato en que Julio Martínez celebró el gol de Chile con el recordado “¡Justicia divina!”, con que el locutor quiso remarcar que la falta del jugador soviético, cobrada como tiro libre, había sido dentro del área, y por tanto debió ser castigada con penal.   De la cita mundialista quedaron gran cantidad de archivos de imagen dejados por la televisión, que de la mano con el mundial llegaba masivamente a Chile. También un considerable número de archivos fotográficos y artículos publicados en la Revista Estadio (“Valioso pero amargo”, “El primer impacto”, “Heroico no, capaz sí”, “En un mismo nivel”, “Vino a ganar”), libros conmemorativos en que se da cuenta de la Copa Mundial (“Los 32 partidos de la 7ma Copa”, Gol y Gol) y documentos como las Inscripciones Definitivas de Prensa editadas por la Editorial Universidad Católica en 1962, y el Programa y Reglamento del Mundial 1962.   En la actualidad, desde el periodismo se intenta ampliar el conocimiento existente sobre el Mundial de 1962 y las visiones que existen sobre éste. Pasajes referentes al Mundial de Chile 1962 se encuentran reflejados en el Anecdotario del Fútbol Chileno I y II escrito por Juan Cristóbal Guarello y Luis Urrutia Onell (Chomsky) y en el Diccionario Ilustrado del Fútbol de Francisco Mouat y Patricio Hidalgo. Lo propio hizo Daniel Matamala en su polémico 1962: El Mito del Mundial Chileno, libro que cuestiona los principales mitos del Mundial de Chile e intenta dar una visión más aterrizada de lo que realmente sucedió en ese mundial, plasmando en sus páginas cómo fue vista la cita mundialista en el extranjero, muy distinta de cómo se vio dentro de nuestras propias fronteras.   A diferencia del legado del periodismo, que ha impulsado a nuevas generaciones de periodistas a desarrollar investigaciones que amplían los conocimientos y visiones de la cita mundialista, en literatura sorprende la ausencia de cuentos, novelas y escritos referentes al Mundial del 62. Todo el aporte de la literatura se reduce a un poema, un cuento y una novela. Los tres, textos escritos décadas después del Mundial por un escritor, un periodista y un economista. Los tres, escritos por quiénes eran niños en la época en que el gran evento deportivo tuvo lugar.   El poema es de Ramón Díaz Eterovic, quien es conocido por su personaje Heredia, el detective privado protagonista de más de doce de sus novelas. De este poema puede decirse que es en cierta medida testimonial, y que hace alusión a la nostalgia y la ilusión generada por el mundial de fútbol en esa generación de niños de la que el autor fue parte. En el texto, con la excusa del fútbol, Díaz Eterovic nos habla de cómo se vivió ese mundial en la cotidianeidad y de las cosas que sucedieron en esos días en nuestro país a la par que se desarrollaba la cita mundialista:   El mundial del 62  

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Era el Mundial del 62 / Mi hermana recortaba las fotos de Pelé de los diarios/ Que venían de un país lejano llamado Santiago/ Un tío comentó que en Chile había nacido la televisión/ En ese tiempo lloraba todas las noches por no saber dividir ni multiplicar/ Era el Mundial del 62/   En la mesa se hablaba de fútbol y del costo de la vida/ Yo trataba de ingeniar la manera de alcanzar la caja de galletas sobre la alacena/   En el cine de los domingos veíamos los goles de Eladio Rojas/ Y las películas de Audie Murphie/ Era el Mundial del 62/ Un amigo del barrio se rompió la frente/ A lo Misael Escuti/ Llovía yo leía sin tener las historietas de Walt Disney   El aporte narrativo es entregado por Francisco Mouat, periodista que ha realizado uno de los trabajos más interesantes en torno al fútbol chileno con sus libros Cosas del fútbol y Nuevas Cosas del Fútbol.   El cuento “Nino Landa que estás en los cielos” es parte del primer libro:   No hay vuelta: al destino le agradan las coincidencias, las repeticiones. Honorino Landa sólo confirmó la sentencia. Finteó con la muerte, gozó haciéndole sombreritos y uno que otro túnel, hasta intentó una pared corta en plena área chica para esquivarla. No pudo: se estrelló definitiva, dolorosamente con ella el 30 de Mayo de 1987, tendido en una cama del Hospital Barros Luco, a las cinco de la tarde, las mismas cinco de la tarde del 30 de Mayo de 1962, cuando Nino Landa dio el puntapié inicial del Mundial de Chile, a la Copa Jules Rimet, con las medias gachas, el jopo en la frente, las piernas gruesas y el gol a exactos cincuenta metros de su mirada” El relato que realiza Mouat, a medio camino entre el cuento y el reportaje periodístico, se centra en la figura de Honorino Landa y aborda los distintos ámbitos por los que fue conocido, los que sumados terminaron por convertirlo en un crack. Se inicia con su descubrimiento como futbolista y sus primeros pasos en Unión Española, donde se convierte en un fantasista del fútbol. También destaca anécdotas de su personalidad de bromista y se detiene en su participación en el mundial de fútbol 1962, en su éxito arrollador con las mujeres y culmina con su muerte.  

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Honorino Landa ferplei.com

Este cuento homenaje contiene declaraciones de la época que acompañan el relato, tanto de Lino Landa como de sus cercanos, que potencian la configuración de personalidad del futbolista que realiza Francisco Mouat y nos acercan más a su figura y lo que significó en su momento.   Por otra parte, la novela “Un día perfecto”, editada el año 2011 por Editorial Norma, fue escrita por el economista Sebastián Edward. Entre sus distintos argumentos, y además de narrar el glorioso triunfo de Chile sobre el poderoso equipo soviético el 10 de junio de 1962, aborda un hecho supuestamente verídico: el frustrado secuestro de un jugador del equipo de fútbol soviético.   Este hecho, que la novela toma como punto de arranque para una de sus líneas argumentales, se encuentra enmarcado dentro de un gran número de anécdotas supuestamente verídicas que sucedieron en aquel mundial y que sin duda podrían servir como pie forzado para realizar un libro de cuentos de la cita mundialista.   Entre estas anécdotas futbolísticas literarias se encuentran, por citar sólo algunas, la que dice que en Alemania Federal se decidió de forma unánime entre todos los partidos políticos suspender las elecciones que se realizarían en la misma fecha que el Campeonato Mundial de Chile, debido a que era imposible interesar al pueblo germano en la política mientras se disputaba el mundial. Otra es la de la lesión fatal del defensa soviético

 

Dubinski, quién se fracturó una pierna durante el encuentro en el que su selección derrotaría 2 a 1 a Yugoslavia y moriría siete años más tarde a raíz de la herida. Y por último mi favorita: el idioma era uno de los grandes problemas que tenían los organizadores del mundial, ya que a sólo días del inicio del campeonato no habían podido conseguir traductores más que para las lenguas más conocidas, como el inglés, el francés y el alemán. Cuentan que en ese momento se dio la aparición de Segundo Sánchez, un muchacho de la región de Temuco, que vestido con ropas humildes llegó hasta la Subcomisión de Informaciones a pedir trabajo. “Domino dieciocho lenguas nada más, señor”, habría dicho al sorprendido encargado de la Comisión de Fútbol Chilena. Luego de las evaluaciones de rigor, los personeros se dieron cuenta que el joven manejaba más de las dieciocho lenguas que dijo en un comienzo, a lo que el joven contestó “En realidad hablo veinticinco lenguas, sin contar algunos dialectos como el malayo y el indonesio” Más tarde explicó que los había aprendido por su propia cuenta con ayuda de diccionarios, libros y revistas que compraba en viejas librerías. Se dice que el muchacho fue contratado de inmediato y que una vez finalizado el mundial continuó su carrera en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.   Esta ausencia de textos narrativos referentes al Mundial de 1962 y en general a todos los momentos cumbres del fútbol chileno se debe básicamente a la no existencia de una tradición futbolístico-literaria en Chile. Si en países vecinos la tradición futbolística se vio desde siempre acompañada por su correlato literario, en Chile no fue el caso. Argentina contó con escritores de la talla de Roberto Fontanarrosa u Osvaldo Soriano para que retrataran el fenómeno social que rodea a este deporte, y en Uruguay escribieron sobre fútbol verdaderos titanes como Eduardo Galeano o Mario Benedetti. Si en Argentina o Uruguay se realizan periódicamente antologías dedicadas únicamente a autores que hablan de fútbol y el mundo que lo rodea, en la historia de la narrativa chilena existen contados casos de cuentos de fútbol, los que en su totalidad alcanzarían para crear una sola y única antología de cuentos nacionales. En Chile no existió la figura del gran escritor ligado a nuestro fútbol. La literatura y el fútbol nunca parecen haber ido de la mano en nuestro país, lo que se refleja en la inexistencia de autores cuyos nombres podamos asociar al deporte popular.   Quizás por eso no sea extraño que en Historias de fútbol (1997) de Andrés Wood, la única película chilena ligada a este deporte, el director haya decidido adaptar a la realidad chilena el cuento “Puntero izquierdo”, del uruguayo Mario Benedetti, y de esta forma reflejar nuestro fútbol e idiosincrasia dando vida a “No le crea”, la historia que cuenta el ascenso y caída de Carlos González, el futbolista de barrio que interpreta Daniel Muñoz.

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mirarquedito.blogspot.com

 

  Esta escasez de textos literarios referentes al futbol como temática cuenta con algunas excepciones. Un par de estos casos que recuerdo son “Buba” de Roberto Bolaño, perteneciente a su libro Putas Asesinas y “Ferrobadmingtón” de Carlos Cerda, perteneciente a su libro Escritos con L. En ambos casos los escritores chilenos nos hablan de fútbol; el primero desde la historia de un futbolista criollo que triunfa en un equipo catalán que, a pesar de no llevar el nombre del club, parece tratarse del Barcelona, y el segundo desde la pasión de toda la vida de un hombre que revisa su pasado en Chile y la relación con su padre, mientras en el tiempo presente del relato ve un partido de fútbol en Alemania desde el exilio.   Como podemos inferir a partir de los argumentos de estos dos relatos, ambos hablan de fútbol, pero no sólo hablan de este deporte. Las dos son historias relacionadas con el fútbol, pero tienen un trasfondo humano mucho mayor que el que tiene la actividad futbolística que se da en el relato. Dicho de otra manera, las pocas veces que los autores chilenos han tocado el tema no lo han hecho para centrarse en él, sino como un escenario donde se desarrollan y enfrentan los conflictos de sus personajes.   Esta ausencia de escritores que hayan abordado tanto el Mundial de Fútbol de 1962, así como el tema del balonpié chileno en general, puede deberse a lo que muchos han llamado la falta de una verdadera tradición futbolística en Chile. Si seguimos el razonamiento lógico que plantea este argumento posiblemente llegaríamos a la siguiente conclusión: ante la ausencia de una tradición futbolística, sería absurdo esperar la existencia de una tradición futbolístico-literaria.  

 

Respecto a éste argumento que muchas veces he escuchado, sólo puedo decir que estoy en completo desacuerdo.   Nos guste o no, el fútbol es sin lugar a dudas el deporte más popular en Chile, el que con más aficionados cuenta y el que más se practica. Quizás el ejemplo más inequívoco de la popularidad con que cuenta el fútbol es el que se da en los medios de comunicación. Es cosa de prender la televisión a las nueve de la noche un domingo y sintonizar cualquiera de los noticiarios para comprobar que es lejos el deporte que más cobertura mediática tiene. Respecto a este hecho podemos discutir y mucho. Podemos manifestarnos a favor o en contra de esta realidad, podemos decir si nos parece bien o mal. Pero cualquiera sea nuestra respuesta afirmará aún más lo que es una realidad que a esta altura pocos discuten: el fútbol es sin lugar a dudas el deporte más popular en nuestro país.   Es por eso que a muchos que no gustan del fútbol puede resultarles verdaderamente insoportable la excesiva difusión de este deporte: el robo de al menos la mitad del tiempo de los noticiarios dominicales, como también de seguro les resulta un despropósito la maquinaria patriótica comercial que se echa a andar en el país en cada fecha de eliminatorias de eventos como la Copa América, y que llega a su máximo punto cuando tenemos la posibilidad de participar de un mundial de fútbol.   Todos hemos escuchado los argumentos que levantan los detractores del fútbol en Chile: que se le da demasiada importancia a veintidós “huevones” corriendo detrás de una pelota; que no debería ser un deporte tan seguido y fomentado teniendo en cuenta que históricamente hemos demostrado con creces no ser especialmente hábiles ni exitosos en él; que el fútbol es una esponja que absorbe casi todos los recursos de los otros deportes; que el fútbol es el opio del pueblo, una forma de control de masas, un montaje sin importancia que aleja a las personas durante unas horas de sus reales problemas.   Todos hemos escuchado estos argumentos y estoy convencido que una buena parte de los seguidores del fútbol podemos estar de acuerdo con algunos de ellos. Pero a pesar de eso ninguno de estos argumentos, por más que ataquen una realidad que podemos considerar cierta, parece ser capaz de mitigar la pasión que este deporte despierta en las multitudes. El fútbol es el único deporte que realmente ha movido masas en la historia de nuestro país salvo contadas excepciones: las peleas por el título mundial peso mosca del boxeador Martín Vargas durante la década de los setentas; los mejores años de Marcelo Ríos en el circuito ATP; la notable faena de Nicolás Massú y Fernando González en las Olimpiadas de Atenas 2004.   Por eso resulta difícil entender ese lugar común que dice que Chile no tiene una tradición futbolística Y es que a pesar de que el deporte rey de nuestro país tenga muchos flancos débiles por dónde ser atacado este hecho parece no disminuir en lo más mínimo su popularidad. Y es que la naturaleza de la pasión futbolera además de ser ruidosa, copadora

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de espacios, rentable desde el punto de vista económico y utilizable desde el punto de vista político, parece ser sorda a todo tipo de argumentos contrarios a ella. El fútbol es, sino el opio del pueblo, al menos su placebo: un lugar donde depositamos nuestras esperanzas e ilusiones durante noventa minutos en que se suspende la vida y sus problemas. Un lugar donde sólo existe una pelota rodando y las ilusiones que dependen de ella. Porque si algo ha demostrado ser el fútbol es que es más que veintidós huevones corriendo detrás de una pelota, es veintidós huevones detrás de una pelota y miles de huevones más siguiéndolos desde las gradas, por no hablar de los otros millones de huevones que lo siguen atrás de las pantallas.

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  El fanatismo futbolero no sólo es un fenómeno que existe en la actualidad en Chile, sino que ha estado presente a través de toda nuestra historia como república, desde mucho antes de la creación del primer ente regulador de la actividad deportiva como profesional, la Liga Profesional de Fútbol, creada en 1933 por clubes disidentes de la Asociación Santiago, que dio inicio al primer campeonato rentado del país.   Más de dos décadas antes de este acontecimiento la actividad futbolística ya contaba con la popularidad suficiente como para que la selección chilena de fútbol hubiera jugado su primer partido internacional, organizado por la Federación de Fútbol de Chile, fundada el 19 de junio de 1895. El 27 de mayo de 1910 en Buenos Aires, Chile perdió por tres a uno contra su similar de Argentina. Tal como escuchan, la selección chilena jugó (y perdió) su primer partido hace ya más de cien años y es una de las selecciones más antiguas del mundo.   Es más, podríamos aventurarnos a decir que el fútbol tiene una curiosa particularidad que puede asegurarnos que su popularidad nunca decaerá en Chile, independiente de lo que suceda en los años venideros y los cambios sociales que puedan generarse ¿Cuál es esa característica? Que ha demostrado tener la capacidad de ser inmune a la derrota, y de sobrevivir a sus propias crisis internas.

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Es por eso que no comulgo con quienes dicen que Chile no tiene una tradición de fútbol. Chile es desde siempre un país altamente futbolizado y con una gran tradición futbolera, tradición de pocas victorias y mucho sufrimiento, de perdonar una y otra vez las crisis deportivas y morales que han afectado a este deporte, de soportar por más de cien años las promesas de triunfo incumplidas. Quizás no tenemos una gran tradición de hazañas que narrar pero es eso precisamente lo que reafirma que el fútbol en Chile es un deporte cuyo fanatismo ni siquiera está sujeto al triunfo como motor. Si hemos sido fanáticos por casi cien años de un deporte que pocas veces nos ha dado alegría y del que rara vez hemos sido ganadores, sólo basta imaginar cómo sería en caso de volvernos una potencia.   “Para un conductor poder cruzar la cuerda de la emotividad y del afecto es algo extraordinario, el futbolista en la derrota es cuando le informa al conductor si lo quiere o no lo quiere verdaderamente, en la victoria lo quiere porque ganó, pero cuando pierde ahí se pregunta si es que lo quiere o no lo quiere” Esta frase de Marcelo Bielsa puede servirnos como analogía de lo que sucede en Chile con el fútbol. Podríamos decir que en la derrota es cuando un pueblo demuestra si quiere realmente a su selección o no y el público chileno ha dado muestra una y otra vez a través de su historia de querer a su selección más allá de la gran tradición de derrotas y sufrimientos que ésta detenta.   Otro tanto ha ocurrido con las crisis internas, las que han abundado a través de la historia de todo nuestro fútbol. La más cercana en el tiempo terminó con Harold MayneNicholss, entonces presidente de la ANFP, y Marcelo Bielsa, uno de los técnicos con mejor rendimiento en la historia de la selección chilena, fuera de sus puestos de trabajo por asuntos más relacionados con la política que con el deporte.  

 

Después de la bochornosa salida de ambos, el hincha ya parece haber dado vuelta la página y tiene puestas sus ilusiones en la selección de Claudio Borghi, de la misma manera en que antes las tuvo en la de Marcelo Bielsa. Esto, a pesar de que Sergio Jadue, el ahora timonel de la ANFP, haya sido uno de los principales encargados de terminar con la era Bielsa. Son contradicciones que sólo pueden aceptarse entendiendo que el fútbol es un deporte donde prima la pasión y la emoción por sobre la razón. Podemos estar conscientes de que el fútbol es un cochino negocio, pero no por eso dejar de seguirlo y emocionarnos con él. El fútbol ante todo genera un sentimiento y ese sentimiento es leal a si mismo independientemente de que la pelota se manche.   En palabras del mismo Marcelo Bielsa en Ojos rojos, el excelente documental de Juan Ignacio Sabatini, Juan Pablo Sallato e Ismael Larraín que sigue a la selección chilena desde el penúltimo partido de la eliminatoria sudamericana para el Mundial de Alemania 2006 hasta la obtención de la clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010: “El fútbol puede prescindir de todo, va a seguir viviendo sin entrenadores, sin dirigentes, sin futbolistas, sin espectadores, pero no puede seguir viviendo sin escudos, porque el escudo es el que emociona. Todo lo que el fútbol genera lo genera porque hay un afán de captar la ilusión del que llora porque el equipo gana o el equipo pierde” El fútbol parece llenar esa necesidad de patriotismo, de identificación con los colores. Como dice Matías Fernández en la entrevista que abre Ojos rojos: “Nosotros representamos a todo Chile. Entonces si nosotros hacemos un gol es como si ellos hicieran un gol. Todos están felices”    

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