Un recorrido visual por las tribus urbanas en Barcelona

Machado Pais, J; Carvalho, C. (eds). 2008. O visual e o quotidiano: imagens e revelações, Lisboa, ICS. Un recorrido visual por las tribus urbanas en

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Machado Pais, J; Carvalho, C. (eds). 2008. O visual e o quotidiano: imagens e revelações, Lisboa, ICS.

Un recorrido visual por las tribus urbanas en Barcelona

CARLES FEIXA Y LAURA PORZIO FOTOGRAFÍAS DE MIREIA BORDONADA

Resumen Las culturas juveniles –conocidas en España bajo el epíteto de “tribus urbanas”- han sido uno de los temas más recurrentes en la caracterización social de la juventud en las últimas décadas. De hecho, la historia de los últimos 25 años puede leerse a partir de la emergencia, difusión, diversificación, masificación y decadencia de diversos estilos juveniles, en su mayoría de carácter transnacional. De los primeros hippies a los últimos ravers, pasando por punks, mods, rockers, pijos, makineros, skinheads, ultras, heavies, nuevaoleros, grunges, okupas, hackers, fiesteros, fashion y otros muchos estilos más o menos etiquetados, la historia de la transición española puede verse como la sucesión de diversas oleadas de presencia juvenil en la escena pública, vistas a veces con preocupación, y otras veces con admiración, por parte de las instituciones sociales y de los medios de comunicación. En este texto queremos contrastar lo que se dice sobre las tribus urbanas con recortes instantáneos de los estilos de vida de los jóvenes involucrados en ellas, y de los elementos materiales e inmateriales que ellos mismos utilizan para presentar/representar sus identidades en el espacio público. Nuestro objetivo es comparar las imágenes juveniles que se reciben desde la cultura hegemónica con las imágenes juveniles proyectadas por las y los protagonistas. Tras un recorrido por el tratamiento de las tribus urbanas en la literatura académica, damos la palabra a las fotografías y a los diarios de campo para que ilustren cuatro tipos de realidades urbanas juveniles contemporánea: estilos, escenas urbanas, elementos visuales y consumo. Las fotografías y las descripciones etnográficas ponen de manifiesto lo que los sujetos quieren representar, lo que los investigadores quieren transmitir y lo que los que miran quieren interpretar. Este recorrido por la Barcelona actual nos coloca frente al espejo de las culturas juveniles globalizadas y sus representaciones visuales.1

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Este estudio es parte de un proyecto más amplio comisionado por el Instituto de la Juventud (Feixa, Porzio & Bordonada, 2004). Nos hemos centrado en unos 200 libros, antologías, artículos de revistas especializadas y trabajos académicos (tesinas y tesis doctorales) también han sido consultados trabajos inéditos y artículos periodísticos. Existe una primera versión en castellano (De Juventud 64, 2003: 9-28) e 1

De las tribus urbanas a las culturas juveniles De acuerdo con el Real Diccionario de la Lengua Española, ‘tribus’ significa ‘conjuntos de familias nómadas, por lo común del mismo origen, que obedecen a un jefe’. El concepto ‘urbano’ se emplea para referirse a la ciudad, lo cual significa que ‘tribus urbanas’ remite a los primeros pobladores de las ciudades. Es decir, al salvajismo de los que actúan sin freno, sin atenerse a normas, y, donde lo que prima es la ley del mas fuerte” (Donald 1995: 25).

Los estilos juveniles espectaculares, que habían ido surgiendo en Norteamérica y Europa occidental en las tres décadas que van de la posguerra a la crisis del petróleo (de 1946 a 1976), irrumpieron de golpe en la escena española al final del franquismo, siendo rebautizados en la época de la transición democrática con un epíteto novedoso que pronto hizo furor: ‘tribus urbanas”. El vocablo hizo fortuna y fue utilizado indistinta y sucesivamente como etiqueta periodística, referente estigmatizador usado por las fuerzas del orden (a fines de los 80’ se creó una Brigada Tribus Urbanas) y concepto teórico más o menos denso. Dicho de otra manera, se trata de una definición verbal que pretende ser al mismo tiempo palabra (etiqueta lingüística), cosa (lo que esta definición designa) y concepto (que utiliza palabras para comprender la naturaleza de las cosas) (Machado 2004). Esta polisemia se trasladó más tarde a la literatura académica, pues la expresión empezó a ser usada como término emic utilizado en el argot cotidiano de los jóvenes, pero también como referente etic que aspira a representar e interpretar la realidad e incluso como construcción teórica que confunde la sociedad con sus metáforas (la caverna con la imagen que de ella nos hacemos). En las primeras referencias al término que hemos encontrado en la literatura científica española (Feixa 1988, Barruti 1990) ya se alude a los riesgos que comporta esta polisemia, que volvió a resurgir cuando el uso académico se generalizó a partir de mediados de los años 90. La identificación entre palabras y cosas, conceptos y preconceptos, pudo ser inducida por una coincidencia que introdujo confusión: la publicación en 1990 del libro El tiempo de las tribus, del sociólogo francés Michel Maffesoli (cuya versión francesa se había publicado en 1988). El autor introducía una sofisticada teorización sobre el proceso de tribalización en la sociedad posmoderna, pero poco tenía que ver con la juventud y menos con el término “tribus urbanas”, pues en Francia los debates teóricos eran bien distintos (Maffesoli 1990). La recepción del libro en España tuvo efectos saludables, al propiciar la discusión conceptual cuando los trabajos de la escuela de Birmingham no se habían difundido. Sin embargo, algunos autores empezaron a aplicar acríticamente los conceptos de Maffesoli, identificando continente con contenido, realidades con metáforas (Costa, Pérez, Tropea 1996). Queremos dejar claro de entrada que en nuestra opinión el término “tribus urbanas” puede utilizarse únicamente como una metáfora, es decir, como la imagen condensada de un proceso, usada en el lenguaje cotidiano para referirse a una serie de fenómenos complejos. Ello significa que no consideramos las ‘tribus urbanas’ como una realidad, sino como un camino para investigar críticamente las culturas juveniles. De la misma manera que el concepto de “tribu” puede usarse en antropología a condición de no ser identificado con una realidad geohistórica estanca, la expresión “tribus urbanas” puede inglés (Young 13, 1, 2005: 89-113). Para esta versión, sin embargo, hemos desarrollado toda la reflexión teórica y metodológica sobre el poder de las imágenes como instrumento de conocimiento.

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ser útil para reflexionar sobre la metamorfosis de la condición juvenil en la era digital. En un libro reciente el sociólogo portugués José Machado aplica el concepto a los revitalismos juveniles de tipo religioso (carecas de Cristo), musical (hip-hoperos, mangueBit’s) e incluso festivo (los nuevos carnavales brasileños, los raves neotribales). Para el autor, las tribus urbanas son formas de metaforizar las identidades disidentes y dramatizar el conflicto social que aluden a su significado etimológico (tribé, en griego, se refiere a la resistencia de cuerpos que se oponen, y por extensión a las dinámicas de identificación/diferenciación entre grupos étnicos o de parentesco). Lo que implica distinguir entre las denotaciones y las connotaciones (o en otras palabras: entre las potencialidades heurísticas y las fragilidades semánticas, entre la alusión y la ilusión) (Machado 2004: 12-5). Desarrollando y al mismo tiempo cuestionando la tradición subcultural de la escuela de Birmingham, diversos autores –básicamente anglosajoneshan propuesto términos como “culturas de club” (Thornton 1995), neotribus (Bennet 1999), post-subculturas (Muggleton & Weinzierl 2003), escenas, redes (Juris 2005), etc. Todavía no hay consenso en el uso de estos términos, aunque la idea de fondo es remplazar la tradición “heroica” de la escuela de Birmingham (subculturas obreras resistentes, contraculturas burguesas opositivas) por un tipo de aproximaciones menos románticas y más pragmáticas (inspiradas en las teorías de la distinción de Bourdieu, pero también en el neotribalismo de Maffesoli, y crítica feminista de McRobbie y el informacionalismo de Castells), que puedan dar cuenta de la fluidez, variedad e hibridación presente en las culturas juveniles contemporáneas. Finalmente debemos hacer referencia a un ensayo sobre la Generación X, donde el antropólogo italiano Massimo Canevacci reflexiona sobre las mutaciones del concepto de juventud en el tránsito al siglo XXI. Por una parte los conceptos que desde los años 60 habían “construido” la juventud como grupo autoconsciente entran en crisis (fin de las contraculturas, fin de las subculturas). Por otra parte se produce una dilatación del concepto de juventud (fin de las clases de edad y de los pasajes generacionales) y al mismo tiempo una exterminación de los jóvenes en cuanto sujetos (fin del trabajo, fin del cuerpo). El resultado son “culturas fragmentarias, híbridas y transculturales” (Canevacci 2000: 29) o ¿culturas juveniles sin jóvenes? Foto 1. La juventud como fuerza de choque: las Juventudes Hitlerianas Foto 2. La juventud como trangresión: tribus urbanas en Barcelona

Las culturas juveniles a través de la literatura académica Crecieron entre el cemento de la gran urbe y son náufragos del asfalto. Sonoros nombres, etiquetas de punkies, heavis, mods, rockers que los guarecen en la caliente seguridad de su tribu respectiva. En ocasiones el hacha de guerra es desenterrada para teñir de sangre un mundo lleno de música (...) Dominios, zonas de transito, territorios en disputa, el otro mapa de una ciudad desconocida y cotidiana, donde imperan otras leyes, otros valores (“Tribus ’85: morir en la chupa puesta”, Triunfo, abril 1984: 31)

La emergencia de las culturas juveniles en España se produce en pleno régimen franquista, aunque corresponda a la fase denominada “dictablanda” que comprende las casi dos décadas que van de los planes de desarrollo (1959) a las primeras elecciones democráticas (1977). En el ámbito institucional, se produce la conversión del Frente de 3

Juventudes en Organización Juvenil Española, sustituyendo las formas de encuadramiento autoritario de los jóvenes por otras fórmulas de servicios a la juventud más cercanas a los modelos democráticos. En el ámbito académico, las ciencias sociales están todavía bajo sospechosa de simpatizar con los movimientos democráticos, aunque en el seno del Instituto de la Juventud surge una tendencia modernizadora que empezará a servirse de las técnicas de la sociología empírica para promover las primeras encuestas a la juventud (De Miguel 2000). Sin embargo, el tema de la cultura juvenil apenas aparece en estas encuestas, que ofrecen una visión sobre las actitudes y valores entendidos en un sentido muy general. Para encontrar referencias a los estilos juveniles que en Europa y Estados Unidos hace tiempo que existen, debemos mirar hacia otro tipo de discursos. En su mayoría, se trata de traducciones o adaptaciones de publicaciones internacionales, aunque a menudo aparecen comentadas o incluso censuradas, como sucede con la versión española de un tratado sobre los hippies (Cartier & Naslednikov 1974). Pero también van apareciendo estudios realizados por investigadores españoles. En primer lugar, tratados vinculados a la literatura edificante o a la criminología, normalmente obra de autores eclesiásticos, que se interesan por la influencia negativa de las nuevas corrientes en la moralidad de los jóvenes, vistas bajo el doble prisma del gamberrismo y la disidencia político-cultural. En segundo lugar, escritos de periodistas o escritores, ya sean crónicas urbanas que narran el nacimiento de una cultura de consumo en los márgenes de la gran ciudad o bien libros de viajes de autores que tras viajar por Europa y Norteamérica escriben sus impresiones sobre la contracultura en un tono entre documental y testimonial. En tercer lugar, algunos ensayos más académicos, a caballo entre la filosofía comprometida y la sociología empírica, entre los que destacan textos de intelectuales represaliados por el régimen franquista sobre la protesta universitaria y algunos estudios de jóvenes investigadores que suponen un primer intento de basar las teorías en datos recogidos sobre el terreno (Tierno Galván 1972, Aranguren 1973, Gil Muñoz 1973). A fines de los años ‘70, el contexto institucional se caracteriza por la democratización del Instituto de la Juventud y la transferencia a ayuntamientos y comunidades autónomas de las competencias en juventud. En casi todos estos ámbitos una de las primeras iniciativas de los nuevos organismos es la promoción de estudios sobre la juventud, casi siempre con la forma de encuestas de opinión, analizadas y criticadas con brillantez por Cardús & Estruch (1984) para el caso catalán. Paradójicamente, en plena efervescencia de la movida, desaparecen los estudios cualitativos y testimoniales que podrían dar cuenta de las culturas juveniles emergentes. Solo al final del periodo aparecen algunos estudios que marcan un cambio de interés hacia el consumo cultural. Podemos agrupar a los estudios publicados durante el periodo en tres grandes ámbitos. En primer lugar, aquellos que se centran en las contraculturas juveniles de los 70, ya sea para hacer un balance teórico, una reconstrucción histórica. Destacan en esta dirección las contribuciones de Romaní a las subculturas del hachís (1982), los trabajos de Funes sobre la delincuencia juvenil y las culturas emergentes (1984). En segundo lugar, los estudios basados en metodologías cuantitativas que empiezan a interesarse en el consumo cultural de los jóvenes, como un ensayo teórico sobre el consumo audiovisual de los jóvenes (Gil Calvo 1985). En tercer lugar, algunos estudios protoetnográficos sobre el fenómeno de las movidas nocturnas y

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la emergencia de las tribus urbanas, como un artículo pionero sobre la discoteca RockOla, una de las cunas de la movida madrileña (Muñoz 1985) A mediados de los 80 se produce el reflujo de las tribus urbanas. Es la época de gobierno socialista en España, durante la cual se consolida en el poder una generación que había protagonizado la lucha antifranquista y que ve con cierta suspicacia la presencia de jóvenes aparentemente apáticos y despolitizados, cuyas estéticas y formas de vida descalifica como un fenómeno puramente comercial y consumista. Desde el punto de vista de las culturas juveniles, el periodo se caracteriza por tres procesos: la segmentación de las subculturas juveniles en múltiples estilos que aparecen como un catálogo de El Corte Inglés; El renacimiento de lo pijo (una forma de recuperar sin complejos la identidad de clase alta); la hegemonía de la marcha nocturna con el nacimiento del estilo makinero (a caballo de la proliferación de nuevos locales de diversión, de la explosión de la música electrónica de base comercial, y del surgimiento del mercado de las drogas sintéticas. Hay una cierta mitificación de la juventud del pasado: los viejos progres (ahora en el poder) idealizan su pasado rebelde y critican a los jóvenes por falta de contestación y vivir al dictado del consumo: es la hegemonía de lo pijo. Entre los estudios sobre las culturas juveniles que se publican en este periodo, podemos destacar tres grandes líneas. En primer lugar, los primeros intentos de balance teórico-conceptual, entre los que destacan distintas formulaciones teóricas y aportaciones históricas. En segundo lugar, monografías locales e investigaciones policiales sobre los ultrás del fútbol y los skinheads. En tercer lugar, estudios etnográficos que cuestionan las categorías al uso y proponen nuevas metodologías basadas sobre todo en el uso de historias de vida, entre los que destacan diversas tesis de licenciatura y doctorado (Gamella 1989, Adán 1992). En los años 90 se produce la explosión skinhead en ultras del fútbol y de los okupas, versión hispánica de los squatters que habían surgido en el post-68 vinculados a la ocupación de casas desocupadas para destinarlas a la experimentación de nuevas formas de convivencia juvenil y alternativas contraculturales. Entre las numerosas publicaciones del periodo, podemos destacar tres grandes tendencias: los ensayos generales, los informes aplicados y los estudios etnográficos. En primer lugar, debemos citar el monográfico de la revista Cuaderno de Realidades Sociales dedicado a las tribus urbanas (VV.AA. 1995, Adán 1995, Delgado 1995); un ensayo del periodista Pepe Colubi, que constituye una divertida categorización musical (1997); una original monografía sociológica que intenta aplicar las teorías de Bourdieu al estudio del gusto juvenil (Martínez & Pérez 1997). En segundo lugar, las instituciones públicas y las fuerzas del orden encargan estudios aplicados sobre tres problemáticas causadas por las tribus urbanas percibidas como las más lacerantes: la violencia urbana, la ocupación y el consumo de drogas sintéticas. En tercer lugar, empiezan a publicarse las primeras investigaciones etnográficas homologables, fruto de un trabajo de campo serio y de un conocimiento directo de la bibliografía internacional sobre la cuestión. Debemos destacar, en esta dirección, diversos estudios sobre skinheads (Adán 1996), punks (Feixa 1998), okupas (Costa 1998) y heavies (Martínez 1999). Con el cambio de milenio, las culturas juveniles se generalizan en España a partir de tres grandes tendencias. En primer lugar, renace un cierto activismo en la escena pública que se proyecta en el denominado movimiento antiglobalización y sus repercusiones 5

culturales (de la música de Manu Chao a un cierto neohippismo en la moda). En segundo lugar, se generaliza la llamada “cultura de baile”, simbolizada en el movimiento fiestero, en sus distintas vertientes (la más intelectualizada en torno a festivales como Sónar, publicaciones digitales y el estilo techno, la más lúdica en torno a los nuevos clubes y el estilo fashion, y la más clandestina en torno a las fiestas rave). En tercer lugar, la difusión de internet abre espacio a la generación de culturas de habitación y comunidades virtuales que se expresan en estilos como ciberpunks y hackers), aunque el uso del espacio virtual afecta a todos los grupos (de los skins a los okupas). El impacto de los elementos distintivos de las culturas juveniles se proyecta hacia otros grupos de edad (como los preadolescentes y los jóvenes adultos, también llamados adulescentes: Verdú 2001). Pero lo más representativo del periodo es la difuminación de las fronteras entre las distintas culturas juveniles, y los procesos de sincretismo (de “mezcla y unión”, en los términos del reportaje periodístico). Podemos distinguir cinco grandes tendencias de los estudios publicados en este periodo. En primer lugar, monografías sobre los dos grupos protagonistas de la década anterior en forma de crónica periodística, análisis militante o sociología aplicada. En segundo lugar, estudios etnográficos sobre la escena fiestera (en sus distintas vertientes makinera, techno, raver y fashion), ya sean etnografías centradas en las rutas del éxtasis (Gamella & Alvarez 2001), reflexiones teóricas sobre el proceso de globalización (Lasén & Martínez 2001), o una excelente crónica periodística sobre una de las catedrales de la escena techno: la discoteca Florida 135 (Gistain 2001). En tercer lugar, estudios sobre los novísimos movimientos sociales, que caracterizan la emergencia de estilos alternativos y antiglobos (Romaní & Feixa 2002). En cuarto lugar, estudios que pese a centrarse en algún grupo focalizan la investigación en algún aspecto temático relevante, como la música (Viñas 2001), el género (Martínez 2001), la comunicación (Tinat 2002), el tatuaje (Porzio 2002), los medios (Delgado 2002), etc En quinto lugar, estudios que profundizan en el impacto de las culturas juveniles en la vida cotidiana de los jóvenes, o en términos de Willis de su “cultura viva” (Lasén 2000; Rodríguez 2002). Así pues, desde los años 60, la emergencia de las culturas juveniles en España es una de las manifestaciones de los intensos procesos de transición que se viven en el territorio peninsular: transición económica de la penuria al bienestar, transición social del monolitismo al pluralismo, transición política de la dictadura a la democracia, transición cultural del puritanismo al consumo. Los estudios académicos realizados sobre el fenómeno han de ponerse en relación con los discursos ideológicos y mediáticos que se van construyendo en torno al “problema de la juventud” (o a la “juventud como problema). De este modo, en cada una de las etapas los discursos dominantes ponen de manifiesto las tendencias de cambio que afectan al conjunto de la sociedad, y que a grandes rasgos expresan el proceso de modernización cultural y apertura al exterior, así como los miedos y resistencias que este proceso despierta entre los sectores más conservadores. Todo ello se expresa en los temas de estudio seleccionados, los estilos juveniles analizados, los marcos teóricos subyacentes, y las metodologías empleadas para investigarlos. En este sentido, la realidad social va siempre por delante de la academia (que acostumbra a analizar los estilos y temas emergentes con casi una década de retraso respecto a su desarrollo histórico). Foto 3. La literatura edificante sobre la juventud: libro de los años 60

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Foto 4. La literatura sobre las tribus urbanas: libro de los años 90

Las culturas juveniles a través de la fotografía La fotografía es una herramienta del análisis social. Se dispara (la cámara) para congelar un instante o momento decisivo que permite luego ser visto, revisto, interpretado. Pero la fotografía es además un acto social. Se sacan las fotos de los ritos de pasos: bautizos, comuniones, bodas, viajes de luna de miel. (...) La fotografía es un rito social o al menos parte de un rito, tanto como es un defensa contra la ansiedad. Se viaja fotografiando para sentir que se hace algo, que se trabaja. La cámara es además un instrumento de poder, agresivo, que enfoca y dispara... pero que no mata sino que apropia (De Miguel 1999: 24).

Las imágenes visuales como herramienta de representación social marcan el siglo XX gracias a todas unas series de técnicas, como por ejemplo el vídeo y la fotografía, que de simples soportes de la memoria se transforman en instrumentos que sirven para incorporar y entender la realidad y “crear nuevas estrategias de expresión y comunicación en todos los ámbitos de la vida social, privados y públicos, artísticos y académicos” (Buxó & De Miguel 1999: 1). Desde la antropología se ha reflexionado muchos sobre el uso de las imágenes como expresión de culturas visuales o “maneras de mirar” (Ortiz, Sánchez & Cea 2005). Uno de los debates más común entre los fautores y contractotes de los retratos fotográficos como herramienta para interpretar y pensar la realidad, se centra en el hecho de no poder transmitir un mensaje univoco mediante iconos y la relativa necesidad de guiar la mirada del observador hacia un único punto de vista, gracias al ayuda de las palabras. En otras palabras, la relación entre escritura y fotografía anima muchas controversias teóricas sobre el papel que deben tener las dos técnicas en el marco de las etnografías. Según nuestro entender, la palabra y la imagen se complementan entre ellas y presentan diferentes variables interpretativas en el cruce de miradas entre observador y observado: los investigadores y los que protagonizan la acción observada. Al mismo tiempo unos y otros interactúan entre ellos y con otros actores, en distintos escenarios y con distintos “dramas sociales” (Goffman, 1967). La intención del recorrido fotográfico que presentamos a continuación es documentar los estilos y los escenarios juveniles, comparando las imágenes con los discursos de los propios sujetos. Estas miradas visuales contemplan unas series de categorías de análisis fundamentales a la hora de interpretar estilos, escenas, acciones y espacios. Las fotografías se pueden mirar como auto-retratos, donde los sujetos, presentándose en público, hablan de si mismos. Pero detrás de la cámara están unos investigadores y su manera de mirar, es decir su propio discurso interpretativo que re-presentar lo que se está mirando, gracias a un re-trato. Las escenas y las acciones pueden ser escenografías intencionales de los sujetos que realizan unas series de poses o pueden ser acciones performativas que ilustran la relación dialógica entre los sujeto que reflexionen sobre si mismos, su localización y situación social como individuos y sus experiencias vitales y biográficas. Por todo lo expuesto creemos importante vincular las imágenes seleccionadas con las narrativas del diario de campo. Con ello pretendemos poner en relación los estilos juveniles con su “puesta en escena”, en el doble sentido de “marco escénico” –determinado por lo cámara capta según el objetivo- y de “contexto sociocultural” –determinado por lo que el observador conoce de lo que no se ve por

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estar fuera del foco. El nuestro caso, el trabajo de campo fue fruto de la colaboración entre una fotógrafa profesional y nuestras propias experiencias como antropólogos y se realizó interactuando con numerosos informantes en distintos escenarios. Estilos y escenas Cada domingo, el Parque de la Ciutadella de Barcelona se llena de colores, sonidos y elementos materiales y visuales que dan la sensación de volver al pasado, cuando la cultura juvenil predominante era la de los hippies. Cuando llegamos, a las cuatro de la tarde, nos dirigimos hacia el lago donde unos cien jóvenes, entre los 16 y los treinta años, ocupaban distintos escenarios. En uno de los caminos había el mercadillo donde se vendía todo tipo de material artesanal (collares, arracadas, bufandas, guantes de lana colorada, instrumentos para fumar, etc.). En el césped, en cambio, había los malabaristas, donde se podían distinguir los más expertos, que además de exhibirse cumplían la función de enseñar a los que estaban aprendiendo. Otro escenario que capta nuestra atención es el musical. Sentadas en una manta, un grupo de chicas cantan canciones de Janis Joplin acompañadas por los acordes de una guitarra, después de un rato llega otro grupo de chicos y chicas, más jóvenes de las primeras, que organizan todo lo necesario para pinchar música y, con el acompañamiento de dos tambores, empiezan a animar los presentes a bailar el reggae de Bob Marley. Cuando empiezan a pinchar, las chicas que hasta aquel momento habían estado tocando la guitarra y cantando se van enfadadas, lamentando que la música de los tocadiscos impide que se oigan sus canciones (Extracto del diario de campo). Contactamos por fin con una pareja que se define amante de la cultura rasta. Nos proponen enseñarnos su entorno y vamos a ver la casa rural que acababan de comprar en un pueblo de la provincia de Girona. Hace ya un par de años que la chica y el chico, originarios de Barcelona, han decidido abandonar la ciudad y buscar un lugar de residencia donde les resulte más fácil seguir las pautas de su estilo de vida. La economía familiar se sustenta gracias a una tienda donde venden todo tipo de cosas para el cultivo de las plantas (tierra, vitaminas, cestos, etc.). Durante nuestra visita les pedimos de seguir en las actividades planeadas, que se concretaban principalmente en arreglar la casa bajo su gusto. La chica estaba pintando las paredes de las habitaciones con colores vivos como el amarillo, el verde, el rojo; cada pared llevaba un color distinto y algunas eran adornadas con líneas geométricas coloradas que atravesaban todas las superficies pintadas. La futura mama estaba preparando la habitación de Zion, que nacerá a fines de enero; el nombre elegido para el niño remite a la mítica montaña jamaicana Mount Zion, tierra prometida por los rastafaris. El chico, en cambio, estaba arreglando la plantación. (Extracto del diario de campo).

En la foto 5 las chicas ilustran una escena que podría referirse a décadas pasadas. El autorretrato es una recreación de la contracultura hippy de los años sesenta ya que las chicas recuperan e imitan los mismos elementos simbólicos (vestidos, gestos, actitudes, etc.) de los que fueron hippies al final del franquismo. La relación entre imagen y reflexión sobre si mismas nos explica que para ella re-crear este estilo es una evasión momentánea -de fin de semana- que las aleja de la homogeneización corporal que, en cambio, adoptan el día de cada día. Sus identidades culturales por lo tanto se construyen gracias a un diálogo entre normas hegemónicas y estilos juveniles alternativos. Este día de observación etnográfica nos proporcionó elementos interesantes para ver cómo en un mismo espacio, físico y simbólico, pueden convivir jóvenes que se identifican con un mismo estilo, pero al mismo tiempo mezclando prácticas antiguas con nuevas, como el tocar la guitarra y el pinchar música y bailar nuevos sonidos (foto 6). Con la foto 7 queremos re-tratar el nuevo estilo hippy que se puede pensar como una re-invención de la contracultura sesentera. La vestimenta de la chica y la del chico escenifican cómo unos mismos elementos materiales (por ejemplo, el uso de prendas de 8

lana gruesa) pueden ser re-colocados y re-significados en el mismo escenario. La sobriedad y la compostura de las protagonistas de la foto anterior se transforman en vivacidad y desorden. La combinación de colores (amarillo y rojo), de tejidos (rallas y lisos) y de prendas (faldas con pantalones) son a-lógicas y desatienden la manera canónica de realizar estas combinación que la cultura hegemónica promueve. Estos neohippies bailan y escuchan música pero también se entrenan y/o aprenden nuevas prácticas lúdicas como hacer malabarismo (foto 8). En este sentido, el Parque de la Ciutadella ya no es un simple lugar de concentración sino un lugar de aprendizaje cultural. Ahora bien, estos estilos juveniles pueden ser transitorios, o bien referirse a una etapa generacional. Pueden ser híbridos, o bien compartir espacios con otras representaciones identitarias. Pero también se pueden transformar en verdaderos estilos de vida, cuando estas elecciones estilísticas y significados simbólicos afectan tanto a la esfera de la vida pública como a la vida privada hasta llegar a crear una cosmovisión que se pretende alternativa. (Foto 9, Foto 10) Foto 5. Dos chicas hippies tocando la guitarra en el parque de la Ciutadella Foto 6. Bailando con los sonidos del reggae Foto 7. Una pareja de jóvenes alternativos en el mismo lugar Foto 8. Los Malabaristas Foto 9. De estilo juvenil a estilo de vida Foto 10 Vida cotidiana

Elementos visuales y espacios de consumo Mar y Dan son los propietarios de la tienda de tatuaje realizamos un trabajo de campo anteriormente. Ella es punk y el psicobilly, dos movimientos juveniles diferentes aunque cercanos (el psicobilly, que nace de la fusión del punk y del rockabilly, tanto a nivel musical como estético). Tiramos una foto a Dan que está tatuando a un chico que nos saluda enseñando su cerveza. El chico es un scooterista y lleva el símbolo de la vespa tatuado en el antebrazo como si fuera una colmena, los dos codos están cubiertos por telarañas que simbolizan pertenecer a la case obrera, identidad reforzada por la inscripción que lleva grabada en su barriga. Todos sus tatuajes son grises a diferencia de los brazos del Dan que están adornados con tatuajes de estilo japonés, que recubren su piel como si fuera la tela de un pintor. (Extracto del diario de campo).

Por elementos visuales entendemos aquellos objetos, artefactos, prácticas corporales o estrategias visuales que utilizan los jóvenes de las culturas juveniles para presentar/ representar sus identidades. La atención se centra ahora en los particulares de cada estilo, y en los procesos de transformación simbólica de objetos de uso cotidiano, que cada cultura juvenil desarrolla para la creación de un símbolo dotado de valor. Las chicas y los chicos de las culturas juveniles utilizan distintas estrategias visuales, para que se les reconozcas como miembros de un grupo y se les diferencies de otros. El lucir parches en las prendas, por ejemplo, es una de las estrategias presentes en casi todas las culturas juveniles. Las camisetas, las bufandas, las chaquetas, según el mensaje o los símbolos que llevan impresos pueden ser elementos identitarios y/o reivindicativos. En la foto 11 aparece el auto-retrato de un jóven punk que nos enseña su chaqueta de piel donde él mismo ha dibujado una calavera y un epígrafe con que expresa su visión de la 9

vida: Ya fue el fin del mundo. Este símbolo significante puede perder su carácter de rebeldía cuando se vuele simple elemento de consumo. En la foto 12. podemos observar unos maniquís travestidos de punks que, desde el escaparate de una tienda de ropa de una cadena comercial muy famosa, gritan No Future. En las décadas anteriores el circuito de la moda utilizaba algunos de los emblemas estilísticos y musicales creados por las culturas juveniles, vaciándolos de contenido y volviéndolos elementos de consumo, hoy en día podemos afirmar que la moda se apropia directamente de sus mensajes de rebeldía y contestación, volviéndolo simples eslóganes publicitarios. Los graffiti y las pintadas son también unos elementos visuales que tienen un valor simbólico importante dentro de los mensajes que las culturas juveniles envían a la sociedad. Los graffiti pueden ser decorativos y tener una finalidad meramente artística como contener mensajes reivindicativos. Las pintadas, en cambio, tienen siempre un mensaje verbal claro y directo, ideológico, social y cultural. Por último el análisis del tatuaje como fenómeno urbano contemporáneo, que es interesante en relación con la identidad, como práctica de transformación del cuerpo permanente utilizada como medio expresivo por la juventud. En relación con el antagonismo entre las imágenes éticas y estéticas dominantes que la cultura hegemónica crea por la juventud y las opciones alternativas creadas, propuestas y impulsadas por los mismos jóvenes. En relación con la ambivalencia simbólica de los productos y la polisemia de sus significados: el tatuaje es Arte, cuando la finalidad es adornar el cuerpo, el tatuaje es Identidad cuando se busca una identificación con un pensamiento o con un movimiento, el tatuaje es Moda cuando lo que se busca es seguir los dictámenes del circuito comercial. Foto 11 Expresarse Foto 12. De símbolos significantes a elementos de consumo Foto 13 Graffiti en Barcelona Foto 14 Pintadas en Barcelona Foto 15 Estilos y tatuajes Foto 16 Tatuando

Conclusiones La culturas juveniles espectaculares convierten el hecho de estar bajo vigilancia en el placer de ser vistos. (Hebdige 1988: 8)

En este texto hemos hecho un recorrido a través de las tribus urbanas guiados por una cámara: la fotografía ha servido de contexto, de pretexto y a veces de texto para nuestro trabajo de campo, en correspondencia, contraste o complemento a otros discursos (académicos, periodísticos, publicitarios) sobre las subculturas juveniles. Llegados al final del viaje, bueno será retomar algunas reflexiones teóricas sobre la relación entre etnografía y fotografía. En su obra Representations (1997), Stuart Hall mantiene que los significados culturales son producidos en distintos lugares y circulan a través de diferentes procesos de prácticas. Es que denomina “el circuito cultural”, que incluye al menos cinco niveles: producción, consumo, regulación, representación e identidad. “El 10

significado es lo que da sentido a nuestra propia identidad, quien somos y con quien “pertenecemos” –por tanto está estrechamente vinculado a la cuestión de cómo la cultura se usa para marcar y mantener identidad dentro y diferencia entre grupos” (Hall 1997: 3). El autor lo aplica a lo que denomina “el espectáculo del otro”, exhibido normalmente en las vitrinas de los museos etnográficos, pero también en la fotografía urbana referente a grupos étnico-raciales o más recientemente a subculturas juveniles. En su libro Hiding in the light (que podría traducirse como ‘escondiéndose en la luz’), Dick Hebdige reflexiona sobre las formas de representación de las culturas juveniles a través de la fotografía, como un proceso que oscila entre la vigilancia (surveillance) y la exhibición (display). La primera forma de representación se remonta al “descubrimiento” de la delincuencia juvenil y al interés de las instituciones del orden para controlar, retratar y vigilar a los jóvenes “desviantes” (ya sean miembros de bandas adolescentes o militantes de grupos disidentes). La segunda remonta a la emergencia del mercado adolescente y al interés de las industrias del ocio en el joven como objeto de consumo. El autor cuestiona la distinción puritana de la juventud como pose comercial y como icono político, es decir, la distinción entre la juventud como diversión y como problema, distinción codificada mediante dos diferentes estilos de fotografía: la fotografía como placer y como política, publicitaria y documental. Para Hebdige, la política de la cultura juvenil es una política de la metáfora: trata con el cambio de signos y es, pues, siempre ambigua. La respuesta subcultural no es ni afirmación ni rechazo, ni explotación comercial ni revuelta genuina, ni resistencia contra algún orden externo ni conformidad con la cultura parental. Es al mismo tiempo una declaración de independencia, de otredad, de intento de extrañamiento, un rechazo al anonimato, al estatus subordinado. Es una insubordinación. Y al mismo tiempo es también una confirmación del hecho de no tener poder, una celebración de impotencia. Desde los años 50, la “política de la juventud’ en este país se ha jugado, primero y de forma principal, como espectáculo: como la “política’ de confrontaciones fotogénicas, consumo y ‘estilo de vida’. Esta política ha entrado ahora en una nueva fase. En la actual recesión, la coherencia imaginaria de la subcultura parece disolverse bajo la presión de constreñimientos materiales (Hebdige 1988: 35). Este artículo es una primera aproximación a la presentación visual de las culturas juveniles, nuestra intención era que las chicas y los chicos retratados se presentaran mediante imágenes y se representaran mediante códigos simbólicos. Las imágenes son actos comunicativos que describen, explican e interpretan diferentes tipos de interacciones. Para empezar, la interacción de los sujetos con la realidad en que se encuentran sumergidos, segundo la interacción con el espacio donde están actuando y con los otros protagonistas que dan sentido a sus códigos simbólicos. Otra fase de interacción es la de los sujetos fotografiados con los investigadores y la cámara. Finalmente la relación comunicativa entre los que emiten el mensaje, los jóvenes, y los que lo reciben: el grupo de iguales, los otros jóvenes, los adultos, etc. Desde la presentación de los hippies en el parque de la Ciutadella pasamos a su representación simbólica ligada al pasado o re-creada en el presente, gracias también a la convivencia de prácticas nuevas y antiguas. Los estilos juveniles presentados durantes este recorrido visual demuestran como de culturas juveniles homogéneas, respecto a sus estilos y a sus contextos estructurales, durante los años ’80 y ’90, pasamos a culturas juveniles 11

heterogéneas y a identidades culturales variables e hibridas. Construirse i representarse mediante un estilo concreto a veces llega a significar identificarse con una cosmovisión alternativa y adoptar un verdadero estilo de vida, como describe el itinerario biográfico de la pareja rasta y de su hijo Zion. Aunque los elementos visuales marcan los estilos juveniles de forma temporal (una camiseta se puede dejar en un cajón y un graffiti puede ser cancelado), hay cicatrices que son imborrables y que recuerdan los que se ha pretendido ser y en que lugares se ha querido escenificar las propias performance significativas. Los cuerpos transformados mediante el tatuaje, son metáforas de la idea que ser joven no es algo estático sino más bien un proceso continuo de definición identaria, donde las prácticas sociales de los y las tatuadas son fenómenos sustancialmente corporales. Ahora bien, esta pequeña incursión visual en las historias individuales de nuestro informantes no tuviera sentido sino sirviera para demostrar la relación entre las vivencias personales y los contextos sociales donde se desenvuelven. Desde la teoría social sobre que se basa la interpretación antropológica de los fenómenos culturales, pasamos a las biografías personales y por último a las representaciones grupales “como reacción del cuerpo a una siempre más insostenible condición postmoderna de saturación icónica, donde reina la cultura del simulacro y de la repetición obsesiva” (Marenko 1997: 65).

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Los Autores Carles Feixa (Lleida, 1962) es antropólogo, profesor en la Universitat de Lleida y director del Grup Hebe. Se ha especializado en el estudio antropológico de las culturas juveniles, realizando investigaciones sobre el terreno en Cataluña y México. Ha sido investigador visitante en universidades de México, París, California en Berkeley y Roma. Ha publicado La tribu juvenil (Torino, 1988); La joventut com a metàfora (1993), De jóvenes, bandas y tribus (Barcelona, 1998); El reloj de arena (México, 1998), Grafitis, grifotas, okupas (2002), Culturas juveniles en España (2004), Jóvenes “latinos” en Barcelona (2006), entre otros libros y artículos. Forma parte del consejo editorial de las revistas Nueva Antropología (México), Nómadas (Bogotá), Revista Latinoamericana de Niñez y Juventud (Manizales) y Young (Londres). Es vicepresidente europeo del Comité de Investigación “Sociología de la Juventud” de la Asociación Internacional de Sociología 14

Laura Porzio (Roma, 1974) es antropóloga y investigadora del Grup Hebe. Llicenciada en Antropología por la Università degli Studi di Genova. Actualmente está ultimando su tesis doctoral (URV), dedicada al papel del cuerpo en la conformación de la identidad y en las prácticas sociales de los jóvenes, gracias a una beca de la Fundación Jaume Bofill. Se ha dedicado a distintas investigaciones en el campo de los estudios de las culturas juveniles y de los jóvenes migrantes. Es autora de diferentes publicaciones entre las cuales destacan Jóvenes “latinos” en Barcelona (2006), Jipis, Pijos, Fiesteros. Studies on Youth Cultures in Spain 1960-2004 (2005), Culturas Juveniles en España 1960-2003. (2004), Skinhead. Tatuaje, género y cultura juveniles (2004). Mireia Bordonada (Barcelona, 1979) es fotógrafa. Diplomada por el Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña. Es autoras de numerosos reportajes sociales entre los cuales destacan Belfast, niños entre el juego y la violencia (2002). Culturas Juveniles en Imágenes (2004), Anorexia, una mala amiga (2005), Skinhead antifascistas (2006). Es editora gráfica de la revista Descubrir Catalunya, donde además realiza reportajes de viajes, entra tantos Les Guilleries (2003), Marroc, el gran atlas (2004) y Lisboa (2005). Ha publicado fotografías en el Periódico de Cataluña y en XL Semanal.

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