Una de las bailarinas más famosas

MSJ BIBLIA ¿Quién era la bailarina que hizo Salomé se hizo famosa tras bailar en la fiesta de cumpleaños de Herodes y pedir como pago por su actuació

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¿Quién era la bailarina que hizo Salomé se hizo famosa tras bailar en la fiesta de cumpleaños de Herodes y pedir como pago por su actuación la cabeza del predicador, convirtiéndose su imagen en la de una mujer sexualmente diabólica. Pero ¿qué hay de cierto en ello?

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Gustave Moureau, Salomé bailando, 1886

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na de las bailarinas más famosas del mundo es sin duda Salomé. No sabemos si bailaba bien o mal. Solo tenemos claro que por una única danza se volvió mundialmente célebre. Fue en la fiesta de cumpleaños de Herodes, el gobernador de Galilea, donde pidió como pago por su actuación la cabeza de Juan el Bautista. Este macabro acontecimiento marcó su fama para siempre. Desde entonces muchos artistas la han pintado con la cabeza ensangrentada de Juan sobre su falda, y una sonrisa satisfecha. Otros la representaron en el dramático instante del baile, excitando la imaginación de Herodes con sus movimientos. También la literatura, el teatro y la ópera la han elegido como tema central en muchas ocasiones. Es la favorita de decenas de películas desde los comienzos mismos del cine. Y su baile se volvió tan popular, que la famosa “Danza del vientre” y el “Baile de los siete velos” dicen inspirarse en el espectáculo que ella brindó. Todo esto la ha convertido en el símbolo de la mujer sexualmente diabólica, y en la personificación del incesto y la depravación. Pero ¿qué hay de cierto en ello? ¿Quién fue en verdad Salomé? SEPTIEMBRE 2009



degollar a Juan el Bautista? Ariel Álvarez Valdés Doctor en Teología Bíblica, Santiago del Estero, Argentina

SU VIDA EN ROMA Salomé era una princesa judía, descendiente de una familia real extraña y compleja. Su padre se llamaba Herodes y era hijo del famoso rey Herodes que había ordenado matar a los niños de Belén al nacer Jesús. Pero Herodes junior, a diferencia de su padre, no se dedicaba a la política. Era un tranquilo ciudadano que vivía en Roma consagrado a su familia. La madre de Salomé se llamaba Herodías y era hija de otro hijo del rey Herodes (Aristóbulo). O sea, el padre y la madre de Salomé eran tío y sobrina. Y Salomé era a la vez... ¡nieta y biznieta del rey Herodes! La niña vino al mundo alrededor del año 16 d.C. en el lujoso palacio que su familia tenía en la capital romana. Desde muy pequeña fue educada en la tradición y en las costumbres judías. Pero, por vivir en Roma, Salomé recibió también una educación más liberal, propia de las muchachas romanas. Aprendió a leer, a escribir, y tomó clases de baile y de música. Toda su formación tenía un único propósito: conseguir un buen matrimonio. Por eso su madre Herodías, mujer ambiciosa y ávida de poder, buscaba desposarla con el hombre más influyente posible, con alguien que permitiera a toda la familia ascender aún más en la escala social.

año 27, llegó de visita a su casa un tío de la niña, hermano de su padre, llamado Herodes Antipas. Se trataba de un personaje importante, puesto que era nada menos que tetrarca (es decir, casi un rey) de la provincia más rica de Palestina: Galilea. Él realizaba periódicamente viajes a Roma y siempre se alojaba en la casa de su hermano Herodes. Como Palestina era una región que dependía políticamente de la capital imperial, Antipas solía ir a rendir cuentas al emperador Tiberio de su administración y, de paso, aprovechaba para criticar a otro gobernador de Palestina, Poncio Pilatos, quien mandaba sobre el territorio de Judea, al sur de su provincia. Este último sabía de los malos informes que Antipas solía llevar al emperador sobre él y por eso estaba enemistado a muerte con Antipas (Lc 23, 12). Pero aquel año la visita de Antipas a Roma tuvo un giro inesperado. Se enamoró locamente de su cuñada y, movido por la pasión, le propuso que abandonara a su marido y se fuera con él a Galilea. A Herodías no le pareció mal la idea. En Roma llevaba una vida oscura y monótona; en cambio, en Palestina llevaría el título casi de reina y tendría una vida social activa en el ambiente político local, con grandes posibilidades de encumbrarse más aún. De manera que decidió aceptar la propuesta.

LA VISITA QUE CAMBIÓ TODO

POR UN PREDICADOR INOPORTUNO

Cuando Salomé tenía apenas once años de edad ocurrió un hecho que cambió para siempre su vida. Hacia el

Herodías, luego de acordar un divorcio a la rápida, abandonó a su marido y tío, y se marchó con su nuevo

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esposo —y también tío—, Antipas. Sin entender muy bien qué pasaba, marchó igualmente la pequeña Salomé. La maniobra de Antipas debía enfrentar aún otro obstáculo. El tetrarca estaba casado y su mujer era una princesa árabe, hija del rey Aretas IV, vecino de su provincia. Cuando esta se enteró de que su marido regresaba a casa con otra mujer, temiendo por su vida y su futuro, resolvió huir y buscar refugio en la casa de su padre, en Nabatea. Así, cuando Antipas llegó a su residencia se encontró con que su esposa se había marchado, dejándole el terreno libre y despejado para empezar a vivir su nuevo matrimonio. Entonces, Herodías y Salomé se instalaron inmediatamente y sin mayores problemas en el palacio de Antipas, en la recientemente construida capital de Galilea, Tiberíades, sobre la margen occidental del lago de Galilea. Allí la niña llevó una vida llena de lujos y comodidades, propia de una verdadera princesa, alternando con miembros de las familias aristocráticas de la sociedad palestina. Pero el segundo matrimonio de Antipas provocó un gran escándalo en todo el país, pues violaba abiertamente la Ley de Moisés que prohibía a una mujer casarse con el hermano de su marido (Lv 20, 21). Para la mentalidad judía, lo de Antipas y Herodías era un incesto. Y semejante inmoralidad no escapó a los reproches de un fogoso predicador, llamado Juan el Bautista, quien empezó a denunciar en sus sermones el vergonzoso matrimonio de la pareja gobernante, diciendo: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Mc 6, 18). Así, la paz para la recién llegada Herodías se acabó. 415 31

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COMIENZA LA LEYENDA Por pedido de Herodías, que se sentía ultrajada con las denuncias, su marido hizo apresar a Juan el Bautista. Pero no quiso matarlo. Antipas sentía cierto respeto e incluso veneración por el profeta judío, al que de vez en cuando solía ir a escuchar en la cárcel. Por eso prefirió mantenerlo vivo (Mc 6, 17-20). Pero unos meses más tarde, hacia fines del año 28, tuvo lugar el acontecimiento que daría origen a la leyenda de Salomé y que marcaría para siempre su destino. Antipas celebró una gran fiesta de cumpleaños e invitó a los personajes más notables de la corte y de la tetrarquía, gente en su mayor parte adinerada pero provinciana y, por lo tanto, ansiosa de conocer y admirar los refinamientos de la capital. Herodías, a quien le gustaba jactarse del nivel cultural adquirido en la metrópolis del imperio, encontró la forma de asombrar a los comensales y, de paso, mostrar la jerarquía de la corte de su marido. Preparó a Salomé, que en la alta sociedad de Roma había aprendido atractivos bailes —de los que aquella gente tosca no tenía la menor idea— para que ofreciera un espectáculo original. Así, en medio del festín, cuando los humores del vino y el embotamiento por la comilona se habían apoderado de los invitados, la pequeña Salomé, casi sin saber lo que pasaba, fue introducida en la sala del banquete para hacer su representación.

LA CABEZA COMO SALARIO Los Evangelios nos dan una pista sobre la edad que Salomé podía tener en aquella oportunidad. Marcos, cuando habla de ella, usa la palabra griega korásion (Mc 6, 22). Normalmente, las biblias la traducen por “muchacha” o “joven”; pero en realidad el término se usa para referirse a una niña pequeña, a alguien que aún no ha llegado a la pubertad. Por lo tanto, Salomé debió de haber tenido alrededor de once o doce años la noche en que salió a bailar. Esto queda confirmado por el episodio de la 32 416

resurrección de la hija de Jairo; allí Marcos también llama korásion a la niñita resucitada y dice que “tenía doce años” (Mc 5, 42). Así se explica que al terminar de bailar, cuando Antipas, orgulloso de contar con semejante espectáculo en su corte, le promete regalar cualquier cosa que ella quiera, “aunque sea la mitad de mi reino”, la niña, desconcertada, se dirija a su madre preguntándole: “Mamá, ¿qué pido?”. Una Salomé mayor, como la ha imaginado el arte a lo largo de los siglos, o como parece deducirse de la palabra “muchacha” con que traducen erróneamente los Evangelios, no se habría mostrado tan vacilante y habría sacado mejor provecho del generoso ofrecimiento de Antipas. La niña terminó pidiendo algo sin valor para ella, aunque sí para su madre. Esta, viendo que se presentaba la gran oportunidad de deshacerse del predicador que tanto la criticaba, ordenó a su hija que pidiera la cabeza del Bautista. Y así fue como aquella tarde el desdichado profeta fue decapitado y su cabeza presentada ante la bailarina. Ella habrá recibido con horror aquel macabro regalo y, sin comprender demasiado, lo habrá entregado en las manos de su satisfecha madre.

ECOS LEJANOS DE SALVACIÓN Los meses fueron pasando y Salomé siguió llevando una vida apacible y tranquila en casa de su padrastro. Ocupaba su tiempo en reuniones sociales, tertulias de ocio y, sobre todo, en el chismorreo, uno de los pasatiempos preferidos en el palacio herodiano, donde nunca faltaban los escándalos. Precisamente por aquel tiempo circulaban los rumores sobre un campesino de Galilea, llamado Jesús, que recorría el país predicando un nuevo mensaje de salvación. Toda la elite herodiana estaba alarmada porque Jesús, al igual que Juan el Bautista, no tenía miedo de criticar el poder, de denunciar el modo en que eran tratados los más pobres y de anunciar la llegada del Reino de Dios. Pero sobre todo había un detalle

de Jesús que lo había convertido en la comidilla de las mujeres del palacio. Y este era que Juana, la esposa de Cusa, el superintendente de Antipas (más o menos equivalente al Ministro de Economía), se había vuelto seguidora suya y lo ayudaba con sus bienes a costear sus gastos (Lc 8, 2-3). O sea que Jesús estaba recibiendo apoyo financiero de la propia casa herodiana. Podemos imaginar la conmoción y los comentarios que habrá levantado semejante noticia. Incluso es posible que Salomé haya oído hablar de Jesús a través de la propia Juana. Pero no debió de haberlo visto en persona, puesto que Jesús nunca fue a predicar a Tiberíades. La razón es que esta ciudad estaba construida sobre un antiguo cementerio, lo cual la volvía impura y ningún judío habitaba en ella. Por lo tanto, Jesús, que dirigía su mensaje sobre todo a los judíos, no debió de haber tenido motivos para ir a predicar allí.

UNA BODA DESAGRADABLE A comienzos del año 30, Salomé tenía ya catorce años, edad en que las adolescentes solían casarse; y su madre SEPTIEMBRE 2009

La pintura se encarnizó con ella. Mientras en los cuadros más antiguos la cabeza del Bautista aparece pintada en manos de Herodías, a partir del Renacimiento se halla sostenida por Salomé, atribuyendo a la infausta princesa el crimen de su madre.

Sandro Botticelli, Salomé con la cabeza de San Juan el Bautista, 1488

Herodías encontró el candidato ideal para su hija en su propia familia: un tío de Salomé, llamado Filipo, hermano de su padre y de su padrastro. Este también era tetrarca y gobernaba la región que se hallaba al norte de Galilea. En ese sentido, se trataba de una magnífica unión ya que le permitiría seguir ocupando uno de los escalones más altos de la pirámide del poder. Pero el novio de Salomé tenía un problema: era unos cincuenta años mayor que ella. Es decir, la adolescente se vio de pronto envuelta en una situación muy incómoda, comprometida con alguien que podía haber sido su abuelo. No sabemos si aceptó su destino con resignación, o si lloró y suplicó a su madre para que cambiara de opinión. Lo cierto es que, llegado el momento, Salomé abandonó Tiberíades y se trasladó a la ciudad de Cesarea de Filipo, unos noventa kilómetros al norte, donde vivía su nuevo marido, para concretar el matrimonio. Nunca se enteró de que, por esa misma fecha, en la lejana Jerusalén crucificaban al predicador galileo que un día había conquistado el corazón de Juana y del que tanto había oído hablar en sus ratos libres de Tiberíades. SEPTIEMBRE 2009

LA ÚNICA IMAGEN DE MUJER El marido de Salomé era un hombre bueno, justo y recto gobernante. Pero el tiempo pasaba y no le daba hijos a Salomé, la cual esperaba ansiosamente un heredero para asegurar su posteridad y justificar su presencia en la corte. Finalmente, tras un corto período de matrimonio, su marido murió en el año 34. Con apenas dieciocho años, Salomé se convirtió en una viuda sin hijos. Y, aunque le permitieron quedarse en el palacio, su situación corría peligro. Tenía que volver a casarse lo antes posible. Para colmo de males, poco después le llegó de Tiberíades la triste noticia de que Herodías y Antipas habían caído en desgracia ante el emperador de Roma y eran desterrados a las Galias (Francia). Salomé perdió así a su madre, a quien nunca más volvió a ver. Ya no tenía a quién recurrir para consultar sus problemas, como lo hiciera la noche del baile de cumpleaños. Pero pronto la suerte volvería a sonreírle. Hacia el año 41, un primo suyo llamado Aristóbulo se fijó en ella y la eligió como esposa. Salomé entonces

debió trasladarse más al norte, a un lugar muy lejos de donde vivía. Pero estaba feliz. Su nuevo marido era nueve años menor que ella (tenía solo quince) y era el futuro rey de la Armenia Menor (en la actual Turquía), así que Salomé pronto sería reina. Con ello ascendería un peldaño más en la escala social: de esposa de un tetrarca a esposa de un rey. Y, por si fuera poco, Aristóbulo pudo darle algo que no había conseguido con su marido anterior: tres hijos, a quienes llamó Aristóbulo, Herodes y Agripa. Su nuevo marido debió haberla querido mucho porque en el año 56 acuñó en su reino una moneda, en una de cuyas caras aparecía él y en la otra, ella, con una inscripción que decía “Reina Salomé”. Por esta moneda, ella se convirtió en el único personaje mencionado en los Evangelios cuyo retrato ha llegado hasta nosotros. Poco después Aristóbulo emitió una nueva moneda, pero esta vez sólo con la imagen de él. Quizás su amada reina había muerto. No había alcanzado a cumplir 45 años.

CABEZA POR CABEZA Salomé no fue una mujer perversa. 417 33

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Salomé debió de haber tenido alrededor de once o doce años la noche en que salió a bailar. Así se explica que al terminar de bailar, cuando Antipas le promete regalar cualquier cosa que ella quiera, “aunque sea la mitad de mi reino”, la niña, desconcertada, se dirija a su madre preguntándole: “Mamá, ¿qué pido?”.

Parece haber sido una buena hija, una buena esposa y una buena madre. Y el episodio más famoso de su vida ni siquiera fue querido por ella sino que se debió a los deseos de venganza de su madre, que la utilizó para sus propósitos. Sin embargo, el sentir popular nunca olvidó aquel incidente y se ensañó con su memoria. Así, la leyenda medieval cuenta que un día, mientras ella cruzaba un río congelado, el hielo se rompió y ella cayó al agua, con tanta mala suerte que el afilado borde del hielo cortó su cabeza, devolviéndole así el destino lo que ella había hecho con Juan. También la pintura se encarnizó con Salomé. Mientras en los cuadros más antiguos la cabeza del Bautista aparece pintada en manos de Herodías, a partir del Renacimiento se halla sostenida por ella, atribuyendo a la infausta princesa el crimen de su madre. Algo semejante ocurrió en la literatura. Ya en 1863, el escritor francés Ernest Renán, en una biografía de Jesús, la describe como depravada y artista de bailes eróticos. Más tarde, en 1877, Gustave Flaubert compuso una breve historia de Herodías, donde el baile de Salomé es una especie de “Danza del vientre”. Pero 34 418

Juan de Flandes, La venganza de Herodías, 1496

será Oscar Wilde quien le dará el tiro de gracia en 1892, con su famosa obra de teatro “Salomé”. En ella, la imagina enamorada de Juan el Bautista y, antes de comenzar la fiesta de cumpleaños, le declara su amor e intenta besarlo, pero el austero predicador la rechaza; entonces decide seducir con su baile a Antipas para poder pedir la cabeza del Bautista; y cuando se la traen en una bandeja, ante el horror de los presentes, besa los labios fríos e inertes del profeta decapitado y exclama triunfante: “¡Juan, al fin besé tu boca!”. La obra de Wilde fue transformada en ópera por Richard Strauss. Y, a partir de allí, la novela, el teatro, el ballet,

el cine, la danza, el striptease y cuanto espectáculo erótico se ha buscado promocionar, ha tenido como anzuelo el nombre de la princesa judía. La verdadera Salomé fue solo un títere en manos de Herodías, que la usó para saciar su sed de venganza. Pero hoy, mientras Herodías es casi desconocida, Salomé se ha hecho famosa. La tradición la ha convertido en símbolo de perversión y lascivia. Decía Aristóteles: “Enojarse es fácil; pero enojarse con la persona correcta, por el motivo correcto y en la medida correcta, es cosa de sabios”. Tenía razón Aristóteles. Con Salomé, la tradición se ha comportado como necia. MSJ SEPTIEMBRE 2009

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