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ARTÍCULOS
UNA IGLESIA AL SERVICIO DEL MUNDO Pablo FontaLUÍ' ss. ce.
Desde el Concilio hasta la Exhortación de Pablo VI sobre el Anuncio del Evangelio, se ha ido profundizando, y afinando aceleradamente la conciencia que la Iglesia tiene de su misión. A lo cual han contribuido naturalmente las experiencias vividas por la comunidad cristiana durante este tiempo. Me ha parecido útil presentar algunos puntos de reflexión que permitan revisar la acción pastoral y, a la vez, recordar algunos de los elementos que integran esta conciencia eclesial.
Promover al hombre Hay que volver a esa verdad, proclamada por el Concilio, y desde antes, fuertemente presentida por el pueblo cristiano: lo que importa más no es la Iglesia, sino el mundo. La Iglesia quiere ser realmente servidora del mundo de los hombres y ayudarlo a realizar la vocación que Dios le ha asignado. "La iglesia, entidad social visible y comunidad espiritual, avanza juntamente con toda la Humanidad, experimenta la suerte terrena dul mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios... Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la Humanidad de un sentido y de una dignificación mucho más profundos" (ConM, Gaudium et Spes, 40).
Hace mucho tiempo que lo sabemos, pero cada día lo "realizamos" mejor, en el doble sentido de la palabra. Parte de nuestra dificultad para llevar a cabo con desinterés este servicio al mundo, reside en lo que aún nos queda de una teología preconciliar que considera a la Iglesia como portadora exclusiva de la salvación, frente a un mundo absolutamente sin Dios '. Hoy tenemos una conciencia más clara de que Dios Creador y Redentor está en el mundo, que su Espíritu lo anima desde antes que llegue el evangelizados Comprendemos que hay una sola Historia que, a travos de logros y fracasos, de avances y retrocesos, se encamina a la única plenitud que es Cristo, dentro de la cual "La Iglesia avanza junio con toda la Humanidad" como "Sacramento de Salvación" para prestarle el servicio del Evangelio, que incluye también lo que se llama "promoción humana" ". Llamamos aquí "promoción humana" a toda acción destinada a favorecer el crecimiento, la fraternidad y la liberación del hombre. Para los objetivos prácticos de este artículo, me permito describirlos del siguiente modo: Crecimiento: Todo lo que hace al hombre más hombre, lo que amplía su horizonte y sus 1
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Es evidente que al calificar de "Leología prcconclüar" este modo de pensar no pretendo afirmar que antes del Concilio se vivió en total ignorancia respecto a este servicio al mundo. En Teología, nunca hay algo absolutamente nuevo. De algún modo estaban presentes las raíces de ese pensamiento: wMo que las ocultaba otro esquema dominante. Pablo VI en tvungclil Nuntlandi: "Entre evangelización y promoción humana —desarrollo, liberación—, existen lezos fuertes". (EN, 31).
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capacidades: el deporte, la cultura, el arle, la educación, la ciencia. Todo eso interesa a la Iglesia que tiene sus ojos puestos en la Construcción humana ya terminada. Todo eso es el material de que está hecho el Reino de Dios. Fraternidad: Todo lo que hace a los hermanos más hermanos entre sí. Es la realización de todo lo anterior dentro de un destino común, es la solidaridad, la amistad, la unidad, el amor, la alegría, la libertad interior, la igualdad. Todo esto podría ponerse bajo el rubro anterior, crecimiento. Lo separo para facilitar un examen más detallado de la actividad pastoral. Liberación: Todo lo que hace a los hombres socialmente más libres. El esfuerzo por transformar las estructuras políticas y económicas de opresión y ponerlas al servicio del hombre concreto, especialmente de las grandes mayorías que se ven privadas de bienes materiales, de cultura y poder. Puede ser útil que confrontemos estas consideraciones con nuestra acción pastoral y nos preguntemos si los animadores de comunidades cristianas (sacerdotes, diáconos, religiosos (as), laicos), muestran interés por el mundo. Pero sobre todo, si esas comunidades o sus miembros individuales, en su actividad corriente, hacen crecer, fraternizan, liberan. ¿Sentirán, en general, los cristianos que están prestando un verdadero servicio, el que se les pide como cristianos, cuando se esfuerzan por educar, por hacer avanzar la ciencia, por fomentar la amistad o por lograr la justicia? ¿Sentirán que todo eso es el material que puede ser revisado y profundizado cuando la comunidad cristiana está reunida en oración y diálogo? ¿No perdura todavía lo que el Concilio llamaba uno de los más grandes errores de nuestra época: el divorcio entre la fe y la vida diaria? ¿Creen nuestros hombres de fe que ellos deben servir al mundo, anticipando el Reino al hacer un mundo mejor o predomina la tendencia a encerrarse en un mundo religioso y estimar como único servicio al mundo el dirigirle también un discurso religioso? ¿Qué
predomina en el laico más consciente de su fe, la actividad inlraeclesial o su presencia en el mundo? Esas actividades intraeclesiales como Catequesis, Liturgia, Estudios bíblicos, etc., son perfectamente válidos y absolutamente necesarios. Lo que importa es que estén dirigidas a formar cristianos efectivamente presentes en el mundo. Es esto lo que tenemos que examinar en nuestras comunidades. Concretamente nos podemos preguntar: ¿Qué hago yo o mi comunidad, por el crecimiento de las personas que nos rodean? ¿Qué hacemos para crear fraternidad en mi lugar de trabajo o familia? ¿Qué hago por la liberación social de mi pueblo? ¿Qué hace mi comunidad cristiana para ello? ¿Qué reacción experimento frente a la historia de opresión que han vivido los trabajadores del mundo y de mi país?
El anuncio del Evangelio Que la Iglesia sirva al mundo no significa que tenga que hacer de todo: arte, política, economía. Su servicio original es anunciar la Buena Noticia, precisamente dentro de ese quehacer humano que describía arriba. Y, ¿cuál es la Buena Noticia que anunciamos? ¿la hemos percibido nosotros? ¿la reciben los cristianos? ¿reciben los no creyentes una buena noticia? ¿cuál? Cristo anunció un Reino, el Reino de Dios, es decir, el cumplimiento de las promesas hechas al pueblo desde antiguo. ¿En qué consiste este Reino? Es la total soberanía de Dios, la definitiva y perfecta reconciliación de los hombres entre sí y con Dios; es la realización plena de la más honda aspiración humana a la dicha y unidad sin fin; es el triunfo sobre las fuerzas del mal que devoran al hombre, como el pecado, la enfermedad, la muerte, la injusticia, el dolor. De este mismo anuncio somos portadores nosotros hoy y aquí, pero no lo anunciamos con las mismas acciones y las mismas palabras que empleó Jesús de Nazaret hace cerca de 2.000 años, en un medio geográfico y cultural tan diverso del nuestro. Es sin embargo, el mismo contenido el que nosotros nos esforzamos por llevar a nuestro
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mundo contemporáneo, procurando, como di ce Pablo VI en su Exhortación sobre este tema "llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad11 (EN, 18). Al revisar nuestra acción pastoral, tendría-
mos que preguntarnos si los responsables de la pastoral o los integrantes de la comunidad cristiana somos capaces de presentar un mensaje breve, con lo esencial del Evangelio, y si esta presentación es suficientemente incisiva, realista, si corresponde a las verdaderas y más profundas aspiraciones del hombre actual. A modo de ejemplo, puede ser bueno arriesgarse a formular aquí una de estas presentaciones del Mensaje cristiano. Podría ser así: El hombre llamado Jesús, al entregarse a sí mismo, anticipó en su persona la Meta final de todos los hombres, e inició la acción que transforma el egoísmo en fraternidad. Por la Fuerza que de El brota, una vez resucitado, deben ser rotas todas nuestras cadenas; las que atan nuestro corazón (psicológicas y murales) . las que atan nuestro cuerpo (enfermedades) , las que atan a nuestro pueblo (sociales y políticas), y hasta la cadena de la muerte. Como es evidente, un resumen de este tipo no pretende ser una síntesis de la fe cristiana, sino una presentación primera del anuncio, dirigida al no creyente o al mismo creyente para que sea re-evangelizado. Esta y otras fórmulas son muy incompletas, precisamente porque quisieran adecuarse a la vez a muchas exigencias: señalar lo esencial; hacerlo de tal modo que apunte a un anhelo. (No basta por ejemplo decir: "Jesús resucitó" o "Jesús es el Hijo de Dios". Eso no llama mayormente la atención al hombre de hoy aunque se trate de proposiciones verdaderas y fundamentales). No adelantar etapas ni dar demasiados elementos. Estos pueden llegar más tarde en una catequesis. Lo que interesa aquí no es tanto que los cristianos sepan formular teóricamente el Anuncio, sino que tomen conciencia de que hay un Anuncio, y que ellos son responsables de llevarlo a su medio.
¿Reciben el Mensaje cristiano?
Nos preguntamos entonces: — ¿Conozco d núcleo de] Rvungclio? — ¿Sé escuchar al hombre tic hoy? — /.Corno traducir tiste Evangelio en ol !enj do hoy? — ¿A que aspiraciones contemporáneas debe apuntar especialmente el Anuncio'7
£1 Evangelio se anuncia no sólo con palabras, sino con obras El Papa Pablo VI explica muy claramente cita doble dimensión clásica de la Evangeliza-
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don: por hechos que garantizan la verdad de la palabra, y palabras que aclaran el sentido de los hechos. 1) El testimonio {los Lechos): "Supongamos un cristiana o un grupo de criiiianos que, dentro de la comunidad donde viven, matan: Su capacidad de comprensión y aceptación, - su comunión ele vid;i y de destino con los demás, — su solidaridad en los esfuerzos de lodos, en cuanto existe de noble y huenu". "Supongamos además que: — Irradian de manera sencilla y espontánea su fe en toa valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar" (EN, 21). Frente a este testimonio, brotan los interrogantes del medio en que estas personas se mueven: "¿Por qué son así? ;l'or qué viven de esta manera? ¿Que es o quién e;- L'1 que los inspira? ¿Por qué están con nosotro
"Este testimonio, explica el Papa, constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva". 2) El anuncio explícito
(la
palabra):
l'cro "el más hernioso testimonio se revelará a la larga impotente.si no es esclarecido, justificado, explicitado por un anuncio claro e inequívoco cL"l Señor lesús". "La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra viva". "No hay evangeli/.ación verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Tesús de Nazaret, Hijo de Dios" (EN, 22). Todo lo cual nos lleva a revisar nuestra acción pastoral sobre el siguiente punto: ¿Qué testimonio de vida doy, o da mi comunidad cristiana? Y, por Otra parte, la palabra (predicación, catcquesis, etc.) que entregamos ¿tiene que ver con ese testimonio, la ofrecemos como explicación de lo que vivimos y hacemos de hecho, o por lo menos buscamos?
Hoy día hay católicos, sacerdotes, religiosas, laicos, en Chile que temen que la Iglesia se haya volcado demasiado en la solidaridad y tienden a replegarse en un "esplritualismo"
cenado. En reuniones y jornadas pastorales se vuelve a plantear problemas como éstos: ¿Estamos para dar de comer o para entregar la palabra de Dios? ¿Todo ha de ser ayuda material, denuncia de la injusticia, preocupación social que deslinda peligrosamente con la política? ¿O bien vamos a entregar a Dios? Hay en este problema algo de la esquizofrenia fe-vida de !a que hablaba el Concilio. Ka respuesta está en las palabras del Papa ya citadas. Si na hay esa "proclamación silenciosa" que se realiza por los hechos solidarios, la palabra queda vacía. Ahora bien, importa que estos hechos sean iluminados por una palabra. Y esla palabra no es una clase teórica, sino la palabra que brota de la oración y de la vida, en buenas cuentas, de una experiencia de Dios, del Dios buscado, temido, amado, sufrido con la vida entera. Esta palabra va en la liturgia de la comunidad, en Ut catcquesis, en la predicación, en el comentario en común que parte de lo que la gente está viviendo. No hay que apresurar mucho esta palabra si los hechos nada dicen. Pero tampoco hay que demorar tanto este anuncio explícito sin el cual, como dice el Papa, no hay "evangclización verdadera". Un equipo misionero que llegara hoy día a una de nuestras poblaciones, pienso que tendría que presentarse a la vez con un mensaje social, un ofrecimiento de comunidad y un espacio de contemplación. Mensaje social que no debe considerarse aparte de la oración. Se sitúa en el corazón de la oración. Se sitúa en una sola experiencia de Dios. No habría que temer avanzar mucho en lo social como si apartara de Dios ni tampoco habría que temer ir demasiado lejos en la oración como si distrajera de los problemas del mundo. Ojalá dieramos testimonio de profunda y permanente oración, de diálogo agradecido con el D¡us vivo; ojalá formáramos cristianos empapados del espíritu de oración, que a la vez se entregaran con toda su alma a la lucha por la justicia. Lucha y contemplación, título de un libro de Taizé, debería ser nuestro lema.
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El Evangelio se anuncia especialmente al mundo no creyente La Evangelización es para todos los hombres, también para los cristianos ya evangelizados que debemos oír nuevamente el anuncio y volver a convertirnos permanentemente. Pero primeramente el Anuncio es para los que están lejos: "Revelar a Jesucristo y su Evangelio a los que no los conocen: he aquí el programa fundamental" (EN, 51). Y luego se dirige a las grandes masas de bautizados que de hecho "viven al margen de toda vida cristiana" (EN, 56). Son los que presentan al Evangelio "la resistencia de la inercia, la actitud un poco hostil de alguien que se siente como de casa, que dice saberlo todo, haberlo probado todo y ya no cree en nada" (EN, 56). Sería interesante, al revisar nuestra pastoral, preguntarnos por la presencia y cercanía que los cristianos más militantes tenemos con estas personas "alejadas". Ciertamente estamos siempre con ellos pues constituyen la inmensa mayoría. La pregunta es si los cristianos se sienten "enviados" respecto de ellos, y si hay un impulso misionero que los lleva no sólo al "alejado" individualmente tomado, sino a su mundo, a su cultura, a su medio. ¿Y qué hacemos frente a estas personas? ¿Se trata de hacer proselitismo, de convencerlas acerca de la verdad cristiana? ¿Se trata de acompañarlas simplemente en su camino sin hacer alusión a Cristo y a su Evangelio? Aquí viene todo lo dicho más arriba: sobre el servicio real y desinteresado al mundo, el testimonio y el anuncio explícito del Reino. Hay que agregar que el acento de la acción cristiana no está en convencer con argumentos al que piensa de un modo diverso. Lo esencial muchas veces será sacar de su pasividad a los numerosos "espectadores" de la vida., sacar al hombre de su inercia e integrarlo en el gran taller en que la humanidad elabora con dolor y entusiasmo su propia imagen que es la del Hijo de Dios; allí donde continúa la Creación de Dios, lo sepa él o no, cuando ayuda a hacer crecer, a unir, a liberar. En una palabra, ha-
cerlo un miembro activo de la familia humana, Parecería que esto es lo primero. El cristiano no está entonces urgido por vender una mercadería que el cliente parece no necesitar. No está obligado a llevar en los labios un discurso religioso que el otro tal vez no desea oír. Pero llega el momento de estar abierto a las verdaderas y más profundas necesidades de los hombres. No hay que distraerse ni dar muchas vueltas sobre la construcción del mundo, cuando el otro está pidiendo con todo su ser, y con toda su sed, que le hablen del Dios vivo. Entonces será el momento de formar un cristiano activo. Ya no sólo un miembro de la familia humana. Tal vez el cristiano pasivo, convencional, empezará a sentirse personalmente llamado a seguir el Camino de Cristo y a ser a su vez un evangelizados El evangelizador debe mostrar a estas personas el carácter terrestre y tangible del Reino, mostrarles la " human ¡dad" de Dios y del mensaje de fesús. Tarea nada fácil; hay muchos esquemas seudo espiritualistas difíciles de remover. A partir de estas consideraciones, podríamos hacernos las siguientes preguntas: — ¿Estoy (estamos) en contacto con no creyentes? — ¿De qué género son esos no creyentes? ¿Aleos ¡córieoí., cristianos a su manera, hombres religiosos que no reconocen a Cristo en la historia actual? — ¿Qué actitudes tenemos frente a ellos? ¿Reciben algo del testimonio cristiano? ¿Reciben una palabra que los estimule a ser activos en el mundo? ¿Una palabra que los estimule a •reconocer a Cristo Salvador?
Anunciar un Evangelio liberador Si el Evangelio de Dios es un impulso que conduce a la plena libertad humana, tiene que producir una transformación en el desorden establecido. Si este Mensaje anuncia un Reino de justicia y de paz, y este reino ha de ser anticipado en la historia actual, hasta donde es posible, la comunidad cristiana que evangeliza tiene QUC
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estimular iodo lo que lleve a un orden justo y denunciar todo lo que se le opone 3. Pablo VI en Evangelii Nuntiandi se refiere a "Los pueblos empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, desesperación, injusticia en las relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de neocoloniaüsmo económico y cultural, a veces tan cruel como el político, ele. "La Iglesia... tiene el deber de anunciar la liberación de millones ¿c seres humanos . . . el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización" (EN, 30).
En nuestro continente, más que en otros, el anuncio evangélico debe implicar un llamado a liberar al hombre de las estructuras de opresión. Un mensaje dirigido exclusivamente al hombre individual sin referencia alguna a las condiciones reales y políticas, distorsiona el Evangelio. Corre el riesgo de hacer de la comunidad cristiana un mundo cerrado e ingenuo, en que todo ocurre en el ámbito de las relaciones personales, como ignorando las causas que mantienen a grandes masas en estado subhumano. No referirse a esta enormidad del continente y de nuestro país es hacer un rodeo como en la parábola del buen samariíano para no ver al herido ni la sangre que salta a los ojos. Un tipo de cristianismo que toma en cueir.i las condiciones estructurales puede perfectamente atender a la liberación interior del hombre y a la fraternidad en las relaciones humanas. En cambio, un cristianismo privatista es muy difícil que salte hacia afuera y atienda a los problemas sociopolíticos para poner en ellos la luz del Evangelio. En cuanto se enuncia esta problemática, surgen muchos malentendidos. Muchas objeciones como estas: — La Iglesia no debe meterse en política. — Cuidado con ser instrumento del marxismo. Uso aquí la palübru "liberación" en el sentido restringido dt; renovación de estructural sociales y políticas opresoras y su reemplazo por condiciones que faciliten una vida Uc hombres librea y solidarios. Tomada así, no equivale a la Redención realizada por Cristo, pero es partí de ella. Es parte de la Liberación integral que obtuvimos en Cristo y cuya realización histórica ha sido confiada a nuestra responsabilidad solidaria.
— Lo espiritual está antes que lo material. — El Evangelio va a la conversión del hombre, no de las estructuras. — Lo importante no es ayudar en las necesidades materiales, sino dar formación cristiana.
Habría mucho que decir sobre todo esto. Digamos algo mínimo: — Es claro que la Iglesia de Cristo no debe pretender usar el poder político. Esa no es su misión. Pero ella no puede evitar el enfrentarse con el poder político o económico cuando se trata de defender la libertad del Evangelio o los derechos del hombre aplastado. — Es verdad que no debemos ser instrumento de I marxismo, pero tampoco de otras fuerzas contrarias que quisieran que la religión ayudara a mantener la» situaciones de injusticia. — Sí, lo espiritual es más importante que lo material, Pero es fácil que esta proposición sin mayores explicaciones quede muy ambigua. En efecto, cuando un grupo humano comparte sus bienes y vive en fraternidad, ¿qué hay allí? ¿algo espiritual o algo material? Cuando Jesús, sana enfermos, ¿realiza algo espiritual o algo material? ¿y cuando multiplica el pan?
Lo que hay es que toda acción humana lleva un "alma", un sentido y una vida. La acción externa no es nada en sí, pero tampoco bastan las buenas intenciones o el buen pensamiento. — El Evangelio va al corazón del hombre. Digamos mejor que va al hombre. Pero el hombre es también su estructura. Sobre el hombre y las estructuras qu¿ éste se ha creado, el Evangelio y la Iglesia tienen algo que decir. — importa mucho dar formación cristiana. Pero ésta lleva en su corazón el servicio del prójimo. Y no sólo del prójimo inmediato, también de las masas. Ellas constituyen también mi prójimo.
Al revisar su acción pastoral, la comunidad cristiana debe examinar el contenido liberador de su mensaje. ¿Qué pueden hacer en esta materia los cristianos? ¿qué puede hacer la comunidad que no signifique compromiso partidista o reducción del Evangelio a una dimensión temporal? Puede mostrar que el Dios de Israel no se complace en la injusticia, que el mensaje de Cristo sobre la" riqueza es grave, que hay una rica doctrina social de la Iglesia, etc. Puede impulsar a cada cristiano a hacer conciencia, a promover la solidaridad, el compro-
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miso con el pobre, la justicia en todas las relaciones humanas.' Según esto, nos preguntamos: I.— ¿Significa mi comunidad cristiana o mi acción personal un llamado a la liberación del hombre oprimido o me mantengo en un "espiritualismo" que no toca la realidad? 2.— ¿Conozco la doctrina social de la Iglesia? ¿Se estudia en mi comunidad? Las reflexiones presentadas aquí quieren ser un simple punteo para examinar nuestra acción. Pero .sin duda hay una opción teológica que la sostiene: Esta opción acentúa el servicio que la Iglesia presta al mundo y enfatiza el valor del hombre y su tierra. A su vez esta acentuación se inserta dentro de una visión global de la fe. Pienso que es cada vez más la de la Iglesia entera. Para terminar puede ser útil describir algunos elementos de esa concepción, pues ellos vienen a constituir el contenido formulable de la fe de las comunidades cristianas. El centro es Tesús. Un hombre con su historia, sus decisiones, su libertad, sus conflictos. Defendió la verdad, la justicia, el hombre. Inició una transformación que el mundo no podía aceptar. El resultado es que lo mataron. Un hombre verdadero que tiene casa, calle, pueblo. Que no camina por las nubes, que teme el dolor y la muerte. Este mismo hombre vive emre nosotros siempre. Los discípulos cayeron en la cuenta que este amigo sabio y bondadoso, frágil y exi-
gente, era en realidad el rostro humano de Dios, era el mismo Hijo de Dios. Sólo a través de El conocieron y conocemos a Dios. Su Espíritu, Tuerza divina y personal, nos transforma, y nos interioriza este Jesús que nuestros ojos no han visto. El Espíritu recrea la comunidad, rehace, transforma el mundo enlero. Desde dentro de nuestro ser nos atrae hacia el Padre. Al Padre del cual habló [esús en su intimidad. El es el Misterio último, Realidad indecible, el Dios libre, santo, el que nos ama. El origen de todo, y nuestra verdadera morada, nuestra Playa, nuestra Ciudad. El Espíritu de Cristo nos cohesiona y hace de nosotros un pequeño pueblo, que procura ser signo dentro de la comunidad. Esta comunidad tiene su propio lenguaje, sus propios signos, que son la acción de Cristo Señor que la dirige. Tiene sus diversos minisíerios, toda una riqueza de gracia. También toda una historia de pecado: sus divisiones, sus orgullos, sus errores. Realiza una búsqueda incesante con una sola meta: realizar aquí y ahora, y siempre, la perfecta comunión de los hombres entre sí y con Dios. Sobre cada una de estas cosas podemos preguntarnos, para saber cómo vemos el contenido de nuestra fe y el alcance real de nuestra misión como personas y comunidades cristianas. Las ideas tienen su valor relativo. La fe se apoya no en ideas sino en el mismo Señor percibido con los ojos de nuestro corazón, pero la comunidad no puede dejar de expresarse a sí misma, diciendo su fe.