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26 de mayo del 2013 / Internet
Una mirada a las loncheras y los quioscos
La ley contra la comida chatarra anuncia cambios en la dieta de los escolares. Visitamos dos colegios, uno en el que ya se aplica el modelo de quiosco saludable y otro en el que no. En este último, el recreo fue un festín de dulces y gaseosas.
Texto: Óscar Miranda Fotografía: David Huamaní y Sharon Castellanos
Luis Enrique (13) tiene un paquete de galletas integrales en la mano y una gaseosa amarilla en la otra. Y la boca llena. Es lo que se diría un niño rozagante. Ayer, en lugar del paquete de galleta integral había uno de chocolate. Anteayer, lo mismo. Él dice que a veces también come unas papitas embolsadas. Lo que nunca varía es la gaseosa, siempre la misma, una de las marcas de menos precio del mercado. Le pregunto por qué no se come, no sé, unas mandarinas. Su lógica es sencilla pero aplastante como un mordisco. "Sí sé que son más sanas. A veces también tomo agua. Pero es que las galletas son más ricas". Álvaro (11) se está comiendo por allí unos palitos de maíz de un naranja fosforescente. Como a Luis Enrique, su mamá tampoco le mandó lonchera –él dice que porque ya es "grande"– sino que le puso dos soles en la mano para que se alimente. Álvaro se está alimentando con tanto entusiasmo que el polvillo anaranjado se le ha quedado todo en los labios. Él, literalmente, se relame de gusto. Estamos en el recreo del turno tarde (secundaria) de la Institución Educativa 1086 Jesús Redentor, de San Miguel. Sus autoridades nos han permitido el ingreso para conocer cómo se alimentan los estudiantes. Suele ocurrir que muchos padres de familia dan la propina a los chicos y después ni se enteran de qué fue lo que comieron. Aquí, hoy, estamos viendo qué comen. La semana pasada se promulgó la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable para Niños, Niñas y Adolescentes. Además de regular la publicidad de los alimentos poco o nada saludables –la medida que ha desatado más controversia–, la norma ha dispuesto que se modifique la alimentación que se brinda a los chicos en los quioscos de los colegios. El director del Jesús Redentor, Álex Ávalos, está muy de acuerdo. "Nosotros estamos en una campaña contra la comida chatarra pero es difícil. Por eso la salida de esta ley es algo bueno, porque [desterrar estos productos] se vuelve algo imperativo, que tiene que hacerse sí o sí". En el turno mañana, la subdirectora de primaria, Cecilia Rojas, nos dijo que lamentablemente las madres se han acostumbrado a mandar a sus hijos loncheras con productos envasados, como galletas y jugos en cajita, "en lugar de levantarse temprano a prepararles su quáker, su quinua y su pan con queso. Creen que mandándoles eso los están alimentando bien". Girasoles para Zulema
A pesar de lo que dijo Rojas, cuando recorrimos algunos salones de primaria para revisar las loncheras, la mayoría consistía en alimentos bastante naturales. Refrescos de fruta; sánguches de queso, huevo y palta; huevos, choclos y papas sancochadas (es posible que las profesoras hayan puesto sobre aviso a los padres de nuestra visita). Zulemita (6) se lleva los aplausos. Junto a su pan con queso, su mandarina y su yogurt con guanábana tiene una bolsita de semillas de girasol. Más light no puede ser. "Ella es así", dice su profesora, "si le pones un pollo a la brasa no lo va a tocar, pero ponle una ensalada y vas a ver cómo se la come". "Ella es nuestra niña símbolo", agrega con cierta solemnidad la subdirectora. En el patio, le pregunto a Juan Diego (9) si compra cosas en el quiosco. Él dice que no. "¡Sííí!", le replica Antuanet (9), "te compras chizitos". "¡Pero ya no! ¡Ya no!", se defiende Juan Diego. Los chicos parecen bastante conscientes de que los snacks no son buen alimento para ellos. Yahaira (9) dice que "cuando tú quemas el chizito sale una bola de papel". Araceli (9) cuenta que, si metes una moneda en una botella de una conocida marca de gaseosas, "al día siguiente vas a ver que cuando la sacas ya está bien doradita". Ninguno de estos chicos parece estar camino a la obesidad. Pero algunos de ellos están al filo del sobrepeso. El peso de las cifras Para diciembre del 2011, más de mil millones de personas en el mundo tenían sobrepeso y al menos 300 millones eran obesas, de acuerdo con el Informe Especial del Relator de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación. Según ese mismo informe, el sobrepeso y la obesidad ocasionan unos 2,8 millones de muertes en todo el mundo. La obesidad y las enfermedades no transmisibles vinculadas a ella ya no son un problema exclusivo de los Estados Unidos y los países ricos. Naciones Unidas calcula que para el 2030, como consecuencia de estas enfermedades, 5,1 millones de personas morirán al año en los países pobres. Solo en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN), las consultas por obesidad infantil se han incrementado de tal manera que ya constituyen el 33% del total de consultas del Servicio de Endocrinología. El endocrinólogo Rómulo Lu dice que al año se atienden unas 2.500 consultas por obesidad infantil y sobrepeso.
En el 2008, el porcentaje de niños peruanos de entre 5 y 9 años con sobrepeso y obesidad era de 7,8%. Para el 2011 había alcanzado el 24,4%. Es decir, uno de cada cuatro niños de esas edades. Bernardo Ostos, director de Promoción de Salud del Ministerio de Salud (Minsa), dice que lo que está pasando es que en ese grupo etáreo hay cada vez más propensión a desarrollar enfermedades no transmisibles (cardiovasculares, cerebrales, diabetes, insuficiencia renal y un largo etcétera). El ataque del Azúcar En el turno tarde del colegio Jesús Redentor, encuentro a Johana, Mayra, Valeria y Adriana, todas de 14 años y del mismo salón. Johana devora unos populares snacks con sabor a queso. Les pregunto qué otras cosas compran en el quiosco. Valeria menciona una marca de galletas de chocolate y Mayra otra con galletas rellenas. ¿Y las frutas? "Mucho frío", dice Mayra y todas se ríen. Más allá, Rafael (13) bebe de una gaseosa de soda, otra de las marcas menos costosas del mercado. Me dice que para beber se compra esa gaseosa o si no una bebida cítrica de color anaranjado. "El agua sirve para calmar la sed pero no tiene sabor", dice. El endocrinólogo Rómulo Lu dice que los alimentos con alto contenido de azúcar, como las gaseosas, algunos "jugos" y los dulces, podrían ocasionar el incremento de glucosa en la sangre y provocar diabetes. Los snacks, abundantes en sal, grasas y carbohidratos, pueden producir hipertensión arterial. Los fastfood –pollos broasters, hamburguesas, salchipapas– con excesos de grasas saturadas, pueden hacer que se eleve el colesterol malo, los triglicéridos y la glucosa. "La acumulación de esta grasa en las arterias desde la niñez termina en la edad adulta con un infarto cerebral o un infarto al corazón", dice. El especialista señala que la obesidad infantil provoca cambios hormonales en los niños (se les adelanta la pubertad) y en muchas ocasiones, por el peso, termina deformándoles las piernitas. Mandarinas poco sexys La mayoría de los chicos con los que he conversado aseguran que en el quiosco del colegio no hay alimentos naturales y que por eso ellos no los comen. Eso no es tan cierto. La señora Isabel, la concesionaria del quiosco, tiene mandarinas, cereales y refresco de carambola en
el mostrador. Me cuenta que solo los niños de primaria le compran esas cositas, además de sanguchitos, pero que los de secundaria solo le piden gaseosas, snacks y galletas. Le recuerdo que ahora que se ha promulgado la ley tendrá que adaptarse y empezar a vender solo alimentos saludables. "Estamos preocupados", dice, "el problema es que usted les pone esas cosas al niño y no las compra. Les puedo poner un vaso de quinua, un pan con aceituna, pero si no lo comen... ¿cómo vamos a hacer?". Como la subdirectora de primaria, la señora Isabel dice que el problema viene de casa. "Les he dicho a los chicos 'ya no voy a vender gaseosas, ah, no voy a vender galletas' y me dicen 'ay, señora, mejor cierre'". ¿Será que sin comida chatarra los quioscos escolares dejarán de ser rentables? Quiosco saludable Hora del recreo en la Institución Educativa 3035 Bella Leticia, de San Martín de Porres. Dayana (9) quiere comprarse algo para comer. El quiosco al que se asoma está pintado de colores, tiene dibujos de fresas, naranjas y uvas y mensajes como "No consumas dos productos dulces diarios" o "Consume todos los días frutas y verduras". El vendedor, José Flores, se acerca a Dayana. Ella le pide un yogurt de fresa con cereal. Dayana me cuenta que ayer comió un pan con pollo y un refresco de manzana. En el polo que lleva puesto se lee "Bien alimentados y saludables, aprendemos con alegría". Hace 10 años, la directora del colegio, María Cámac, decidió hacer algo ante los bajos índices de rendimiento de los estudiantes. Se enteró de que el Minsa venía trabajando un proyecto para mejorar la alimentación que se recibía en las escuelas, y se apuntó. Hoy, su institución es una de las pioneras del proyecto Quioscos Saludables que el Minsa y el Ministerio de Educación tienen en marcha ya en 2.000 colegios del país. María Cámac dice que la alimentación nutritiva que reciben los chicos ha cambiado tanto las cosas en el Bella Leticia que hasta el rendimiento ha mejorado mucho. Los niños están tan concientizados que son algunos de ellos, investidos como Brigadieres de la Salud, los que cautelan que en el colegio no se consuma comida chatarra. Si un brigadier detecta un producto de esos en alguna lonchera, lo arroja sin miramientos a la basura. No ha faltado el profesor al que los brigadieres le han llamado la atención. "Profesor, ¡eso no se come!". El sistema funciona tan bien que muchas madres ya no mandan loncheras sino que le pagan a José Flores, el concesionario del quiosco, para que él se las dé a sus hijos. Por ejemplo, mientras conversamos con Flores, llega Jefferson (6) a pedir su comida. Hoy día el sólido
es un platito de tallarines rojos (otras veces puede ser un sánguche), acompañado de una mandarina y un vaso de manzanilla con anís. Jefferson agarra su platito y su vaso y se va feliz. Después volverá por su fruta. Le cuento al vendedor que otros quiosqueros creen que sin gaseosas y galletas el negocio no sale a cuenta. Me dice que el cambio demoró en el colegio, pero que ahora todos aseguran que sus bolsas de kiwicha, habas y chifles, sus refrescos y sus sánguches son riquísimos. Y lo son.