Una "novatada" de creosote y acero

E Una "novatada" de creosote y acero José Fernando García Zamudio Apizaco es una ciudad singular en el concierto tradicional rural de Tlaxcala. Sus o

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E Una "novatada" de creosote y acero José Fernando García Zamudio

Apizaco es una ciudad singular en el concierto tradicional rural de Tlaxcala. Sus orígenes conjugan elementos extraños a la cultura de surco y maíz predominante en el territorio estatal: creosote61, acero, diesel, vapor, barretas, gatos mecánicos, chumaceras62, rieles, durmientes, trabes, pilotes63, fraguas, remaches, grúas, martinetes64, armones65, motores, selectivos, teletipos; tlacualeros, garroteros, maquinistas, fogoneros, mecánicos, marros, auditores, boleteros, telegrafistas, despachadores, jefes de estación; campamentos, mayordomos, peones de vía, remachadores, talleristas, mecánicos, compresoristas. Los vocablos de este lenguaje específico son innumerables y ejercieron una influencia decisiva en la configuración del ser local. Hoy solamente quienes alguna vez estuvieron involucrados en el oficio del riel recuerdan algunas de esas palabras; inclusive, es de esperar que en ese mismo componente de la población apizaquense, esos términos hayan pasado al desuso. Son dos las tendencias que han inducido ese fenómeno. Primeramente, la modernización del equipo ferroviario que hizo innecesario un taller a la altura de Apizaco. Las antiguas locomotoras de vapor requerían mantenimiento y suministro de agua, combustible y aceitado de chumaceras en intervalos cortos; en cambio, las diesel-eléctricas son locomotoras que pueden andar largos trayectos sin suministros ni revisiones técnicas; aunado a esto, la incorporación de telecomunicaciones ha hecho posible la dirección de maniobras a control remoto. En segundo lugar, la economía tlaxcalteca ha sufrido una diversificación y con ello la población local actual suma nuevas actividades a las ya tradicionales: comercio, transporte carretero, industria, magisterio son componentes fundamentales de la economía local y regional. En consecuencia, Apizaco ha dejado de ser un enclave ferrocarrilero. Como resultado de esas tendencias, grandes cantidades de trabajadores ferrocarrileros han sido liquidados y llevados al desempleo, 61

Creosote o creosota. Resina de olor fuerte y color obscuro con la cual se impregnan troncos y tablas de madera para su conservación. La madera creosotada, como los durmientes y los postes de teléfonos, es altamente resistente a la intemperie. 62 Chumacera. Pieza de maquinaria en la cual se apoya y sobre la cual gira un eje o cualesquiera pieza rodante. 63 Pilote.- Grandes postes de madera que sirven de soportes a estructuras elevadas, como son los puentes. 64 Martinete. Martillo mecánico. Los martinetes propios de los procesos de trabajo ferrocarrileros son grúas cuya pluma soporta un enorme contrapeso empleado para clavar pilotes o estructuras pesadas. 65 Armones, motores, selectivos, tlacualeros, garroteros, remachadores. Cfr. en esta misma edición.

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E por lo cual han pasado a incorporarse a la sociedad regional adoptando nuevas ocupaciones o vegetando en la melancolía del Apizaco rielero. Entre las tendencias modernizantes y la melancolía del mítico retorno al creosote y el acero, la memoria del riel se pierde. En virtud de esto último, todo esfuerzo encaminado a asentar por escrito las voces de los hombres de mezclilla y paliacate constituye un par de aportaciones: por un lado, construir fuentes de información para comentaristas y analistas; por otro, dar un reconocimiento a ese sector de la sociedad local y regional que impregnó con su peculiar modo de ser el escenario de la entidad.

Se trata de una , es decir, el modo en que la cuadrilla (grupo de trabajadores comandados por el mayordomo o jefe operativo) recibe a siete nuevos trabajadores. Destaca la rudeza no sólo en el trato, sino de las herramientas y objetos con los cuales trabajaban estos personajes de la historia proletaria. Este relato reconstruido es una muestra de los rituales de iniciación que constituyen la configuración de la identidad obrera. La trama se urde a finales de los cincuentas en las inmediaciones de Apizaco; se refiere a una cuadrilla de peones de vía, es decir, trabajadores que tienen a su cargo el tendido y mantenimiento de vías férreas. Para no dar mayores preámbulos, vamos a la palabra. *** Cuando llegamos los nuevos trabajadores frente a la cuadrilla, el mayordomo dijo a uno de los suyos: --"Paco: ¡ya agarramos barco!", lo cual significaba que debíamos fletarnos a trabajar mientras ellos descansaban. El mayordomo nos dio la opción: si no queríamos servir de barco, teníamos que pagar la comida y la bebida para todos, unos veinte de aquellos trabajadores rústicos, hasta que llenaran. No alcanzaría la quincena para dar de comer a esos que desde luego se notaba que no tenían llenadera. En realidad el jefe no nos dejaba opción, sino servir de barcos y así se lo hicimos saber; él, sin esperar más, nos llamó y nos dijo: --Vayan al carro campamento, en donde les darán su pala, su pico y su barreta. Quítense la camisita, o remánguensela; no hay guantes ahorita, aunque ya los pedimos, pero ya ven como es este negocio, quién sabe cuando nos los surtan; así que trabajarán a mano pelona. Luego, el mayor me jaló a un lado y me dijo:

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E --Véngase pa'cá, y traiga un gis. Va uste' a agarrar la pala y me limpia la cabeza del durmiente, luego le retira la grava hasta dejarlo limpio. Ya que haya terminado, me va a desclavar los durmientes de la vía y los va a marcar con el gis... -- ¿Yo solo?-- Fue lo que atiné a preguntar. --¡Sí, claro! Pos' qué ¿no es usté' ferrocarrilero? Me va usté' a hacer cinco el día de hoy. De nada valió que le dijera que era yo nuevo en el oficio, que no tenía ninguna experiencia semejante. Por si fuera poco, me encomendó que diera la misma instrucción a los otros seis, haciéndome responsable por si las cosas salían mal, y ahí nos dejó azorados, sin saber ni por donde comenzar. ¡Condenados durmientotes de concha de acero moldeado y socavados por debajo! Imagínese cuánto pesaban, pos que será, unos doscientos kilos y había que sacarlos de abajo de los rieles apalancándolos con las barretas. No'más nos les quedábamos viendo con ganas de oír la contraorden o que nos dijeran que era pura broma. Pero, nada, la cuadrilla se sentó a platicar y de reojo nos vigilaba mientras algunos hasta fumaban tamaños cigarrotes. Antes de sacar los durmientes debíamos pintarles con el gis unas marcas a la altura de los tornillos, unas cruces, pero medidas, que no pasaran de una pulgada. Ya después que aprendimos el trabajo nos dimos cuenta que lo del gis era pura vacilada, pues las marcas de nada servían. Y ahí estamos sujetando tremendas barretas con punta de llave española; primero, ensartando las tuercas de los tornillotes, luego aflojándolas hasta retirar los tornillos y así poder separar los durmientes de los rieles. Los tornillos medían pos qué será, una pulgada de diámetro por unas tres de largo; esos tornillos, de tan oxidados, estaban bien pegados al durmiente, y debíamos aflojarlos con la llave de barreta y girarla, pero ¡Cuándo, mi señor! ¡Cuándo iba a girar, si parecía que se habían soldado con el óxido!. Ya que aflojábamos el tornillo, lo retirábamos y luego teníamos que meter el pico bajo el durmiente. ¡N'ombre! Como eran de concha y cargaban los rieles, y como los trenes ya les habían pasado tantas veces; y por si fuera poco era tiempo de lluvias, con lo cual la tierra estaba bien compactada con la graba, pues parecía imposible sacar aquel fierro tan pesado. Por lo tanto, la primera tarea consistía en levantar el riel, para lo cual nos subíamos de panza y apaláncabamos la barreta; luego, estirábamos una mano hasta alcanzar la calza de madera y la metíamos abajo del riel.

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E Cuando el riel estaba calzado, metíamos el zapapico bajo el durmiente de concha y lo jalábamos. Los vientres casi reventaban por el esfuerzo tan grande. Los siete nuevos pujábamos y sudábamos bajo el sol ardoroso. Ya era tarde, como las doce y sin probar bocado, estábamos ‗ora sí que como dicen, en trance: suda-suda-apalanca-levanta-calzapica-jala-y-el-vientre-revienta. ¿Y la cuadrilla? No'más mirando. Ni bien habíamos sacado el primer durmiente cuando vino la contraorden. El mayordomo nos pidió que dejáramos esa vía y nos mandó a donde estaban tendidos unos rieles paralelos sobre el suelo. Debíamos de levantar los rieles y meter bajo ellos los durmientes de madera creosotada. Ahora sí le iban a entrar los de la cuadrilla, pero sólo a clavar los durmientes creosotados. Los nuevos nos quedamos viendo unos a otros como para darnos valor, cuando escuchamos los gritos del mayor: -- ¡'Orale! ¡A jalarlos! ¡Vamos!, ¡Vamos! Y el mayordomo nomás tanteándonos. Nosotros, ahora sí los siete juntos y hechos bolas, jalando los durmientes con pico, barreta y con las manos, a fin de colocarlos abajo del patín del riel, con lo cual este asentaría bien; luego, a meter el cascajo entre los durmientes. ¡Rápido! porque ya venía la cuadrilla clavando los durmientes a las planchuelas; lo que hacían esos trabajadores era más bien para presionarnos y no para ayudarnos. Ni bien terminábamos de jalar un durmiente, cuando ellos habían clavado una planchuela completa. Había un zurdo ¡Pobre de él! Tenía que meterse entre la vía y torcerse para hacer el trabajo y se llevaba cada barretazo; y ni pensar en parar el trabajo para atenderlo, si ya venían los de la cuadrilla pisándonos los talones. No podíamos andar de compadecidos, así que pobre del zurdo. Y este que se hacía de ladito y el mayordomo que le gritaba: --¡Ora qué! ¡Jálele con garbo! --Pero es que soy zurdo--, alcanzó a replicar el desafortunado, pero el mayor le atajó: --¡A mi qué me importa, jálele! Y ahí lo tiene torciéndose y acomodándose, cuando de pronto: ¡Mole!, tamaño piedrazo o barretazo en la jeta o en el lomo, donde le cayera! ¡Pobre del zurdo! Luego nos sale el mayordomo con que el riel no daba el escantillón. En nuestra vida habíamos oído eso que no era otra cosa que una barra metálica graduada. Tenía grabadas las marcas de lo ancho entre riel y riel, es decir, el escantillón era la medida de la paralela de la vía; si un riel no daba el escantillón, pues no había de otra: ¡a quitar el riel! y 124

E ¿cómo?, pues hay nos tiene desclavando de nuevo la faena y ¡rápido! porque hay venía ya el armón de mano, con los gatos de escalera para levantar los rieles pesados y unos niveles y por supuesto, el mentado escantillón. ¡‘Ora qué! Si no era otra cosa que la barra esa, cuando yo me había imaginado un aparato enorme, hasta con ojos y orejas. A puro grito el mayor manda a uno de un lado y otro al otro lado del riel y ahí está: --¡Orale, jálele! ¡Así, así, más abajo, abajo, así ...! Mientras, nosotros no sabíamos qué hacer, si meter las manos o si no debíamos meterlas porque podríamos echar a perder el trabajo y esperando que en cualquier momento el mayor pegara semejantes gritotes para movernos. Y el mayor grita que grita: --¡Mete-el-gato-no-te-quedes-nomás-viendo-y-tú-jala-el-durmientemuévete-saca-la-barreta-saca-el-pico-muévete-pon-el-nivel-clava-lasuñas-del-escantillón...! Y- me- pide –que- vaya- a –la –casa -y -me -quedo -viendo -la -casa más -cercana -a -unos -cien -metros -y -salgo -corriendo -y -a -los – pocos -metros -no -sé –para- que –voy- a -la -casa -y -vuelvo -la -vista y -el -mayor -me -regala -una -mirada -muy -pero -muy -ruda -y -se -ríe burlón: -¡Acá, -señor, -a -la -casa, -a -la -vía! -Y -yo -todavía -volteo -y veo -la -casa -en -la -distancia -y -tuerzo -los -pies -y -no -sé -cómo -giro -el -izquierdo -y -con -el -mismo -doy -una -zancada -y -alcanzo -a agarrar -la -punta -del -riel, -mientras -el -mayor -me -recrimina -y –medice -que -no -haga -éso -porque -desnivelo -el -riel -que -tanto -trabajo -les –costó - nivelar -y -yo -lo -suelto -y -entonces -el -riel -se -desnivela -y -el -mayor -me -lanza -una -mirada -de –furia y- yo -no -sé -dónde está -mi -vista -ni -mi -cuerpo, -ni -nada. Nunca había yo sentido el sol tan ardiente en Apizaco, o sería por la que estábamos pasando, pero lo cierto es que me quemaba el lomo y entonces comprendía por qué el mayor nos pidió que nos quitáramos las camisas; y 'onde que nos dio la opción, el que quisiera no'más que se la arremangara, pero nosotros por quedar bien nos quitamos las camisas, todos: los siete. El ya sabía que a esa hora el sol hace aullar al más plantado y bien que se nos rajó la piel del puro sol, pero ni cuenta nos dimos, de la impresión de aquel trabajo. Mire usté, yo digo que se le pasó la mano al mayor porque, ahora que conozco bien el trabajo, sé que es mejor agarrar los durmientes de concha con guantes, no a mano pelona. Usté no se imagina cómo es que se calientan los durmientes de concha con el sol ¡Caramba! Si 125

E queman las manos los fregados durmientotes; ¿Y los creosotados?, cuando viene a darse cuenta ya se enterró alguna astilla. Y estoy seguro que el mayor escogió los más roñosos... y nos mandó sin guantes, pues si no había, nos hubieran prestado los suyos. Eramos nuevos, aunque algunos trabajaban el campo, pero no es lo mismo, como que hay callos para el campo y callos para el riel y yo no tenía ni unos ni otros. . Finalmente me armé de valor y mandé todo a volar. Corriendo atravesé la vía y me recargué en el estribo del carro campamento, tomé aire y traté de limpiar mi rostro con el dorso de la mano; pero sólo traté, pues mi rostro quedó mojado con un líquido frío y vi mi mano y con sorpresa vi la otra cómo escurría desde las ámpulas rotas, las que yo no vi ni sentí, de tan ocupado como estaba, pero el aire se encargó de volverme a la vida, cuando penetró por los pellejos de las ámpulas reventadas y me provocó tremendo ardor. Volví la vista, ahora sí furioso y descubrí al mayordomo dando la faena por terminada y diciéndome que muy bien calculé el tiempo, que si así era yo para trabajar, entonces nos entenderíamos bien. La jornada fue de siete de la mañana a tres de la tarde. Llegué a Apizaco como a las cuatro y a mi casa como a las cuatro y media. Ya estaba la mesa puesta y la comida calientita. Eso dicen, yo no lo sé, pues pasé de largo como alma en pena, como arrastrando cadenas molido y quejumbroso. Fue necesaria mucha árnica y pomada del coyote, sobadas y masajes. Todo para que al otro día se repitiera lo mismo, pero ahora sintiendo los fierros muy calientes por las ámpulas reventadas. *** Al llegar la quincena, el mayor nos echó a andar a las viejas del tlacualero, muy empalagosas las condenadas; muy pintadas y disponiendo la leña y la lumbre, el comal y el tripié. Y terminamos pagando la comida.

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E NOTAS i

Weber recurre igualmente al vocablo ―autoridad‖ para referir la misma idea: ―Un determinado mínimo de voluntad de obediencia, o sea de interés (externo o interno) en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad‖ (Weber, 1984:170). ii

A este respecto puede consultarse el trabajo de Ruano de la Fuente (1996).

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Como el propio Max Weber lo expresara: ―El destino de una época de cultura que ha comido del árbol de la ciencia consiste en tener que saber que podemos hallar el sentido del acaecer del mundo, no a partir del resultado de una investigación [científica], por acabada que sea, sino siendo capaces de crearlo; que las «cosmovisiones» jamás pueden ser producto de un avance en el saber empírico, y que, por lo tanto, los ideales supremos que nos mueven con la máxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, sólo en la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados para otras personas como para nosotros los nuestros‖. (Weber, 1997:. 46). iv

Cabe observar que si bien Weber es cuidadoso al resaltar que —en cualquier caso concreto— la obediencia formal para legitimar los mandatos implica tan sólo un enlace contingente entre la obediencia y la justificación de los mandatos, la razón por la cual la legitimidad figura en un lugar tan prominente en sus construcciones típico-ideales de la dominación política, se explica por el hecho de que —a diferencia de los intereses, costumbres, temores o convencionalismos— los elementos de las orientaciones de los individuos encauzadas hacia las máximas o normas de legitimación son una base más estable para que se erija una estructura de dominación estable. Asimismo, las relaciones entre gobernantes, administradores y gobernados —la distribución organizacional de los poderes de mando— se pueden tipificar con más facilidad mediante las pretensiones de legitimidad de quienes detentan el poder en relación a la obediencia de los demás. v

Como han señalado algunos autores, Foucault pareciera compartir por momentos el oscuro diagnóstico que sobre el futuro de las sociedades occidentales (―racionalizadas‖, ―deshumanizadas‖, ―burocratizadas‖ y ―tecnificadas‖) elaborara Max Weber hacia el final de su vida. Para éste último, el Occidente moderno representaba una era de cultura cuyos procesos de racionalización inexorablemente conducían hacia el ―desencantamiento‖ radical del mundo y a la pérdida de los intersubjetivos lazos comunitarios; de dicho proceso no se sigue una sociedad más eficaz y más libre, sino una sociedad de voluntades esclavas, una sociedad ―racionalizada‖, abstractamente formalizada: una ―jaula de hierro‖. O en palabras de Albrecht Wellmer: ―[Max Weber] a través de su análisis de los correlatos institucionales de racionalización progresiva economía capitalista, burocracia y ciencia empírica profesionalizada, demuestra que la «racionalización» de la sociedad no lleva ninguna perspectiva utópica, sino que parece que conduce más bien a un encarcelamiento [sic] en aumento del hombre moderno en sistemas deshumanizados de un nuevo tipo a una ―reificación‖ en aumento, como lo denominaría más tarde Lukács, discípulo de Weber‖ (Wellmer, 1997:74). Un autor que ha captado el paralelismo entre ―conocimiento, tecnología y poder‖ en Michel Foucault, por un lado, y el predominio de una racionalidad instrumental que desemboca en una creciente formalización y burocratización de la vida social en Max Weber, por el otro, es Ritzer (2002). vi

Dado este patente interés por los estudios de la microfísica del poder, algunos críticos de Foucault han señalado con amargo sarcasmo que el aspecto sustantivo de su obra no fue más allá de constituir el estudio de los locos, los enfermos y los presos (Barret-Kriegel, 1990). vii

Como claramente se aprecia, la distinción foucaultiana entre ―poder‖ y ―dominación‖ acusa mayor paralelismo con la distinción del antropólogo estadounidense Rchard Adams (1978) entre ―poder‖ y ―control‖, que con la distinción weberiana entre ―poder‖ y ―dominación‖.

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