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Unamuno y Ortega: la variante española de la dicotomía rusa Stepán Mamontov Universidad Lingüística Estatal Universidad de la Amistad de los Pueblos Moscú
España y Rusia, situadas respectivamente en los extremos occidental y oriental del actual mundo romano-germánico y a las que Ortega y Gasset llamó con justicia "los dos polos del gran eje europeo", son países cuyos pueblos, a pesar de su considerable lejanía en el espacio, evidencian una notable similitud en sus destinos históricos, su psicología nacional y sus demandas espirituales1. En efecto, ambas etnias, si bien en períodos cronológica y cuantitativamente diferentes, han sobrevivido al dominio y la influencia de civilizaciones provenientes de fuera de Europa, la árabe en el caso de los españoles y la tártaro-mongola en el de los rusos. Ambos pueblos sacaron fuerzas de flaqueza hasta conseguir liberarse de una cultura y una religión genéticamente ajenas, aunque enriqueciéndose culturalmente con ellas para, a la postre, convertirse ellos mismos en creadores de dos nuevas y dinámicas civilizaciones. Los españoles crearon la civilización iberoamericana; los rusos, la eurasiática. Desde mediados del siglo XVIII nuestros dos pueblos entraron en contacto directo, lejos de Europa, en Norteamérica, a la que ambos viajaron inspirados por dos corrientes cristianas. Los españoles, por el Catolicismo, los rusos, por la Ortodoxia. La profunda y al mismo tiempo informal religiosidad de los pueblos español y ruso tiene sus orígenes en el lejano pasado medieval. Es una religiosidad muy distinta a la de Europa Central y, sobre todo, a la de la Europa anglosajona y protestante. Además, en diferentes períodos de la historia moderna y contemporánea podemos encontrar numerosos ejemplos de coincidencias y similitudes en el desarrollo social y cultural de ambos países. Las invasiones napoleónicas, que generaron fenómenos similares de resistencia guerrillera en forma de respuesta espontánea del pueblo ruso y español a lo que consideraban una amenaza contra las tradiciones espirituales nacionales. El fin del Imperio colonial español a fines del siglo XIX y la caída del Imperio Ruso a inicios del siglo XX, bien que seguido posteriormente de su restauración en la forma de la URSS. Cruentas guerras civiles con un importante componente anarquista. Las dictaduras de Stalin y Franco, junto con la relativa similitud en la transición de éstas hacia la liberalización y la democratización de la sociedad. Son sólo algunas de las consonancias históricas más significativas que se dan entre España y Rusia. Y que en ningún caso se observa entre otros países europeos. Por lo que respecta a los rasgos psicológicos nacionales propiamente dichos que vinculan a españoles y rusos y que han sido destacados por filósofos y pensadores, huelga decir que saltan a la vista. A continuación vamos a analizar los rasgos generales que caracterizan al español según Don Salvador de Madariaga, que tuvo la oportunidad de observar a su pueblo no sólo "desde dentro", sino también a través del prisma de la cultura anglosajona, y más concretamente, desde los Estados Unidos, país en el que residió durante 1
Sobre esta cuestión veáse V.B.Zemskov Comparación tipológica de las crónicas de la conquista de América y los anales de la toma de Siberia, en "Latinskaya Amerika", 1995, Nº 3. A.A.Silko ¿Una civilización en proceso de formación?, Ibídem, 1994, Nº2. L.Ponomariova, "Las doctrinas de la "Hispanidad" y "Eurasia": dos fenómenos afines de la cultura del siglo XX", en Actas de la I Conferencia de Hispanistas de Rusia, Madrid, 1995, págs.193-200. Ibídem.Artículos de S.Pozharskaya, Ye.Berger y otros. S.P.Mamontov Iberoamérica y Eurasia: civilizaciones paralelas, Latinskaya Amerika, 1998, Nº 4, págs. 41-46.
mucho tiempo en calidad de diplomático. La opinión, ponderada y patriótica, que de sus conciudadanos tenía Madariaga coincide en muchos aspectos con las valoraciones del pueblo ruso del gran filósofo ruso Nikolái Berdiáyev, quien contempló a su pueblo desde la distancia francesa. ¿Acaso no es aplicable al pueblo ruso el siguiente pasaje de Madariaga? El carácter español abunda en tendencias contradictorias. Es duro y humano, resignado y rebelde, enérgico e indolente. Y es que, en realidad, es espontáneo y completo y, por consiguiente, permite la manifestación de todas las tendencias que componen el microcosmos humano…Un contacto psicológico sobre un punto electrizado bastarán para que la voluntad se descargue abalanzándose sobre el acto. Entonces nos hallamos en presencia de otro fenómeno, muy conocido en el hombre de pasión y, en particular, en el español: el acto sobrehumano2.
¿Cómo no verse reflejado en el inevitable subjetivismo de semejantes autovaloraciones? Resulta imposible no estar de acuerdo con qué tanto los españoles como los rusos viven, en comparación con otros pueblos de Europa occidental, más con el sentimiento que con la "cabeza fría"; más con la intuición que con el cálculo interesado; más con el alma que con el cuerpo; más con la tradición, incluida la religiosa, que con las innovaciones tecnológicas y los intereses materiales. De ahí la trágica figura caballeresca de Don Quijote, ajena a todo ese pragmatismo y consumismo de hoy en día se haya convertido en símbolo inmortal de la Hispanidad, así como en valor universal de la Humanidad. Don Quijote como alto ideal moral, o simplemente como conmovedor símbolo nacional, suscita en el español la misma veneración o respeto que en el ruso el gran santo medieval ruso Serguii de Radonezh, aunque Don Quijote sea un personaje inventado y Serguii de Radonezh una figura histórica real. Los españoles y rusos, que tienen en la figura de Don Quijote o de Serguii el más alto ideal espiritual mantienen una visión patriótica del mundo. Sin embargo, aquellos que los consideran figuras simbólicas y meros vestigios del pasado tienden más a considerar que son patrimonio universal de la Humanidad. En definitiva, en el primer caso se confiere preferencia a la tradición nacional, mientras que en el segundo se observa una tendencia preferente por lo venido de fuera y posibles nuevas experiencias. Semejante dicotomía, o equilibrio inestable de dos tendencias opuestas, presente con mayor o menor intensidad en muchos, si no en todos los pueblos del mundo, define también el grado de autoconciencia nacional, que puede darse en estado de "división" o unión. En la autoconciencia nacional pueden predominar bien preferencias centrípetas orientadas hacia lo nacional, bien preferencias centrífugas, orientadas a una unión "internacionalista" (marxistas) o cosmopolitas (mundialistas) con una cultura extranjera. Ambas tendencias son extraordinariamente peligrosas para la salud espiritual de un pueblo. Llevada a su extremo, la primera deriva en diferentes tipos de xenofobia, nacionalismo y fascismo. El segundo extremo entraña la pérdida de la identidad nacional y del "código" de la propia civilización, cuya conservación es de vital importancia para cada pueblo, ya que de lo contrario éste último puede llegar a sufrir un complejo de deficiencia nacional, que conduce inevitablemente a la desaparición de cualquier sociedad culturalmente irrepetible. Según K.Leontiev (1831-1891), el famoso filósofo ruso del siglo pasado, acérrimo enemigo del nacionalismo, la esencia de la cultura está integrada por una especie de "complejidad floreciente" en la fisionomía de cada pueblo o etnia y "no culto significa no original". Leontiev, partidario de la primera tendencia mencionada anteriormente, afirmaba que Rusia, al igual que otros pueblos, debe hacer todo lo
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Salvador de Madariaga, Ingleses, Franceses, Españoles, Madrid-Barcelona, 1931, pág. 66.
posible por conservar y acrecentar su propia originalidad en los ámbitos de lo espiritual, lo mental, el arte y las costumbres. En el caso de un pueblo con personalidad propia, la ausencia de voluntad genética en la salvación y el perfeccionamiento de la esencia propia se pone de manifiesto generalmente en la aparición de un amplio círculo de personalidades de la cultura y de numerosos ciudadanos que prefieren, antes que el patrimonio nacional, los valores de otras etnias, o la impersonalidad nacional total. No nos atrevemos a afirmar qué es mejor y qué peor. Sin embargo, desde tiempos remotos, especialmente desde la época de Pedro el Grande, existe en Rusia este desdoblamiento de la conciencia nacional, que en el siglo XIX adquiere la forma de escisión entre las capas sociales cultas entre los denominados "eslavófilos" y los "occidentalistas"; atenuada por el carácter "internacionalista" de la dictadura comunista esta escisión, bien que en otras formas, ha resurgido en la historia moderna de Rusia (compárese la ideología de Solzhenitsyn y la de Sájarov). Esta oposición entre "patriotas" y "admiradores de experiencias ajenas" no es característica, o sólo en grado mínimo, de gran parte de los pueblos europeos, especialmente los franceses, alemanes, ingleses y otros, que se han convertido en patrimonio de la Historia universal por sus logros culturales. Los franceses, en su inmensa mayoría, se conciben a sí mismos como franceses, los alemanes como alemanes y los ingleses como ingleses. No prestan demasiada atención a los demás pueblos y están convencidos de su propia autosuficiencia. No están dispuestos a imitar a nadie, aunque sí a aprender de todos. En su autoconciencia íntegra, unida e indivisible se conserva una gran fidelidad a las tradiciones y un irrepetible "espíritu" nacional. Ello se explica por la continua lucha que libran en defensa del espíritu nacional, lo compacto de su territorio nacional, la homogeneidad étnica y, no por último menos importante, la ausencia de catástrofes naturales en la historia del país. No habiendo sido víctimas de catástrofes naturales, pero sí habiendo sufrido y sobrevivido (además, casi al mismo tiempo) durante siglos la acción violenta de civilizaciones procedentes de fuera de Europa, Rusia y España, actualmente divididas en "subetnias" (término de L.Gumiliov) bastante claramente definidas, es decir, en Rusia los rusos, los ucranianos y los bielorrusos, etc. y en España en españoles, catalanes, vascos, etc., son un caso diferente del de otros grandes pueblos de Europa. Es de suponer que las autoconciencias nacionales de Rusia y España, significativas ambas y enormes comunidades históricas que absorbieron y absorben en la actualidad a otras etnias, están algo deslavazadas en la actualidad y no están suficientemente concentradas en su "rusismo" o su "hispanidad" y, a diferencia de las otras grandes naciones europeas, están aquejadas de cierto complejo de falta de autoafirmación espiritual. Como ya hemos dicho, en las ideas filosóficas y culturológicas de Rusia, esta circunstancia ha quedado reflejada (y hasta el presente) en la dicotomía entre "eslavófilos" y "occidentalistas". "Terrenistas" ("pochvenniki", en ruso) y los "europeístas". "Eurasiatistas" y "Europeos". En España se da también algo parecido cuando se enfrentan los partidarios de la "hispanidad" y del "europeismo", incluyendo también a francófilos, germanófilos y anglófilos, partidarios del "iberoamericanismo" y partidarios del patrimonio afro-magrebí. La "eslavofilia" en Rusia, en su desarrollo desde mediados del siglo pasado, ha tenido entre sus representantes a figuras tan notables como el paneslavista N.Danilevski (1822-1885) o el ya mencionado K.Leontiev. El "occidentalismo", a su vez, contaba entre sus filas con numerosos continuadores del positivismo de los "demócratas revolucionarios" (en algo que no es casual), a saber: V.Belinski (1811-1848) y N.Chernyshevski (1828-1889). En España esa dicotomía se revelaría algo más tarde, por una parte en las obras de Miguel de Unamuno (1864-1936) y Ramiro de Maeztu (1875-1936) y, por otra, en las de Eugenio d´Ors (18821954) y José Ortega y Gasset (1883-1955). En Rusia, la primera tendencia estuvo siempre ligada al conservadurismo y la religiosidad, y la segunda, al espíritu revolucionario y el
ateismo, en el sentido más amplio. No es casual, en este sentido, que Maeztu fuese fusilado por los republicanos a causa de sus convicciones nacionalistas y que Ortega llamase a España el país más anormal de Europa. Este punto, llevado al extremo, según Berdiáyev (con quien en este caso posiblemente diferimos) acaba con el "alma" nacional, la despoja de su fuerza vital: La idiosincrasia rusa - escribe en su libro "El destino de Rusia"- no puede ser ni eslavófila ni occidentalista, ya que estas dos fórmulas implican la inmadurez del pueblo ruso, su falta de formación para una presencia mundial, su inmadurez para desempeñar un papel mundial3.
En el presente trabajo, y dentro ya del plano de nuestras principales investigaciones sobre las afinidades culturales ruso-españolas nos gustaría, a grandes rasgos al menos, detenernos un poco en la historia de las relaciones mutuas en la coincidencia en la idea y contradicción (¡dicotomía!) de fondo de dos de los mayores filósofos españoles de renombre mundial: Unamuno y Ortega, que a los rusos nos recuerdan mucho nuestras propias discusiones en cultura. Sería por nuestra parte una simplificación identificar la "eslavofilia" y el "occidentalismo" rusos (o el eurasiatismo y el europeismo) con corrientes españolas de pensamiento próximas a aquellos por su contenido. Comparar frontalmente a Unamuno y Ortega sería lo mismo que comparar, como a menudo se hace en nuestro país, la eslavofilia de A.Jomiakov (1804-1860) y el occidentalismo de A. Herzen (1812-1870). Además, todos los pensadores que acabamos de nombrar vivieron en un tiempo histórico distinto. Aún así, esa dicotomía entre lo nacional-patriótico y lo universal se puede constatar con gran claridad tanto en la tradición cultural rusa como en la española. En lo que a Unamuno y Ortega respecta, resulta imposible no tener en cuenta varios factores objetivos que determinan su oposición. El primero fue representante, líder ideológico incluso, de la famosa "Generación del 98", herida en su sentimiento patriótico por la catástrofe de la derrota de España en la guerra hispano-estadounidense de fines del siglo XIX. Unamuno provenía, además, de su tan querido País Vasco, una de las regiones menos europeas del Reino de España. Ortega, si bien alumno de Unamuno, nació en Madrid, y pertenecía a otra generación, bastante más pragmática, menos religiosa y más abierta a la influencia exterior, a la europea, sobre todo. En términos más simplificados, Unamuno se quedó en el siglo XIX, mientras que Ortega representa ya el siglo XX. "Me duele España", decía Unamuno, que soñaba con el renacimiento de su país sobre la base del "quijotismo": una espiritualizada caballerosidad desinteresada, en la que la "locura" convive con una grandísima sabiduría. Algo semejante ocurre en Rusia con los devotos de la "Santa Rusia" y su principal figura simbólica, Serguii de Radonezh, amén de multitud de "santos", "beatos" y aquellos "locos en Dios" que recorrían el país en busca de la verdad. Ello no significa, claro está, que Unamuno y nuestros "terrenistas" (pochvenniki), cuya máxima figura es Dostoyevski, negasen los valores espirituales de otros pueblos. Consideraban, sencillamente, que cada pueblo debe respetar y preservar su irrepetibilidad genética secular. Unamuno y los fundamentalistas religiosos y culturales rusos idealizaban la Edad Media, mientras que Ortega era escéptico con la idea de la "Hispanidad" y criticaba, en sus "Ensayos sobre España" la Edad Media, atribuyendo al pasado las "raíces" de los desastres nacionales, partiendo de la idea de que España "no tuvo lugar como una nación moderna" y considerando que los españoles son un pueblo fantasmagórico al margen del poderoso, mareante y explosivo presente. 3
Berdiáyev, N. El destino de Rusia (en ruso). Moscú, 1918, pág.23.
A pesar de su gran atracción por la filosofía clásica alemana y el neokantismo (estudió entre 1906 y 1907 en las mejores universidades de Alemania), Ortega, en sus años jóvenes e incluso en los más maduros, consideró siempre a Unamuno como su maestro. Ambos experimentaron un mutuo, si bien agitado, interés, que en los últimos años de la vida de Ortega se convirtió en una escasamente disimulada oposición a su maestro. Ya en 1907, en una de sus invectivas desde Marburgo contra el Unamuno paladín de la Hispanidad, Ortega exclamaba: ¡Españoles! ¿Para qué hablar de ellos? Ahora y siempre han sido una nación secundaria, el traspatio de la Humanidad.
Esta dolorosa sentencia nos recuerda las palabras de nuestro primer "occidentalista", Piotr Chaadayev (1794-1856), al que incluso llegó a criticar el gran Pushkin : "Los rusos estamos solos en el mundo, ni le hemos dado nada ni nada hemos recibido de él. No hemos aportado al pensamiento universal ni una sola idea, no hemos contribuido en nada al avance del raciocinio humano, y todo lo que nos ha llegado de éste último lo hemos tergiversado"4
Es también muy significativo que en el terreno de la Hispanidad Ortega discrepase con Ramiro de Maeztu, al cual le unía una fraternal amistad. Lo dicho hasta ahora no significa que Unamuno fuese un nacionalista "aislacionista" y enemigo de toda influencia extranjera, incluida la europea, en la cultura española. A menudo se olvida el hecho de que el siglo XX ha sido uno de los mayores conductores y propagadores del europeismo en España, haciendo mucho para que este país se convierta de nuevo en una de las principales culturas europeas, un rango que se perdió con el imperio colonial y el distanciamiento espiritual de la "Madre Patria" con relación a los numerosos pueblos hispanoamericanos. Pero concedamos de nuevo la palabra al filósofo: Fue grande el alma castellana cuando se abrió a los cuatro vientos y se derramó por el mundo; luego cerró sus valores y aún no hemos despertado. Mientras fue casta fecunda, no se conoció como tal en sus diferencias; su ruina empezó el día en que gritando "mi yo, que me arrancan mi yo", se quiso encerrar en sí. ¿Está todo moribundo? No, el porvenir de la sociedad española espera dentro de nuestra sociedad histórica, en la intra-historia, en el pueblo desconocido, y no surgirá potente hasta que le despierten vientos o ventarrones del ambiente europeo… España está por descubrir, y sólo la descubrirán españoles europeizados…Tenemos que europeizarnos y chapuzarnos en pueblo…Fe, fe en la espontaneidad propia, fe en que siempre seremos nosotros y venga la inundación de fuera, la ducha5.
Simplificando esta idea de Ortega, puede decirse lo siguiente: sí, ningún pueblo debe desarrollarse en el aislamiento total, no tomar buena cuenta de la experiencia y las "búsquedas" culturales de los países que lo rodean. Sin embargo, sólo podrá conservarse como tal defendiendo su originalidad, su "código" genético arraigado en lo más profundo del 4 5
Chaadayev, P. Obras completas y cartas escogidas (en ruso), Moscú, 1991, pág.330. Cita de Julián Marías, Ortega. Circunstancia y vocación. Madrid, 1960, págs.152 y 153.
terreno nacional: en su irrepetible mitología, en la epopeya y el folklore, que reflejan determinado arquetipo. Es algo que comprendieron perfectamente los eslavófilos rusos, que también se basaban en la filosofía clásica alemana y no eran "antieuropeístas", si bien consideraban que el carácter de toda cultura nacional debe depender de dos factores constantes: las peculiaridades psicológicas del pueblo (la tierra) y las ideas religiosas (las semillas) según Jomiakov. En nuestros días esta misma idea la ha expresado el académico Lijachov, patriarca de la culturología rusa (nacido en 1906): Los verdaderos valores de la cultura se desarrollan sólo en contacto con otras culturas, abonan una tierra culturalmente rica y toman buena nota de las experiencias vecinas. ¿Acaso puede germinar un grano de trigo en un vaso de agua destilada? Sí puede, pero sólo tenga fuerzas el propio grano de trigo, ya que después su crecimiento decae rápidamente. De ello se sigue que cuanto más dependiente sea una cultura más independiente será6.
Pero volvamos a las relaciones entre Unamuno y Ortega. Con el tiempo, sus posturas ideológicas se irán distanciando cada vez más, alcanzando un punto crítico en 1909 cuando Unamuno, en contraposición al exaltado europeismo de Ortega (recién regresado de Marburgo) y profundizando aún más en el pasado lejano de España, comenzó a hacer hincapié no sólo en su Hispanidad, sino incluso en su "africanismo", estimando con justicia (o sin ella) que el patrimonio árabe en la cultura española no es menor ni menos importante que la aportación europea en el genotipo castellano. Al europeo moderno Unamuno contrapone los más de siete siglos del enriquecimiento árabe de la ciencia y el arte españoles. Al otrora maestro de Ortega le molesta el europeismo de éste, la orientación generalizada del "gran público" hacia Europa, un cierto desprecio por el pasado nacional, la causa directa o indirecta de la futura obra filosófica y culturológica de tanto maestro como discípulo, luego "legislador del gusto" en España. Como confesándose ante los españoles, Unamuno escribe: Vuelvo a mí mismo al cabo de los años después de haber peregrinado por diversos campos de la moderna cultura europea y me pregunto a solas con mi conciencia: ¿Soy europeo? ¿Soy moderno? Y mi conciencia me responde: no, no eres europeo, ese que se llama ser europeo; no, no eres moderno, eso que se llama ser moderno7.
Que Unamuno se refiera al antiguo patrimonio cultural africano (árabe) cuando Ortega había negado rotundamente su vigencia, es algo que tiene una analogía directa en la historia de la cultura rusa. Ya hemos hablado antes de una tendencia tan importante dentro de nuestro pensamiento como el eurasiatismo, al que hemos comparado con el iberoamericanismo. Sin embargo, existen aún más puntos de contacto entre el "eurasiatismo" y los puntos de vista de Unamuno en cuanto al papel de las raíces árabes en la cultura española contemporánea. En Rusia, más exactamente en el exilio que siguió a la revolución, en los años 20, los eurasiatistas propagaron ideas semejantes relativas al patrimonio tártaro-mongol de tres siglos de duración en la cultura rusa. Era un grupo de destacados investigadores en diferentes ámbitos de las ciencias humanas (Filología, Historia, Geografía, Teología, Crítica del Arte, etc.), muchos de los cuales pertenecían a la alta nobleza rusa y la élite cultural de Rusia, al igual que en el caso de los miembros de la Generación del 98 española, que tropezó con la indiferencia de Europa, se sintieron incomprendidos y sufrieron con gran dolor la pérdida de aquella Gran Patria que habían conocido. 6 7
Dmitri Lijachov, Reflexiones (en ruso), Moscú, 1991, pág.238. Julián Marías, op.cit., pág.154.
Al frente de los eurasiatistas figura el Gran Duque Nikolái Trubetskói (18901938), destacado pensador y portador de uno de los apellidos de más rancio abolengo y conocidos de la historia rusa. Sus puntos de vista y los de sus seguidores pueden resumirse de la siguiente manera. Rusia no es tanto la Rusia de Kiev y Moscú. Rusia es un país continente: Eurasia, que en un momento histórico, al igual que Aragón y Castilla, absorbió y asimiló como una "unidad sinfónica" muchas etnias y culturas de los más distintos rincones del planeta. Para los españoles, los contactos más fecundos fueron los que se produjeron entre principios del siglo VIII, su conquista por los árabes, que dejaron un inestimable patrimonio cultura, en el Sur especialmente, y, más tarde, la conquista transatlántica, que creo el fenómeno de la rica y única cultura "hispanoamericana". Esta última regaló a Europa y al mundo al peruano Garcilaso de la Vega, cuya sangre unía el patrimonio cultural español e indígena; Juana Inés de la Cruz, gran difusora del criollismo, patrimonio común de España y América; el nicaragüense Rubén Darío, que luchó, junto con la Generación del 98, en defensa de la unidad cultural hispanoamericana; y, hoy en día, el colombiano Gabriel García Márquez, que ya no es sólo patrimonio de Colombia, sino de todo el mundo hispanohablante. Si en la formación de la irrepetible cultura española desempeñaron un papel primordial, sin que supusiese una pérdida de identidad de aquélla, el mundo árabe primero y después el de los pueblos indígenas americanos, en Rusia tuvo ese papel, igualmente decisivo (y siempre según las controvertidas teorías de los eurasiatistas) la aportación de la invasión tártaro-mongola y, posteriormente, la expansión rusa hacia Siberia y Asia, además de su entrada en tierras americanas, en las que, como hemos dicho anteriormente, Rusia entró en contacto directo con la cultura hispanoamericana. Sea como fuere, Trubetskói y Unamuno están unidos, de una u otra forma, por cinco ideas fundamentales, que no estaban nada claras para Ortega: a) La negación absoluta del "eurocentrismo" y, en general, de toda actitud arrogante con relación a otras etnias. b) La fidelidad a la propia tradición nacional. c) La atención por el factor religioso dentro de la génesis cultural. d) La atención especial a las raíces y no a las ramas y el tallo del árbol cultural de la Humanidad. e) La negación absoluta del enfoque "científico", racionalista y pragmático del fenómeno cultural. Este último método, más propio del siglo XX que del XIX, toma buena nota tanto del "raciovitalismo" elaborado por Ortega como de las opiniones de éste relativas al arte contemporáneo, apátrida para Ortega y muy discutido por muchos. Por "raciovitalismo" Ortega entendía, expuesto en grandes rasgos, una especie de equilibrio entre "materialismo" e "idealismo", entre conocimiento y fe, entre el "cuerpo" y el "alma" de la cultura. El filósofo madrileño dijo asimismo que: La vida debe ser cultural, pero también la cultura debe ser vital. Se trata, pues, de dos instancias que se regulan y se dirigen mutuamente. Cualquier contrapeso a favor de alguna de ellas conduce inevitablemente a la degeneración. Si no es cultural, la vida es una barbarie; si no es vital, la cultura es un bizantinismo8.
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Veáse Ortega y Gasset, J., ¿Qué es la filosofía? (traducción al ruso), Moscú, 1991, pág.22. El filósofo ofrece una curiosa acepción del término bizantinismo, un fenómeno que tradicionalmente se suele reprochar a Rusia.
De esta cita se deduce que Ortega, por una parte, y a diferencia de Unamuno y los filósofos religiosos rusos en los que se fundamentan los "eurasiatistas", no se dejó fascinar por las tradiciones del pasado y, por otra, se dejó embrujar, en gran medida, por el presente, que suscitaba grandes temores entre los partidarios de la cultura clásica. Ni Unamuno ni los pensadores más patrióticos y conservadores rusos, entre los que figuraba el Gran Duque Nikolái Trubetskói, podían aceptar bajo concepto alguno la frase de Ortega que decía que España era el país más anormal de Europa. Al menos, para la mentalidad rusa, España es un país mucho más normal que, por ejemplo, Inglaterra. Y no estaba falto de razón Unamuno cuando exclamaba: ¿Por qué? Me pregunté; ¿Cómo se hace así tan arbitrariamente y caprichosamente, tan sin prueba alguna, tan infilosóficamente, tan españolamente, esta afirmación categórica? ¿Cuál es la medida de la anormalidad? ¿Cuál es la norma? ¿La posee el señor Ortega y Gasset? ¿La ve a simple y desnuda vista? ¿La ve a través de unos lentes comprados fuera de España y sin haber graduado la vista, ni haber graduado las lentes?
Existe también una relación directa con el problema de las afinidades históricas y culturales hispano-rusas, visto a través del prisma de las relaciones entre Unamuno y Ortega, el modo en que estos dos pensadores opinaron sobre nuestro país y su cultura. Reproducimos a continuación algunas de sus valoraciones. La diferencia fundamental en el tono y el contenido de esas valoraciones radica en que la vida nacional ideal de un pueblo debe sustentarse, según Unamuno, en el tradicional "sentido común", la religiosidad, la justicia, la paciencia y la bondad y no en las "matemáticas". Para Ortega, en cambio, la fuerza vital de la nación debe ser la ciencia positiva, sin influencias de lo "arcaico", libre de las antiguas supersticiones, debe estar basada, además, en el raciovitalismo de los países europeos más desarrollados y la negación de los "mitos" del pasado y la crítica consecuente del "país de los padres" para crear la "patria de los hijos". Ortega era dado a considerar al pueblo "vulgar", portador de esos mitos, materia histórica estancada, un "componente de segundo orden de la existencia". Por eso, recurriendo a la terminología rusa, se podría calificar a Unamuno de "pochvennik", y a Ortega de "occidentalista" o "liberal-demócrata". A pesar de que éste último profesaba una gran estima por Dostoyevski y Tolstói: aunque no le gustaban como pensadores sociales, los consideraba escritores geniales. Por contra, nuestro occidentalista Turgueniev suscitaba en él simpatías por haber defendido enérgicamente en su novela "Humo" la idea de la educación y el conocimiento al estilo europeo. Solzhenitsyn también es escéptico en relación con la ciencia y el saber general, superficial y a veces peligroso para el hombre. Este mismo problema lo planteó el conde León Tolstói, en unas líneas en las que parece polemizar con Ortega: La ciencia de nuestro tiempo, si bien realiza avances importantes y tangibles en sus respectivos campos de investigación, siendo ello sumamente útil para el mundo material, en la vida de las personas, empero, no sólo no sirve para nada, sino que conlleva las peores consecuencias…No le temas al conocimiento como tal, pero sí cúidate del conocimiento superfluo, en particular de aquel que fomenta el lucro o la vanagloria…Es mejor saber menos de lo que se puede que saber más de lo que se necesita. El conocimiento hace que las personas se sientan satisfechas, seguras de sí mismas y, a causa de ello mismo, más necias de lo que serían si no supiesen nada9. 9
Tolstói, L., El camino de la vida (en ruso), Moscú, 1993, págs.249,255.
Tales eran las valoraciones del Tolstói tardío, que sería modelo espiritual de Unamuno. En una carta que Ortega escribió a éste último desde Marburgo (1906), arremete contra el pensador criticando su obra "Confesión" y acusándolo de antioccidentalista. Muy al contrario de Tolstói, Ortega consideraba que la existencia de una amplia capa social culta debía ser prácticamente el criterio fundamental a la hora de valorar a uno u otro pueblo y, dentro del europeismo, efectúa una valoración bastante subjetiva de los rusos y, en general, de los eslavos, tratándolos en los siguientes términos: …un potente cuerpo popular gobernado por una pequeña cabeza de niño que tiembla. Se sobreentiende que una pequeña minoría ha ejercido una influencia positiva sobre la vida de los rusos, pero era tan pequeña que no pudo controlar el indómito plasma popular. De aquí lo amorfo, la indeterminación y el arraigado primitivismo de la gente rusa10.
Unamuno, que tenía mucha más simpatía que Ortega por Rusia y su espíritu nacional, afirma en su ensayo "La vida es sueño. Reflexiones sobre el renacimiento de España" (1898) que todo pueblo tiene razón al preferir el "primitivismo" antes que el progreso, ya que éste último no ayuda al hombre a "morir más tranquilo y satisfecho de su vida". Y exclamaba: ¡Déjenlo dormir su oscuro, largo y plácido sueño, el sueño de su buena y cotidiana vida!. ¡No lo sacrifiquen en pos del progreso, por Dios, no lo sacrifiquen en pos del progreso!.
Unamuno, al igual que Tolstói, rechazaba la idea de que la norma del pueblo deban ser los avances técnicos y científicos y se interesó mucho por la forma de vida rusa. A finales de siglo escribió a su amigo, también escritor y correligionario de la Generación del 98, Ángel Ganivet, que a la sazón desempeñaba las funciones de cónsul de España en Riga, para decirle que se alegraba de que hubiese empezado a estudiar ruso, pues España estaba necesitada de un pensador serio que pudiese establecer contacto directo con los rusos, pudiendo así ser de gran ayuda el que informase de sus impresiones personales sobre la vida literaria, cultural y, en general, espiritual de los rusos. Se despedía, por último, diciendo que no sólo sería cónsul español, sino Embajador de la cultura rusa. Hablando de la oposición entre el espíritu de la "Hispanidad" y el "europeismo" representados en España respectivamente por Unamuno y Ortega, hay que decir que ésta no reviste un carácter tan agudo como la existente entre "eslavófilos" y "occidentalistas" y, más tarde entre "partidarios de la Idea Rusa" y "eurasiatistas". Dicho en otras palabras: la autoconciencia nacional española nos parece más estructurada y menos dividida que la rusa. Y, en este sentido, España es indiscutiblemente un país mucho más europeo que Rusia y ello queda muy bien reflejado en la política. Otro ejemplo evidente de ello es la casi total ausencia de esa dicotomía que hoy hemos tratado en la España actual, tras la transición democrática (sin derramamiento de sangre) desde una dictadura militar a una monarquía constitucional, que consiguió hacer las paces, una vez ya muertos, de dos grandes pensadores españoles, uno tradicionalista y patriota, Don Miguel de Unamuno, y otro partidario de la renovación nacional, Don José Ortega y Gasset que osó incluso poner entre signos de interrogación la palabra "España".
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Véase Ortega y Gasset, Ensayos sobre España (traducción al ruso), Moscú- Kiev, 1994, pág.282.