UNIDAD 10: LAS DEMOCRACIAS Y EL ASCENSO DE LOS TOTALITARISMOS ( )

UNIDAD 10: LAS DEMOCRACIAS Y EL ASCENSO DE LOS TOTALITARISMOS (1919-1939) Los cambios económicos y sociales que hemos visto producirse en el final del

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TEMA 9: LAS DEMOCRACIAS Y LOS TOTALITARISMOS ( )
TEMA 9: LAS DEMOCRACIAS Y LOS TOTALITARISMOS (1918-1939). I. Introducción: periodo de entreguerras 1.1. 1.2. II. Consecuencias en Europa de la 1ª G

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TEMA 10 FASCISMOS Y DEMOCRACIAS
TEMA 10 – FASCISMOS Y DEMOCRACIAS 1. LOS FASCISMOS Y SU CONTEXTO 1.1 Las derechas autoritarias - A principios del siglo XX Europa vivía: · guerra · r

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UNIDAD 10: LAS DEMOCRACIAS Y EL ASCENSO DE LOS TOTALITARISMOS (1919-1939) Los cambios económicos y sociales que hemos visto producirse en el final del siglo XIX y que hemos estudiado en la Unidad 6 supusieron una profunda transformación en las formas de relación social y en la cultura. Estos cambios debidos fundamentalmente a la aparición de determinados desarrollos técnicos, que en conjunto llamaremos “aparición de la sociedad de masas”, no fueron más que impulsados por la Primera Guerra Mundial y tendrán como es natural implicaciones políticas. La tendencia que también hemos visto hacia la ampliación del voto y de la participación política desemboca en la democracia. Pero el nacimiento de la democracia no fue algo que se produjera de manera fácil ni sin conflictos; el régimen comunista de la URSS no fue sino el primero de los varios regímenes totalitarios que se extenderían por todo el continente. LA SOCIEDAD DE MASAS Los distintos autores, desde Le Bon en 1895, que analizaron la sociedad de principios del siglo XX, destacaron la pérdida del papel director de las élites, grupos cultivados que eran objeto de imitación por parte de las mayorías, y, a cambio, la homogeneización social: movilidad y pérdida de nitidez en la separación de los estratos. Este fenómeno que conocemos como rebelión de las masas –por utilizar el título de un libro de Ortega y Gasset de 1930– fue resultado de la acción de las fuerzas económicas que ya hemos estudiado: producción a gran escala y abaratamiento de los productos industriales por lo que se buscan mercados cada vez mayores, también para los servicios y no solo para los objetos. Se ofrece la cantidad, con frecuencia en detrimento de la calidad; para algunos críticos, los kleenex, puestos a la venta por primera vez en 1924, serán el símbolo irónico de nuestra era. La separación, más o menos deliberada, del arte de vanguardia de los intereses del público, en respuesta al elitismo imperante, dejó el terreno libre para la creación de una cultura de masas que sólo parcialmente va a establecer relaciones con el arte de vanguardia (cuando lo haga, ambos campos se van a beneficiar mutuamente) y que paulatinamente se fue convirtiendo en el arte hegemónico. Las pautas de comportamiento social tendieron entonces a hacerse similares las de unos grupos sociales y otros y dictadas por los intereses del mercado: se impondrán comportamientos nuevos como el acudir de compras para pasear la familia o como el regalar por navidad. En general las realizaciones del arte de masas en este período todavía se circunscriben al ámbito nacional, si bien comienza a haber quienes superen las fronteras: en primer lugar, las películas y las estrellas de Hollywood, pero también la literatura de Agatha Christie o el Sherlock Holmes de Conan Doyle. El trabajo asalariado de las mujeres urbanas, la mayor duración de la vida escolar y la alfabetización, la mayor venta de periódicos, la difusión de la radio con lo que ello significa de formación de opinión y de difusión de anuncios publicitarios, la venta a plazos y por correo, la mayor movilidad geográfica por el abaratamiento de los transportes, el abaratamiento también de los espectáculos públicos, el crecimiento de las ciudades y las emigraciones… todo ello contribuyó a unificar las pautas de consumo y los usos de comportamiento social. Los grandes almacenes, que ya vimos aparecer en el

siglo XIX, se desarrollan en el período de entreguerras con la cadena norteamericana Woolworth que inventa el precio único y el empaquetado igual para todos sus productos; Las bolsas con el atractivo anagrama de la cadena comercial no conocen ciudades, ni estados, ni clases sociales. Como resultado de este proceso de unificación, también las opiniones y las ideas en adelante se ajustarán a unos pocos sistemas (la polarización de los esquemas de pensamiento tiene su reflejo en la tendencia al bipartidismo en las principales democracias). La democracia acabada es efecto de la misma emergencia de las masas. En los años treinta nacerán los actuales sistemas de partido político; anteriormente eran más parecido a clubes privados. Con los movimientos socialistas comienza a valorarse la idea de una democracia en la que los partidos políticos también funcionen de manera democrática, pero será en la Ley de la corona, en Gran Bretaña en 1937, y en la constitución de la república de Weimar cuando se establezca oficialmente el papel del partido en el gobierno y la figura del jefe de la oposición, y cuando los partidos tiendan a convertirse en maquinarias propagandísticas para la captación de votos. NACE UN NUEVO ARTE: EL CINE La fotografía había nacido en 1826, cuando Nicéphore Niepce fue capaz de fijar las imágenes de la cámara oscura –conocida desde hacía siglos– utilizando como capa sensible betún de Judea. Su colaborador Louis Jacques Daguerre perfeccionó el invento sustituyendo el betún por yoduro de plata con lo que generaba unas imágenes llamadas daguerrotipos, que son ya auténticas fotografías. La fotografía perteneció casi de lleno al ambiente cultural que hemos caracterizado por el positivismo-realismo. Claro que hubo fotógrafos que, trabajando con la iluminación y con filtros, hicieron auténticas obras de arte (fotografía pictorialista) pero, en general, la fotografía se presentaba como un alegato; superaba a la pintura porque mejoraba la capacidad de captación de la verdad (ciertamente hay terrenos en los que la fotografía desplazó a la pintura –o al dibujo– y en los que esta no ha recuperado el sitio; como en el retrato o en el periodismo). Años más tarde, el día de los Santos Inocentes de 1895, en París, dos hermanos, Louis y Auguste Lumière presentaron ante el público su reciente invento: el cinematógrafo. Al contrario que con la fotografía, el cine mostró desde el principio sus posibilidades para ofrecer ficción. Entre las diez películas cortas que ofrecieron los hermanos Lumière ese día, destacó la llegada de un tren a la estación. Aquella escena provocó el estupor y el pánico: la gente creyó que el tren salía de la pared y que les iba a atropellar. Al día siguiente la voz corrió por todo París y la gente se agolpaba: hay un loco que dice que sale un tren de la pared y embiste a la gente. La sensación atravesó rápidamente fronteras: así lo cuenta el novelista ruso Máximo Gorki en 1896: Después, ha cogido su creación grotesca y la ha plantado en una sala de restaurante con las luces apagadas. Hay unos chasquidos, y todo desaparece de pronto. Surge un tren que, como una flecha, se lanza directamente sobre el espectador. ¡Cuidado! Abalanzándose en la oscuridad, se dispone a transformarle a uno en un saco de piel mutilada, lleno de picadillo humano y huesos rotos, y teme uno que destruya esta sala, esta casa donde abundan el vicio, las mujeres y la música,

donde el vino corre a raudales, y no deje tras de sí más que ruinas y polvo. Pero, en realidad, no es más que un tren fantasma. Es interesante que Gorki advierte: Estoy a punto de verme tratado de loco o de simbolista, y me veo obligado a explicarme. Inmediatamente, el cine comenzó a buscar su camino: a los pioneros Méliès, que creó los primeros efectos especiales, y Sennet, las películas cómicas (cuyo principal representante fue Charlot), sucedió David Wark Griffith, el creador del lenguaje cinematográfico. Posteriormente otros desarrollaron algunos de los rasgos que este apuntó: el lituano Eisenstein, el montaje; los expresionistas alemanes –Friz Lang, Murnau– los decorados pintados y las sombras. El cine sonoro llegó con El cantor de jazz de 1927 (en realidad la primera película que utilizó banda sonora fue Luces de Nueva York, del año siguiente). Por último, John Ford, el discípulo aventajado de Griffith, creó el cine moderno; prácticamente dejó ya completo el código artístico. Después sólo faltaba inventar el color y las técnicas digitales. Simultáneamente a la configuración del lenguaje en el terreno artístico se iba desarrollando la otra faceta del cine: la comercial. Pese al escepticismo de los hermanos Lumière, su nuevo invento sí tenía salida comercial y, en seguida, comenzaron a crecer las industrias encargadas de producir películas –productoras– y luego de distribuirlas a todo el mundo. Resultó que el lenguaje del cine era absolutamente universal y las primeras productoras –que se instalaron en California, en Hollywood, huyendo de Nueva York por una cuestión de patentes– comenzaron a vender sueños a todo el mundo. Detrás vendrían el star system con toda su parafernalia de glamour, lujo… y escándalos. Los actores y actrices de Hollywood fueron, seguramente, los primeros personajes de la historia conocidos en todo el mundo. Nuestro moderno concepto de arte es el de creación individual, frente a esto, las películas son creaciones colectivas, auténticas obras sociales por eso, el historiador del arte Erwin Panofsky, comparó el cine con las catedrales góticas. También se parece a las catedrales góticas porque es el único arte en el que la vanguardia –la punta de creatividad– es capaz de conmover a grandes grupos; frente a la moderna –y mutua– incomprensión entre arte y público. Por ello son muchos los que no han dudado al calificar el cine como el arte del siglo XX.

EL DESCUBRIMIENTO DEL ÁMBITO PRIVADO Hasta ahora hemos explorado el significado e importancia de la irrupción de las personas corrientes en la vida pública: las tendencias políticas y la intromisión del estado en aspectos que antes eran exclusivos del ámbito familiar: el ejemplo más obvio es la previsión de las enfermedades o de la vejez que pasa a ser asunto público, pero se pueden poner otros, como la escolaridad obligatoria o los subsidios para la adquisición de viviendas. Pero hay una tendencia contraria que consiste en que el espacio público y el espacio privado están cada vez más separados y cada vez la intimidad ocupa mayor tiempo en la vida del europeo corriente. Se suele señalar como uno de los aspectos que más diferencian nuestro estilo de vida de la vida en el antiguo régimen es esta separación; mientras que en la comunidad rural tradicional o en el trabajo artesanal de los gremios, la actividad productiva y la

actividad de la casa no se diferencian; en la sociedad moderna, el trabajo se realiza fuera y las horas de descanso son claramente distinguibles de las productivas. Se cuenta que cuando sufría los reproches de un compañero diputado por haber celebrado solemnemente la comunión de su hija, Jaurès, un importante político socialista, contestó: Querido colega, no me cabe duda de que usted manda en su mujer, yo no. Incluso, por el trabajo infantil y por la multitud de horas de trabajo diarias, la misma familia era una realidad casi exclusivamente burguesa. La paulatina conquista de horarios laborales más cortos y de días de descanso, hace que la existencia de lo privado se extienda a las clases populares y genera una demanda de servicios que son nuevos y que contribuyen a la mencionada terciarización de la sociedad. El ocio En la medida de los posible las clases bajas intentaron imitar los comportamientos de las clases medias y estas los comportamientos de las clases altas pero, por supuesto, la disponibilidad económica impone unas diferencias más o menos importantes: La ópera no es lo mismo que la zarzuela y la zarzuela no es lo mismo que el café cantante. Pero incluso estos compartimentos se fueron haciendo cada vez menos estancos: el cine comienza a tener estrellas, verdaderos ídolos de masas, Mary Pickford la primera, luego vinieron otros como Charlot; ciertos espectáculos deportivos a través de la radio rebasan los límites de clase: el boxeador Jack Dempsey reúne en 1921 a 80.000 personas en un estadio en New Jersey. Tal vez se pueda señalar como ejemplo más interesante, en este sentido, la moda que cundió entre los ricos rebeldes de EE UU de acudir a los espectáculos de negros; el Cotton Club, fundado en 1926, donde tocó Duke Ellington, la trompeta de Louis Armstong o la música de George Gershwin creador del sonido que aún hoy identificamos con Norteamérica, son los símbolos de un arte que no distingue naciones ni grupos de clase. Que lo privado tenga mayor importancia, no solo tuvo consecuencias en el aspecto de las ocupaciones durante el tiempo dedicado al ocio sino también en los espacios dedicados al esparcimiento. Le Corbusier puso énfasis, en su idea de distribución funcional de la ciudad, en la necesidad de lugares para el esparcimiento. Y si la ciudad cambió para dar respuesta a la necesidad de ocio, mucho más cambió la casa. Se impuso como consideración principal la necesidad de confort. El deporte El deporte es un fenómeno característico y destacado de las modernas sociedades de masas. El juego es consustancial con el ser humano y tiene que ver con el afán por competir, que es universal no solo entre los humanos sino entre otras especies animales, pero lo que actualmente entendemos por deporte (sport) implica la existencia de un club, de unas reglas fijas, unos espectadores, instalaciones y, normalmente, de dinero. Como tal el deporte es un invento de la clase alta británica del siglo XIX a partir de la codificación de viejos juegos: de esta manera nacen el cricket, el golf, el tennis, reglamentado en 1874 con el nombre de sphairistike. En el seno de las universidades los jóvenes gentlemen compiten en rapidez, astucia, velocidad o fuerza y con cualquier motivo colegios se enfrentan a otros colegios o universidades a otras universidades: desde 1836 las selecciones de remeros de las universidades de Oxford y de Cambridge compiten todos los años en una carrera en aguas del Támesis. Por aquellos años comienzan

también ambas universidades a formar clubs atléticos y a retarse en distintas competiciones. En 1892 el barón Pierre de Coubertin, tesorero de la Unión francesa de asociaciones atléticas, llevado por una especie de entusiasmo romántico, lanzó la idea de adaptar a la cultura moderna las antiguas olimpiadas. La unión se puso entonces en contacto con otras asociaciones similares de otros países de tal modo que en 1896 se celebraron las primeras olimpiadas de la era moderna en Atenas. El olimpismo se ha apoyado desde el principio en dos premisas: el amateurismo y el apoliticismo. Coubertin no quería que las olimpiadas fueran espectáculos circenses sino que aspiraba a un noble enfrentamiento entre caballeros; sin embargo pronto se fue infiltrando el profesionalismo de formas más o menos enmascaradas. Tampoco el apoliticismo se logró: el empleo de banderas demostró bien pronto que el deporte era susceptible de ser útil con fines nacionalistas. Ninguna olimpiada ha estado libre de injerencias políticas: de ser utilizada como factor de cohesión interior y, con frecuencia, de su utilización para la rivalidad con el exterior. Un sociólogo finlandés, llamado Steppänen, ha afirmado: el movimiento olímpico simboliza la lucha entre los ideales del hombre y la realidad en que vive. Desde el siglo XVI, en los colegios británicos solía haber un campo de hierba donde los jóvenes practicaban un juego brutal, el hurling on goales. Como cada escuela jugaba con unas reglas diferentes, se intentaron unificar y en 1846, en Rugby se redactó un código de 37 puntos para el juego en esta escuela; poco más tarde, en Charterhouse, se redactó otro reglamento, el del dribbling (fútbol). Las distintas escuelas se reunieron para llegar a un acuerdo y redactar unas normas comunes, pero este acuerdo no sería posible y en 1871 se produjo la escisión. Poco a poco ambos juegos se van popularizando y a ambos va llegando el profesionalismo, mientras que el rugby se mantuvo reticente, el fútbol lo admitió plenamente en 1885; este paso fue crucial para convertirlo en el deporte de masas por excelencia. Rápidamente será llevado a toda Europa y a América del Sur por los empleados de las empresas británicas diseminadas por todo el mundo: la primera asociación francesa de fútbol fue fundada en 1891. Como hemos visto, en la primera mitad del siglo XX el deporte fue, principalmente, una distracción de clases medias–altas y altas. El deporte popular en Europa occidental, por excelencia, fue el ciclismo. El desarrollo de las bicicletas como medio de transporte barato y accesible a los obreros que vivían lejos de sus lugares de trabajo, hizo que por todos lugares proliferasen carreras a todos los niveles, tanto de aficionados como de profesionales; desde finales del siglo XIX se construyeron cantidad de velódromos y se comenzaron a realizar carreras de largas distancias (sin etapas, los ciclistas optaban por descansar o dormir según sus fuerzas y la estrategia). Surgieron revistas especializadas y fue una de ellas, L´Auto, la que en 1903 organizó la primera vuelta a Francia, Tour, en seis etapas, como estrategia para tener en suspenso al lector. Otro foco de creación de deportes fue EE UU, sobre todo gracias a la Y.M.C.A. (Young men christian association), una organización cuyo objetivo era salvar muchachos descarriados, que había nacido en Inglaterra pero que arraigó en Norteamérica. El director de uno de estos colegios, el de Springfields, animó a la práctica del deporte pues, los juegos de la adolescencia tienen carácter social y exigen las virtudes paganas de valor, resistencia, control de sí mismo, bravura, lealtad, entusiasmo. Fue en esta escuela en la que el profesor Naismith abandonó el estudio de la teología y donde creó, para evitar el aburrimiento en los días lluviosos, el baloncesto. Hacia los años 30 los

educadores de los colegios e institutos norteamericanos dejaron de responsabilizarse de la organización de campeonatos, asustados por el exceso de competitividad que iban adquiriendo; el efecto de esta tendencia fue contraproducente, pues el deporte infantil y juvenil quedó en manos de grupos de barrio, voluntarios, normalmente los padres de los propios niños que hubieron de buscar nuevas maneras de financiación, especialmente publicidad y de resultas se produjo una mayor competitividad y una semiprofesionalización a edades muy tempranas. CAMBIO EN EL CONCEPTO DE HOMBRE: FREUD Y EL PSICOANÁLISIS De alguna manera siempre se había intuido que detrás de la apariencia del hombre, se esconde una realidad compleja y mal conocida. Enlaza esta idea con tiempos muy remotos: desde el postulado délfico, conócete a ti mismo al, vence al enemigo interior de las tendencias puritanas de cualquier religión. En el final del siglo XIX y primera mitad del XX la literatura exploró, exhaustivamente y, a veces, agónicamente, esa realidad. La plasmación más clara se dio en el genial relato terrorífico de Stevenson Dr. Jekill y Mr. Hyde, publicado en 1886. La literatura fantástica, al permitir al artista salir del mundo de lo cotidiano, siempre había permitido mayor libertad a la creatividad; pero esta novela conmocionó a la sociedad victoriana porque no daba, en ningún momento, la sensación de haber escapado a ningún País de las maravillas sino de haber permanecido siempre en el mundo reconocible. Quien dio formulación científica a esa presencia de alguien dentro de nosotros y nos convenció de que la intuición de los poetas tenía fundamento, de que existe esa otra realidad, fue Sigmund Freud. Freud era un modesto médico vienés, especializado en neurología, que sufrió el desprecio de sus colegas por su afición a indagar en asuntos sexuales. La hipocresía de la sociedad vienesa (y europea) de la época llevaba a que muchos médicos sospechasen trasfondos de impulsos insatisfechos, pero esto se comentaba con sorna, en la sala de fumar de las clínicas, sin que nadie se decidiese a indagar en ello. Su obra es, pues, la obra de un hombre prácticamente solo y aislado de los medios científicos. Pero esta obra superó, con mucho, la mera terapia de ciertas enfermedades mentales. Al presentar la represión y la sublimación como las formas mediante las cuales el super-yo (el yo ideal, la conciencia que tenemos de nosotros mismos) se enfrenta al ello (los instintos que surgen de nuestro inconsciente) Freud subrayó la profunda unidad de todos los seres humanos. El super-yo reprime, lo cual genera insatisfacción, conflicto que trae infelicidad y, en ocasiones, puede desembocar en formas más o menos graves de neurosis. Pero también sublima, es decir, convierte los impulsos sexuales en energías espirituales (generosidad, arte, abnegación…). Este es el aspecto liberador del pensamiento de Freud; es como el dilema de Hércules en la encrucijada –tienes una fuerza, puedes usarla para hacer el bien o el mal–. Nuestros impulsos interiores, según el médico vienés, no son buenos ni malos, no se pueden dar creaciones intelectuales donde el desenvolvimiento de la personalidad está impedido, tampoco donde el impulso sexual no está proscrito, y sus desviaciones degradantes no son obstruidas por la moral.

EL YO INTERIOR ENTRA EN LA LITERATURA La literatura de la primera mitad del siglo XX se caracterizó por la aparición del yo interior y de los procedimientos del pensamiento. Naturalmente hay precedentes, algunos de tanta categoría como Stendhal o Dostoievski, pero fue 1898 –un año clave por tantas razones– el año en que coincidió la publicación de tres obras que abrieron multitud de caminos a la literatura: – El corazón de las tinieblas de Josep Conrad. Con este libro, narrado en primera persona, asistimos al viaje de su protagonista por un río hacia el interior de África. Según el personaje se va adentrando en la selva encontramos que se va sumergiendo en una pesadilla, por lo que no es excesivo decir que se trata de un viaje hacia las regiones interiores de la conciencia. Lo que hallamos dentro es, igual que en el mencionado precedente de Mr. Hyde, muy desasosegante. – Otra vuelta de tuerca de Henry James. Se dice, de forma algo tópica, que esta novela inauguró la novelística con varias lecturas. En todo caso sirve de ejemplo de algo que fue constante a lo largo del último siglo: la obra no del todo cerrada ni acabada, la obra en la que al final no sabemos si los fantasmas existen o no existen e, incluso, no sabemos si la protagonista cree o no cree en ellos. En este tipo de obras no se pide tanto la concurrencia de la psicología del protagonista o, incluso, del autor, como la del lector. – La tercera fue de un autor ya comentado y profundamente decimonónico, una obra que no es de ficción: Yo acuso de Zola. Con esta carta al presidente de la República francesa podemos dar por nacido el compromiso político y social del intelectual –aunque esto es algo que también tenía sus precedentes–. La sociedad entera buscará una dirección espiritual lo que conlleva una exigencia de tipo ético al artista, escritor o pensador que, de repente, se vio convertido en modelo. Con este arranque se inició un periodo de literatura de grandísima calidad y de creatividad extraordinaria; destacaremos cuatro escritores que plasmaron, en su obra, la crisis de la objetividad. Proust, el misántropo autor de A la busca del tiempo perdido, enterró todo materialismo y todo naturalismo al escribir una novela sobre la memoria y el tiempo pasado; la compleja estructura de la novela va siguiendo la memoria involuntaria, las largas frases en las que se van imbricando subordinadas, nos van llevando de un recuerdo a otro. El simple hecho de mojar una magdalena en una taza de té lleva a recuperar toda una etapa de su vida; el tiempo ya no es un ritmo matemático objetivo sino una percepción interior que se contrae o dilata. En el mismo sentido trabaja Faulkner; pero al pervertido sentido del tiempo, añadio una simbología que confiere a su obra cierto sentido mítico, siempre fatalista –no se escapa del sur, uno no se cura de su pasado–. Kafka es el tercero de estos autores; este funcionario checo, tuberculoso, modesto y cumplidor, escondía dentro de sí a un radical antiburgués; su literatura, mediante su demoledora crítica de la burocracia y de la vida cotidiana se convirtió en la más acabada expresión de la angustia del hombre moderno. Por último James Joyce. Su obra, inimitable, significó la toma de conciencia de los procesos de nuestro cerebro; la mente del protagonista de su novela Ulises, Leopold Bloom, pasa de un lugar y de una idea a otra sin guardar orden lógico: una observación, un recuerdo, un deseo, todo va sucediendo, unas cosas a otras, sin control e incluso sin consciencia. Su novela causó un escándalo por su vulgaridad pero, a la postre, los procesos mentales del protagonista son tan corrientes que nadie puede evitar sentirse identificado.

EL ARTE DE ENTREGUERRAS Y EL SURREALISMO Entre los artistas que tuvieron su principal periodo de actividad entre las dos guerras mundiales cabe destacar al compositor húngaro Béla Bartók. Sus investigaciones en torno a la música de los pueblos de su alrededor le llevó a descubrir y a explorar modos completamente nuevos en la música culta y le dio una libertad que le hacen casi independiente de los modelos antes mencionados. Pese a su enorme genio, no fue reconocido hasta después de 1945. La gran corriente artística de este periodo fue el Surrealismo. Fue un poeta, André Breton quien acuñó este término (mal traducido al castellano). Muy influido por Freud partía de la idea de que existe una realidad por encima de nuestra realidad cotidiana y que el artista tenía que ser capaz de desvelar esa realidad más verdadera (escribiendo, pintando, haciendo cine o incluso música de forma automática, sin reflexión, o representando los sueños, etc…) Atrajo a todos los artistas jóvenes que se apuntaron a la nueva tendencia de forma tumultuosa –incluso viejos héroes de la vanguardia como Picasso– dando resultados muy dispares. Hubo quienes se tomaron el surrealismo casi como una ciencia y le confirieron un sentido transcendental, como el mencionado Breton, pero hubo quienes consideraron que la risa no debía estar alejada del arte y trataron, con su sentido del humor, sorprender a los burgueses; el ejemplo más notable es la película Un perro andaluz (1928). Hubo quienes se limitaron a seguir la moda pero también hubo quienes crearon auténticos mundos personales, llenos de evocación, como Max Ernst y quienes, como Frida Kahlo, se sirvieron del surrealismo para expresar sentimientos que conmueven muy profundamente. EL ELITISMO El nacimiento de la democracia –ampliación del derecho al voto, alfabetización y urbanización que dificultaban el fraude electoral, aparición de partidos de masas, reformas constitucionales dando primacía al parlamento sobre el ejecutivo– tuvo como primer efecto, la reacción de los grupos económicos o políticos, temerosos de perder su poder. Un historiador, Geofrey Barraclough escribió: Es notable la lentitud y repugnancia con que los partidos burgueses se adaptaron a las exigencias de la democracia de las masas. Después de haber avanzado tanto, sólo querían retirarse. La razón fundamental, sin duda, fue las pocas ganas que tenían las clases medias, dadas sus tradiciones individualistas, de someterse a una estricta disciplina de partido y la falta de intereses de clase claramente definidos que los fundasen. Surgió entonces una corriente ideológica que llamaremos liberalismo aristocrático (tecnocracia, tradicionalismo, corporativismo…). Su nota más destacada será el elitismo, que no escondía su aversión a las masas y gozó de amplio prestigio en círculos universitarios gracias a la obra de su principal teórico, Vilfredo Pareto. D.H. Lawrence declaró: No creo en el control democrático… La cosa debe culminar en una cabeza de verdad, como toda cosa orgánica. El aristocratismo de los intelectuales, lejos de reforzar el liberalismo, tuvo el efecto de dar argumentos a sus enemigos. El ascenso al poder de Mussolini contó con el beneplácito de Benedetto Croce, de D´Anunzio… en Francia y en Inglaterra Hitler contó con notables simpatizantes; parece que la mayoría de los intelectuales se arrepintieron de aquel primer apoyo, pero este no fue el caso de muchos como, por ejemplo, Heidegger en Alemania. Por la pérdida de prestigio de la democracia, esta fracasó en todos los lugares en los que había nacido más recientemente y no estaba bien asentada. Aparte de Rusia y de

Italia y Alemania que estudiaremos a continuación, se imponen soluciones autoritarias en España con Primo de Rivera, en Portugal con Salazar y su Novo estado; en Albania, donde Ahmed Zogu se autoproclamó rey; en Hungría el almirante Horthy puso fin al régimen comunista; en Polonia, desde 1926, con la democracia dirigida del general Pilsudski; en Grecia el general Metaxas… En 1939 sólo diez de los veintisiete estados europeos eran democráticos. En lugares donde la democracia resistió lo hizo frente a poderosos movimientos fascistas, como en Francia donde doscientos mil manifestantes trataron de tomar al asalto el parlamento de París, en febrero de 1934, y lucharon durante toda la noche contra la policía y donde la liga fascista, la Croix de feu, llegó a contar con casi 750.000 afiliados. El ejemplo más interesante se produce en Turquía de la mano de Kemal Atatürk, quien era un militar victorioso antes y durante la guerra. Tras el desprestigio del sultán por haber aceptado las condiciones impuestas en Sèvres subió al poder al frente de un grupo nacionalista, los jóvenes turcos, y recuperó parte de los territorios perdidos por el tratado. Después de siglos de repliegue turco, se empeñó en devolver el orgullo a la nación y en modernizarla, ganando el respeto de los países europeos. Para ello tomó toda una serie de medidas económicas como la mejora de la red de comunicaciones o la industrialización –que se llevó a cabo por decreto, como en Japón– y occidentalizadoras tales como implantar el estado laico, el código civil, prohibir el uso del fez, liberar a la mujer o imponer el uso del alfabeto y del calendario latinos. Trasladó la capital a su emplazamiento actual, Ankara; pero todo ello se hizo con métodos claramente dictatoriales, con régimen de partido único, control de los medios de comunicación y con el recurso a la fuerza del ejército. 10.1. LA DEMOCRACIA BRITÁNICA La situación económica del Reino Unido al acabar la Primera Guerra Mundial era preocupante y las políticas seguidas para mantener el imperio no ayudaron al crecimiento económico, sin embargo la vida política inglesa estuvo marcada por la solidez de las instituciones y la continuidad del clima de antes de la guerra. Las novedades fueron la sustitución del viejo Partido Liberal por el nuevo Partido Laborista en la alternancia política con los conservadores y el logro por parte de las mujeres del reconocimiento de su derecho al voto. En otro orden de cosas, hemos de destacar la independencia de la República de Irlanda. El movimiento nacionalista irlandés conoció un paréntesis en la Gran Guerra pero una vez terminado el conflicto reivindicó formalmente la independencia. Desde 1919 hubo graves problemas y enfrentamientos militar cuyo resultado fue la partición de la isla entre los protestantes unionistas del norte (Ulster), y los católicos independentistas del sur (Eire). En 1921 Londres permitió el autogobierno a Irlanda del Norte en la esperanza de que protestantes y católicos encontraran el camino para vivir en paz unos con otros, pero no fue así, lo que propició el regreso de los conservadores al gobierno en 1922 y con ello la definitiva partición. 10.2. LA III REPÚBLICA FRANCESA Francia fue la nación en la que se hizo notar en primer lugar el cambio en el régimen demográfico lo que, unido a los muertos y desaparecidos durante la guerra (entre militares y civiles fueron aproximadamente 1.600.000), causó una pérdida teórica de

población de 3 millones de personas, a pesar de la incorporación de Alsacia y Lorena. Todo ello la retrotrajo a la demografía de principios de siglo. Al incidir estas pérdidas entre los jóvenes, la población francesa se convirtió en una población envejecida El Bloque Nacional, una gran coalición de la derecha republicana, ganó las elecciones de noviembre de 1919, favorecida por el clima de exaltación patriótica generada por la victoria en la guerra y por el giro a la derecha de una parte del electorado francés pero su gobierno se desenvolvió en medio de grandes conflictos sociales y laborales, aumentados por el clima de agitación comunista que se difundió por Europa a raíz del triunfo de la revolución en Rusia. En este ambiente, la izquierda triunfó en las elecciones de 1924, pero las grandes expectativas suscitadas por la victoria de la izquierda quedaron pronto defraudadas. Esta dinámica fue llevando a una paulatina radicalización incrementada por el triunfo de los regímenes fascista en Italia y dictatoriales en España y Portugal, de la vida política francesa. Dos agrupaciones de partidos, una de derechas, la Unión Nacional y una de izquierdas, el Frente Popular liderada por Leon Blum dominaron los últimos años de la III República, absolutamente polarizada, dominada por los enfrentamientos y las descalificaciones y carente de acuerdos políticos básicos. La Francia de entreguerras se nos presenta bajo un panorama global que resulta sumamente contradictorio. Por un lado, una economía próspera que pudo recuperarse de los horrores de la guerra y con una legislación social que progresó notablemente, especialmente en los años de gobiernos de izquierdas; por otro, una evolución política confusa, inestable y, en muchos momentos, bastante desacertada. 10.3. LA DEMOCRACIA NORTEAMERICANA Uno de los resultados de la Primera Guerra Mundial fue la demostración de que los Estados Unidos se habían convertido en la primera potencia económica y, aunque el país siguió una política aislacionista no interviniendo activamente en la política europea, era evidente su influencia en los asuntos económicos de ésta. Los americanos no deseaban tener contacto con la política y los problemas europeos. De hecho reaccionaron violentamente contra aquellos rasgos de la sociedad americana que se consideraban foráneos. Esto afectó, entre otros, a los nuevos inmigrantes procedentes de la Europa meridional y oriental. Ya estaba en vigor una legislación restrictiva en materia de inmigración, pero las cuotas impuestas a los nuevos inmigrantes en 1921 se redujeron en 1924. Como resultado, la inmigración entre 1920 y 1924 cayó por debajo de la mitad de la que se había producido entre 1910 y 1914. Esta política nacionalista se dirigió también contra los políticos radicales y los militantes sindicalistas. Estos grupos eran básicamente urbanos y formados en gran parte por inmigrantes. A partir de entonces todas las huelgas y toda actividad sospechosa de izquierdismo fueron consideradas como una amenaza a la Constitución: el Red Scare (miedo a los rojos). En nombre de la libertad les fue negada la protección de la ley a los radicales, desde los marxistas revolucionarios hasta los reformistas más moderados. En Chicago se produjeron motines raciales. El Ku Kux Klan se puso nuevamente en marcha, sobre todo en el Medio Oeste, donde sus víctimas más frecuentes eran los judíos y los católicos.

Desde una mentalidad puritana, se difundió la opinión de que el país estaba siendo corrompido por ideas y modos de vida extraños y se identificó a los inmigrantes con la ingesta de alcohol. El gobierno prohibió su consumo, fabricación y venta (Ley Seca), fomentando con ello la creación de bandas organizadas que ejercieron el control de un floreciente contrabando y mercado negro, favoreciendo indirectamente el fenómeno de las mafias y el gansterismo (Al Capone solo fue el más famoso entre otros). Todo esto sucedió en medio de un ambiente de gran optimismo (Felices veinte) hasta que en 1929 se produjo el cambio en la coyuntura económica que determinó la vida económica y social y la legislación en los últimos años del periodo que estamos considerando. 10.4. LA REPÚBLICA DE WEIMAR Pese a la caída de la monarquía en noviembre de 1918 hubo una notable continuidad entre el Imperio Alemán y la República de Weimar, tal como resultó de las elecciones a la Asamblea Nacional constituyente de enero de 1919. En cierto modo la institución del monarca incluso perduró adoptando una nueva fisonomía: El cargo de Presidente del Reich (Imperio) estaba dotado de facultades y prerrogativas tan amplias que ya por entonces los contemporáneos hablaban de un “cuasi emperador”. Tampoco desde el punto de vista moral se produjo una ruptura con el Imperio. No se debatió seriamente la cuestión de la culpabilidad bélica lo que, junto con la leyenda de la “puñalada por la espalda” (según la cual la derrota de Alemania se debió a la traición interna), contribuyó a socavar la legitimidad de la primera democracia alemana. El Tratado de Paz de Versalles, que Alemania se vio obligada a firmar el 28 de junio de 1919, fue percibido como una clamorosa injusticia por la mayor parte de los alemanes. Este sentimiento se nutría de las cesiones territoriales, las cargas materiales en forma de reparaciones, la pérdida de las colonias y las restricciones militares, justificadas todas ellas con la culpabilidad del Imperio Alemán y sus aliados como causantes de la guerra. También se tenía por injusta la prohibición de que Austria se unificara con Alemania. Como democracia parlamentaria la República de Weimar solo existió durante once años. A finales de marzo de 1930 el último gobierno mayoritario, encabezado por el socialdemócrata Hermann Müller, se desmoronó por causa de una disputa en torno al saneamiento del seguro de desempleo. La “gran coalición” gobernante fue reemplazada por un gobierno burgués en minoría liderado por Heinrich Brüning, del Partido Alemán de Centro, que gobernó desde el verano de 1930 con ayuda de los decretos de emergencia del Presidente del Reich, el anciano mariscal de campo Paul von Hindenburg. En las elecciones al Reichstag del 14 de septiembre de 1930 los nacionalsocialistas (NSDAP) liderados por Adolf Hitler se convirtieron en el segundo partido más votado, a raíz de lo cual la república entrón en una crisis que terminó con el ascenso de Hitler al poder y la suspensión de la Constitución en 1933.

LAS IDEOLOGÍAS TOTALITARIAS Entendemos por ideologías totalitarias aquellas que como reacción a las tensiones sociales, los miedos colectivos y las contradicciones culturales creadas por una modernización rápida y no exenta de dolor, que proponen soluciones globales; una solución integral para todos los problemas en conjunto. Lo que caracteriza a estas ideologías totalitarias o globalizadoras es la necesidad de una fase revolucionaria, transformación de la autonomía colectiva en pura fachada, rechazo de la autonomía individual, preferencia por el monismo –en todos los planos– frente al pluralismo, el conflicto como verdad de la vida, eliminación radical de las diferencias cono objetivo de la sociedad y, por tanto, la destrucción de una parte de la población, el terror generalizado, el colectivismo programático. La modernización conllevaba, inevitablemente, el avance del individualismo que disolvió los vínculos colectivos y que sumió a un buen número de personas en la sensación de inseguridad y desamparo. El nacionalismo vino a sustituir muchas de las carencias en este sentido. El orgullo de pertenencia a una nación llevaba al irracionalismo, el darvinismo vulgar que impulsaba a los europeos –no solo a los alemanes– a creer que pertenecían a una raza superior. La exaltación nacional no se hace mediante argumentos sino mediante la emoción; de ahí que los regímenes totalitarios instaurasen formas tomadas de las religiones: culto al estado y culto al jefe. No es la razón que corta los cabellos en cuatro –dijo Hitler en una de sus arengas– la que ha sacado a Alemania de su desamparo; la razón os hubiese desaconsejado venir a mí, sólo la fe os lo ha mandado. La ética del totalitarismo no era, pues, un discurso racional, construida sobre argumentaciones, sino una ética de la violencia, plagada de valores juveniles, con apelaciones a la virilidad y a la vida de acción –vive peligrosamente–: reunirse en escuadras, vestir uniformes, hacer de la gimnasia en grupos una manifestación patriótica y, sobre todo, sentirse superiores inspirando miedo. El totalitarismo considera que la nación prima sobre todas las demás naciones, –de ahí que, según Hans Frank, jurista principal del nazismo, es Ley lo que es útil y necesario para la nación alemana; es ilegal lo que perjudica a los intereses de la nación alemana. Esos son los principios que nos guían en estos tiempos–. Pero también sobre el individuo e incluso sobre la mayoría de los individuos (la voluntad de la mayoría no coincide, necesariamente con el interés de la nación); siguiendo al mismo jurista la administración consiste en la preservación y desarrollo de la comunidad según directrices establecidas por la jefatura. La importancia que se da a la jefatura no hemos de entenderla, entonces, como una vuelta al absolutismo sino que, en la exaltación del nacionalismo, el jefe es el personaje carismático que aglutina porque es capaz de conectar con los deseos e intereses de la nación. El jefe establece una nueva política, una democracia de masa; de ahí el afán por controlar la propaganda –la radio y prensa, pero también la escenografía de los desfiles, de las fiestas de exaltación del jefe–, para establecer una relación directa con la masa, del pueblo con su jefe. En la pertenencia a la masa, la integración que se exige es total. La pauta a la que ha de ajustarse el miembro de la nación es absoluta. El buen alemán piensa, viste, desea… de acuerdo con la manera como piensan, visten, desean… los alemanes. Afirma Heidegger: formar parte de aquellos que los siguen (la voluntad superior de nuestro

Führer) significa desear inquebrantablemente e insoslayablemente que el pueblo alemán reencuentre su unidad nativa. Esta pauta fija incluso el aspecto físico (en el caso del nazismo). Todo queda supeditado a la nación y, en consecuencia, todo queda controlado por el estado: se fijan servicios obligatorios, se controla la religión y, muy especialmente, se controla la economía; se considera en buena lógica que los bienes y recursos están al servicio de la nación y el estado los regula, de ahí que el estado fascista sea intervencionista y que en su propaganda suela presentarse como paternalista. Junto al totalitarismo soviético, cuyo discurso era internacionalista y apelaba al dominio de una clase, el periodo de entreguerras verá nacer otras dos grandes ideologías totalitarias cuyo discurso se opondrá por su extremado nacionalismo: son el fascismo en Italia y el nacionalsocialismo (nazismo) en Alemania. Ambos participan de los rasgos básicos del totalitarismo que hemos analizado y del desprecio a la democracia. Como diferencias hemos de señalar el recurso al pasado imperial romano y a la poesía en el caso del fascismo frente al racismo y al tosco darvinismo del movimiento nazi. No en vano Mussolini se inspiró en las ideas de Sorel y tomó como modelo a d´Annunzio. 10.5. EL FASCISMO ITALIANO Italia vivió tras la Primera Guerra Mundial una frustración que la sumió en una grave crisis social. En 1919, terminada la guerra, las expectativas territoriales quedaron frustradas por el Tratado de Saint-Germain (el equivalente para Austria del Tratado de Versalles). La insatisfacción llevó al poeta Gabrielle D'Annunzio a protagonizar una aventura militar que acabó en la creación del Estado libre de Fiume y la redacción de una constitución que puede entenderse como precedente inmediato del fascismo. Entre tanto, Benito Mussolini, un periodista con un pasado de pendenciero y antecedentes de militante socialista, reunía varios grupos políticos con el nombre de Fasci italiani di combattimento (Fascios Italianos de Combate), que empezaron a destacar por su lucha callejera contra huelguistas, izquierdistas y otros enemigos políticos y sociales. En 1921 se convirtieron en partido político caracterizado por su oposición al liberalismo y al comunismo. El temor de las clases medias y la alta burguesía italiana ante una revolución similar a la rusa hizo que vieran a los paramilitares fascistas de Mussolini conocidos como Camisas Negras como la mejor arma para desarticular los movimientos obreros organizados. En medio de un clima de fuerte agitación social, en octubre de 1922, como respuesta a un oleada de huelgas y manifestaciones obrera, Mussolini reunió a cerca de 10.000 camisas negras en Nápoles y declaró ante ellos Nuestro programa es muy simple: solo queremos gobernar Italia. Ante una orden de Mussolini, masas de fascistas se lanzaron a carreteras y trenes para dirigirse a Roma, armados apenas con algunas pistolas, mazas de acero y armas caseras, los camisas negras acudieron a la capital italiana desde el 22 de octubre. Finalmente, el día 29, el rey, Víctor Manuel III, se sintió obligado a entregar el poder a Mussolini, quien lo detentó con el título de Duce (caudillo). El asesinato el 11 de junio de 1924 de Giacomo Matteotti, diputado socialista y principal voz crítica en el Parlamento sirvió como excusa para iniciar un periodo de gobierno totalmente ajeno a las instituciones parlamentarias. En 1928 se prohibieron todos los partidos, excepto el PNF.

10.6. EL NACIONAL SOCIALISMO ALEMÁN En Alemania, a la frustración por la paz de Versalles y la hiperinflación de los primeros años veinte, hay que añadir la crisis de 1929, cuando la economía alemana comenzaba a presentar síntomas de recuperación. La depresión de los años treinta tuvo mayor incidencia en Alemania que en ningún otro país europeo porque la economía de la república de Weimar era la más dependiente, por los préstamos americanos para poder pagar las reparaciones. Al retirarse las inversiones estadounidenses, cuando la clase media no se había recuperado del todo, el número de parados subió hasta los seis millones. Especialmente estos dos grupos constituyeron la base social y la fuerza de choque del movimiento hitleriano. Pero no hay que despreciar la presencia de obreros en activo, víctimas del miedo ante el proceso de pauperización y el apoyo de capitalistas financieros e industriales y de las viejas clases dirigentes (militares terratenientes), que vieron a Hitler con desprecio, pero creyeron que le podrían utilizar y controlarlo una vez que hubiera puesto cierto orden. Los años 1931 y 1932 fueron años de gran desorden social y de enfrentamientos entre partidarios del nazismo, encuadrados en organizaciones paramilitares, y comunistas. Pero, sobre todo, fueron años de gran desconcierto político, con la presencia de un anciano presidente de la república, Hindenburg, y de una fuerte división en el parlamento que impedía formar gobiernos con mayoría suficiente y que obligó a convocar elecciones una vez en 1931 y tres veces en 1932. Finalmente Hindenburg se tuvo que plegar a las presiones y el 30 de enero de 1933 nombró canciller a Hitler. Con el 34% del parlamento, Hitler convocó nuevas elecciones para marzo, pero el 27 de febrero de 1933, una semana antes de las votaciones el edificio del Reichstag fue incendiado, al parecer por un militante comunista. Este incidente permitió a Hitler presentar un decreto de emergencia de seis artículos, redactados por Göring, donde solicitaba la suspensión de varios artículos de la Constitución de Weimar con el objetivo de proteger los documentos culturales alemanes e iniciar su dictadura. El llamado Decreto del incendio del Reichstag acababa con todos los derechos democráticos: la libertad de expresión; el respeto a la propiedad privada; la libertad de prensa; la inviolabilidad del domicilio, de la correspondencia y de las conversaciones telefónicas; así como la libertad de reunión y de asociación. Además de permitir al gobierno nacional intervenir cualquier gobierno regional que considerase incapaz de mantener el orden en su Estado. La política hitleriana comenzó inmediatamente su política represiva: El día 21 de marzo de 1933, cuando no había pasado ni un mes desde el ascenso de Hitler al poder, se abrió en Dachau, cerca de Munich, el primer campo de concentración cuyo objeto consistió en la detención sin juicio ni límite de tiempo de, en primer lugar, sindicalistas y comunistas. A la persecución y –con frecuencia- asesinato de comunistas pronto se añadió la persecución de homosexuales –también internados en campos donde fueron sometidos a tratos sádicos y donde fueron la mayoría asesinados- y otros perfiles de persona considerados indeseables por el régimen como indigentes o prostitutas. También pronto comenzaron las medidas contra judíos y contra gitanos como el boicot a comercios de judíos y luego las limitaciones en sus derechos. De otro lado las medidas terroristas se dirigieron contra los propios nazis. En la Noche de los Cuchillos Largos (en realidad tres días, del 30 de junio al 2 de julio de 1934) un número que se calcula entre 200 y 250 personas (algunos historiadores elevan la cifra hasta 1.000) fueron asesinadas, en su mayoría eran miembros de las SA (Sturmabteilung) y muchos de ellos eran miembros del partido antes que Hitler. Se pretendía

con ello, en primer lugar, eliminar a aquellas personas que pudieran rivalizar por la dirección en el partido y a quienes pudieran poner en peligro su liderazgo al hablar de su juventud como holgazán de cervecería; algunos de los más influyentes de los asesinados eran homosexuales y la reputación del propio Hitler podía ser puesta en cuestión – todavía hoy el tema de su comportamiento sexual es una cuestión no bien aclarada-. En segundo lugar, y esto es claro, se trataba de eliminar a los más violentos y radicales de los nazis con el fin de otorgar un aura de respetabilidad al partido en el poder, hasta entonces formado por matones y delincuentes. En este punto enlazamos con el problema del apoyo al nazismo. Es tan sorprendente que un porcentaje tan alto de los alemanes apoyase a aquel grupo de desclasados cuyo comportamiento era tan poco adecuado y cuyo líder era el autor de un libro de tan escasa categoría tanto intelectual como literaria como era el Mein Kampf, que este problema ha supuesto un empuje a la ciencia del estudio de los comportamientos colectivos. ¿Cómo es posible que tantas personas tan normales, aparentemente inteligentes y buenas, llegasen a creer, contribuir, justificar… tal cúmulo de ideas absurdas? Hannah Arendt escribió que: El “hechizo mágico” que Hitler ejercía sobre quienes le escuchaban ha sido reconocido muchas veces… se apoyaba, desde luego “en la fe fanática en este mismo hombre” en sus semiautorizados juicios sobre todo lo que existía bajo el sol y en el hecho de que sus opiniones −tanto si se referían a los efectos perjudiciales del hábito de fumar o a la política de Napoleón− podían ser abarcadas en una ideología que lo abarcaba todo… La sociedad se muestra siempre inclinada a aceptar inmediatamente a la persona por lo que pretende ser, cualquiera que no sólo posea opiniones sino que las presente en un tono de convicción inconmovible, no perderá fácilmente su prestigio aunque hayan sido muchas las veces en que se haya demostrado que estaba equivocado. En el caso del nazismo, sólo los industriales, que confiaron en que Hitler eliminaría los sindicatos y les proporcionaría un proletariado dócil operaron según intereses claros, más parece que el apoyo de la mayoría a los movimientos totalitarios fue una evasión de las realidades y los conflictos de clase. Según esto, casi nadie habría apoyado al nazismo pensando en sus intereses sino basándose en reacciones emocionales, y en esto parece ser que la juventud y su inherente gusto por la acción jugaron importante papel. Los historiadores han tendido a buscar las explicaciones más en las frustraciones generadas por la situación especial de la Alemania de entreguerras que por auténticos intereses de clase o de grupo. De este análisis no se colige necesariamente que los alemanes, como conjunto, hubieran de comportarse tan cruelmente en las circunstancias en que tuvieron oportunidad. Hay dos teorías básicamente: una sostiene que las personas son básicamente iguales como individuos o en grupo; simplemente que amparados por el anonimato y por el no sentirse responsable (en una masa todos afirman que fueron los otros…) dejan de reprimir sus impulsos y afanes íntimos. La otra teoría afirma que no existe necesariamente coherencia entre lo que se es capaz de hacer en colectivo y lo que se haría individualmente; que operan mecanismos psicológicos distintos y que ni siquiera íntimamente el individuo vería como tolerable lo que la masa puede empujarlo a hacer.

Para los primeros la participación en un colectivo supone que todos luchan por conseguir lo que a todos les viene bien y que cada uno persigue racionalmente sus propios intereses individuales (según estos la eliminación de los judíos vendría bien a la mayoría de los alemanes o, al menos, la mayoría de los alemanes así lo creería). Pero este argumento no se sostiene por sí mismo. 10.7. LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS Vimos en la Unidad 7 que, hasta 1929, las distintas potencias de la Europa occidental habían ido llegando a una serie de acuerdos de paz que aparentemente dejaban de lado las deficiencias de las paces firmadas tras la Primera Guerra. Sin embargo el ascenso al poder de los regímenes totalitarios supuso un cambio en esta tendencia. Conocemos como Virajes hacia la guerra a la serie de actos y provocaciones que los regímenes totalitarios fueron adoptando entre 1933 y 1937/39 cuando finalmente estalló la Segunda Guerra Mundial. Los virajes hacia la guerra El ascenso de Hitler y su nacionalismo exacerbado al poder supuso la reactivación de los sentimientos revanchistas. La política internacional de Hitler se centró desde sus inicios en denunciar el Tratado de Versalles. Desde que la paz se firmó, un amplio sector del ejército y la derecha acusó a los nuevos gobernantes de haber traicionado a Alemania, haciéndolos responsables de lo que consideraban una paz vergonzosa realizada a espaldas del pueblo. Desde entonces lucharon por la revisión del Tratado, especialmente, en lo concerniente a las cesiones territoriales que Alemania se había visto obligada a efectuar y a las cláusulas de desmilitarización de su territorio. Las primeras actuaciones de la nueva Alemania fueron, en 1933, el abandono de la Conferencia de Desarme y de la Sociedad de Naciones. Hitler, sin embargo, no podía ser muy agresivo en sus primeros momentos en la cancillería. Necesitaba ante todo asentar su poder en Alemania. Así, sus primeros pasos en diplomacia fueron moderados. El momento más grave de esta primera fase de la política exterior hitleriana tuvo lugar en Austria. El canciller austríaco, el conservador Dollfuss, que pocos meses antes había aplastado a los socialdemócratas en Viena, fue asesinado en un intento de golpe de estado nazi en octubre de 1934. Mussolini, que aspiraba a que Austria fuera un estado bajo la influencia italiana, reaccionó inmediatamente y envió tropas a la frontera italoaustríaca del Brennero. El golpe nazi fracasó y un nuevo canciller, Schusnigg, llegó al poder en Viena. Las relaciones entre Mussolini y Hitler se deterioraron de forma importante. En 1935 Hitler reintrodujo el servicio militar obligatorio en Alemana y anunció la creación del Luftwaffe, ambas medidas contrarias al Tratado de Versalles. Francia era evidentemente el país más amenazado por la política revisionista de Hitler e inició una vigorosa actividad diplomática a lo largo de toda Europa; fruto de ella fue la aproximación del gobierno de París a la Italia de Mussolini con la denominada Conferencia de Stresa, pacto al que luego se incorporó la URSS. Por su parte, Italia atacó Etiopía; la opinión británica quiso sancionar una agresión no provocada pero al mismo tiempo deseó permanecer en paz. En 1936 la resistencia en Etiopía se vino abajo, cuando la Liga

de las Naciones todavía debatía qué hacer con la agresión italiana. Aquello supuso el fin de Stresa y permitió a Hitler sacar partido del desorden y rompió una de las cláusulas territoriales del Tratado de Versalles enviando tropas a Renania, región al oeste del territorio alemán. En Gran Bretaña no hubo reacción alguna al considerar que aquello era un acto legítimo por tratarse de territorio bajo soberanía alemana, mientras que en Francia el efecto fue devastador. Fue un momento clave pero el hecho es que el gabinete francés, presidido por Albert Sarraut, vaciló y tras diversas declaraciones altisonantes se limitó a aceptar el hecho consumado. El siguiente paso tuvo lugar en julio de 1936 cuando por las fuerzas conservadoras del ejército español bajo el mando del General Franco, se sublevaron contra el gobierno republicano en España. En el conflicto español se entrecruzaron los intereses estratégicos de las potencias y el compromiso ideológico de las grandes corrientes políticas del momento. El gobierno francés de Léon Blum, con el apoyo británico, ofreció a las demás potencias un pacto de no intervención en el conflicto español: se trataba de no facilitar ni hombres ni material de guerra a ninguno de los bandos en conflicto. Se creó así el denominado Comité de No Intervención al cual se adhirieron todas las potencias. No obstante Hitler y Mussolini apoyaron de forma masiva y decisiva la causa de Franco y la URSS, por otro lado, tuvo muy claro desde un principio su compromiso de ayuda a la República.. La camaradería de armas en el suelo español estrechó el acercamiento germanoitaliano. La labor del Conde Galeazzo Ciano, cuñado de Mussolini y ministro italiano de Asuntos Exteriores, propició la firma en octubre de 1936 de una declaración de amistad y comunidad de puntos de vista en el terreno internacional entre Alemania e Italia. En noviembre, Alemania y Japón firmaron el denominado Pacto Antikomintern, un acuerdo que acercó a los gobiernos de Berlín y Tokio y al que se unieron posteriormente Italia y la España de Franco pocos días antes de concluir la Guerra Civil Española. La política agresiva de las potencias totalitarias dio un paso decisivo en 1937. cuando Japón inició desde Manchukuo la invasión de China. Podemos decir que este feu el verdadero inicio de la Segunda Guerra Mundial. De nuevo la pasividad fue la reacción de las potencias. EE.UU. emitió graves protestas pero Roosevelt no quiso comprometer a su país en ningún tipo de aventura exterior. Gran Bretaña y la URSS, las potencias europeas más implicadas en la región, tenían bastantes preocupaciones en Europa con el creciente expansionismo hitleriano para ocuparse de asuntos lejanos del Extremo Oriente. El nuevo canciller austriaco, Schusnigg, se había apoyado en Italia para frenar la anexión de Austria, el Anschluss, tan ansiada por Hitler y por la agitación nacionalsocialista. Sin embargo el giro hacia Alemania de la política italiana dejó sin protección al gobierno de Viena. Así, se lo comunicó Mussolini a Schusnigg en una entrevista en la que el Duce le aconsejaba al canciller austriaco que negociara con Hitler. Schusnigg hizo un último intento de resistencia convocando un referéndum sobre la independencia austriaca que debía celebrarse el 13 de marzo. Esta maniobra acabó con la paciencia del Führer que forzó el nombramiento del militante nazi Seyss-Inquart como primer ministro y este llamó a las tropas alemanas que invadieron Austria el 12 de marzo de 1938. El 14, un Hitler eufórico, proclamaba en Viena: En tanto que Führer y canciller de la nación alemana, proclamo ante la Historia la entrada de mi patria en el Reich alemán. Seguidamente, envió un telegrama a Mussolini: Duce, nunca olvidaré

este momento. Entretanto Chamberlain, con el apoyo de buena parte de la opinión pública británica, continuó con la política de apaciguamiento(appeasement) y consideró que aquel acto formaba parte de la legítima reunión en el Reich de las poblaciones alemanas que el Tratado de Versalles hbía dejado fuera y que cediendo en esto se conseguiría apaciguar al Führer y así evitar la guerra en Europa. Muy pocos, entre ellos otro líder conservador, Winston Churchill, eran contrarios a este planteamiento. Pero, como hoy sabemos, el afán de Hitler era insaciable. La región de los Sudetes, poblada mayoritariamente por población alemana, había quedado incluida en Checoslovaquia tras los tratados de paz de 1919. La victoriosa política nacionalsocialista en la región alentó el desarrollo de un importante sentimiento irredentista; el líder de la comunidad alemana de los Sudetes, Henlein, proclamó su intención de separar la región de Checoslovaquia y unirla al Reich. La respuesta del gobierno de Praga fue la movilización de sus tropas y en septiembre, Hitler pronunció un discurso en Nüremberg en el que amenazó a Europa afirmando que sólo la anexión de los Sudetes al Reich solucionaría el problema. Francia tenía en principio un claro compromiso con Checoslovaquia de intervención armada en caso de ataque alemán. Sin embargo desde la remilitarización de Renania la posición militar gala se encontraba muy debilitada. En adelante, el gobierno de París fue más proclive a preservar la paz que a defender al gobierno de Praga. En cuanto a Chamberlain viajó tres veces a Alemania, del 15 al 29 de septiembre, para entrevistarse con el Führer. Mussolini intervino en ese momento proponiendo la celebración de una conferencia de las cuatro potencias para dar una solución al problema de los Sudetes. Así se llegó a la Conferencia de Munich el 28 de septiembre de 1938. Ante la postura inflexible del Führer, el premier británico terminó convenciendo a Daladier, primer ministro francés de que había que presionar al gobierno checoslovaco para que cediese a las exigencias alemanas. El resultado, el Pacto de Munich, será la máxima expresión de la política de apaciguamiento. El Pacto fijaba que Checoslovaquia debía ceder inmediatamente al Reich las zonas donde más de un 50% de la población fuera alemana. El gobierno de Benes tenía un plazo de diez días para desalojar esos territorios. Hitler se comprometía a cambio a respetar el resto del territorio checoslovaco. Chamberlain y Daladier fueron recibidos como héroes y salvadores de la paz en sus países. La política de Chamberlain fracasó porque él creyó que Hitler quería únicamente reunir a los alemanes y que el principio de autodeterminación dictaba que las minorías alemanas en otros países deberían elegir libremente su unión a Alemania. Sin embargo Chamberlain anunció el final del apaciguamiento, ofreció protección a Polonia, lugar en el punto de mira de Hitler, firmó una alianza con Polonia y se preparó seriamente para la guerra. Chamberlain comenzó el re-armamento británico y, finalmente, fue él quien declaró la guerra a Alemania una vez que este país inició el 1 de septiembre de 1939 la invasión de Polonia. Japón en el periodo de entreguerras, imperialismo y totalitarismo; el inicio de la guerra en Oriente El reinado de Hirohito comenzó en 1922, cuando comenzó a actuar como regente ante la incapacidad de su padre Yoshihito para seguir manteniendo sus responsabilidades. La constitución de 1889 concedía al emperador los poderes supremos, y la mis-

ma constitución se entendía como un gracioso regalo del emperador a su pueblo. El emperador emitía leyes, comandaba el ejército y la armada, contrataba tratados y declaraba la guerra o hacía la paz. Lo peor de todo es que limitaba seriamente los poderes del parlamento. Sin embargo, como iremos viendo, en la práctica el emperador Hirohito (salvo en dos ocasiones contadas –el golpe del 36 y la capitulación de la guerra-) no fue más que una figura decorativa en manos de los militares. En el escenario político de Japón, el liberal era un partido con inclinaciones democráticas dirigido por Mamoru Shigemitsu que había estudiado los sistemas políticos de otros países, además del suyo propio. sin embargo Era claramente partidario de un gobierno representativo que Japón tenía en teoría pero no en la práctica, sin que ello supusiera que aceptaba los sistemas anglosajones como adecuados para Japón. A ambos lados del liberal se encontraban la derecha y la izquierda. La primera estaba integrada por aquellos políticos profundamente conservadores, añorantes del abolido sistema feudal, y que daban más importancia a los líderes que a los principios. Defendían lo que llamaban gobierno paternal, y consideraban el liberalismo como antijaponés. A la derecha pertenecían, en general, el ejército y la armada del Japón, con fuertes tendencias imperialistas, el ejército partidario de la expansión al norte, y la armada de la expansión al sur. La izquierda agrupaba a los que repudiaban el sistema monárquico, con líderes que habían sido entrenados en China y que habían aprendido el comunismo de segunda mano. Había dos partidos políticos, para el tiempo que relatamos, el Seiyu y el Minsei, ambos sin principios políticos postulados. El Seiyu tendía a representar los intereses agrícolas, mientras que el Minsei defendía los intereses financieros. El Japón de posguerra (1919) experimentaba, por una parte, la corrupción de la vida política en connivencia con los intereses financieros, y, por la otra, una lucha descarnada por el poder entre la casta militar –ahora denigrada por sus ancestrales privilegios feudales- y la clase política. Japón participaba del descrédito, al que hemos hecho alusión, del liberalismo; Los militares japoneses, en general, creían que los males que afectaban a la vida japonesa –en esencia, la corrupción política- eran la consecuencia de haber adoptado los postulados del liberalismo y capitalismo. Y en tal sentido, creían que su deber era luchar para erradicar esas ideas indeseables. Una parte importante de los jóvenes oficiales del ejército y la armada, emulando la antiquísima reforma Taikwa (645 de nuestra era), firmaron un pacto de sangre para asesinar a los traidores y reformar el gobierno, dispuestos para ello a sacrificar sus vidas. Esta sociedad secreta de jóvenes oficiales se autodenominó Sociedad de la Espada del Cielo, e Ikki Kita, un revolucionario, fue el hombre en el que basaron sus fundamentos ideológicos. Los oficiales superiores de estado mayor vieron este movimiento con cierta inquietud, pero aprovecharon el noble ánimo de estos inexpertos oficiales para utilizarlos en sus propios beneficios. En esta época comenzaron a importarse ideas comunistas, lo que dio lugar a un reforzamiento del sentimiento nacionalista y al enfrentamiento entre la derecha política que defendía este sentimiento y la izquierda que abogaba por esas tendencias comunistas. En esa lucha entre los extremos del espectro político, los nacionalistas no pretendían escoger entre comunismo y liberalismo, sino restaurar la idea de lo Absoluto de la Casa Imperial, es decir, la vuelta al sistema feudal, mutatis mutandis.

En 1931 hubo un intento de golpe militar que fue conocido como el “Incidente de Marzo”. El plan fracasó en Japón pero su ejecución en Manchuria a cargo del estado mayor del Ejército de Kwantung, conocida como el “Incidente de Manchuria” que significó la evidencia de la incapacidad del gobierno para controlar a los militares y la incorporación de Manchuria al Imperio Japonés con la creación del estado títere de Manchukuo y, finalmente, la salida de Japón de la Sociedad de Naciones en 1934. A finales de ese tormentoso año de 1931, un grupo de estos jóvenes oficiales hizo un juramento de sangre según el cual cada uno de ellos estaba obligado a asesinar a un hombre. Este grupo se conoció como la "Hermandad de la Sangre", una secta de asesinos bajo el liderazgo de un monje llamado Nissho Inouye; implantaron una ola de terror y asesinatos entre cuyas víctimas se encontraron prohombres del mundo de la política y las finanzas. Como es fácil deducir de este estado de cosas, en lo puramente militar el ejército japonés estaba casi en un estado de anarquía, carente de disciplina y falto de calidad. En lo político, el emperador era una figura decorativa, mientras que los gobiernos eran incapaces de imponer su autoridad y su política interior y exterior ante la rebeldía, los asesinatos y los golpes de estado de los militares. La opinión pública, carente de formación y tradición políticas, basculaba al son de las propagandas de los diferentes bandos en la lucha descarnada del poder. En 1932, tras el asesinato del primer ministro, Inukai Tsuyoshi, el Genro (nombre con el que se denominaba a una elite intelectual que asesoraba al emperador), ante la evidencia de que la autorización para formar otro gabinete de partido conllevaría una invitación a la continuación de asesinatos, prefirió aconsejar la formación de un gabinete militar (armada). En adelante, la formación de sucesivos gobiernos militares, no aligeró la presión de los radicales que exigían la reforma del gobierno y que se estableciese un gobierno del ejército. En noviembre de 1936, tras varios asesinatos e intentos de golpe de estado. Japón se sumó al Pacto Anti-Comintern y en junio de 1937, Fumimaro Konoe se convirtió en primer ministro sometiéndose al poder militar. La escalada de incidentes entre Japón y China, ininterrumpida desde la ocupación de Manchuria, desencadenó finalmente la invasión de este país el 7 de julio de 1937, tras el llamado incidente del Puente de Marco Polo. Presionado por los militares, Konoe permitió el masivo envoi de tropas a China to grow y a final de año los japoneses habían ocupado Shanghai, Nanking y el sur de la provincia de Shanxi. Tras su entrada en la capital de Nanking, los Japoneses saquearon brutalmente la ciudad desde finales del 37 a principios del 38 destruyendo la ciudad y asesinando a cerca de 300.000 personas; este suceso es conocido en la historia como la violación de Nanking. El combate contra los japoneses unió a los nacionalistas del Kuomintang con la guerrilla comunista de Mao Ze-dong. Incapaces para enfrentarse directamente contra los invasores japoneses, las tropas chinas se hicieron Fuertes en el interior, intentando trasladar sus fábricas desde las amenazadas zonas costeras y crear una industria que les permitiera resistir primero e imponerse después. En 1940 la guerra se había estabilizado con los japoneses controlando las costas y las principales vías férreas y los Chinos dominando en todas las extensas áreas rurales. Ese mismo año, al producirse la rendición de Francia en Europa, los japoneses aprovecharon para ocupar la Indochina francesa. Mientras se desarrollaban las operaciones en China, Japón se enfrentó también a la Unión Soviética por la disputa de la frontera entre Rusia y la Manchuria China. Como consecuencia de la derrota japonesa

frente a las tropas al mando del general Georgy Zhukov, los japoneses firmaron el Pacto de Neutralidad entre Japón y la Unión Soviética. Este pacto estuvo vigente hasta El 5 de abril de 1945 en que Moscú informó al Gobierno de Japón que denunciaba el tratado. Cuatro meses después, la URSS declaraba la guerra al Imperio de Japón, llevando adelante la Operación Tormenta de Agosto, cumpliendo su promesa de entrar en la guerra en el Océano Pacífico tres meses después de terminada la guerra en Europa.

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