UNIDAD 8. NO MATARÁS (I). EL RESPETO A LA VIDA HUMANA (5º MANDAMIENTO)

UNIDAD 8. NO MATARÁS (I). EL RESPETO A LA VIDA HUMANA (5º MANDAMIENTO) CAÍN Y ABEL JOSÉ VERGARA XIMENO (1726 - 1799) MUSEO DE BELLAS ARTES DE VALENCI

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UNIDAD 8. NO MATARÁS (I). EL RESPETO A LA VIDA HUMANA (5º MANDAMIENTO)

CAÍN Y ABEL JOSÉ VERGARA XIMENO (1726 - 1799) MUSEO DE BELLAS ARTES DE VALENCIA

Salmo 42 Himno a Dios, protector del ser humano

«HABÉIS OÍDO QUE SE DIJO A LOS ANTE-

PASADOS: “NO MATARÁS”; Y AQUEL QUE MATE SERÁ REO ANTE EL TRIBUNAL. PUES YO OS DIGO: TODO AQUEL QUE SE ENCOLERICE CONTRA SU HERMANO, SERÁ REO ANTE EL TRIBUNAL» (MT 5,21-22)

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado. Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».

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1. PRINCIPIOS GENERALES SOBRE LA MORAL DE LA VIDA 1.1. Dignidad de la vida en sí misma 1.2. La vida como entrega 1.3. Coherencia en el aprecio a la vida 1.4. El cuidado de la salud 1.5. El concepto «calidad de vida» 1.6. La «corporalidad» como el modo de ser del hombre 2. EL RESPETO DE LA INTEGRIDAD DE LA CREACIÓN 3. DIVERSAS ACCIONES CONTRA LA VIDA AJENA 3.1. El aborto 3.2. El homicidio 3.3. La pena de muerte 3.4. La legítima defensa personal 3.5. La guerra

COMPAGNONI, F.; PIANA, G. y PRIVITERA, S. (Dirs.) (1992): Nuevo diccionario de teología moral. Ediciones Paulinas. Madrid. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA (200712): Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la iglesia. Tercer catecismo de la comunidad cristiana. Edice, Madrid, pgs. 329-333. GALINDO, Ángel (1996): Moral socioeconómica. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pgs. 425-444. IGLESIA CATÓLICA (1992): Catecismo de la Iglesia Católica. Asociación de Editores del Catecismo, Madrid, nn. 2258-2273, 2302-2317 y 2415-2418. LÓPEZ AZPITARTE, Eduardo y NÚÑEZ DE CASTRO, Ignacio (2011): Cruzando el puente. Problemas éticos relacionados con la vida. Editorial San Pablo, Madrid. PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ» (2005): Compendio de la doctrina social de la iglesia. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pgs. 231-265.

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SANZ DE DIEGO, Rafael Mª. (2012): Moral política. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pgs. 599-620. VIDAL, Marciano (19918): Moral de actitudes. Moral de la persona y bioética teológica. Editorial Perpetuo Socorro, Madrid. VIDAL, Marciano (19918): Moral de actitudes. Moral social. Editorial Perpetuo Socorro, Madrid, pgs. 897-962.

1. PRINCIPIOS GENERALES SOBRE LA MORAL DE LA VIDA En líneas generales podemos decir que la moral cristiana ha sido un agente educador de la conciencia cristiana y humana a favor de un respeto creciente de la vida. Sin embargo, la Iglesia reconoce, en el Vaticano II, que no posee siempre «la inmediata respuesta a cada cuestión», e invita a los cristianos a que se unan «a los demás hombres en la búsqueda de la verdad y en la solución de tantos problemas que surgen en la vida individual y social»1. Semejante invitación, sin embargo, no resulta fácil. Para el descubrimiento de los valores éticos, tanto el creyente, como el que no tiene fe, no tienen otro instrumento que dé la razón para saber lo que dignifica a la persona y a su entorno. Compartimos el parecer de los profesores López Azpitarte y Núñez de Castro cuando afirman: «La oferta de cualquier valor moral no puede hacerse en nombre de ninguna autoridad, si no posee una base razonable para que sea convincente. No hay que tener nostalgia de tiempos pasados, donde la unanimidad quedaba protegida por la propia legislación. Querer eliminar el pluralismo en nuestro mundo actual indica una ingenuidad excesiva; e imponer la conformidad por la fuerza y la amenaza nos resulta hoy intolerable. [...] Cuando defiende un determinado valor ético, el cristiano expone las razones que lo justifican, reflexiona sobre las críticas que se presentan desde otros puntos de vista, reconoce los fallos y deficiencias históricos, admite la fragilidad de ciertos argumentos que nunca serán evidentes, con el deseo último de que su respuesta resulte lo más convincente posible. Creer que cualquier rechazo es consecuencia de una denuncia profética o fruto de una persecución religiosa es un recurso poco honesto y excesivamente cómodo cuando no se sabe aportar una seria justificación»2. 1

CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 36. 2 LÓPEZ AZPITARTE, Eduardo y NUÑEZ DE CASTRO, Ignacio (2011): Cruzando el puente. Problemas éticos relacionados con la vida humana. San Pablo, Madrid, pgs. 9-10 y 11-12.

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El parecer expresado por López Azpitarte y Núñez de Castro no sólo es aplicable al campo de la moral de la vida, sino a cualquier ámbito de la moral cristiana. De ahí que la formación moral de los cristianos constituya uno de los mayores retos en la tarea educativa de la iglesia católica española. Como creyentes tenemos el deber de prepararnos para saber dar una explicación razonable de nuestras opciones morales en un mundo donde no puede excluirse la confrontación y el diálogo plural. Cualquier persona puede pedir a un cristiano cuenta de su fe, y éste ha de tener el valor y la formación suficiente para testimoniarla. La negativa se convierte en una culpa que hay que evitar, porque no tiene justificación alguna. Los cristianos han de estar «dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto» (1Pe 3,15-16a). Antes de comenzar a desarrollar los planteamientos éticos concretos (tanto aquellos referidos a la moral de la vida, como a la moral sexual o social), hemos de reconocer que la solución de ciertas situaciones concretas puede ser oscura y complicada, más aún cuando la mayoría de ellas están cargadas de sufrimiento y de dolor. Por nuestra parte, vamos a presentar a la consideración de los participantes de la Escuela de Fundamentos Cristianos unos principios morales básicos que nos ayuden a «dar explicación» y, al tiempo, vivir digna y humanamente la existencia como cristianos.

1.1. Dignidad de la vida en sí misma En la tradición cristiana hay un núcleo de pensamiento sobre la vida que se aduce con frecuencia para subrayar la dignidad del ser humano: LA VIDA HUMANA ES CREACIÓN Y DON DE DIOS3 (ver Gen 1,26-31 y 2,4b-7.18-24) y, por tanto, es sagrada; depende de Dios y solamente a él le corresponde darla y quitarla. Pero esta fundamentación religiosa ha de ser presentada sin dar lugar a equívocos. La vida del hombre, independientemente de cualquier enfoque religioso, tiene un valor en sí misma y por sí misma; la fundamentación religiosa de la vida humana no puede hacerse de modo que ésta aparezca vacía de dignidad cuando se hace desde planteamientos sin una base religiosa. Tratamos pues de combinar la indiscutible soberanía de Dios sobre la vida del hombre y la autonomía del ser humano. La fe cristiana ha de suponer el sentimiento fuertemente anclado en toda conciencia humana, de que la vida es un valor básico, a promover por su contenido intrínseco, sin dar la impresión de que la vida sin la fe en Dios es un valor indefenso. El valor de la vida constituye, pues, la base y el fundamento para que cualquier otro valor del ser humano pueda desarrollarse en su proyección personal y social. «El primer derecho de una persona humana es el derecho a vivir. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son más preciosos; pero aquél es el fundamental, condición para todos los demás. Por esto debe ser protegido más que nin3 «La vida de todo ser humano ha de ser respetada de modo absoluto desde el momento mismo de la concepción, porque el hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha "querido por sí misma", y el alma espiritual de cada hombre es "inmediatamente creada" por Dios; todo su ser lleva grabada la imagen del Creador. La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta "la acción creadora de Dios" y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente» (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (22 de febrero de 1987): Instrucción “Donum vitae”, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, nº 5).

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gún otro. No pertenece a la sociedad ni a la autoridad pública, sea cual fuere su forma, reconocer este derecho a uno y no reconocerlo a otros: toda discriminación es inicua, ya se funde sobre la raza, ya sobre el sexo, el color o la religión. No es el reconocimiento por parte de otros lo que constituye este derecho; es algo anterior; exige ser reconocido y es absolutamente injusto rechazarlo»4.

1.2. La vida como entrega De modo que el derecho a la vida resulta el primero sólo en tanto que fundamental, puesto que sin él no habría lugar a ningún otro derecho. No es poco, pero tampoco es todo. Su anterioridad será así temporal y lógica, mas no se trata de una prioridad cualitativa o una prevalencia moral. Por eso es falso sostener sin matices que antes y por encima de todos los derechos y libertades, está el derecho a la vida. Para entenderlo mejor, bueno será no confundir los derechos y los deberes de cada uno con respecto a su propia vida o con respecto a la ajena. El derecho más básico es el derecho de los otros a la vida, y de ahí mi deber más primario de no atentar contra ella. Y como yo también soy otro para los demás, mi derecho básico a la vida engendra el deber básico de los demás a respetarlo. Pero esto último no quiere decir que mi derecho y mi deber más básicos respecto a mí mismo sean el mantenimiento de mi vida. Hay causas, como el respeto del derecho de todos, que justifican arriesgar la propia vida. Así es como el derecho a la vida incluye la posibilidad de aceptar la propia muerte para salvaguardar otros valores. El tema de la intangibilidad de la vida ha sido integrado en la moral cristiana con tal fuerza que ha quedado oscurecido otro aspecto del misterio cristiano con respecto a la vida: la entrega a ejemplo de Cristo que da su vida por amor. Como cristianos, la vida no es un valor absoluto. El ejemplo de Cristo nos enseña a no absolutizar este valor, sino a encontrar el valor de la entrega de la propia vida por un ideal mayor: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35). Jesús es el buen pastor que da la vida por las ovejas (Jn 10,11). «En esto hemos conocido el amor: en Aquel que dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). El ejemplo de Cristo debe inspirar actitudes semejantes en sus seguidores: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Si la moral cristiana hubiese asumido con mayor radicalidad estas enseñanzas, quizás hubiera sido diferente la solución propuesta a algunos problemas sobre la vida.

1.3. Coherencia en el aprecio a la vida Toda vida humana, por el hecho de serlo, tiene un valor fundamentalmente igual, posee la misma dignidad y se hace acreedora a la misma protección. Sin embargo, este principio sufre brechas muy importantes, signos de incoherencia, aunque se traten de justificar. A veces la discriminación de la vida en ciertas personas es en razón de su sexo y se dice injustificadamente: “el hombre vale más que la mujer”. Otras veces el valor de la vida se mide por la convergencia de visión política: el disidente merece menos respeto. En ocasiones el color ha sido determinante: el negro tiene vocación de es4 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (18 de noviembre de 1974): Declaración sobre el aborto provocado, nº 11.

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clavo y su valor se mide por su utilidad, como el de un animal. La religión y la moralidad han sido también factores discriminantes. Toda discriminación traduce una incoherencia. Las estadísticas nos revelan cómo algunas personas son muy propensas a aceptar la aplicación de la pena de muerte, mientras en cuestión de aborto adoptan una postura de protección incondicional al feto o al embrión. En el lado contrario vemos a otras visceralmente opuestas a la pena de muerte pero que admiten como un derecho de la mujer el interrumpir la vida ya iniciada en su seno.

1.4. El cuidado de la salud La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común. El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para lograr las condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados de la salud, enseñanza básica, empleo y asistencia social. La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neo pagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas. El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.

1.5. El concepto «calidad de vida» El concepto de «calidad de vida» es muy reciente y su análisis no resulta fácil. En el campo de la moral se trata el tema referido sobre todo a cuatro temas: en la vida terminal para saber si tiene sentido prolongarla o no; en la vida inicial para decidir darle curso o no; en acciones que miran a alterar la naturaleza del hombre, como se verá más adelante al hablar de las intervenciones genéticas; en el sector del medio ambiente. Podemos resumir sobre este tema unas indicaciones generales: • El atender a la «calidad de vida» es una exigencia moral innegable, si con ello nos referimos a cualquier acción orientada a crear condiciones más favorables para la expansión y desarrollo de cualquier ser humano. La «calidad de vida» no debe considerarse como un lujo aunque a veces se invoca ésta con connotaciones muy ambiguas e incluso rechazables. • El concepto «calidad de vida», entendido como una carga prevalentemente económica, es muy parcial y resulta insuficiente para iluminar decisiones importantes sobre la vida humana. • Si la «calidad de vida» quiere determinarse exclusivamente a partir de un análisis de las características mentales o físicas de una persona medibles y cuantificables, las decisiones inspiradas en esta concepción carecerán de importantes garantías de acierto. • La «calidad de vida» es inseparable de las aportaciones de la familia y de la

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sociedad. Ante un ser con deficiencias psíquicas o físicas graves, la sociedad ha de mirar las acciones posibles para darle la mejor acogida y para posibilitarle una vida humana lo más digna posible. Acudir a la «calidad de vida» para legitimar la supresión de seres humanos, revela frecuentemente una radical incapacidad para la solidaridad. Una comprensión global de la «calidad de vida» que mire a las condiciones de vida que respondan a la dignidad humana para el mayor número posible de hombres, sí merece una consideración moral, aunque su utilización en casos conflictivos sea muy delicada y difícil.

1.6. La «corporalidad» como el modo de ser del hombre5 Cuando se dice que el hombre es un ser corporal, no se pretende señalar únicamente una dimensión puramente material, física o biológica, como un conjunto químico compuesto aproximadamente en un 70% de oxígeno, 18% de carbono, 10% de hidrógeno y cantidades más pequeñas de calcio, potasio, nitrógeno y otros elementos, o en el sentido en el que se puede hablar de cuerpos en física, ni como algo contrapuesto a espíritu, sino que se trata siempre de la corporalidad viviente, humana, del cuerpo humano y en cada caso personal. Se trata, por tanto, de mi propio cuerpo, del cuerpo en primera persona del singular. Al tratar de la corporalidad no hablamos de cosas, de cuerpos, como puede ser cualquier cosa extensa y de peso, sino del cuerpo propio, del hecho de ser corporal, un yo corpóreo, un ser encarnado. Por ello podemos afirmar que el yo humano es corporal. La corporalidad no es una parte del hombre, sino el modo de ser del hombre. Sin embargo, por poco que pensemos en nuestra relación con el cuerpo, comprendemos que presenta cierto carácter complejo, incluso problemático. La primera ambigüedad aparece cuando caemos en la cuenta de que es posible afirmar que soy mi cuerpo y a la vez que tengo un cuerpo. Ello ya indica que puede darse una identificación y a la vez una cierta no-identificación entre mi yo y mi cuerpo. El cuerpo propio no puede reducirse a un objeto cualquiera del que dispongo, como una propiedad cualquiera. De ahí que el lema de «mi cuerpo es mío (y hago con él lo que quiero)» sea un tópico especialmente rechazable. El cuerpo no es algo extrínseco a la existencia, a la vida del sujeto. El yo es inconcebible en su vivir y en su despliegue existencial sin cuerpo; un despliegue a-corporal, incorpóreo de la existencia, no sería el humano. En este sentido hay que afirmar no que tengo cuerpo, sino que SOY MI CUERPO. Por otro lado, también se pude decir que TENEMOS CUERPO, porque efectivamente es algo que puedo objetivar de alguna manera, es algo que podemos palpar, y de alguna manera separar de nosotros mismos. Esta no identificación con el propio cuerpo se hace patente, por ejemplo, en situaciones de enfermedad o de una cierta discapacidad somática, cuando se experimenta que el cuerpo no corresponde a lo que uno quisiera, o su expresión no da cuenta de la lucidez mental que uno conserva. Cuando se afirma que «yo soy mi cuerpo» no se pretende reducir la existencia humana a una dimensión única (la puramente corporal o biológica). Ser corporal no es un modo opuesto o contrapuesto a ser espiritual, sino que más bien lo implica. No 5

Cfr. el artículo de F.P. FIORENZA y J.B. METZ, El hombre como unidad de cuerpo y alma, en Mysterium salutis, II, Cristiandad, Madrid, pgs. 486-529. Ver también la obra AMENGUAL, Gabriel (2007): Antropología filosófica. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pgs. 70-74 y 88-91.

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hay que pensar el cuerpo como algo independiente del espíritu, del alma, sino como otra cara de la misma realidad, implicada y, en la medida en que se la distingue, complementaria. De modo semejante, con ESPÍRITU (o alma, o ser, o carácter espiritual, o espiritualidad) del hombre no designamos una parte independiente del hombre, sino su totalidad: el espíritu es encarnado, corporalizado. Con el término «espíritu» (o «alma») se designa aquella dimensión del hombre que es específica del ser humano: su inteligencia y voluntad, su libertad, su conciencia, su mente, cuyo ejercicio se lleva a cabo siempre en y mediante el cuerpo. Diciendo que el ser humano es espíritu (y no sólo cuerpo) se quiere decir que el hombre vale más que cualquier otra realidad mundana. Con espíritu (o alma) se designa a aquel principio de acción en el hombre que no se reduce a pura biología, aunque actúe siempre a partir de dicha base y en conexión con ella. El espíritu es el que dice «yo soy mi cuerpo» y «yo tengo cuerpo». El espíritu es el sujeto, el yo, la conciencia, la mente, el alma. Significativa a este respecto es la definición de Ratzinger: con la idea de alma (o espíritu) se expresa «la capacidad de referencia del hombre a la verdad, al amor eterno». En efecto, el hombre (que es cuerpo y es alma) es también, y sobre todo, uno en cuerpo y alma. Frente a una comprensión dicotómica o dualista del ser humano, según la cual éste sería dos cosas unidas (cuerpo + alma), la antropología bíblica lo contempla como unidad psicosomática: el hombre entero es, indistintamente, cuerpo animado / alma encarnada. El ser humano es «todo entero y al mismo tiempo lo uno y lo otro, alma y cuerpo» (Karl Barth); el hecho de distinguir esos dos momentos estructurales en el ser único y unitario que es el hombre no autoriza a numerarlos como si fuesen unidades sumables. Como conclusión, hay que destacar la íntima unión entre yo y mi cuerpo, de manera que la corporalidad es un rasgo que define al modo de ser del hombre. El cuerpo es, pues, el medio en el que me encuentro en conexión con el mundo y con los demás, que me da presencia y visibilidad, posibilidad de acción y uso de utensilios. El cuerpo es la expresión de la persona; con el cuerpo me hago presencia, comunicación yo-tú. Mi cuerpo también es mi límite; el cuerpo me sitúa en el mundo y, a la vez, me limita en un lugar concreto, impidiéndome estar en otro. Finalmente, la limitación del cuerpo se hace manifiesta en su debilidad, en la discapacidad, en la enfermedad, en la vejez y en la extrema limitación que es la muerte, el límite final de la vida y del cuerpo, de mi vida y de mi cuerpo.

2. EL RESPETO DE LA INTEGRIDAD DE LA CREACIÓN Cuando Dios creo al ser humano, le hizo señor de la creación y le entregó toda la naturaleza para que la cuidase y, con su trabajo, la transformarse para el servicio de la humanidad (Gen 1,28-31). Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura. El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. Todos los bienes creados los puso Dios en las manos del hombre. Éste, al contemplar la naturaleza, ve en ella las huellas de Dios que, por amor al hombre, ha hecho los ríos, las montañas, y los mares; las plantas y los árboles, las aves, los peces y los animales terrestres (consultar los Salmos 18A, 65 y 148, entre otros muchos). El hombre es el señor de todos esos bienes, pero su dominio sobre ellos no es un dominio semejante al de aquél que recibe un regalo y, para hacer ver que aquello es suyo, llega hasta destruirlo. Tiene que parecerse, por el contrario, a quien

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administra lo que otro le confió, lo cuida, arregla lo que se rompe, lo comparte con otros; pues los bienes de la naturaleza no se le confiaron sólo para provecho de unos cuantos sino para el de todos, para uso de toda la humanidad presente y futura. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es, pues, absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación6. Quien destruye hoy la naturaleza, deja sin recursos de vida a quienes han de habitar la tierra mañana. Dios confió los animales a la administración del que fue creado por Él a su imagen (Gen 2, 19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites razonables, son prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas. Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.

3. DIVERSAS ACCIONES CONTRA LA VIDA AJENA 3.1. El aborto La Medicina entiende por aborto toda expulsión del feto, natural o provocada, en el período no viable de su vida intrauterina, es decir, cuando no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Si esa expulsión del feto se realiza en período viable pero antes del término del embarazo, se denomina parto prematuro, tanto si el feto sobrevive como si muere. En el lenguaje corriente, aborto es la muerte del feto por su expulsión, natural o provocada, en cualquier momento de su vida intrauterina. Así pues, el aborto puede ser provocado o espontáneo. El aborto provocado (artificial, voluntario o procurado) también se denomina eufemísticamente con la expresión: “interrupción voluntaria del embarazo”. Las técnicas que se utilizan comúnmente para el aborto provocado, ya sea la aspiración, el legrado, la histerectomía, la inducción de contracciones o la inyección salina intraamniótica, suponen una violencia tanto para el feto como para la madre gestante. El aborto provocado hay que diferenciarlo de la interrupción indirecta de un embarazo, que se presenta como efecto secundario de un tratamiento médico, en sí permitido y necesario. Así, el aborto espontáneo (natural o casual) se produce o bien porque surge la muerte intrauterinamente, o bien por causas diversas que motivan la expulsión del nuevo ser al exterior, donde fallece dada su falta de capacidad para vivir fuera del vientre de su madre. Una aclaración para el lector: a partir de este momento, cuantas veces digamos “aborto” nos estaremos refiriendo exclusivamente al aborto provocado (artificial, voluntario y procurado). Ofrecemos ahora unas ORIENTACIONES MORALES BÁSICAS a tener en cuenta ante el aborto. Son las siguientes:

6 Ver JUAN PABLO II (1 de mayo de 1991): Carta encíclica “Centesimus Annus”, en el centenario de la “Rerum Novarum”, nn. 37-38.

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1. El desarrollo humano es un proceso continuo. Desde que se produce la fecundación mediante la unión del espermatozoide con el óvulo, surge un nuevo ser humano distinto de todos los que han existido, existen y existirán7. En ese momento se inicia un proceso vital esencialmente nuevo y diferente a los del espermatozoide y del óvulo, que tiene ya esperanza de vida en plenitud. A partir de la fecundación se produce un desarrollo continuo en el nuevo individuo de la especie humana, pero en este desarrollo nunca se da un cambio cualitativo que permita afirmar que primero no existía un ser humano y después, sí8. Tras la fecundación, el nuevo ser que se desarrolla en el claustro materno vivirá unido a la madre por el cordón umbilical, por el que recibe el oxígeno y los nutrientes necesarios para su desarrollo. Esta unión permanecerá hasta después del parto, cuando es cortado dicho cordón y el recién nacido podrá sobrevivir por sus propios medios; así pasará de bebé a niño, joven, adulto y anciano. 2. El aborto no es una incumbencia exclusiva de la mujer. El hijo concebido es una vida humana y como tal tiene un patrimonio genético único, cuyo genoma está constituido por la fusión de los genomas haploides (es decir, que poseen un único juego de cromosomas) del padre y de la madre. Luego, en todo el debate sobre el aborto, debe tenerse en cuenta también la figura paterna, el padre que engendró a ese hijo suyo. Por tanto, aunque el aborto incumbe de manera fisiológica a la mujer, debe tenerse presente también al padre. 3. El concebido es un “tercero” con dotación genética propia, independiente genéticamente del padre y de la madre, con una potencialidad propia y una autonomía genética, ya que, aunque depende de la madre para subsistir, su desarrollo se va a realizar de acuerdo con su propio programa genético. Así pues, no existe ningún derecho de la mujer a decidir en llevar adelante o no su embarazo; claramente, el hijo engendrado no le pertenece como parte de su propio cuerpo, es un tercero que encuentra en la matriz de la mujer su primer lugar en este mundo. No cabe aceptar sin más, aquel eslogan del «nosotras parimos, nosotras decidimos», por el que la mujer se apropiaría, ¡y en exclusiva!, de la suerte de la criatura que está gestando. 4. El aborto no es un anticonceptivo más. Existe una presión social creciente para considerar el aborto como un método anticonceptivo más, ya sea frente al problema demográfico ya sea ante los embarazos no deseados, en la misma línea que el uso de anticonceptivos orales o la esterilización, tanto femenina como masculina, por las ligaduras de las trompas de Falopio o la vasectomía respectivamente. Sin embargo, debemos caer en la cuenta de que con el uso de anticonceptivos no se

7 Ante la iniciativa en el año 2009 del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados de promover una ley de plazos, un grupo de casi 3.000 profesores de universidad, investigadores, académicos e intelectuales de distintas ramas de la Biomedicina, las Humanidades y las Ciencias Sociales hizo público un documento denominado “Manifiesto de Madrid”. La premisa básica que defiende el citado documento es que la vida empieza en el momento de la concepción, y que cualquier iniciativa legislativa que afecte al régimen jurídico del aborto debe asumir dicha premisa. El Manifiesto también afirma que el aborto equivale a una «interrupción de una vida humana», que supone «una tragedia para la sociedad». Asimismo, defiende el derecho a la objeción de conciencia para el personal médico encargado de practicar abortos y se opone a que las jóvenes de 16 y 17 años puedan abortar sin necesidad de consentimiento paterno. Puede consultarse el Manifiesto completo en: http://derechoavivir.org/declaracionde-madrid. 8 «La realidad del ser humano, a través de toda su vida, antes y después del nacimiento, no permite que se le atribuya ni un cambio de naturaleza ni una gradación de valor moral, pues muestra una plena cualificación antropológica y ética. El embrión humano, por lo tanto, tiene desde el principio la dignidad propia de la persona» (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (8 de septiembre de 2008): Instrucción “Dignitas personae”, sobre algunas cuestiones de bioética, nº 5).

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interrumpe una vida humana ya iniciada9, sino que sólo se impide la concepción. 5. La solución no puede consistir en la supresión de las personas no deseadas. No se puede matar a un ser humano por defender la propia reputación, para resolver el problema económico o demográfico o porque haya dificultades para darle una educación adecuada o porque tenga alguna discapacidad física o psíquica. Desde luego, el niño “no deseado” complica la situación familiar y él mismo encontrará dificultades, como puede verse con la presencia de cualquier otra persona no deseada (un enfermo crónico o un anciano que no se valga por sí mismo). Pero la solución no puede consistir en la supresión de las personas indeseables. Afirmada la inmoralidad global del aborto, juzgamos conveniente plantear la dimensión ética de, al menos, estas TRES SITUACIONES CONFLICTIVAS: aborto terapéutico, aborto eugenésico y diagnóstico prenatal. A) Con alguna frecuencia el ABORTO se aconseja por motivo TERAPÉUTICO para la salud física o psíquica de la madre. Llegados a este caso se pueden practicar a la mujer embarazada todas las intervenciones necesarias y sin dilación que puedan practicarse también a una mujer no embarazada, aunque éstas puedan provocar el aborto. Se trataría de una intervención indirectamente abortista, o mejor aún, de una intervención terapéutica que provoca además el aborto: el cuidado de la vida de la madre justifica el riesgo o la certeza de procurar, mediante una acción curativa, el aborto. Algunos pueden considerar este hecho como un mal menor que se tolera ante un claro conflicto de valores10. Piénsese en la hipótesis de un tumor en el útero. Por el contrario, tiene difícil justificación moral la interrupción del embarazo por el peligro psíquico de la madre, quizá obsesionada por las previsiones de que el niño se presente con graves malformaciones a partir del diagnóstico prenatal o porque el embarazo es fruto de una relación sexual esporádica y no admitida socialmente o llegado el caso, fruto de una violación. Ciertamente, la salud psíquica es tan importante como la física; pero su cuidado no puede consistir en suprimir a las personas cuya presencia altera el equilibrio psíquico. La acogida psicológica y la ayuda a la mujer embarazada sería el único camino de solución a este agudo problema humano y no quitarse de encima el problema sencillamente suprimiendo una vida humana en gestación. B) El ABORTO EUGENÉSICO, provocado para evitar el nacimiento de niños con malformaciones, se difunde gracias a las posibilidades del diagnóstico prenatal. Tal diagnóstico debería realizarse no con la presunción de decidir sobre el derecho a la existencia, sino con finalidad “terapéutica” (como ocurre con los diagnósticos de las personas ya nacidas), es decir, como búsqueda de las intervenciones posibles que reduzcan las malformaciones y como preparación psicológica de los padres para afrontar la realidad. En ocasiones se llega a presentar el aborto eugenésico como aborto “terapéutico” en favor de la madre que no se siente en condiciones psicológicas de continuar en embarazo en condiciones patológicas del embrión. Ciertamente son situaciones dramáticas, pero no se puede legitimar la supresión del hijo porque esté enfermo. Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, 9

Hemos de tener en cuenta que la píldora del día después es una auténtica técnica abortiva y no simplemente anticonceptiva, tal y como se deduce del documento: COMITÉ PARA LA DEFENSA DE LA VIDA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA (2000): Sobre la píldora del día siguiente. Ver en: http://www.conferenciaepiscopal.es/index.php/documentos-familia/1449-sobre-la-pildora-del-dia-siguiente.html. 10 Eduardo López Azpitarte cita un texto de la Conferencia Episcopal Belga en el que se dice: «Cuando dos vidas están en peligro, y después de hacer todo lo posible por salvaguardar ambas, habrá que esforzarse en salvar una de ellas más bien que dejar a las dos perderse». Declaraciones semejantes se encuentran en otros episcopados.

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el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano. En nuestra sociedad existen a veces comportamientos esquizofrénicos, puesto que se exige justamente, por una parte, una ayuda a los discapacitados en todas las facetas de la vida, por ser individuos más vulnerables, para que puedan valerse por sí mismos, lo cual es muy loable, pero, por otra parte, nos encontramos ante un eugenismo defensivo, que no permite vivir a aquellos que puedan tener una minusvalía. C) Así pues, el DIAGNÓSTICO PRENATAL es moralmente lícito, «si respeta la vida e integridad del embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su protección o hacia su curación... Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un diagnóstico que atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte»11.

3.2. El homicidio El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo (Gen 4,10). El infanticidio12, el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades. El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro. La aceptación por parte de la sociedad del hambre que provoca muertes sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usureras y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio.

3.3. La pena de muerte La cuestión de la pena de muerte es algo que en nuestra sociedad actual divide profundamente a los católicos. Cada grupo trata de fundamentar razonadamente su postura y apelan también a la revelación cristiana buscando apoyo. La Iglesia que se sitúa en un mundo que aceptó y justifico la pena capital, la aceptó y la justificó también. Quizá este pasado eclesial explique en parte el avance bastante lento de actitudes contrarias a la pena de muerte dentro de la Iglesia. Es un hecho que en algunos países es precisamente la Conferencia episcopal la que va marcando un paso decidido en contra de la pena de muerte. Hasta tiempos muy recientes, el episcopado de la Iglesia no ha tomado una posición frontal contra la pena capital. Los tres argumentos clásicos A FAVOR de la pena de muerte están tomados de tres funciones atribuidas a la misma pena: • Defender a la sociedad contra los criminales. La ejecución de los criminales sería, en esta perspectiva, una especie de legítima defensa de la socie11 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (22 de febrero de 1987): Instrucción “Donum vitae”, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, I, 2. 12 CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 51, 3.

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dad contra ellos. La eliminación radical del culpable aparece como el medio por antonomasia para restablecer el orden violado y dar a cada uno lo que le corresponde. Sin embargo, la ejecución de los criminales no aparece como medio necesario ni conveniente para defenderse contra ellos. Supondría una justicia infalible que no es posible en nuestro mundo. La sociedad puede presentar alternativas a la pena capital a través de un régimen penitenciario orientado a la recuperación del criminal. La pena de muerte no parece tener en cuenta que el criminal es también fruto de la sociedad y ésta ha de asumir su parte de responsabilidad. • Disuadir a otros de cometer ciertos delitos más graves. Sin embargo, la fuerza disuasoria de la pena de muerte es cuestionada por numerosos criminólogos, con el apoyo de encuestas internacionales. • Ofrecer una expiación por los delitos cometidos. Sn embargo, la evocación de la pena de muerte como expiación, como restauración del orden violado, parece colocarnos más bien en una dinámica de venganza. No parece apropiado hablar de la función compensatoria de la pena de muerte, como si con la ejecución del criminal se hubiera en realidad dado una compensación a la víctima, a los familiares o a la sociedad. En resumen podríamos aportar los siguientes puntos que expresan la POSTURA CONTRARIA a la pena de muerte13: • La pena de muerte es inútil; las estadísticas demuestran que su permanencia o supresión no influye en la proporción de delitos cometidos. • Es inmoral; es decir, que desmoraliza, que da mal ejemplo. El delincuente puede ser un perverso, o un anormal, o un trastornado por unas circunstancias. Pero la sociedad, por principio, es ecuánime, serena, razonable, tiene unas leyes muy pensadas y un cuerpo de personas equilibradas y de gran altura moral para aplicarlas. Es monstruoso que se ponga de igual a igual con un criminan por pura venganza. • Es innecesaria; para defender a la sociedad basta con recluir al delincuente. • Es pesimista; no cree que tengamos hoy medios para ayudar a un hombre a regenerarse completamente, a mejorar siquiera, a intentarlo al menos. Se olvida que la pena de muerte se está demostrando criminógena, y que sólo curando al delincuente se elimina realmente el mal. • Es injusta; una sociedad competitiva y consumista, que educa a sus miembros en la lucha por el éxito cueste lo que cueste, engendra violencia. Una sociedad montada sobre tantas injusticias segrega delincuencia. Ahora bien, esta sociedad se niega a reconocer sus propios frutos, eliminándolos de su seno con un falso puritanismo. • Es anticristiana; Dios es el origen de la vida y, por ello, toda vida es sagrada. Jesús de Nazaret promulga claramente su ley del amor, inclusive al enemigo, y el perdón sin límite alguno. Y ello aunque a uno le cueste la vida, como realiza él mismo en la cruz, perdonando de corazón a sus enemigos. Esto no es de añadidura sino de ley fundamental cristiana. Y no sólo para orientación individual sino colectiva. Así lo manifestó Juan Pablo II en la homilía, durante su última visita pastoral a Estados Unidos, no dudando en proclamar con toda claridad que: «La dignidad de la vida humana jamás debe ser negada, ni siquiera a quien ha hecho el mal [...] Renue13 Ver: VIDAL, Marciano (19918): Moral de actitudes. Moral de la persona y bioética teológica. Editorial Perpetuo Socorro, Madrid, pgs. 431-432.

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vo la llamada para que se decida a abolir la pena de muerte, que es cruel e inútil»14. No cabe trasladar sin más a este terreno los principios morales clásicos de la “legítima defensa”, ya que la sociedad moderna tiene medios eficaces para reprimir los crímenes.

3.4. La legítima defensa personal La moral católica ha justificado la muerte del injusto agresor en caso de legítima defensa personal, ya que el amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Las condiciones que exige para dicha justificación son básicamente tres: - necesidad (que no exista otra alternativa); - carencia de malas intenciones (que en la defensa frente al agresor no operen indebidamente sentimientos de odio o de venganza); - proporción entre los bienes amenazados por el agresor y la contundencia de la respuesta (que la vida humana sea ponderada como el valor supremo dentro de ese análisis proporcional).

3.5. La guerra El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la «tranquilidad del orden»15. Es obra de la justicia (Is 32,17) y efecto de la caridad16. La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el «Príncipe de la paz» (Is 9,5). Por la sangre de su cruz, «dio muerte al odio en su carne» (Ef 2,16; ver Col 1,20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. «Él es nuestra paz» (Ef 2,14) y declara «bienaventurados» a los que construyen la paz (Mt 5,9). Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar la guerra. Sin embargo, «mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa»17. Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a ésta a

14

Ver: JUAN PABLO II, Homilía el 27 de enero de 1999, Acta Apostolicae Sedis, 91 (1999) 629.

15

S. Agustín, La ciudad de Dios, 19, 13.

16 Ver: CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 78, 1-2. 17 Ver: CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 79, 4.

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condiciones rigurosas de legitimidad moral. Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa” (¡!), que es preciso que se den a la vez: • Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto. • Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces. • Que se reúnan las condiciones serias de éxito. • Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición. El reconocimiento de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común. Los poderes públicos tienen en este caso el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional. Los que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de la paz18. Los poderes públicos atenderán equitativamente al caso de quienes, por motivos de conciencia, rehúsan el empleo de las armas; éstos siguen obligados a servir de otra forma a la comunidad humana. La Iglesia y la razón humana declaran la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. «Una vez estallada desgraciadamente la guerra, no todo es lícito entre los contendientes»19. Así: • Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, a los soldados heridos y a los prisioneros. • Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales, como asimismo las disposiciones que las ordenan, son crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ella. Así, el exterminio de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenado como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas decisiones que ordenan genocidios. • «Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones»20. La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Sus partidarios ven en ella el más eficaz de los medios para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre más modernas im-

18

Ver: CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 79, 5. 19

Ver: CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 79, 4. 20 Ver: CONCILIO VATICANO II (7 de diciembre de 1965): Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 80, 4.

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pide la ayuda a los pueblos indigentes21, y obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de contagio. La producción y el comercio de armas atañen hondamente al bien común de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las autoridades tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda de intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima empresas que fomentan violencias y conflictos entre las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional. Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra. «Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto, las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que “hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar”, de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (cf. Mt 5,21-48). Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario, la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia»22.

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«Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas de este nombre, todo derroche público o privado, todo gasto de ostentación nacional o personal, toda carrera de armamentos se convierte en un escándalo intolerable. Nos vemos obligados a denunciarlo. Quieran los responsables oírnos antes de que sea demasiado tarde» (PABLO VI (26 de marzo de 1967): Carta encíclica “Populorum progressio”, sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, nº 53). 22 BENEDICTO XVI (8 de diciembre de 2012): Mensaje para la celebración de la XLVI Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 2013, nº 7).

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❶  Toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo. Causar la muerte, por tanto, a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador.

❷ El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.

❸ La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o del bien común.

❹ Desde su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame, gravemente contraria a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. Porque ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el embrión debe ser defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser humano.

❺  La causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla.

❻  La Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales son crímenes.

❼  La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable.

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No existe un derecho al aborto José Ignacio GONZÁLEZ FAUS.

No existe un derecho al aborto. Ello no significa que legalmente no pueda haber una despenalización: en un Estado laico, ni un delito es un pecado, ni legal equivale a moral. La ley civil tiene como objetivo la convivencia, no la moral: no pretende entrar en las conciencias, sino regular conductas que afectan a la paz social. Por eso las leyes pueden penalizar cosas no inmorales (hablar por el móvil conduciendo) y no penalizar cosas inmorales (el adulterio). Pero una cosa es lo legalmente tolerado y otra lo moralmente permitido. Nadie tiene derecho a eliminar una vida que está ya humanamente programada. Se busca moralizar el aborto arguyendo desde el "derecho al propio cuerpo" y los "derechos de la maternidad". Pero esos derechos (como casi todos) tienen un límite: nadie puede esgrimir un derecho contra el derecho de otro: de lo contrario, el violador tendría derecho a violar "porque se lo pide el cuerpo". Y la mujer, derecho a abortar hasta en el noveno mes (y echar luego los fetos a una trituradora como se hizo en Barcelona). La maternidad tampoco da derecho a la mutilación genital de una hija, ni a prostituirla para ganar dinero: pues el misterio de la maternidad consiste en esa maravilla de algo que, siendo en algún sentido propio, es a la vez extraño. Y lo es por su contextura vital, no por su tamaño o su edad. Que "tengo derecho a hacer lo que quiera con mi cuerpo" lo he oído decir a más de un drogadicto. Y no: por nuestro que sea, el cuerpo merece también un respeto. Creerse con derecho a disponer de una vida indefensa solamente porque estorba no tiene nada que ver con una mentalidad de izquierdas, más bien es fascismo puro y duro. El afán de sustituir la expresión aborto por la más políticamente correcta de interrupción del embarazo quizá revele ya una mala conciencia no reconocida. Repito que no hablo de leyes civiles sino de derechos morales. Para el legislador, será sin duda conveniente que lo legal quede amparado por valores morales. Pero todo el mundo sabe que cualquier valor moral tiene sus situaciones límite donde ni el veredicto es claro, ni los expertos coinciden ni el legislador tiene por qué tomar partido. Incluso quien considere inmoral el aborto deberá reconocer que cabe hablar de grados de inmoralidad, según se trate de un ser ya constituido como persona, o en marcha hacia esa constitución, o sólo programado para ser tal. Y debe saber que siempre hubo discusión sobre cuándo se dan esas fases: según Tomás de Aquino (y con su lenguaje), el alma humana no la infunde Dios hasta el tercer mes de la gestación: porque antes la materia "no está aún preparada para recibirla". En este contexto, un cristiano deberá sentirse obligado al máximo respeto a la vida personal, y aplicarse ese principio a sí mismo, al margen de lo que la sociedad penalice o tolere. Así dará ejemplo de una fina sensibilidad humana, aunque pueda comprenPÁGINA 114

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der que no todos acepten eso porque, ante las situaciones límite, también nuestra razón patina. Pero eso no significa que la Iglesia tenga derecho a imponer su propia moral a través de leyes civiles: pues según san Pablo, una parte de la moral cristiana en lo que toca al cuerpo se funda en eso que llamamos la resurrección de la carne.

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Si una persona muere hoy de hambre es un asesinato

GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio (2013): Herejías del catolicismo actual. Trotta, Madrid, pgs. 29-30.

El economista suizo Jean Ziegler ha escrito que, dadas las posibilidades del mundo actual, «si una persona muere hoy de hambre es un asesinato». Y cada día mueren de hambre entre 30.000 y 40.000 seres humanos [NOTA: Ver algunos datos en J. Torres López, Contra la crisis, otra economía y otro modo de vivir, HOAC, Madrid, 2012, pp. 17, 19-20, 22], hijos de Dios, miembros de Cristo y hermanos nuestros. Por eso a un católico coherente con su fe deben llamarle mucho la atención estas dos cosas: a) que a muchos grupos que se proclaman católicos y defensores de la vida parezca preocuparles mucho más la condena del aborto que la de esas muertes de hambre abortadas luego de haber nacido. En el primer caso se publican con escándalo las cifras de abortos anuales, mientras se callan hipócritamente las de muertos de hambre (niños más de la mitad). Y no digo nada de esto en defensa del aborto porque me considero antiabortista convencido. Lo digo simplemente en defensa de la coherencia; b) que, más allá del catolicismo, en nuestra sociedad que se cree laica pero que adora el dinero, las muertes que menos preocupan, que menos escándalo causan y menos publicidad tienen sean las muertes por hambre. Podemos obsesionarnos con las muertes por accidentes de tráfico, por atentados o violencia de género, etc. Pero las muertes de hambre no quitan el sueño a nadie ni llevan a nadie a levantar la voz, pese a que son, con mucho, las más numerosas y las más evitables. Ante esta incoherencia, lo único que cabe sospechar es que se debe a que las muertes por hambre o miseria comienzan por acusarnos a nosotros mismos [NOTA: Según la FAO, para acabar con los muertos de hambre en un año bastaría con las dos quintas partes de lo que el Banco Central Europeo inyectó en los mercados en un sólo día (29 de septiembre de 2008) o, como ya se ha dicho, con menos de los gastos anuales en cosméticos, etc. (para el primer dato ver J. Torres López, Contra la crisis..., cit., p. 42)]; mientras que las otras muertes no nos exigen tanto personalmente y podemos usarlas para acusar a los demás...

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Después de haber estudiado la Unidad, responde a estas dos cuestiones: a) ¿Siempre es inmoral el aborto? ¿Por qué? b) ¿Estarías de acuerdo en aplicar la pena de muerte en algunos casos de especial criminalidad? ¿Cuáles? ¿Por qué? Tras la lectura de los textos nº 1 y 2 que se te han ofrecido en el Para reflexionar, responde a las siguientes preguntas: a) ¿Te parecen exagerados? ¿Por qué? b) ¿En qué estás de acuerdo con el autor? ¿Por qué? c) ¿En qué disientes? ¿Por qué? Una a vez estudiada esta Unidad Temática, relaciónala con esta viñeta tomada del libro del recientemente fallecido Antonio MINGOTE (1919-2012) titulado Ciento treinta dibujos: mingoterapia (1994), Editorial PPC. El debate sobre la “guerra justa” (¡!) ha hecho correr ríos de tinta en la historia de la reflexión cristiana: ¿cuándo se podría decir, según tu parecer, que en la actualidad una guerra es justa, es santa? ¿Por qué?

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